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EL DESTINO ES LA MUERTE.

PRÓLOGO

Nueva York, Juzgado de lo Penal

La luz del sol de media mañana se filtraba a través de las ventanas del juzgado, iluminando el rostro serio del juez, que parecía esculpido en piedra. La sala del tribunal estaba llena de gente, pero el silencio era palpable, como si el peso de la justicia pesara sobre cada uno de los presentes.

Monserrat Hernández, una abogada defensora experimentada de 35 años, con una figura delgada y una presencia imponente, se erguía frente al juez, su mirada firme y decidida. Su cabello oscuro y liso caía sobre sus hombros, enmarcando su rostro aperlado, que parecía una obra de arte en movimiento. Su traje negro elegante y su actitud segura revelaban su experiencia y confianza en la sala del tribunal, forjadas a lo largo de más de una década de batallas legales.

A su lado, su cliente, Alejandro Reyes, un hombre robusto y atlético de 35 años, con una mirada intensa y una barba bien definida, escuchaba atentamente las palabras del fiscal. Acusado de homicidio en un altercado en un vecindario del sur de la ciudad, Alejandro parecía tranquilo, pero Monserrat sabía que su serenidad era solo una fachada.

Monserrat respiró profundamente, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Su mente estaba enfocada en la defensa de Alejandro, pero su corazón latía con una mezcla de ansiedad y determinación, recordando los errores del pasado que la habían llevado a este momento.

...—Señoría, el acusado tiene derecho a un juicio justo —argumentaba Monserrat, su voz clara y convincente, mientras se ajustaba su traje y se erguía aún más, proyectando confianza y autoridad—. La evidencia presentada por la fiscalía es circunstancial y no prueba la culpabilidad de mi cliente....

El juez, un hombre maduro con gafas y una expresión seria, escuchaba atentamente, tomando notas en su bloc con movimientos precisos y deliberados. Su mirada se detuvo en Monserrat por un momento, antes de volver a su bloc.

......—¿Tiene alguna pregunta para el testigo, señora Hernández? —preguntó el juez, su voz firme y neutral.......

Monserrat asintió, su mirada fija en el testigo, que se removió nerviosamente en su asiento. Su dedo índice se deslizó sobre la página de sus notas, buscando el punto exacto que quería abordar.

...—Sí, señoría —respondió Monserrat, mientras se acercaba al testigo con pasos seguros y deliberados—. ¿Puede describir con precisión lo que vio esa noche?...

El testigo, un hombre nervioso con una camiseta desgastada, se removió en su asiento, su mirada saltando entre Monserrat y el juez. Su voz tembló ligeramente al hablar.

...—Bueno, yo... yo vi a dos tipos peleando. No sé quién empezó, pero uno de ellos cayó al suelo....

Monserrat sonrió interiormente, su mente trabajando rápidamente para analizar la respuesta del testigo. Su mirada se detuvo en Alejandro por un momento, antes de volver al testigo.

......—¿Y puede identificar al acusado como uno de los hombres que estaban peleando? —preguntó Monserrat, su voz firme y precisa.......

El testigo vaciló, su mirada cayendo al suelo antes de volver a Monserrat.

...—No... no estoy seguro —respondió finalmente....

Monserrat se permitió una sonrisa leve, su corazón latiendo con una mezcla de alivio y determinación. Esto era un buen comienzo.

La sala del tribunal parecía contener la respiración, esperando el próximo movimiento en este juego de justicia y verdad.

El abogado de la familia de la víctima, Richard Thompson, un hombre alto y delgado con una mirada intensa, se puso de pie, su voz llena de pasión y convicción.

...—Señoría, la defensa está tratando de confundir a la corte con tecnicismos y teorías sin fundamento —argumentó Thompson, su dedo índice apuntando hacia Monserrat—. La evidencia es clara: Alejandro Reyes estaba en el lugar del crimen, y múltiples testigos lo identificaron como el agresor....

Monserrat se levantó de su asiento, su rostro tranquilo pero su mirada firme.

