La luz de la luna hacía que el camino a casa fuera visible ante los ojos de Johana, la tercer hija del conde Chian. Una joven de cabello café oscuro, ojos del mismo color y radiante sonrisa, un cuerpo delgado aunque no muy tonificado, era alta y muy hermosa, como una flor en plena primavera.
—«Quizás el no sepa nada, podría ser que me ayude»—
La cuestión era que hace tan solo unas horas, Johana había regresado en el tiempo, después de morir en manos de su propio padre. Siendo la tercera hija, nadie notaría su ausencia, después de todo, ella estaba sola y no tenía ni siquiera a su madre, pues había sido asesinada cuando ella aún era pequeña.
Teniendo tan solo 17 años de edad, había vivido siendo rechazada por su propia “familia”, al principio le dolía, pero aprendió a vivir con ello, además fue comprometida con el hijo mayor de un marqués, sabiendo que podía ganar mucho al tenerla como la esposa de alguien importante, el conde decidió dar a su hija menor como moneda de cambio, sin embargo todos sus planes se vinieron abajo cuando su primera hija, se enamoró de aquel joven, siendo este un gigoló, no le importaba convivir con ambas hermanas, aunque eso no le pareció a Johana, pues ella creía firmemente que un hombre solo debía tener una esposa, cosa por la que le tenía cierto rencor a su madre, ya que se había metido con el conde aún siendo casado.
Al no querer compartir un hombre, la joven quiso romper su compromiso, sin contar que debían pagar una compensación por ello, el conde decidió terminar de raíz con el “problema”. Darle fin a la vida de una hija a la que jamás quiso, fue su mejor opción, por eso una noche, cuando ella dormía tranquilamente, fue atacada por dos hombres que acabaron con su vida a base de puñaladas, sabía que no habría escapatoria, pues despertó por la sorpresa y sintió su cuerpo húmedo y caliente al mismo tiempo, se estaba desangrando y el único que estaba ahí, era el conde junto a dos matones.
—No estoy dispuesto a pagar una suma excesiva solo por tus caprichos, será mejor que te reúnas con tu madre, se que la has extrañado mucho— con una sonrisa de satisfacción, solo se dio la vuelta y se fue, dejándola sola y sin nada que pudiera hacer.
Realmente nunca supo lo que quería Johana, ella jamás pidió nada, solo quería vivir en paz y tratar de ser feliz a su manera, ahora todo eso estaba perdido, no podía hacer nada. La joven cerró los ojos resignada con su fin.
De pronto siente frío en todo su cuerpo, sabía que había muerto, pero ¿por qué esa sensación?. Abrió los ojos y se dio cuenta que estaba de nuevo en su habitación, con algo de temor, cerró con seguro y se escondió en el clóset, esperando que todo hubiera sido una pesadilla. Pasaron horas y nada de lo anterior pasó, entonces supo que pudo haber sido solo una pesadilla o en dado caso una predicción de lo que pasaría. Lo que quería, era saber si su prometido aún, sabía algo, era el único que tal vez podría ayudarla.
Llegó al lugar donde sabía, aquel joven descansaba por las noches, era muy observadora y aunque no quisiera, de su memoria no salían los detalles más mínimos.
Se acercó despacio para que no notarán su presencia y la sorprendida fue ella.
—¿Están seguros que funcionará?—
—Si amor, mi padre y yo ya hemos hablado, será más fácil deshacerse de ella y no pagar una cuantiosa cantidad de dinero, dijo que eso será parte de nuestro regalo de bodas, yo pasaré a ser la prometida del dolido joven marqués—
Las risas se escuchaban dentro de la habitación. Las esperanzas de Johana se esfumaron como humo en el aire, ahora sabía que no tenía nadie a quien recurrir, sin embargo esa no era su única salida, quedaba la opción de huir. Sobreviviendo sería algo difícil, pero lo prefería a ser asesinada de una manera tan cruel a sus ojos. Además no sería la primera vez que algo así sucediera.
