NovelToon NovelToon

Aunque Me Odies, Siempre Serás Mía

Capitulo 1: La Caída de Octavio 1

...¡Hola a todos! ¿Cómo están?...

...Me alegra mucho poder compartir mi primera historia en NovelToon. De verdad, espero que les guste y que disfruten cada capítulo tanto como yo disfruto escribirlos....

...Quiero adelantarles que esta historia será un poco extensa, o al menos eso creo por ahora, ya que aún estoy desarrollando algunos detalles. Por esa razón, algunos capítulos estarán divididos en varias partes, para que la lectura sea más ligera y puedan disfrutar de cada momento con calma....

...Gracias por acompañarme en este viaje, y les prometo que pondré todo mi esfuerzo en hacer esta historia emocionante y entretenida. ❤️...

ZAIRA

— Quiero que recojas tus cosas y te vallas de mi casa. Hoy mismo partes a Estados Unidos...— dijo Marck, sin siquiera apartar los ojos de la pantalla de su portátil, las teclas resona con fuerza mientras escribía algo con rapidez.

— ¿Qué? — respondí, sorprendida, sintiendo cómo el aire se volvía denso a mi alrededor.

Alzó la mirada del dispositivo con lentitud, como si la acción misma le pesara. Sus ojos, fríos y duros como el acero, se clavaron en los míos con una expresión implacable. En su rostro no había más que seriedad, pero sus ojos... Sus ojos estaban llenos de odio.

— Como lo escuchas. Esta noche te irás. — Su voz no admitía réplica, era fría como el mármol, cortante como una cuchilla.

— Tu sabes perfectamente que mi madre está desaparecida y... — traté de explicar, pero me interrumpió bruscamente.

— ¡Tu madre es una zorra! Cuando vio que todo se estaba desmoronando, no tuvo más opción que huir, la muy cobarde. Para evitar enfrentar las consecuencias que le corresponden.

Al escuchar esas palabras, mi furia se desató. ¿Cómo podía atreverse a hablar de mi madre de esa manera?

— ¡¿Cómo te atreves a hablar así de mi madre?!... ¡Ella no sabía nada de lo que mi padre le hizo a tu familia! Además, mi madre estaba enferma — intenté defender a mi madre, aunque Marck tenía razón... Ella pudo haber hecho algo y no lo hizo; se volvió cómplice de mi padre.

— ¡Claro que lo sabía! Aunque no estuviera de acuerdo, no movió un dedo para detenerlo. No te preocupes, la encontraré. Cada uno de ustedes recibirá lo que merece, ustedes son mi boleto para terminar de joder a Fabián Ocampo y tu madre no se escapará, ni siquiera si se oculta en el mismo infierno. — Su expresión se tornó más oscura, casi aterradora. — Jorge se encargará de llevarte a tu destino... esposa. — La última palabra la pronunció con un desprecio tan agudo.

El dolor se apoderó de mí. Todo esto era mi culpa. Todo lo que estaba pasando era por mí. Mi madre desaparecida, mis hermanos viviendo en condiciones deplorables... Si tan solo hubiera escuchado las advertencias de mi madre, todo sería diferente. Ella me lo dijo, pero yo estaba demasiado cegada por el amor, demasiado convencida de que ella no entendía. Pero no se equivocó. El sexto sentido de una madre nunca falla.

Él solo me había utilizado para vengarse de mi padre. Yo había sido su peón, su herramienta en su plan de destrucción.

Mi padre estaba en la cárcel, y él había conseguido quedarse con todo lo que le pertenecía. Pero sabía que no había terminado aún. Esto no se trataba solo de dinero o poder. Su odio no se saciaría hasta que cada miembro de mi familia estuviera completamente destruido.

...----------------...

...AÑOS ATRÁS...

...----------------...

NARRADORA

En Buenos Aires, Argentina, se encuentraba la fábrica de ropa Velours Atelier, las máquinas trabajaban a todo vapor, produciendo cientos de prendas que pronto llenarían los escaparates de las tiendas del país. Las luces industriales iluminaban el enorme espacio de producción, mientras los empleados se movían al ritmo de las costureras y el retumbar de las máquinas. En el corazón de este imperio textil, Octavio Aragón y Fabián Ocampo caminaban por los pasillos con confianza, supervisando el trabajo como lo habían hecho durante tantos años.

Octavio, un hombre de unos 35 años, tenía el porte de alguien que había levantado su fortuna desde la nada. Su rostro serio y siempre concentrado, mantenía una vitalidad admirable. Vestía con sencillez, siempre con una chaqueta de lana gris y una camisa abotonada hasta el cuello. Era querido por sus empleados, no solo por ser un jefe justo, sino porque a menudo caminaba entre las máquinas preguntando por el bienestar de sus trabajadores. Era un hombre de valores tradicionales, alguien que creía en el trabajo duro, la familia y la honestidad.

A su lado, Fabián parecía el reflejo contrario de Octavio. Con unos años menos, Fabián era más llamativo, más ostentoso. Vestía trajes caros de y sus modales desprendían una mezcla de carisma y arrogancia. Mientras Octavio saludaba a los trabajadores, Fabián miraba su reloj, impaciente por volver a la oficina y atender "asuntos más importantes". Para él, la fábrica no era un legado, sino un trampolín hacia algo mayor. Tenía ambiciones que iban más allá de los límites nacionales, quería internacionalizar el negocio, expandir la marca y entrar en los mercados más competitivos.

—Tú te preocupas demasiado por los pequeños detalles, Octavio —dijo Fabián, mientras salían de la planta de producción. Estaban en la oficina principal, un espacio lujoso con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la fábrica. Octavio miraba con orgullo el paisaje industrial que había construido a lo largo de su vida.