...—Con todo respeto, señor Thompson, su afirmación es una simplificación excesiva de los hechos —respondió Monserrat—. La identificación de los testigos es circunstancial, y no hay pruebas concretas que ligan a mi cliente con el crimen....

Thompson sonrió sarcásticamente.

...—¿Circunstancial? —repitió—. ¿Y qué hay de la declaración del testigo que vio a Alejandro Reyes peleando con la víctima minutos antes del asesinato?...

Monserrat se acercó al estrado, su voz clara y convincente.

...—Ese testigo también admitió que no vio el rostro del agresor con claridad —señaló Monserrat—. Y además, hay contradicciones en su declaración que ponen en duda su credibilidad....

Thompson se enfureció.

...—¿Está sugiriendo que el testigo está mintiendo? —preguntó, su voz subiendo de tono....

Monserrat se mantuvo calmada.

......—No, señor Thompson —respondió—. Estoy señalando que la declaración del testigo no es concluyente, y que hay dudas razonables sobre su credibilidad.......

El juez intervino, su voz firme.

......—Señores, por favor. Mantengan la calma y sigan con sus argumentos.......

La discusión continuó, con Thompson y Monserrat intercambiando argumentos y contraargumentos, cada uno tratando de convencer al juez y al jurado de su punto de vista. La tensión en la sala aumentaba, y el público comenzó a murmurar.

La discusión entre Thompson y Monserrat continuó durante horas, con cada uno presentando argumentos y evidencias que apoyaban su caso. Sin embargo, a medida que avanzaba la jornada, se hizo evidente que los argumentos de Monserrat eran más sólidos y convincentes.

Thompson comenzó a mostrar signos de frustración, su voz subiendo de tono y sus gestos se volvieron más agresivos. Por otro lado, Monserrat se mantuvo calmada y segura, su voz clara y convincente.

Finalmente, el juez intervino, su voz firme.

—Señores, creo que han presentado suficientes argumentos. Es hora de que el jurado delibere.

El jurado, compuesto por doce personas, se retiró a una sala separada para discutir y decidir el destino de Alejandro. La sala del tribunal se quedó en silencio, con los presentes esperando ansiosamente el veredicto.

Después de lo que pareció una eternidad, el jurado regresó a la sala. El presidente del jurado se puso de pie y miró al juez.

—Señoría, después de deliberar, hemos llegado a un veredicto.

El juez asintió.

—Por favor, procedan.

El presidente del jurado miró a Alejandro y continuó.

—Encontramos al acusado, Alejandro Reyes, no culpable del crimen de homicidio.

La sala estalló en murmullos y exclamaciones. Alejandro se derrumbó en su asiento, sollozando de alivio. Monserrat sonrió, su rostro radiante de triunfo.

El juez golpeó su martillo.

—Se declara al acusado, Alejandro Reyes, no culpable. Se le absuelve de todos los cargos.

Monserrat se acercó a Alejandro y lo abrazó.

—Lo logramos —susurró—. Eres libre.

Alejandro la miró, sus ojos llenos de gratitud.

—Gracias, Monserrat. No puedo agradecerte lo suficiente.

Monserrat sonrió.

—No hay necesidad de agradecerme. Solo hice mi trabajo.

La sala del tribunal se vació lentamente, con los presentes comentando sobre el veredicto. Monserrat y Alejandro salieron del juzgado, rodeados de periodistas y cámaras.

La escena se volvió tensa y emocional. Monserrat, aún sonriendo por la victoria en el caso, se enfrentó a la ira y el dolor de la esposa del hombre fallecido. La mujer, con lágrimas en los ojos y la voz temblando de rabia, se acercó a Monserrat y la miró con una mezcla de odio y desesperación.

...—Estás dejando a un asesino libre —dijo la mujer, su voz llena de veneno—. Es tu culpa. Es tu culpa y nunca te voy a perdonar....

Monserrat se mantuvo calmada, pero su rostro palideció ligeramente. Sabía que esta reacción era inevitable, pero no la hizo menos dolorosa.

...—Lo siento —dijo Monserrat, su voz suave—. Entiendo su dolor, pero mi trabajo es defender a mi cliente dentro de la ley....

