La mano de Fafner temblaba ligeramente, era una sensación perturbadora que lo llenaba de inseguridad, un recordatorio constante de lo que había dejado atrás, sin embargo, sus hombres confiaban en él, no sólo en sus capacidades como tirador y combatiente, sino como su líder, por lo que no se podía dar el lujo de dudar. La situación podría parecer complicada, sin embargo, no era la primera vez que se encontraban entre fuego cruzado, pero sí era la primera vez en años que se volvía a encontrar con aquel grupo de mercenarios compuesto por dragones renegados, y parecía que habían engrosado sus filas con un par de demonios; por lo que alcanzaba a percibir, se trataba de uno de rango bajo y otro de un rango medio, con una magia bastante molesta que inevitablemente le traía recuerdos que en un momento como ese no necesitaba, por lo que lo mejor era evitarlos, después de todo, su misión sólo consistía en sacar de ese lugar a los rehenes.
Fue entonces que dejó escapar todo el aire de sus pulmones y se permitió, por un instante, alejarse del caos en el que se convertía su mente cada vez que los recuerdos lo asaltaban; apartarse de todo por un instante al tiempo que permitía que la cálida sensación de aquel pequeño frasco que siempre llevaba colgado al cuello lo envolvía, reconfortándolo lo suficiente como para permitirle alcanzar un nuevo nivel de concentración. Esa era su oportunidad para concluir el rescate, amparados por la oscuridad de la noche sin luna, ellos debían aprovechar, salir del área de conflicto con su valiosa carga, y así dar por terminada aquella misión desventajosa. Entonces Fafner tomó aire, centrándose en su objetivo, se dispuso a ejecutar su encargo lo antes posible. El dragón sólo necesitó un disparo limpio por cada uno de los vigías para despejar el área; los tiros habían sido perfectos, impactando directo en la zona indicada del pulmón de aquellos hombres, usando balas imbuidas de su aura congelante, evitaba que sus victimas hicieran un sólo sonido.
Y cuando todo parecía estar saliendo exactamente cómo lo habían planeado; una extracción limpia, sin enfrentamientos innecesarios, y por lo tanto sin bajas en su equipo y con mínimas perdidas en el bando contrario; entonces sufrieron una emboscada. Los mercenarios del grupo de renegados, intentando hacerse con su carga, para, seguramente pedir un mayor rescate, habían hecho su movimiento. Los habían seguido usando la magia de los demonios, que era lo suficientemente sutil y precisa para no ser detectada o anulada por ellos; por lo que estando a un par de kilómetros de la zona de extracción, habían sido atacados con un misil anti tanques que, de no ser dragones, los habría matado a todos. Fafner entonces comprendió que el objetivo no necesariamente debía estar vivo para que esos despreciables pudieran obtener su dinero.
En ese momento Fafner liberó su aura, creando con ella una armadura helada que resplandecía en medio de la oscuridad de la noche, al tiempo que redujo la intensidad de la explosión, permitiendo a el resto de su equipo que se concentraran en proteger a los rehenes. Fue entonces que Fafner desenfundó sus armas, él cubriría la retirada, el helicóptero ya los esperaba en la zona de extracción y sólo necesitaban unos minutos para llegar ahí. Gracias a su puntería perfecta, el dragón de hielo logró mantenerlos a raya, hasta que la extracción de los rehenes terminó. Pero justo cuando el helicóptero que usarían para marcharse; el resto de sus los hombres que aún lo ayudaban a cubrir la retirada y él, estaba llegando, una presencia escalofriante que había permanecido observando a distancia, se materializó frente a él, tomándolo del cuello.
La horrible visión de pesadilla que tenía ante él, con unos ojos de un rojo apagado, que lo observaban como si se tratara de su cena, lejos de llenarlo de miedo, lo hicieron sentir una nostalgia que le pareció infinita, disparando en su memoria el recuerdo de aquel fatídico primer encuentro; descolocando enseguida al monstruo que tenía frente a él. De nuevo Fafner activó su aura; congelando de inmediato las extremidades de aquel demonio, que al instante siguiente fueron reventadas como frágil cristal, por el mismo dragón, la criatura en respuesta, lanzaba alaridos desesperados que distaban mucho del sonido que había esperado escuchar.
