Las luces de la ciudad brillaban como estrellas distantes desde el balcón de la lujosa mansión de Dante Lucchesi. Desde allí, lo controlaba todo. Su vida había sido construida sobre poder, dinero y miedo. Ninguna emoción lo afectaba, ni ningún error lo doblegaba. Todo funcionaba según sus reglas. Sin embargo, esa noche era diferente. El silencio era perturbador, y algo en el aire parecía distinto. Una llamada rompió esa calma inquietante.
—Señor, tenemos un problema, —la voz de uno de sus hombres sonaba tensa al otro lado del teléfono.
Dante no respondió de inmediato. Giró lentamente hacia la ventana, sus ojos negros como la noche, observando la ciudad que se extendía bajo sus pies.
—Habla, —ordenó.
—Es Moretti. Tiene a una mujer... Isabella. Está atrapada en una deuda que no puede pagar. Él planea usarla contra usted.
Dante apretó la mandíbula. Luca Moretti, su rival desde hacía años, siempre encontraba nuevas formas de desafiarlo. Pero usar a una inocente era un movimiento bajo, incluso para él. Una parte de Dante quería ignorar la situación. No había espacio para la piedad en su mundo. Sin embargo, algo lo detuvo.
—Tráiganla a mí, —dijo finalmente. Era una orden sin emoción, como si fuera otro negocio cualquiera. Pero en el fondo, sabía que estaba tomando una decisión que cambiaría todo.
Horas más tarde, Isabella fue traída a su mansión. Los hombres de Dante la condujeron al gran salón, donde él la esperaba. Estaba asustada, eso era evidente. Su cuerpo temblaba bajo una chaqueta que le quedaba grande, y sus ojos, llenos de miedo y confusión, lo escudriñaban con desconfianza.
Dante se acercó, sus pasos firmes resonaban en la sala. Ella lo miró, intentando entender quién era ese hombre que parecía tener el control de todo. La luz suave de las lámparas destacaba sus rasgos duros y su mirada impenetrable.
—¿Quién eres? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.
Dante no apartó la mirada. Sabía que su presencia la intimidaba, pero no podía permitirse ser de otra forma. Había pasado demasiado tiempo construyendo esa fachada impenetrable.
—Soy el hombre que te salvará, —respondió él con frialdad— pero no sin un precio.
Isabella lo observó, claramente desconcertada. No comprendía lo que él quería de ella, ni por qué se encontraba allí. Todo había pasado demasiado rápido. Hace unas horas, estaba a merced de Luca Moretti y su ejército de matones, y ahora estaba en la mansión del hombre más peligroso de la ciudad.
—¿Por qué me ayudarías? —preguntó con una mezcla de desafío y temor.
Dante esbozó una ligera sonrisa, una sonrisa que no alcanzó sus ojos oscuros.
—Porque ahora tienes una deuda conmigo. Y en este mundo, las deudas no se perdonan, se pagan. —Hizo una pausa, acercándose un paso más—. Y tú, Isabella, me debes más de lo que imaginas.
Isabella retrocedió ligeramente, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que, en ese momento, su vida ya no le pertenecía. Pero no era solo la amenaza lo que la mantenía en tensión. Había algo en la presencia de Dante que la atraía, algo oscuro, pero irresistiblemente fascinante.
—Entonces... ¿estoy atrapada aquí? —preguntó ella, intentando mantener la calma.
Dante la observó en silencio por un largo momento antes de responder.
—Estás bajo mi protección. Eso significa que harás lo que te diga, cuando te lo diga. —Su voz era fría, pero había algo más profundo, algo que él mismo intentaba reprimir.
Isabella asintió lentamente, aunque en su interior luchaba por encontrar una salida. Sabía que enfrentarse a Dante no sería prudente, pero tampoco estaba dispuesta a dejarse dominar tan fácilmente.
—Quiero escuchar la verdad sobre este mundo, —dijo ella de repente, su voz más firme de lo que esperaba.
Dante arqueó una ceja, sorprendido por su osadía.
—¿La verdad? —repitió, dando un paso hacia ella, lo suficientemente cerca como para que sintiera su presencia intimidante—. Muy bien, —continuó, con una sonrisa oscura— pero con una condición.
Isabella lo miró, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Sabía que cualquier trato con él sería peligroso, pero algo en su interior le decía que debía seguir adelante.
—¿Qué condición? —preguntó, con un tono de desafío en la voz.
Dante la observó, su expresión indescifrable, pero con un aire enigmático.
—A cambio de cada verdad que te diga, tendrás que darme algo a cambio. Algo que nunca le has dado a nadie.
Isabella no dijo nada. El silencio entre ellos se hizo denso, lleno de tensión. Sabía que ese pacto cambiaría todo, pero en ese momento, sentía que no tenía opción. Había entrado en el mundo de Dante Lucchesi, y no había vuelta atrás.
Isabella despertó sobresaltada, sin saber exactamente dónde estaba al principio. Las cortinas gruesas bloqueaban la luz del sol, sumiendo la habitación en una penumbra que solo aumentaba su confusión. Le llevó unos segundos recordar: la mansión de Dante Lucchesi. Atrapada en una deuda que no había pedido, pero que ahora debía pagar.
