Nora observaba el horizonte con una mezcla de nostalgia y resignación. Desde el mirador de la torre más alta de Altum, se podía ver cómo el mundo se había convertido en una vasta extensión de desolación. El aire se sentía seco, como si las moléculas de humedad hubieran decidido abandonarlo hacía tiempo. Frente a ella, el sol brillaba sin piedad, un astro que alguna vez fue fuente de vida, pero que ahora era testimonio de la catástrofe que había devastado el planeta.
Nora respiró profundamente mientras sus pensamientos se sumergían en los recuerdos del pasado, recuerdos que le habían sido transmitidos por los mayores, aquellos pocos ancianos que aún recordaban los días anteriores a la ola de calor. "El Viejo Mundo" lo llamaban, un mundo donde la tierra estaba cubierta de árboles y el cielo de nubes. Había océanos inmensos, llenos de criaturas que casi nadie de su generación conocía más que por imágenes borrosas y desgastadas. Pero todo eso había cambiado cuando las temperaturas comenzaron a subir sin tregua. Primero fueron los incendios forestales incontrolables, los cuales convirtieron los bosques en páramos carbonizados. Luego, los ríos se secaron, y los océanos comenzaron a evaporarse, dejando un rastro de sal y desesperación.
La humanidad, que siempre había sido tan orgullosa, trató de luchar contra la ola de calor. Crearon enormes refugios subterráneos, intentaron desviar ríos, y algunos incluso intentaron crear sus propios mini-climas controlados. Pero al final, todos sus esfuerzos fueron inútiles. El calor no sólo era implacable, sino que parecía tener vida propia, como si el planeta mismo se hubiera rebelado contra sus habitantes.
Altum, su ciudad, era una de las nueve que había logrado sobrevivir a esa catástrofe. Situada en lo que alguna vez fue la ladera de una gran cordillera, Altum era una de las pocas localidades que, gracias a su elevación, había logrado conservar un poco de agua y algo de vegetación raquítica. Había sido fundada por los que se negaron a rendirse, aquellos que se aferraron a la idea de reconstruir algo sobre las ruinas. Los supervivientes habían erigido barreras alrededor de la ciudad para mantener alejados a los saqueadores, y habían construido enormes cisternas para almacenar cada gota de lluvia que pudieran recoger.
Las otras ciudades también habían encontrado sus propias maneras de sobrevivir, cada una adaptándose a sus circunstancias únicas. Vire, por ejemplo, se encontraba en medio de lo que alguna vez fue un vasto bosque, ahora reducido a un desierto estéril. La gente de Vire había aprendido a cosechar la poca humedad que quedaba en el aire durante la noche utilizando telas finas. Zelus, por otro lado, estaba construida a partir de los restos de una antigua metrópoli. Altas torres de metal oxidado y concreto roto habían sido reutilizadas para crear un sistema de vida vertical, y sus habitantes vivían entre las sombras, protegiéndose del sol.
Para Nora, la vida en Altum no había sido sencilla. Había nacido en el medio de una época convulsa, marcada por la lucha constante por la supervivencia y la presión de los torneos. La elección de un campeón cada tres años era el evento más importante en todas las ciudades. Desde el día en que cumplió diez años, Nora supo que su destino estaba marcado por ese torneo. A su hermano mayor, Eli, lo habían elegido hacía tres años, y aunque Nora nunca llegó a verlo competir, las historias de los que habían presenciado el torneo habían bastado. Sabía que había luchado con todas sus fuerzas, que había llegado hasta la tercera etapa, la sabana, antes de caer. Pero caer no era suficiente. Perder en el torneo significaba perder la vida, y Eli había muerto con honor, o al menos eso era lo que los mayores le repetían a Nora y a su madre.
"Por el honor de Altum", se decía. Aquella frase resonaba cada vez que mencionaban los nombres de los campeones caídos. Pero para Nora, la palabra "honor" había perdido su significado hacía mucho tiempo. Ella no quería morir por honor. No quería que su madre tuviera que sufrir otra pérdida. Sin embargo, la decisión no era suya. Había sido elegida hacía meses, y desde entonces su vida se había convertido en un ciclo interminable de entrenamiento y preparación. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices y sus manos eran callosas por las horas que había pasado luchando, escalando y aprendiendo a sobrevivir en condiciones imposibles.
