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Una Noche, 40 Semanas

Capítulo 1

Miami, Florida, Estados Unidos.

Después de quince años de casados, las cosas por aquí han cambiado: sexo una vez al mes y gracias, si me arreglo, él no me elogia, son muchas las horas extras en el trabajo, se va de mal humor y vuelve de mal humor.

Me pregunto: ¿cuándo llegamos a este punto? Éramos tan felices, él era un príncipe conmigo. Cuando nació nuestra Emma, fue tan hermoso, él es un padre perfecto, siempre ha estado presente en todo en su vida, ella es la única que hace que él abra una amplia sonrisa, pero en cuanto ella se va, el rostro serio vuelve a ocupar su lugar.

Raquel

—¡Mamá! —Grita desde la puerta de mi habitación.

—Emma, querida, ¡no grites!

—No encuentro mis shorts blancos…

—En el segundo cajón —Digo, abriendo la puerta y ella me abraza.

—Buenos días, mamá.

—Buenos días, mi amor.

—La tía Rebeca ya viene a buscarme...

—Voy a darme una ducha y bajo enseguida.

Voy directo al baño y me doy una merecida ducha, me lavo el pelo. Después de toda mi higiene matutina, elijo un vestido largo con flores amarillas sobre un fondo blanco.

—Mamá, ¡eres tan hermosa!

—Gracias, mi amor. Tú también eres muy hermosa.

—¿Ya terminaste de preparar tu maleta?

—Sí.

—Compórtate, ¿vale? ¿Cuál es nuestra regla?

—No salir sola, no estar con el móvil hasta tarde, la casa de la tía Rebeca no es mi casa, así que debo respetar las reglas de su casa.

—Y...

—Llamarte inmediatamente si surge alguna emergencia —Dice, poniendo los ojos en blanco.

—No pongas los ojos en blanco —Le digo en tono de reproche.

—Ay, mamá, es que todos los veranos me haces decir las reglas.

—Es para que no te olvides —Digo pellizcándole la nariz.

Suena el timbre...

—¡Es la tía Rebeca! —Da un salto de la silla y corre a abrir la puerta.

Salta encima de su tía, que la llena de besos y luego abraza a Sofía.

—Buenos días, tía Raquel —Sofía me abraza.

—Buenos días, princesa. —Le doy un beso en la mejilla.

—Vamos, Sofía —Emma la toma de la mano y ambas salen corriendo escaleras arriba.

Rebeca es mi hermana mayor, tenemos un vínculo muy fuerte, perdimos a nuestros padres cuando éramos muy pequeñas y desde entonces siempre hemos sido todo la una para la otra.

—Raquel, mi querida hermana —Dice, abrazándome.

—¿Cómo estás, hermana?

—¡Estoy hecha una furia! —Dice, sirviéndose café.

—Pero ¿por qué estás hecha una furia?

—¿Te puedes creer que Víctor está saliendo con una mujer mucho más joven? Se podría decir que es su sobrina, un hombre de cuarenta y cinco años con una chica de veinte —Dice enfadada.

—Olvida a Víctor, ya hace un año que os divorciasteis.

—No puedo, y no entiendo dónde me equivoqué para que nuestro matrimonio llegara a su fin.

—Rebeca, hermana mía, siempre has sido una mujer increíble, Víctor no supo valorar eso, el único error que cometiste fue olvidarte de ti misma y vivir solo para complacer y hacer la voluntad de Víctor —Digo y me abraza llorando.

—Ojalá fuera tan fuerte como tú —Dice.

—No soy fuerte, y tampoco sabría cómo reaccionaría si estuviera pasando por todo lo que estás pasando ahora.

—Que tú y Octavio viváis hasta el fin de vuestros días —Dice secándose las lágrimas.

—Eso espero —Digo desanimada.

—¿Por qué lo dices así?

—Aquí está todo igual que te conté hace meses, y no sé, cada vez Octavio está más raro.