Se sentó en la cama, sus pensamientos girando en torno a lo que había ocurrido la noche anterior. Dante había sido claro: estaba bajo su protección, pero esa protección tenía un precio. No era ingenua, sabía que nada en la vida era gratis, y mucho menos en el mundo oscuro en el que Dante vivía. Pero, ¿qué quería realmente de ella?
La puerta se abrió de repente, y un hombre de rostro severo, vestido de negro, entró con una bandeja de desayuno. No dijo nada, simplemente dejó la bandeja en una pequeña mesa cerca de la ventana y salió sin hacer ruido. Isabella lo observó, sintiéndose como una prisionera de lujo. Tenía todo a su disposición, pero no podía olvidar que estaba allí porque no había otra opción.
Después de unos momentos, decidió levantarse y acercarse a la ventana. Apartó las cortinas con cuidado y miró hacia afuera. El jardín era amplio, meticulosamente cuidado, pero rodeado por altos muros que impedían cualquier intento de huida. En ese instante, entendió la magnitud de la situación. No estaba siendo protegida, estaba atrapada.
Un suave golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—Adelante, —dijo, sin apartar la vista del exterior.
La puerta se abrió una vez más, y esta vez fue Dante quien entró. Su presencia llenaba la habitación, y de inmediato Isabella sintió cómo su cuerpo se tensaba. No era miedo, no exactamente. Era algo más. Una mezcla de tensión, curiosidad y una emoción que aún no podía nombrar.
—Espero que hayas descansado, —dijo Dante, su voz grave, mientras se apoyaba casualmente en el marco de la puerta.
Isabella lo miró de reojo antes de responder.
—Si se puede llamar descansar a dormir en una jaula de oro, entonces sí. —Su tono era ácido, pero no podía evitar que un leve temblor en su voz traicionara sus emociones.
Dante esbozó una media sonrisa, un gesto que nunca llegaba a sus ojos.
—Jaula de oro o no, estás aquí porque es más seguro para ti. —Dio un paso hacia ella, pero Isabella no se movió, aunque su corazón comenzó a latir más rápido. —Moretti no se detendrá hasta destruir todo lo que me rodea. Tú no eres más que otro peón para él.
—¿Y qué soy para ti? —preguntó Isabella de repente, enfrentándolo directamente. No sabía de dónde había salido esa valentía, pero estaba harta de sentirse impotente.
Dante se detuvo frente a ella, sus ojos fijos en los suyos, profundos y oscuros como el abismo.
—Una deuda pendiente, —respondió sin titubear.
La frialdad en su voz la hizo estremecerse, pero no desvió la mirada. Sabía que su situación era complicada, pero no estaba dispuesta a dejar que la tratara como un simple objeto.
—No soy una mercancía, Dante. No soy algo que puedas poseer. —Su voz era firme, aunque su corazón palpitaba violentamente en su pecho.
Él inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera considerando sus palabras. Finalmente, rompió el silencio con un tono bajo y controlado:
—No me malinterpretes. No soy el villano en tu historia. Pero en mi mundo, todos juegan su papel. Y tú, Isabella, juegas un papel crucial, lo quieras o no.
El aire entre ellos se llenó de una tensión palpable, una mezcla de desafío y algo más profundo, algo que ambos se negaban a reconocer. Isabella sintió que había mucho más detrás de sus palabras, algo que aún no comprendía del todo. No se trataba solo de ella, ni de su deuda. Había algo en Dante que parecía estar en conflicto consigo mismo, y aunque no quería admitirlo, esa dualidad la atraía.
Dante, por su parte, sabía que esta mujer no era como las demás. La frialdad habitual que le ayudaba a mantener el control sobre sus emociones parecía desmoronarse cada vez que estaba cerca de ella. Y eso lo inquietaba. En su mundo, las emociones eran una debilidad que no podía permitirse.
—Quiero saber más, —dijo Isabella de repente, rompiendo el silencio. —Quiero entender cómo funciona tu mundo, y por qué crees que no hay otra forma de vivir.
Dante la observó durante un largo momento antes de asentir.
—Muy bien, —dijo con un tono calculado—. Pero, como te dije anoche, cada verdad tiene un precio.
Isabella no respondió de inmediato, pero algo en su interior la impulsaba a seguir adelante, a descubrir más, incluso si sabía que el precio que tendría que pagar sería alto.
—Estoy dispuesta a pagar ese precio, —murmuró, sintiendo que con cada palabra se adentraba más en el oscuro mundo de Dante.
Dante sonrió levemente, un gesto que denotaba algo más que simple satisfacción.
—Eso es lo que quería escuchar, —respondió antes de girarse para salir de la habitación.
Isabella lo observó irse, sintiendo que cada paso que daba en esa mansión la acercaba más a un destino incierto, uno del que tal vez no podría escapar. Y aunque lo sabía, algo en su interior la mantenía firme. Sabía que su vida no volvería a ser la misma.
