—¿Dónde has estado? —preguntó el padre de Arata, con la voz grave que lo caracterizaba, mientras la puerta se cerraba detrás de su hijo.
—En la casa de un amigo —respondió Arata, intentando no dejar que la frustración brotara en su tono.
—¿Qué amigo? —insistió su madre, mirando de forma inquisitiva. El silencio en la sala era tenso, como si el aire estuviera electrificado.
—No lo conoces. Por favor, fue un día muy difícil. Necesito acostarme —dijo él, con una mezcla de cansancio y desdén.
—Esta conversación no está terminada —replicó su madre con firmeza.
—Ya lo creo —dijo Arata, cerrando la puerta de su habitación con un portazo.
Se dejó caer en la cama, sintiéndose abrumado por la presión de su familia y la creciente inestabilidad de su manada. Desde que su padre, un alfa de la mafia italiana, había comenzado a perder el control, las tensiones con la mafia rusa de los Volkov habían aumentado. Arata se sentía atrapado en una tormenta que no había pedido, un peón en un juego que no entendía del todo.
Mientras tanto, en un lujoso despacho, Mikhail miraba por la ventana con la vista fija en la ciudad iluminada. Con 25 años, era un líder nato, un alfa dominante cuya reputación de sádico y protector le había ganado tanto admiradores como enemigos. Su mirada fría podía hacer que incluso los más osados temieran cruzar su camino.
—¿Ya tienes noticias de los Bianchi? —preguntó uno de sus hombres, interrumpiendo sus pensamientos.
—La situación se ha vuelto insostenible —respondió Mikhail, su voz era tan baja como la noche—. Necesitamos asegurar nuestra posición. La paz es un lujo que no podemos permitirnos en este momento.
A medida que las tensiones crecían, el padre de Arata tomó una decisión desesperada. En un intento por salvar lo poco que quedaba de su manada, decidió vender a su hijo a Mikhail, un movimiento que lo marcaría para siempre.
La propuesta se hizo en una reunión secreta. Mikhail escuchó con atención, su expresión inmutable mientras el patriarca de la mafia italiana expuso su caso.
—Te ofrezco a mi hijo menor, Arata, como un acuerdo de paz. Un enlace que beneficiará a ambas partes —dijo el padre, la voz temblando con el peso de su decisión.
Mikhail sonrió, pero era una sonrisa fría, calculadora. —¿Y qué me garantiza que el chico se adaptará a mi mundo? —preguntó, sin quitarle la vista de encima.
—Él es un omega; se adaptará —replicó el padre, casi rogando—. Necesitamos estabilidad, y él es lo que ofrezco.
Después de un tenso silencio, Mikhail aceptó. Era un trato. Un acuerdo que cambiaría el destino de Arata para siempre.
Días después, Arata fue informado de la noticia por su madre. Ella entró a su habitación sin tocar la puerta, como si no fuera necesario.
—Tienes que prepararte —dijo ella, con una expresión que mezclaba preocupación y resignación.
—¿Prepararme para qué? —respondió Arata, sintiendo que algo oscuro se cernía sobre él.
—Te has comprometido a casarte con Mikhail Volkov de la mafia rusa —dijo ella, y la declaración fue como un golpe en el estómago.
—¿Qué? No puedo… ¡No quiero! —gritó, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
—No es una opción, Arata. Es un trato que tu padre ha hecho para asegurar la paz —explicó su madre, su voz suave pero firme—. Debes entender que esto es por el bien de nuestra familia.
—¡No es justo! —protestó, sintiéndose como una marioneta en manos de quienes debía confiar.
—La justicia no importa en este juego —dijo su madre, antes de salir de la habitación, dejándolo solo con sus pensamientos y su creciente ira.
—¿Por qué no te niegas? —la voz de Tiziano, el hermano beta de Arata, resonaba en la sala, mientras el más joven se mantenía en silencio, mirando hacia la ventana. Afuera, la lluvia caía pesada, igual que la tensión que llenaba la habitación.