La mujer se rió amargamente.

...—Dentro de la ley —repitió—. Dos niños se quedaron sin padre por culpa de ese desgraciado y tú lo dejas libre. Espero que cada una de las acciones que tomaste el día de hoy no queden grabadas en lo más profundo de tus recuerdos y te embarguen en el futuro....

Monserrat sintió un escalofrío al escuchar las palabras de la mujer. Sabía que esta no era la primera vez que enfrentaba la ira de una familia afectada por uno de sus casos, pero nunca se acostumbraba a ello.

...—No sé cómo eres capaz —continuó la mujer—. Desgraciada. Conozco tu trayecto, abogada Hernández. Conozco todos los casos que ha llevado a cabo, todos los tiempos que ha tenido y toda la gente que ha quedado libre por culpa de usted. El destino la va a hacer pagar cada una de sus acciones....

La mujer se retiró, arrastrando a sus hijos behind her. Monserrat se quedó en silencio, sintiendo el peso de las palabras de la mujer. Sabía que su trabajo no siempre era popular, pero siempre trataba de hacer lo correcto dentro de la ley.

Alejandro se acercó a Monserrat, su rostro preocupado.

...—Lo siento, Monserrat —dijo—. No debería haber tenido que escuchar eso....

Monserrat sonrió débilmente.

...—No es tu culpa, Alejandro —dijo—. Es parte de mi trabajo....

Pero las palabras de la mujer seguían resonando en su mente, haciéndola preguntarse si había hecho lo correcto. ¿Había dejado libre a un asesino? ¿O había defendido a un hombre inocente? Solo el tiempo lo diría.

"PARTE 1 ENCUENTRAME" / (CAPITULO 1) LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de seda, bañando la habitación de Monserrat en un cálido resplandor dorado. El aire estaba lleno del dulce aroma de las gardenias que florecían en el jardín exterior, y el canto de los pájaros se escuchaba lejano, como una melodía suave y tranquilizadora.

Montserrat se despertó lentamente, estirando su cuerpo elegante y flexible sobre la cama de cuatro columnas. Su cabello oscuro y liso se extendía sobre la almohada como una cascada de noche, y sus ojos castaños se abrieron lentamente, como si emergieran de un sueño profundo.

Se sentó en la cama, rodeada de la opulencia de su dormitorio. Las paredes estaban decoradas con obras de arte contemporáneo, y la alfombra persa que cubría el suelo era suave como la seda bajo sus pies. La habitación era un refugio de calma y serenidad, un lugar donde Monserrat podía escapar de las tensiones y los desafíos de su trabajo como abogada.

Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, descorriendo las cortinas para dejar entrar la luz del sol. El jardín exterior era un oasis de verde y color, con flores que brillaban como joyas en la luz matutina. Monserrat sonrió, sintiendo la paz y la tranquilidad que siempre la invadían en momentos como este.

Pero la calma no duró mucho. Su teléfono móvil comenzó a sonar, rompiendo el silencio de la mañana. Monserrat suspiró y se acercó a la mesita de noche para responder la llamada.

—Hola, soy yo —dijo una voz familiar al otro lado de la línea.

—Hola, Valeria —respondió Monserrat, sonriendo—. ¿Qué pasa?

—Nada, solo quería saber cómo te fue ayer en el juicio —dijo Valeria, su voz llena de curiosidad.

Montserrat se sentó en la cama, recordando la tensión y la emoción del día anterior.

—Ganamos el caso —dijo, sonriendo—. Alejandro fue declarado no culpable.

—¡Felicidades! —exclamó Valeria—. Sabía que lo lograrías.

Montserrat se rió, sintiendo una sensación de satisfacción y logro.

—Gracias, Valeria. Significa mucho para mí.

Valeria García era una colega y amiga cercana de Monserrat. Ambas habían estudiado derecho en la misma universidad y habían comenzado su carrera como abogadas en el mismo bufete. Valeria era una mujer enérgica y dinámica, con un cabello rubio corto y una sonrisa contagiosa.

