Argumento:
Tendría que enfrentarse a los tormentos del pasado para forjarse un
futuro de felicidad junto a ella sin sentarse frustrado…
Madison parkinson deseaba vivir y tener experiencias pues, siendo hija de
un estricto pastor, su mundo era muy reducido. Al fin encontró la
oportunidad perfecta para escapar entrando a trabajar como ama de llaves
de una bulliciosa familia. Madison se sintió feliz con su nueva libertad y al
conocer Ismael Cristaldi empezó a comprender lo que era sentirse enamorada. Cínico y herido por la vida, a Ismael le costaba confiar en los demás, pero la
amabilidad y carisma de Madison iba a enseñarle muchas cosas....
PRÓLOGO
Se despertó al oír unos sonidos. Un zapato cayendo sobre el suelo.
Conversación amortiguada. El ruido de una botella. Sonidos familiares. Las luces estaban apagadas
hacía horas, y la pequeña cabaña estaba fría y oscura.
ismael metió la cabeza bajo el brazo, ajustó la cadera contra el inadecuado
acolchado situado entre el suelo y él y se acercó más a su hermano pequeño para
calentarse. El estómago de leandro rugió mientras dormía. No habían comido nada
desde aquella mañana, y habían sido sólo huevos y leche que su hermana había
robado.
—Despierta —una voz masculina en el silencio de la habitación.
ismael miró a través de la oscuridad y vio al hombre tocándole el hombro a su
hermana. A poca distancia, ella dio un respingo y se enderezó. Una luz brillaba
desde detrás de la manta que servía de división entre aquel dormitorio y el de su
madre, una luz suficiente para ver que la figura que se inclinaba sobre ella era uno de
los visitantes nocturnos de Della Foster.
—¿Qué quieres? —susurró la hermana de Ismael apartando la mano del hombre.
—Ven deprisa. Tu madre se ha caído y necesito tu ayuda para meterla dentro.
—Iré yo —dijo ismael incorporándose.
Elizabeth se puso su jersey comido por las polillas sobre la ropa interior.
—No, tú quédate aquí con leonardo —susurró mientras caminaba de puntillas
alrededor de su hermano pequeño—. Mamá sólo necesita ayuda para volver a la
cama. Puedo hacerlo.
Siguió al hombre al otro lado de la manta.
ismael se quedó sentado mirando a leandro. Luego se levantó y vio que su madre
realmente no estaba en la cabaña. A veces le costaba caminar derecha. Tras acercarse
de puntillas a la puerta, salió fuera.
—¿Dónde está? —preguntó Elizabeth desde lo lejos.
—Aquí —contestó el hombre—. Por aquí.
—No la veo —dijo ella.
—Aquí dentro.
ismael los siguió en silencio. Había un carruaje a unos cuantos metros
de la cabaña. ¿Su madre estaba allí metida? Ella nunca iba a ninguna parte.
Elizabeth estaba asomándose dentro del carruaje—
ismael tuvo un presentimiento. ¿Su madre había muerto? ¿Le habría ocurrido algo
realmente malo?
—No veo nada —dijo Elizabeth
mirando el interior de la calesa
Mario Rodriguez la agarró por la nuca.
—Métete dentro.
—¡No! No…
—No es una pregunta —dijo el hombre, la empujó al coche y Elizabeth
se
cayó—. ¡Entra!
—¡Para! —gritó ismael corriendo hacia ellos. Llegó justo cuando Mario empujó
a Elizabeth
hacia dentro y trató de meterse tras ella y cerrar la puerta—. ¡Déjala salir!
¿Dónde está mi madre? —preguntó ismael agarrando al hombre por el brazo, pero
Rodríguez le dio un empujón. Entonces tumbó a Elizabeth
boca abajo mientras ella
gritaba.
Parker le puso una mano en la boca y ella lo arañó, buscando a ciegas sus ojos,
su garganta. Él apartó la mano y Elizabeth consiguió gritar.
Aterrorizado, ismael golpeó al hombre por la espalda con todas sus fuerzas.
Recibió a cambio un puñetazo en la mandíbula, cayó al suelo y quedó atontado.
