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Mi Sumiso Incubus

A las puertas del poder

— Ha aah haa– '¿Cuántas veces lo hizo? Volví a perder la noción del tiempo...'

La cabeza del joven era empujada desde la nuca hacia la almohada. Con el trasero levantado, se aferraba sin fuerzas a las sábanas. El constante traqueteo y los punk violentos se volvían ecos en aquella elegante habitación. Podía sentir su espalda baja partiéndose en dos, junto a un vacío en su estómago. El hormigueo de sus extremidades dormidas hacía rato había comenzado a picar, volviéndose incómodo. Estaba sudado, adolorido, babeando y lagrimeando.

Una estocada violenta, y otra aún más poderosa... así, una y otra, y otra vez, aquel que estaba encima se clavaba con el afán de enterrarse lo más profundo posible.

—¿Cómo llegué a estar en esta situación? —pensó mientras su cuerpo temblaba, sin poder moverse.

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El sonido silbante de ráfagas resonó por el extenso y elegante pasillo, una bruma perpetua que barría las nubes bajo sus pies. Aquel cuerpo espectral con forma humana se desplazaba con ligereza; así eran todos los íncubos.

Medía cerca de metro ochenta, delgado y en forma, su andar era elegante, con una sensualidad inherente en cada movimiento. Su figura, aunque casi traslúcida, irradiaba una tenue luminosidad que acentuaba sus tonalidades frías y suaves: cabellos largos y rubios que caían por encima de sus hombros, piel rosada y pulcra. Facciones finamente armoniosas acompañaban la seriedad de su expresión, acentuando un magnetismo etéreo y perturbador.

Vestía un manto brumoso, hecho del mismo material neblinoso que componía el limbo, cuyos pliegues flotaban alrededor de él, como si fueran parte de su propia esencia. En la espalda, el emblema de la academia "7 puertas", una de las más prestigiosas del infierno que se alzaba en aquel misterioso plano. El símbolo mostraba siete puertas únicas, cada una más enigmática que la anterior, rodeando un siete en hebreo, el cual parecía brillar débilmente en la neblina.

Caminó hacia un firmamento suspendido, donde un pupitre de nubes lo elevaría hacia las altas nubes grises. A su alrededor, una docena de íncubos encapuchados en sedas doradas y rojas lo observaban desde sus posiciones, sentados en lo alto, entre columnas de mármol espectral que se alzaban hacia el cielo nublado. Eran los doce más importantes de la academia, encargados de evaluar y decidir el progreso de cada estudiante privilegiado

—Balbin, volviste con éxito. La academia está agradecida por tu desempeño —aseguró una voz suave y relajada.

—Me esforcé —respondió Balbin, inclinando ligeramente la cabeza. 'Ni siquiera tuve que... solo era una orgía mucho más grande, no fue nada nuevo', pensó con desdén.

—Tardaste más de lo que se esperaba —gruñó uno de los encapuchados con voz grave, denotando cierto disgusto.

Balbin levantó una ceja y respondió con tono controlado:

—Me disculpo, pero las circunstancias fueron más complejas de lo previsto.

'Este desgraciado siempre encuentra con qué fastidiarme... seguramente no tardará en nombrar a mi hermano', pensó Balbin con frustración.

—El resultado fue el previsto —dijo el encapuchado de la capucha roja, interrumpiendo con una voz firme e hipnótica, lo que calló al anterior—. Gracias a esto, tu examen final ya fue dictaminado.

Los aplausos resonaron en la sala, aunque eran solemnes y medidos.

—Gracias —dijo Balbin, inclinándose de nuevo. En ese momento, escuchó el inconfundible gruñido del encapuchado que tanto detestaba. Sabía lo que vendría a continuación.

'Aquí viene...'

—En consideración a tu desempeño —empezó el gruñón—, y las recomendaciones de O'olkij...

'Predecible' —pensó al escuchar el nombre de su hermano, conteniendo una sonrisa sarcástica.

—Se te permitirá hacer tu última pasantía en el distrito 5.

La sonrisa de Balbin fue suave, pero cargada de orgullo. Reverenció varias veces y dijo:

—Agradezco su apoyo. Estoy seguro de que volveré a enorgullecer a la academia.

'No estuve medio milenio aquí solo para jugar a aguantar sus estúpidas críticas', pensó mientras alzaba la mirada, con una determinación que casi rozaba la arrogancia.

