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El Sonido De Silencio

capitulo 1

Emma:

Despierto por el sistema de vibración instalado en mi cama. Es una novedad para algunos, pero no para mí.

Mi familia está compuesta por mi padre y mi hermano mayor. Mi madre murió cuando tenía cinco años y desde entonces somos los tres mosqueteros.

Mi padre fue un importante músico en sus tiempos y mi madre una buena cantante. Cuando la cosa se volvió romántica entre ellos, decidieron abrir una discográfica y desde entonces volcaron todos sus conocimientos para la música de otros.

Mi hermano es hábil con cualquier instrumento que desee tocar. Desde una armónica hasta una batería. Cualquier cosa él puede usarla, mientras que yo solo me quedaba viendo todo a mi alrededor sin comprender que sucedía.

Cuando era pequeña llegaba del colegio y corría hacia la sala de grabación donde mi padre siempre se encontraba haciendo su magia.

Me gustaba sentarme en su falda y ver como los artistas hacían su trabajo, me gustaba ver cómo se expresaban y era de esa forma que yo sabía de qué iba la nueva canción.

Muchas veces no veo nada más que labios moviéndose y miraba a mi padre para tratar de encontrar en su mirada algo que me indique que lo que hacia la otra persona del otro lado era bueno o no. Por lo general mi propia opinión coincidía con la de mi padre.

Muchas personas pasaron por nuestra sala de grabación y siempre era algo diferente, pero eso no dejaba que me sintiera cada vez más interesada.

 Yo quería estar ahí.

Yo quería interpretar las letras, hacer llorar, reír, maldecir o recordar con tan solo el toque de mi voz.

El problema más grande se presentó cuando mi voz no era precisamente lo que escuchaba, no sabía hablar más allá de las señas y por supuesto no podía cantar.

Buscando que mi sueño no sonara como un imposible me propuse a mí misma aprender a hablar como una persona que oye y habla normal.

¿Como lo hice? Gracias a mi amiga del colegio que creía, al igual que yo, que no había un imposible.

Ella con su paciencia se encargaba de enseñarme a hablar como toda una profesional.

Nunca voy a olvidar el día que llegué de la escuela y como todos los días corrí al estudio de mi padre, me subí a su falda y le dije a mi padre “Te quiero”. Por un momento mi padre no se enteró de lo que paso, hasta que mi hermano se acercó a mi lado y con claras señas me pregunta que había dicho y volví a repetirlo.

Mi padre se volvió loco, no podía creer que su hija sorda hablara con normalidad, con un acento claro y sin desafinar.

Obviamente me llevó al médico para corroborar que por obra de arte no había recuperado eso que perdí el día que nací, la audición.

Grande fue su disgusto cuando el médico le confirmó que era tan sorda como siempre. Entonces mi padre no se quedó con eso y llegando nuevamente a la casa me interrogó. No podía creer que mi pronunciación había mejorado, que hasta gestos hacia al hablar como si realmente oyera.

Lo que no sabe mi padre que uno puede leer el comportamiento del cuerpo y así poder responder en efecto. Como sorda que soy eso es lo que hago. Siempre estoy leyendo el comportamiento corporal por eso no se me dificulta hace gestos o interpretar otros.

Con respecto a la pronunciación no me quedó otro remedio que decirle que Zoe, mi amiga, me había ayudado con eso.

Tan sorprendido como cualquiera que me haya oído pronunciar una palabra, la gran pregunta hizo su asomo.

¿Por qué? ¿Porque quería hablar como una persona normal?

—Quiero cantar —fue mi simple respuesta.

Tanto mi hermano como mi padre me miraron como si me hubiera vuelto loca, como si además de mi sordera ahora padecía de alguna demencia, pero eso no impidió que mi sueño se haga realidad.

Mi padre era amante de los retos, los desafíos y yo era su nuevo entretenimiento. No había un imposible para el tampoco, por lo que pronto se encontró buscando un maestro de canto que esté dispuesto a enfrentar el desafío que suponía que era yo.

No fue fácil, todos creían que estaba loco. ¿Como lograría que una niña sorda pudiera cantar?

Mi padre no se dejó influenciar por tantas negativas y así siguió buscando hasta que cuando ya se estaba por dar por vencido dió con la persona indicada.

Emilia, era una profesora de señas que casualmente también enseñaba canto, por lo que mi nueva profesora no necesitaba intérprete.

Con el primer desafío cubierto ahora venía lo difícil, lograr que cante.

No me importaba si mi voz sonaba mal, mi idea no era convertirme en una profesional, sólo quería cantar.

