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Vínculos Irrompibles~

Prólogo (Cap 1)

—¡Te lo ruego, no te vayas! —imploró Ilán, con un gesto de dolor mientras se sujetaba el vientre abultado, donde los calambres se hacían cada vez más insoportables.

Desde la mañana, el omega había sentido leves contracciones y malestar, pero las había aguantado, creyendo que eran pasajeras. Sin embargo, ahora el dolor se intensificaba y se hacía imposible de ignorar. Su respiración se volvía pesada, su cuerpo temblaba mientras el instinto de protección sobre el hijo que llevaba dentro lo invadía. Las feromonas de angustia impregnaban la habitación, llenando el aire con un aroma denso que debería haber alertado a cualquiera de la gravedad de la situación.

—Creo... creo que voy a dar a luz —susurró Ilán con voz entrecortada, el sudor perlaba su frente, y su respiración era irregular.

—¿Dar a luz? —Damon soltó una carcajada amarga, el tono de su voz impregnado de sarcasmo—. ¿De verdad crees que voy a caer en otra de tus mentiras? —Las feromonas de Damon se esparcieron con dureza en el ambiente, llenándolo de autoridad y frialdad. Antes de que Ilán pudiera reaccionar, Damon lo empujó bruscamente, haciéndolo caer al suelo.

Ilán cayó de rodillas, ahogando un grito de dolor mientras las lágrimas brotaban involuntariamente de sus ojos. Su cuerpo, frágil y adolorido, temblaba de miedo y desesperación. Damon observó la escena por un breve instante. Una parte de él, profundamente enterrada, quería ayudar al omega que alguna vez había 'amado'. Pero las memorias de los engaños pasados de Ilán, cuando fingía estar enfermo solo para retener su atención, le llenaron de resentimiento. Damon apretó los puños, inhalando con fuerza mientras sus propias feromonas nublaban su juicio.

—No me importa —murmuró, dando media vuelta. Las palabras fueron crueles, pero resonaron en el aire con el peso de una decisión que lo perseguiría para siempre. Damon salió de la habitación sin mirar atrás, sabiendo que su amante lo estaba esperando. Sí, Damon era un bastardo, mantenía una relación fuera de su matrimonio con Ilán, pero desde el principio, ese matrimonio había sido una obligación. Una noche descontrolada en Bali había resultado en el embarazo de Ilán, y Damon había sido forzado a cumplir su responsabilidad.

Lo que Damon no sabía en ese momento era que su indiferencia sellaría su destino. Ese día, Ilán realmente dio a luz, pero Damon llegó demasiado tarde. Al entrar en la habitación del hospital, lo único que encontró fue el cuerpo inmóvil de su pequeña hija, demasiado frágil, demasiado tarde para salvarla.

—¡E-eres un asesino, Damon! —gritó Ilán, con su voz quebrada por el dolor—. ¡Tú mataste a nuestra hija!

Las palabras de Ilán perforaron el alma de Damon. El peso de la culpa se cernió sobre él como una tormenta oscura. Las feromonas del omega estaban cargadas de odio y devastación, inundando el ambiente con una mezcla de tristeza y desesperación. Damon observó impotente cómo Ilán, el omega con quien había compartido esos meses tormentosos de matrimonio, lloraba desconsoladamente, hasta que finalmente, sin más palabras, Ilán lo dejó, exigiendo el divorcio y poniendo fin a lo poco que quedaba de su unión.

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...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

...Ilán...

...Omega Dominante...

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...Damon...

...Alfa Dominante...

2

El viento soplaba suavemente entre los árboles altos y oscuros del bosque, mientras Damon caminaba sin descanso. El sonido susurrante de una voz infantil lo había guiado hasta allí. Una y otra vez, esa misma frase repetida, "¡Papá, ven aquí!", lo había atraído, haciéndolo adentrarse más y más en la espesura del bosque. Damon no sentía miedo, solo una extraña sensación de urgencia, como si algo importante estuviera esperándolo.

Después de lo que parecieron horas, Damon finalmente se detuvo, sus pasos se hicieron más lentos hasta que se detuvieron por completo al ver a una pequeña niña de unos cuatro o cinco años. Su piel era pálida, casi translúcida, y su vestido blanco contrastaba con la oscuridad que los rodeaba. Había algo innegablemente familiar en su rostro, pero Damon no podía recordar quién era. Su mente lo traicionaba.