—Los detalles son los que marcan la diferencia, Fabián —respondió Octavio, tomando asiento en su escritorio de madera oscura—. Si perdemos de vista lo que sucede en la base, todo el edificio se tambaleará tarde o temprano.

Fabián se levantó de su silla y, se dirigió a su oficina. Mientras tanto, Octavio continuaba con su trabajo, sumido en el mar de papeles y proyectos que parecía no tener fin. Hoy, Octavio tenía un objetivo claro en mente: llegar a casa a tiempo para comer con su familia. Los últimos días habían estado marcados por un torbellino de trabajo que lo había mantenido en la oficina hasta altas horas de la noche. Cada minuto extra en la oficina significaba más horas alejado de su esposa y su hijo, quienes lo necesitaban más que nunca. Aunque su arduo esfuerzo era para brindarles una vida cómoda y segura, Octavio comprendía que lo que realmente deseaban, más allá de los lujos y comodidades, era tenerlo presente en cada momento.

......................

Clara era una mujer de belleza serena y natural. Su cabello castaño ondulado caía en suaves rizos sobre sus hombros, capturando la luz en matices dorados. Sus ojos azules, profundos y expresivos, parecían reflejar la calma de un océano en paz. Su piel clara y radiante, siempre bien cuidada, tenía un brillo saludable que hablaba de su vitalidad. Era una mujer maravillosa y amorosa, conocida por su generosidad y su capacidad de hacer sentir a todos a su alrededor como en casa.

En la cocina, Clara picaba un pepino para la ensalada, su mente rebosante de anticipación. Octavio había prometido venir a comer ese día, y ella sabía que Marck, su pequeño hijo, estaría encantado de verlo. Clara estaba vestida con un sencillo pero elegante vestido de flores, y su delantal estaba adornado con pequeños detalles de encaje. Aunque la casa no era una mansión, era espaciosa y acogedora.

De repente, el sonido de la puerta principal abriéndose captó su atención. Clara levantó la mirada y, con una sonrisa en el rostro.

— ¡Mami! —gritó Marck, el pequeño de cabello negro lacio y ojos azules brillantes, mientras entraba a la cocina corriendo con una energía contagiosa.

Clara, con una expresión llena de cariño, se inclinó para recibir a su hijo y le dio un fuerte abrazo. La calidez de su abrazo era reconfortante y el pequeño, con sus mejillas sonrojadas, se acurrucó en sus brazos.

— Cariño, te extrañé un montón —dijo Clara con una sonrisa, admirando la vivacidad de su hijo, quien parecía irradiar una alegría contagiosa.

— Yo también te extrañé, mami —respondió Marck con una sonrisa, sus ojos reflejando la misma felicidad.

— ¿Cómo te fue en la escuela? —preguntó Clara, separándose ligeramente para mirar a su hijo a los ojos.

— Muy bien, mami —contestó Marck con entusiasmo.

— Me alegra. Ve a cambiarte de ropa para que podamos comer cuando llegue papá —le indicó Clara, acariciando su mejilla suavemente.

— ¡Está bien! —exclamó Marck, corriendo hacia las escaleras con una energía renovada.

Pocos minutos después, el sonido familiar de la puerta principal se hizo presente nuevamente. Clara no pudo evitar sonreír y se lavó las manos una vez más antes de salir para recibir a su esposo. La casa estaba llena de un aroma delicioso que prometía una comida maravillosa.

Al salir de la cocina, encontró a Octavio colocando su abrigo en el perchero. Se acercó a él y le dio un beso costo en los labios, su mirada llena de amor y felicidad.

— Hola, cariño —dijo Clara, su voz suave y cálida.

— Hola —respondió Octavio, tomándola de la barbilla y acercando sus labios a los suyos formando un beso apasionado que parecía hablar de todo lo que no se decían con palabras.

— ¡Papá! —gritó Marck desde las escaleras, su voz llena de emoción.

Al escuchar a su hijo, ambos se separaron. Octavio se giró para ver a Marck, quien corría hacia él con los brazos extendidos. Octavio lo levantó en brazos, dándole un beso en la mejilla.

— ¿Cómo te fue en la escuela? —preguntó Octavio, mirando a su hijo con orgullo.

— Muy bien, papá —respondió Marck con una sonrisa, sus ojos brillando—. La profesora dice que soy un niño muy inteligente.

— Por supuesto que eres un niño muy inteligente —dijo Clara, acariciando la mejilla de Marck con ternura—. Vamos a comer; no quiero presumir, pero la comida me quedó para chuparse los dedos.

— No hay que dudarlo, tenemos a la mejor cocinera en la casa. —respondió Octavio, colocando su mano en la cintura de su esposa mientras se dirigían a la mesa que estaba en la cocina.

Se sentaron en la mesa, rodeados por el cálido aroma de la comida recién preparada. La mesa estaba bellamente arreglada, con platos y utensilios impecablemente colocados. Clara sirvió la comida y mientras comían, compartieron risas y conversaciones sobre el día. Hablaban de cosas triviales y grandes, de sueños y anécdotas, disfrutando cada momento en compañía. El ambiente estaba lleno de una calidez que solo el amor y la familia podían proporcionar, y en ese instante, la felicidad y la satisfacción llenaban la casa.

......................

Durante años, Fabián había soportado en silencio la visión conservadora de Octavio. Al principio, la lealtad y el respeto lo habían mantenido en su lugar, pero con el tiempo, la frustración comenzó a crecer como una sombra silenciosa. Fabián veía oportunidades en cada esquina: mercados emergentes, acuerdos con grandes compañías internacionales, pero Octavio siempre prefería el camino seguro, la estabilidad por encima del riesgo. Para Fabián, esa postura era un lastre que no podía seguir arrastrando si quería llegar a la cima.