La puerta del carro se cerró.
—¡Mamá! —gritó Eli desde dentro. ismael se dio la vuelta y corrió hacia la casa.
—¡Mamá, ayuda a Eli! —gritó—. ¡Tienes que ayudar a Eli! ¡Ese hombre le
está haciendo daño!
ismael tenía que ayudarla. ¿Pero cómo? Su cerebro de niño de ocho años pensó en
los escasos elementos de la sala y se fijó en una sartén de hierro. La agarró con fuerza
y salió corriendo por la puerta.
Su madre apareció tropezando en el porche en ese momento con una bolsa en el
brazo.
—¡Mamá! ¡Ayuda a Eli! ¡Corre! Su madre lo apartó y abrió la puerta.
—¡Tienes que ayudarla! —insistió ismael agarrándola del brazo—. ¡Le está
haciendo daño!
Ella se apartó y llevó la bolsa dentro.
ismael se quedó mirándola durante un momento y entonces regresó corriendo al coche. Sólo él podría ayudar a Eli. A nadie más le importaba.
Golpeó la puerta del carruaje con la sartén, centrándose en el pomo hasta que
cayó al suelo, pero aun así la puerta no se abrió. Dentro podía oír los llantos
amortiguados, y él no tardó en empezar a llorar también.
No era lo suficientemente grande ni fuerte para ayudarla.
FIN.👻
Su madre había muerto de tristeza. Tedio. Monotonía. Madison
parkinson levantó la vista de la Biblia que tenía en el regazo y miró a su padre,
sentado con los ojos cerrados mientras rezaba. Estaba convencida de que nadie
podría pasar cada noche de su vida de esa forma sin que sus sueños fueran muriendo
poco a poco, semana a semana, mes a mes, hasta que finalmente no quedase nada de
vida y su espíritu simplemente abandonase su cuerpo.
La silla de madera en la que se encontraba evitaba deliberadamente que
estuviese cómoda y que su mente pudiese divagar. Su padre lo consideraría
pecaminoso, pero su imaginación había sido su vía de escape a lugares excitantes
desde que tuviera edad suficiente para saber que había más cosas en la vida.
Miró a su hermano, de diecisiete años. Madison había estado esperando a
rebelarse hasta que él pudiera cuidar de sí mismo sin su ayuda. Hasta que no supiera
que estaría bien. Sebastián bostezó disimuladamente y la miró.
Ella puso cara de aburrimiento y su hermano hizo un esfuerzo por no reírse.
Amador parkinson golpeó a Sebastian en la rodilla y le dirigió a Madison una
mirada severa, indicando que sabía que era ella la causante de aquella interrupción.
Alguien llamó a la puerta trasera. No era extraño que llegase algún visitante de
noche, un feligrés que necesitase rezar o recibir consejo.
—Continuad en mi ausencia —dijo su padre antes de salir de la habitación.
En cuanto Madison oyó voces en la cocina, susurró:
—Aquí me estoy muriendo, Sebastian.
—Conocerás a un hombre —comenzó a decir él.
—¿Dónde? ¿Dónde voy a conocer a un hombre si estoy toda la semana en casa
de los Cristaldi y luego obedezco a papá y vengo a casa los viernes para limpiar, hacer
la colada y ocuparme del jardín todo el fin de semana? Los domingos toco el piano
para la iglesia, os preparo la cena y plancho. El lunes por la mañana vuelvo a casa de
los Cristaldi hasta el siguiente viernes por la noche. Los únicos momentos que tengo
para mí son a altas horas de la noche, cuando los hijos de los Cristaldi están dormidos.
—Tú convenciste a papá para que te permitiese tener ese trabajo —dijo él.
—Y me encanta. De verdad —dijo ella—. No me quejo del trabajo. Me mantiene
alejada de… de esto —pero llevaba casi dos años con ese ritmo. Habiendo visto cómo
vivía el resto de la gente y la libertad de que disfrutaban, ya no podía esperar más.