—¿Cómo estás? —preguntó Valeria, interrumpiendo los pensamientos de Monserrat—. ¿No te ha afectado demasiado el caso?

Monserrat suspiró, sintiendo una oleada de cansancio.

—Estoy bien —dijo—. Solo un poco agotada. Fue un caso difícil.

Valeria se rió.

—Tú siempre has sido una guerrera —dijo—. No te rindes fácilmente.

Monserrat sonrió, sintiendo una sensación de gratitud hacia su amiga.

—Gracias, Valeria —dijo—. Significa mucho para mí tener tu apoyo.

La conversación continuó, con Valeria y Monserrat hablando sobre el caso y sobre sus planes para el fin de semana. Monserrat se sentía relajada y cómoda, pero en el fondo, sabía que algo estaba a punto de cambiar. Algo que iba a alterar la calma y la tranquilidad de su vida.

Después de colgar el teléfono, Monserrat se levantó de la cama y se dirigió al baño para comenzar su rutina matutina. Mientras se duchaba, no podía sacudirse la sensación de que algo estaba a punto de suceder. Algo que iba a cambiar su vida para siempre.

Después de terminar su rutina matutina, Monserrat se vistió con su traje favorito de Chanel, un elegante conjunto de pantalón y chaqueta en color negro que realzaba su figura esbelta. Se calzó con unos tacones de Louboutin y se dirigió hacia la puerta de su casa.

Su chofer, Juan, la esperaba en la acera con su Mercedes-Benz S-Class negro brillante. Monserrat sonrió al verlo y se sentó en el asiento trasero, donde ya estaba preparado su café matutino.

—Buenos días, señora —dijo Juan, sonriendo—. ¿Dónde la llevo hoy?

—Al bufete, por favor —respondió Monserrat, mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.

El automóvil se puso en marcha y se deslizó suavemente por la calle 72, pasando por delante de los edificios de apartamentos de lujo de Manhattan. Monserrat miró por la ventana, observando la vida matutina de la ciudad. Los neoyorquinos se apresuraban hacia sus destinos, mientras los vendedores de café y periódicos ofrecían sus productos en las esquinas.

El tráfico era intenso en la Quinta Avenida, pero Juan conocía bien las calles de Nueva York y logró evitar los embotellamientos. Poco después, el automóvil se detuvo frente al edificio de cristal y acero del bufete de abogados "Hernández & Asociados", ubicado en el corazón de Midtown.

Monserrat se bajó del automóvil y se estiró, disfrutando del sol matutino en su rostro. El edificio del bufete era un rascacielos de 20 pisos, con una fachada impresionante que dominaba la calle 42. La entrada principal estaba flanqueada por dos columnas de mármol y una fuente de agua que parecía un oasis en medio de la ciudad.

—Gracias, Juan —dijo Monserrat, mientras se despedía de su chofer—. Te veré más tarde.

—De nada, señora —respondió Juan, sonriendo—. Que tenga un buen día.

Monserrat se dirigió hacia la entrada del edificio, donde la recibió su asistente personal, Emily.

—Buenos días, señora —dijo Emily, sonriendo—. ¿Cómo está hoy?

—Estoy bien, gracias —respondió Monserrat, mientras se dirigía hacia el ascensor—. ¿Qué tengo en la agenda para hoy?

—Tiene una reunión con el equipo de litigios a las 10 de la mañana —dijo Emily, mientras seguía a Monserrat hacia el ascensor—. Y también tiene una cita con un nuevo cliente a las 2 de la tarde.

Monserrat asintió, mientras se subía al ascensor. Estaba lista para enfrentar el día con confianza y determinación.

El ascensor se detuvo en el piso 18, donde se encontraba el despacho de Monserrat. Ella salió del ascensor y se dirigió hacia su oficina, donde ya la esperaba su equipo de litigios.

—Buenos días, todos —dijo Monserrat, mientras se sentaba en su silla—. ¿Qué tenemos hoy?

Su equipo de litigios, compuesto por cinco abogados experimentados, comenzó a discutir los casos pendientes. Monserrat escuchaba atentamente, tomando notas y haciendo preguntas.