Fue en una tarde lluviosa cuando Fabián dio el primer paso hacia su plan. En la penumbra de su oficina privada, con la lluvia golpeando los ventanales, revisaba los balances financieros de la empresa. Sabía que los números eran sólidos, que la fábrica operaba con eficiencia y que no había ninguna amenaza real que pudiera comprometer su futuro inmediato. Pero para Fabián, eso no era suficiente. No quería solo seguridad; quería poder, expansión, y sobre todo, controlar cada decisión sin tener que rendir cuentas a nadie.

Con su pluma estilográfica, comenzó a hacer pequeñas anotaciones en los márgenes de los documentos. Estaba buscando huecos, grietas por las que pudiera empezar a manipular las finanzas. Sabía que no podía actuar de manera abrupta. Cualquier movimiento drástico podría levantar sospechas, especialmente de Octavio, quien siempre prestaba atención a los detalles.

La clave estaba en las pequeñas sumas, cantidades lo suficientemente discretas como para no alertar a nadie. Aprovechando su posición como socio mayoritario y encargado de varias cuentas, Fabián comenzó a desviar fondos. Lo hacía con sutileza, cada transacción estaba camuflada bajo gastos de operación aparentemente legítimos: la compra de nuevas máquinas, la renovación de algunos departamentos, incluso gastos menores para viajes de negocio que nunca se realizarían.

Cada transferencia era cuidadosamente revisada. Fabián utilizaba empresas fantasma que había creado en el extranjero, donde el dinero quedaba almacenado fuera del radar de cualquier auditoría interna. Estas empresas, ubicadas en paraísos fiscales, le permitían lavar los fondos y convertirlos en inversiones que, poco a poco, iban construyendo su fortuna personal.

Al principio, desvió pequeñas cantidades: diez mil aquí, quince mil allá. Lo hacía con la regularidad justa para no levantar ninguna sospecha, registrando cada transacción como si formara parte de las operaciones diarias de la fábrica. Sabía que Octavio, confiando en su criterio, no examinaría estos detalles minuciosamente. Y tenía razón. Mes tras mes, las sumas acumuladas crecían, y Fabián comenzó a ver cómo su cuenta bancaria secreta florecía mientras Octavio seguía ciego ante lo que estaba ocurriendo justo bajo su nariz.

Sin embargo, Fabián sabía que este era solo el primer paso. Necesitaba algo más grande, un golpe maestro que lo asegurara como el único beneficiario de la caída de Octavio. Y entonces, la oportunidad se presentó: la necesidad de una expansión.

En una de sus reuniones mensuales, Fabián abordó la idea de modernizar la fábrica.

—Octavio, he estado analizando las proyecciones de crecimiento de nuestras competidoras —comenzó, inclinándose ligeramente hacia delante en la mesa de la sala de juntas—. Creo que estamos quedándonos atrás en cuanto a tecnología. Si invertimos en nuevas líneas de producción, podríamos reducir nuestros costos y mejorar los tiempos de entrega.

Octavio, siempre cauto, miró a su socio con el ceño fruncido. Sabía que Fabián era ambicioso, pero no le gustaba apresurarse.

—No estoy seguro de que sea el momento adecuado para tomar ese tipo de riesgos —respondió con su tono habitual, calmado, pero firme—. Hemos logrado mantenernos sólidos porque no hemos hecho movimientos arriesgados. Hay que pensar en nuestra gente, en la estabilidad.

Fabián reprimió su frustración. Octavio siempre mencionaba a "su gente", como si los empleados fueran lo único que importaba. Pero mantuvo la calma y mostró su mejor cara de persuasión.

—Lo sé, Octavio. Y por eso creo que debemos asegurarnos de que la fábrica pueda mantenerse competitiva. Si no nos modernizamos, será nuestra gente la que sufra cuando nos superen. Y he encontrado una manera de financiarlo que no implicará riesgos importantes.

Ese fue el anzuelo. La promesa de no arriesgar el capital de la empresa era lo que siempre lograba captar la atención de Octavio. Fabián le explicó que había un banco dispuesto a concederles un préstamo a bajo interés, específicamente diseñado para la modernización de fábricas. Octavio, tras pensarlo por varios días, finalmente aceptó. Fabián le presentó los documentos necesarios, alegando que solo necesitaba su firma para proceder.

—Es solo una formalidad —dijo Fabián con una sonrisa que ocultaba su satisfacción—. El banco necesita que tú firmes porque, como cofundador, eres la cara más reconocida de la empresa.

Octavio, cansado por los eventos de la semana y confiando en su amigo de toda la vida, firmó sin leer con detalle. Era un gesto de confianza que había repetido incontables veces antes. Fabián sabía que Octavio no solía dudar de su juicio, y ese fue su error fatal. Lo que Octavio no sabía era que esos papeles contenían una cláusula específica que lo convertía en el único responsable legal si la empresa no podía devolver el préstamo. La deuda, de millones, recaería exclusivamente sobre él.

Fabián salió de la oficina de Octavio esa tarde con una sensación de victoria que lo envolvía. Había plantado la semilla de la destrucción de su socio sin que este siquiera lo sospechara. Caminó por los pasillos de la fábrica con la seguridad de alguien que ya había ganado la partida, observando a los empleados que trabajaban ajenos a lo que estaba ocurriendo en las oficinas.

Capitulo 1: La Caída de Octavio 2

NARRADORA

Fabián regresó a su casa al anochecer, satisfecho con el curso de los acontecimientos. El cielo se teñía de un gris profundo, y la ciudad estaba inmersa en el ajetreo nocturno mientras los autos pasaban por la calle frente a su residencia. Su hogar, una mansión pequeña en las afueras de la ciudad. Las luces suaves y cálidas iluminaban los grandes ventanales, proyectando una sensación de tranquilidad que contrastaba con las tormentas que él mismo había desatado en la vida de Octavio.

