El cielo estaba nublado esa mañana, como si presintiera lo que estaba a punto de ocurrir. Michaelis, una joven de cabello oscuro y ojos de un profundo azul, caminaba por las calles de su pequeño pueblo con una mezcla de calma y tensión. Cada paso que daba sobre el pavimento húmedo de la ciudad parecía resonar con una intensidad que solo ella podía percibir. Las calles, a pesar de estar llenas de vida, parecían vacías para ella, como si un velo invisible separara su realidad de la de los demás.
Michaelis no era como las demás chicas de su edad. En sus dieciocho años, había aprendido a vivir una mentira que se había convertido en una prisión. En realidad, su verdadero nombre era Enzo, y no era una chica común; era el hijo menor del Diablo, una verdad tan sombría que apenas podía aceptar. Había sido enviado a la Tierra bajo la identidad de Michaelis para cumplir una misión que él mismo desconocía por completo. Los primeros signos de que su vida en la Tierra estaba llegando a su fin comenzaban a manifestarse, y con ellos, una creciente sensación de inquietud.
La rutina diaria de Michaelis consistía en caminar hacia la escuela, asistir a clases y tratar de mezclarse con sus compañeros, pero el peso de su verdadero ser era una carga constante. En su mente, la ciudad se transformaba en un laberinto de ilusiones, donde cada rincón le recordaba lo que debía ocultar. La sensación de ser diferente, de estar fuera de lugar, era una constante en su vida, pero había aprendido a controlar esta sensación con habilidad.
Al llegar a la escuela, Michaelis saludó con una sonrisa ligera, un gesto que había perfeccionado para enmascarar su verdadera identidad. Los pasillos estaban llenos de estudiantes conversando animadamente, y ella se movió entre ellos con una gracia que había adquirido con el tiempo. Cada saludo y cada interacción eran una actuación meticulosamente ensayada. Las miradas curiosas de sus compañeros no la molestaban; en realidad, le servían como recordatorio de lo que debía ocultar.
La campana de la escuela sonó, marcando el inicio de las clases. Michaelis se dirigió a su aula, donde tomó asiento en un rincón de la sala. La clase comenzó con el murmullo familiar de los estudiantes acomodándose y los profesores dando sus introducciones. Sin embargo, esa mañana, algo era diferente. A medida que el profesor hablaba sobre literatura inglesa, Michaelis sintió una presencia inusual, como si un peso invisible se hubiera asentado sobre sus hombros.
Un frío inesperado recorrió su cuerpo, un frío que no provenía del ambiente, sino de algo mucho más profundo. El aire en el aula se volvió denso y cargado, y Michaelis sintió que el tiempo se desvanecía. Los murmullos de sus compañeros se convirtieron en ecos lejanos, y el mundo a su alrededor parecía desdibujarse. Cerró los ojos, tratando de centrarse, pero la sensación persistía.
"Enzo..." escuchó susurrar una voz, tan baja que solo él podía escucharla. El sonido era etéreo, como un susurro que atravesaba el velo entre dos mundos. Michaelis miró a su alrededor, buscando el origen de la voz, pero todo parecía normal. Sus compañeros seguían con la clase, absortos en sus propios mundos. El frío se intensificó, y Michaelis sintió que su corazón latía con una velocidad frenética.
La campana que indicaba el final de la clase sonó, y Michaelis salió al pasillo, tratando de sacudirse la sensación inquietante. Mientras se dirigía a su casillero, sus pensamientos estaban en caos. La voz había sido clara, y la sensación de desconexión había sido abrumadora. Su mente volvía a la visión del Inframundo que había tenido la noche anterior, un lugar oscuro y tumultuoso que parecía reclamar su presencia.
Al llegar a su casillero, se encontró con Adrian, un chico de cabello castaño y ojos intensamente verdes, que se acercaba con una sonrisa tímida. Aunque Michaelis nunca había hablado con él, había algo en su presencia que la inquietaba. Adrian se detuvo frente a ella, sus ojos reflejando una curiosidad que Michaelis no podía ignorar.