El Torneo de las Cuatro Tierras no era solo una prueba física, sino también una prueba mental y emocional. Era una competencia diseñada para quebrar a los participantes, para hacer que dudaran de sí mismos y de sus propias habilidades. Solo uno podría salir victorioso, y ese uno debía ser capaz de cargar con el peso de la esperanza de toda una ciudad. No había margen para el error, ni para la debilidad.
Nora se apartó del borde del mirador y se dirigió hacia las escaleras de la torre. El viento caliente soplaba contra su rostro, y el sol, que ahora empezaba a descender en el horizonte, bañaba la ciudad con un brillo naranja intenso. En las calles, la gente se movía lentamente, tratando de evitar el calor mientras llevaban a cabo sus tareas diarias. A medida que bajaba, Nora podía escuchar a los niños jugando, sus risas contrastando con la atmósfera pesada del lugar. Los niños aún no entendían el peso de lo que se avecinaba, aún no comprendían lo que significaba ser seleccionada.
Cuando llegó a la base de la torre, Nora se encontró con Lena, una mujer mayor que había estado encargada de su entrenamiento desde el día en que fue elegida. Lena era una mujer dura, con una piel curtida por el sol y unos ojos que parecían ver más allá de la carne, como si pudiera leer los pensamientos de la gente. Ella había sido una campeona en su juventud, y aunque no había ganado el torneo, había sobrevivido lo suficiente como para regresar y servir a su ciudad como entrenadora.
—¿Estuviste pensando en tu hermano otra vez? —preguntó Lena sin siquiera mirarla.
Nora se encogió de hombros, intentando parecer despreocupada.
—Es difícil no pensar en él cuando estoy aquí arriba —respondió—. Eli siempre decía que el mirador era el único lugar donde podía respirar.
Lena asintió y luego señaló hacia el horizonte.
—Mira bien, Nora. Todas esas tierras eran nuestras. Antes del calor, antes de la devastación, toda esa extensión pertenecía a Altum. Cada centímetro que perdimos fue por perder en el torneo, cada fracaso nos costó una parte de lo que éramos. Ahora, lo que queda de Altum pende de un hilo, y tú eres la única que puede evitar que perdamos más.
Nora tragó saliva. No era la primera vez que Lena le decía aquello, pero cada vez que lo hacía, el peso de sus palabras parecía ser mayor. No era solo su vida la que estaba en juego; era el futuro de toda su ciudad. A su alrededor, los habitantes de Altum vivían sus vidas con la esperanza de que ella pudiera hacer lo que su hermano no logró. Pero la esperanza era peligrosa. Podía darles fuerza, pero también podía destruirlos si fallaba.
—No pienses en el honor —le dijo Lena, como si hubiera leído sus pensamientos—. No pienses en lo que tu hermano habría hecho o en lo que los demás esperan de ti. En el torneo, la única ley es sobrevivir. Tienes que ser egoísta, Nora. No habrá lugar para dudas ni para misericordia. Si alguien se interpone en tu camino, lo eliminas. Solo así tendrás una oportunidad.
Nora asintió, aunque en el fondo, no estaba segura de poder hacer lo que Lena le pedía. El torneo comenzaría en pocos días, y el miedo era algo que intentaba suprimir a toda costa. Pero cuando las luces de la ciudad se apagaban y ella estaba sola en su cama, los pensamientos sobre la muerte, la de su hermano y la suya propia, llenaban su mente.
Lena se acercó y la tomó del hombro, obligándola a mirarla directamente a los ojos.
—Eres fuerte, Nora. Más fuerte de lo que crees. No estás sola en esto, y no estás luchando solo por honor. Luchas por la vida de cada persona en esta ciudad. Cada niño, cada anciano, cada uno que aún cree que vale la pena vivir aquí. Cuando estés en ese torneo, recuerda eso. Recuerda por qué luchas.