Lo primero que me enseñó Emilia fue a respirar. Los ejercicios que hacíamos me arrancaban sonoras carcajadas que no sabía controlar, por lo que mi padre me tubo que instalar en una sala insonorizada para cada sesión de canto.

Con el tiempo mi voz fue surgiendo y por la cara de mi padre como la de mi profesora, al parecer no sonaba mal.

—Cantas hermoso —dijo mi padre.

Lástima que no pudiera escucharme.

Eso no impidió que mi padre ideara una nueva opción para que pueda escuchar la música.

Con las vibraciones yo sabía que era lo que tenía que hacer, eso sí, me costó aprender eso.

El estudio de grabación, pronto se convirtió en un conservatorio. Unas de las habitaciones fueron reacondicionadas para que yo pueda hacer lo que más quería, que era cantar.

Tanto el piso como todo el cuarto vibraba. Toda una obra de ingeniería que me permitía poder interpretar la música.

Sentir el vibrar de los instrumentos a través del suelo me llevaba a estar descalza la mayor parte del tiempo, por eso el cuarto lo llamábamos oriente. Me encantaba sentir en mis pies la suavidad de la madera lustrada ni bien ponía un pie en la sala, cerrar los ojos y suspirar por la felicidad que me creaba saber que mi sueño se hacía realidad.

Poder cantar como una persona normal. Eso era todo, no había nada más, sólo las vibraciones y mi canto sordo.

capitulo 2

Los años fueron pasando y ya soy una adulta, actualmente tengo veinte años y ya llevo haciendo esto cinco. Mi familia nunca se rindió conmigo y nunca me dejó de alentar para cumplir mi meta.

Pero mi nueva meta era llegar al escenario. No sabía cómo lo haría, pero tenía que intentarlo, aunque sea una vez.

En cuanto a Emilia, mi profe de canto se enamoró de mi hermano y ahora mientras no se la pasan follando por los rincones, se encargan de la música como desde entonces.

Mi padre sigue insistiendo en que debo superarme a mí misma, que debo ser la mejor en lo que hago.

No entiendo porque insiste tanto, pero creo que se debe al hecho de que al ser una persona no oyente puede traer muchas controversias en el mercado si decido que este es mi camino.

No tengo mucho para pensar, es lo que quiero, es lo que deseo desde que pude lograr una nota alta. Sigo sin tener idea de lo que digo o hago, pero cuando mi garganta lanza esas notas altas es cuando puedo sentir la vibración y es ahí cuando siento que ha valido la pena todo este camino.

Por eso ahora me levanto, me ducho y bajo a desayunar. Que quiera cantar no me ha salvado de tener que asistir a clases, claro que no.

Según mi padre, la música no es para siempre y es bueno tener un plan de respaldo. Mi plan de respaldo es simple. Terapeuta para casos especiales, como el mío.

Haber aprendido a hablar y a interpretar el comportamiento corporal me ha dado la garantía que asistir a la universidad no sea un desafío para mí. Obviamente que me tengo que ubicar en el primer lugar de la fila, porque desde lejos no puedo leer los labios y además son pocos los que saben que en realidad soy sorda. Todos mis profesores lo saben, pero algunos compañeros no. Como el chico más lindo de la universidad, él no sabe que existo y tampoco me importe mucho hacerle saber que lo hago y que no puedo escuchar nada de lo que dice.

Como sea, luego de tomar mi desayuno, saludo a mi familia, mi cuñada y corro. Si, la universidad queda cerca de la casa de mi padre, después de todo tubo que mudarse a las afueras de la ciudad.

Tener una hija que ama la música tanto como él y que sobre todo canta, ha tenido que reacondicionar todo a su alrededor para que yo pueda coexistir con la música.

Camino apresuradamente el espacio que separa mi residencia del de la universidad y llego al campus para encontrarme con mi amiga, Zoe, enlazada con su actual novio, compartiendo sus fluidos salivales.

—¡Busquen un cuarto! —saludo cuando estoy a dos pasos de ellos.

—¡Envidiosa! —me dice ella con sus manos y mis mejillas se calientan.

Es obvio que nunca me han besado, como lograría llamar la atención de un chico si no puedo escuchar. Lo peor de todo, que, al saber leer el comportamiento corporal, sé muy bien cuando quieren otras cosas.

Zoe insiste en que deje de ser tan dura con el sexo opuesto y les dé una oportunidad, de lo contrario me volveré una amargada para toda la vida, además de los cientos de gatos que tendré y una gran cantidad de helado de chocolate en la heladera.

Lo primero lo no creo, pero lo segundo no lo niego, ¿Quién se niega a buen postre helado? Pero en mi caso sería todas las combinaciones diferentes de dulce de leche.

Sigo mi camino pensando en la idea de ser besada por el chico más lindo de la universidad y mis mejillas se calientan un poco más.

