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Cuando Te Encuentre

Capitulo 1: El secreto que lo cambia todo

Valeria nunca había sido una chica de revisar teléfonos ajenos. No le interesaba, y además, confiaba en Alex. Hasta esa tarde.

Era un día normal. El sol brillaba, la cafetera hacía ese ruido que tanto le gustaba, y su gato, Nico, estaba tumbado en el sofá como si su única preocupación en el mundo fuera decidir si dormiría sobre su lado derecho o izquierdo. Todo estaba bien. O eso pensaba.

Cuando Alex dejó su teléfono sobre la mesa y fue a la ducha, Valeria no tenía intención de tocarlo. Simplemente, estaba allí, vibrando cada pocos segundos. Una notificación, dos, tres…El nombre de una chica, **Sara**.

Al principio no lo pensó demasiado. Pero la curiosidad—ese bichito que crees tener bajo control—empezó a hacer lo suyo. ¿Quién es Sara? ¿Por qué tantos mensajes?

Intentó ignorarlo, pero el impulso fue más fuerte. Su dedo, casi por su cuenta, desbloqueó la pantalla. Lo que vio le congeló el corazón. "Anoche fue increíble, no puedo esperar a verte de nuevo", decía el mensaje más reciente, acompañado de un corazón. Valeria sintió como si el aire de la habitación se hubiese evaporado de golpe. Su mundo, su vida perfecta, empezaba a desmoronarse frente a sus ojos.

Se quedó ahí, inmóvil, mirando la pantalla mientras todo lo demás a su alrededor parecía difuminarse. ¿Cómo había pasado esto? Alex, el hombre con el que había planeado un futuro, el hombre en el que confiaba… tenía otra vida. Una vida que no incluía a ella.

De repente, la cafetera pitó, devolviéndola al presente. El sonido parecía lejano, como si viniera desde otro universo. Valeria soltó el teléfono como si quemara. No podía estar pasando, no a ella.

Pero ahí estaba. La evidencia de la traición de Alex, clara y cruel, en la pantalla de su teléfono.

Valeria se levantó del sofá, su cuerpo temblaba mientras intentaba procesar lo que acababa de leer. ¿Cómo es posible que todo su mundo se hubiese derrumbado en cuestión de segundos? Se apoyó contra la encimera de la cocina, su mirada fija en el vapor que salía de la cafetera, pero su mente estaba en otro lugar, muy lejos de allí.

Las palabras en la pantalla seguían repitiéndose en su cabeza como un eco maldito: "Anoche fue increíble". Su estómago se revolvió. ¿Cuántas veces había escuchado esas mismas palabras de Alex después de pasar la noche juntos? Todo había sido una mentira.

Sintió un nudo formarse en su garganta, pero no iba a llorar. No ahora. No cuando Alex estaba a solo unos metros, ajeno a la bomba que acababa de explotar en su relación. Escuchó el agua correr en la ducha, el sonido de su rutina matutina tan familiar y, al mismo tiempo, tan distante ahora.

¿Qué se supone que debía hacer?. ¿Confrontarlo? ¿Hacerle una escena? ¿O simplemente agarrar sus cosas y desaparecer de su vida sin una palabra? Cada opción le dolía más que la anterior.

Valeria se pasó una mano por el rostro, como intentando borrar el aturdimiento que la envolvía. Su corazón latía con fuerza, y una pequeña parte de ella deseaba que todo esto fuese un malentendido, una broma cruel del destino. Pero en el fondo lo sabía. Esa Sara no era solo una amiga.

—Estúpida, —murmuró para sí misma—, ¡cómo no lo vi antes!.

Nico, el gato, se estiró en el sofá y la miró con ojos perezosos, ajeno al drama humano que se desarrollaba. Al menos tú nunca me traicionarías, pensó Valeria con una amarga sonrisa.

El agua de la ducha dejó de correr. Alex saldría en cualquier momento. El corazón de Valeria comenzó a latir más rápido. ¿Qué iba a hacer?