Entró por la puerta principal, colgando su abrigo en el perchero de caoba junto a la entrada, y se dirigió hacia la sala de estar. El sonido de la televisión encendida llenaba el aire, pero la estancia estaba en calma. Su esposa, Isabel, estaba sentada en el sofá, una mujer de mirada dulce Era una mujer de belleza natural que llamaba la atención desde el primer momento. Su cabello rubio, largo y sedoso, caía en cascada sobre sus hombros, con reflejos dorados que brillaban a la luz del sol. Tenía una piel clara y suave, casi porcelana, que contrastaba con sus ojos verdes, profundos y brillantes, como esmeraldas. Su rostro era delicado, con pómulos altos y definidos, y labios rosados que siempre parecían esbozar una sonrisa suave, con un avanzado embarazo que ya comenzaba a notarse. Tenía una mano descansando suavemente sobre su vientre, mientras con la otra cambiaba distraídamente los canales.

—Ya estoy en casa —dijo Fabián con tono casual, mientras se acercaba a ella y le dio un beso rápido en la frente.

Isabel le sonrió, pero había algo en su expresión que denotaba cierta distancia. Sabía que Fabián llevaba semanas envuelto en un plan del que no le había dado muchos detalles, pero la forma en la que él había estado actuando últimamente la inquietaba. Sentía que su esposo estaba más obsesionado que nunca con su ambición, con lograr algo que ella no alcanzaba a comprender del todo.

— ¿los niños? — pregunta el mirando a su bella esposa.

—Ya están durmiendo. ¿Cómo te fue hoy? —preguntó Isabel, intentando sonar despreocupada, pero sus ojos seguían al rostro de Fabián con cierta cautela.

—Ha sido un día excelente, Isa —dijo él, sonriendo mientras se sentaba a su lado—. Todo va según lo planeado. La expansión de la fábrica está en marcha, y Octavio… —Fabián hizo una pausa, como si saboreara el nombre antes de pronunciarlo—. Bueno, digamos que está exactamente donde necesito que esté.

Isabel se movió un poco en el sofá, incómoda. Sabía que Fabián y Octavio tenían diferencias sobre cómo manejar la empresa, pero jamás se habría imaginado que las cosas hubieran escalado a este nivel. Su intuición le decía que Fabián estaba haciendo algo más que tomar decisiones comerciales.

—¿A qué te refieres? —preguntó, intentando sonar casual pero con la suficiente seriedad para que Fabián supiera que quería una respuesta honesta.

Él suspiró y se pasó una mano por el cabello. Era evidente que había llegado el momento de compartir parte de lo que había estado tramando.

—Isabel… —comenzó, su tono suavizándose—. Octavio nunca entendió lo que realmente necesitaba hacer para que la empresa prosperara. Siempre ha sido demasiado cauteloso, demasiado conservador. — Yo… tuve que tomar el control, hacer lo que era necesario para salvarnos a todos. 

—¿Qué hiciste, Fabián? —su voz se tensó, sus manos aferrándose al cojín que sostenía sobre su regazo. El tono dulce y comprensivo que usualmente tenía estaba desapareciendo, dejando entrever una preocupación que crecía rápidamente.

Fabián hizo una pausa, sabiendo que lo que diría a continuación no sería bien recibido, pero confiando en que podría convencerla de que lo había hecho por el bien de ambos.

—Desvié dinero —confesó—. Lo hice poco a poco, asegurándome de que todo pareciera legítimo. Ahora tengo lo suficiente para asegurar nuestra vida y la de nuestros hijos. Y hoy… —sonrió, como si acabara de realizar una hazaña magistral— he logrado que Octavio firme unos documentos que lo ponen a él como responsable de una deuda que no podrá pagar. Cuando la empresa caiga, todo será mío. 

El silencio que siguió fue abrumador. Isabel lo miraba con incredulidad, sus labios entreabiertos, sin saber si lo que acababa de escuchar era una broma o la confesión de algo terrible. El aire en la habitación pareció volverse pesado, sofocante.

—¿Desviaste dinero? —repitió lentamente, tratando de asimilarlo—. ¿Y le tendiste una trampa a Octavio? Fabián, ¡eso es deshonesto! ¡Es cruel! ¡Él confía en ti!

Fabián frunció el ceño. No esperaba esa reacción. Pensaba que Isabel comprendería, que vería que todo esto lo hacía por ellos, por su futuro y por sus hijos. Se inclinó hacia ella, tratando de calmarla.

—Isabel, no lo entiendes —dijo con firmeza—. Lo hice por nosotros. Octavio es débil. Si lo hubiera dejado seguir tomando las decisiones, habríamos terminado en la ruina tarde o temprano. Yo solo… aceleré el proceso. Tendremos todo lo que siempre soñamos.

Isabel se levantó con esfuerzo del sofá, ignorando el peso de su vientre mientras caminaba lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban en la distancia. Se quedó mirando en silencio por un momento, tratando de procesar lo que Fabián había hecho.

—Fabián, esto no está bien —dijo finalmente, su voz apenas un susurro—. No puedes justificar lo que hiciste con promesas de riqueza. Traicionaste a tu amigo, y lo que es peor, jugaste con la vida de su familia. No sé cómo esperas que me quede callada ante esto.

Fabián se levantó y caminó hacia ella, poniéndose detrás y rodeándola suavemente con los brazos, tratando de reconfortarla. 