—Si no se lo pides nunca lo hará —señala mi amiga, luego de tocar mi hombro para llamar mi atención.

Me conoce tan bien que hasta lee mis pensamientos.

—Nunca lo haría, además de que tiene novia —le respondo y mi mirada cae al recordar que sale con la capitana de porristas.

—Solo sería un beso, tampoco es que le vayas a pedir que se case contigo —dice mi amiga de toda la vida y nuevamente vuelvo a negar.

Soy demasiado tímida como para eso.

Zoe se despide de su novio junto al pasillo que nos lleva a nuestra primera clase del día y luego tomando mi brazo me arrastra hasta la puerta de nuestra clase.

Entramos y nos acomodamos en nuestros lugares, ella retoca su labial mientras yo saco mis útiles. Como siempre me quedo perdida en mis pensamientos mientras termino de acomodarme en mi lugar, deshaciéndome de mi chaqueta y dejándola a un lado.

El aula pronto esta concurrida, las vibraciones del piso llegan a mi atreves de la madera y levanto la mirada justo a tiempo para ver como por la puerta principal entra un hombre luciendo un traje oscuro.

Todo oscuro, desde sus zapatos, hasta la camisa de vestir que lleva. Su mirada seria está concentrada en su camino, y se detiene junto al único escritorio, deja sus pertenencias y luego de su maletín saca un pesado libro y un estuche con anteojos para leer que coloca en el puente de su nariz, para luego dirigir su felina mirada al estrado.

Inmediatamente mi respiración se corta y mis piernas se juntan con el insipiente calor que llega desde un lugar desconocido.

A mi lado mi amiga me da un codazo que hace que inmediatamente respire. Ser sorda no impide que note que en el aula no vuela un pelo y que el nuevo profesor se ha llevado la atención de toda la clase y sólo espero que en algún momento de mi corta existencia me note. O no, no lo se.

Mi amiga toma mi mano y en mi palma sé que ha dejado algo, bajo la mirada para encontrar el bollo de un papelito que al abrirlo dice “caliente”.

Paso saliva y veo al frente, definitivamente este profesor con su aura oscura está más que caliente.

Nunca en mi vida había odiado mi condición. Ser sorda tiene sus privilegios, pero hoy... hoy quisiera más que nunca poder escuchar su voz.

La clase transcurre armoniosamente, se nota que es una persona calificada para la tarea. Cada vez que veo a mis lados, puedo ver como todos están ensimismados en la clase.

Nuevamente me concentró en sus labios para seguir lo que dice, pero, como pocas veces me ha ocurrido, no entiendo nada. Tampoco puedo decir que su cuerpo diga algo. Se mantiene tan firme que no logro obtener algo de él. Es como si tuviera una barrera impenetrable, una frialdad que no te deja ver más allá de lo que sus labios digan y es ahí cuando nuevamente caigo en el lamento de no oírle decir nada.

Me doy cuenta de que la clase ha terminado, cuando él se dirige nuevamente a su escritorio y comienza a organizarlo. Miro mi mesa y mi cuaderno de apuntes tan blanco como cuando empezó esta hora. Miro a mi amiga y noto sus movimientos apresurados para organizar sus cosas y marchar a la siguiente clase.

Toco su hombro y mirando por mi rabillo, el profesor sigue concentrado en su escritorio, le pido que me pase los apuntes.

Al verme utilizar mis manos y no mi vos, se sorprende.

—¿Te comió la lengua el profesor? —pregunta en modo guaza, tanto hablando como haciendo señas.

—Muy chistosa —no sé cómo sueno, pero tengo tan raposa mi garganta que luego de quejarme tengo que carraspear.

Veo a mi amiga doblarse y convulsionar. Ruedo los ojos al percatarme de que se está riendo de mí. Tomo mis cosas y las meto dentro de mi bolso, apresuradamente para salir del aula.

Levanto nuevamente la mirada y noto que el profesor nos está mirando. ¡Genial!

No puedo descubrir si está enfadado, alegre o lo que sea ya que su mirada y su cuerpo no me trasmiten nada. Eso sin tener en cuenta que solo siento calor.

A mi lado mi amiga toma mi brazo y me empuja para que corramos a las nuevas clases que nos esperan.

Al finalizar las clases, acompaño a mi amiga hasta su dormitorio y allí me ocupo de revisar sus apuntes de la primera clase, tomo nota mientras ella se prepara para salir con su novio.

Termina de vestirse, luego de probarse tanta ropa que ya me tiene mareada.

—Mañana tendrás que concentrarte mejor en clases, no puedes volar de la misma manera que lo hiciste hoy sólo porque el profesor está para darle rosca y desenrosca —me dice ella, tan apresurada que sus manos parecen borrosas.