—Debe de tener algún problema en la empresa, y hoy que vais a estar solos, deberíais aprovechar para reavivar la llama del amor —Dice de forma divertida y nos reímos.

—¡Estoy lista! —Dice Emma, apareciendo toda maquillada.

—Esa barra de labios es muy oscura, chica —Le digo.

—Mamá… —Replica, haciendo una mueca.

—Solo tienes trece años y esa barra de labios es muy oscura para ti —Digo cogiendo una servilleta y quitándole el exceso de barra de labios de la boca.

—Ahora sí, así está mucho mejor.

Pone los ojos en blanco, esta fase de la adolescencia me va a volver loca. Hace un tiempo era solo una niña de seis años, y ahora es una adolescente, con los pechos creciendo, jerga y mejillas sonrojadas cuando ve al hijo del vecino.

Ahora solo estábamos el silencio y yo, y muchos pensamientos me venían a la cabeza, preguntas sin respuesta, quería entender el por qué de este cambio de Octavio, ¿dónde estaba mi cariñoso marido?, el que me traía flores, el que me llevaba a cenar y siempre me decía lo importante que era para él.

Necesito cambiar esta situación y, pensando en ello, busqué en Google cómo mejorar la relación y, entre tanta información, anoté las más fáciles, siendo:

• Comprar un disfraz.

• Hacer una cena romántica.

• Enviar un desnudo.

Estaba decidida a luchar por mi matrimonio, después de todo son quince años, tenemos una historia, y no puede terminar así. No quiero vivir la ardua lucha de una separación, ¡me casé para vivir hasta que la muerte nos separe!

Tras terminar mi búsqueda, puse en marcha mi plan, calentar la relación, cogí mi bolso y me puse en marcha en mi coche rumbo al sexy shop.

Me moría de vergüenza, a mis treinta y seis años nunca había entrado en un lugar así, y estaba colorada viendo tantas formas y colores de miembros de goma, rosa, negro, blanco, etc.

—Buenos días, señorita, ¿puedo ayudarla? —Se acerca una dependienta muy amable.

—Sí... Yo... Quiero un disfraz —Digo casi sin que me salga la voz.

—¿Qué estilo quiere la señorita? ¿Conejita, alumna, profesora, enfermera, policía, diablilla?

—Ay, Dios mío, ¿tienen todo eso? —Pregunto perdida.

—Y muchos más.

—Quiero uno de cada —Digo.

—¿Desea algo más la señora? Tenemos aceites de masaje de varios sabores.

Ya que estoy aquí y esta dependienta me ha hecho sentir cómoda, voy a ver esos aceites.

—Quiero ver los aceites.

Me enseña varios aceites y me dice el efecto que produce cada uno. Llevo tanto tiempo sin sexo, que solo con que me diga cómo se usa ya me excita.

—Ay, estos dan una sensación de frío y estos calientan.

Ya que quiero calentar la relación, me llevaré todos los que calientan.

—Quiero todos los que calientan.

Mientras compraba, me imaginaba en casa con Octavio, pensando en cómo reaccionaría esta noche. ¿Le gustará? ¿Será este el paso adecuado para cambiar la situación de mi matrimonio? Quiero que funcione, no quiero vivir en un matrimonio de apariencias, de ninguna manera. Deseo nuestra química de antes, quiero revivir el amor que teníamos hace tiempo, que vuelva a mirarme con esa mirada cargada de deseo, que me abrace por sorpresa mientras estoy lavando los platos en el fregadero. Quiero de vuelta a mi marido enamorado.

Capítulo 2

Después de volver de compras, dejé lista la cena y luego fui a prepararme para esperar a Otávio. Tomé un delicioso y largo baño de espuma, tenía la piel limpia, hidratada y perfumada.

Luego, fui a elegir entre todos esos disfraces uno que me quedara perfecto, ¡y hoy sería una policía muy sexy!

No podía creer lo que estaba haciendo. Ya eran más de las ocho de la noche y él no llegaba, me mandó un mensaje diciendo que llegaría un poco tarde, porque la reunión se había alargado.