—Balbin, aprobaste de nuevo, pero no olvides que debes seguir esforzándote. Los deseos humanos han sido foco de estudio. Últimamente, se han vuelto erráticos e impulsivos. Recuerda que nada debe afectar el equilibrio; el placer humano es la energía de nuestro Magna, el sostén de nuestra supervivencia —dijo la voz hipnótica, con un aire de advertencia velada.

Balbin asintió, aunque una pequeña parte de él se sentía inquieta. No lo pensó mucho más y se lanzó de la plataforma, apareciendo fuera del lugar.

Esta sección del limbo era similar a un cielo frío y armonioso. Edificaciones se alzaban sobre los caminos y suelos de nubes.

Mientras caminaba, comenzó a cruzarse con otros íncubos. Al pasar, estos murmuraban y hablaban sobre él, lo que no hacía más que inflar su orgullo. Cada comentario envidioso o admirador alimentaba su ego. Sin embargo, sabía que el verdadero sustento no venía de esas miradas, sino del incomparable Magna, la energía sexual que solo los humanos podían generar.

Un brazo rodeó su cuello de manera juguetona, y no tuvo que adivinar quién era. Siwel, un íncubo de su misma clase, lo había alcanzado.

—¿Cómo te fue con los arcaicos? —preguntó Siwel con una sonrisa burlona.

—¿Cómo crees? —respondió Balbin, sonriendo orgulloso.

Siwel lo sacudió ligeramente, provocando que Balbin frunciera el ceño y se apartara bruscamente.

—Escuché que Fulder también fue llamado hoy —añadió Siwel con un tono de curiosidad.

—Tss, ¿y qué?

—¿Y qué? Sabes que es tu competencia. Es el más joven de los arcaicos, apenas tiene unos milenios más que nosotros, y ya tiene todo el centro de Roma bajo su poder. Claro que está supervisado, pero sigue siendo suyo. Aunque su forma espectral es un...

—Tss, repulsivo —interrumpió Balbin con desdén.

—Los deseos humanos a veces lo son —replicó Siwel con una sonrisa ladina.

—No voy a rebajarme a ese nivel. Y me da igual lo que pase en Roma. Ya tengo un distrito en la mira.

—Eres igual de audaz y ambicioso que siempre. Nadie se atrevería a desafiar tan abiertamente el territorio de un Incubus jefe mucho menos al de Las Vegas. —dijo Siwel, dejando caer la última frase con cierta precaución.

Balbin se detuvo y se colocó frente a su compañero, con una sonrisa cargada de confianza. Siwel era un poco más alto que él, pelirrojo y de aspecto tan sensual como peligroso. Ambos, hijos de Lilith, compartían una capacidad única para hipnotizar a quienes los miraban.

—¿Desafiar? —dijo Balbin, sonriendo con ironía—. Voy a derrocarlo poco a poco, hasta obtener el distrito y a todos sus subordinados. Seré el jefe, y el infierno no podrá calcular el Magna que vamos a producir en masas.

Siwel levantó los hombros, acostumbrado a la ambición desmedida de su amigo.

—Primero, empieza por terminar las pasantías... Ese es tu examen. Después, busca cómo llegar al distrito cinco.

Ante la sonrisa victoriosa de Balbin, Siwel lo empujó juguetonamente.

—¡No me digas que te dieron las pasantías en el distrito cinco!

—Shh... cálmate —respondió, bajando el tono.

—Es cierto —murmuró Siwel, recordando que no podían compartir las ubicaciones de sus exámenes.

—Como sea... tengo que prepararme. Debo estudiar a mi objetivo. Ese arcaico no me lo pondrá fácil —dijo Balbin, con una sonrisa ambiciosa.

—¡Ese gruñón! —exclamó Siwel.

—Ja, ja... estaría decepcionado si él no me desafiara. Al final, terminará perdiendo como siempre.

La Trampa del Destino

La noche en Las Vegas era, como siempre, brillosa y llena de personas con una enérgica chispa contagiosa. El placer, el éxtasis y la picardía culposa podían olerse en el aire.

Balbin recorrió la luminosa avenida principal por un rato; el magna que emanaba de cada persona era exquisito. No por nada el distrito cinco era uno de los que más magna recolectaba en todo el mundo.