—Es decepcionante—dijo casi en un susurro —No sé por qué, por un instante, llegué a pensar que te podrías parecer a él— la insatisfacción en su voz les resultó más aterradora a los presentes que la presencia del demonio de bajo rango que se retorcía bajo las botas de aquel dragón.
Entonces una voz chirriante resonó en la oscuridad —Ninguno de los nuestros puede parecerse a nuestro Príncipe— de la oscuridad emergió un ser andrógino, de rasgos suaves, delgado y con ojos mucho más brillantes que la criatura que aún seguía llorando en el piso, pero no eran como los ojos que Fafner deseaba ver —Somos de la misma especie, pero él siempre será superior— el recién llegado seguía avanzando hacia el dragón que ya se encontraba en guardia, sin embargo, el recién llegado se detuvo a una distancia prudente.
—Tú… ¿De qué estás hablando?— cuestionó Fafner.
—Puedo sentir un rastro de su presencia en ti, y llevas su bendición colgando del cuello— la escalofriante voz parecía haber adquirido una nota de admiración que sólo logró hacer sentir todavía más frustrado al dragón —No fue nuestra intención ofender al dragón del Príncipe Exiliado, pido disculpas, en éste momento nos retiraremos— y sin perder de vista a Fafner se agachó para recoger a su compañero herido que ya había dejado de llorar.
—¡Oye traidor! ¡¿Quién te crees para tratar de abandonarnos?!— gritó uno de los dragones renegados que ahora apunta su arma directamente a la cabeza de aquel desconocido —Tú y yo hicimos un trato y debes de obedecer.
—¡Cállate!— el tono del demonio de nivel medio fue más grave y bajo que antes, pero estaba teñido de una profunda frialdad —Eres una basura que ni siquiera se ha dado cuenta que no tenía ninguna oportunidad, estas comenzando a dejar de ser divertido— apenas dijo esto, el dragón renegado que había hablado, comenzó a atragantarse con su propia sangre, para caer al suelo inconsciente —Una disculpa, por la insolencia, le aseguro que en el futuro algo como esto no se repetirá— Fafner sólo se limitó a asentir ante las palabras de aquel demonio al que no terminaba de entender —Permítame darle un consejo, no debería estar tan lejos de su benefactor, puede que usted sea muy fuerte, pero eso no significa que deba estar lejos de la protección del Príncipe, puede llegar a ser más peligroso de lo que imagina, para ambos.
Y antes de que Fafner pudiera preguntar algo, aquella criatura desapareció del lugar junto con todos los dragones renegados que los perseguían, permitiéndole a él y su equipo terminar la misión de forma tranquila y sin ninguna baja en sus filas, sin embargo, la cabeza y el corazón de Fafner ahora se encontraban en un torbellino de preguntas y recuerdos que lo atormentaría por días.
Desde que Fafner había abandonado el departamento de Lugus, había estado viajando constantemente por todo el Antiguo Continente. Mudándose sin descanso; de país en país, de hotel en hotel. En un inicio, cuando recién había llegado a su viejo hogar, la casa de su infancia le pareció reconfortante, a pesar de que no podía descansar del todo por las noches, la nostalgia de aquel lugar, infestado de los recuerdos de su familia, podía acallar la abrumadora añoranza que lo había estado persiguiendo desde el primer momento que puso un pie fuera de aquel pequeño apartamento, con la intención de no regresar nunca.
Sin embargo, no importaba cuantas veces al día se repitiera que su decisión era la correcta, que permanecer junto a aquel enigmático ser sólo le traería dolor a todos, en el fondo de su corazón, no terminaba de creerlo. Fue por eso que en cuanto tuvo la oportunidad, Fafner retomó su antiguo trabajo como líder de un equipo paramilitar de misiones especiales. Era la única forma de mantener esos pensamientos intrusivos, que se empeñaban en recordarle aquello que había dejado atrás, a raya; sustituyendo todo ese dolor y anhelo, por una gran cantidad de violencia y adrenalina. Pero justo ahora, después de que aquella desventajosa misión, su mente lo volvía a torturar, con un remolino de recuerdos que lo sumergían de nuevo en una melancolía infinita que lo hacía añorar a su demonio peor que nunca.