Mientras él no llegaba, decidí probar algunos de los juguetes que compré en el sexy shop. Creo que voy a elegir este, es pequeño y no asusta tanto.

—¡Madre mía! ¡Esto es demasiado! — Digo en voz alta, sorprendida por todas las sensaciones maravillosas que ese pequeño aparato me estaba haciendo sentir.

Pero es mejor parar aquí, solo un calentamiento para la noche.

Eran alrededor de las nueve, cuando sonó mi teléfono. Era la secretaria de Otávio.

—Hola, Kátia.

—Señora Raquel, gracias a Dios que me contesta, disculpe, ¿estoy interrumpiendo su cena?, pero es que le di el número de habitación equivocado, el número de su suite es el trescientos doce.

No entiendo nada, ¿suite? ¿Cena?

—¿Suite?

—Sí, el señor Otávio me pidió que les reservara una mesa en el restaurante Louie Bossie y la suite en el hotel Novotel Brickell para hoy.

Me quedo en silencio asimilando lo que estoy escuchando.

—Ay, Dios mío, era una sorpresa y lo arruiné. — Dice preocupada.

—No te preocupes, querida, ahora entiendo por qué me dijo que me pusiera mi mejor vestido, tranquila, lo arreglaré todo. — Le digo.

—Gracias, señora Raquel.

Después de que colgó, empiezo a atar cabos y los pensamientos contra los que estaba luchando ahora toman lugar. ¿Otávio me estaba engañando? ¿Por eso estaba tan diferente?

Intenté no pensar en esas cosas, pero ahora con esta información, era imposible no hacerlo.

Sin perder más tiempo, me pongo un abrigo sobre el disfraz, cojo mi teléfono y mi bolso, arranco el coche y voy directa al restaurante. Y cuando me estoy acercando, lo veo salir con una mujer, muy sonriente, mis manos tiemblan tanto que apenas puedo sostener el volante del coche. Respiro hondo y decido seguirlo, es muy probable que ahora vaya al hotel.

Y fue como había pensado, entró en el hotel de la mano de esa cualquiera, mi corazón ahora late tan fuerte, siento un nudo en la garganta, pero si quería confirmar que todas mis preguntas tenían respuesta, tenía que ser fría.

Mientras ellos hacen el check-in, me quedo a una distancia desde la que puedo oírlos hablar.

—Señor Otávio, aquí tiene la tarjeta de su habitación, es la trescientos doce. — Dice la recepcionista.

—Debe haber un error, mi secretaria me dijo que era la trescientos veinte.

—Debe haberse equivocado, tenemos reservada la trescientos doce. — Dice la recepcionista.

—Ay, amor, déjalo, vamos a esa misma. — ¿La fresca le llamó amor?

—Tienes prisa, ¿verdad, diablilla? — Dice él y le aprieta el trasero, luego le muerde la oreja, que se le pone roja.

Me hierve la sangre, quiero ver hasta dónde llega este maldito canalla.

Cogen la tarjeta y entran en el ascensor. En cuanto se cierra la puerta, cojo el ascensor de al lado. No puedo llorar ahora.

—Mantén la calma, Raquel, mantén la calma.

—¿Se encuentra bien, bella dama? — Pregunta un hombre con voz grave, estoy tan aturdida que ni siquiera me di cuenta de que este hombre entró conmigo en el ascensor.

—Estoy bien.

—¿Usted también está de vacaciones aquí?

—No. — Digo impaciente. Este ascensor parece que no llega nunca.

La puerta por fin se abre y los veo entrar en la habitación. Le doy tiempo a este hombre para que entre en su habitación, que está al lado de la del miserable de Otávio.

En cuanto el hombre entra, pego la oreja a la puerta para escucharlo, y es una tortura escuchar sus grititos, porque el imbécil está ladrando como un perro.

¡Maldito! ¡Miserable! ¡Entonces esta es la razón por la que llega tarde a casa!