Tenía que decidirse.

El sonido de la puerta del baño abriéndose hizo que Valeria se enderezara de golpe. Alex apareció con el cabello mojado, envuelto en una toalla, y con su sonrisa de siempre, esa que antes la hacía sentir segura. Ahora, sin embargo, solo le provocaba náuseas.

—Buenos días, mi amor, —dijo él despreocupadamente, caminando hacia ella para darle un beso en la frente—. ¿Qué tal dormiste?.

Valeria lo miró sin decir nada, luchando contra el torbellino de emociones que se arremolinaban dentro de ella. Quería gritar, golpearlo, preguntarle cómo había podido hacerle algo así. Pero en lugar de eso, simplemente se apartó con un gesto frío, lo que hizo que Alex la mirara extrañado.

—¿Va todo bien? —preguntó, mientras agarraba una taza y se servía café, como si todo estuviera en perfecto orden.

Valeria sintió cómo las lágrimas le ardían en los ojos, pero parpadeó rápidamente para contenerlas. No iba a darle el lujo de verla destrozada. No aún.

—Sí, solo que… necesito salir un rato —respondió con voz tensa, mientras se dirigía al dormitorio a paso rápido.

Alex frunció el ceño, dejándose caer en una silla—. ¿Salir? Pero si acabas de despertar.

Valeria no respondió. Entró en la habitación y cerró la puerta tras ella. Necesitaba un momento a solas para pensar, para planear su escape. Su mente trabajaba a mil por hora. ¿Qué haría? ¿A dónde iría?

Abrió el armario con fuerza y empezó a meter algunas prendas en una maleta pequeña. No podía quedarse más tiempo. Cada segundo al lado de Alex le quemaba, y sabía que si seguía ahí, lo enfrentaría. Pero no estaba lista para eso. No ahora, no aquí.

El plan comenzó a formarse en su cabeza. Se iría sin decir nada. Lo dejaría preguntándose, tal como ella había estado preguntándose toda la mañana. Se llevaría lo esencial y se iría a casa de Claudia. Solo necesitaba espacio, lejos de Alex, lejos de su traición.

Escuchó el suave golpeteo en la puerta—. Val, ¿estás bien? —La voz de Alex sonaba preocupada, pero ahora lo veía diferente. Sonaba falsa, vacía. Como todo lo que alguna vez le había dicho.

—Estoy bien, solo… necesito pensar —respondió, con la maleta ya medio llena.

Si supieras lo que estoy pensando...

Capitulo 2: Huir sin mirar atrás

El sol ya había salido por completo cuando Valeria cerró la cremallera de la maleta, con el corazón latiendo a un ritmo frenético. Apenas había metido lo necesario: unas cuantas mudas de ropa, su cepillo de dientes y un par de fotos que le dolió dejar atrás. Todo lo demás podía esperar. Lo único que sabía con certeza era que no podía seguir ahí.

Desde el otro lado de la puerta, Alex seguía insistiendo, sin tener idea de lo que realmente ocurría. No tenía ni la menor pista del huracán emocional que se desataba dentro de ella. Pero eso no le importaba. Ya no.

Valeria tomó un último respiro profundo, mirando por última vez el pequeño departamento que compartían. Las risas, los momentos felices, las promesas que alguna vez hicieron entre esas cuatro paredes ahora parecían distantes, casi irreales. Todo estaba teñido de mentira.

—Adiós, —murmuró en voz baja, sabiendo que esa despedida no era para Alex, sino para la vida que pensó que tendrían juntos.

Abrió la puerta del dormitorio con la maleta a cuestas. Alex estaba en la cocina, mirando su teléfono como siempre, ajeno a la tormenta que había dejado a un lado. Por un segundo, Valeria sintió un pequeño tirón en su pecho. ¿De verdad iba a irse sin decir nada?

—¿Val?—preguntó él al verla pasar con la maleta—. ¿A dónde vas?