Sólo quedaban tres sillas alrededor del fuego. Su hermana mayor, Rubi, se
había casado y vivía en Florence con su marido y su hijo recién nacido. Su hermano
pequeño, Jhostin, se había casado también y vivía a varios kilómetros de distancia.
He rezado mucho para encontrar ese marido, Simón —apretó el puño con
fuerza. Aunque dormía poco, cuando lo hacía, madison soñaba a menudo con un
hombre de espíritu indomable como el suyo. Alguien guapo, pero no engreído.
Alguien lleno de vida que le abriera nuevos horizontes y le mostrara el mundo que
deseaba.
—Sé lo mucho que deseabas ir a la universidad —dijo Sebastian
Su padre se había negado tajantemente. La universidad era algo demasiado
mundano para una joven tan pura, entrañaba demasiados riesgos y ofrecía
demasiadas muestras de conducta reprobable. Ella tenía responsabilidades con la
familia y con el trabajo en la iglesia.
—Yo me alegraría por ti si consiguieras irte —le aseguró a Sebastián. Siempre
había hecho lo que se esperaba de ella, pero no se había sentido realmente viva y
satisfecha hasta que no había empezado a trabajar en casa de los Cristaldi. Pero no era
suficiente. Escuchar su alegría y ver a sus jefes con sus hijos dejaba al descubierto el
gran vacío que había acompañado a toda su vida. El recuerdo de su madre,
delgada y pálida en su lecho de muerte, rogándole que no se conformara con menos
de lo que soñaba aparecía en su mente a cada instante.
Durante meses había estado pensando que quizás hubiese una respuesta
además del esquivo marido por el que había estado rezando. Tal vez hubiese una
manera de dar esos últimos pasos que la alejasen del asfixiante control de su padre.
—Tengo un plan —dijo en voz baja—. Te quedarás solo, pero tú no tardarás en
marcharte. Encontrarás a alguien especial. Todas las chicas de la iglesia se fijan en ti.
—¿Cuál es tu plan? —preguntó él con una sonrisa.
La puerta trasera se cerró y se oyeron pisadas en el suelo del pasillo.
Inmediatamente, hermano y hermana volvieron a sentarse correctamente.
madison cerró los ojos y esperó con el corazón acelerado.
La silla de su padre crujió.
—La señora Jenkins ha traído huevos. —Tengo que hablar contigo, padre —dijo
ella. —¿No puede esperar, hija?
—He esperado —le dijo ella. Toda una vida—. Ésta es la única oportunidad que
tengo en la que no estoy cocinando, haciendo la colada o en la iglesia.
—Una mujer virtuosa considera los caminos de su casa y no come el pan de
balde —dijo su padre arqueando una ceja.
Esa misma mujer del proverbio treinta y uno tenía un marido que la alababa e
hijos que se levantaban y la llamaban bienaventurada, pero Madison se mordió la
lengua antes de señalar que aquélla no era su propia casa. Argumentar que ella era la
última mujer parkinson que quedaba sólo sería doloroso, y ella nunca le haría daño a su sería
—Es sólo que ésta es mi única oportunidad de hablar contigo.
—Muy bien. ¿Qué hay en tu corazón?
Elizabeth Cristaldi no le había pedido a Madison que trabajara más días de los que ya
trabajaba, pero el futuro de Madison dependía de su convicción en que esa mujer
estaría encantada de tenerla con ellos todo el tiempo. Eligió sus palabras
cuidadosamente.
—La señora Elizabeth
está esperando otro hijo. Su padre volvió a arquear la ceja.
—Le vendría bien tener más ayuda los fines de semana.
—¿Y qué hay de tus labores en casa? —preguntó su padre—. Está bien que
puedas ayudar a la mujer del médico con sus hijos, pero no a costa de tu propia
familia.
—Tengo veintiún años, padre —señaló ella—. Ruthann ya vivía fuera de casa
con diecinueve años.
—Ella tenía un marido al que cuidar. Tú no. Como si necesitara que se lo
recordasen. —Creo que soy lo suficientemente adulta para tomar mis propias
decisiones —dijo.
Vio cómo su padre agarraba con fuerza la Biblia que tenía sobre las rodillas.