El eco de los pasos de Dante aún resonaba en la mente de Isabella mientras la puerta de su habitación se cerraba. Su mundo, tal como lo conocía, había cambiado para siempre. Ahora se encontraba en un lugar donde las reglas eran diferentes, donde la verdad era un juego peligroso y la protección tenía un costo que apenas comenzaba a comprender.
Horas después, uno de los hombres de Dante se presentó en la puerta.
—El señor Lucchesi quiere verte en el despacho, —dijo, sin ninguna emoción en su voz.
Isabella asintió en silencio, sabiendo que no podía negarse. Se vistió con la ropa que le habían dejado, un conjunto simple pero elegante que le recordaba la distancia entre su vida anterior y la que estaba comenzando. Al llegar al despacho, Dante la esperaba, de pie junto a una enorme estantería de libros. Su presencia llenaba la habitación, imponente y calmada a la vez.
—Siéntate, —ordenó con voz grave, señalando una silla frente a su escritorio.
Isabella lo hizo sin decir una palabra, pero sus ojos no se apartaban de él, buscando respuestas, buscando alguna pista sobre lo que estaba a punto de ocurrir. Dante se movió con una calma calculada, como si todo a su alrededor estuviera bajo su control, incluido el aire que ambos respiraban.
—Esta es tu primera lección, —dijo, sin preámbulos, tomando asiento frente a ella—. Si vas a sobrevivir en mi mundo, tienes que entender las reglas. Y la primera es que nada es lo que parece.
Isabella lo miró con cautela, sus manos entrelazadas sobre su regazo.
—¿Y cuál es mi papel en todo esto? —preguntó, tratando de mantener su voz firme.
Dante sonrió levemente, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—Tu papel es simple: sobrevivir. Pero para hacerlo, tendrás que confiar en mí. No puedes caminar sola por este mundo, Isabella. Ya no.
Las palabras de Dante eran claras, pero el peso detrás de ellas era mucho más profundo. Sabía que confiar en él no sería fácil. Él era el hombre que la había sacado de una trampa, pero también era el que la mantenía cautiva en otra.
—¿Y qué quieres a cambio? —insistió Isabella, sus ojos buscando alguna señal en el rostro de Dante.
Dante se inclinó hacia adelante, sus ojos oscuros brillando con intensidad.
—Tu lealtad. —Su voz era baja, casi un susurro—. En este mundo, Isabella, la lealtad lo es todo. Si me traicionas, estás acabada. Si me sigues, estarás protegida. Pero nunca, jamás, pienses que puedes salir indemne de cualquier decisión que tomes.
Isabella sintió el frío en sus palabras, pero algo en su interior se resistía a ceder tan fácilmente. Sabía que él tenía el control, pero no estaba dispuesta a ser una marioneta en sus manos.
—¿Y qué pasa si no puedo confiar en ti? —preguntó con valentía.
Dante la miró fijamente, sus ojos oscurecidos por una emoción que no dejaba entrever. Se levantó lentamente de su asiento y caminó alrededor del escritorio hasta quedar justo detrás de ella. Isabella sintió cómo la cercanía de él hacía que su corazón latiera con fuerza, pero se negó a dejarse intimidar.
—No tienes opción, —susurró cerca de su oído—. Estás en mi mundo ahora, y solo hay un camino a seguir. Todo depende de ti, Isabella. ¿Quieres vivir o quieres arriesgarlo todo?
Las palabras de Dante cayeron sobre ella como una amenaza y una promesa al mismo tiempo. Sabía que estaba atrapada, pero también sabía que había algo más en juego. Algo que aún no lograba descifrar por completo.
—Enséñame entonces, —respondió con voz firme, girando la cabeza ligeramente para enfrentarlo—. Estoy lista para aprender las reglas de tu mundo.
Dante esbozó una sonrisa oscura, complacido con su respuesta.
—Perfecto, —dijo, tomando asiento nuevamente—. Comencemos con algo simple.
Sacó un archivo del cajón de su escritorio y lo colocó frente a Isabella. Ella lo abrió, encontrando una serie de nombres, direcciones y transacciones. No entendía del todo lo que estaba viendo, pero pronto lo haría.
—Estos son algunos de los hombres que trabajan para Moretti. Quiero que los estudies. Si vas a estar conmigo, necesitas saber quiénes son nuestros enemigos. —Dante la observó con atención, esperando su reacción.
Isabella asintió lentamente, sabiendo que este era solo el comienzo de algo mucho más grande de lo que había imaginado. Las piezas del juego se estaban moviendo, y ella acababa de ser colocada en el tablero.
Dante se levantó de nuevo y caminó hacia la ventana, observando la ciudad que se extendía ante ellos.
—Cada movimiento que hagas a partir de ahora será vigilado. No hay margen para errores, Isabella. Si fallas, caerás con ellos. Si triunfas... bueno, eso es algo que veremos. —Su voz era tan implacable como la vida que llevaba.
Isabella sabía que sus palabras eran reales. No estaba en posición de fallar. Pero algo en su interior le decía que, aunque el camino fuera oscuro, ella tenía más control del que Dante creía. Y eso, de alguna manera, le daba la fuerza para seguir adelante.
El primer paso había sido dado, y con él, una nueva realidad comenzaba a tomar forma.
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