El sonido constante del monitor cardíaco retumbaba en los oídos de Anaís. Cada pitido parecía arrastrarla más lejos de la realidad que recordaba. Abrió los ojos lentamente, sintiendo la frialdad del aire acondicionado de la sala, y un fuerte olor a desinfectante invadió sus pulmones. Todo parecía irreal, casi como si estuviera atrapada en una pesadilla, pero el dolor punzante en su pecho le confirmaba que, por más extraño que fuera, esto era real.
Intentó levantar una mano para tocarse la cara, buscando algún punto de referencia, pero algo no estaba bien. Sus manos... no eran las suyas. Los dedos eran largos y delicados, con uñas que nunca se había molestado en cuidar tan bien. Una ola de confusión la invadió, su corazón comenzó a latir más rápido mientras intentaba comprender lo que estaba viendo. El cuerpo que veía no le pertenecía.
De repente, una voz femenina interrumpió su aturdimiento. “¡Oh, Dios mío, está despertando!” gritó alguien desde el otro lado de la habitación. Anaís volteó la cabeza lentamente, sintiendo una rigidez incómoda en el cuello. Una mujer de mediana edad, con un rostro que no reconocía, corrió hacia ella con una mezcla de alivio y preocupación.
“¿Estás bien, Sofía? No te muevas demasiado”, dijo la mujer, acercándose rápidamente a la cama.
Anaís frunció el ceño. ¿Sofía? ¿Quién era Sofía? Quiso decir algo, pero su garganta estaba seca, y cuando finalmente pudo hablar, su voz era más aguda, más joven. “¿Qué... qué pasó? ¿Dónde estoy?”, murmuró, su propia voz extraña para sus oídos.
La mujer soltó una pequeña risa nerviosa, con lágrimas acumulándose en sus ojos. “Tuviste un accidente, querida. Casi no lo cuentas. Pero estás bien ahora. Los doctores hicieron todo lo posible para salvarte”, dijo mientras le acariciaba el cabello con ternura.
Accidente. Esa palabra resonó en la mente de Anaís como un eco lejano. Su última memoria era la del impacto: luces brillantes, el sonido del metal chocando, el terror de perder el control, y luego... oscuridad. Sabía que había muerto, o al menos eso pensaba. Pero ahora estaba aquí. El problema era que no se sentía en su propio cuerpo.
Anaís intentó moverse con más determinación. Levantó la sábana blanca que cubría su cuerpo y se miró los brazos. Eran delgados, juveniles, la piel tersa y suave, totalmente diferente a la que recordaba. Su corazón palpitaba más rápido al darse cuenta de la magnitud de lo que estaba pasando. Era como si estuviera atrapada en el cuerpo de otra persona.
“No soy... no soy Sofía”, murmuró, pero la mujer no parecía escucharla. O no quería escucharla.
“Sabía que eras fuerte. Siempre lo has sido, Sofía. Estoy tan feliz de tenerte de vuelta”, dijo la mujer, llorando mientras la abrazaba con fuerza.
Anaís permaneció quieta, el cuerpo temblándole bajo el peso de la revelación. No podía procesar todo lo que estaba pasando. “No soy Sofía”, repitió, esta vez con más fuerza, pero su voz se perdió entre los sollozos de la mujer.
El caos mental dentro de Anaís era abrumador. ¿Dónde estaba su verdadero cuerpo? ¿Qué había sucedido exactamente? Intentó recordar más detalles de su vida anterior, pero cada vez que lo hacía, los recuerdos se mezclaban con los fragmentos de esta nueva vida. Sabía que había muerto, pero no podía entender cómo estaba viva ahora, y peor aún, en el cuerpo de alguien más.
Se dejó caer nuevamente sobre la almohada, el agotamiento mental superándola. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos sin que pudiera detenerlas. ¿Qué estaba pasando?
Los siguientes días fueron un torbellino de información. Aprendió que estaba en el cuerpo de una joven de diecisiete años llamada Sofía, que había sufrido un accidente casi fatal. La mujer que la había recibido en el hospital era su madre, o al menos, la madre de Sofía. Todos los que la rodeaban parecían convencidos de que ella era Sofía, y cada vez que intentaba explicar que no lo era, nadie la escuchaba, solo recibía miradas confundidas o llenas de compasión.