Ella apretó los labios, sin mirarlo. Si lo hacía, si veía esa expresión de confusión en su rostro, podría romperse. Tenía que mantenerse firme. Sin responder, caminó hacia la puerta principal.

—¡Valeria! —la voz de Alex sonó más fuerte, y por primera vez, el pánico se asomaba en sus palabras—. ¿Qué demonios está pasando? ¿Por qué llevas una maleta?

Valeria se detuvo un momento frente a la puerta, su mano en el picaporte. El silencio de la habitación se volvió denso, tenso. Sentía sus ojos quemar, pero no iba a darle el gusto de verla llorar. Ya había tenido suficiente de él, suficiente de sus mentiras.

—Valeria, dime qué está pasando, por favor.

La súplica en su voz la atravesó, pero no era suficiente. No después de lo que había descubierto esa mañana. No después de ver el nombre de Sara repetido en tantos mensajes. No después de saber que otra mujer había ocupado el lugar que le pertenecía a ella.

—Tengo que irme, —dijo finalmente, sin girarse. Su voz era apenas un susurro, pero sabía que Alex la había escuchado.

—¿Irte? ¿Pero por qué? No entiendo, ¿qué hice mal? —Alex se acercó, pero ella ya estaba abriendo la puerta. Cada paso que daba hacia la salida la hacía sentirse más ligera y, al mismo tiempo, más rota. ¿De verdad no lo sabía? ¿O simplemente lo fingía?

—No me sigas, Alex. No lo hagas más difícil de lo que ya es.

Con esas palabras, Valeria salió del departamento sin mirar atrás. Escuchó a Alex llamarla una última vez, pero no se detuvo. **No podía permitirse dudar. No esta vez.**

Valeria salió del edificio con pasos rápidos, casi corriendo. El aire frío de la mañana golpeó su rostro y llenó sus pulmones, dándole una extraña sensación de libertad mezclada con angustia. Había tomado la decisión correcta, se repetía a sí misma, pero el dolor que sentía en el pecho no desaparecía. Con cada paso que daba, la distancia entre ella y Alex aumentaba, pero la herida en su corazón seguía abierta, latiendo intensamente.

El taxi que había pedido la estaba esperando al otro lado de la calle. El conductor la miró por el espejo retrovisor cuando se acercó con la maleta a rastras, pero no dijo nada. Solo abrió el maletero con un gesto automático, sin preguntas, sin juicios. Perfecto, pensó Valeria. Lo último que necesitaba ahora era hablar.

Una vez dentro del coche, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento. El ruido de la ciudad le llegaba amortiguado, como si estuviera dentro de una burbuja que la separaba del resto del mundo. Pero su mente no dejaba de girar en torno a lo mismo: Alex, los mensajes, la traición.

—¿A dónde vamos, señorita? —preguntó el conductor amablemente, sacándola de sus pensamientos.

Valeria tomó un segundo para responder. ¿A dónde iría? Sabía que no podía regresar a casa de sus padres; no quería preocuparlos ni tener que explicar lo que había pasado. Sus amigas… Claudia. Claudia sería la respuesta. Sabía que su mejor amiga la recibiría sin hacer preguntas, al menos por el momento.

—A la casa de Claudia…—dijo finalmente, dando la dirección—. Por favor, no me apure.

El conductor asintió y arrancó el coche suavemente. Mientras avanzaban por las calles, Valeria sacó su teléfono del bolso y lo miró con una mezcla de tentación y rechazo. Quería apagarlo, desconectarse del mundo por completo, pero sabía que en algún momento Alex intentaría contactarla. Quería que lo hiciera, y al mismo tiempo, no quería saber nada más de él.

La pantalla brillaba con varios mensajes no leídos. Todos de Alex.

“Valeria, ¿dónde estás?”

“No entiendo por qué te fuiste.”

“Por favor, hablemos.”