—Lo siento, no sé que me paso —respondo.

Es la primera vez en mi vida que me quedo perdida en medio del limbo ante una presencia masculina porque definitivamente eso no me pasa cuando veo al chico más lindo de la universidad. Lo que sentí cuando entró el profesor fue algo nuevo y totalmente desconocido en mí.

Puedo afirmar que hasta ese pequeño cosquilleo entre las piernas estaba ahí para torturarme, ese famoso calor que te entra en la sangre cuando el macho alfa anda cerca. O tu beta, media naranja o lo que sea. Nunca había sentido que mi cuerpo reaccionaba así ante la presencia de un masculino.

—Si que sabes lo que te pasó, ese profesor te pegó como ningún otro hombre lo ha hecho —a veces creo que suena como una sabionda.

Termina de colocar sus tacones y se levanta de un brinco, toma su bolso y lo llena de una cantidad escandalosas de profilácticos.

—Mas vale prevenir que lamentar —dice con sus delicadas manos.

—Precioso —murmuro sintiendo un poco de envidia y me levanto de la cama para tomar mis cosas, devolver sus apuntes y juntas salir.

Ya cerca de la salida del campus nos encontramos con su novio que la espera en su coche es afortunada que tenga dinero. No como el anterior novio que tubo, prácticamente cada vez que tenían una cita ella se hacía cargo de todos los gastos.

Me saluda con su mano y yo camino tranquilamente hasta mi dulce hogar.

Llego y saludo a mi hermano que está muy acaramelado con Emilia, dejo mis útiles y me dirijo hacia el estudio para encontrar a mi padre.

—¡Papa! —grito.

Lo veo asomarse y dirigirme una sonrisa escandalosa.

—Cariño —saluda con su habitual beso y abrazo y luego me conduce a la sala que está preparada para mi — Tienes que probar lo que acabamos de instalar.

Dice y trato de adivinar a que se refiere, pero no veo nada nuevo.

—Está todo igual —apunto.

—Es un sistema de vibración a través del suelo, con eso podrás cantar sin deber tener toda una banda a tu lado —la sonrisa en su cara se hace más amplia—. Tienes que probarlo.

 Con una nueva emoción circulando por mi torrente, inmediatamente elimino de mis pies mis zapatillas y corro dentro de la sala. Veo a mi padre que se pierde en el pasillo y yo me preparo, moviendo mi cuerpo hasta el micrófono y me coloco los auriculares que están preparados para que revienten mi cabeza si es que algún día pudiera oír algo.

Cuando la primera vibración llega a través de mis pies, sonrío. La vibración de mis cascos se unen a los de mis pies y me doy cuenta de que es mi canción preferida.

No pasa mucho tiempo en que cobra vida y sale de mí, siento como las vibraciones recorren mi cuerpo a medida que la letra avanza. Estoy tan emocionada con esta nueva tecnología que casi estoy gimiendo de placer.

Hacia un tiempo que no podía cantar porque mi hermano anda muy acurrucado con su novia y no tengo corazón para quejarme.

Termino mi canto y salgo corriendo de la sala para tirarme a los brazos de mi padre, chillando como cuando tenía quince años y hablé normal por primera vez.

Emocionada me alejo un poco de él para decirle lo feliz que estoy, que todo vibra espectacular, que cada sonido llegaba a mi cuerpo increíblemente. Tengo que usar mis manos porque la emoción me dejo la boca seca.

—Está bien cariño, respira —dice mi padre—. Quiero que conozcas al dueño de esta nueva tecnología, un amigo de la infancia —señala hacia un rincón de la sala.

Volteo sintiendo que mi pulso está al límite, que mi felicidad no cabe en mi pecho y salto hacia la persona dueña de semejante sistema para abrazarle y agradecerle.

La persona que rodeo se mantiene quieta, como si hubiera rodeado con mis manos un poste y no una persona de verdad, cuando me alejo un poco, noto que esa mirada fría ya la había visto antes. Más específicamente, esta mañana a primera hora.

Como si de una corriente se tratara, me alejo inmediatamente de él, disculpándome por mi arrebato. Él solo me mira. Y cuando me dí cuenta de que estaba usando mis manos, me percato que es probable que no me entendiera nada de lo que dije.

—Disculpe profesor por mi arrebato —digo alejándome de él, me sorprendo aún más cuando con sus manos me responde que no pasa nada.

—¿Lo conoces hija? —pregunta mi padre al notar que lo llamé profesor.

—Si, es mi profesor en la universidad —respondo y vuelvo a mirarlo, tratando de encontrar algo en él, que me indique como se siente. Nada llega a mí, más que frialdad.

