El sol apenas se asomaba sobre los altos edificios de acero y vidrio que dominaban la ciudad de Nova, proyectando sombras alargadas que parecían devorar las calles. Elena caminaba por las aceras desgastadas, con la mirada fija en el suelo, tratando de evitar el contacto visual con las patrullas de la Guardia del Régimen. Cada paso que daba resonaba en su mente como un recordatorio de la opresión que la rodeaba.
La vida en Nova era monótona y gris. Las noticias estaban siempre llenas de propaganda, y los ciudadanos se movían como autómatas, temerosos de expresar cualquier opinión que pudiera ser considerada subversiva. Elena había aprendido a sobrevivir en ese mundo, a esconder sus pensamientos y emociones tras una máscara de conformidad. Pero en su interior, una chispa de rebelión ardía.
Aquel día, como tantos otros, Elena regresaba de su trabajo en la fábrica de ensamblaje de drones. La jornada había sido agotadora, pero su mente no podía dejar de pensar en su hermano menor, Leo. Con solo diez años, él era su razón de ser, la luz en su vida oscura. Se preguntaba si él también sentía la presión del régimen, si comprendía el peligro que acechaba en cada esquina.
Mientras cruzaba una plaza desierta, un grupo de soldados de la Guardia del Régimen pasó a su lado. Elena contuvo la respiración y se desvió hacia un callejón. Sabía que cualquier error podría costarle la libertad, o incluso la vida. Desde que el régimen había intensificado su control, las redadas se habían vuelto comunes. La última vez que había visto a su amigo Marco, había sido durante una de esas redadas. Nunca regresó.
Al llegar a casa, Elena se encontró con Leo sentado en el suelo de su habitación, rodeado de piezas de juguetes desarmados. Su rostro se iluminó al verla. “¡Elena! ¡Mira lo que construí!” exclamó, sosteniendo un pequeño robot que apenas se mantenía en pie.
“Es increíble, Leo. Eres un genio,” respondió ella, sonriendo a pesar de la preocupación que la consumía. Pero en su corazón sabía que esa felicidad era efímera. Cada día que pasaba, el régimen se volvía más despiadado.
Esa noche, mientras Leo dormía, Elena se sentó en la ventana, observando la oscuridad que envolvía la ciudad. Un sonido distante de gritos y sirenas la hizo estremecer. En ese momento, una decisión se forjó en su mente. No podía seguir así. Tenía que hacer algo, no solo por ella, sino por su hermano y por todos los que sufrían bajo el régimen.
Con determinación, se levantó y buscó un viejo mapa de la ciudad. En él, había marcas de lugares donde se rumoreaba que los rebeldes se reunían. “Los Sombra”, los llamaban. Un grupo que luchaba contra la tiranía. Tal vez era el momento de dejar de ser una sombra y convertirse en una luchadora.
Elena sabía que la vida que había conocido estaba a punto de cambiar. La chispa de la rebelión ardía más intensamente, y estaba lista para dejarse llevar por el fuego.
El amanecer llegó con un frío penetrante, y Elena se despertó antes de que el sol iluminara la ciudad. La decisión de la noche anterior aún resonaba en su mente. Con el corazón latiendo con fuerza, se preparó para salir. Sabía que debía actuar con rapidez; el régimen no tenía paciencia para los soñadores.
Desayunó un trozo de pan rancio y un poco de agua, mientras su hermano dormía plácidamente. Al mirarlo, una mezcla de amor y temor la invadió. No podía permitir que el régimen lo atrapara, no después de lo que había ocurrido con Marco. Con un último vistazo, salió de casa, cerrando la puerta con cuidado.
Las calles estaban desiertas, y el eco de sus pasos resonaba en el silencio. Elena se dirigió a la zona donde se rumoreaba que se encontraban los rebeldes. Sus manos temblaban de nervios, pero la determinación la impulsaba hacia adelante. Había escuchado historias sobre “Los Sombra”, sobre su valentía y su lucha por la libertad. Si existía la posibilidad de unirse a ellos, debía intentarlo.
Llegó a un viejo edificio abandonado, cubierto de grafitis y signos de resistencia. El corazón le latía con fuerza mientras se acercaba a la entrada. Un grupo de personas se reunía en el interior, hablando en susurros sobre planes y estrategias. Elena respiró hondo y cruzó el umbral.
