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Hilos Del Destino

Capítulo I, Andrew

     Me encontraba caminando por las calles desiertas de ciudad Black Dragon —la

ciudad donde nací y en donde he vivido siempre—. Me preguntaba seriamente cómo

era posible que en pleno mediodía las calles de la zona central estuvieran sin

una sola persona a la vista, que incluso no hubiera perros o palomas y, de

pronto, se hizo de noche.

     No me había terminado de

recuperar de la sorpresa cuando el suelo empezó a temblar, se abrió una enorme

grieta justo en medio de la avenida que pronto se convirtió en un ancho y

sumamente profundo cráter y segundos después este cráter se llenó de agua que

fluía hacia el oeste con mucha fuerza.

    «¿Así que de pronto hay un río

salido de la nada que atraviesa la ciudad? Menuda ridiculez.»

    Pero, mi sorpresa fue mayor

cuando el agua se tornó roja y mi nariz fue invadida por un olor semejante al

del hierro oxidado.

     —¡Sangre, esto es sangre!

     Me desperté justo en ese momento

y miré la hora en mi celular, eran exactamente las tres de la madrugada.

     Mi nombre es Andrew Gallardo

Torres, tengo quince años de edad, estoy estudiando mi último año de secundaria

o, como le dicen en otros países, último año de preparatoria, y desde hace

cuatro años tengo sueños y pesadillas demasiado reales, que más que soñar es

como sumergirse en otra realidad que puede ser maravillosa o escalofriante.

     —Esta pesadilla se sintió

incluso más real que las anteriores, además, dicen que es de muy mala suerte

despertarse a esta hora tras una pesadilla.

     Me levanté, y, luego de una

rápida parada en el baño, fui a la cocina y bebí un vaso de agua. Regresé

caminando al cuarto, me limpié los pies con las manos, me acosté y arropé.

     Por fortuna para mí, el resto de

la noche el único sueño que se presentó fue uno acerca de estar corriendo en

medio de un campo de maíz, cuyos detalles se me olvidaron a los pocos segundos

de despertarme con la alarma de las seis de la mañana.

     Me bañé y me vestí rápidamente,

bajé las escaleras del primer piso y llegué hasta el comedor, donde ya me

esperaban mi hermana menor, Andrea, y madre, Elizabeth, para desayunar juntos.

     —¡Hola, mami, hola hermanita,

buenos días a las dos! —exclamé lleno de alegría.

     —¡Hola, hijo! —Mi madre se

apartó del ojo izquierdo uno de sus mechones dorados.

     —Buenos días, Andrew. —El tono

de mi hermana sonaba frio y distante, como solía hacer la mayor parte del

tiempo con casi todas las personas desde hace un año cuando cumplió doce.

     Me comí rápidamente la tocineta

frita, los huevos revueltos y el puré de papa y luego me bebí de un trago el

jugo de naranja.

    —Bueno, estoy un poco sobre la

hora, hasta luego.

     —¡Cuídate,

hijo!

    Fui al baño de la planta baja de

la casa a lavarme las manos, la cara y cepillarme los dientes. Y tras terminar

con eso salí caminando rápido, agarré mi bolso y seguí caminando hasta

detenerme brevemente en la puerta de entrada de la casa.

     —¡Ahora sí, hasta luego! —grité.

    —¡Hasta luego, hijo!

    Salí, cerré la puerta detrás de

mí y empecé a correr rumbo hacia la parada de autobús. Me tomó quince minutos

llegar hasta la parada de autobús. Afortunadamente sólo tuve que esperar un par

de minutos antes de subirme al transporte y llegué a la entrada del liceo pocos

minutos antes de que tuviéramos que hacer la formación para cantar el himno

nacional y luego subir a nuestros respectivos salones de clase. Lo que

realmente fue un golpe de suerte, puesto que, si llegaba más de cinco minutos

tarde, entonces no me dejarían entrar.

     Fue entonces que sucedió, justo

antes de entrar al liceo, vi como un autobús colisionaba contra una camioneta

pequeña y dos hombres salían volando desde la entrada del autobús y su sangre

comenzaba a teñir el suelo tras la caída. Toda la escena me resultó muy

familiar, demasiado, hasta que recordé que había soñado exactamente con eso

hace dos años.

    Entré al liceo sintiendo una

tremenda sensación de deja vu.

Capítulo II, Andrea

Mi nombre es Andrea Elizabeth Torres, hace un mes que cumplí trece años —el

quince de julio—. Mi madre se divorció de Antonio Gallardo, el padre de mi

hermano mayor, cuando ella aún tenía a mi hermano en el vientre; Antonio le

había sido infiel con al menos dos mujeres y mi madre no estaba dispuesta a

seguir con él después de eso. Poco después de nacer mi hermano, mi madre tuvo

un «acostón» de una sola noche con Andrés Palacios, mi padre biológico, el cual

no quiso participar en mi crianza y dejó de pagar la manutención poco después

de que cumplí cuatro años, así que, aunque tenemos lazos de sangre, no lo

considero realmente mi padre.

