No le abras la puerta a extraños, decía mi madre cuando aún intentaba ser una buena madre. Lástima que su hijo no tenía la cabeza para recordar los pequeños consejos útiles que dio; solo retenía en su memoria su horrible versión actual, una llena de comentarios despectivos, indiferencia permanente y su abandono.
Quizás, tal consejo hubiera sido útil si lo hubiera recordado cuando, hace un año, al anochecer, escuchó un golpe extraño, un sonido similar a un saco de papas cayendo pesadamente. Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta despreocupadamente y se encontró con una vista inusual.
Un bello hombre de cabellos plateados, manchados de sangre, yacía tirado en el suelo. Su ropa estaba desgarrada, como si lo hubieran atacado, y de su brazo derecho sobresalía una horrible herida que formaba símbolos extraños, parecidos a una estaca y flechas. Además, llevaba en su cuello un collar plateado que reflejaba la luz de la luna. Una escena que para otros podría gritar “date la vuelta y llama una ambulancia o a la policía”; sin embargo, él, quien quedó atónito, no huyó.
—Qué bello —murmuró, después de haber superado su sorpresa inicial. Sus rasgos faciales eran los que él podía decir que era su tipo. Se acercó al hombre e intentó ver si este reaccionaba, evitando tocar la lesión.
—¡Hey! Hola... joven... ¿estás bien? Despierte... —dijo, algo desorientado sobre qué preguntar, esperando que no muriera. La idea de enfrentarse a problemas legales tan pronto le preocupaba, pero además... —Sería una pena que muriera, especialmente con esa cara... realmente un bello rostro.
¿Aún respirará? Se preguntó al no escuchar respuesta. Sería realmente trágico para el mundo perder un rostro así. Quizá podría conservarlo por un tiempo en el congelador si se convierte en un cadáver… NO. Espera, no lleves tu imaginación muy lejos. Para evitar divagar, se dio una cachetada.
Se inclinó hacia su rostro y escuchó una respiración suave. Una mezcla de alegría, alivio y decepción lo invadió.
—Fiu, parece que sí... —murmuró. Ah, tan cerca de los problemas legales o de tener un nuevo accesorio en su habitación.
Levantó la mirada y quedó nuevamente cautivado por su apariencia. Maldita sea contigo, mi atención se desvía, maldijo interiormente, ignorando por completo que culpaba a una persona inconsciente.
—A este paso necesitaré una terapia de exposición —dijo mientras se ponía de pie y se pellizcaba el dedo índice izquierdo, tratando de salir de su aturdimiento.
—Ahora... ¿qué debería hacer? —miró hacia las casas de sus vecinos.
Pedir ayuda estaba fuera de discusión; parecía muy sospechoso: capucha negra, ojeras, antecedentes, y parado frente a una persona herida en silencio, como en una típica película de asesinos. No, gracias. Me ahorraré otra difamación de la señora Mandy, como aquella vez que me acusó de matar a su gato solo porque me vio intentando curarlo.
Fue así como, luego de una deliberación, tomó una decisión radical —Bien... entonces lo secuestraré —terminó la frase, mirando atentamente los alrededores, asegurándose de que no hubiera personas caminando a medianoche. No es como si tuviera muchas opciones después de todo.
Fue así como, bajo la luna, se desarrolló una escena de "secuestro". Un joven delgado de cabellos negros sujetó a otro joven de cabello plateado por las axilas, arrastrándolo hacia la puerta de su casa. Con habilidad, mantuvo la puerta primero con un pie y luego con su espalda, logrando un secuestro exitoso, aunque no sin el fuerte ruido de la puerta al cerrarse apenas la cruzaron.
—¿Pero... qué? —dijo, mirando en dirección al ruido, ya que la idea de ser visto no era de su agrado, eso solo sería problemático, por lo que sintió alivio al ver que solo era la puerta. En un esfuerzo, arrastró al bello durmiente y lo dejó sobre un viejo sofá que alguna vez había sido una pieza cuidadosamente cuidada por su madre, pero que él se había encargado de arruinar.
Ya no hay vuelta atrás, pensó al observarlo. Lo que sea que esta decisión trajera a su vida sería completamente su culpa por tener compasión por una belleza. Mientras miraba al hombre, su atención se centró en el collar que colgaba de su cuello, irradiando una tenue luz azul, un brillo inquietante que lo hipnotizó. Sin pensar, se acercó y lo tocó. Una sensación inusual de escalofríos lo recorrió a medida que percibía la fría metalicidad de la cruz entre sus dedos, la cual disminuía gradualmente al igual que su brillo.
—Esto es… —comenzó a murmurar, acercándose cada vez más y enfocándose en el objeto que le brindó el sentimiento de conexión. De repente, una mano fuerte y fría se cerró sobre su muñeca, deteniéndolo con tanta fuerza que podría jurar que dejaría una marca. Inmediatamente, levantó la vista y se encontró con los ojos grises del peliplateado.