Se enfocó en buscar el camino menos transitado y vigilado del condado, si hacía sus cuentas, su muerte se llevaría a cabo en un par de días, así que no tenía mucho tiempo,
Esa misma noche, reunió algunas mudas de ropa, el poco dinero que tenía y con mucho sigilo, entró a la habitación de la condesa, dejando vacíos sus joyeros, sabía que la mujer pasaba la noche con el conde, así que no iría ahí, quizás hasta la mañana al medio día. Dejó en su cama, algunas almohadas, figurando ser ella y se dirigió al establo.
Afortunadamente para ella, de alguna forma le sirvió ser vista como moneda de cambio, alguien que sería de utilidad para su padre, pues no hicieron diferencias en su educación. Para el conde, la reputación era lo más importante, por eso siempre buscó que Johana fuera alguien educada ante sus amistades.
Cuando ya estuvo en el establo, tomó a su caballo Stor y con una capa lo suficientemente grande para cubrir todo su cuerpo, subió al animal y le dijo adiós al condado.
Tal vez en la mañana, será buscada por robo, pero no le importaba, pues pensaba estar muy lejos de su hogar para ese momento, al menos eso era lo que ella imaginaba.
Cabalgó por el bosque, evitando los lugares poblados, ya que si era bien sabido que el conde tenía tres hijas, ella era la menos conocida, aún así no quería exponerse a qué la reconocieran.
Después de un largo camino, había recorrido varios kilómetros, tanto ella como Stor estaban cansados, así que a un lado de un lago, decidió acampar, por al menos unas horas. Prendió una fogata y se recostó sobre su misma capa, junto a ella, su caballo también descansaba.
Todo era tranquilidad y calma, hasta que un par de voces la pusieron en alerta.
—No es castigo amigo mío, sabes que el general es así con los novatos, debes acostumbrarte—
—Entiendo hasta cierto punto, pero ya son seis meses y sigo siendo el recadero, no entrené tanto solo para ser un lleva y trae—
La plática era amena, pero el relincho de un caballo los atrajo.
—¿Quién está ahí?—
—Salga o deberá afrontar las consecuencias— habló el hombre quejumbroso.
Al notar que los uniformes no pertenecían al condado, decidió salir. En el fondo de su ser, Johana tenía miedo de lo que pudiera suceder ahora. Con las manos en alto, se acercó a los hombres y uno de ellos la saboreo con la mirada, incluso relamió sus labios.
—Vaya regalo nos manda el universo— sonrió maliciosamente
—¿De dónde es y qué hace aquí?— preguntó el otro.
—Iba de viaje a la capital, pero me perdí. Me echaron de casa y solo buscaba una forma de sobrevivir— su voz era temblorosa
—Lo ves Simon, podemos divertirnos un poco con ella y nadie se va a enterar— aquel hombre no tenía buenas intenciones.
—El general jamás perdonaría una atrocidad como la que estás pensando, mejor quita eso de tu cabeza— recomendó su compañero.
—Anda vamos, el general no tiene porque enterarse— comenzó a acercarse a Johana, que parecía estar a punto de gritar.
—¿De qué no tengo que enterarme Julio?— aquella voz hizo petrificar a los dos hombres.
Ninguno de los dos dijo una palabra y solo hubo silencio en el lugar.
—Dado que no quieren hablar, alguien más tendrá que hacerlo— observó fijamente a Johana.
—Mi nombre es Jo..— reaccionó al instante, no podía simplemente dar su nombre.
—Bien Jo, ¿quién eres y de dónde vienes?, ¿acaso eres una espía?— ya apuntaba su espada en contra de ella.
—Mi.. mi… mi nombre ya se lo dije. No soy nadie importante, solo una transeúnte que se perdió en su camino, iba a la capital, ya que en mi hogar no queda nada para mí, me echaron— sus ojos ya contenían suficientes lágrimas, buscaban el momento para salir.
—Debo corroborar su información, además tiene que venir conmigo— era una voz más amable, ya había guardado su espada.
—Pero él dijo que se divertiría conmigo, ¿usted me asegura que no me va a lastimar?— para ese momento, sus lágrimas ya habían encontrado una salida y recorrían sus blancas mejillas, mientras señalaba al hombre que antes insinuó hacerle daño.
El hermoso rostro que mostraba el general, se deformó por completo, pareciendo que ardía en llamas, aquella queja lo dejaba más que furioso. ¿Cómo se atrevía uno de sus subordinados intentar hacer algo tan vil?