"Hola, Michaelis, ¿verdad?" preguntó Adrian, su voz suave y amistosa.
"Sí... tú eres Adrian, ¿cierto?" respondió ella, intentando sonar natural, aunque su corazón latía más rápido de lo habitual.
"Así es. Solo quería... bueno, sé que suena raro, pero siento que ya te conocía de antes. Como si nos hubiéramos encontrado en algún lugar." La expresión de Adrian era sincera, y su mirada intensa parecía ver más allá de la superficie.
Michaelis forzó una sonrisa. "No sé de qué hablas, pero... es un placer conocerte."
Adrian asintió, aunque sus ojos seguían fijos en los de ella. "Solo tenía la sensación de que había algo... especial en ti. No sé cómo explicarlo."
Michaelis sintió un nudo en el estómago. Esa conexión que Adrian describía era imposible, o al menos, eso quería creer. Nadie conocía su verdadero ser, y la idea de que alguien pudiera ver más allá de su fachada era inquietante. A pesar de su preocupación, una parte de ella se sintió atraída por la honestidad en los ojos de Adrian.
El resto del día transcurrió en un torbellino de pensamientos y emociones. Michaelis trató de concentrarse en sus clases, pero su mente seguía regresando a la conversación con Adrian y a la misteriosa voz que había escuchado. La noche cayó, y Michaelis se encontró en su habitación, tratando de relajarse antes de dormir.
Mientras intentaba encontrar paz en la oscuridad de su cuarto, los susurros volvieron, pero esta vez, más intensos y urgentes. El cuarto estaba en penumbra, con solo la luz de la luna filtrándose a través de las cortinas. Michaelis se recostó en la cama, pero no pudo evitar que su mente volviera a las visiones del Inframundo.
"Es hora de regresar, Enzo... el Inframundo te llama..."
Michaelis se levantó de golpe, sudando frío. La visión del Inframundo se materializó en su mente: un paisaje desolado, teñido de rojo y lleno de sombras que se movían como espectros entre gritos desgarradores. El aire estaba cargado de una energía opresiva, y una presencia oscura parecía observarla desde las profundidades. El Inframundo, su verdadero hogar, estaba reclamando lo que era suyo.
"Enzo..." susurró de nuevo la voz, más fuerte esta vez, y Michaelis supo que no podía ignorarla por más tiempo. La realidad y el sueño se mezclaban, dejándola atrapada entre dos mundos, ambos reclamando su atención. En ese momento, entendió que su vida en la Tierra estaba a punto de cambiar irrevocablemente.
El sol se alzaba en el horizonte, bañando el pequeño pueblo en un resplandor dorado que parecía contrastar con la oscuridad que Michaelis sentía en su interior. A pesar del día radiante, ella se levantó con una sensación de incomodidad. Las visiones del Inframundo habían dejado una marca indeleble en su mente, y la sensación de que algo estaba a punto de suceder la acompañaba como una sombra persistente.
Michaelis se preparó para el día con la misma rutina de siempre, pero los movimientos se sentían pesados, como si estuviera arrastrando un peso invisible. A pesar de sus esfuerzos por actuar con normalidad, la inquietud la seguía como un fantasma. Se miró en el espejo, notando la palidez en sus mejillas y el brillo inquietante en sus ojos. ¿Estaba simplemente cansada o había algo más profundo ocurriendo?
Cuando llegó a la escuela, el bullicio habitual de los pasillos y las risas de los estudiantes parecía una cortina de humo que ocultaba la realidad. Michaelis caminó entre sus compañeros con una sonrisa forzada, tratando de mantener la apariencia de normalidad. A pesar de los esfuerzos, no podía sacudirse la sensación de que algo importante estaba a punto de cambiar.
En la primera clase del día, la profesora estaba hablando sobre la historia local, pero Michaelis tenía problemas para concentrarse. Cada palabra de la profesora parecía ser un eco distante, mientras su mente vagaba hacia el inquietante susurro que había escuchado la noche anterior. La clase avanzaba sin que ella pudiera participar activamente, y la sensación de ansiedad se intensificaba.