—El caso de la empresa de tecnología está avanzando bien —dijo uno de los abogados—. La defensa está débil y creo que podemos ganar.

—Excelente —dijo Monserrat—. ¿Qué hay del caso de la familia que perdió a su ser querido en el accidente de tráfico?

—Estamos negociando con la compañía de seguros —respondió otro abogado—. Creo que podemos llegar a un acuerdo.

La reunión continuó durante una hora, durante la cual Monserrat y su equipo discutieron estrategias y planificaron sus próximos pasos.

Después de la reunión, Monserrat se dedicó a revisar documentos y firmar contratos. Su asistente, Emily, entró en la oficina con una taza de café.

—Señora, tiene un mensaje de la corte —dijo Emily—. El juez ha fijado una fecha para el juicio del caso de la empresa de construcción.

Monserrat tomó el mensaje y lo leyó rápidamente.

—Gracias, Emily —dijo—. Por favor, hazme una copia de este documento y envíalo al equipo de litigios.

Emily asintió y se retiró. Monserrat se sumergió en su trabajo, revisando documentos y preparando su defensa para el juicio.

A medida que avanzaba la mañana, Monserrat se sintió cada vez más enfocada en su trabajo. Su mente estaba llena de estrategias y argumentos, y su corazón latía con emoción.

Finalmente, llegó la hora de la cita con el nuevo cliente. Monserrat se levantó de su silla y se dirigió hacia la recepción.

—Emily, ¿está aquí el señor...? —preguntó Monserrat.

—Sí, señora —respondió Emily—. El señor Alessandro está esperando en la sala de reuniones.

Monserrat sonrió. No sabía qué esperar de este nuevo cliente, pero estaba lista para escuchar su historia y defender sus derechos.

Monserrat entró en la sala de reuniones y se encontró con un hombre de unos 45 años, con cabello gris y ojos castaños que parecían haber visto mucho en la vida. Su rostro era amable y su sonrisa genuina, mostrando una fila de dientes blancos y rectos. Llevaba un traje de lana gris oscuro, bien cortado, que resaltaba su figura atlética. Se levantó de su silla y se acercó a Monserrat, estrechándole la mano con firmeza.

—Señora Hernández, es un placer conocerla —dijo Alessandro, con una voz cálida y resonante—. Me han hablado mucho de su trabajo.

—El placer es mío, señor Alessandro —respondió Monserrat, sonriendo—. Por favor, siéntese.

Alessandro se sentó en la silla de cuero negro que Monserrat le indicó, y ella se instaló en su silla, preparada para escuchar su historia. La sala de reuniones estaba decorada con elegancia, con una mesa de madera oscura y sillas de cuero negro. Las paredes estaban adornadas con obras de arte contemporáneo, y una ventana grande ofrecía una vista impresionante de la ciudad.

—Señora Hernández, necesito su ayuda —dijo Alessandro, con una expresión seria—. Mi empresa, Alessandro Industries, ha sido víctima de un robo. Alguien ha estado desviando fondos y creo que sé quién es el culpable.

Monserrat se inclinó hacia adelante, interesada. Sacó un bloc de notas y un bolígrafo de su escritorio.

—¿Qué hace que crea que sabe quién es el culpable? —preguntó.

—He estado investigando y he encontrado algunas irregularidades en los registros financieros —explicó Alessandro—. Nuestra empresa tiene un sistema de contabilidad muy sofisticado, pero alguien ha encontrado la manera de manipular los números. He descubierto que han estado transfiriendo dinero a una cuenta bancaria en el extranjero.

Monserrat asintió, tomando notas.

—¿Ha denunciado esto a la policía? —preguntó.

—Sí, pero no han hecho nada —dijo Alessandro, frustrado—. Me han dicho que no tienen suficientes pruebas para arrestar a nadie. Pero yo sé que es alguien de confianza, alguien que ha estado trabajando conmigo durante años.

Monserrat se recostó en su silla, pensativa.