—Escucha —dijo en voz baja, su tono suave pero convincente—. Sé que ahora parece cruel, pero es lo necesario. Octavio nunca entendería las decisiones que tuve que tomar. Al final, cuando estemos seguros, cuando nuestros hijos crezcan con todo lo que necesitan, tú verás que hice lo correcto. Nadie más tenía el valor de hacerlo. 

Isabel sintió la calidez de sus brazos, pero no encontraba consuelo en sus palabras. Sabía que Fabián siempre había sido ambicioso, pero ahora se daba cuenta de que esa ambición lo estaba consumiendo, llevándolo por un camino del que tal vez no habría vuelta atrás. Aun así, las dudas la llenaban de incertidumbre. No estaba de acuerdo con lo que él había hecho, pero sabía que en ese momento, discutir más solo traería más tensión. Además, estaba preocupada por el bienestar de sus hijos y por lo que todo esto significaría para su familia.

—No estoy de acuerdo con lo que hiciste, Fabián —dijo finalmente, con un tono más bajo y agotado—, pero no voy a decir nada. 

Fabián sonrió, satisfecho con su victoria. Sabía que, aunque Isabel no estaba de acuerdo, había logrado hacerla entrar en razón… o al menos, en su razón. 

—Te prometo que todo saldrá bien, Isa —murmuró, besando su cabeza con ternura—. Confía en mí.

Pero mientras Fabián volvía a abrazarla, Isabel miraba la oscuridad más allá de la ventana, preguntándose si realmente alguna vez podría volver a confiar en él por completo.

......................

Las semanas que siguieron fueron una pesadilla progresiva para Octavio. Al principio, todo parecía estar en orden. La fábrica seguía funcionando con la eficiencia habitual, las máquinas resonaban día y noche, y los trabajadores realizaban sus tareas sin notar la tormenta que se avecinaba. Los informes de producción seguían indicando cifras positivas y las ventas, aunque algo estancadas, no representaban motivo alguno de preocupación. Octavio, inmerso en la rutina diaria, confiaba plenamente en que todo marchaba bien, gracias en parte a las gestiones de su socio de toda la vida, Fabián.

Sin embargo, en las sombras, Fabián estaba ejecutando el golpe final. Movía las piezas del tablero con precisión quirúrgica. Sabía que debía actuar con rapidez y cautela, antes de que Octavio descubriera las grietas que había estado creando en los cimientos de la empresa. Había contratado a un grupo de abogados corruptos, expertos en manipular informes financieros y enredar cualquier tipo de auditoría que se intentara realizar. Estos abogados, por medio de intrincados movimientos legales, comenzaron a fabricar informes que mostraban pérdidas millonarias. Lo hacían con astucia, exagerando los gastos operativos y minimizando las ganancias de manera que, en los libros contables, la fábrica comenzaba a tambalearse.

Octavio, siempre confiado en la estabilidad de su empresa, empezó a notar ciertos desajustes en los balances financieros. Al principio creyó que se trataba de un simple error de cálculo, tal vez un retraso en algún pago o un malentendido en las órdenes de compra. Sin embargo, a medida que los días pasaban, los informes mensuales mostraban un patrón preocupante: las pérdidas aumentaban y las ganancias disminuían de forma inexplicable.

—¿Cómo es posible? —Octavio se decía a sí mismo en las largas noches que pasaba revisando los números en su despacho—. Todo estaba bien hace unas semanas… ¿Cómo llegamos a esto?

Fabián, por su parte, jugaba el papel del socio comprensivo. Cada vez que Octavio mencionaba las dificultades, él se mostraba consternado y dispuesto a ayudar, ofreciendo soluciones vagas y poco concretas que solo confundían más a Octavio. Lo miraba con una mezcla de simpatía y traición oculta, sabiendo que el peso del desastre estaba a punto de caer sobre su socio, quien aún no comprendía del todo el alcance de su situación.

—Esos malditos proveedores, Octavio. Quizás deberíamos cambiar de socios comerciales, están elevando los costos sin motivo —le decía Fabián con tono casual, sin dejar entrever la verdad.

Mientras tanto, los abogados corruptos mantenían las apariencias, asegurándose de que cualquier auditoría que se realizara quedara enredada en tecnicismos y números falsos. Por otro lado, Fabián seguía desviando sumas importantes de dinero a sus cuentas personales en el extranjero. Cada transacción estaba disfrazada bajo complejos entramados legales que hacían imposible rastrear el dinero. Invertía en bienes raíces, empresas emergentes y, sobre todo, en acciones que aumentarían su fortuna cuando todo estallara.

Octavio, cada vez más preocupado, comenzó a buscar respuestas. Se reunía con los contadores, revisaba contratos, pero todo parecía estar en regla. Los balances no mostraban más que problemas de flujo de caja, algo que podría solucionarse con algo de tiempo y nuevas inversiones, o eso pensaba él. En realidad, estaba pisando un terreno minado, y cada paso lo acercaba más al borde del abismo.

Finalmente, el golpe decisivo llegó un viernes por la tarde, cuando Octavio fue citado por el banco con el que habían firmado el préstamo. Entró en la imponente sala de conferencias, donde lo esperaban los directivos del banco y su propio equipo legal. Al entrar, sintió una punzada en el estómago, algo que no podía explicar, pero que le advertía que algo andaba muy mal. Se sentó frente a los ejecutivos, su rostro sereno, aunque el nerviosismo comenzaba a apoderarse de él.

—Señor Aragón—dijo uno de los directivos con tono serio—. Hemos revisado los balances de su empresa, y lamentamos informarle que, debido a los incumplimientos en los pagos y a las recientes pérdidas reportadas, nos vemos obligados a tomar medidas legales para recuperar los fondos prestados.