El timbre indicó el final de la primera clase, y Michaelis se dirigió a su casillero. Mientras manipulaba la combinación de su candado, una sensación de frío la envolvió, similar a la que había experimentado antes. Miró alrededor, buscando el origen del escalofrío, pero el pasillo estaba lleno de estudiantes que iban y venían sin prestar atención a su incomodidad.
De repente, una serie de flashes de luz azulada comenzaron a danzar en su visión periférica. Eran como relámpagos intermitentes, y Michaelis sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Instintivamente, cerró los ojos y se aferró al casillero, intentando mantenerse en pie. El destello de luz se desvaneció tan repentinamente como había aparecido, y Michaelis se encontró temblando.
“¿Estás bien?” La voz era familiar. Michaelis levantó la vista para encontrar a Adrian, quien estaba parado a pocos pasos de ella con una expresión preocupada. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que parecía penetrar en su alma.
“Sí, solo un poco mareada,” mintió Michaelis, tratando de recuperar la compostura. “No es nada.”
Adrian la miró con escepticismo, pero no insistió. “Tienes que tener cuidado. A veces las cosas no son lo que parecen.”
Michaelis sintió una oleada de confusión. ¿Cómo sabía Adrian que algo estaba mal? Decidió no comentar más al respecto y cambiar de tema. “¿Necesitas algo?”
“En realidad, sí. Estoy organizando un grupo para un proyecto de historia, y pensé que podría interesarte unirte,” dijo Adrian con una sonrisa amigable. “Nos reuniremos después de la escuela para trabajar en ello.”
Michaelis dudó por un momento, pero la oferta parecía una buena distracción de sus problemas actuales. Aceptó, y Adrian asintió antes de irse.
El resto del día pasó lentamente. Michaelis trató de concentrarse en sus clases, pero cada vez que se distraía, la visión de los destellos azules regresaba. La sensación de que algo estaba a punto de ocurrir se hacía cada vez más intensa, y su preocupación crecía.
Cuando la última clase terminó, Michaelis se dirigió al lugar donde había acordado encontrarse con Adrian y el grupo. El sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo con tonos naranja y rosa. La biblioteca, un refugio tranquilo dentro del bullicio escolar, estaba casi vacía.
Adrian estaba allí, esperando, junto con dos compañeros de clase: Lila, una chica de cabello rizado y una actitud vivaz, y Tomás, un joven de cabello rubio y una expresión reservada. Los tres estaban rodeados de libros y papeles esparcidos por una mesa.
“Hola, Michaelis,” saludó Adrian con una sonrisa. “Llegaste justo a tiempo.”
Michaelis se acercó a la mesa, donde Lila y Tomás le hicieron un gesto para que se sentara. Empezaron a trabajar en el proyecto, pero Michaelis tenía dificultades para concentrarse. La conversación giraba en torno a los eventos históricos locales, pero su mente no podía evitar vagar hacia las visiones y el extraño poder que había sentido.
De repente, mientras Michaelis hojeaba un libro, sintió una oleada de energía que la hizo casi caer de la silla. Miró alrededor, esperando que nadie notara su reacción, pero Lila y Tomás estaban absortos en una discusión sobre el contenido del libro.
“¿Te pasa algo?” preguntó Adrian, su voz bajando en un tono de preocupación. “Pareces distraída.”
“Solo un poco cansada,” respondió Michaelis, intentando restarle importancia. “He tenido un día largo.”
Adrian la miró con atención, pero no insistió. Continuaron trabajando en el proyecto, y a medida que la noche avanzaba, la sensación de que algo estaba a punto de suceder se hacía más apremiante.
Finalmente, el grupo terminó el trabajo y se preparó para irse. Michaelis se despidió de Adrian y de los demás, agradeciendo la oportunidad de distraerse un poco. Mientras salía de la biblioteca, sintió un escalofrío que la hizo detenerse en seco. El aire parecía volverse más frío a su alrededor, y la visión de los destellos azules volvió a su mente.