Nora asintió de nuevo, y esta vez sintió algo diferente en su pecho. Una chispa. No era exactamente esperanza, pero era algo cercano. Era una promesa de que, al menos, haría todo lo posible para que el sacrificio de su hermano no hubiera sido en vano.
Capítulo 2: Despedidas y Decisiones
La luz del sol se filtraba a través de las grietas de la ventana de la pequeña casa de Nora, creando patrones de luz y sombra sobre la mesa de madera desgastada. El calor del día era aplastante, y el aire se sentía denso, como si la misma atmósfera estuviera compuesta de desesperanza. Nora observaba las motas de polvo flotando en el aire, recordándole los días en que el era feliz en su mundo aunque estuviese acabado, cuando jugaba junto a su hermano.
Se sentó en la cocina, con las manos entrelazadas, sintiendo el sudor acumulándose en su frente. La casa había sido su refugio, pero ahora, incluso sus paredes parecían opresivas. Miró a su alrededor, notando los dibujos que ella hizo hace algunos años desgastados en la pared, recordando en su mente viejos recuerdos como las sonrisas de días más felices, su hermano abrazándola, su madre sonriendo. Un nudo se formó en su garganta. Sabía que esa felicidad había desaparecido, aplastada bajo el peso de la brutal realidad que las ciudades enfrentaban en ese torneo donde se mataban solo para que su gente sobreviva tres años más, ¿cual era el verdadero sentido de todo esto?, más que morir y acabar con la vida de ocho inocentes personas
Isabel, su madre, entró a la habitación, su rostro marcado por la preocupación. Sus ojos estaban enrojecidos y hundidos, un claro reflejo de la angustia que sentía por la inminente separación. Se sentó frente a Nora, sus manos temblorosas se entrelazaron en su regazo, y su mirada se perdía en algún lugar lejos de esa cocina, como si estuviera buscando respuestas en un lugar que no existía.
—¿Cuándo se supone que debo irme?—preguntó Nora, sintiendo el peso de la pregunta en el aire.
—En tres días...—respondió Isabel, su voz un susurro tembloroso—. No puedo creer que esto esté pasando. No puedo... no puedo perderte también.
Nora sintió cómo la desesperación empezaba a apoderarse de ella. Su madre no había sido la misma desde que su hermano había sido seleccionado para el torneo hace tres años . Isabel había intentado ser fuerte, pero la tristeza se había convertido en su compañero constante. Nora se inclinó hacia adelante, colocando su mano sobre la de su madre, buscando consuelo.
—Voy a volver, mamá. Te lo prometo. Solo necesito pasar por esto. No dejaré que me maten.—
Isabel levantó la vista, y por un instante, el miedo y la tristeza en sus ojos se transformaron en determinación.
—No es solo eso, Nora. Lo que le pasó a tu hermano... No sé si puedo soportar perderte también. Estás tan... tan joven. Este torneo es una locura. ¿Por qué no podemos simplemente escapar de todo esto?—
Las palabras de su madre resonaban en su mente. Escapar. La idea de dejar todo atrás, de huir de la locura del torneo y de la ciudad, era tentadora. Pero la realidad de su situación era otra. Este mundo ya no ofrecía refugio, solo desolación.
—No podemos huir. Ellos nos encontrarán. El torneo es lo que tenemos. Solo quiero que sepas que lucharé con todas mis fuerzas.—
Isabel cubrió su rostro con las manos, y el sonido de sus sollozos llenó la habitación. Nora sintió que se le rompía el corazón al ver a su madre así.
—Quiero que sepas que estoy orgullosa de ti. Siempre lo he estado. Pero esto es... esto es diferente. No hay reglas, no hay compasión. Solo es un juego cruel.—
—Lo sé, mamá. Pero necesito tu apoyo. No puedo ir si solo sientes miedo por mí.—
Isabel asintió lentamente, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—Haré lo que pueda. Solo... prométeme que te cuidarás. Prométeme que no te arriesgarás innecesariamente.—
Nora sonrió débilmente, sintiendo una punzada de determinación.
—Lo prometo. Haré todo lo posible para que volvamos a estar juntas.—
Justo en ese momento, un golpe en la puerta interrumpió su conversación. Era Nolan, su mejor amigo y confidente. Desde que eran niños, habían compartido sus sueños y miedos, y siempre había estado a su lado. Nora se sintió aliviada al verlo, pero al mismo tiempo, la incertidumbre la invadió.