Al poco rato los grititos se convierten en gemidos, se me revuelve el estómago.

—¿Así que le gusta escuchar detrás de la puerta? — La voz masculina a mi espalda me asusta.

Me giro intentando secar las lágrimas, que ahora brotan como una tormenta difícil de controlar y ocultar. Pero ya me siento tan humillada que poco me importa que este desconocido me vea llorar como una niña.

—Lo siento, no vi que estaba llorando, ¿puedo ayudarla? — Pregunta.

—¿Es usted un asesino a sueldo? — Pregunto.

—No, ¿por qué lo pregunta?

—Es que si lo fuera, lo contrataría para matar al desgraciado de mi marido y a la cualquiera de su amante, que están en esa maldita habitación. — Digo llorando, entonces él se acerca.

—Sé que soy un extraño, pero si quiere puede entrar en mi habitación, tomar un poco de agua y calmarse, y luego ver qué va a hacer. — Dice, tal vez si fuera en otra situación jamás aceptaría, pero estoy demasiado descontrolada para conducir, y no quiero que nadie más me vea llorar.

—Acepto. — Digo entre sollozos.

Abre la puerta de la habitación y entro, me acomodo en un sillón.

—Aquí tiene, tome un poco de agua.

—¿Tiene algo más fuerte, tequila, whisky, cualquier cosa que me emborrache lo suficiente como para no poder volver a casa sola?

—Sí tengo, pero no le aconsejaría que se emborrachara pasando por esta situación. Menos aún estando en compañía de un extraño.

—Tiene razón, deme el agua entonces.

Doy un trago de agua y rompo a llorar, lloro más aún cuando escucho los escandalosos gemidos de la fulana.

—Él... Nunca me hizo gemir así... ¡Maldito! ¡Desgraciado! ¡Conmigo era menos de un minuto, y con esa cualquiera ya lleva más de diez que está ahí... Y yo, como una idiota tratando de reavivar nuestra relación, compré disfraces y esos vibradores que me dieron mucho más placer que él! ¡Quiero que se muera!

Me desahogo entre llantos, rabia y odio, digo cosas que nunca pensé en decirle ni siquiera a Rebeca.

—Vaya. — Dice él.

—Lo siento, ni siquiera nos conocemos y parezco una loca. Suelo ser una mujer controlada, pero hoy no puedo mantener la compostura.

—No hay problema, para empezar, no vivo aquí, solo estoy de paso, así que la posibilidad de que nos volvamos a ver es bastante pequeña, así que puede desahogarse todo lo que siente, soy muy buen oyente.

—¡Gracias! Pero creo que será mejor que me vaya a casa, me emborrache y me duerma completamente borracha. ¡Antes, voy a atender el servicio de habitaciones de ese desgraciado!

—Está bien, pero si cambia de opinión, ya sabe dónde encontrarme. — Dijo.

Le di las gracias y salí de la habitación del desconocido. Respiré hondo antes de llamar a la puerta de la habitación, luego me armé de valor y llamé. Quien abrió la puerta fue ella, con una sonrisa en la cara.

—¿Dónde está nuestra champán? — Preguntó, toda melosa.

—Dile a mi marido que quiero el divorcio. — Declaré con firmeza.

—¿Usted es Raquel? — Preguntó con cara de haber visto un fantasma.

—¡Yo misma! — Respondí. Y la cualquiera me cerró la puerta en la cara.

Empiezo a golpear la puerta, pero nada. El cobarde de Otávio ni siquiera aparece, y me siento tan humillada.

—¡Sé que estás ahí, Otávio! — Grité.

—Vete a casa, ya te veo allí y hablamos. — Dice desde el otro lado de la puerta.

Es tan miserable que ni siquiera tiene el valor de enfrentarme.

—Oye, no vale la pena. Venga, yo puedo llevarla a casa. — Dice el desconocido.

—Tiene razón, no vale la pena. No me merezco esto. — Respondo, al darme cuenta de que algunas personas salieron de sus habitaciones y me estaban mirando.