“Michaelis,” dijo una voz familiar detrás de ella. Michaelis se giró para ver a Adrian, que se acercaba con una expresión seria. “Podemos hablar un momento?”
Michaelis asintió, y ambos se dirigieron a un rincón tranquilo del pasillo. La luz de los pasillos apenas iluminaba el lugar, y la atmósfera se cargaba con una sensación de misterio.
“¿Qué sucede?” preguntó Michaelis, tratando de ocultar su inquietud.
Adrian la miró con intensidad. “No quiero asustarte, pero he notado algo extraño en ti. La forma en que te comportas... hay algo diferente. ¿Estás segura de que todo está bien?”
Michaelis sintió un nudo en el estómago. No podía revelar su verdadera identidad, pero la preocupación en los ojos de Adrian la hizo dudar. “No sé de qué hablas. Solo he tenido un día complicado.”
“Quizás estoy equivocándome,” dijo Adrian, su expresión suave pero persistente. “Pero me preocupa que estés pasando por algo que no puedes controlar. Si necesitas hablar o ayuda, estoy aquí.”
Michaelis se sintió conmovida por la oferta sincera, pero sabía que debía mantener su secreto. “Agradezco tu preocupación, Adrian. De verdad. Pero estoy bien. Solo necesito descansar.”
Adrian asintió, aunque su expresión mostraba preocupación. “Está bien. Solo recuerda que no estás sola.”
Michaelis se despidió de Adrian y salió de la escuela, el cielo nocturno extendiéndose sobre ella como un manto oscuro. La noche era tranquila, pero la inquietud en su corazón no disminuía. Se dirigió a casa, su mente llena de pensamientos confusos y visiones inquietantes.
Al llegar a su hogar, Michaelis se dirigió directamente a su habitación. Se sentó en su cama, tratando de calmarse, pero el susurro que había escuchado la noche anterior volvió a resonar en su mente. “Enzo...”
La voz era más clara ahora, y la sensación de frío se intensificó. Michaelis cerró los ojos, tratando de bloquear los pensamientos perturbadores. De repente, la visión del Inframundo volvió a manifestarse: un paisaje desolado y oscuro, con cielos rojos y un horizonte lleno de sombras que se movían como espectros.
Michaelis se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Miró hacia afuera, el cielo estrellado parecía inalcanzable, y la noche estaba envuelta en un silencio inquietante. La presencia oscura del Inframundo parecía reclamar su atención, y Michaelis sintió una presión creciente en su pecho.
De repente, escuchó un sonido detrás de ella. Se dio la vuelta para ver una figura oscura en la esquina de su habitación, una sombra indistinta que parecía moverse con una voluntad propia. Michaelis sintió una oleada de terror, pero también una extraña sensación de familiaridad. La sombra parecía estar observándola, su presencia era inquietante pero familiar.
“¿Quién está ahí?” preguntó Michaelis, su voz temblando. La figura no respondió, pero la sombra se acercó lentamente, y Michaelis sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
La figura comenzó a desvanecerse, y Michaelis sintió un peso en su pecho. La sombra parecía estar desintegrándose en el aire, pero la presión en su interior no disminuía. Se acercó lentamente a la sombra, sintiendo una atracción inexplicable hacia ella.
De repente, la sombra desapareció por completo, y Michaelis se encontró sola en su habitación. El silencio era abrumador, y el frío en el aire se mantenía. Se acercó al espejo, intentando encontrar alguna respuesta en su reflejo. Sus ojos se encontraron con los suyos propios, y en ellos vio una mezcla de miedo y determinación.
El sueño le llegó lentamente, y mientras sus ojos se cerraban, no podía evitar pensar en la figura oscura que había visto. La visión del Inframundo seguía presente en su mente, y el peso de su verdadera identidad se hacía más pesado con cada minuto que pasaba.
La noche fue inquietante. Michaelis se despertó varias veces, atrapada entre el sueño y la vigilia, sintiendo la presencia constante de la sombra y los ecos del Inframundo. Cada vez que intentaba dormir, las visiones volvían más vívidas, mostrando un reino de oscuridad y caos que parecía reclamarla.