Está despierto… pensé que podría tenerlo conmigo un par de días más… fue lo que pensó.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó el hombre, su voz baja y grave, pero cargada de una fuerza que le erizaba la piel. Su tono evidenciaba su disgusto por sus acciones.
—Mirándote —respondió sin desviar la mirada.
Luego de que saliera de su boca esa palabra, observó al hombre de cabellos plateados frunciendo el ceño; parecía como si no hubiera entendido o, tal vez, como si su respuesta solo lo hubiera enfurecido más.
¿Tal vez no debí decir eso? se autocriticó al sentir un aumento de fuerza en el agarre del hombre sobre sus muñecas. Después de todo, no todos los días despiertas y te encuentras en un lugar desconocido, con alguien que no conoces a tan corta distancia.
—¿Mirándome? ¿Quién crees que eres? —preguntó el hombre de cabellos plateados, su tez pálida y mirada fría arrojando una sombra de peligro. Con sorprendente agilidad para alguien en su estado, liberó la cruz que el pelinegro tenía en sus manos. Luego, en un movimiento rápido, rodeó su cuello con un brazo, colocando la base de la cruz contra su piel, brindándole una sensación punzocortante.
El corazón del pelinegro se aceleró. El miedo y la adrenalina surgiendo en oleadas.
—Bueno... quiero decir... ¿qué tal si nos tomamos las cosas con calma? —sugirió, tratando de mantener una voz serena. La presión del metal frío contra su piel le recordó que, efectivamente, estaba siendo amenazado con una cruz. ¿Quién diría que la belleza aún tenía tanta fuerza?
Un silencio tenso se apoderó de la habitación mientras ambos se observaban, la incredulidad y la inquietud brillando en los ojos del pelinegro.
—¿Te parece un juego? —preguntó el hombre, su tono revelando una advertencia. Sintió un pequeño ardor en su cuello; lo había herido. La belleza parecía hablar en serio, definitivamente no volvería a dejarse llevar por una cara hermosa.
El pelinegro tragó saliva, sintiendo cómo la adrenalina corría por sus venas. Su tranquilidad disfrazada se rompió; podía ser alguien poco empático, pero su vida le importaba.
—No, no, absolutamente no. Solo... —tartamudeó, buscando la manera de salir de esta situación. —Soy inofensivo... te ayudé cuando te vi herido y te traje a mi casa —introdujo, esperando ganarse un par de puntos a su favor. Sin embargo, no pareció tener efecto, así que continuó. —Realmente no te haré daño —reiteró, su voz temblando levemente.
Deliberadamente, omitió detalles, nunca revelaría su amor por su cara y su "secuestro". Tenía la sensación de que lo mataría si se enteraba.
Los segundos se habían hecho un poco más lentos en la espera de una respuesta por parte del peliplateado. Fue en ese momento cuando una luz salió de la cruz nuevamente, aunque en esta ocasión dorada y lo rodeó, causando que el hombre lo liberara de sorpresa.
—¡Tú... qué demonios le has hecho a mi amuleto! —gritó el hombre furioso en cuanto desapareció la luz cálida y curativa, causando que el pelinegro girara para observar al hombre detrás de él.
—Nada... absolutamente na... —dijo, intentando girar, estaba por repetir la palabra cuando la cruz se convirtió en un láser y lo atravesó en el corazón. El pelinegro abrió los ojos atónito ante lo sucedido.
Así que moriré? ¿Moriré de esta manera inexplicable y absurda? se preguntó, aunque hubiera estado dispuesto a aceptar los cambios que ocasionaría el hombre, este no era uno de ellos. Sintiendo el calor de su sangre brotando, tocando su cuello y notando que sus manos estaban teñidas de rojo. Tenía tantas dudas, arrepentimientos y muchos quizás que posiblemente nunca se resolverían.
Fue en ese momento, ante los ojos incrédulos de ambos, que la herida cicatrizó a una velocidad asombrosa, al mismo tiempo que el peliplateado se retorcía de dolor.
—¿Un vínculo...? — escuchó exclamar al hombre de cabellos plateados en una mezcla de incredulidad y agonía.
Se dice que un vínculo es algo único y especial entre dos seres, este no es necesariamente amoroso y se ha presentado de diferentes formas a lo largo de la historia. Sin embargo, una característica lo distingue; la prohibición de dañar al otro individuo con el que se tiene el lazo, porque el incumplimiento no conlleva consecuencias simples.
Tal fenómeno, que desafía las probabilidades, se había presentado entre ambos en esta situación. El pelinegro, completamente inconsciente de lo sucedido, aprovechó la situación del hombre de cabellos plateados.