La niña lo miró directamente a los ojos, su expresión era serena, pero al mismo tiempo, cargada de tristeza. Damon sintió una punzada en el pecho, y sin pensarlo, levantó la mano para acariciar su cabello fino y suave. Su cuerpo reaccionaba por instinto, como si hubiera hecho este gesto miles de veces antes.

—¿Qué haces aquí, sola? —preguntó Damon, su voz cargada de preocupación. Sentía la urgencia de protegerla, a pesar de no entender por qué.

La niña lo miró con una calma inquietante, como si sus ojos grandes supieran más de lo que estaban dispuestos a revelar.

—Estoy esperando... a mi papá.

—¿Papá? —Damon frunció el ceño, incapaz de comprender del todo lo que estaba pasando. El corazón le latía con fuerza en el pecho, y un leve aroma dulce, que no había notado antes, comenzó a mezclarse con el aire frío del bosque. Feromonas. Su cuerpo reaccionaba, pero no estaba seguro de por qué.

La pequeña asintió y con una delicadeza casi etérea, le hizo un gesto para que se inclinara hacia ella. Damon obedeció, casi sin pensar, y la niña apoyó suavemente su mano sobre su pecho, justo sobre su corazón.

—Tú eres mi papá.

El aire se detuvo en los pulmones de Damon. La cercanía de la niña lo abrumó, como si una parte de él supiera que esto era cierto, aunque su mente no podía aceptarlo.

—¿Yo? Pero… —comenzó a decir, antes de que las palabras se le quedaran atascadas en la garganta. De repente, la niña comenzó a alejarse, dando pequeños pasos hacia el bosque profundo y oscuro.

—¡Espera! ¿A dónde vas? —gritó Damon mientras comenzaba a correr tras ella, su cuerpo entero lleno de adrenalina y confusión. Sentía cómo el aroma dulce de las feromonas de la niña se desvanecía con cada paso que ella daba, haciéndolo correr más rápido, desesperado por no perderla.

Sin embargo, cuanto más corría, más lejos parecía estar la niña. El sudor cubría su frente, y su respiración se volvió errática. Su cuerpo, aunque fuerte, no podía seguir el ritmo. Se detuvo, incapaz de continuar, sus manos en las rodillas mientras trataba de recuperar el aliento.

—Espera... por favor —murmuró, su voz apenas un susurro ahogado por el cansancio.

Como si respondiera a su súplica, la niña apareció de nuevo, esta vez de pie justo frente a él, como si nunca se hubiera movido. Damon levantó la mirada, sin poder creer lo que veía. Era imposible que ella hubiera recorrido tal distancia en tan poco tiempo. Pero ahí estaba, con la misma expresión tranquila y ese aire misterioso.

—Te estaré esperando, papá —dijo la niña en un susurro. Su voz resonó en el aire, envolviéndolo como un eco suave. Luego, mirándolo a los ojos, agregó—: Pero ahora tengo que irme. Cuida a papi y a mi hermanito antes de que estemos juntos de nuevo.

Damon sintió cómo su corazón latía violentamente contra su pecho. Las palabras "papi" y "hermanito" lo confundieron aún más. Quería preguntar, quería exigir respuestas, pero las palabras se negaban a salir de su boca.

—¿Papi? ¿Hermanito? ¿Quiénes son ellos? —preguntó, finalmente, su voz temblorosa por la confusión y la desesperación.

Pero la niña no respondió. En lugar de eso, comenzó a caminar de nuevo, y esta vez, su cuerpo se desvaneció lentamente en una nube de humo blanco que fue arrastrada por el viento.

Antes de desaparecer por completo, la suave voz de la niña se escuchó una última vez:

—Te he perdonado, papá. Vive feliz.

Damon sintió cómo su corazón se rompía en mil pedazos al escuchar esas palabras, y antes de que pudiera detenerse, las lágrimas comenzaron a caer por su rostro. El dolor en su pecho era insoportable, una presión que no podía entender. ¿Por qué sentía tanto dolor? ¿Por qué esas palabras lo habían afectado tanto?