—Sé que escuchaste todo— la voz de Dracul se hizo presente a través de la oleada de recuerdos y pensamientos confusos que lo atormentaban desde aquel enfrentamiento —Toma son tuyas— le había dicho mientras le entregaba aquel frasco con pequeñas perlas rojas —Nuestras lágrimas son una panacea, aún así, no creo que eliminen su veneno, como él dijo; es una maldición y eso no tiene cura, pero te ayudarán a recuperar tu poder casi a su estado original— al recordar esto el dragón se aferró al frasco con ambas manos, con la esperanza de que aquella cálida energía que desprendían lo ayudara a calmar sus anhelos…
Fafner había pensado en aquel momento, que las lágrimas de su hermoso Taranis eran una muestra del dolor que podrían llegar a causarse mutuamente si continuaban juntos, pero aquella criatura que acababan de conocer había dicho que eran una bendición de su príncipe, y es que él siempre había omitido que su demonio no era un simple mestizo, sino que era el único hijo biológico del Rey del Infierno, en ese momento él no pudo evitar sentirse terriblemente agotado, ya llevaba meses soportando aquella terrible distancia, viéndose tentado a tomar una de aquellas milagrosas perlas, pero la simple idea de que al hacerlo perdería una porción de la esencia de aquel a quien extrañaba, que al tomarlo se estaría alimentando de su dolor, lo hizo regresar aquel frasco a su lugar.
—Entre más rápido te recuperes, más rápido podrás marcharte y menos sufrirá con tu partida— volvió a resonar la voz de Dracul en su cabeza, superponiéndose a la maraña de pensamientos y recuerdos que lo atormentaban, haciéndolo cuestionarse si su partida podría haberle causado dolor a Taranis. ¿A caso era posible que aquel despreocupado demonio, que parecía confundir la realidad con un drama televisivo, pudiera sufrir de alguna forma por su ausencia? Fafner pensaba que no, y que seguramente su partida había sido superada de inmediato, mientras él se torturaba así mismo sumido en sus recuerdos.
—Al menos que estés dispuesto a quedarte con él por toda la eternidad, es mejor que te vayas lo antes posible— esa última parte de aquella extraña conversación, que a su perecer tenía tintes de advertencia, había sido pasada por alto en múltiples ocasiones, pero justo ahora, agotado y hundido completamente en su añoranza, Fafner se había comenzado a plantear aquella posibilidad; después de todo, Taranis era muy divertido y Fafner estaba seguro que su larga vida sería mucho más gratificante en compañía de alguien tan contradictorio como lo era aquel demonio, en lugar de permanecer sólo y sumergido en una añoranza sin remedio, como lo había venido haciendo hasta ese momento. Sin embargo, no sabía si era su orgullo o su cobardía, los que le impedían emitir la orden de volver a casa, para que en su lugar siguiera aceptando misiones cada vez más peligrosas…
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—Disculpe la interrupción— Rodrigo, el lugarteniente de Fafner y su confidente, se acercó con cautela a su señor, durante los últimos meses había sido únicamente un testigo del paulatino deterioro de su amo, y desde su punto de vista, todo era debido a una serie de infortunios, por los cuales Fafner había terminado envenenado por aquel demonio, pero también tenía que reconocer los esfuerzos del señor Lugus para, no solo revertir el daño, sino sanarlo; física, mental y anímicamente. Sin embargo no podía entender porque en lugar de tomar la mano de aquel demonio, que hasta donde él entendía, siempre había sido genuinamente generoso con su amo, en cambio, ahora se encontraba sólo, lejos de los suyos y sufriendo precisamente por aquella abrupta separación.
—Está bien, ¿qué se te ofrece?— Le respondió el dragón sin mucho ánimo de conversar.