Nolan entró, su rostro serio, pero había una chispa de energía en sus ojos que lo hacía parecer más vivo que nunca. Llevaba una camiseta ajustada y pantalones desgastados, como si hubiera estado corriendo. Su energía era contagiosa, pero también inquietante. Nora podía sentir que algo estaba por cambiar.
—¿Cómo estás, Nora?—preguntó, aunque sabía que la respuesta no sería buena.
—Lo de siempre.—respondió ella, tratando de mantener la compostura.
Nolan se acercó a la mesa y se arrodilló frente a ella, sus ojos fijos en los de Nora.
—No tienes que hacer esto sola. Escucha, he estado pensando... podemos escapar. Juntos. Hay un lugar al norte, más allá de los límites de la ciudad, donde nadie nos encontrará. Podemos empezar de nuevo, vivir como queramos.—
Nora sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la idea. Nolan había sido su compañero de aventuras desde pequeños, pero esta propuesta era diferente.
—Nolan, lo que dices es arriesgado. Si nos atrapan, no solo perderíamos nuestras vidas, sino también a nuestras familias. No puedo hacerles eso a mamá y a papá.—
—Tu vida está en juego aquí.—insistió Nolan, apretando su mano—. ¿Qué valor tiene una ciudad que no ofrece más que muerte y deshonor? No deberías sacrificar tu vida por el capricho de otros. Podemos vivir libres. Yo... yo te mantendría.—
Nora se sintió abrumada por la oferta, pero al mismo tiempo, su mente se llenó de imágenes de su madre y su hogar.
—¿Mantenerme?—Nora se rió, pero su risa era amarga—. Nolan, no estoy buscando ser mantenida. No es eso lo que quiero.—
—Lo sé. Pero no tienes que hacerlo sola. Solo quiero que pienses en lo que podrías tener, lejos de todo esto. No hay reglas, no hay torneos. Solo tú y yo.—
Las palabras de Nolan resonaban en su mente, llenas de posibilidades. La idea de huir, de dejar atrás el torneo y las expectativas, era tentadora, pero también aterradora. Nora sabía que había demasiadas variables y que el riesgo podría ser demasiado grande.
—¿Y qué hay de nuestras familias? Deberíamos hablar con los demás, tal vez…—sugirió ella, aunque su voz se desvanecía ante la realidad de lo que eso implicaba.
—No. Esto es entre nosotros. Solo tú y yo. Nadie más tiene que saberlo. Antes de que te vayas, hagamos esto. No quiero que te pierdas, y no puedo soportar la idea de que te arriesgues por este torneo.—
La mirada de Nolan era intensa, y Nora sintió una conexión profunda. Sabía que él estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella, pero la verdad era que huir significaba dejar atrás a su madre y a su ciudad, todo lo que conocía y amaba. ¿Podría hacer eso?
—Déjame pensarlo,—dijo finalmente. —No sé si puedo tomar esa decisión ahora.—
Nolan se levantó, su rostro mostrando una mezcla de frustración y decepción.
—No puedes seguir pensando en ello. Tienes que tomar una decisión, Nora. El tiempo se está acabando.—
Nora sintió cómo el aire se volvía más denso entre ellos, como si la tensión se pudiera cortar con un cuchillo.
—Lo sé, pero no puedo simplemente... dejarlo todo atrás.—
—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a dejar que te elijan como una ficha en su juego?—su voz se elevó, y Nora notó el dolor en sus palabras.
—No estoy dispuesta a arriesgar todo lo que tengo por una posibilidad incierta.—respondió ella, su corazón latiendo con fuerza.
Nolan dio un paso atrás, sus ojos chispeando de rabia y decepción.
—No puedo creer que pienses así. Te están condenando, Nora. Esta es tu oportunidad de escapar. ¿Vas a quedarte aquí y esperar a que te maten?—
—No estoy esperando a que me maten. Estoy esperando a que llegue mi turno. Esta es mi ciudad, mi hogar. No puedo simplemente huir.—
Nolan apretó los dientes, y Nora vio la lucha interna en su rostro.