—¡Oh! ¡Vaya, que bien! Michael era de mi vecindario cuando éramos unos mocosos, su hermano mayor es una persona no oyente como tu —dice mi padre para mi comprensión.

Vuelvo la mirada a él, nada. Mi corazón está que se sale de mi pecho. Verlo y tenerlo tan cerca me pone más nerviosa. ¡Es un hombre hermoso!

Tiene una mirada intensa, con un color verde tan oscuro que no sé si ese es el color en realidad. Sus labios se mueven a medida que la conversación con mi padre se desplaza, no sé qué dice porque estoy concentrada en sus movimientos. Como abre la boca para decir cosas, como cada tanto humedece sus labios. Su nuez de Adam se mueve al tragar y nuevamente esa corriente recorre mi cuerpo y tengo que alejarme, esto es completamente nuevo para mí, mi cuerpo y mi cordura.

No puedo enamorarme de mi profesor, claramente. Además de ser un conocido de mi papá, es mayor que yo. No tiene pinta de tener unos treinta años poco más, pero no tiene la edad de mi papá.

Antes de salir del estudio me despido del atractivo hombre, salgo en una nube de sentimientos que me hace pensar cómo sería tener esos labios carnosos recorriendo mi cuerpo.

Llego a mi habitación y me tumbo en mi cama mirando el techo, pensando en el día siguiente y como seré capaz de prestar atención a lo que dice, si solamente tengo ojos para verlo y no logro leer sus labios.

capitulo 3

 Llego al salón junto a mi amiga. Nos acomodamos y como cada día me preparo para la clase. En un momento, el profesor aparece y otra vez me quedo sin aliento.

Esto debería ser un problema. Me recuerdo que es un amigo de mi papá y que no debo fantasear con su boca, sus manos...

¡Oh! ¡Mierda! ¡Son grandes!

Alejo ese pensamiento y me concentro en su cara, tratando con todas mis fuerzas de mirar su cara y no echarle una mirada apreciativa al resto de su cuerpo.

Cuando ya tiene todo lo que necesita para empezar con su clase, me mira.

Me remuevo en mi lugar sintiendo como su penetrante mirada verde me absorbe. A mi lado mi amiga me da un codazo, la miro, pero enseguida la ignoro.

Miro nuevamente a mi profesor que deja lo que tiene en manos para comenzar a hablar y también utiliza sus manos. Me remuevo incómoda en mi lugar y le hago señas para que deje de hacerlo, me pone nerviosa.

Su mirada se frunce, me pregunta “¿por qué?” yo le digo “me pone incómoda”. Se queda en pausa un momento y luego mientras habla, noto que me dá toda su atención y contra todo pronóstico se acerca a la pizarra, que hasta ayer permanecía sin usar, y comienza a escribir en ella.

Sonrío porque es lo más dulce que alguien ha hecho por mí. De nuevo, mi amiga me da un codazo al que ignoro y termino de escribir lo que mi nuevo profesor y amigo de mi padre dice al resto de la clase.

Terminada la hora, me retraso en juntar mis útiles porque quiero acercarme para agradecer el detalle. Mi amiga me espera para cuando nota que no la sigo me dice que me espera en la siguiente clase. Con eso tengo claro que viene un interrogatorio.

Me acerco al profesor.

—Quería agradecer el detalle —le digo.

—No hice nada, no me has dejado ayudarte —dice cuando me escucha, mirándome para que lea sus labios.

—Mis compañeros no saben de mi condición y si lo supieran sentirían lástima por mí y no quiero eso —digo a mi defensa.

—No creo que nadie pueda llegar a sentir lástima por alguien que canta como tu —dice y se me forma un nudo en mi garganta.

Mi padre siempre me dijo que mi voz sonaba como la de los ángeles ¿Acaso me mintió?

Siento que las lágrimas están por salir de mis ojos, por lo que sin decir nada, volteo para huir de mi profesor.

Siento que tiran de mí, me voltea y miro como de sus labios sale un desesperado “lo siento”. Es la primera vez que puedo ver algo atreves de él, como su cuerpo me dice que está arrepentido de haberme incomodado.

—No quería hacerte sentir mal, solo te admiraba —suspira—. Eres increíble y tu vos es... —lo piensa mirando mi rostro— exquisita.

Como no sé qué decir, volteo y salgo del salón. Corro para llegar a mi próxima clase. Al verme entrar mi amiga, su mirada me indica quiere que lo escupa todo.

Sentada a su lado y tan rápido como puedo le explico la situación y ella, por primera vez, se queda sin palabras ni señas que decir.

—¿Te gusta? —pregunta cuando salimos de la clase, la miro.