—Soldado Julio, quedas relevado de tus funciones. Regresarás al cuartel general y entregarás tu renuncia como soldado del ejército, no eres digno de llevar algo que nos representa— arrancó de su uniforme, la insignia del general.
—General, era una broma, por favor no puede creer en las palabras de esta mujerzuela— intentaba defenderse.
—Haces que sienta pena por mi mismo, no he sabido inculcar buenas enseñanzas a mis subordinados. Simon, ¡llévatelo!— ordenó y a jalones fue sacado de ahí, aquel hombre. —Usted vendrá conmigo señorita, ya no tiene nada que temer, a menos que oculte algo— le habló
Aunque no queriendo, Johana tuvo que seguirlo, sabía que pronto descubrirían quien era en realidad.
Cuando llegaron al campamento, se podía escuchar mucho ruido, lo que le sorprendió a la chica, pues hace unos minutos, no escuchaba nada.
—Es una runa, nos ayuda a mantenernos ocultos del resto, esto para no ser sorprendidos por ningún enemigo— explicó
Solo asintió a lo dicho y fue llevada a una tienda de acampar. —Aquí puede descansar, partiremos a medio día, eso le dará tiempo de dormir un poco— las palabras dichas, llenaban de calidez a Johana, jamás nadie la había tratado tan amable.
Solo pudo agradecer y recostarse, su caballo fue llevado a otro lugar, así sin pensarlo dos veces y confiando demasiado en un desconocido, se quedó dormida. Realmente era una chica muy ingenua aún, no conocía el mundo y mucho menos a las personas.
—Revisen sus pertenencias, quiero saber quién es o al menos saber de dónde viene— ordenó.
Cómo había pedido, lo hicieron muy rápido, dando a conocer el resultado. —Señor, se encontraron mudas de ropa, joyas y algo de dinero. Si me permite dar mi opinión, parece que las joyas fueron robadas, no me parecen cosas que una joven de su edad utilice— informaron.
—Así que resultó ser una ladrona—
El general era benevolente con la gente honrada y buena, pero a los maleantes, los castigaba con todo el peso que la ley estipulaba. —¿Y el caballo?— había algo más para revisar.
—Se encontró el sello del condado Chian, al parecer también se lo robó—
—Muy bien, en nuestro camino nos desviaremos un poco, debemos entregar a la ladrona. El conde es quien debe castigarla— fue lo último que dijo, aunque dio un suspiro alargado.
No pasaron más de dos horas para que Johana despertara, así que quiso ir a ver cómo estaba Stor, aunque se sorprendió cuando vio guardias afuera de la tienda.
—¿Sucede algo?— confundida preguntó.
—Señorita, vuelva adentro, tiene prohibido salir, por órdenes del general— sin moverse, ni voltear a verla, le habló uno de los guardias.
—No deberíamos ser tan considerados con ladronas de su calaña— se quejó el otro.
Johana solo entró lentamente, se habían dado cuenta de la verdad, al menos en una gran parte, ella no era una simple ladrona, era la hija del hombre a quien le robó. Sabiendo lo que le deparaba el destino, necesitaba despedirse del único amigo que tuvo desde que comenzó su adolescencia. Cómo pudo, salió por un lado de la tienda y se escabulló hasta donde tenían a los caballos.
Acarició tiernamente a Stor, la nostalgia la invadió. Jamás sintió el cariño de nadie, mucho menos el de su madre, puesto que se había casado con el conde por capricho y no quería tener hijos, aunque esa fue la única manera de que la aceptara, más adelante cuando se dio cuenta que no la amaba, solo se desquitaba con Johana, desde golpes hasta castigos, dejándola sin comer, así que cuando murió, no sintió más que alivio. Era una niña, solo había conocido el rechazo y el rencor.
—¿Ya despertó?— el general había llegado para hablar con Johana
—Si señor, quería salir, pero le pedimos que regresara— informaron
Tomando las palabras en cuenta, el general entró a la tienda y ahí se llevó una gran sorpresa, la de ojos cafés, no estaba.
—¡Búsquenla, encuéntrenla y tráiganla aquí!— estaba furioso otra vez.