—Deseo tu aprobación y tu bendición, por supuesto —añadió ella—. Y no
desearía dejarte sin ayuda. Estoy segura de que podría venir una o dos mañanas a la
semana para hacer la limpieza. Quizá pueda mencionarle a la viuda de Hinz que,
aunque los pasteles que trae son bien recibidos, el pan nos sería más práctico.
La mujer que se había hecho cargo de la panadería tras la muerte de su marido,
cinco años atrás, le llevaba pasteles a su familia todas las semanas.
—Y, por supuesto, seguiré yendo a la iglesia los domingos por la mañana —se
sintió orgullosa de que su voz no sonara suplicante, aunque su corazón estaba de
rodillas rogando.
Sebastián se quedó mirando a su padre, pero cerró los ojos cuando Ambrose miró
en su dirección.
—Como dices, Madison, eres una mujer adulta —comenzó a decir su padre—.
Veo que has pensado mucho en esto.
—Sí —dijo ella asintiendo.
—Te he educado con los valores que deberías seguir. Ahora que eres mayor,
confío en que no te apartes de ese camino.
Su alivio fue como una ligereza que comenzó en sus pies y fue subiendo por su
cuerpo. Su consentimiento era lo único que deseaba.
—No lo haré, padre.
—Hablaré con el doctor Cristaldi para recordarle la enormidad de su
responsabilidad mientras vivas bajo su techo.
—Es un nombre maravilloso, padre. Y la señora Elizabeth
es una mujer
excepcional. Estoy a salvo en su hogar.
—Me sentiría más seguro sí asistiera a la iglesia con mayor regularida.
Es médico. A veces tiene que marcharse para ayudar a la gente. La señora
Cristaldi siempre está en la iglesia con sus hijos y sus hermanos.
Su padre asintió.
—Muy bien, Madison. Tienes mi bendición para vivir con los Cristaldi.
Madison quería saltar y abrazarlo, gritar de felicidad, incluso cantar. Pero se
contuvo.
—Ahora continuemos con nuestras oraciones _ ordenó Amador
(a Madison le salieron alas🦋)
FIN.👻
Madison se sentía como una mariposa que acababa de emerger de su capullo
dentro de un tarro de cristal al que por fin le habían quitado la tapa.
«¡Oh, gracias, señor! ¡Gracias porque la semana que viene seré libre! Gracias por
permitirme comprar algunas cosas bonitas para mi habitación en casa de los Cristaldi
Ayúdame a encontrar tiempo para pasar por la biblioteca. Y, por favor, ayuda a que
Sebastia encuentre una buena esposa».
Madison cerró los ojos y sonrió con el corazón
Madison apenas podía contener su excitación a la mañana siguiente. Tarareaba
una alegre canción mientras recogía flores del pequeño jardín y las colocaba en un
jarrón que colocó frente al pulpito; luego tomó su libro de bolsillo y su Biblia. Sebastian
abrió la puerta trasera y ella lo miró al pasar por su lado.
—He visto la casa del médico —susurró su hermano—. Es grande. ¿Tienes tu
propia habitación?
—Sí. La cama fue unos de los regalos de boda de la señora Cristaldi
Es muy comoda, Sebastián. Lleva vestidos de colores y se ríe, y juega con los niños. El
médico les lee cuentos a la hora de dormir de los libros de fábulas de un hombre
llamado Esopo. Ojalá pudieras verlo. Ojalá pudiera llevarte conmigo.
Se colocó junto a su hermano mientras atravesaban su jardín, detrás de su
padre, hacia la iglesia congregacionista, situada en la puerta de al lado.
—¿De verdad son gente buena?
—De verdad —le aseguró ella.
—No te preocupes por mí, Madison. Éste es mi último año en la escuela y luego
planeo ser aprendiz de uno de los comerciantes del pueblo.
Era un joven muy considerado, y Madison apreciaba su esfuerzo por
tranquilizarla con respecto a su bienestar.
Aquella mañana no le importó llegar una hora antes a la iglesia, ni tener que
enderezar los himnarios de los bancos, o limpiar el órgano.
