Me encontraba en casa, leyendo un libro mientras disfrutaba de la lluvia que había en el exterior.
Siempre he amado la lluvía, es algo que me fascina.
El delicioso aroma a tierra húmeda, el cielo grisáceo, las plantas cubiertas por hermosas gotas que las hacen ver aún más perfectas.
Definitivamente cuando llueve los días son mejores.
Mientras me sumergía en la magia de aquél libro en mis manos, esperaba pacientemente el regreso de mi esposo del trabajo.
Es profesor universitario de psicología.
Dijo que hoy debía hacer horas extras, por lo que llegará tarde, al rededor de las 8 PM, quizás.
Las horas pasaban y mí esposo no regresaba.
Ya eran las 10 PM y no había señales de él.
Le dejé al rededor de 100 llamadas y 500 mensajes, estaba preocupada. Él nunca se ausentaba así.
Tomé las llaves de mi auto, lista para ir a su trabajo a ver si todo estaba bien, pero antes de si quiera llegar a la puerta, el timbre sonó.
Me paralicé un momento, no esperaba la visita de nadie.
Me acerco, abro la puerta y allí me encuentro con dos personas, un hombre y una mujer uniformados, eran policías.
Ambos estaban empapados por la lluvia y me observaban con seriedad.
—¿Puedo ayudarlos, oficiales? –Pregunté con cautela–.
—Buenas noches, señora. ¿Ésta es la casa de Ace Darrell? –Indagó el oficial–.
Al oír el nombre de mi esposo de sus labios, supe que algo a andaba mal. Mi corazón comenzó a latir rápidamente y mis manos comenzaron a temblar.
—Mi esposo... Es mi esposo, ¿Dónde está? ¿Ocurrió algo malo? –Cuestioné, intentado mantener la calma, pero el temblor en mi voz delataba lo contrario–.
Al escuchar mi afirmación, ambos intercambiaron una mirada que no pude decifrar. Y, entonces, la mujer habló.
—Señora... Voy a decirle algo y, quizás deba sentarse. –Ella habló con calma, pero al ver qué no me moví, decidió continuar–.
—Su esposo, el señor Ace Darrell acaba de sufrir un accidente –Ella me informó, y yo sentí mi corazón romperse en pedazos–. Lo lamento mucho, señora, su esposo está ahora en el hospital y...–
Ni si quiera la dejé terminar.
Mis piernas comenzaron a correr involuntariamente hacia el auto, conduje a toda velocidad hacia el hospital más cercano, rogándole a Dios que mi esposo estuviera ahí, suplicándole que estuviera bien.
Las lágrimas recorrían mi rostro como si de una cascada se tratase.
Aceleraba sin parar, sin prestar atención a los semáforos, y tampoco a los peatones.
No me importaba nada ni nadie, sólo quería estar con mí esposo.
Al llegar al hospital, corrí a la mesa de entrada, preguntando si mi esposo se encontraba ahí y, por suerte, si estaba.
Desgraciadamente había sido enviado a cirugía, en dónde lo estaban tratando. Por lo que debía esperar.
Por horas estuve caminando de un lado a otro, rezando, llorando, implorando que mi esposo estuviera bien.
Habían pasado al rededor de cinco horas, y fue cuándo el doctor finalmente salió de la operación.
—¿Familiares de Ace Darrell? –Preguntó observando a las personas en la sala y, rápidamente me puse de pie acercándome–.
—¡YO! ¡Soy su esposa, es mi marido! –Afirmé sintiendo mi corazón acelerarse– ¡¿Cómo está mi esposo?! –Indagué con desesperación–.
El doctor me observó, y luego miró unos papeles en su planilla.
—Señora, su esposo tuvo un accidente grave. –Declaró–. Según entendemos, perdió el control de su auto debido a la lluvia y se estrelló contra un árbol. Tiene huesos rotos y muchas heridas. Sin embargo, por el momento está estable, aunque no puedo prometerle nada. Ya sabe, debido a su enfermedad...-
Me tensé al escuchar sus palabras.
—¿Enfermedad? ¿Qué quiere decir, doctor...? –Murmuré–.
El doctor se detuvo, estudiando mi reacción, luego suspiró y habló con calma.