Cada mensaje que leía le clavaba una aguja en el corazón, recordándole la vida que estaba dejando atrás. Pero no, no iba a responder. No merecía una explicación, no después de lo que había hecho.

Tomó aire y, en un movimiento decidido, apagó el teléfono. Ahora era solo ella y su nueva realidad, una en la que tendría que aprender a vivir sin Alex, sin su confianza rota, y sin las mentiras que habían envenenado su relación.

El taxi siguió su camino por las calles vacías de la mañana, mientras Valeria se sumergía en el dolor de su decisión. Estaba huyendo, sí. Pero esta vez, huir era lo único que podía hacer para salvarse a sí misma.

Capitulo 3: La primera noche lejos

El taxi se detuvo frente al edificio de Claudia. Valeria bajó del coche, sintiendo el peso de su maleta y de su propia angustia. A lo lejos, vio las luces del apartamento de su mejor amiga encendidas. Gracias a Dios, pensó. No había avisado que llegaría, pero sabía que Claudia siempre estaría para ella, sin importar la hora ni las circunstancias.

Subió los escalones con rapidez, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de su cuerpo con cada paso. Cuando finalmente llegó a la puerta, levantó el puño para golpear, pero se detuvo por un segundo. ¿Qué iba a decir? Su mente era un torbellino de emociones: rabia, tristeza, confusión. Todo lo que había estado conteniendo a lo largo del día la golpeaba de golpe, dejándola al borde de las lágrimas.

No tuvo que esperar mucho. La puerta se abrió antes de que pudiera golpear, y allí estaba Claudia, con el ceño fruncido y la preocupación pintada en su rostro.

—¡Val! ¿Qué pasó? —preguntó Claudia, abrazándola de inmediato, sin siquiera darle tiempo a responder.

Valeria no pudo contenerlo más. Se derrumbó en los brazos de su amiga, sintiendo cómo las lágrimas, retenidas durante tanto tiempo, comenzaban a brotar sin control. Todo el día había estado aguantando, manteniéndose fuerte, pero en ese momento, en los brazos de Claudia, finalmente se permitió romperse.

—No puedo… no puedo más, Claud…—sollozó, mientras Claudia la acariciaba suavemente en la espalda.

—Tranquila, estás conmigo ahora, —susurró Claudia, cerrando la puerta detrás de ellas y llevándola al sofá.

Una vez sentada, Valeria tomó un respiro profundo, tratando de calmar el torrente de emociones que la invadía. Claudia no dijo nada, solo la observaba con sus ojos llenos de comprensión. Sabía que, tarde o temprano, Valeria le contaría todo. No hacía falta presionar, su amiga lo haría a su ritmo.

—Me engañó —susurró Valeria después de un largo silencio, con la mirada perdida en el suelo.

Claudia frunció el ceño, como si no hubiera escuchado bien.

—¿Qué? ¿Alex? —preguntó, incrédula.

Valeria asintió, incapaz de volver a decirlo en voz alta. El dolor en su pecho aún era demasiado reciente, demasiado crudo. Sentía que, si lo decía de nuevo, su corazón se rompería en mil pedazos.

—¡Ese cabrón! —exclamó Claudia, poniéndose de pie de inmediato, su voz cargada de furia—. No puedo creerlo. ¿Cómo…? ¿Con quién?

—Con Sara. —respondió Valeria, sintiendo el peso de ese nombre. El mismo que había leído tantas veces en los mensajes de Alex esa mañana.

El nombre de Sara flotó en el aire, envenenando el ambiente. Claudia se llevó las manos a la cabeza, como si no pudiera procesar lo que su amiga acababa de decir.

—¿Sara? ¿La compañera de trabajo? ¡No me jodas! —exclamó, paseándose por el salón—. Siempre pensé que esa tía tenía algo raro. ¡Pero nunca imaginé que fuera tan perra!