—¡Espera! ¡No te vayas! —gritó Damon, abriendo los ojos de golpe, solo para encontrarse en su oficina, sentado frente a su escritorio.

El sueño lo había abandonado abruptamente, pero el dolor en su pecho seguía presente. Las lágrimas seguían cayendo por su rostro. Damon se llevó las manos a los ojos, frotándolos con fuerza, como si quisiera borrar los rastros de ese extraño sueño que lo perseguía noche tras noche desde que había regresado a Jakarta.

—¡Maldición! —gruñó, golpeando la mesa con frustración. Su respiración seguía agitada, y la sensación de pérdida lo envolvía. El aroma de feromonas aún flotaba en el aire, como un rastro de lo que había experimentado en el sueño. Damon sabía que ese aroma no era real, pero su cuerpo seguía reaccionando, cada vez más perturbado.

—Solo necesitas descubrir qué significa ese sueño —dijo una voz repentina desde la esquina de la habitación.

Damon dio un respingo, sorprendido por no estar solo. Giró la cabeza rápidamente y vio a Zack, su asistente, parado junto a la puerta.

—¡Maldita sea, Zack! Casi me matas del susto —bufó Damon, llevándose una mano al pecho para calmar su acelerado corazón—. ¿Qué haces aquí?

—Solo hago mi trabajo, ¿lo ha olvidado? Me pediste que me quedara hasta tarde —respondió Zack con tranquilidad.

Damon soltó un suspiro pesado, recordando que, efectivamente, había solicitado que Zack se quedara para terminar unos informes. Últimamente, su mente no estaba en su lugar. Los sueños, las feromonas, todo lo hacía sentir fuera de sí, como si estuviera perdido en un mar de incertidumbre y confusión. No podía concentrarse en nada, ni siquiera en el trabajo.

—Lo siento. Lo olvidé por completo.

Zack lo observó en silencio durante unos momentos, notando el rastro de lágrimas en los ojos de Damon.

—¿Ha vuelto a soñar con esa niña, verdad?

Damon asintió, frotándose el rostro con las manos en un intento desesperado de sacudirse la angustia. El aroma a feromonas se intensificaba a su alrededor, una mezcla de confusión y dolor que llenaba la habitación.

—Sí. Y cada vez me llama... papá.

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...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

...Zack...

...Alfa Puro...

3

—Quizá esa niña sea el espíritu de tu hija... la que perdiste hace mucho tiempo.

Damon sintió un golpe seco en su pecho.

La imagen de la niña en sus sueños, la que siempre lo llamaba "papá", volvió a llenar su mente. Recordó también las últimas palabras que ella le dijo, perdonándolo por todo lo que había hecho mal. Esas palabras habían aliviado, aunque fuera un poco, el peso de la culpa que lo había consumido durante todos esos años. Las feromonas de Damon se intensificaron por la mezcla de emociones, impregnando la habitación con un aroma denso y melancólico.

—Tienes razón, Zack… esa niña es mi hija. Además, su rostro se parece tanto a… —Damon se interrumpió bruscamente, incapaz de pronunciar el nombre de la única persona que realmente había amado. El nombre de ese omega, al que había destrozado tanto física como emocionalmente sin piedad. El aroma a cítrico de su furia y culpa se intensificó en el aire—. Pero… ¿por qué en cada sueño ella me pide que cuide a su "papi" y a su "hermanito"? —preguntó, su mente volviendo a la realidad. Damon estaba convencido de que Ilán solo había dado a luz una vez. Una niña que había muerto antes de siquiera poder ver la luz del día.

—¿Y si tuvieras otro hijo del que no sabes nada? —preguntó Zack, sintiendo la tensión en el ambiente. Las feromonas de Damon saturaban el aire de la oficina, provocándole un sudor frío.

—¿Acaso te volviste loco? Sabes bien que solo tuve una hija con mi ex… —respondió Damon, irritado.

—¿Y si fue con alguien más? ¿Tal vez otro omega?

No hubo respuesta de Damon, solo un expediente volando por la habitación que golpeó a Zack de lleno en el pecho. El alfa estaba desbordado por la confusión, y su enojo era palpable.