—Digo que, mientras tratábamos a su esposo, descubrimos que tiene cáncer de pulmón, está en etapa avanzada.
Juro que dejé de escuchar cuándo el doctor me informó sobre el cáncer.
Mi mente iba a mil kilómetros por segundo.
—Por su reacción, debo asumir que su esposo no le habló de su enfermedad. –Me observó–. Señora, entiendo que ésto es difícil, pero debe ser fuerte por su esposo, comenzaremos lo antes posible con el tratamiento para su enfermedad pero, de nuevo, le recuerdo que ya está muy avanzado. Así que, ruegue por un milagro. De lo contrario, prepárese para lo peor.
No sabía que pensar, mucho menos que decir.
—No es posible... ¡Mi esposo no fuma, doctor! Debe haber una equivocación, quizás se equivocó de paciente, ¿Verdad?. Por favor, revise bien, por favor... –Supliqué–.
El doctor simplemente negó, causando que mis peores temores se convirtieran en realidad.
Mi esposo, el amor de mi vida, tenía cáncer de pulmón y yo no lo sabía. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué decidió llevar ésta carga el solo?.
—¿Puedo verlo? –Murmuré, observando al vacío–.
—Adelante, está en la habitación 502. –Informó–.
Caminé hacia la habitación de mi esposo, mi mente era un torbellino de preguntas.
Mis emociones estaban alborotadas, sentía felicidad de saber que mi esposo sobrevivió al accidente y, a la vez, sentía dolor y traición al saber que no me habló de su enfermedad. También me sentía inútil por no haberlo notado antes.
Abrí la puerta, y mi corazón se encogió al verlo en esa cama, con máquinas en su cuerpo, heridas en el rostro y brazos.
Dí un paso adelante, y mis lágrimas comenzaron a caer a borbotones.
Mi esposo estaba dormido, me acerqué a su lado y tomé su mano suavemente entre las mías, sin querer despertarlo.
—Amor mío... –Susurré, mientras llevaba su mano a mi boca, dándole suaves besos sobre su piel–. Amor mío, estoy aquí... –Hablé en voz baja nuevamente–.
Me partía el corazón verlo en ese estado.
—No te preocupes, cielo mío, no me iré a ningún lado. –Murmuré acariciando su hermoso rostro dormido–. Estoy aquí, siempre voy a estar aquí... –Afirmé, plantando un suave y casto beso sobre sus labios–.
La noche transcurrió sin problemas, mi esposo se la pasó durmiendo. Yo, por mí parte, sólo podía llorar.
Cuándo amaneció, era un día gris. El clima era inestable, seguramente llovería de nuevo.
Mientras acariciaba suavemente el cabello de mi amado esposo, finalmente comenzó a despertar. Moviéndose lentamente, soltando quejidos de dolor debido al accidente. Y algunos bostezos por el largo sueño.
—Amor mío... –Murmuré, sujetando su mano de mi pecho–. Estoy aquí, buen día, mi amor...
Mi esposo lentamente abrió sus párpados, revelando sus hermosos ojos de color miel, sonriendo suavemente a pesar de su dolor corporal.
—Mi hermosa esposa... –Susurró, acariciando mi mejilla con suavidad–.
Su simple tacto me hizo llorar aún más.
Sus caricias eran como un suave susurro al alma.
—Cielo mío, ¿Cómo te sientes? –Pregunté en voz baja, mientras llenaba de besos la palma de su mano, mientras soltaba suaves sollozos–.
—Estoy bien, cariño. –Afirmó, intentando calmar mi angustia–. No llores, mi hermosa mujer de ojos violetas... Estoy bien ahora que estás a mi lado. –Expresó con una dulce voz–.
Sequé suavemente mis lágrimas y asentí.
—Siempre, siempre estaré a tu lado, amor mío... —Respondí, besándolo suavemente–
Las horas pasaron y ahora estaba más tranquila.
Mientras le pelaba una manzana, no pude evitar pensar en porque no me habló de su enfermedad.
—Amor mío... –Dije con suavidad, y sus preciosos ojos se posaron en los míos–. El doctor me contó algo interesante... –Murmuré y él se tensó–.