—¿Quien? —pregunto.

—El profesor, tonta —responde en señas. Miro a nuestro alrededor, buscando que nadie haya visto su pregunta—. Nadie habla señas —vuelve a decir y es cierto.

Más relajada, la miro y me encojo de hombros. La verdad es que siento muchas cosas. Siento que cuando lo veo quiero hacer todas esas cosas que nunca hice, quiero sentir su boca en esos lugares donde mis latidos se hacen más fuertes, quiero sentir el roce de sus manos en mi piel, quiero sentir su cuerpo vibrar junto al mío.

—Creo que sí, me gusta —admito al fin.

Termino de decirle y ella como la exagerada que es, festeja y se tira sobre mí. Me río por su actitud y miro detrás de ella. Ahí parado, fuera del salón de profesores se encuentra Michael, mirándonos. De pronto siento que mis mejillas arden y me desprendo de mi alocada amiga, tomo su mano y corro por el pasillo.

Sintiendo que los pulmones se me van a salir del pecho, entramos al aula de nuestra siguiente clase y mi amiga me mira como si me hubiera vuelto loca.

Definitivamente creo que estoy más que loca, porque sí, me gusta mi profesor.

Al llegar a mi casa, no encuentro a nadie, está todo vacío. Dejo mi mochila y me dirijo al estudio. Recuerdo vagamente haber visto a mi padre decir que hoy tenía que ir a la ciudad.

Llego al estudio y sobre la consola me encuentro con su nota, sonrío porque sabe dónde dejar sus mensajes.

“Estaremos en la ciudad, volveremos tarde. Te quiero”

Sonrío guardando el trozo de papel busco como encender el equipo para cantar. No entiendo mucho del nuevo panel de control por lo que solo me guío por el instinto. Luego, cuando ya está todo encendido, me dirijo a la sala oriente y luego de quitar mis zapatillas ingreso.

El piso comienza a vibrar y me acerco al micrófono, coloco mis cascos y enseguida capto las vibraciones. Canto, mirando hacia adentro cuando mis ojos se cierran. La melodía vibrante envuelve mi cuerpo y siento como la letra de esta canción me llega en lo profundo.

Michael:

Tengo una llamada perdida de Franco y varios mensajes de él. Está tan agradecido con la instalación que realicé en su estudio que no deja de invitarme a cenar, a tomar unas cervezas o lo que sea para agradecerme.

Hasta ahora lo he rechazado porque tengo que concentrarme en mis clases académicas. Es mi primer año como profesor y no puedo desconcentrarme.

Además de impartir clases psicológicas estoy familiarizado con todo respecto a la sordera. Esto lo implementé en mi carrera por una razón muy sencilla, mi hermano.

Jonatan, mi hermano, nació sordo. Con el avance de la tecnología ahora cuenta con un implante en su cerebro que le permite oír, cosa que me extraña que la hija de Franco no lo tenga.

Sé que es una decisión muy grande que tomar por parte de la persona y la familia, sin tener en cuenta el costo que tiene, pero tengo entendido que no son una familia a la que se la pueda calificar como desamparados. De todos modos, no es mi asunto.

No es mi asunto, pero no puedo dejar de pensar en ella y su hermosa voz. Tampoco puedo dejar de pensar en su pronunciación, si bien mi hermano luego de recuperar la audición tubo que asistir a sesiones de fonoaudiología para corregir su dialecto, ella al parecer no tendrá que hacerlo y me pregunto cómo es que logró poder hablar tan fluido como una persona normal sin siquiera contar con la audición, es muy probable que sea un pequeño genio.

Salgo de mi oficina ya pasada las siete de la tarde y me dirijo a mi departamento que cuento aquí, en el campus. Es algo tarde, pero por suerte la casa de Franco está cerca de la universidad.

Entro al desolado departamento y me voy derecho a la ducha, debería acostarme inmediatamente luego de la ducha. Estoy tan cansado, pero si no acudo a la cena, temo que siga insistiendo y sólo espero que mi joven alumna no se encuentre en la casa y por esas casualidades de la vida se encuentre junto a su amiga.

La ducha es corta, por lo que enseguida ya estoy eligiendo algo cómodo para ponerme e ir a la casa de mi viejo vecino. Salgo del departamento y puedo visualizar que se avecina una tormenta. Debo apurarme ya que el cielo muestra los indicios de los relámpagos.

No quería tener que sacar mi auto, pero al parecer deberé de hacerlo. Me monto en él y pronto ya me encuentro en la carretera rumbo a la casa de Franco.

Llego y me pregunto si es muy descortés llegar con las manos vacías, como sea ya me encuentro aquí.