—Señor Alessandro, soy una abogada defensora —dijo—. No estoy segura de que pueda ayudarlo en su caso.

Alessandro se inclinó hacia adelante, con una expresión suplicante.

—Por favor, señora Hernández —dijo—. Necesito su ayuda. No importa el costo. Estoy dispuesto a pagar lo que sea necesario. Mi empresa es todo para mí, y no puedo dejar que alguien la destruya.

Monserrat se sintió conmovida por la desesperación de Alessandro. Algo en su historia no cuadraba. No parecía un hombre que estuviera buscando venganza, sino alguien que realmente necesitaba justicia.

—Está bien —dijo Monserrat, después de un momento de silencio—. Estoy dispuesta a escuchar más sobre su caso y ver si puedo ayudarlo.

Alessandro sonrió, con lágrimas en los ojos.

—Gracias, señora Hernández —dijo—. Gracias por creer en mí.

Monserrat sonrió, sintiendo una conexión con este hombre.

—No hay de qué, señor Alessandro —dijo—. Ahora, cuénteme más sobre su caso. ¿Quién cree que es el culpable?

Alessandro respiró profundamente antes de responder.

—Creo que es mi socio, Marco —dijo—. Ha estado actuando de manera extraña en los últimos meses, y he descubierto que ha estado haciendo algunas transacciones sospechosas.

Monserrat se inclinó hacia adelante, interesada.

—¿Qué tipo de transacciones? —preguntó.

—Ha estado transfiriendo dinero a una cuenta bancaria en el extranjero —explicó Alessandro—. Y ha estado haciendo algunas compras muy caras, cosas que no pueden pagar con su salario.

Monserrat asintió, tomando notas.

—Necesitaremos más pruebas para demostrar la culpabilidad de Marco —dijo Monserrat—. ¿Tiene alguna idea de cómo podemos obtener esas pruebas?

Alessandro pensó por un momento.

—Creo que puedo obtener algunos documentos financieros que pueden ser útiles —dijo—. Pero necesitaré su ayuda para analizarlos y encontrar cualquier irregularidad.

Monserrat asintió.

—Estoy dispuesta a ayudarlo —dijo—. Pero también necesitaremos hablar con algunos testigos. ¿Hay alguien en su empresa que pueda haber visto algo sospechoso?

Alessandro se inclinó hacia adelante.

—Sí, hay alguien —dijo—. Mi asistente personal, Sofia. Ella ha estado trabajando conmigo durante años y conoce muy bien la empresa. Si alguien ha visto algo, es ella.

Monserrat tomó nota.

—Necesitaremos hablar con Sofia lo antes posible —dijo—. ¿Puede arreglar una reunión con ella?

Alessandro asintió.

—Sí, puedo hacer eso —dijo—. Pero necesito que sea discreto. No quiero que Marco sepa que estamos investigándolo.

Monserrat sonrió.

—Entendido —dijo—. Seré muy cuidadosa. Ahora, ¿qué hay del motivo? ¿Por qué cree que Marco estaría dispuesto a robarle?

Alessandro se encogió de hombros.

—No lo sé —dijo—. Pero creo que puede estar relacionado con nuestra última discusión. Marco quería que invirtiéramos en un proyecto muy arriesgado, y yo me negué. Creo que puede estar buscando venganza.

Monserrat asintió.

—Eso es un buen punto de partida —dijo—. Ahora, vamos a hacer un plan para obtener más pruebas y hablar con Sofia.

Alessandro se levantó de su silla.

—Gracias, señora Hernández —dijo—. Me siento mucho mejor sabiendo que tiene mi caso.

Monserrat sonrió.

—No hay de qué, señor Alessandro —dijo—. Estoy aquí para ayudarlo.

La reunión terminó y Alessandro se fue, dejando a Monserrat pensativa. ¿Qué había detrás de la historia de Alessandro? ¿Era Marco realmente el culpable? Monserrat sabía que tenía que investigar más a fondo para encontrar la verdad.

Excelente final para el capítulo. Aquí está la continuación:

Después de que Alessandro se fue, Monserrat regresó a su despacho, pensativa. La historia de Alessandro la había intrigado, y estaba decidida a encontrar la verdad detrás del robo en su empresa.