El general también se movilizó para encontrar a la chica, no obstante, recordó que su caballo también estaba ahí, así que fue a ese lugar para corroborar sus sospechas. Cuando llegó, pudo ver a Johana muy tranquila, abrazando a su caballo y al parecer, despidiéndose de el.
—Sabes Stor, se supone que escapé de papá para no morir y resulta que encontré mi muerte mucho antes de lo esperado, que ironía, ¿no crees?— el caballo solo se pegaba más a ella para que lo siguiera acariciando.
—¿Quién es tu padre?— interrumpió el general, asustando a Johana y su caballo.
—Lo lamento, no quería escapar, solo necesitaba ver qué Stor estuviera bien— se disculpaba algo agitada.
—No pregunté eso— su voz era fuerte
—Soy la tercera hija del conde Chian. Me escapé de casa eso no lo niego, también robé joyas de su amada esposa y el caballo me lo regaló el cuando apenas tenía diez años— por primera vez, estaba siendo completamente honesta.
—Sabes que debo entregarte por haberle robado a un noble, no importa si es tu padre — quería saber si estaba informada
—Lo sé, no opondré resistencia. Solo le pido por favor, que cuide de Stor cuando ya no esté, no quiero que lo lleven de vuelta, puede dárselo a uno de sus soldados, no quiero que esté solo y si vuelve conmigo, será sacrificado— para ese momento, ya había hecho una reverencia, estaba suplicando
La forma de actuar de Johana, dejó pensando al general, ¿por qué razón, una hija le tendría tanto miedo a su padre?
—Regresemos, aún no vamos a partir— aunque ya era de mañana, en sus planes estaba partir más tarde.
La chica depósito un beso en el pelaje de su caballo y fue con el general. No se sentía mal consigo misma, siempre fue buena con toda la gente a su alrededor, incluso jamás se quejó cuando la golpearon o la dejaron sin comer varios días, eran los castigos normales desde que su madre estaba viva y después de su muerte, la que se encargó de ello, fue la primera esposa de su padre.
Ante los ojos de los soldados, Johana era una vil ladrona, así que no le prestaron más atención, ella comprendió lo que pasaría y solo se resignó.
Llegado el momento, las tropas del general se habían puesto en marcha rumbo a su destino, aunque harían una pequeña parada. Johana iba en un carruaje, que normalmente era utilizado para transportar alimentos o armas. No se veía afectada por su destino, Siempre fue conformista y demasiado confiada, pensaba que la maldad no corría por sus venas, aunque estaba totalmente equivocada, solo tal vez se había guardado todo el odio y dolor que había pasado durante los 17 años de vida que llevaba.
Cuando llegaron al condado, pidieron hablar con el gobernante, por lo que el conde se reunió con el general, ahí trataron el tema que correspondía al castigo de Johana. No obstante, lo que se dijo fue:
—Me presento, mi nombre es Donatello Roux, primer general del ejército imperial— apenas si hizo una leve reverencia.
—Mucho gusto general Roux, mi nombre es Ángelo Chian. ¿A qué debo el honor de su visita?— estaba confundido, que hasta se le olvidó hacer una reverencia.
—Tuve un pequeño problema con cierta persona que al parecer usted conoce. Las leyes son claras y debo castigarla, sin embargo necesito su permiso para hacerlo, siendo que es una noble— le explicó
—Lo entiendo, solo me gustaría saber de quién se trata— si le convenía, haría hasta lo imposible para que cayera todo el peso de la ley sobre aquella persona.
—Se trata de su tercera hija conde, ella se atrevió a dar falsa información y también le encontramos ciertas pertenencias que no eran de ella, así que debe recibir el castigo que yo le quiera dar— su seriedad impactaba a cualquiera y el conde no era la excepción.
—Lamento que todo eso haya sucedido. Usted puede hacer lo que mejor le parezca, me gustaría estar al tanto de su castigo, asumo que le cortarán las manos por robar y la lengua por hablar demás— no se le veía pizca de preocupación por Johana, lo que le dejó en claro al general, que el hombre era alguien que de verdad no la quería, incluso quería que la castigaran con las cosas más severas.