Mi madre no tiene hermanos y sus

padres, Andrés Eduardo Torres Blanco y Antonella Isabel Hernández de Torres,

murieron cinco días después de nacer mi hermano, así que mi madre nos ha tenido

que criar sola. Aunque nunca nos ha faltado nada.

Era el día quince de agosto del

año dos mil veinticinco, mi hermano acababa de irse a su liceo y yo estaba a

punto de irme al mío. En ese momento no lo sabía, pero mi vida estaba a punto

de iniciar un giro de ciento ochenta grados.

—Debo irme ahora o no llegaré a

tiempo al liceo, mamá, hasta luego. —me levanté para marcharme —¡Te amo!

—¡Hasta luego, hija, te amo!

Llegué al liceo tres minutos

antes de las siete de la mañana, es decir, apenas tres minutos antes de la hora

límite de entrada. Las dos primeras clases pasaron rápidamente, llegó la hora

de recreo y luego de comprar dos empanadas de queso y una malta para desayunar,

me dediqué a hablar con mi amigo Kevin mientras comíamos en el patio, cerca de

la cancha de basquetbol.

—Y entonces tuve que apretar la

x un montón de veces súper rápido para decapitar a la araña gigante… —dijo

Kevin.

—Espera, creí que era la primera

vez que jugabas ese juego, ya me habías contado exactamente esto antes.

—No, es la primera vez que lo

juego y nunca antes te había comentado al respecto, no hay manera de que

tuviéramos esta misma conversación antes.

—¡Qué raro, esto sí que me hace

sentir deja vu!

Y entonces comenzó a temblar la

tierra con mucha esfuerza y recordé que justamente había soñado con esta

conversación en este lugar y con un temblor posterior que me asustó y me hizo

despertarme. Ese sueño había sido hace apenas dos meses, pero lo había olvidado

por completo hasta ahora. La tierra continúo temblando por media hora. Una

lágrima corrió por mi mejilla desde mi ojo izquierdo.

Finalmente, la tierra dejó de

temblar.

—¡Eso fue horrible, Kevin!

—¡Es impresionante cuanto duró!

—Él abrió los ojos como un búho.

—¡Voy a investigar qué magnitud

tuvo el temblor, seguro ya lo tienen publicado en fuentes oficiales!

Ahogada en ansiedad y miedo usé

mi celular para investigar rápidamente la magnitud del temblor… si es que había

sido un temblor y no un terremoto como tal. Resultó ser de magnitud 4.9. En mi

país, Black Dragón, cualquier sismo por encima de 5.0 ya se consideraba un

terremoto, mientras a ese nivel o inferior eran sólo temblores, aun así, un

sismo con una magnitud tan cercana a ser un terremoto y que había durado

temblando por tanto tiempo, en definitiva, era sumamente peligroso. Enseguida

se me vino a la mente la imagen de casas destruidas y gente herida y otras

incluso muertas.

—¡Oh no, debo llamar a mi mamá!

—El corazón se me aceleró ante mis peores temores invadiéndome como un ejército

de bandidos asaltando un pueblo pacífico

Llamé al número de celular de mi

madre y luego de cuatro repiques, ella atendió la llamada.

—¡Hola hija!¡Acaba de temblar!

—El tono de mi madre sonaba especialmente lleno de preocupación —¡¿Estás bien?!

—¡Sí, mamá, llamé para

asegurarme de que tú también lo estuvieras!

—Tranquila, hija, estoy

perfectamente bien, por aquí la única consecuencia del temblor es que se quebró

el florero de la sala.

—¡Qué bueno, mamá, bueno,

entonces, hablamos más tarde!

Colgué la llamada.

—Bueno, Kevin, no pasó nada malo.

—Me sentí aliviada —¡Afortunadamente sólo fue un susto!

Kevin se río a carcajadas.

—¡Hubieras visto tu cara cuando

empezó a temblar! —dijo él.

—Sí, claro, como si tú no te

hubieras asustado.

—Sí, pero lo tuyo estaba a otro

nivel.

Kevin tenía razón; pocas veces

había estado tan asustada en mi vida.

Después de eso el día de clases

pasó sin novedades, salvo porque el examen de química se me hizo especialmente

difícil y creo que lo reprobé. A pesar de eso, iba regresando con buen ánimo a

casa. Cuando estaba cruzando el jardín de la casa, sobre el camino empedrado

que lleva a la puerta principal, noté que el cielo empezó a plagarse de nubes

color gris oscuro, ocultando la mayor parte de la hermosa luz de ese día.

—He tenido suerte al llegar a

tiempo, seguramente lloverá dentro de poco.

