...Mandarinas y Engaños...
Lee Haeng-un siempre se sintió fuera de lugar.
Las tormentas rugían, los cielos se desplomaron, y en medio de ese caos, se cometió un error fatal:
Dos vidas recién nacidas fueron intercambiadas, y Lee creció en un hogar que nunca fue suyo.
A lo largo de su infancia, miraba a sus padres, ambos con piel bronceada, ojos azules afilados y cabellos castaños. Sus manos eran grandes, sus risas profundas y sus miradas distantes.
Su madre siempre lo miraba con intriga y con desdén..
Mientras tanto, Lee, con su piel pálida, ojos ámbar y cabello rojizo.
Siempre sintió que no pertenecía.....
A los diez años, la verdad salió a la luz en una carta de su abuelo. Un testamento anunciaba que solo los nietos legítimos heredarían, lo que llevó a una inevitable prueba de ADN.
La familia que había conocido lo apartó sin una palabra, sin una lágrima. Abandonado, dejó atrás ese apellido que prometía suerte, pero que solo le trajo vacío.
El tiempo no detuvo su dolor. Ahora, con 25 años, Lee había encontrado refugio en una granja de mandarinas. El aroma cítrico envolvía sus días, cubriendo su verdadera identidad como alfa. Bajo el cielo despejado de la granja, sus pensamientos se enredaban en preguntas sin respuestas, en una vida que no le pertenecía. Pero la rutina de recoger mandarinas y estudiar lo mantenía a flote, o al menos eso creía.
Era una madrugada particularmente fría. Salía del trabajo, la lluvia desbordaba del cielo como si años de tormento reprimido hubieran decidido caer de golpe.
La intensidad del aguacero despertó algo en él; su esencia de alfa se intensificaba, incontrolable. Las mandarinas ya no podían ocultarla más. Aquel día cumplía 26 años, pero no había nada que celebrar. Se dirigió a una tienda de conveniencia, compró una cerveza y unos pulpos secos, con la vaga esperanza de encontrar algún sentido en la noche.
Y entonces lo vio.
Bajo la lluvia torrencial, un hombre de apariencia impecable, casi surreal, estaba allí. Alto, con rasgos delicados y una elegancia que contrastaba con la furia del cielo. En un instante, el extraño lo sujetó con fuerza. La frialdad de sus manos sobre la piel cálida de Lee lo paralizó. Antes de desmayarse en sus brazos, el hombre susurró, con una voz suave pero temblorosa: "Amo las mandarinas."
El tiempo pareció detenerse. El aroma del hombre, una mezcla desconcertante de fresas y mandarinas, llenó el aire. Lee, sin saber qué más hacer, lo llevó a su pequeña habitación.
Mientras cambiaba su ropa empapada, la fragancia del extraño inundaba el espacio, tocando algo profundo en el interior de Lee, algo que había estado vacío durante tanto tiempo. Al observar al hombre dormido, su respiración tranquila, Lee sintió algo inesperado. Aquel desconocido había tocado su corazón.
Quería que esa noche nunca terminara. Como si, en la fragancia de mandarinas y fresas, pudiera hallar respuestas a preguntas que llevaba toda una vida haciéndose.
La mañana siguiente fue diferente. Un golpe fuerte lo despertó.
El ruido resonó en la diminuta habitación, sobresaltándolo......
Lee abrió los ojos, aún aturdido, y vio al hombre que había rescatado la noche anterior. La mirada de aquel hombre extraño que antes delicada, ahora era fría y distante.
—¿Me has secuestrado? —preguntó el extraño con desdén, sin preámbulos—.
¿Cuánto quieres? ¿Para quién trabajas?
Lee, aún confuso, parpadeó varias veces antes de responder:
—¿Secuestrado? —repitió, procesando sus palabras—.
Tú te desmayaste en mis brazos bajo la lluvia. No podía dejarte allí tirado. Solo te traje a mi casa para que no murieras de frío.
El hombre lo observó en silencio por unos momentos, como si evaluara cada palabra con sospecha.
—¿Cuánto quieres por tu hospitalidad? —dijo finalmente.
—Nada —respondió Lee, irritado por la actitud del extraño—. Solo vete. No quiero nada de ti.
El hombre mantuvo su mirada unos segundos más antes de girarse hacia la puerta y salir, desapareciendo bajo el gris amanecer.
Cuando el silencio volvió a llenar la habitación, Lee se dejó caer en la cama, con la mente agitada. ¿Quién era ese hombre? ¿Por qué su breve encuentro seguía pesando tanto en su mente?
Sin saberlo, Lee había expulsado de su casa a Ryu Lian, un omega millonario y temido en la ciudad, conocido tanto por su fortuna como por su temperamento feroz.
Intrigado por el poco interés y el rechazo inesperado de Lee, Ryu decidió investigar más a fondo la vida de su supuesto salvador...