—¡Te dije que solo tuve un hijo con mi ex y nadie más! —espetó Damon, furioso. Sus ojos destellaban con rabia mientras su olor a alfa dominante impregnaba cada rincón de la habitación, obligando a Zack a someterse sin replicar.

Zack guardó silencio, sabiendo que insistir solo lo metería en más problemas. El asistente temía que no solo fueran expedientes lo que volara si continuaba provocando a su jefe. Así que, con un suspiro, se quedó en su lugar, resignado.

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Al mismo tiempo, en otro lugar, en un amplio parque donde muchos niños jugaban alegremente al fútbol, una figura sentada observaba con atención. Ilán, un omega de belleza melancólica, miraba a su pequeño hijo de cinco años, Gio, que corría junto a sus amigos, su risa mezclándose con los sonidos del parque. Una sonrisa apenas perceptible cruzó los labios de Ilán, aunque una sombra de tristeza aún se mantenía en sus ojos.

—El tiempo pasa rápido, ¿verdad? Gio ya ha crecido mucho —dijo una voz a su lado, rompiendo el silencio.

Ilán desvió su mirada hacia Hesti, su mejor amigo, quien lo acompañaba en el banco. Las palabras de Hesti resonaban en su corazón.

—Sí… parece que fue ayer cuando lo tuve entre mis brazos por primera vez —murmuró Ilán, con un tono quebrado, mientras los recuerdos inundaban su mente. Se acordó de aquella dolorosa noche, seis años atrás, cuando había dado a luz a sus gemelos en soledad. El alfa que había prometido estar a su lado se había marchado sin remordimientos, dejándolo a merced de su dolor y sufrimiento.

El aroma suave de Ilán, un perfume a lavanda con un toque salado de lágrimas contenidas, lo envolvía. Luchaba por mantener la compostura, pero los recuerdos siempre lo atrapaban.

—No pienses en eso ahora, Ilán. Ya ha pasado —dijo Hesti, notando cómo el dolor resurgía en su amigo. Sabía que cada vez que Ilán recordaba aquellos días, el sufrimiento volvía a apoderarse de él. A pesar de no haber estado presente, las veces que Ilán le había contado la historia eran suficientes para hacerle entender la gravedad de lo que había vivido. Sobre todo, cómo había perdido a una de sus hijas por llegar demasiado tarde al hospital.

—Pero... ¿nunca has pensado en perdonarlo? —preguntó Hesti, su voz suave pero firme, mientras lanzaba una mirada seria a su amigo omega.

Ilán negó con la cabeza, su expresión endureciéndose. —No. Nunca podré perdonarlo. No después de todo lo que hizo —respondió con una resolución que parecía inquebrantable.

—¿Ni siquiera por Gio? —preguntó Hesti, viendo cómo el rostro de Ilán cambiaba ante la mención de su hijo. Ilán lo miró, frunciendo el ceño, claramente confundido.

—¿Qué tiene que ver Gio con esto? Mi hijo es feliz conmigo. No necesita a nadie más —dijo con firmeza. Aunque la tienda de pasteles que tenía era su única fuente de ingresos, Ilán se había asegurado de darle a Gio una vida digna y llena de amor.

Hesti suspiró, observando a Gio desde la distancia, mientras el niño se quedaba inmóvil, mirando cómo otros niños jugaban al fútbol con sus padres. —Claro que es feliz contigo, Ilán. Pero... también necesita a su padre. ¿No lo ves? Siempre está callado cuando ve a los demás niños jugando con sus padres —señaló con la mirada a Gio, que parecía haber perdido la energía mientras observaba, con una expresión vacía, a un padre e hijo compartir un momento de alegría en el campo.

Ilán siguió la dirección en la que Hesti señalaba y, tras un largo silencio, sacudió la cabeza con tristeza. —Gio no necesita un padre, y mucho menos a un alfa despreciable como Damon —respondió con frialdad, su voz cargada de un dolor profundo.

El viento soplaba suavemente, llevando consigo el aroma a pan recién horneado desde la pequeña panadería cercana, mezclándose con las feromonas de los presentes, creando una atmósfera cargada de sentimientos no expresados.

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...Gio...

...Alfa Dominante...

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...Hesti...

...Omega Puro...

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