Finalmente, el sol comenzó a salir, y Michaelis se levantó con la sensación de no haber descansado en absoluto. Se preparó para otro día, pero la ansiedad que sentía no había disminuido. El encuentro con Adrian de la noche anterior le había dejado una impresión duradera, y la preocupación por su bienestar estaba grabada en su mente.
Mientras se dirigía a la escuela, Michaelis trató de mantener una fachada de normalidad, pero el peso de su secreto la acompañaba a cada paso. El día pasó en una serie de clases y conversaciones superficiales, pero Michaelis no podía dejar de pensar en lo que había visto y sentido.
En la pausa del almuerzo, se encontró con Adrian en la cafetería. Él estaba sentado solo en una mesa, y Michaelis decidió unirse a él. El día anterior, su preocupación había sido palpable, y ella quería asegurarse de que todo estaba bien.
“Hola, Adrian,” dijo Michaelis, sentándose frente a él. “¿Puedo unirme a ti?”
Adrian levantó la vista y sonrió. “Claro, siéntate. ¿Cómo te sientes hoy?”
Michaelis trató de sonreír, pero no pudo evitar sentir que la preocupación en los ojos de Adrian era demasiado intensa. “Un poco cansada, pero bien. Gracias por preguntar.”
Adrian la miró con una mezcla de curiosidad y preocupación. “He estado pensando en lo que dijiste ayer. ¿Estás segura de que todo está bien? No quiero ser invasivo, pero me importa tu bienestar.”
Michaelis se sintió conmovida por la sinceridad de Adrian, pero no podía revelar la verdad. “En serio, estoy bien. Solo he estado pasando por un período difícil.”
Adrian asintió, pero su expresión no cambiaba. “Si alguna vez necesitas hablar, estoy aquí para escucharte. A veces, compartir lo que sentimos puede ayudar.”
Michaelis le agradeció y cambiaron de tema, hablando de cosas cotidianas y tratando de mantener la conversación ligera. Sin embargo, la sensación de inquietud persistía en la mente de Michaelis, y el peso de su secreto parecía volverse más pesado con cada minuto que pasaba.
Después del almuerzo, Michaelis se dirigió a su siguiente clase. A medida que avanzaba el día, las visiones y los susurros se volvían más intensos. La sensación de que algo importante estaba a punto de suceder se hacía cada vez más abrumadora, y la preocupación por el Inframundo y su conexión con él era constante.
Al final del día escolar, Michaelis decidió dar un paseo por el parque cercano antes de regresar a casa. Necesitaba despejar su mente y encontrar algo de paz en medio de la tormenta que estaba ocurriendo en su interior. El parque estaba tranquilo, con el sonido de las hojas moviéndose con la brisa y el canto de los pájaros que llenaban el aire.
Mientras caminaba por los senderos, Michaelis se encontró pensando en Adrian. Su preocupación sincera la había tocado de una manera que no podía ignorar. ¿Era posible que él pudiera entender lo que estaba pasando, incluso sin saber la verdad?
De repente, una sensación de frío la envolvió nuevamente, y Michaelis se detuvo en seco. La visión del Inframundo volvió a invadir su mente, y el paisaje oscuro y desolado se materializó ante ella. El suelo parecía agrietarse y las sombras se movían como si tuvieran vida propia.
Una figura apareció en la distancia, envuelta en una oscuridad que parecía devorar la luz. Michaelis se quedó paralizada, sintiendo el peso de su destino presionando sobre ella. La figura se acercó lentamente, y una voz profunda y resonante habló desde las sombras.
“Enzo,” dijo la voz, cargada de una autoridad aterradora. “Es hora de que enfrentes tu verdadero destino.”
Michaelis intentó hablar, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. La figura continuó acercándose, y el miedo la envolvió como una capa pesada. Las sombras se alzaron a su alrededor, y la sensación de desesperación se hizo más intensa.
“¿Por qué?” preguntó Michaelis con dificultad. “¿Por qué me estás mostrando esto?”