La magnificencia de un sector repleto de placeres más allá del físico era un espectáculo digno de admirar; los ojos color miel brillaron en su tono ámbar. Cuanto más cerca estuviera de este lugar, más suyo lo sentía, más personal. Más importante, para Balbin  no había nada más que su misión y meta: lograr cumplirla, sentarse en el trono de esta ciudad.

Su viaje continuó hasta la suite de aquel lujoso, si no es que el más lujoso hotel, con una arquitectura moderna que le hacía recordar a cualquier ostentoso ricachón soberbio dónde gastar su dinero sucio.

Balbin entró como una ráfaga por el ventanal, presenciando la lujosa suite con indicios de una ya lejana fiesta, ya que estaba vacía como se había dictaminado.

Cuando sus pies se posaron en el suelo, una extraña sensación lo invadió, pero ya estaba demasiado entusiasmado con su última prueba, que yacía durmiendo boca abajo en aquella gran cama circular. Los muebles y alrededor, como las sábanas de calidad, eran de color negro. Tal y como se espera de un lugar así, el espacio estaba realmente bien ambientado para lo más pecaminoso que se puede hacer en las habituales noches de Las Vegas.

El íncubo se acercó y un escalofrío recorrió el cuerpo del humano, más aún cuando la traslúcida mano le movió los mechones negros para mirarlo un poco más. Era pálido, con el cabello ondulado y sus facciones, ¡como el condenado demonio, bellísimo! Cejas no muy pobladas, rectas y oscuras; pestañas arqueadas, nariz puntiaguda y labios que tentaban a cualquiera. Balbin no podía sentirse mejor; no podrían haber elegido a un joven más perfecto para finalizar su prueba.

Volvió a mirar la desnuda espalda y los firmes glúteos cubiertos por las sábanas de seda negra brillante. El íncubo se enderezó para sacudir la mano y ver una aureola aparecer en su muñeca derecha, la cual rápidamente se multiplicó para aferrarse a la muñeca del humano, quien se removió un poco.

Ambos brazaletes brillaron, volviéndose de un material oscuro y sólido.

Ya fijados en las muñecas de ambos, en cuestión de segundos, el brazalete de Balbin comenzó a desplegar energía, la cual materializó el cuerpo del íncubo. Las manos, antes espectrales, se volvían sólidas, la brumosa bata desapareció, dejando a descubierto la piel clara y suave, los brazos, el cuello, los glúteos y el cabello rubio que caía tan suave, lleno de vida. Un cuerpo hermoso.

Balbin tomó otra bocanada de aire y exhaló, terminando de ajustar su caparazón, ya físicamente materializado. En efecto, estaba listo para su última pasantía.

Se incorporó hasta el oído del humano.

—Bien hecho, Agustín —susurró y lamió el lóbulo de aquella oreja. Las cálidas manos de Balbin viajaron suavemente por la espalda de Agustín, quien comenzó a respirar más rápido.

El íncubo no tardó en subirse a la cama, y voltearlo, quedando sorprendido no solo por el peso, sino también por lo espectacularmente hermoso que era el torso atlético y estirado de su víctima.

Balbin se juró que, de querer hacer una réplica, hasta los mejores armeros, creadores de caparazones, del infierno podrían tardar milenios en intentar crear un caparazón tan detalladamente espectacular.

El deseo ardiente de poseerlo comenzó a invadirlo. Se sorprendió un poco por su estado, entendía que el entusiasmo por pasar la prueba era bueno, pero debía mantenerse enfocado. Suspiró y se lo repitió justo cuando Agustín abrió muy despacio los ojos, mostrando sus pupilas azules brillantes.

Era la parte más importante de la prueba: lograr disipar el pánico, usar "Sugestión", algo que un íncubo de su nivel lograba fácilmente. El poder de influenciar los deseos más reprimidos era, quizás, el estado natural más puro de un íncubo.

Balbin sonrió y procedió. Ahora, este humano solo vería a quien más deseaba.

—Agustín, tranquilo, estoy aquí para hacerte sentir bien —habló, hipnotizando con su voz sensual. Se acercó para besar suave y pausadamente el cuello, bajando hasta el pecho y abdomen.

—Tranquilo... Balbin se retiró un poco y tanteó aquel falo, logrando agitar más el pecho del joven. Cuando él le bajó y quitó el bóxer, tragó seco, alzó una ceja, y le dieron ganas de hacerle unos ajustes a su caparazón. Esa cosa era impresionante.

Balbin sintió el peso de aquellos ojos azules y sonrió con picardía.