—¿Puedo entrar en su habitación? — Pregunto, avergonzada por la escena que acabo de montar.

—Sí, entre.

Entramos, y entonces le pido una copa fuerte.

—¿Está segura?

—Sí, lo estoy.

—Entonces, la acompañaré. — Dice, llenando dos vasos de whisky.

—Cristhian. — Dice, tendiéndome el vaso. Es un hombre guapo, pelirrojo de ojos azules.

—Hanna. — Miento sobre mi nombre.

Capítulo 3

Comenzamos a beber. Entre copa y copa, me desahogo sobre el desastre que se había vuelto mi matrimonio, y pensamientos de venganza comienzan a apoderarse de mí. Me encuentro imaginando maneras de vengarme de Otávio y de esa mujer.

—¿Me ayudarías a matar a Otávio? —pregunto, mitad en serio, mitad en broma, y él se ríe.

—Creo que me estoy emborrachando, ¿o realmente me estás proponiendo que te ayude a matar a tu marido? —pregunta, confundido.

—¡Exmarido! ¡Ya no quiero ser la esposa de ese traidor! —digo, sintiendo un ligero mareo.

—Hay muchas maneras de vengarse —sugiere él.

—¿Cómo? —pregunto, curiosa.

—Puedes tomar represalias de diversas formas. Engañarlo, sabotear su trabajo, arruinar el coche que tanto ama... —comienza a enumerar.

—La infidelidad está fuera de cuestión, pero darle una lección y acabar con su coche parece una gran idea —digo, imaginándome ya ejecutando mi venganza.

—Creo que bebí demasiado. No suelo beber tanto —dice él, tratando de levantarse, pero acaba tambaleándose.

Voy a ayudarlo, pero termino cayendo sobre él. Creo que yo también bebí más de la cuenta. Nos reímos de la situación. Él me mira de una manera intensa, algo que no sentía desde hacía mucho tiempo. Siento un deseo repentino de acercarme aún más.

—¿Estás pensando en besarme? —pregunta, como si leyera mis pensamientos.

Me quedo en silencio, sin saber cómo reaccionar, pero él desliza su mano hacia mi nuca, acariciando mi cabello suavemente. Mi cuerpo reacciona, y siento una fuerte conexión entre nosotros.

—¿Te gusta esto? —pregunta, y yo asiento, confirmando.

—¿Puedo besarte? —pregunta, respetuoso, y una vez más, confirmo.

Cuando me besa, siento una mezcla de emociones, y mi cuerpo responde de forma intensa. Sin embargo, él interrumpe el beso y me deja un poco frustrada.

—Creo que es mejor que paremos aquí. Estamos ebrios, y quiero que esto suceda de una manera que podamos recordar después —dice, con un tono amable.

—Tienes razón. ¿Bebemos un poco más? —sugiero, aunque en el fondo sienta un deseo creciente de dejar que las cosas sigan su curso natural.

Por la mañana...

Escucho a lo lejos el sonido de mi celular. Con dificultad, abro los ojos; hay una pierna pesada sobre las mías. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? Me giro hacia un lado.

¡Mierda! ¡No puedo haber hecho eso! No me acosté con un tipo del que ni siquiera recuerdo su nombre. Necesito salir de aquí; él parece estar tan borracho como yo. Me duele la cabeza y todo parece dar vueltas a mi alrededor. El sonido del celular sigue sonando, insistente, trayéndome de vuelta a la realidad. Con un esfuerzo tremendo, me levanto de la cama, mi corazón late con fuerza. No puedo creer lo que hice.

Miro a mi alrededor, buscando mi ropa, que está esparcida por todas partes. Encuentro el abrigo y la parte de arriba del disfraz; la ropa interior, no. Me pongo rápidamente el sujetador y el abrigo encima. Mi celular vuelve a sonar, y corro a apagarlo, tratando de no hacer ruido para que el hombre acostado en la cama no despierte. Con pasos ligeros, camino hacia la puerta. Mi mano tiembla al girar el pomo y, al salir, siento un alivio momentáneo, como si el aire exterior pudiera devolverme lo que perdí esa noche.