Toco la puerta y no recibo respuesta, raro. Hecho una mirada por la ventana que está a un lado y hay luces encendidas en la casa, pero no se ve a nadie cerca.

Busco mi teléfono para llamar a Franco y me doy cuenta de que no tengo señal además de que las primeras gotas de la inminente lluvia ya están cayendo.

Toco nuevamente la puerta de la casa y sigo en lo mismo sin recibir respuesta. Pruebo de abrir la puerta y se encuentra sin cerrojo. Entro.

Si bien la casa está prácticamente lejos de la civilización, eso no cuenta que este desprotegida sin tener llave.

—¿Hola? —llamo mirando hacia el interior, pero no obtengo respuesta.

Esta enorme casa da escalofríos cuando la tormenta se presenta iluminando el cielo, las grandes ventanas dejan ver el exterior como si fuera una película espeluznante. Salgo de la cocina sin indicios de que haya personas y me dirijo al ala de la enorme casa donde se encuentran los estudios.

Unos pasos más y ya puedo escuchar música, por el volumen tan alto puedo adivinar quien es, pero cuando su hermosa voz se escucha no quedan dudas.

Llego al cuarto de control e ingreso. Me siento un intruso, pero no puedo detenerme. Su canto es como el de una sirena que me llama a su encuentro y acá me encuentro frente a ella que no tiene idea de que me detengo para verla, escucharla...

Sus ojos permanecen cerrados mientras la letra avanza, crece. Me siento tan relajado y perdido en su voz que cuando termina de cantar, pasa unos segundos en el que no escucho nada, pero cuando dirijo mi atención al frente, ella me está mirando.

Su mirada cautiva la mía y me olvido hasta de respirar por un momento. Me quedó ahí, perdido en su mirada, en su magnetismo.

—Hola —susurro para que lea mis labios y su sonrisa se dibuja en sus labios.

Colocando un mechón de su cabello detrás de su oreja me devuelve el saludo, sostiene en su mano izquierda los cascos, baja la mirada tímidamente y siento que el bello de mi nuca se crespa. Adorable.

Le señalo la puerta para que nos encontremos en el pasillo y ella asiente. Veo como acomoda los cascos antes de salir y la encuentro en el pasillo.

—Tu padre me invito a cenar —le advierto, ella se sorprende y me pregunta por él.

—¿Ya volvió? —pregunta y mira hacia la salida del estudio, donde se conecta el estudio con la casa.

—No hay nadie —le respondo cuando su mirada vuelve a mí.

Hacía mucho que no hablaba con señas y volver hacerlo se siente algo raro.

—Oh —su boca dibuja un perfecto circulo mientras que sus ojos se amplían.

Esos labios carnosos me llenan de imágenes para nada sanas y tengo que mirar hacia otro lado recordándome de que se trata de una alumna y la hija de un amigo.

—He tratado de comunicarme con él, pero su teléfono me indica que está fuera de línea —digo y ella asiente.

Caminamos hasta su casa, siento que estorbo, después de todo su padre no esta y yo debería irme por donde vine.

La veo tomar su celular olvidado sobre una pequeña mesa que se encuentra en el ingreso de la casa. Lo desbloquea y se concentra en sus mensajes. Mientras lee no puedo aparatar la mirada de su cara.

No sé qué me pasa con esta chica, pero está claro que me será difícil dejar de entender lo que sea.

—Están en la ciudad, les agarró la tormenta y se hospedaran allí —dice, se dirige a la puerta para abrirla.

Cuando lo hace una fría ráfaga de viento ingresa y le pega de lleno en la cara junto con gotas de lluvia, el gemido que sale de sus labios va directo a mi entrepierna y si no fuera porque no me escucha, habría sido una completa vergüenza que haya escuchado mi exclamación.

Nunca había sentido que los sonidos de otra persona me golpearan de esta manera, tan directos. Es incómodo porque no sé cómo esconder la inminente excitación que está mostrando mi cuerpo.

Veo como lucha para cerrar la puerta, pero al parecer su fuerza no es suficiente para lograrlo. En dos zancadas me encuentro detrás de ella, empujando la puerta y cerrándola al fin.

Siento como su cuerpo se agita y cuándo voltea puedo ver el miedo en su mirada. Se envuelve a mi pecho y siento como todo su ser se estremece.

—Discúlpeme —murmura desde el fondo de mi pecho, tan apretada a mí, que me temo que perciba mi excitación.

Sin saber que hacer, permanezco parado como tabla, mis manos a mis lados. Tengo la vista en un punto fijo para controlar las ganas de tomarla, levantarla y apoderarme de esos labios carnosos para tratar de lograr que su miedo se disuelva.