La figura se detuvo, y la oscuridad que la rodeaba pareció expandirse. “El Inframundo te reclama. Tu poder no puede ser contenido por más tiempo. Debes hacer una elección: aceptar tu destino o renunciar a él.”
La voz resonó en su mente, y Michaelis sintió una ola de confusión y terror. ¿Cómo podía tomar una decisión cuando ni siquiera entendía completamente su verdadera identidad y el propósito que se le había impuesto?
La figura comenzó a desvanecerse, y el paisaje del Inframundo se desvaneció junto con ella. Michaelis se encontró de nuevo en el parque, pero el miedo y la ansiedad permanecían. Caminó rápidamente de regreso a su casa, sintiendo el peso de su secreto y la presión de su destino sobre sus hombros.
Al llegar a casa, Michaelis se encerró en su habitación, tratando de calmarse. La visión del Inframundo y la presencia de la figura oscura habían dejado una marca indeleble en su mente, y la incertidumbre de su futuro la mantenía despierta.
Se tumbó en la cama, mirando al techo con la mente llena de pensamientos turbulentos. La decisión que enfrentaba parecía cada vez más abrumadora, y el peso de su secreto se hacía más pesado con cada momento que pasaba.
Mientras la noche avanzaba, Michaelis no pudo evitar preguntarse si algún día encontraría la paz que buscaba. El Inframundo seguía llamándola, y la lucha entre su verdadero destino y su vida en la Tierra era cada vez más intensa.
La mañana siguiente, Michaelis se despertó con la sensación de haber dormido poco y mal. El peso de las visiones nocturnas del Inframundo aún se mantenía sobre sus hombros, como una sombra persistente que se negaba a desaparecer. Decidió que necesitaba distraerse y tratar de encontrar algún tipo de normalidad, aunque sabía que eso era cada vez más difícil.
La escuela, como siempre, transcurrió entre rutinas y actividades que se sentían casi irreales. Michaelis trató de concentrarse en las clases, pero la sensación de estar atrapada entre dos mundos la seguía a cada paso. Los murmullos de sus compañeros y el sonido de las lecciones parecían filtrarse a través de una niebla densa, como si estuviera viviendo en un sueño lúgubre.
Durante el almuerzo, se encontró nuevamente con Adrian. A pesar de sus intentos por mantener una fachada tranquila, la tensión en su cuerpo era evidente. Adrian, siempre perceptivo, notó la diferencia y no pudo evitar preguntar.
“¿Todo bien, Michaelis?” preguntó, observando su expresión preocupada. “Parece que no has dormido bien.”
Michaelis intentó sonreír. “Solo tuve una noche difícil. No te preocupes.”
Adrian la miró con escepticismo, pero no insistió más. En cambio, cambió de tema y comenzó a hablar sobre los planes del fin de semana. Aunque Michaelis intentó mantenerse enfocada en la conversación, su mente seguía regresando a las visiones del Inframundo y el peso de su identidad secreta.
La tarde se arrastró lentamente hasta que finalmente sonó el timbre de salida. Michaelis se dirigió al parque cercano, buscando el consuelo de la naturaleza para despejar su mente. El parque estaba tranquilo, con el sol de la tarde filtrándose a través de las hojas de los árboles, creando patrones de luz y sombra en el suelo.
Mientras caminaba por el sendero, la paz del parque parecía ser un refugio temporal del caos en su mente. Sin embargo, la sensación de que algo estaba a punto de suceder seguía presente. Decidió sentarse en un banco cerca de un pequeño estanque, tratando de relajarse y encontrar algún tipo de claridad.
Mientras contemplaba el agua, de repente, una visión comenzó a tomar forma en su mente. El paisaje del Inframundo apareció nuevamente, más vívido que nunca. Las sombras se movían con una intención ominosa, y el suelo estaba cubierto de una sustancia viscosa que parecía pulsar con una vida propia. Michaelis sintió que el abismo se acercaba a ella, su presencia envolviendo todo a su alrededor.