—Entonces, adiós, Nora.—dijo, su voz tensa—. Si prefieres quedarte aquí y esperar tu muerte, eso es cosa tuya. Pero no cuentes conmigo. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo como te dejas matar por esa gente que solo lo hace para divertirse .—
--Adiós, Nolan, agradezco que quieras ayudarme-- apenas pudo hablar Nora con su voz entrecortada --Espero vayas a despedirme a la salida en tres días debo de hacer esto --
Nora sintió un dolor profundo al escuchar esas palabras. Él estaba enojado, y tenía derecho a estarlo .
Llego el día de marcharse los dos días que había estado esperando que no llegaran, al final llego, ese día se levantó más temprano de lo habitual tomo toda su ración de agua del día de igual manera se iría sin saber, si saldría viva de ese lugar
Su madre que la miraba desde atrás, tenía sus ojos tan rojos y hinchados de tanto llorar, no pudo evitar llorar tan fuerte, lo hizo hasta quedar sin aliento mientras Nora sola la abrazaba y trababa de no decir nada más para que no fuera aun más difícil la despida.
Isabel permaneció un momento más en la puerta después de que Nora se fue, viendo cómo la silueta de su hija amada se perdía al doblar la esquina. El eco de sus pasos resonaba en la calle vacía, hasta que todo volvió a quedar en silencio. Un silencio roto solo por la brisa cálida que traía consigo el polvo y un soplo de melancolía.
Nora respiró profundo, sintiendo el peso de lo inevitable. Era tiempo de despedirse.
Bajó los escalones del porche lentamente, sus botas resonaban contra el cemento agrietado. Las calles estaban desiertas, salvo por alguna que otra figura esquelética, sombras de quienes alguna vez vivieron llenos de esperanza. Los edificios se erguían como fantasmas del pasado, la pintura descascarada, los cristales rotos y las señales oxidadas eran testigos de lo que la ciudad había sido antes de la ola de calor que devastó el mundo. Las tiendas y comercios, donde alguna vez la vida bullía, ahora estaban desmoronados, algunos saqueados y otros simplemente abandonados, consumidos por la resignación.
Nora caminaba con una sensación extraña, como si su cuerpo flotara pero sus pies estuvieran amarrados al suelo. Todo le parecía más real y, al mismo tiempo, más efímero. Sabía que quizá esta era la última vez que recorrería su hogar, la ciudad que la vio crecer y que ahora estaba a punto de decidir su destino en el torneo. Los rostros que se asomaban por las ventanas la miraban con una mezcla de respeto y compasión. Algunos incluso la saludaban con un leve asentimiento de cabeza.
Pasó por la plaza central, donde las fuentes estaban secas y la estatua de un antiguo líder se encontraba envuelta en telarañas. En el lugar donde antes se hacían mercados y fiestas populares, ahora solo había escombros y unos cuantos árboles marchitos, sobrevivientes tenaces del calor infernal. Los pájaros habían desaparecido hacía mucho, y el cielo siempre estaba teñido de un naranja tenue, como si el sol nunca terminara de ocultarse.
Siguió caminando hacia el parque donde solía jugar de niña. En la entrada, la verja oxidada crujía al viento, y las hamacas estaban inmóviles, colgando como esqueletos de un pasado alegre. Se sentó en un banco viejo, sintiendo el calor de la madera que había absorbido el sol ardiente. Cerró los ojos e intentó grabar en su mente cada detalle. Se esforzaba en recordar los sonidos que alguna vez llenaron ese lugar; las risas de los niños, las conversaciones de los padres, los ladridos de los perros. Ahora todo eso era un eco distante en su memoria.
—Te prometo que haré todo lo posible... —susurró al viento, como si las palabras fueran a alcanzar a todos los que dependían de ella. Pero en el fondo, sabía que no podía hacer promesas. En el torneo, nada estaba garantizado.