—¿Qué te contó, hermosa? –Cuestionó, tomando mis manos entre las suyas–. Dime, ¿De qué te enteraste? –Murmuró acercándome a el–.
Me acosté a su lado, acurrucándome en sus brazos.
Siempre encontraba consuelo en sus brazos, mi esposo es mi lugar seguro, mi refugio, mi paz.
—Amor mío... –Susurré, ocultando mi rostro en la curva de su cuello–. El doctor me puso al tanto de tu enfermedad. –Admití–.
Mi esposo guardó silencio, y sentí como sus brazos se sujetaban con fuerza.
—¿Por qué no me lo dijiste? –Murmuré–. ¿Tienes idea de cómo me sentí cuando el médico me dijo que tenías cáncer pulmonar? –Mi voz se cortó–.
—Lo siento... –Habló en voz baja, acariciando mi cabello–. No quería preocuparte, mi amada. Tampoco quería decepcionarte... –Murmura, acercándome aún más–. Sé cuánto deseabas que tuviéramos hijos, y yo no tuve la valentía para decirte sobre mi enfermedad. No tuve la valentía de decirte que no puedo darte hijos porque me voy a morir, cuándo me enteré ya era tarde. Ya acepté que no voy a vivir mucho, pero no puedo aceptar que no volveré a ver tu precioso rostro, ni escuchar tu hermosa risa y, lo que más me duele que es no voy a poder ver más tus hermosos ojos violetas que tanto me fascinan.
Se me forma un nudo en la garganta al escucharlo decir esas palabras.
—No digas eso, mi amor. –Murmuré, abrazándolo con fuerza–. No vas a morir, vas a vivir hasta que seamos muy, muy viejitos. Tendremos muchos hijos, y viviremos felices por la eternidad. Tú y yo. –Afirmé, a pesar del temblor en mi voz–.
Él soltó una risita suave, mientras llenaba de besos mi mejilla.
—Sí, es cierto... –Susurró, frotándo su nariz en la curva de mi cuello–. Tú y yo, por siempre jamás.
Luego de ese día, mi esposo comenzó con el tratamiento. Claro que nuestras esperanzas eran nulas debido a lo avanzada de que estaba la enfermedad. Pero, no importaba. Mi esposo iba a lograrlo. Iba a sobrevivir y seríamos felices el resto de nuestras vidas.
Estaba segura.
No pasó mucho, quizás al rededor de un mes. Tan sólo pasó un mes cuándo la enfermedad ya estaba pasándole factura.
Mi esposo había colapsado varias veces y, debido a la quimioterapia, su cuerpo se volvió más débil.
Perdió su cabello, y se veía muy delgado.
Tan vulnerable.
—Mi hermosa esposa... –Habló en un murmullo, mientras tomaba mi mano entre las suyas–.
Lo observé y sonreí.
—¿Qué ocurre, amor mío? –Acaricié en círculos el dorso de su mano, con suavidad–.
Él simplemente sonrió dulcemente y negó.
—Nada importante, sólo quería ver tu precioso rostro una última vez. –Murmuró, acariciando mi rostro–.
Instantáneamente un nudo se formó en mi garganta.
Pero no me permití estar triste.
Sonreí, porque mi esposo debía permanecer fuerte. Y, para eso, yo debía estar fuerte también.
—Sí, amor mío... Estás viendo mi precioso rostro. –Sonreí–. Y volverás a ver éste rostro mañana, y el día siguiente a ese, y el siguiente de ese. Y así sucesivamente hasta la eternidad. –Besé su mano–.
Él sonrió y asintió.
—Tienes razón, mi hermosa esposa. –Me atrajo hacia él, y depósito un suave beso en mis labios–. Te amo demasiado, ¿Sabes eso? –Preguntó, abrazándome–.
—¿Saberlo? –Sonreí–. Me lo dices todos los días. –Solté una risita, y mi esposo rió conmigo–. Pero, lamento informarte que no me amas tanto como yo a ti. –Presumí, y él enarcó una ceja–.
—¿Es así? ¿Acaso mi hermosa esposa está compitiendo conmigo? –Bromeó–.
—¡No es una competencia! –Reí, abrazándolo–. Pero si lo fuera, yo ganaría. –Declaré–.