Un destello de luz en la distancia atrajo su atención, y la figura que había visto anteriormente emergió de las sombras. Era una presencia poderosa y aterradora, con ojos que brillaban como brasas ardientes. La figura se acercó lentamente, y una voz resonante habló desde las profundidades del abismo.
“Enzo,” dijo la voz, cargada de un poder sobrenatural. “El tiempo se agota. Debes prepararte para lo que está por venir.”
Michaelis intentó hablar, pero su voz se quedó atrapada en su garganta. El miedo y la confusión la abrumaban, y la presión de su destino parecía cada vez más intensa. La figura continuó acercándose, y la sensación de desesperación se hizo más fuerte.
“¿Qué debo hacer?” preguntó Michaelis con dificultad, su voz temblando. “No entiendo lo que está sucediendo.”
La figura se detuvo, y la oscuridad que la rodeaba parecía expandirse aún más. “Tu destino está sellado, pero aún tienes el poder de decidir tu camino. El Inframundo necesita de ti, pero el amor y la luz también pueden ofrecerte una alternativa. Debes elegir entre aceptar tu herencia y enfrentar el poder que te espera, o rechazarlo y buscar un camino diferente.”
La visión comenzó a desvanecerse, y Michaelis se encontró de nuevo en el parque, el sol brillando en el cielo. La intensidad de la visión y la voz resonante la habían dejado temblando, y el peso de la decisión que enfrentaba se hacía más pesado con cada minuto que pasaba.
A medida que el sol comenzaba a ocultarse, Michaelis decidió regresar a casa. La sensación de inquietud y confusión seguía presente, y la necesidad de encontrar respuestas era más urgente que nunca. Se preguntaba si podría enfrentar lo que el Inframundo le exigía o si había una manera de cambiar su destino.
Esa noche, mientras intentaba dormir, las visiones del Inframundo volvieron, más intensas que antes. El abismo parecía llamarla con una fuerza implacable, y el dolor y la desesperación que sentía eran casi insoportables. Michaelis se despertó en medio de la noche, sudando y agitada, con la sensación de que el tiempo se estaba acabando.
Decidida a encontrar alguna forma de alivio, se levantó de la cama y caminó por la casa en busca de consuelo. En la sala de estar, encontró a su madre adoptiva, quien estaba sentada en el sofá leyendo un libro. Michaelis se acercó a ella, tratando de ocultar su angustia.
“¿Todo bien, cariño?” preguntó su madre con preocupación, mirando hacia arriba.
Michaelis asintió, aunque sabía que su madre no podía ver la verdad que escondía. “Solo tuve una noche difícil. No puedo dormir bien.”
Su madre se levantó y la abrazó. “A veces, hablar con alguien puede ayudar. Estoy aquí si necesitas desahogarte.”
Michaelis apreció el gesto, pero sabía que no podía compartir la verdad con ella. “Gracias. Solo necesito un poco de tiempo para aclarar mis pensamientos.”
Volvió a su habitación, sintiendo que el consuelo de su madre no podía aliviar completamente la carga que llevaba. Se tumbó en la cama, tratando de calmarse, pero las visiones del Inframundo seguían acechando en su mente.
A medida que la noche avanzaba, Michaelis decidió que necesitaba respuestas. La visión del Inframundo había sido demasiado clara y poderosa para ignorarla. Sabía que debía buscar ayuda o alguna forma de entender mejor su destino y el poder que se le había otorgado.
Al amanecer, Michaelis se levantó con una determinación renovada. Sabía que debía enfrentarse a la realidad de su identidad y encontrar un camino para lidiar con el poder que estaba a punto de desatarse. La decisión que enfrentaba era monumental, y el tiempo se estaba acabando.
Mientras se preparaba para otro día en la escuela, Michaelis se preguntaba si alguna vez encontraría respuestas y si podría reconciliar su vida en la Tierra con el oscuro destino que parecía estar reclamándola. La lucha entre su verdadero yo y la vida que había construido se hacía más intensa, y la presión del Inframundo seguía llamándola.
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