Su padre le entregó una hoja de papel en la que figuraban los himnos que
cantarían aquella mañana, de modo que se sentó frente al órgano y practicó las notas
que podía tocar sin música. Miraba las páginas de todas formas, pues su padre
consideraba que era pretencioso y despreocupado memorizar la música
Cuando la gente comenzó a llenar el edificio, buscó a los Cristaldi entre los
asistentes. El hermano pequeño de Eli leonardo, de diecisiete años, fue el primer
miembro de la familia al que vio, y llevaba en brazos a la pequeña fara, de tres
años.
Madison observó que su padre estaba inmerso en una conversación antes de
correr hacia el pasillo donde la familia Cristaldi había comenzado a sentarse. Zoe,
de cinco años, la saludó con un abrazo, de modo que fara se inclinó en brazos de su
tío para hacer lo mismo. nicolas, Antoni de diez y ocho años, tenían las cabezas juntas,
como si estuviesen tramando algo, pero Antoni levantó la cabeza y ambos sonrieron
de oreja a oreja al verla. Nicolas tenía el mismo pelo castaño que su padre, mientras que
Antoni poseía los ojos azules de Eli y su barbilla delicada.
Finalmente llegó hasta Eli. Caleb la llevaba del brazo para conducirla hacia el
banco. Madison tuvo que correr hasta el banco de delante e inclinarse sobre el
respaldo para hablar con su jefa.
—¡Eli! No, no te levantes.
—Buenos días, Madison —Eli se puso en pie para abrazarla de todos modos,
tarea ardua debido a su avanzado estado de gestación. Sus amigos predecían que
serían gemelos. Su vestido de color lila hacía que sus ojos parecieran casi púrpuras.
Su delicada apariencia disimulaba un carácter fuerte que Madison había llegado a
apreciar—. Esta mañana estás absolutamente radiante.
—Tengo noticias maravillosas —explicó ella—. Mi padre me ha dado su
bendición para quedarme con ustedes permanentemente. Podré estar allí incluso los
sábados y domingos desde ahora.
La sonrisa de Eli disminuyó ligeramente y Lorabeth sintió un vuelco en el
corazón.
—Es una gran sorpresa —dijo Eli—. No sé qué pensar. Madison había depositado todas sus esperanzas en que Elizabeth
aceptara la oferta.
Se había enfrentado a su padre y había ganado su aprobación. Si Eli no la quería la
jornada entera, su sueño quedaría hecho pedazos. Había estado tan segura. Había
sido tan… impulsiva.
—¿Estás segura de querer hacer eso? —preguntó Eli—. Eres joven, Madison.
Te mereces tiempo para ti. No puedo esperar que trabajes siete días a la semana. Ya
haces bastante por mí, no puedo permitirme pagarte lo que te mereces.
—Lo que gano es suficiente, eso no es problema. Y no trabajaré siete días. Si te
parece bien, me tomaré un par de mañanas libres durante la semana.
—Claro que me parece bien —dijo Eli agarrándole la mano—. No sé lo que
haría sin ti. Eres el mejor regalo que me han hecho nunca.
—No más de lo que mereces, querida —Caleb Cristaldi había escuchado la
conversación y le pasó el brazo por los hombros a su mujer.
—Si estás segura de que es lo que deseas, entonces será un placer —dijo Elizabeth
No tenía ninguna duda. Madre le había prometido a su madre que no
abandonaría sus sueños, y aquél era un paso importante para cumplir esa promesa.
—Estoy segura dijo Madison con una sonrisa
La sala estaba en silencio. Madison se dio la vuelta y vio que la gente se había
sentado en los bancos y su padre la miraba con severidad desde el pulpito. Le dirigió
a Eli una última sonrisa de agradecimiento y corrió hacia el órgano. Tocó la
introducción al primer himno y la gente se puso en pie.