Valeria se dejó caer en el respaldo del sofá, cerrando los ojos con cansancio. Las palabras de Claudia la reconfortaban, pero al mismo tiempo, las preguntas empezaban a golpear su mente sin piedad. ¿Qué había hecho mal?. ¿Por qué no se dio cuenta antes?. ¿Había alguna señal que ignoró?

La tristeza y la rabia se mezclaban dentro de ella, mientras se daba cuenta de que la primera noche lejos de Alex no iba a ser tan liberadora como había pensado. Porque aunque estaba físicamente lejos, su mente aún seguía atrapada en la traición que la había destrozado.

—Claudia… —murmuró, mirando el techo, mientras su amiga seguía maldiciendo por lo bajo—. ¿Voy a superarlo alguna vez?

Claudia se detuvo en seco y la miró con una mezcla de ternura y compasión.

—Claro que sí, Val. Pero primero, tienes que dejar de pensar que fue tu culpa. Ese cabrón no te merece, y lo sabes.

Valeria asintió lentamente, aunque no estaba del todo convencida. Sabía que Claudia tenía razón, pero las dudas aún seguían arañando su corazón. Esa primera noche lejos de Alex sería solo el comienzo de un largo proceso. Y aunque no estaba segura de cómo terminaría, al menos sabía que no estaba sola. Claudia estaba a su lado, y eso era lo único que necesitaba en ese momento.

Valeria se quedó en silencio, mirando el techo del pequeño salón de Claudia. A su alrededor, todo parecía igual que siempre: las estanterías llenas de libros, las velas aromáticas a medio derretir, los cojines desordenados en el sofá. Pero dentro de ella, nada tenía sentido. Su mundo había cambiado en un abrir y cerrar de ojos, y ahora todo parecía vacío, como si faltara una parte esencial de ella.

Claudia volvió del pequeño kitchenette con una taza de té en la mano y se la ofreció. Valeria la tomó sin decir nada, agradecida por el gesto. Bebió un sorbo, dejando que el calor de la taza le llenara las manos, pero el frío que sentía por dentro no se iba. Era como si el invierno hubiera invadido su alma.

—Es normal que te sientas así ahora, Val, —dijo Claudia, sentándose a su lado y envolviéndola con una manta—. Estás herida. Es reciente. Pero va a mejorar, lo prometo.

Valeria quería creerle, pero el dolor seguía allí, clavado como un puñal. Su mente volvía una y otra vez a los mensajes, a la imagen de Alex y Sara juntos, riendo, compartiendo cosas que ella había creído solo suyas. ¿Cómo era posible que todo lo que creían compartido fuera una mentira?

—No sé cómo voy a poder levantarme mañana, Claud. —murmuró Valeria, sintiendo que las lágrimas volvían a sus ojos—. Me duele respirar, me duele pensar. Todo me recuerda a él.

Claudia la miró con esa ternura de siempre, con esa comprensión que solo las verdaderas amigas tienen. La abrazó, fuerte, como si con eso pudiera absorberle el dolor.

—Y mañana tampoco tienes que hacerlo si no quieres. No hay prisa, Val. Hoy solo… quédate aquí. Conmigo. No pienses en nada más. No en él, no en lo que ha pasado. Solo piensa en que estás aquí, y que vas a estar bien.

Valeria apoyó la cabeza en el hombro de Claudia, cerrando los ojos. Por un momento, el caos en su cabeza pareció disiparse un poco. Esa primera noche lejos de Alex era también la primera noche de su nueva vida, una vida que no sabía cómo enfrentar, pero en la que contaba, al menos, con su mejor amiga.

Pero mientras el silencio las envolvía, nuevas preguntas comenzaban a surgir, silenciosas pero persistentes. ¿Cuánto tiempo había estado engañándola Alex? ¿Desde cuándo Sara había sido parte de su vida? ¿Y qué debía hacer ahora? Cada una de esas preguntas golpeaba su mente con fuerza, hasta que, finalmente, Valeria se dio cuenta de algo: huir había sido solo el primer paso. Ahora tendría que enfrentarse a la verdad.

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