Octavio sintió como si el mundo se desmoronara frente a él. Los papeles que le entregaron detallaban que la empresa debía millones, y que él, como firmante del préstamo, era el único responsable de la deuda. Trató de protestar, de explicar que debía haber un error, pero los abogados del banco, implacables, le recordaron la cláusula que había firmado.

—Esto es imposible —murmuró Octavio, con la voz quebrada—. ¡Fabián me dijo que todo estaba en orden!

......................

Fabián había calculado todo con una precisión milimétrica. Para cuando Octavio se enfrentara a las consecuencias, él ya habría desaparecido del mapa. El dinero estaba a salvo en sus cuentas extranjeras, y mientras Octavio lidiaba con la quiebra y la responsabilidad legal, Fabián preparaba sus maletas para salir del país.

— ¿Ya terminaste tu maleta? —preguntó Isabel mientras entraba a la habitación con una caja en las manos. Su voz era suave, pero había un dejo de inquietud en el ambiente.

— Casi... —Fabián respondió, girándose para mirarla—. ¿Y eso? —señaló la caja con curiosidad.

— Son algunas cosas que ya no sirven. Pensaba salir a botarlas. —Isabel dejó la caja sobre la cama y se cruzó de brazos, observándolo con una mezcla de ansiedad y tristeza.

— Está bien... —dijo Fabián, desviando la mirada hacia las maletas desparramadas por el suelo—. ¿Ya están listas las maletas de los niños?

Isabel asintió y se acercó a él, como buscando consuelo en su proximidad.

— Sí, ya está todo listo... —murmuró, y luego, con voz apenas audible, agregó—. ¿Estás seguro de irnos de buenas Aires?

Fabián abrió la boca para responder, pero en ese instante el sonido vibrante de su teléfono interrumpió el momento. Miró la pantalla con un suspiro. Octavio. Era la quinta llamada que había ignorado en el día, pero esta vez, algo en su interior le dijo que debía contestar.

— Discúlpame, necesito contestar. —Fabián miró a Isabel, quien soltó un suspiro antes de tomar la caja y salir de la habitación en silencio.

Fabián lo recibió con una frialdad que dejó a Octavio helado.

—Lo siento, Octavio —dijo Fabián por teléfono, su voz suave pero implacable—. Esto es simplemente… negocios. Tuvimos diferentes ideas sobre el futuro de la empresa, y al final, tomé la decisión que era mejor para mí.

Octavio sintió como su corazón se detenía. No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Cómo pudiste hacerme esto, Fabián? —gritó desesperado—. ¡Éramos amigos!

—Los amigos son una cosa —respondió Fabián con un tono cínico—. Los negocios, otra. Ahora lo entiendes. Todo lo que te queda es asumir las consecuencias. Espero que puedas encontrar una manera de pagar tus deudas.

Y con eso, Fabián colgó, dejando a Octavio sumido en la desesperación.

......................

Esa noche, Octavio regresó a su hogar bajo un cielo oscurecido por nubes pesadas, que parecían reflejar el peso insoportable de su alma. Cada paso que daba hacia la puerta de su casa le resultaba más difícil que el anterior, como si el aire mismo lo empujara hacia atrás, consciente de que lo que estaba a punto de enfrentar sería más doloroso que cualquier batalla que hubiera librado en su vida. El portón de hierro chirrió cuando lo empujó con la mano temblorosa, y al entrar, un silencio inquietante lo envolvió.

La casa que solía ser un refugio de risas y vida ahora parecía fría, vacía, como si hubiera perdido su alma junto con él. El eco de sus pasos resonaba en el pasillo mientras caminaba lentamente hacia la sala, donde sabía que su esposa lo estaba esperando.

—Octavio… —su voz apenas fue un susurro —

Octavio no pudo sostener su mirada. Sus hombros cayeron, y en su rostro se dibujó la expresión de un hombre derrotado, de alguien que había perdido todo. Se acercó a ella, incapaz de encontrar las palabras correctas, sabiendo que lo que estaba por decir sería más cruel que cualquier tormenta que hubieran enfrentado juntos.

—Clara… —comenzó, pero su voz se apagó. Tragó saliva, intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir. Sabía que debía ser fuerte, pero cada vez que intentaba hablar, sentía el peso de la culpa oprimiendo su pecho.

Clara lo miró, su respiración entrecortada, y algo en su interior se desmoronó. Dio un paso hacia él, con las lágrimas corriendo por su rostro.

—Octavio, por favor… dime qué paso.

—Lo he perdido todo, Clara—dijo finalmente, su voz quebrada.

Las palabras colgaron en el aire, pesadas y dolorosas. El silencio que siguió fue insoportable. Octavio miró hacia el suelo, incapaz de enfrentar la mirada de su esposa, mientras cada segundo que pasaba parecía agravar el dolor en su pecho. Sintió que todo se derrumbaba a su alrededor, como si la realidad misma se estuviera desintegrando.

—¿Cómo? —preguntó Clara, incapaz de comprender del todo—. ¿Qué pasó?

Octavio, con los ojos llenos de lágrimas, se dejó caer en el sofá, sus manos temblorosas cubriendo su rostro. Las palabras salían atropelladas, entrecortadas por el dolor.

—Fabián… —dijo entre sollozos—. Me tendió una trampa. Desvió dinero de la empresa… me hizo firmar documentos… Yo no sabía… pensé que estábamos asegurando un préstamo, pero él… él lo planeó todo. Ahora soy responsable de todas las deudas. La fábrica… se ha ido… Lo hemos perdido todo.

Clara se tambaleó hacia atrás, como si las palabras de Octavio la hubieran golpeado físicamente. Se apoyó en la pared, con una mano temblorosa cubriendo su boca. El nombre de Fabián resonaba en su mente, un eco amargo de traición. Ese hombre, que había sido amigo y socio de su esposo, ahora había destruido su vida. La incredulidad se mezclaba con la desesperación.