—Sabes que no puedo hacerlo —respondió Arata finalmente, con un tono tan suave como afilado.
—Es injusto, eres su hijo, no su moneda de cambio. —Tiziano apretó los puños, la frustración claramente presente en su postura.
—No se trata de justicia. —Alessandro, el hermano mayor alfa, cruzado de brazos, se mantuvo al margen, como siempre hacía en situaciones como esta. Siempre protector, pero también pragmático. Sabía cómo funcionaba el mundo al que pertenecían. Y Arata también lo sabía.
—Entonces, ¿estás dispuesto a casarte con un alfa que ni siquiera conoces? —la voz de Tiziano temblaba con furia contenida.
—¿Qué opción tengo? —Arata se giró hacia él, su mirada desafiante, pero sus ojos traicionaban la delicadeza de un omega atrapado en una red que no podía romper. —La paz entre nuestras familias depende de esto. De mí.
Un silencio pesado cayó sobre los tres hermanos hasta que Alessandro habló.
—Mikhail no es cualquier alfa. Es peligroso, Arata. Un líder sádico, uno que no tiene piedad cuando se trata de proteger lo suyo. Te tratará como si fueras un objeto, algo que ahora le pertenece. —Las palabras de Alessandro eran frías, pero reales.
Arata no podía creer lo que estaba oyendo. El hombre con el que lo estaban obligando a casarse no era cualquiera. Mikhail era un alfa dominante, conocido por su crueldad y su habilidad para controlar con mano de hierro a cualquiera que se interpusiera en su camino. Un líder sádico, pero increíblemente protector con los suyos. Arata había oído hablar de él, pero nunca imaginó que algún día estaría obligado a compartir su vida con alguien así.
—No soy débil, Ale —Arata alzó la barbilla con orgullo. —Y no dejaré que nadie, ni siquiera él, me trate de esa manera.
Tiziano suspiró, frustrado, mientras Alessandro se mantenía en su lugar, observando a su hermano menor con una mezcla de admiración y preocupación.
—Deberías prepararte. —La voz de Alessandro era dura pero sabía. —Te irás mañana.
El silencio que siguió fue tenso. Arata quería gritar, quería correr, pero sabía que no tenía escapatoria. Su familia lo había entregado, y ahora pertenecía a ése hombre.
Mikhail estaba sentado en su despacho, las luces tenues y el silencio interrumpido solo por el golpeteo de sus dedos contra la mesa. Sergei y Dmitri, sus hombres de confianza, estaban de pie cerca, observando a su jefe con cautela. Sabían que algo grande estaba por suceder.
—¿Lo aceptaste entonces? —preguntó Dmitri, arqueando una ceja.
Mikhail levantó la mirada, sus ojos oscuros y peligrosos como siempre. —No había otra opción. La alianza es necesaria para consolidar nuestro control en Europa.
—¿Y el chico? —Sergei inclinó la cabeza, curioso. —¿El omega?
—No me importa lo que haga mientras cumpla con su papel. —Mikhail se puso de pie, su imponente figura irradiaba autoridad. —Arata será mío. Y se acostumbrará a eso.
El día había llegado. Arata observaba su reflejo en el espejo mientras los nervios le atenazaban el pecho. Su rostro delicado estaba cubierto por un velo blanco, y aunque a simple vista parecía tranquilo, su mente era un torbellino de emociones. Tiziano y Alessandro estaban junto a él, el primero sin poder ocultar la preocupación, mientras el segundo mantenía su habitual semblante serio, aunque sus ojos reflejaban una sombra de tristeza.
—Es hora —anunció Alessandro, su voz baja pero firme.
Arata tragó saliva y asintió. Aunque su corazón latía desbocado, no podía permitirse mostrar debilidad. Había sido criado para cumplir con su deber, y este matrimonio no era solo una unión personal, sino la clave para evitar una guerra. Su familia dependía de él.