Llegué hasta la puerta, la abrí,

entré y la cerré suavemente detrás de mí.

—¡Hola, mamá, buenas tardes!

—¡Hola, hija, estoy en la

cocina, ve al comedor, ya tengo listo el almuerzo!

Me llegó el olor a pollo y a

pasta. Poco después vi a mi mamá salir de la cocina con un plato de pasta

larga, pollo guisado y ensalada de lechugada, cebolla y tomate.

—Aquí tienes, hija. —Puso el plato en la

mesa, frente a mí, junto con los cubiertos.

—¡Gracias, mami! —Sonreí y empecé

a comer.

Terminé de comer y de pronto

empecé otra vez a sentir un deja vu.

—Espero que te gustara, lo hice

especialmente con mucho amor —dijo mi madre —¡Oh, tu hermano acaba de llegar!

El deja vu aumentó y entonces

reaccioné moviéndome lo más rápido que pude y gracias a eso empujé a mi mamá a

tiempo para evitar que una viga del techo le cayera encima. Ambas estábamos

ilesas. Yo había soñado con esta situación, sólo que en mi sueño la viga caía

sobre mi mamá, la pequeña diferencia se había dado gracias a que, mediante ese

sueño, de algún modo, mi mente se había adelantado a los acontecimientos.

—¡Acabo de tener un horrible

deja vu y menos mal ambas están bien! —gritó mi hermano.

Había escombros y polvo por

todos lados y la viga había roto la cerámica del piso, pero estábamos bien y me

alegré por eso.

—Seguramente el temblor de esta

mañana había roto algún soporte para la viga y terminó cayendo por su propio

peso, aunque fuera horas después —explicó mi hermano, que parecía estar

hablando más para sí mismo que para nosotras.

—Bueno, chicos, voy a llamar al

albañil, hace falta reparar este daño y de por sí reforzar todo el techo —dijo

mamá.

Mi hermano se retiró rumbo a su

cuarto y yo le seguí, cuando ya estábamos en el piso de arriba y él estaba

abriendo la puerta de su habitación, lo detuve agarrándole por el brazo.

—¿Por qué tuviste un deja vu?

—pregunté.

—Pues, esa escena en la que caía

una viga del techo y tú salvabas a mamá la soñé hace un mes —respondió él —¿Por

qué la pregunta?

—Yo también tuve un deja vu y

también fue por algo que soñé, sólo que ese sueño lo tuve hace un año y en el

sueño la viga caía sobre mamá. —Suspiré—. Sólo pude evitar que pasara debido a

que tuve ese sueño y lo recordé a tiempo ¡Gracias a Dios!

—¡Sí, gracias a Dios tuviste ese

sueño y pudiste recordarlo antes de que fuera tarde, pero esto que está

sucediendo es demasiado extraño!

—¿Crees que de pronto somos

videntes o algo así?

—No lo sé. —En el rostro de mi

hermano se veía retratado el miedo, la curiosidad, la ansiedad y cierto aire de

diversión y deseo, como el de un niño a punto de iniciar una aventura.

Por mi parte, concluí para mí

misma que habrían más deja vu, aunque esperaba que los próximos no fueran sobre

desastres como este.

Capítulo III, Andrew

     Habían pasado cinco días desde

el incidente de la viga del techo. El señor Héctor —el albañil— había reparado

todos los daños y luego había reforzado toda la estructura de la casa. Ese

trabajo le había salido algo costoso a mi madre.

     En cuanto al hecho de que Andrea

y yo descubrimos que algunos de nuestros sueños son premonitorios. Es algo que

aún estamos asimilando. Eso nos preocupa, en especial a mí, con lo reales, lo

vividos que son mis sueños y pesadillas, lo realmente emocionantes y

aterradores que pueden ser, la idea de que algo de eso se vuelva real o que así

sea de forma metafórica anticipe algo real, resulta simplemente abrumadora.

     Eran las cinco de la madrugada,

el alba había iniciado y el viento entraba por la ventaba de mi cuarto, dándome

heladas caricias. Hace cinco minutos que me había despertado.

    —En estos últimos cinco días no

he tenido sueños o al menos no recuerdo haberlos tenido. —Suspiré y me

concentré en escuchar el absoluto silencio que reinaba en cada rincón de la

casa—. Bueno, quizá sea lo mejor.

     Me levanté para bañarme. Era día

miércoles, así que debía llegar más temprano al liceo para las prácticas del

equipo de basquetbol. Me relajé mientras el agua caliente de la ducha recorría

mi cuerpo.

     «Algunas de las cosas que he

soñado que bien podrían hacerse realidad a futuro son agradables, unas más

importantes que otras, pero hay otras que son todo lo contrario. Además, lo

mejor del futuro es que es incierto… a menos que tenga una premonición sobre

los números para ganarme el premio gordo de la lotería.»