—Ah, mi esposa es una descara. –Dijo riendo mientras me abrazaba–.
Nos quedamos en silencio un momento, simplemente llenando nuestras almas de la compañía del otro.
Mi esposo acariciaba mi cabello, mientras yo lo observaba atentamente.
Él se veía adorable.
Estaba agotado, eso era seguro. Lo supe porque poco a poco sus párpados comenzaban a cerrarse.
—Isabella... –Llamó mi nombre en apenas un susurro–.
—¿Sí? ¿Qué ocurre, amor mío? –Pregunté, con mis ojos puestos en su precioso rostro–.
—¿Seguirás amándome en la mañana? –Murmuró, abriendo sus ojos para observarme, y yo sonreí–.
—Toda la vida, mi amor. –Admití, besando cada parte de su rostro–.
Él sonrió mientras me abrazaba.
—Toda la vida... –Suspiró, repitiendo mis palabras mientras cerraba los ojos–.
Me acurruqué en sus brazos.
—Sí, cielo mío... Toda la vida... –Afirmé–. ¿Y tú? ¿Seguirás amándome en la mañana? –Cuestioné con una sonrisa, pero mi esposo no respondió–. ¿Amor mío? –Levanté la vista, para encontrarme con mi esposo con sus preciosos ojos cerrados–.
—Cariño... Despierta, mi cielo. No puedes dormir ahora, pronto tienes que ir a tratamiento. –Lo moví suavemente, pero no obtuve respuesta–.
Mi corazón comenzó a latir rápidamente.
—Amor mío... Despierta... –Lo sacudí con más fuerza y, una vez más, no hubo respuesta–.
Había pasado alrededor de un mes. Tan sólo pasó un mes désde que supe de la enfermedad de mi esposo.
Un mes désde que comenzamos con el tratamiento.
Y un sólo mes bastó, para que la enfermedad lo venciera.
Mi esposo dejó éste mundo el 21 de agosto de 2024, a los 40 años de edad.
Murió mientras dormía.
Tres años habían pasado désde que mi esposo falleció.
Tres años de completo sufrimiento para mi.
Désde ese día, mi vida perdió su rumbo por completo.
Dejé de ir a trabajar.
Dejé de hacer las cosas que amaba.
Dejé de frecuentar mis lugares favoritos.
Incluso me alejé de mi familia y de la familia de mi esposo.
Lo único que hacía era pasar mi tiempo en el cementerio, en la tumba de mi esposo.
Todos los días, desde la mañana hasta la noche, ahí estaba yo.
—¿Cómo te encuentras hoy, amor mío? –Pregunté, mientras cambiaba las flores de su jarrón–. Te sientes mejor, ¿Eh? –Sonreí–. Yo también estoy bien, tu preciosa esposa es muy valiente. –Presumí en broma–.
Si mi esposo estuviera vivo, respondería con algo divertido, haciéndome reír.
Pero, cómo desde hace tres años, no hay nada.
No recibo respuesta.
La noche había llegado, y debía irme a casa.
Mientras me dirigía a mi hogar, pasé frente a un pequeño puesto de gitanos. Aparentemente, estaban haciendo una pequeña feria.
No me interesan esas cosas, no son mis gustos en absoluto. Pero, a mi esposo le fascinaban las cosas misteriosas, mágicas y esotéricas.
Me detuve en dicho puesto, observando lo que ofrecían.
Había muchas cosas interesantes y otras ni cerca de serlo.
Mis ojos se posaron en un hermoso reloj de bolsillo, estaba hecho de oro, tenía muchos detalles a su alrededor. Pero, lo que llamó mi atención, fue que en el centro tenía un detalle en específico, un dragón y un fénix.
Era algo único de ver, no recuerdo jamás haber escuchado de algo como eso.
Pensé en comprarlo y llevarlo a la tumba de mi esposo, a él le hubiera encantado tener algo así.
—Disculpe, señora. ¿Qué puede decirme de éste reloj? –Señalé el objeto–.
La mujer me observó, y observó el reloj.
—¿Éste de aquí? –Indaga–. Es un reloj de bolsillo especial. –Declaró–.
Enarqué una ceja.
—¿Especial? ¿Por qué? –Cuestioné–.