Salgo a toda prisa por los pasillos del hotel. Cuando llego al estacionamiento, enciendo mi celular y veo cientos de mensajes de Otávio. ¡Desgraciado! ¡Quiero que te mueras! Arranco el coche y voy directo a casa. Durante el camino, los recuerdos de la noche anterior llegan como una nebulosa.

Cuando finalmente abro la puerta de mi casa, esperando encontrar paz, el causante de toda mi tormenta está allí, sentado en el sofá de la sala. ¿Cómo el amor que sentía por este hombre se transformó en odio en cuestión de horas? ¿Cómo tuvo el valor de hacerme daño de esta manera? No soy hipócrita y reconozco que me equivoqué anoche también cuando me acosté con ese hombre, pero no se compara con un año de traición, peor aún, ni siquiera recuerdo cómo fue, estaba tan borracha. Nunca miré ni deseé a otro hombre, él siempre fue el dueño de mi amor y deseo.

Otávio

Me mira fijamente; sus ojos, por primera vez en meses, parecen finalmente verme de nuevo. Se levanta y viene hacia mí.

—¡Ni se te ocurra acercarte a mí! —grito con rabia.

—Por favor, tenemos que hablar, amor —suplica.

—¿Hablar? ¿Después de casi un año sin siquiera mirarme a la cara, ahora que descubro tu maldita traición, quieres hablar? ¡Siento tanto odio por ti! ¡Quiero que te quemes en el infierno con la maldita de tu amante! —digo mientras paso junto a él. Pero él me agarra del brazo.

—Perdóname. Te juro que iba a terminarlo todo, pero Safira venía e insistía, y yo, débil, acababa cediendo —dice, llorando lágrimas de cocodrilo.

—Se acabó, Otávio. ¡Nosotros dos terminamos aquí!

—No puedo vivir sin ti. Tú y nuestra princesa son todo para mí. Safira no fue nada, solo fue un escape —dice.

—¿Un escape? ¿Un escape, desgraciado? ¿Un año acostándote con esa mujer y vienes a decirme que fue un escape? ¡Vete a la mierda! Y no te molestes en insistir, ya decidí que no te quiero más, y tienes suerte, porque si no fuera por nuestra princesa, toda tu ropa estaría tirada en la calle. Te quedarás aquí solo el tiempo necesario para preparar a nuestra hija para la noticia de nuestra separación —digo y me voy a la habitación.

Cuando entré en mi habitación, una profunda tristeza me invadió. Miré nuestra cama, los disfraces y todo lo que compré en un intento de recuperar algo que ya estaba perdido. Tomé todo eso y lo arrojé contra la pared.

Era difícil y confuso entender lo que estaba pasando. Los recuerdos de los buenos momentos de mi matrimonio llegaban como un torrente, solo para ser destruidos por el dolor y la rabia que ahora se apoderaban de mí. Algo que antes era hermoso se había convertido en ruinas, destruido por la infidelidad de Otávio. Yo creía que íbamos a envejecer juntos, recibir a nuestros nietos en casa y contarles nuestra historia de amor.

Todo había terminado; era el final de todo lo que un día se construyó con amor y mucho esfuerzo. Comenzamos nuestra vida juntos con pocos muebles: una cama individual, una cocina de dos hornillas, un sofá que habíamos encontrado en la basura de nuestro antiguo vecindario. Los dos, trabajando juntos, construimos poco a poco nuestra vida. Dejé la universidad para que él pudiera terminar la suya y, además, trabajé como limpiadora y camarera para cubrir nuestros gastos, permitiéndole dedicarse más a sus estudios y convertirse en el gran empresario que es hoy. Todo mi esfuerzo se resumía en esto: yo, llorando, con el corazón destrozado, sintiéndome la persona más horrible del mundo por quitarle a mi hija la oportunidad de crecer con sus padres juntos.

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