Un hombre alto entró en ese momento, proyectando una
larga sombra en el camino del sol sobre el suelo de madera, antes de cerrar la puerta
tras él. Se quitó el sombrero, dejando ver su pelo rubio, y caminó por el pasillo para
reunirse con su familia. ismael Cristaldi, el joven veterinario prodigio de Newton, se sentó junto a su hermano,
leonardo, al final del banco de los Cristaldi, y la pequeña fara se encaramó hacia él.
leonardo y él no eran auténticamente Cristaldi, por lo que Madison había oído. Poco
después de que Caleb y Eli se casaran, el médico había adoptado a sus dos
hermanos.
Ismael tenía su propia casa y seguía resultándole a Madison un misterio.
Aunque había establecido su clínica hacía un año, lo único que sabía de él era lo que
había observado los domingos y eso era que formaba parte de una familia unida
nada parecida a lo que ella había vivido en su casa.
Madison no sabía mucho sobre la vida de Eli antes de casarse con Caleb. Los
únicos parientes que iban de visita eran los de Caleb, y los de ella ni se mencionaban.
Por lo que había observado, los Cristaldi eran una familia cariñosa y unida.
Y eran la llave para la libertad que siempre había deseado. Madison tocó con
determinación, levantando la cabeza de vez en cuando para mirar a la familia en la
que se había integrado. Formar parte de la casa permanentemente sería un sueño
hecho realidad. Los últimos dos años habían sido los mejores de su vida, pero para
satisfacer plenamente sus deseos tendría que trabajar duro y hacerse valer. Rezó para
estar a la altura.
—ismael, deberías vender la casa del pueblo y vivir en la otra —le dijo su
hermana Eli mientras colocaba un cuenco de puré de patata sobre la mesa—.
¿Cómo puedes mantener ambos lugares estando tan ocupado?
Era la típica cena de domingo en casa de su hermana. ismael aún no estaba
acostumbrado a esa casa. No vivía con ellos cuando se habían mudado allí. Se había
marchado a la universidad pocos años después de que Caleb y Eli se casaran y,
durante ese tiempo, habían tenido más hijos. Según iba creciendo la familia, Caleb y
Eli habían necesitado más espacio. La casa de siete habitaciones había pertenecido a
un magnate ferroviario y llevaba vacía un año antes de que Caleb la comprara.
—Sólo es una casa —estaba diciendo su hermana—. Sé práctico. Véndela.
La casa a la que se refería era en la que habían vivido todos juntos. Ben se la
estaba comprando a Caleb a plazos mensuales, pero también había adquirido una
propiedad en las afueras del pueblo para su consultorio. Necesitaba espacio y
un lugar en el que hacer sus estudios. El nuevo lugar había sido una necesidad, pero
no podía deshacerse del antiguo. Había demasiados recuerdos en esas habitaciones.
—Es como hablar con la pared —le dijo Caleb a su esposa.
Eli miró a ismael
—No me estás escuchando, ¿verdad?
Él negó con la cabeza
—Siéntate, Eli —dijo Caleb ofreciéndole una silla—. Yo traeré el resto de la
comida de la cocina. Leonardo me ayudará.
El hermano de ismael se levantó para ayudar. Caleb era más como un padre para
él que un cuñado. Leonardo caminaría sobre carbones encendidos sólo para complacerlo.
Aunque leonardo tenía dieciocho años, aún estaba terminando la escuela. Sólo
había ido uno o dos años antes de ir a vivir con Caleb y Eli. No se había puesto al
día tan rápido como ismael, aunque había hecho un gran esfuerzo y conseguiría el título
ese mismo año.
Ben estuvo hablando sobre la escuela con Nate y David hasta que la comida
estuvo servida.
Caleb se detuvo detrás de Eli, colocándole la mano en el hombro, y se apoyó
para hablarle al oído. Ella se giró para mirar a su marido con tal ternura, que
ismael sintió un intenso dolor en el pecho. Ellie le acarició la barbilla a Caleb y sus
labios se rozaron brevemente.
Ninguno de los chicos había advertido aquellas muestras de afecto. ismael miró
hacia otro lado y sirvió con el cucharón un poco de puré de patata en el plato de Zoe
(ESPERO QUE LES GUSTE ESTA HISTORIA)
FIN.👻
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