—Si me permite el atrevimiento— dudo por un momento el Wyvern, sin embargo el silencio de Fafner lo alentó a continuar —Creo que ya es tiempo de regresar con su familia al Nuevo Continente…
—¿Por qué lo dices?— lo cuestionó Fafner con un tono aletargado, casi desinteresado en la sugerencia de su lugarteniente.
—Yo lo considero, más que como mi amo, como un amigo, y para mí es muy evidente que usted desea regresar, y más aún, lo necesita, el señor Lugus advirtió muc…
—Estoy bien… Yo no creo…
—Señor, disculpe que lo contradiga— Rodrigo se apresuró a cortar cualquier pretexto o escusa que Fafner estuviera a punto de inventarse —En verdad todos los hombres se encuentran muy preocupados por su condición, su semblante ha comenzado a verse cada vez más enfermo, y usted continua negándose a tomar la panacea, sin mencionar que posiblemente ese demonio y su familia lo podrían estar necesitando en éste momento.
—¿A qué te refieres con que Taranis y mi familia podrían necesitarme?
—Me he mantenido en comunicación con los Wyvern que sirven a sus hermanos— Rodrigo sabía que en ese momento estaba confesando su propia desobediencia, ya que Fafner, desde su partida, había ordenado no tener comunicación con nadie de su familia, sin embargo, él, como su amigo, veía esta decisión como el error que era, y no estaba dispuesto dejar a Fafner cometerlo —He sabido que la condición de la señora Libelle no es buena, debido a esto, el señor Lugus; como su tío, ha asumido la carga y riesgo de sus cuidados. Desconozco los detalles de lo que está ocurriendo, pero por lo que me informaron, la situación se ha vuelto crítica.
—Los ajuares que estas preparando son verdaderamente hermosos— la voz entusiasta de Melly interrumpió el silencio que se había extendido en el lugar hasta llegar a sentirse incomodo —Los bebés se verán encantadores con esta ropita, ¿no crees hermano?..
—Claro que sí— de inmediato la mirada perdida y la expresión de angustia desapareció del rostro de Ejder —Ellos se verán hermosos con cualquier cosa que se pongan, porque se van a parecer a su hermosa madre— declaró con total cinismo y una mirada de amor infinito, al tiempo que tomaba una de las manos de su mujer para ponérsela en su propia mejilla. Sentir su cálido tacto era el mejor tranquilizante que existía para él en esos momentos.
—Assh, eres un adulador, yo estoy hablando de las maravillosas creaciones de tu mujer…
—Melly, no lo regañes— reprendió Libelle a su cuñada, al tiempo que tiraba suavemente de su esposo para besarlo con ternura. Esa era la señal que indicaba a todos los presentes que la parejita deseaba su propio espacio y era momento de salir del lugar.
Lo que siguió a continuación era una pequeña rutina que habían estado manteniendo desde que se había descubierto el embarazo gemelar de Libelle. Debido a que los médicos humanos no podían hacer mucho por la salud de su milagro, Lugus había tomado en sus manos el tratamiento de su sobrina, él la amaba, quizás más que a todos los demás, ya que no sólo la amaba como parte de su familia, sino que la amaba por ser la única criatura viva que en lugar de ser perjudicada por su poder maldito, necesitaba de él. Ella había sido el primer ser vivo que lo había visto transformado y no había gritado llena de horror, ni tratado de huir; ella era la primera persona que había sentido la aberrante energía maldita que emanaba de él y que le había sonreído en respuesta, por eso, Libelle era el milagro de Lugus, porque gracias a ella él se había permitido acercarse a todos los demás hijos de su hermano, sin miedo de hacerles daño, gracias a que ella en ese momento lo necesitó, él no huyó y se dio el permiso de disfrutar del amor de su familia, algo que había anhelado toda su vida.
Por eso, en el momento en que el diagnostico de los médicos confirmó que muy pronto no podrían seguir escapando de su triste destino, él se acercó a ella dispuesto a cumplirle cualquier deseo.
—Tío… ¿Tú podrías ayudarme a que mis bebés nazcan saludables?..