Se sentó en su silla y continuó con su trabajo, revisando documentos y preparando su defensa para el juicio del caso de la empresa de construcción.

Justo cuando estaba sumergida en su trabajo, su asistente, Emily, llamó a su puerta.

—Señora Hernández, ¿puedo hablar con usted? —dijo Emily.

Monserrat se levantó de su silla.

—Claro, Emily. ¿Qué pasa? —preguntó.

—Mientras usted estaba en la reunión con el señor Alessandro, llegó una carta para usted —dijo Emily—. El mensajero dijo que era muy importante y que usted debía recibirla lo antes posible.

Monserrat se intrigó.

—¿Quién envió la carta? —preguntó.

—No lo sé —respondió Emily—. El mensajero no dio su nombre. Pero dijo que era urgente.

Monserrat se sintió un escalofrío en la espalda. ¿Quién podría enviar una carta tan urgente?

—Tráigame la carta —dijo Monserrat.

Emily salió de la oficina y regresó con una carta enmarcada en un sobre blanco. Monserrat la tomó y examinó el sobre. No había remitente ni dirección.

—¿Estás segura de que no había nada más? —preguntó Monserrat.

—Nada más —respondió Emily—. El mensajero dijo que solo debía entregar la carta en sus manos.

Monserrat se sintió una sensación de intriga y curiosidad. ¿Qué podría contener la carta? ¿Por qué era tan urgente?

Se sentó en su silla y abrió el sobre, pero antes de sacar la carta, se detuvo. Algo en su interior le decía que esta carta podría cambiar todo.

Y con eso, Monserrat se quedó sentada en su silla, mirando la carta, preguntándose qué secreto contenía y qué consecuencias tendría para su vida.

(CAPITULO 2) EL MISTERIO DE LA CARTA ANÓNIMA

Monserrat se sentó en su silla de cuero negro, detrás de su escritorio de madera oscura, con la carta anónima en sus manos. El sobre blanco y simple parecía inocuo, pero la ausencia de remitente y dirección la hacía sentir una mezcla de curiosidad y ansiedad.

La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el tic-tac del reloj de pared y el suave zumbido del aire acondicionado. La luz del sol que entraba por la ventana se reflejaba en el cristal de su escritorio, creando un brillo suave que parecía bailar sobre la superficie.

Monserrat miró alrededor de su despacho, como si buscara alguna pista o explicación. Las estanterías llenas de libros de derecho y documentos legales parecían inertes, como si no tuvieran secretos que revelar. La computadora en el rincón de la habitación estaba apagada, su pantalla negra como un espejo que no reflejaba nada.

Con dedos temblorosos, Monserrat comenzó a abrir el sobre. El papel crujía suavemente mientras ella lo desdoblaba. La carta interior estaba escrita en una letra desconocida, con tinta negra y precisa.

Monserrat se inclinó hacia adelante, su corazón latiendo más rápido. ¿Qué podría contener la carta? ¿Una amenaza? ¿Un secreto? ¿Una revelación?

La habitación parecía cerrarse sobre ella, como si el mundo exterior se hubiera detenido. Solo existía la carta, su contenido y la ansiedad que la consumía.

Con un suspiro profundo, Monserrat comenzó a leer.

"Hola querida abogada defensora Monserrat Hernández", comenzaba la carta. "Has tenido un trayecto maravilloso en el ámbito legal que abarca como lo es ser una abogada, pero sabemos que en este mundo normalmente los abogados o abogadas defensoras cuando terminan ganando un caso en su mayoría, si no es que en todos, resulta que la persona que están defendiendo resulta ser culpable de lo que se le está acusando."

Monserrat sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras leía las acusaciones.

"Yo pertenezco a un momento de su pasado, querida abogada, un momento en el que usted recién entraba en este ámbito, en este mundo ,se quería devorar al mundo con lo que creía usted que había conseguido en las universidades, pero su inexperiencia y su estupidez hicieron que cometiera un error grave, error horrendo, algo que para mí lo es todo."