Al cabo de unos minutos, se separa de mi pecho mostrando su cara sonrojada. No puedo dejar de verla, quiero tocarla, pero sé que si lo hago perderé la cordura.

—¿Mejor? —pregunto.

—Si, me aterran los fuertes vientos —murmura apartándose de mí. Incómoda de pronto.

—Debería irme —señalo.

Mientras ella niega, el estruendo que viene de afuera junto con los rayos me indica que es una idea descabellada. Para cereza de pastel, la luz se va.

No soy el tipo que teme a una tormenta, pero cuando escucho el chillido agudo que lanza Emma mi piel se eriza. Sin saber cómo, la tengo enganchada a mí, literal, como un koala. Tiembla como una planta en plena sudestada.

—Tengo miedo —murmura, sin dejar de temblar.

Como sé que no podrá oírme mientras la tengo engarzada a mi cuerpo, solo atino a sujetarla y deslizarme al suelo.

No conozco la casa como para andar y sentarme en algún lugar, por lo que me quedo donde estoy y mientras me acuclillo en el piso, ella sigue enganchada a mí.

Para reconfortarla atino a pasar mi mano por su espalda para tratar de calmarla. Un momento más tarde siento que se relaja y se aleja un poco, pero sin soltarme. Meto mi mano entre nosotros para llegar a mi celular y prender la linterna.

Su hermosa cara aparece en frente mío, restos de lágrimas surcan sus ojos brillosos. La quedo mirando como si fuera una joya de la corona, tan bella e inalcanzable, pura, brillante y tan lejos de mí. Es tan hermosa. No lo pienso y mi mano se desliza sobre sus mejillas para contrarrestar su tristeza, barriendo las lágrimas y metiendo ese mechón rebelde detrás de su oreja.

El roce de mis dedos en su piel envía un ligero cosquilleo a todo mi torrente sanguíneo y de pronto soy muy consciente de su cercanía.

La miro y ella ya está mirándome. Así me quedo por un momento, hasta que ella vuelve a acercarse a mí, colocando su cabeza en mi hombro, aspirando. El momento se vuelve tan íntimo y cercano que no sé cómo sentirme al respecto solo sé que no quiero que se termine.

Es irresponsable de mi parte, es mi alumna, la hija de un conocido. No estoy seguro de que esto no pueda significar algo más, sólo se trata de una chica con miedo y yo estoy aquí para consolarla. Lo cómico de todo esto, es que si fuera otra chica o mujer no me tomaría tantas molestias.

Suspiro tratando de que mis pensamientos no vayan más allá de lo que es y apoyo mi mentón en su cabeza. El aroma floral que desprende su cabello hace que me mueva y trate de sentirlo más de cerca.

La excitación inicial persiste, pero en segundo plano. Me siento cómodo con ella entre mis brazos, como si esto fuera de lo más natural entre nosotros, aunque la conozco hace poco.

De pronto siento como mi estomago truena igual que lo hace la tormenta ahí fuera y doy gracias que no lo pueda escuchar. O eso creo, ella se agita en mis brazos y se aparta de mí, señala mi estómago y caigo en la cuenta de que es muy sensible al tacto, por eso las vibraciones. No quiero ir más allá de ese pensamiento porque me lleva a pensar que tan sensible es a mi tacto y ¡mierda! Si no la aparto de mi se dará cuenta que no solo tengo hambre de comida.

—¿Tiene hambre? —pregunta.

—No he comido nada en todo el día —señalo y ella enseguida se incorpora, moviéndose para apartarse de mí.

Me tiende sus manos para que me levante con ella.

—Si te quedas cerca, podre hacer algo para que comamos yo también estoy hambrienta —dice cuando ya estoy a su altura.

Eso sonó diferente para mí, pero me recuerdo que estamos hablando de comida. Asiento y ella me sorprende agarrando mi mano, tira de mí y me conduce por la casa. Mantengo mi celular en alto para iluminar el camino, pero rápidamente ya estamos en la cocina y ella saca velas y prende tantas que no pareciera que estamos en un apagón.

Para no sentirme un inútil me ofrezco a ayudar a preparar la cena y entre los dos, en un cómodo silencio que solo lo rompen nuestros movimientos, preparamos una pizza que va derecho al horno.

Mientras esperamos, la luz vuelve y ella sonríe como si fuera lo mejor de la vida el que haya vuelto la luz. Yo solo deseo que se vuelva a ir para tenerla pegada a mi pecho como hace un momento.

—Huele delicioso —indico y ella asiente.

Momento después saca la pizza del horno y ahí mismo, en la cocina, sobre una barra de desayuno, nos disponemos a comer. Sirvo un poco de vino para ambos, el sentimiento de comodidad persiste y no quiero que me guste, pero lo hace.

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