—¿Eres afortunado, no? —se burló, volvió a sostener las mejillas de Agustín y le abrió la boca para pasar su lengua por todo el paladar. Mientras Agustín intentaba enfocar aquel rostro y escuchar más de cerca la lejana voz que lo estaba poniendo ansioso. Este sueño mojado era extraño; jamás había estado con un hombre, pero por alguna razón no pretendía despertar.

Balbin continuó besando suavemente los labios mientras le acariciaba los muslos, Agustin dejó salir una queja, y a su vez, la firmeza debajo era una clara señal. 

—¿Quieres... que... continuemos? —cuestionó entre susurros, besando y lamiendo cada rincón del cuello. Mientras el exaltado humano apretaba los dientes con una clara necesidad de liberar esa tensión insoportable.

Balbin sonrió con entusiasmo; todavía no hacían nada y el magna que el joven irradiaba era impresionantemente alto. Estaba literalmente llenando el aire de magna, un festín impresionante. Otro escalofrío llegó a su muñeca y Balbin miró el brazalete curioso, hasta que Agustín volvió a mover los ojos buscando al íncubo.

El íncubo acomodó sus rodillas a los lados de él, tomó ambas partes de ambos y comenzó a frotarlas entre sí, tensando sus cuerpos.

Mientras el inmóvil Agustín empezaba a tener una imagen más clara de aquel encima suyo, Balbin tiraba la cabeza hacia atrás y sacudía con más fuerza sus manos. Quizás era por el final de la prueba, pero esta situación lo estimuló muchísimo; se sentía tan bien y exaltado como la primera vez que probó magna.

—¿Dime, Agustín, no se siente realmente bien? —sonrió, agitado por el placer que se plasmó en su cara. Ahora un Agustín realmente consciente quedaba hipnotizado por la belleza del extraño sobre él.

Definitivamente era un hombre, recorrió con los ojos el descubierto cuerpo delgado pero sensual, con músculos armoniosos. No parecía un deportista, pero sí alguien saludable. Las manos de aquel que agarraba lo suyo eran pálidas, con dedos delgados, y por extraño que le pareciera a Agustín, cada rincón de este desconocido le erizaba la piel.

Su voz al llamarlo por su nombre, al preguntar "¿Agustín, qué tan bien se siente?", "¿Te gusta?", "Me fascinas, eres increíblemente hermoso", todas estas palabras estaban despertando el deseo ardiente por escucharlo más y más. Literalmente estaba por hacerlo explotar de impotencia; no podía moverse, pero por cada toque de este hermoso rubio, lo embriagaba de placer y Agustín empezaba a sentir cada vez más real este sueño. Cuando las cálidas manos comenzaron a agitarse con rudeza, la tensión llegó a sus límites y ambos acabaron juntos.

Balbin rió y se llevó aquello a la boca, terminando de sorprender al humano. El íncubo se enderezó y se lamió los dedos, mezclando aquello con saliva.

—¿No pareces una fuente ahora? Eres hermoso —afirmó y se acomodó entre las piernas del desnudo, quien frunció un poco el ceño. Balbin lo notó y volvió a acercarse al cuello de Agustín, lo besó por bastante tiempo hasta llegar a la oreja.

—Relájate, es tu turno de llamarme por mi nombre… —la mano del íncubo viajaba hasta aquel lugar—. Llámame Bal —dijo con la certeza de que Agustín jamás lo vería a él o lo escucharía decir su verdadero nombre. Cuando Bal llegó a apenas rozar aquel escondido orificio, en cuestión de segundos terminó quedando debajo de un agitado y extasiado Agustín.

—Haa... Bien. Ya me preguntaba cuál era tu nombre —dijo al sonreír grande, cosa que estremeció al ahora íncubo lleno de pánico.

La Trampa del Destino (parte 2)

—Ha... bien, ya me preguntaba cuál era tu nombre —dijo, sonriendo ampliamente, lo cual estremeció al ahora aterrorizado incubus.

Balbin no entendía qué estaba pasando. ¿Cómo era posible que se moviera? ¿Cómo había logrado entender su nombre? ¿Porque?