—Es un reloj antiguo, creado con la magia del dragón legendario y el fénix. La leyenda cuenta, que el dragón legendario representa la fuerza, sabiduría y prosperidad a través de su inmortalidad. Mientras que el fénix, representa la renovación, los nuevos comienzos debido a su resurrección. El poder de ambos unidos, representa la estabilidad, como el Yin y el Yang. Aunque también pueden ser usados de forma separadas. –Confieza–.
Me está hablando de cosas mágicas... ¿Acaso es una broma? ¿Pretende que crea que ese reloj posee poderes?. Dios, que patético.
—Ya veo, es una historia interesante. –Comenté sin interés–.
—Lo es. –Afirmó ella, asintiendo–. El reloj escoge a su portador, no es casualidad que ese objeto haya llamado su atención. ¿Le gustaría comprarlo?.
Para ser una gitana, es muy buena en ventas.
—Seguro, ¿Cuánto es? –Busqué mi billetera–.
—Sólo cinco dólares. –Dijo y la observé con incredulidad–.
¿Sólo cinco dólares? ¿Por un reloj hecho de oro? Retiro lo dicho, es buena en ventas pero nada inteligente.
—Aquí tiene. –Le pagué lo acordado–.
—Se lo advierto, señorita. El dragón y el fénix son poderosos separados, pero sólo llegará la armonía cuando ambos se unan.
—Sí, sí.. –Agarré el reloj, admirandolo–. Lo que usted diga, señora. –Comencé a alejarme–.
—Señora. –Me llamó la mujer, y me detuve observandola–.
—¿Qué? –Cuestioné–.
—Hay algunas cosas que no pueden ser remediados, cómo el destino. –Comenta–.
—¿Qué...? ¿Qué quiere decir? –Indagué–.
—Cuándo necesite mi ayuda, sólo venga a éste puesto. Yo siempre estoy aquí. –Afirmó–.
—Ah... Sí, claro. –Asentí desconcertada–.
Al llegar a casa, fui directamente al cuarto.
Estaba agotada, y volver a mi casa vacía no ayudaba a mi estado de ánimo.
Maldita sea...
Sólo quiero a mi esposo.
Lo quiero de regreso conmigo.
Observé el reloj, era hermoso, no lo voy a negar.
Mi esposo estaría fascinado con éste objeto tan pequeño.
Solté un suspiro y me hundí en la cama.
—Maldición, Ace... –Oculté mi rostro su almohada–. Por favor, vuelve... –Murmuré, comenzando a llorar–. Vuelve, vuelve... –Sollozé–. Te compré un regalo bonito, así que ven a verlo. Es un reloj de bolsillo, se ve antiguo así que va a encantarte –Murmuraba mientras las lágrimas caían–. No sé cómo funciona y la hora que marca está mal, pero tal vez si aprietas aquí, funcione. –Apreté un pequeño botoncito que estaba en el reloj, pero no funcionó, seguía marcando la hora y la fecha incorrecta–. Genial, compré algo roto, eso me pasa por comprar cosas en los gitanos.
—Mañana iré a pedir un reembolso.
Poco a poco comencé a quedarme dormida. Y, luego de horas, el sol finalmente comenzó a entrar por las ventanas, despertándome.
Me levanté e hice mi rutina matutina. Preparándome para ir al cementerio a ver a mi esposo. Pero, me detuve en seco cuándo me miré al espejo.
Me veía más joven.
Casi me caigo al suelo al verme, más joven, hermosa y sin marcas de la edad.
Corrí rápidamente buscando mí teléfono, pero no estaba. En cambio, encontré mi celular antiguo, de cuando iba a la universidad.
¿Qué demonios estaba pasando?
Comencé a entrar en pánico, corrí al cementerio, buscando la lápida de mi esposo, pero no había nada. En su lugar yacía un desconocido.
Busqué a los trabajadores, exigiendo que me digan dónde estaba la tumba de mi esposo, pero dijeron que nunca hubo un «Ace Darrell» ahí.
Mi cabeza comenzó a dar vueltas.
¿Qué demonios estaba ocurriendo? ¿Dónde estaba la tumba de mi esposo?
Agarré mi celular y casi vomité al ver la fecha.
«21 de agosto de 2004»
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