Cuando el sol comenzó a esconderse más allá del horizonte, Nora se puso de pie y siguió caminando. Cada paso se sentía como un adiós, una despedida de cada callejón, cada edificio que guardaba recuerdos de una vida que parecía muy lejana. El aire era pesado y denso, el calor persistía incluso cuando el sol desaparecía, y Nora podía sentirlo en sus pulmones. La desesperanza y el cansancio eran casi tangibles.
Finalmente, llegó al punto de encuentro. Un terreno baldío en las afueras de la ciudad, donde el viento levantaba polvo en pequeños torbellinos y la hierba seca crujía bajo sus pies. A lo lejos, un rugido mecánico comenzó a hacerse presente. Nora entrecerró los ojos, tratando de distinguir la figura del avión. Era un viejo modelo, un vestigio de la tecnología de antes de la devastación, con el metal cubierto de óxido y las hélices luchando por mantenerse girando. La aeronave se tambaleaba en el aire mientras descendía, como un pájaro cansado que apenas podía volar.
El avión aterrizó con un golpe seco y el ruido ensordecedor llenó el ambiente. La puerta lateral se abrió con un rechinar, y un hombre uniformado, con la cara oculta tras unas gafas oscuras y una máscara que lo protegía del polvo, hizo una señal a Nora. Ella asintió, tomando una última mirada hacia su ciudad. Era una imagen que quería mantener grabada para siempre en su mente, el último vestigio de su hogar, incluso si el futuro que le esperaba era incierto y posiblemente trágico.
Nora dio un paso adelante, y luego otro, hasta que comenzó a subir las escalerillas del avión. Cada escalón crujía, el metal vibraba bajo sus pies, y con cada paso sentía el peso de las expectativas de todos los que dejaba atrás. Tan pronto como puso un pie dentro del avión, un murmullo lejano comenzó a alzarse.
Nora se giró, mirando desde la puerta abierta del avión. Desde cada rincón de la ciudad, hombres, mujeres y niños salían de sus casas. Los rostros estaban marcados por la fatiga y la tristeza, pero sus voces alzaban un grito que resonaba en el terreno baldío, un grito unificado:
—¡Por honor! ¡Por la ciudad!
El eco de las voces llenó el aire, cargado de una mezcla de dolor, esperanza y desesperación. Nora se mordió el labio, tratando de no dejarse llevar por la emoción. Aquellas voces eran un recordatorio de lo que estaba en juego. Eran sus vidas, sus hogares, todo lo que conocían. Aunque era solo una, sentía el peso de todos los que la observaban, los que depositaban su esperanza en ella.
Nora levantó la mano, saludando a todos desde la puerta del avión. No necesitaba palabras. Apretó los labios con determinación y, con el corazón latiendo con fuerza, se giró para entrar al avión. La puerta se cerró detrás de ella con un estruendo metálico, sellando el destino de Nora.
Dentro del avión, el ambiente era opresivo. El aire estaba viciado, una mezcla de calor y olor a combustible. Los asientos eran duros, forrados en cuero rasgado, y las ventanas pequeñas permitían ver el paisaje desolador mientras el avión se elevaba nuevamente.
Nora se dejó caer en uno de los asientos y cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su mente. Podía escuchar el rugido del motor y el zumbido de las hélices mientras el avión se alejaba de su ciudad. Era como si un peso enorme se hubiera colocado sobre sus hombros, una presión que solo crecería mientras se acercaba al torneo. Se preguntó si habría una manera de regresar, si el esfuerzo y el sacrificio tendrían algún sentido al final. Pero, por ahora, todo lo que podía hacer era seguir adelante.
La vista desde la ventanilla era desoladora. Las tierras secas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, interrumpidas solo por montañas escarpadas y los restos de lo que parecían ser bosques carbonizados. Nora apoyó la frente en el vidrio, sintiendo el leve temblor del avión bajo su piel. Su mente volvió a la conversación con Nolan, a su oferta de huir juntos.
—Si tan solo fuera tan fácil... —susurró para sí misma, mientras el avión se alejaba más y más, llevándola hacia lo desconocido, hacia un destino del cual no estaba segura si regresaría.
Las luces en el interior del avión parpadearon por un instante, y Nora sintió una punzada de ansiedad. Pero cerró los ojos y respiró profundo. Había tomado su decisión, y no había vuelta atrás.
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