Cuando aquella fuerte mano humana acomodó ágilmente las piernas de Balbin, este reaccionó al instante. Se había perdido tanto en su propia incertidumbre que no había notado lo que Agustín tramaba. El pánico se apoderó de él al darse cuenta de lo que estaba por suceder. Intentó zafarse, pero Agustín lo agarró del cuello con firmeza y lo empujó de nuevo contra la cama. La presión en su garganta le quitó el aire, y un escalofrío recorrió su cuerpo. El desconcierto lo envolvió, sin saber si estaba perdiendo el control o si algo mucho más peligroso estaba comenzando a suceder.

‘¿Y esta maldita fuerza?’ pensó —¿Y qué crees que haces? —gruñó Balbin con una sonrisa siniestra.

—¿Dímelo tú? ¿Qué esperabas al drogarme?

—Tss. Muévete, humano —se aferró al brazo de Agustín, pero no pudo moverlo. Volvió a sorprenderse—. ‘¿Se rompió mi caparazón? ¡Imposible! ¡¿Entonces?! ¡¿Cómo es posible?!’

—Ja, ha... Bal... tienes que hacerte responsable después de todo —dijo Agustín, mientras sus dedos babeados viajaban hacia aquel orificio y el primer dígito entró con rudeza—. Fuiste quien entró por voluntad propia. El cuerpo del incubus se tensó y se llenó de escalofríos. A pesar de intentar zafarse, Agustín tenía un fuerte e ingenioso agarre.

—Hag...

Mientras Agustín seguía introduciendo dedo tras dedo, Balbin estaba perdido en el extraño sentir.

‘¡¿Este humano cree que le dejaré corromper mi caparazón?! ¿Qué está pasando? Si mi caparazón estuviera roto, este humano no debería tener esta fuerza monstruosa.’ Balbin, sorprendido, observó su muñeca. El brazalete vinculante estaba drenando su energía y enviándola al brazalete del humano.

Balbin parecía haber encontrado el problema de la situación, gracias a Lucifer antes de que todo empeore. Cuando intentó zafarse, aquellos dedos tocaron un espacio escondido perfecto, tensando y curvando la espalda del incubus, haciéndole alcanzar el clímax sin más. Agitado y casi con la mente en blanco por el repentino placer, vio cómo su energía se vaciaba en el brazalete. Para su mala suerte, perdió bastante fuerza.

—Lo hiciste bien, Bal —dijo Agustín, al verlo casi febril y sonrojado. No podía creer lo lujurioso que podía verse un hombre al ser tocado. Se dejó llevar por sus instintos y su boca viajó rápidamente hacia el cuello del incubus para morderlo.

—¡Haaa! —gritó Balbin; aquella mordida dejó un feo moretón.

Agustín solo tenía la intención de asustar a este descarado que, después de drogarlo, había intentado corromperlo. Pero al escuchar un gemido inesperado escaparse de los labios de Balbin, algo cambió en él. Ese sonido despertó en Agustín una excitación incontrolable, un interés que no había sentido antes. Lo que empezó como un impulso de dominación pronto se transformó en una necesidad de verlo más débil, de oírlo repetir su nombre, cada vez con más desesperación. Balbin, sonrojado, con la respiración agitada y una mezcla de rabia y vulnerabilidad en su mirada, se volvía aún más hipnótico, casi imposible de resistir. Agustín estaba fascinado, sintiendo que quería escuchar su nombre salir de esos labios una y otra vez.

La situación se desarrolló de una manera extraña, quizás incluso más allá de lo que ellos mismos hubieran anticipado. Balbin, a pesar de su naturaleza controladora y calculadora, decidió no forzar las cosas esta vez. Sabía que intentar resistirse o retomar el control sería inútil, no cuando un Agustín casi salvaje y desbordante de energía parecía dispuesto a seguir hasta el final sin detenerse. Las fuerzas de Balbin, el experimentado íncubo, comenzaron a agotarse rápidamente. Sentía cómo su energía se drenaba, y su mente, usualmente aguda y alerta, no encontraba claridad ni respuestas ante lo que estaba sucediendo. Su caparazón, la barrera que debía protegerlo y darle estabilidad, respondía cada vez menos, como si estuviera cediendo ante la intensidad del momento.

—Humano, no tienes idea de con quién estás tratando —amenazó Balvin, tratando de mantener una valentía que ya comenzaba a quebrarse en sus ojos—. Te conviene que drenes cada hora de magna —ordenó con la poca resiliencia que le quedaba, intentando convencerse de que aún controlaba la situación. Pero, al final, su voz se quebró, traicionando el miedo y la extraña excitación que comenzaba a invadirlo.