—¡No puede ser! —gritó finalmente, su voz llena de angustia—. ¡No puede ser verdad! ¡Él no… él no haría eso!

Octavio solo podía asentir en silencio, sus ojos llenos de una tristeza infinita. Sabía que, aunque quisiera, no había nada que pudiera hacer para cambiar lo que había sucedido. Había confiado ciegamente en Fabián, y ahora, esa confianza lo había llevado a la ruina. Ver el sufrimiento en los ojos de Clara solo agravaba su propio dolor.

—Lo siento tanto, cariño —murmuró, con la voz apenas audible—. Te fallé… les fallé a todos.

Clara, incapaz de soportar el peso de la verdad, se dejó caer de rodillas frente a él, llorando amargamente. La traición de Fabián no solo había destruido su estabilidad financiera, sino que también había roto algo más profundo, algo que no se podía medir en dinero o propiedades. El dolor de perderlo todo, de ver a su esposo destrozado, era insoportable.

Octavio, envuelto en su propia desesperación, solo pudo abrazarla, incapaz de encontrar las palabras que la consolaran. La realidad los había golpeado con una brutalidad implacable, y en ese momento, en medio de las lágrimas y el dolor, supieron que ya nada volvería a ser igual.

Capitulo 2: Dolor tras su muerte

NARRADORA

Con el tiempo, la presión se volvió insoportable. Los acreedores comenzaron a acosarlo, las deudas crecían y la empresa, el legado que había construido con tanto esfuerzo, estaba a punto de desaparecer. El estrés comenzó a afectar la salud de Octavio. No podía dormir, sus manos temblaban constantemente, y la desesperación lo consumía.

El sol de la tarde empezaba a descender, bañando la carretera con un resplandor dorado que contrastaba con la oscuridad que envolvía el alma de Octavio. Conducía sin rumbo, sus manos apenas aferradas al volante mientras sus pensamientos se arremolinaban en su mente, cada uno más pesado que el anterior. Los días que siguieron a la quiebra de la empresa habían sido un torbellino de desesperación, y aunque su familia intentaba mantenerse fuerte, Octavio sentía que estaba fallando en cada aspecto de su vida.

El sonido del motor rugía en el fondo, pero Octavio apenas lo notaba. Su mente estaba lejos, atrapada en el caos de las deudas, la traición de Fabián, y la aplastante culpa que lo devoraba por dentro. Lo había perdido todo: su negocio, su orgullo, la estabilidad de su familia. Y ahora, mientras la carretera serpenteaba frente a él, sus pensamientos oscuros parecían conducirlo hacia un precipicio del que no veía salida.

Sus ojos, enrojecidos por la falta de sueño y el llanto contenido, miraban sin realmente ver la carretera. El paisaje a su alrededor era solo un borrón. En su pecho, un nudo de angustia se apretaba cada vez más fuerte, robándole el aliento, haciéndole sentir como si el mundo se estuviera cerrando a su alrededor.

En ese momento, algo en su mente se quebró. Quizá fue el peso acumulado de tantos días de tormento emocional, o tal vez la desesperación que había crecido hasta volverse insoportable. Sin darse cuenta, sus manos se aflojaron del volante, y su mirada se desenfocó. El auto empezó a desviarse, pero Octavio no reaccionó. Era como si su voluntad se hubiera rendido por completo, incapaz de luchar más contra las fuerzas que lo oprimían.

El coche salió de su carril, tambaleándose hacia el borde de la carretera. El sonido de los neumáticos saliéndose del asfalto fue el primer aviso, pero Octavio no lo escuchó, o si lo hizo, no le importó. Todo en su interior había llegado a un punto de ruptura.

En un abrir y cerrar de ojos, el auto perdió el control. El volante giró violentamente mientras el vehículo se deslizaba hacia un terraplén. Los árboles y el suelo se acercaban a una velocidad vertiginosa, pero Octavio seguía inmóvil, como si ya hubiera aceptado lo inevitable. No hubo gritos, ni intentos desesperados de recuperar el control. Simplemente dejó que sucediera.

El choque fue brutal. El auto impactó contra un árbol con una fuerza devastadora, lanzando vidrios y metal por todas partes. El sonido del metal retorciéndose y la madera quebrándose resonó en el aire. El capó del coche se aplastó como si fuera de papel, y el cuerpo de Octavio fue lanzado violentamente hacia adelante, atrapado entre los restos destrozados del vehículo.

En un instante, todo terminó. Octavio murió en el acto, sin sufrimiento prolongado, sin gritos finales. Solo un silencio profundo, un vacío oscuro que lo envolvió todo.

El sol seguía descendiendo en el horizonte, proyectando sombras largas sobre el escenario del accidente, como si la misma naturaleza lamentara la tragedia que acababa de ocurrir. La carretera quedó en silencio, con los restos del coche destrozado como único testimonio del sufrimiento que había consumido a un hombre que, en su desesperación, había encontrado un final abrupto y trágico.

Poco después, el cielo comenzó a oscurecerse, y el mundo siguió su curso, ajeno a la vida que se había apagado en esa solitaria carretera.

...----------------...

La noche estaba llegando. La casa de los Aragón estaba sumida en un silencio casi sepulcral, roto solo por el ocasional crujido de la madera del suelo y el viento que golpeaba las ventanas. Clara estaba en la cocina, intentando preparar algo de comer, aunque no tenía apetito. Desde la quiebra de la fábrica, todo había cambiado. Octavio apenas hablaba y salía cada día con la esperanza de encontrar una solución, pero ella sabía que el peso de la situación lo estaba aplastando. Las deudas crecían, los acreedores acosaban, y su esposo se hundía cada vez más en una espiral de desesperación.