Cuando las puertas de la capilla se abrieron, el aire frío de la gran sala le golpeó el rostro. Al final del pasillo, Mikhail esperaba. Su postura recta, su expresión completamente imperturbable. Era la primera vez que Arata lo veía, y la imagen le produjo un escalofrío. Mikhail Volkov, irradiaba poder y control, una presencia abrumadora que llenaba cada rincón.
Mikhail, por su parte, lo observaba desde su lugar. El omega era joven, mucho más de lo que había imaginado, casi frágil a simple vista. Sin embargo, incluso a esa distancia, pudo percibir algo en los ojos de Arata que no esperaba: desafío. Mikhail había escuchado de él, de su engreimiento y la delicadeza propia de los omegas, pero lo que no esperaba era ver esa chispa de valentía escondida tras sus delicados rasgos.
—¿Un niño? —susurró Dmitri al oído de Mikhail, casi riendo. Sergei se inclinó hacia él también.
—No me hagas reír. Tendrás que ser cuidadoso o lo romperás —añadió, burlón.
Mikhail no les respondió, su mirada no se despegaba de Arata, mientras su mente trabajaba con frialdad. No importa cómo se vea. Será mío, y cumplirá con su papel.
El sonido de los votos se sentía lejano para Arata, quien mantenía sus manos tensas, tratando de no mostrar el temblor que recorría su cuerpo. Mikhail, frente a él, sostenía su mirada sin pestañear, como si estuviera estudiando cada pequeño gesto, cada respiración.
Finalmente, el momento más temido llegó. El beso. Arata cerró los ojos, tratando de reunir toda la valentía que tenía dentro. Los labios de Mikhail tocaron los suyos, firmes, fríos. No hubo dulzura, no hubo gentileza. Era una afirmación, una marca de posesión más que de cariño. Cuando el beso terminó, el silencio en la sala se volvió ensordecedor.
Pero lo peor estaba por llegar.
Mikhail se inclinó hacia él, moviéndose lentamente hasta su cuello. Arata contuvo la respiración, sabiendo lo que venía. Las palabras de su madre sobre la "marca" le habían atormentado desde el momento en que supo de su destino. El alfa debía morderlo, reclamarlo como suyo, unir sus destinos para siempre. El dolor sería intenso, pero lo peor sería la pérdida de su libertad. Nunca podría estar con otro, ni escapar de Mikhail.
Mikhail, consciente de lo que significaba este momento, dejó que sus colmillos emergieran lentamente. Sabía que Arata estaba asustado, lo sentía en su aroma, aunque el omega intentaba ocultarlo. Pero también percibió algo más: coraje. Un desafío silencioso que lo hizo sonreír para sus adentros.
Cuando Mikhail mordió su nuca, Arata no pudo evitar soltar un pequeño jadeo de dolor. Los colmillos del alfa se hundieron profundamente, y el calor de la sangre fue inmediato. El dolor era agudo, pero Arata mantuvo la compostura, cerrando los ojos con fuerza mientras su cuerpo temblaba ligeramente. Mikhail lamió la herida con lentitud, completando el ritual, mientras las feromonas comenzaban a mezclarse, sellando el enlace entre ambos.
Ahora Arata era suyo. Y solo suyo. Arata Volkov.
Después de la ceremonia, en la sala privada donde les llevaron tras el enlace, el silencio era tenso. Arata tocó con suavidad su nuca, sintiendo la herida fresca y palpitante. Mikhail lo observaba desde el otro lado de la habitación, sus ojos oscuros e impenetrables.
—¿Duele? —preguntó Mikhail finalmente, con un tono tan frío que apenas parecía una pregunta.
Arata levantó la mirada, aún con el orgullo brillando en sus ojos a pesar del dolor. —No más de lo que esperaba.
Mikhail sonrió de lado, casi imperceptible. Este omega no era como los demás. No importaba cuán frágil se viera, había una llama en él que no esperaba encontrar.
—Te acostumbrarás —respondió el alfa, sin apartar la mirada.
Arata no dijo nada. Sabía que este era solo el comienzo. La verdadera prueba estaba por venir, y aunque el miedo era constante, no permitiría que Mikhail lo viera caer.
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