En un arrebato de instinto, corrió hacia una lámpara cercana, extrajo un arma oculta en su interior y se cubrió de la vista del hombre, ocultándose detrás de una mesa mientras escuchaba los gritos agonizantes que resonaban en la habitación y que cada vez eran menos.
Tengo que darme prisa, pensó. La belleza ha perdido la cordura y quizás yo también. Llegó a esa conclusión al verlo gritar y sin motivo aparente. Asimismo, su propia capacidad de recuperación sobrenatural, que solo podía compararse a las que había leído en los cómics, y su reacción rápida lo desconcertaban.
Genial, me he convertido en un X-Men, pensó en un tono autocrítico al llegar a una idea absurda.
Pero, como solía decir, todo lo que importa es la supervivencia, la belleza y mantenerse a salvo, aunque en su situación se inclinaba más a querer mantener su cabeza conectada a su cuerpo.
—¡Aléjate! ¡Mantén la distancia! —exclamó, mientras sus manos temblaban levemente al ver la expresión de irritación del hombre.
Mantente fuerte, se dijo. Una voz interior le susurraba que era inútil; sin embargo, aun con el cuerpo tembloroso, se forzó a desobedecer el susurro. Se había prometido hace años que haría todo por seguir vivo.
Fue en ese instante que el peliplateado tomó una respiración profunda antes de acercarse, traer una silla y sentarse frente a él, frente a su escondite. La calma del hombre lo desconcertó aún más, y la tensión en el aire creció.
La secuencia de acciones lo hizo debatirse si debía disparar. No puedo ser débil; no puedo dejar que me intimide, se repitió, esperando atentamente a que el hombre mostrara intenciones de atacar antes de apretar el gatillo.
—Humano tonto... —expresó despectivamente el hombre en cuanto tomó asiento, al ver su determinación.
Como odiaba que las personas lo trataran así; él tenía un nombre. Puede que no sea uno que le trajera buenos recuerdos, pero tenía uno. Cortesía de su madre ausente.
—¿Crees que seguirás vivo si me matas? Un disparo tuyo y me acompañarás a la tumba —dijo el hombre, mostrando su irritación ante la amenaza.
Michael sintió un escalofrío recorrer su espalda. Miente, debe estar mintiendo, se dijo, incrédulo de sus palabras. Por favor, ¿quién creería tal cosa?
—Mientes —dijo apretando los dientes, sintiéndose en la cuerda floja.
—No lo hago —respondió casi de inmediato el hombre—. Observa —continuó mientras se infligía una herida en la palma derecha.
Una sensación de ardor recorrió al pelinegro al mismo tiempo. Movió el arma y la sostuvo con la mano izquierda, fijando su mirada en su palma derecha. En ella, una cicatriz recién hecha surgía. Lo que observó lo dejó helado.
Demonios... ¿cómo puede pasar esto? ¿Es brujería, cosa de demonios?, se preguntó. Él no era un creyente, pero la situación solo lo hacía replantearse todo, y lo confundía aún más.
—¿Sorprendido?... Hmph —dijo el peliplateado al observar su reacción.
—Esto es lo que nosotros, los cazadores, llamamos "vínculo".
¿Vínculo? ¿No era eso lo que gritó antes de enloquecer? Cazadores, como aquellas personas que viven en el bosque... Bueno, eso ya no importa ni estaba en su lista de prioridades.
—¿Y qué tiene que ver conmigo? ¡Solo vete! —gritó mientras agitaba el arma con su mano izquierda, sin intención de atacar. Lo único que extrañaría de él era su cara, y podía vivir con las fotos de su cámara de seguridad.
—¿Aún no entiendes? No me iré —dijo el hombre frunciendo el ceño, sin comprender por qué no podía entender algo tan simple. —En este estado, ambos somos una presa fácil, así que viviré aquí por un tiempo—continuó. Su mirada decía; después de todo, eres un humano tonto, obviando por completo que no había pedido permiso del dueño para quedarse a vivir.
Dejando atónito e indignado al pelinegro. Su corazón latía con fuerza mientras lo veía levantarse, ingresar a su habitación y cerrar la puerta.
—¡Hey, ¿qué crees que haces? ¡Es mi casa! —recalcó el chico golpeando la puerta de su habitación.
¿Expulsado en mi propia casa? Ni lo pienses, no hago concesiones con mi espacio.
—Ahora no, humano —respondió el hombre peliplateado desinteresado.
—No me digas humano, ¡tengo nombre! ¡Soy Michael, entiendes? —dijo el pelinegro irritado, ¡estaba siendo expulsado de su propia habitación!
—...— El hombre solo hizo caso omiso a los golpes de la puerta y se desplomó sobre la cama. Era evidente que no estaba tan bien como aparentaba.
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