Descubrió que los padres de Lee habían sido amigos cercanos de su propia familia, quienes habían perdido a su hijo en el mismo accidente del hospital.
Una sonrisa peligrosa apareció en los labios de Ryu.
Pues, después del abrupto desinterés por parte de Lee, hizo que en él emergiera el instinto nato de un cazador...
Considerando que los omegas siempre han ocupado el lugar de las presas...
Decidió jugar el juego que el destino le proponía, pero esta vez, él sería el cazador.
Días después, llevó la muestra a un laboratorio y realizó el análisis. Los resultados llegaron a su correo electrónico, confirmando lo que sospechaba: Lee era el hijo perdido de los Kim, una familia billonaria en el sector de cosméticos.
El aroma a mandarinas que Lee desprendía le traía una extraña nostalgia...
Aunque no podía recordar nada concreto, sentía que ese alfa siempre había estado en su vida.
Esa sensación lo llevó a investigar más sobre él, y cuanto más descubría, más crecía su obsesión.
En su mente, veía a Lee: su voz seductora, su mirada confundida, sus ojos tristes y... sus labios.
Desde su elegante hogar, comenzó a idear las trampas para atrapar a su indefensa presa.
Mientras Ryu luchaba con sus pensamientos, sintió un dolor familiar, una sensación que lo había acompañado desde su infancia.
Las cadenas invisibles que lo atormentaban ahora parecían conectar con recuerdos olvidados de un pasado que había moldeado su vida.
El siguiente paso en su complicado viaje sería mirar hacia atrás y enfrentar esos viejos fantasmas.
Sería otra de esas noches en una fría habitación, envuelto en pesadillas...
Su habitación reflejaba el caos interno de su alma, desordenada y llena de desechos.
En el esplendor de una jaula dorada, rodeado de banquetes exquisitos y lujos infinitos, el pajarito herido no dejaba de sangrar, sus tristes garras arrastrándose por el frío metal mientras el mundo afuera seguía su curso implacable.
Memories and Deceptions
Desde afuera, la familia Lee parecía perfecta: amigable, amorosa y exitosa, una familia viviendo en las nubes de lo que se llamaria amor. Pero detrás de la fachada de su lujosa casa, se escondía una verdad sombría y dolorosa.
Los padres de Ryu, renombrados empresarios en el sector médico, dueños de farmacéuticas y hospitales, habían alcanzado el éxito más grande antes de decidir tener hijos. "Si ustedes dos tienen un hijo, será el mejor alfa," les decían sus subordinados. "Con su belleza, inteligencia y genes dominantes, será el heredero perfecto para llevar su negocio a la eternidad." Este elogio llenó de orgullo a sus padres, quienes comenzaron un plan meticuloso para concebir al hijo perfecto.
Gastaron fortunas en tratamientos y medicinas, pero ningún embarazo superaba la tercera semana. La esperanza se desvanecía con cada intento fallido, hasta que un otoño, las noticias trajeron un rayo de esperanza: estaban embarazados y el feto había pasado las 13 semanas. De repente, sus sueños de perfección renacieron. El padre omega dejó su trabajo para cuidarse, y el alfa no paraba de presumir que pronto tendría a su hijo en brazos. Parecía que su deseo más anhelado finalmente se haría realidad.
Pero el destino tenía otros planes. El 7 de marzo, una tormenta se desató mientras el hospital se sumía en el caos. En medio de la oscuridad y el pánico, el padre corrió a la sala de recién nacidos, chocando con las cunas y desordenando las identificaciones de los bebés. Sin preocuparse por el desorden o por los otros bebés, solo tomó a Ryu y corrió hacia la habitación de su omega, quien se debatía entre la vida y la muerte.
A la mañana siguiente, la calma llegó con una cruel revelación: el omega nunca podría tener más hijos debido a complicaciones post parto. El corazón del omega se rompió, pero el consuelo de tener a su único hijo, Ryu, lo sostuvo.
Ryu creció con una belleza irreal: ojos azul cielo, cabello negro como la noche y piel blanca como la nieve. Sus primeras palabras llegaron antes de los diez meses, alimentando el orgullo y las expectativas desmedidas de sus padres. A los dos años, comenzó clases de piano; a los cuatro, boxeo; y a los seis, idiomas.
Vivía rodeado de lujos, con todo lo mejor a su disposición, excepto la presencia y el cariño de sus padres. Celebraba cumpleaños y días importantes en la soledad de su lujosa habitación.
Aunque soportaba la ausencia, sabía que si no cumplía con las expectativas, sería castigado con aislamiento. Esto lo impulsaba a ser el mejor, pero el destino, implacable, tenía otros planes para él.
Una jaula de oro, las comidas más finas, mientras el pájaro no paraba de sangrar...
En el interior de la jaula, un pequeño pájaro de plumaje brillante y colorido yace en una esquina, sus alas extendidas, pero temblando de dolor. Su plumaje está manchado de rojo, y gotas de sangre caen lentamente sobre el suelo dorado.
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