El sol brillaba con fuerza esa mañana, pero el ambiente en la casa de Helena se sentía frío, cargado de una inquietud inexplicable. Mientras recogía los platos del desayuno, el teléfono comenzó a sonar, rompiendo la serenidad.
—¿Hola? —contestó Helena, sin sospechar lo que estaba por venir.
—Helena... —La voz de su madre al otro lado de la línea temblaba—. Tienes que venir al hospital... ¡Es tu padre! Lo han arrestado.
—¿Qué? ¿Cómo que lo arrestaron? —preguntó Helena, sintiendo que su corazón comenzaba a latir con fuerza—. ¿Por qué?
—Dicen que... que tu padre está involucrado en el accidente de anoche... Pero, Helena, sabes que él no pudo haber hecho eso.
Helena se quedó en silencio por un segundo, su mente intentando procesar la información. Su padre, el hombre más íntegro que conocía, acusado de un crimen. No podía ser cierto.
—Voy para allá —respondió con firmeza, sintiendo que la rabia y el miedo se mezclaban dentro de ella.
Colgó el teléfono y se quedó parada unos segundos, respirando profundamente, luchando por calmarse. No tenía tiempo para derrumbarse. Tomó sus llaves y salió rápidamente de la casa.
Al llegar al hospital, encontró a su madre sentada en una esquina, con la mirada perdida y las manos entrelazadas con fuerza.
—Mamá —dijo Helena al acercarse—. ¿Qué ha pasado exactamente?
—Dicen que fue tu padre, que él estaba involucrado en el choque que mató a esa familia... Helena, no es verdad. Él estaba en casa conmigo. ¡Yo lo vi!
—Lo sé, mamá —respondió Helena, apretando los dientes—. Vamos a demostrarlo.
Mientras hablaban, un policía se acercó, serio y con la mirada dura.
—¿Es usted la hija de Samuel Vargas? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
—Sí, soy su hija —respondió Helena, levantando la barbilla—. Mi padre es inocente, él no pudo haber hecho lo que dicen.
—Eso se determinará en la corte —dijo el oficial, sin emoción—. Hasta entonces, su padre está detenido mientras investigamos. Las pruebas son contundentes, señorita. Los testigos y las cámaras lo colocan en la escena.
—Pruebas que deben estar equivocadas —dijo Helena, sin ceder ante la presión—. No dejaré que condenen a un hombre inocente.
El oficial la miró un momento, evaluando su determinación.
—Le sugiero que hable con un abogado —respondió con frialdad, antes de darse la vuelta y marcharse.
Helena se quedó en silencio por un segundo, observando la figura del policía alejarse. Sabía que las cosas se pondrían difíciles, pero no permitiría que su padre pagara por algo que no había hecho.
—Voy a limpiar el nombre de papá, mamá —murmuró Helena—. No importa lo que tenga que hacer.
Helena estaba decidida a comenzar su lucha. Esa misma tarde, fue al despacho de su amiga abogada, Valeria, alguien en quien confiaba plenamente. Sabía que necesitaría toda la ayuda posible para enfrentarse al sistema judicial.
—Helena, no tienes idea de lo difícil que será esto —dijo Valeria, mientras se sentaba frente a ella en su oficina—. Las pruebas que tienen contra tu padre son fuertes.
—Lo sé —contestó Helena, con la voz firme—, pero las pruebas están equivocadas. Mi padre es inocente.
Valeria suspiró, observando a su amiga. Podía ver la desesperación en sus ojos, pero también la determinación de alguien que no se rendiría fácilmente.
—Haremos todo lo que podamos —dijo Valeria—. Primero, necesitamos revisar cada detalle de la acusación. ¿Tienes acceso a los documentos del caso?
—Aún no —respondió Helena—. Pero voy a conseguirlos. No importa cuánto tenga que moverme, voy a llegar al fondo de esto.
Valeria asintió.
—Bien. Eso es lo que necesitaremos: pruebas. Porque, por desgracia, la fiscalía ya está decidida a hundir a tu padre.
Helena apretó los puños, sintiendo el peso de las palabras de su amiga.
—No dejaré que lo destruyan —murmuró, con una mezcla de rabia y angustia—. Si alguien ha manipulado las pruebas, lo descubriremos.
Valeria la miró con una sonrisa triste.
—Entonces nos pondremos a trabajar de inmediato. Pero, Helena, debes prepararte. Este camino será más largo y difícil de lo que crees.
Helena la miró con decisión.
—Estoy lista.
Iván del Castillo era un hombre de principios inquebrantables. Su reputación como juez impecable lo precedía en todos los tribunales donde había estado. En sus veinte años de carrera, nunca permitió que la emoción influyera en su juicio. Su semblante frío y su mirada dura se convirtieron en una firma personal. Todos sabían que, ante él, solo valían los hechos.
La mañana en que recibió el caso de Samuel Vargas, algo en el informe llamó su atención. No era solo la gravedad del crimen del que se acusaba al hombre, sino la falta de coherencia en ciertos detalles del expediente. Se apoyó en el respaldo de su silla, mirando el grueso archivo sobre su escritorio.