La carta continuaba, revelando un conocimiento detallado de la vida de Monserrat.

"Conozco sus horarios, conozco su rutina, sé dónde vive, cómo podrá darse cuenta, dónde trabaja, a qué horas va al almuerzo, y a qué lugares suele ir recurrentemente, a la hora que despierta, a la hora que va a dormir en la noche, a la hora que sale en la mañana para ir rumbo a donde se encuentra ahora mismo a este bufete, o en la noche que se dirige a su casa, o tal vez el fin de semana cuando va con su amiga, la que por cierto, hoy habló con ella en la mañana."

Monserrat se sintió vulnerable y expuesta.

"Usted cometió un error grave que merece la muerte, yo fácilmente podría acecharla, acercarme a usted de una manera sigilosa y simplemente asesinarla e irme sin más, porque gracias a mis grandes dotes y a mi experiencia podría hacerla desaparecer de este mundo sin ningún problema, y yo seguiría con mi vida, pero esto no sería satisfactorio para mí."

La carta revelaba un odio profundo hacia Monserrat.

"Usted defendió a un cliente que merecía el corredor de la muerte, y logró dejarlo libre, dejando libre a un asesino, ese asesino acabó con la vida de alguien muy preciado para mí. Y simplemente quiero que usted pague por eso, pero sería muy fácil simplemente asesinarla, como le comenté."

La carta concluía con una amenaza clara.

"Quiero que juegue un juego conmigo, señora Hernández, un juego que involucra la muerte, no es ese el destino de todos, el morir. Tendra 7 días para que logre averiguar y entender quién soy yo. Si usted logra llegar a mi lado, tocar la puerta de mi casa, entenderé que ganó el juego y la dejaré ir, la dejaré sin más, claro, yo voy a desaparecer como lo hago siempre, después de que usted sepa quién soy."

Monserrat sintió que su mundo se derrumbaba.

"Pero si después de los 7 días, usted no logra llegar a mí, tendrá dos opciones, querida abogada, opción 1, cada día que usted viva, una persona cercana a usted será destruida, podría ser un familiar lejano, tal vez cercano, una amistad, algún colega, algún cliente, no lo sé, y con destruir me refiero psicológicamente, financieramente, con la muerte, tal vez hay muchas maneras de destruir a una persona."

La carta continuaba, ofreciendo una opción aún más aterradora.

"O bien puede tomar la opción número dos, suicídese, señora Hernández, subase a un puente y tírese, forme un nudo en una horca y cuelguese a sí misma, o tome una pastilla, o beba veneno, o simplemente tome su Magnum 357 que se encuentra en su escritorio en uno de sus cajones y haga un tiro ahí mismo y acabe con todo esto.

"Y como muestra de mi seriedad, le hago una advertencia y le extiendo una prueba. La advertencia es que si usted se acerca a la policía y yo me logro enterar que de hecho eso sería muy fácil para mí, acabaré con las mismas personas que ella le comenté.

"Y como prueba de ello, en esta segunda hoja que viene en el sobre, hay una lista de 20 individuos que pertenecen a su alrededor, a su vida social, familiares, amigos, colegas, cualquier tipo de personas. Una de ellas ya pagó el precio de ser destruida, como le comenté.

"Tome una decisión, señora Hernández. Podría jugar mi juego o simplemente tomar su Magnum 357 y hacer un tiro ahí mismo y acabar con todo esto. Pero apresúrese, que 7 días se van volando.

Monserrat sintió que su mundo se derrumbaba. ¿Quién era el autor de la carta? ¿Qué quería de ella? ¿Y qué había pasado con esa persona que ya había pagado el precio?

La segunda hoja del sobre contenía la lista de 20 nombres. Monserrat los reconoció, eran personas cercanas a ella. Se sintió aterrorizada.

¿Qué haría Monserrat? ¿Jugaría el juego o buscaría ayuda? ¿Y qué pasaría con las personas que amaba?

El reloj en la pared parecía tictaclear más rápido que nunca. Los 7 días comenzaban ahora.

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