Su petición ya no era la de su niña; era la de una madre, por lo que desde ese momento lo único en lo que pudo centrarse era en ayudar a su pequeña a lograr su sueño, sin importar lo que costara. Gracias a algunas conexiones que había hecho a lo largo de los siglos, logró encontrar el paradero de un viejo libro demoniaco, en realidad el “Libro Maldito”, como los humanos lo habían calificado, era uno de los pocos ejemplares disponibles en el mundo humano, que habían logrado sobrevivir a la terrible purga que había efectuado la “Santa Inquisición”. Sin embargo, lejos de lo que los humanos creían, era un libro de medicina, una medicina muy particular, porque era la medicina que solían usar los demonios.
Los demonios no se enfermaban, por lo menos no los de demonios puros, ya que su cuerpo está formado por una condensación de espíritu, alma y voluntad; por lo que siendo estrictos, ellos son el eslabón entre los seres espirituales y los seres vivos; pero a los demonios les gustaba estudiar y aprender de las criaturas biológicas, y existían muchos de ellos que se habían encariñado con los frágiles seres vivos, y por ello habían creado la medicina demoníaca, que aunque podría ser peligrosa, solía ser muy efectiva, en especial en casos desesperados.
Pero como todo milagro, éste requería de dar algo a cambio, y así como la creación de las panaceas, que necesitaban del sincero y desinteresado dolor emocional del creador, condensado en una lágrima. Medicinas más avanzadas, que pretendían lograran reparar un poco el daño causado por un tormento tan devastador como lo era la Maldición Lanira, requerían de un mayor tributo, por lo que era necesario ofrendar algo más que un sencillo sentimiento. En un principio se ofreció Dracul, como el padre de Libelle, a dar lo que se necesitara, pero debido a que Lugus, por ser mestizo, contaba con mayores características de un ser vivo, que un demonio puro como lo era su hermano, él era el más indicado para entregar parte de su energía, garantizando de esa forma una mayor eficacia que se traducía en más tiempo para su sobrina… Después de todo, para preservar mejor el equilibrio, lo justo era dar vida por vida, y dado que su tiempo parecía ser infinito, a Lugus no le molestaba dar algo del suyo, sin embargo, eso lo debilitaba, por lo que para que su pequeña no se mortificara, la rutina consistía en que Ejder y Melly la distrajeran, mientras sus sobrinos lo ayudaban a salir de ahí.
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—¿Cómo te sientes tío?— preguntó Boreas, mientras ayudaba a acomodar las piernas del demonio en su cama y lo arropaba como en el pasado lo hiciera su tío con ellos, un gesto cariñoso que en un principio avergonzaba a Lugus, pero que al pasar los meses había aprendido a apreciar.
—Como si un auto pequeño me hubiera pasado por encima— el entumecimiento doloroso no se podía calificar como la tortura que se describía en el libro, aun así, lo dejaba sin poder caminar cerca de una hora y su cuerpo llegaba a quedar debilitado casi por tres horas, sin embargo, pasado éste tiempo, para Lugus era como si nada hubiese ocurrido, por lo que desde su punto de vista, sólo ameritaba calificarlo como una molestia.
—¿Un auto pequeño?— preguntó extrañado su sobrino, la analogía era nueva o quizás no prestaba suficiente atención debido a la preocupación, Boreas en realidad no podía estar seguro; detestaba esa extraña intuición que le decía que su tío estaba soportando más de lo que cualquiera de ellos pudiera hacerlo, en especial porque, al final, las ganancias eran tan escasas, ya que el destino de su hermanita aún permanecía sin cambios.
—Sí, no es tan molesto como un enorme camión— trató de bromear Lugus, pero su voz enronquecida, junto con la cadencia aletargada que adquiría después del ritual, no le ayudaban —Pero de cualquier forma me deja tirado un buen rato...
—Entiendo— Caerus suspiró —¿Necesitas que te prepare algo para ayudarte?..
—No, sólo hagan que Woden deje de mirarme con pena— dijo con un tono que le daba una apariencia más frágil de la que él hubiera deseado mostrar —Denle un dulce a su hermano… y explíquenle que estoy bien...— las últimas palabras las pronunció arrastrando un poco las silabas, el cansancio era demasiado y necesitaba cerrar los ojos por lo menos una hora antes de ser medianamente funcional.
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