—Para darle el castigo que yo crea conveniente, necesito que usted firme este documento, así no me culpara si algo malo le sucede— continuó
El general acercó un par de hojas y al ver el nombre de Johana con la palabra delincuente a su lado, no se tomó el tiempo para leer el documento, solo firmó sin más.
—Espero que con esto aprenda que cualquier acción tiene consecuencias, aunque traté de educarla de la mejor manera, veo que fracasé como padre— justo ahora se mostraba lamentable.
—Entonces me retiro, me encargaré de hacerle saber que castigo recibió su hija— se había levantado y estaba a punto de retirarse.
—Disculpe general, con ella estaba un caballo negro azabache, ¿lo encontraron?— algo malo se avecinaba y nadie podría hacer algo al respecto.
—Estaba con ella si, siendo honesto me gustó mucho ese caballo, ¿podría venderlo?— quería de alguna forma, intentar dejarlo a lado de aquella chica por alguna razón.
—Se que es hermoso, pero no estoy interesado en venderlo, en realidad es muy significativo para mí, se quedará conmigo— parecía ser su última palabra, así que no quedó otra opción que dejar al animal con el conde.
Cuando salieron de la mansión, el general le hizo una seña a su primer capitán, lo que provocó que ese hombre, subiera al carruaje donde estaba Johana y le atara de manos y le cubriera la boca.
—De antemano me disculpo señorita, pero el general sabe porque hace las cosas—
Pronto supieron para que era esa acción. Johana veía por la ventana todo lo que pasaba y cuando el caballo le fue entregado al conde, se exaltó, estaba tan asustada que intentaba gritar, patalear y salir del carruaje para que no le dieran su amigo a su padre, ella sabía mejor que nadie lo que le podrían hacer. De sus ojos brotaban lágrimas sin parar, era inevitable, pues Stor lo era todo para ella en ese momento.
El general pudo ver la reacción de Johana aunque no le dio tanta importancia, simplemente agachó la cabeza y subió a su caballo, en sus manos no estaba el quedarse con el caballo, mucho menos iniciar una disputa solo por el pedido de alguien que apenas conocía.
Cuando todo estuvo listo, siguieron su camino, por supuesto, Johana no paraba de llorar, fue así hasta que se quedó dormida justo en los brazos del primer capitán. Así que decidió dejarla sola nuevamente, aún con las manos atadas.
—¿Todo está bien con ella?—
—General, al parecer le importa mucho el caballo, se quedó dormida y sigue suspirando. ¿Qué hará cuando despierte?—
—Es demasiado blanda, se deja llevar mucho por sus emociones, no debería de ser así después de todo lo que ha sufrido—
—No me diga que usted… es de muy mala educación leer la mente de las personas sin su consentimiento— se veía sorprendido.
—Guarda silencio que alguien podría escucharte. No lo hice a propósito, algo pasó con ella que cuando estoy cerca, puedo escuchar todo lo que piensa, sabes que para utilizar este don, debo tocar a las personas y a ella ni le he rozado un cabello— se defendió
—Llevo puntos a mi favor, yo incluso ya hasta la abracé— se sentía orgulloso de su hazaña.
Por alguna razón que ni él mismo entendía, el general se molestó por lo que le dijeron en ese instante. Su mente y corazón no estaban en sincronía, pues sabía que no tenía sentido sentirse enojado, pero algo más pasaba con su corazón.
—¿Quién te dio permiso de abrazarla?— le gritó
—Dijo que la detuviera, ¿cómo quería que lo hiciera?, es la forma que encontré— se veía temeroso.
—Pudiste haberla amarrado, incluso haberla dormido de un golpe en la nuca, algo más se te debió haber ocurrido, no tenías porque abrazarla— su boca se movía sin permiso, las palabras ya habían sido dichas y alguien muy atento las escuchaba.
—¿Por qué importa tanto si la abracé o no?, ¿cuál es el verdadero motivo de tu enojo primo?— la formalidad ya estaba demás en esa conversación.
—¡No lo sé!, no se porque reacciono de esta manera, se que no está bien, pero no lo puedo evitar— estaba enojado consigo mismo.
—Tengo la respuesta general— ya se burlaba de su primo. —Parece que te enamoraste a primera vista, no lo creí de alguien tan amargado como tu— seguía riendo.
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