     Salí de la ducha, me sequé, me

vestí con el uniforme del liceo y coloqué mis zapatos. Luego agarré mi bolso,

donde además de mis cuadernos, libros y demás útiles escolares también cargaba el

uniforme del equipo de basquetbol para cambiarme antes de la práctica. Bajé las

escaleras del primer piso, mi desayuno estaba servido, al igual que el de mi

hermana, mi madre había preparado más temprano el desayuno de los tres y, luego

de comer el suyo, se había vuelto a acostar, como acostumbraba los días que me

tocaba practica de basquetbol, que eran los miércoles y los jueves, mientras

que los partidos eran siempre en día viernes.

     Las prácticas de esta y la

próxima semana eran especialmente importantes, debido a que la otra semana más

arriba tendríamos el primer partido del torneo estatal estudiantil. Y si

ganábamos el torneo, iríamos al torneo nacional. El objetivo que nos teníamos

planteado para este año era ganar el torneo nacional, algo que casi logramos el

año pasado, cuando quedamos como subcampeones.

     Comí rápidamente el arroz, los

huevos y el tocino. Luego me bebí el vaso de chicha. Me fui a cepillar y luego

me marché al liceo.

    Llegué sin ninguna irregularidad

de por medio, aunque, tal como me había pasado cada vez que salía a la calle

desde ese día, seguía pensando en el accidente automovilístico que presencié.

     «Con algo como eso fácilmente se

puede morir alguien y ese alguien fácilmente puedo ser yo.»

     Una vez entré al liceo me dirigí

directamente a la cancha de basquetbol, saludé a Armando, el único miembro del

equipo que llegó antes de mí, y me marché a los vestidores de chicos para

colocarme el uniforme del equipo. Una vez me vestí, fui directo a la cancha.

     —¿El entrenador ya llegó? —pregunté

a Armando.

     —No, son apenas las seis, él

suele llegar a las seis y quince —respondió mientras miraba su reloj —¿Qué te

hizo llegar más temprano de lo habitual? Normalmente estoy solo a esta hora.

     —En los últimos cinco días no he

tenido las típicas ganas de volver a dormirme y durar quince o treinta minutos

extra en la cama. —Alcé levemente los hombros y los bajé.

     Luego de eso se hizo un silencio

prolongado entre los dos, el cual me resultó incómodo, por lo que decidí hablar

de otra cosa.

     —¿Cómo te va con tu novia? Me

comentaste que se llama Jessica ¿No?

     —Me va bien, Andrew, de hecho,

quizá parezca apresurado porque sólo llevamos un mes y apenas hemos tenido tres

citas, pero quiero presentarle a mis padres este sábado.

     —¡Muy bien, eso quiere decir que

debes estar full enamorado! —Sonreí ampliamente     —¿Físicamente hasta donde han llegado?

     —¡Sabes bien que no le voy a dar

respuesta a esa pregunta!

     —Bueno, te entiendo, es como

dicen, los caballeros no tenemos memoria.

     —En la tercera cita me regaló

una carta que escribió a mano expresando sus sentimientos por mí y me llamó «el

caballero de su corazón.»

     Los minutos pasaron rápidamente

a medida que la conversación se extendía y entonces llegó el entrenador, que

llevaba consigo la bolsa con los balones. Sonó su silbato para que nos

formáramos frente a él.

     —¡Es decepcionante que sólo dos

de los cinco miembros titulares del equipo estén aquí a esta hora! —Frunció el

ceño—. Bueno, ¿qué más podemos hacer?, quiero verlos jugar a ustedes dos uno

contra el otro, gana el primero en anotar diez puntos o más, si el resto de los

titulares llega antes de que terminen, declararé al ganador según como hayan

quedado los puntos para ese momento.

     El entrenador me dejó el balón a

mí para que iniciara el partido conmigo a la ofensiva, Armando comenzó a

marcarme, lo eludí con una finta e hice mi lanzamiento, era un tiro de tres

puntos, pero rebotó del aro y Armando logró agarrarlo. Él corrió muy rápido

hacia el lado opuesto de la cancha mientras driblaba a un ritmo increíble, así

que logró evadirme y hacer una clavada.

     Tomé el balón mientras él seguía

guindado del aro y pronto un montón de imágenes recorrieron mi mente a toda

velocidad, todas trataban de Armando y yo jugando, pero eran jugadas que aún no

realizábamos.

     A partir de ese punto jugué

anticipándome a los movimientos de Armando, no sólo por esa primera secuencia

de imágenes premonitorias, sino porque hubo otras premoniciones que al final me

permitieron leer la forma de jugar de Armando como si fuera un libro abierto.

El pequeño partido entre él y yo terminó diez puntos a cuatro a mi favor.

     «Así que no sólo puede ocurrir

mientras sueño.»

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