—Otro caso complicado —murmuró para sí mismo, deslizando el dedo por las hojas.
Sabía que este juicio captaría la atención de la prensa. Era inevitable cuando un hombre tan respetado como Vargas se encontraba bajo sospecha de un crimen tan atroz. Pero a Iván no le interesaba la opinión pública. Su único deber era con la justicia.
Mientras leía, la puerta de su despacho se abrió suavemente. Su secretaria entró con la lista de citas del día.
—Juez Del Castillo, la hija del acusado, Helena Vargas, ha solicitado una audiencia con usted.
Iván levantó la mirada lentamente.
—¿Qué quiere? —preguntó sin desviar su mirada fría del archivo.
—Quiere hablar sobre la situación de su padre. Insiste en que es inocente.
El juez permaneció en silencio por un momento, sopesando la situación. No solía recibir a familiares de los acusados, pero algo en ese nombre lo intrigaba. Helena Vargas... Su nombre había aparecido en algunas partes del expediente. Sabía que la mujer estaba decidida a demostrar la inocencia de su padre.
—Hazla pasar —dijo finalmente, dejando el archivo a un lado.
Minutos después, Helena entró en la sala, con los hombros tensos y la determinación marcada en su rostro. Cuando sus miradas se cruzaron, Iván sintió por un segundo una chispa de reconocimiento. No era la típica hija desesperada por defender a su padre. Había algo en ella, una intensidad que él no pudo ignorar.
—Señorita Vargas —dijo Iván, su tono distante—. Entiendo que quiere hablar conmigo sobre el caso de su padre.
—Así es, juez —respondió Helena, sosteniendo su mirada—. Estoy aquí porque mi padre es inocente. Y sé que usted puede ver la verdad.
Iván mantuvo la compostura, aunque las palabras de Helena resonaron más fuerte de lo que esperaba.
—Lo que yo vea o no se basará en las pruebas presentadas, no en afirmaciones emocionales —replicó con frialdad.
—Entonces le mostraré las pruebas —contestó Helena, dando un paso hacia él—. Porque este caso no es lo que parece. Y pienso demostrarlo, aunque tenga que enfrentarme al sistema entero.
Iván la observó en silencio. Esa mujer tenía coraje, eso era evidente. Sin embargo, la ley no se movía por la voluntad de una persona, por muy decidida que estuviera.
—Espero que esté preparada para las consecuencias de lo que está pidiendo, señorita Vargas —dijo finalmente—. Este no será un camino fácil.
—Lo estoy —respondió Helena sin dudar—. Y no pienso rendirme.
Iván la observó un momento más, antes de asentir levemente. Sabía que esta mujer sería una presencia constante durante el juicio. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que este caso no sería como los demás.
Helena salió del despacho del juez con el corazón acelerado, aún sintiendo el peso de la mirada de Iván del Castillo sobre ella. Sus palabras resonaban en su cabeza: *"Espero que esté preparada para las consecuencias de lo que está pidiendo."* Era consciente de que enfrentarse al sistema no sería sencillo, pero estaba decidida a seguir adelante.
Mientras caminaba por el pasillo del tribunal, recordó la expresión del juez. Era un hombre frío, calculador, como si cada palabra que pronunciara estuviera perfectamente medida. Pero, a pesar de su dureza, Helena percibió algo más, algo que no podía definir del todo. ¿Había sido interés? ¿O quizás admiración por su determinación? No lo sabía, pero de algo estaba segura: Iván del Castillo no sería un oponente fácil.
De regreso en su despacho, Iván miraba por la ventana, observando la ciudad que se extendía ante él. La visita de Helena Vargas había dejado una marca en su rutina normalmente imperturbable. Se acercó al escritorio y revisó de nuevo el expediente de Samuel Vargas. Las pruebas eran claras, pero había algo en ese caso que no cuadraba. Y, aunque no quería admitirlo, la pasión de Helena por defender a su padre lo había inquietado.
—Será un caso interesante —murmuró para sí mismo, mientras cerraba el expediente.
Sabía que este juicio no sería uno más en su carrera. Y, por primera vez en años, sintió una chispa de curiosidad que no podía ignorar. Decidido a seguir con su enfoque frío y objetivo, se preparó para lo que vendría, pero sabía que el camino que compartía con Helena Vargas acababa de comenzar.
Helena pasó las siguientes semanas sumida en un frenesí de actividad, buscando sin descanso pruebas que pudieran exonerar a su padre. Cada día la acercaba más a la desesperación, pero su voluntad no flaqueaba. Sabía que no podía detenerse; la vida de su padre estaba en juego. Se había reunido con antiguos conocidos de Samuel, había revisado horas de registros y había solicitado documentos que muchos consideraban irrecuperables. Pero, hasta el momento, lo único que tenía era un cúmulo de esperanzas rotas.
Una tarde, exhausta tras largas horas en la biblioteca del bufete de abogados donde Valeria trabajaba, Helena se derrumbó en una silla, mirando las hojas esparcidas frente a ella.