Esa leve fisura en su tono despertó algo en Agustín, quien se detuvo un instante, intrigado, observando el esfuerzo de Balvin por mantenerse estoico.

Agustín sonrió y lo sujetó del cabello, alzando la cabeza. Quizás no entendió del todo aquello, pero parte de la petición era obvia.

—Si con eso vas a gritar mi nombre.

—En tus sueños —respondió Balbin, sintiendo la estocada profunda.

—¡Ah!

El descarado humano se había enterrado hasta el fondo. Agustín sonreía ante el placer de aquellas estrechas paredes y empezó a preguntarse si acaso este desconocido joven era el principio de una feroz adicción.

—Ha, aah, haa.

‘¿Cuántas veces lo hizo? Perdí la noción del tiempo...’

La cabeza del joven estaba empujada desde la nuca hacia la almohada. Con el trasero levantado, se aferraba sin fuerzas a las sábanas. El constante traqueteo y los violentos movimiento se volvían ecos en aquella elegante habitación.

 Podía sentir la espalda baja partirse en dos, el dolor punzante en su estómago. El hormigueo de sus extremidades dormidas hacía rato había comenzado a picar, volviéndose incómodo. Estaba sudado, adolorido, babeando y lagrimeando.

Un empuje violento y otra aún más poderoso.

—Hag... nng, amo tus suplicas, pero dime algo, no te guardes las palabras... haa, sé que estás disfrutando—dijo, aferrado a las caderas de Balbin.

—Ha... ha ah, mmm, ha... ter, termina. De una vez —respondió, balbuceando.

—¿Terminar? Haa... Apenas comienzo —dijo Agustín, levantándolo del torso y agarrando el lugar del incubus, quien volvía a sentir esa poderosa corriente eléctrica recorrerle la columna.

Ya no tenía fuerzas; su cuerpo apenas se movía a voluntad. Se aferró a los musculosos brazos de Agustín que lo sostenían.

—No puedes hablar en serio; dices que termine, pero mírate, todavía sigues firme—dijo, masajear al incubus.

—Ha... ha, esta... posición... ha. ¡Humano!

—¿Te gusta, no? —Agustín empezó a empujarse con desenfreno de nuevo.

—Ha... hag, esper... ah, Agustín, espe... ha —rogó, clavando las uñas en los brazos del castaño. Estaba asustado porque esta doble estimulación era demasiado. Sentía literalmente que Agustín iba a romper su caparazón hasta llegar a su cuerpo espectral y hacerle un agujero. Su boca escupió un montón de palabras inentendibles y absurdas. Cuando ambos cuerpos estaban acercándose al clímax del placer, Agustín quiso agregar otro estímulo Y lo mordió en el hombro, haciendo que ambos acabaran juntos.

Durante las interminables horas que siguieron, Balvin se debatió entre la consciencia y el desmayo, cayendo y despertando en un ciclo de tortura constante, atrapado en un laberinto de placer, miedo y dolor. Cada vez que abría los ojos, veía a Agustín, incansable, siempre listo para más. Balvin había subestimado lo que esto significaría, creyendo que su preparación era suficiente, pero ahora, todo lo que había aprendido le estallaba en la cara. ¿Cómo era posible que un simple humano tuviera tanta energía?

Sus pensamientos iban y venían entre el pánico y la confusión. ¿Cómo había llegado a estar en esta situación? Su plan inicial era esperar a que el humano se agotara y luego, con las pocas fuerzas que le quedaran, tomar el brazalete de enlace e irse. Pero Agustín, lejos de rendirse, parecía inquebrantable. Balvin apenas podía sostener el contacto visual antes de que el cansancio lo venciera, llevándolo a un oscuro paraje en su mente, un lugar rodeado de aguas negras y nubes grises, como un reflejo distorsionado de sus propios temores.

Agustín, por su parte, finalmente sintió el peso del agotamiento, aunque aún lleno de una curiosidad insaciable. Observó a Balvin, inconsciente y vulnerable, su expresión atrapada en algún punto entre la paz y la resistencia. Tomó el celular de la mesa de luz y, sin pensarlo, capturó una imagen del incubus. Le dio una última mirada, marcando un número.

—Averigua quién es.

Lanzó el teléfono sobre la cama, volviendo su atención a los labios de Balvin. Sonrió con una mezcla de triunfo y fascinación.

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