Anaís comenzó a observar con más detenimiento. La habitación del hospital estaba decorada con flores y globos, deseando una pronta recuperación a "Sofía". Las fotos que le traían de su "vida pasada" mostraban a una chica de cabello largo y castaño, con una sonrisa encantadora. Todo era perfecto... salvo que esa chica no era ella.
Mientras trataba de adaptarse a su nueva realidad, no podía dejar de pensar en su vida anterior. Recordaba el motivo de su muerte: una traición, una venganza que nunca pudo completar. Los culpables aún seguían vivos, y ahora tenía una nueva oportunidad. El cuerpo que habitaba no era el suyo, pero la mente y el espíritu sí lo eran. Anaís haría lo que fuera necesario para ajustar cuentas con aquellos que la habían traicionado.
Pero antes de eso, tendría que jugar el juego. Tendría que aprender a ser Sofía... por ahora.
El frío de la habitación hospitalaria se hacía más evidente cuando la mujer salió, dejándola sola en el silencio de sus pensamientos. Anaís se sentía atrapada en una confusión interminable. Todo a su alrededor parecía demasiado surrealista para ser verdad, pero el peso en su pecho era tan real como el dolor de su último recuerdo: el accidente.
Intentó levantarse, pero las piernas no respondieron como ella esperaba. Se movían con una torpeza inusual, como si no estuviera acostumbrada a ellas. ¿Cómo era posible que su cuerpo, que había conocido durante 24 años, ahora pareciera completamente ajeno? Enfrentada a su reflejo en el cristal de la ventana, vio el rostro que ahora llamaban "Sofía". Tenía el cabello largo y oscuro, ojos grandes llenos de juventud... y de secretos. Este cuerpo tenía su propia historia, una que no era la suya.
La puerta se abrió de nuevo. Esta vez, un hombre joven, alto y serio, entró. Sus ojos, sin embargo, estaban cargados de emociones contenidas. “Sofía...”, dijo con un tono más formal que cariñoso. Anaís sintió un escalofrío. Claramente, esta "Sofía" era alguien importante para él, pero ella no sabía quién era.
"¿Qué... qué pasó conmigo?" intentó preguntar, queriendo parecer convincente. Sabía que no debía levantar sospechas, al menos no aún.
El hombre suspiró, acomodándose junto a la cama. "Tuvimos un accidente. Íbamos juntos en el auto... pero... sólo tú sobreviviste". Su mirada se oscureció. "Lo siento tanto".
La culpa que proyectaba era palpable, pero Anaís no podía sentir empatía, ya que no recordaba nada de lo que él describía. Tenía que descubrir quién era este hombre y cuál era su papel en la vida de Sofía, pero antes de hacer cualquier movimiento, necesitaba información.
"¿Quién... quién eres tú?", se atrevió a preguntar, temiendo la respuesta.
El hombre la miró con incredulidad. "¿Es una broma? Soy Alex. Tu hermano mayor", dijo, frunciendo el ceño.
Anaís se quedó en blanco. No tenía idea de cómo manejar aquello. Un hermano. Todo lo que había conocido en su vida anterior había quedado atrás, y ahora estaba rodeada de extraños que esperaban que fuera alguien que no era.
"Perdona, todo está un poco... borroso", mintió, forzando una sonrisa. "El accidente... no recuerdo mucho".
Alex suspiró profundamente, pasando una mano por su cabello. "Te entiendo. Ha sido mucho. No quiero presionarte, pero mamá está preocupada por ti. No sabe cómo llevar esto".
"Mamá", pensó Anaís. Ahora tenía otra familia. Pero, ¿qué había pasado con su familia anterior? Todo su ser se dividía entre querer huir de la situación o enfrentarse a ella con la misma dureza que la vida le había mostrado antes. Esta vez, sin embargo, la vida le había dado una nueva oportunidad.
Cuando Alex salió de la habitación, Anaís se permitió un momento para reflexionar. Su mente, acostumbrada a buscar respuestas, sabía que no podía confiar en nadie más que en sí misma en ese momento. Pero una cosa estaba clara: tenía que descubrir qué papel jugaba "Sofía" en esta vida y, lo más importante, cómo podría usar esta segunda oportunidad para cumplir la venganza que aún ardía en su corazón.