Clara se movía por la cocina con movimientos mecánicos, casi sin pensar. El sonido del cuchillo cortando las verduras era monótono, repetitivo, pero de alguna manera la mantenía ocupada, impidiendo que su mente vagara hacia pensamientos más oscuros. Estaba agotada, no solo físicamente, sino emocionalmente. Sabía que su familia estaba al borde de un abismo, y lo que más la asustaba era que no sabía cómo detener la caída.

De repente, el timbre de la puerta sonó, un sonido inesperado que la hizo sobresaltarse. Dejó el cuchillo sobre la mesa y, secándose las manos en el delantal, caminó hacia la entrada. El corazón le latía con fuerza en el pecho, un presentimiento oscuro comenzaba a crecer en su interior, aunque no sabía por qué.

—Buenas tardes, señora Aragón —dijo el oficial con voz solemne—. Soy el oficial Martínez. Necesito hablar con usted sobre su esposo, Octavio Aragón.

Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Una inquietud comenzó a formarse en su mente, pero se obligó a mantener la calma mientras le indicaba al oficial que entrara.

—Por favor, pase —dijo, tratando de sonar tranquila—. ¿Sucede algo con Octavio?

El oficial Martínez cruzó el umbral y se dirigió al salón, donde Clara lo siguió, su corazón latiendo más rápido con cada paso. Se sentó en uno de los sofás, y Clara tomó una silla frente a él, sintiendo que el peso de la incertidumbre se hacía cada vez más insoportable.

—Señora Aragón —empezó el oficial, mirando fijamente a Clara—. Lamento informarle que su esposo, tuvo un accidente automovilístico esta tarde.

Clara sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Sus manos comenzaron a temblar y se agarró de los brazos de la silla para no caer. Su mente se nubló por un instante, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué... qué quiere decir con esto? —preguntó, su voz apenas un susurro, incapaz de comprender—. ¿Está… está herido?

El oficial se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de compasión.

—Lo siento mucho, señora Aragón. Su esposo no sobrevivió al accidente. Murió en el lugar.

El mundo de Clara se desplomó a su alrededor. La noticia le golpeó con una fuerza implacable, y el dolor físico que sintió era casi insoportable. La imagen de Octavio, el hombre que había compartido su vida, el padre de su hijo, estaba ahora irremediablemente ausente. El dolor se manifestaba en forma de lágrimas que comenzaron a correr por su rostro sin control.

—No… no puede ser —murmuró, casi como una súplica—. Esto no puede estar pasando.

El oficial Martínez la observó con empatía, sin poder hacer nada más que ofrecer consuelo en ese momento devastador.

—Sé que esto es muy difícil, señora Aragón. Hay algunas formalidades que debemos atender, pero entiendo que ahora mismo es importante que esté con su familia.

Clara asintió lentamente, sin poder articular más palabras. Se quedó sentada allí, el oficial hablando en un murmullo distante mientras ella trataba de juntar los pedazos de su corazón roto. El oficial le ofreció su tarjeta y se despidió con un gesto de respeto, dejándola sola con su dolor.

Cuando la puerta se cerró tras él, Clara se desplomó en el suelo, su cuerpo sacudido por sollozos incontrolables. En medio de la oscuridad que la envolvía, su mente intentaba aferrarse a los recuerdos felices con Octavio, pero el vacío dejado por su pérdida era abrumador. Las lágrimas seguían cayendo, y el dolor de la pérdida se sentía como una pesadilla interminable.

En ese instante, mientras el eco de la noticia de la muerte de Octavio resonaba en su mente, Clara supo que la vida nunca volvería a ser la misma. La casa, que una vez había sido un refugio de amor y seguridad, ahora parecía fría y vacía, reflejo de la profunda tristeza que sentía en su corazón.

...----------------...

El día del entierro de Octavio fue oscuro y húmedo, como si el cielo mismo llorara su partida. El cementerio estaba cubierto por una neblina espesa que parecía hacer eco del sufrimiento que pesaba sobre la familia Aragón. Los pocos amigos y parientes cercanos que habían asistido se mantenían en silencio, incapaces de comprender cómo un hombre tan fuerte y trabajador había terminado de esa manera, consumido por el peso de una traición que le había arrebatado todo.

Después del largo proceso de duelo, cuando finalmente Octavio fue enterrado, un silencio pesado se asentó sobre el lugar. Los amigos y conocidos comenzaron a despedirse uno a uno de Clara, que permanecía al borde de la desesperación. Su rostro, una máscara de tristeza y fortaleza, reflejaba el dolor profundo de su pérdida. Aunque el peso del duelo casi la aplastaba, Clara sabía que debía mantenerse firme por Marck, y seguir adelante. Cada despedida era un recordatorio de la ausencia irremediable de Octavio, pero el amor y la responsabilidad que sentía por Marck le daban la determinación para enfrentar el futuro con coraje, a pesar de la devastación que le embargaba.

Los días que siguieron fueron aún más difíciles de lo que Clara había anticipado. La presión financiera era implacable. A las pocas semanas de la muerte de Octavio, comenzaron a llegar cartas del banco y de los acreedores, exigiendo pagos que Clara no podía hacer. La fábrica, el legado que Octavio había construido con tanto esfuerzo, ya no existía. Y aunque intentaba mantenerse fuerte por Marck, la realidad era abrumadora.

Finalmente, el día que temía llegó. Una carta del banco informaba que, debido a la incapacidad de pagar las deudas acumuladas, la casa sería embargada. Clara apenas pudo contener las lágrimas cuando leyó la notificación. Todo lo que le quedaba, la última conexión con la vida que alguna vez tuvieron, sería arrebatado.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play