—No tiene sentido... —murmuró, pasándose las manos por el rostro—. Debe haber algo que esté pasando por alto.
Valeria, que había estado revisando otro archivo, alzó la vista y se acercó a su amiga.
—Helena, hemos repasado esto una y otra vez. Si hubiera algo que nos ayudara, ya lo habríamos encontrado.
—¡No! —exclamó Helena, levantándose bruscamente—. ¡Debe haber algo! No puedo creer que todo esté perdido.
Valeria suspiró.
—No digo que todo esté perdido, pero el tiempo juega en nuestra contra. El juicio comenzará pronto y, mientras tanto, Iván del Castillo sigue revisando cada detalle del caso. Sabes lo minucioso que es.
El nombre del juez hizo que Helena se detuviera. Iván del Castillo. Frío, implacable, y su mayor obstáculo en la lucha por la verdad. Sabía que no le sería fácil convencerlo.
Mientras tanto, en su despacho, Iván se encontraba inmerso en el expediente. Cada página era revisada con meticulosidad, su mente siempre enfocada en los hechos. No permitía que las emociones de las personas involucradas nublaran su juicio, y este caso no sería la excepción.
—Es un rompecabezas interesante —murmuró, ajustando sus gafas mientras leía los testimonios una vez más.
Sin embargo, había algo en este caso que le daba una ligera inquietud. Las pruebas eran sólidas, sí, pero había pequeñas inconsistencias que lo hacían dudar. Normalmente, eso no lo habría detenido, pero la visita de Helena y su pasión por demostrar la inocencia de su padre habían dejado una marca. ¿Era posible que hubiera algo más detrás de todo esto?
Sacudió la cabeza, apartando cualquier rastro de subjetividad. No podía permitirse dudas. Los hechos debían hablar por sí solos, y hasta el momento, esos hechos condenaban a Samuel Vargas. Pero Iván sabía que su deber era asegurarse de que no quedara ningún cabo suelto.
De vuelta en la oficina, Helena miraba por la ventana, intentando reunir fuerzas para continuar. Sabía que el tiempo era limitado y que Iván del Castillo estaba un paso adelante, pero no podía rendirse. No cuando su padre la necesitaba.
—Voy a demostrarlo —dijo en voz baja, más para sí misma que para Valeria—. Voy a demostrar que mi padre es inocente.
Valeria se acercó a ella, poniéndole una mano en el hombro.
__Lo lograremos Helena. Pero debemos ser inteligentes. Este juez no se deja convencer fácilmente.
Helena asintió, sabiendo que Valeria tenía razón. Ivan del castillo sería un adversario formidable, pero estaba preparada para lo que fuera necesario.
La noche caía sobre la ciudad, pero Helena seguía despierta, sus ojos fijos en la pared donde había colgado notas, fotografías y documentos clave del caso. Cada hilo de conexión parecía conducir a un callejón sin salida, y la frustración se acumulaba en su pecho. No había dormido bien en días, pero no podía detenerse. Su padre estaba en prisión, acusado de un crimen que no cometió, y el tiempo para el juicio se agotaba.
De repente, un pequeño detalle le llamó la atención: un recibo de una transacción bancaria. Era una transferencia de una cuenta desconocida que coincidía con la fecha del crimen. Algo en ese documento encajaba con lo que su padre le había contado, y una chispa de esperanza la hizo levantarse rápidamente para examinarlo más de cerca.
—Esto es... —murmuró, casi temblando de emoción—. Valeria, ven aquí. Creo que he encontrado algo.
Valeria, que había estado adormecida en el sofá, se levantó de inmediato y corrió hacia ella.
—¿Qué pasa?
—Mira esto —Helena señaló el recibo—. Esta transacción es sospechosa. No coincide con la versión que la fiscalía presentó. Creo que esto podría probar que mi padre fue incriminado.
Valeria tomó el papel, observando con detenimiento.
—Es una pista, pero necesitamos más. Este juez no se dejará convencer con una simple sospecha.
—Lo sé —dijo Helena—. Pero es un comienzo. Ahora sé dónde buscar.
Mientras tanto, en su despacho, Iván del Castillo revisaba las pruebas por enésima vez, cada página pasando por sus manos como un puzzle incompleto. Había algo en todo el caso que no le cuadraba. Las pruebas eran sólidas, sí, pero parecían... demasiado perfectas. Como si todo estuviera dispuesto para señalar a Samuel Vargas sin dejar lugar a dudas.
Se inclinó hacia atrás en su silla, observando el techo. Desde que había conocido a Helena Vargas, algo en él había cambiado. Su determinación, su fervor por limpiar el nombre de su padre, le recordaban un viejo caso que lo había dejado marcado. Y aunque no quería admitirlo, esa mujer lo había hecho dudar.
"¿Y si ella tiene razón?", pensó.
Se levantó y se acercó a la ventana, observando las luces de la ciudad. Sabía que no podía permitirse flaquear, pero también sabía que no podía ignorar las inconsistencias. Este juicio sería más complicado de lo que había anticipado.
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