Con una nueva identidad, también venían nuevas reglas. Y Anaís, ahora en el cuerpo de una chica de 17 años, no iba a permitir que el pasado se quedara sin justicia. Pero algo le decía que este camino no sería tan sencillo como ella lo esperaba.
Anaís se obligó a levantarse de la cama, sintiendo el peso de sus nuevas piernas, aún frágiles y temblorosas. Cada paso la hacía más consciente de que, aunque su mente era la de una mujer de 24 años, su cuerpo apenas había alcanzado los 17. Había que adaptarse rápido si no quería ser descubierta, así que decidió explorar el hospital, buscando respuestas. Se miró al espejo del baño antes de salir. Aquella era Sofía, pero detrás de esos ojos brillaba Anaís.
Salió de la habitación y caminó por los pasillos, cada paso le hacía recordar que ya no era la misma persona. Se detuvo un momento en una de las ventanas del hospital y se permitió observar el paisaje exterior. Todo parecía tan diferente, aunque estaba en el mismo mundo. Suspiró, sabiendo que la tarea que tenía por delante no sería fácil. Vengar su muerte, descubrir quién estaba detrás de todo, y al mismo tiempo, sobrevivir en la vida de esta desconocida llamada Sofía.
Mientras caminaba, vio a una mujer de mediana edad conversando con los médicos. El cabello oscuro y lacio, las arrugas finas alrededor de los ojos, y una mirada cargada de preocupación. Debía ser la madre de Sofía. Anaís se detuvo antes de acercarse, escuchando fragmentos de la conversación.
“No recuerda nada, señora… Es normal después de un accidente de tal magnitud, pero con el tiempo podría recuperar los recuerdos. Lo importante ahora es que descanse”, dijo uno de los médicos.
La mujer asintió, pero Anaís pudo ver la desesperación en sus ojos. Para ella, Sofía era su hija, su mundo, pero para Anaís, era solo una extraña.
Respiró hondo y se acercó. La mujer la vio y sonrió con ternura, caminando hacia ella. “Sofía, cariño, ¿cómo te sientes?”, preguntó con voz suave.
Anaís la miró con una mezcla de culpa y confusión. “Un poco mejor”, respondió, con una sonrisa forzada. No quería lastimarla, pero tampoco sabía cómo relacionarse con ella. La calidez que sentía por su propia madre no estaba allí, solo una barrera entre ambas.
La madre de Sofía la abrazó con suavidad, como si temiera romperla. “Lo importante es que estás viva”, susurró al soltarla. “Pronto te llevaré a casa, y todo volverá a la normalidad”.
Anaís asintió, aunque sabía que para ella, nada volvería a ser normal. Justo cuando estaban por continuar la conversación, la puerta del hospital se abrió y entró un grupo de jóvenes. Parecían amigos de Sofía, pero ninguno le resultaba familiar.
"¡Sofía!", gritó una chica alta y rubia, corriendo hacia ella para abrazarla. "Nos preocupaste mucho".
Anaís sintió el abrazo incómodo, pero lo aceptó, tratando de recordar que debía actuar como Sofía. A su lado, otro joven, un chico moreno con una sonrisa traviesa, le guiñó un ojo. "Tienes que dejarnos a todos en vilo para hacerte interesante, ¿eh?", bromeó.
Ella sonrió débilmente, sin saber qué responder. Estos eran los amigos de Sofía, pero para ella no eran más que desconocidos.
Pasaron varios minutos hablando, todos preocupados por su salud, pero Anaís apenas podía concentrarse. Estaba demasiado ocupada pensando en su próxima jugada. Tenía que entender la vida de Sofía, quiénes eran sus amigos, sus enemigos, y qué significaba esta nueva oportunidad. Si quería cumplir su venganza, necesitaba mantener las apariencias y no levantar sospechas.
Finalmente, cuando quedó sola de nuevo, tomó una decisión. No podía seguir siendo una simple espectadora de esta nueva vida. Si iba a sobrevivir, tendría que tomar el control, y pronto. Se prometió a sí misma que empezaría a investigar todo lo que pudiera sobre su muerte, y utilizaría a cualquiera que estuviera a su alcance para obtener las respuestas que necesitaba.
Pero primero, debía jugar el papel de Sofía.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play