El aire estaba impregnado de tensión y expectativa. Al entrar, se encontró con miradas curiosas, algunas llenas de desconfianza. Un hombre alto, de cabello desordenado y cicatrices visibles, se acercó a ella. “¿Quién eres y qué quieres?” preguntó, su voz grave resonando en el silencio.
“Me llamo Elena. Quiero unirme a ustedes. Estoy cansada de vivir bajo el régimen. Quiero luchar,” respondió, sintiendo que cada palabra salía de su corazón.
El hombre la examinó con ojos penetrantes. “No todos pueden soportar el peso de la lucha. ¿Estás dispuesta a arriesgarlo todo?”
“Sí,” afirmó con firmeza. “Haré lo que sea necesario.”
Con un gesto, el hombre la invitó a seguirlo. La llevó a una sala donde varios miembros de “Los Sombra” estaban reunidos. Allí, se presentaron. Había guerreros, hackers y estrategas, cada uno con una historia que contar de pérdida y resistencia. Elena sintió que finalmente había encontrado un lugar al que pertenecía.
A medida que se compartían las historias, Elena se dio cuenta de la gravedad de la situación. El régimen estaba intensificando sus ataques, y el último informe de inteligencia hablaba de una redada masiva que podría acabar con la resistencia. “Necesitamos un plan,” dijo una mujer de cabello rojo, su voz llena de determinación. “Si no actuamos pronto, perderemos todo.”
Elena se sintió impulsada a hablar. “Podemos infiltrarnos en uno de sus centros de comunicaciones. Si logramos desactivar sus sistemas, tendríamos una oportunidad de ganar tiempo.”
La sala quedó en silencio, y todos la miraron. El hombre que la había recibido primero, conocido como Axel, asintió lentamente. “Es arriesgado, pero podría funcionar. Necesitamos a alguien que conozca la tecnología.”
Así comenzó su entrenamiento. Día y noche, Elena se sumergió en el mundo de la estrategia y el combate. Aprendió a manejar armas, a desactivar sistemas de seguridad y a moverse en silencio como una sombra. Cada sesión de entrenamiento la acercaba más a su objetivo: liberar a su hermano y luchar por la libertad.
Sin embargo, las noches estaban llenas de sueños inquietantes. Se despertaba con la imagen de Leo atrapado, con la mirada llena de miedo. Sabía que no podía fallar. La llama de la esperanza ardía dentro de ella, y estaba decidida a convertir esa esperanza en acción.
Elena apenas había tenido tiempo para adaptarse a su nueva vida en “Los Sombra”. Cada día era un desafío, cada entrenamiento era una prueba de resistencia. Se había ganado el respeto de sus compañeros, pero la presión de la misión que se avecinaba comenzaba a pesar sobre sus hombros. Era su primera misión real, y el nerviosismo la invadía.
La sala de operaciones estaba llena de mapas y pantallas que mostraban datos sobre la ciudad. Axel había convocado a todo el grupo para discutir los detalles de la misión. “Esta noche, nos infiltraremos en el centro de comunicaciones del régimen,” comenzó, su voz firme. “Necesitamos desactivar su sistema de vigilancia. Si lo logramos, podremos ganar tiempo para mover a nuestros aliados y reabastecernos.”
Elena se ajustó la chaqueta y escuchó atentamente. Sabía que el éxito de la misión dependía de su capacidad para actuar con rapidez y precisión. Axel continuó, “Elena, tú serás parte del equipo de infiltración. Conocerás los sistemas desde adentro. Debes ser rápida y discreta.”
La adrenalina comenzó a fluir en sus venas. Era su oportunidad de mostrar lo que había aprendido. “Estoy lista,” respondió con determinación.
La noche llegó y el grupo se reunió en el punto de encuentro. El aire estaba cargado de tensión, pero también de camaradería. Cada miembro del equipo se preparaba, revisando sus equipos y asegurándose de que estaban listos para el desafío. Elena sintió una mezcla de miedo y emoción; nunca había estado tan cerca de una acción real.
Con un plan en mente, se movieron en silencio por las calles oscuras, utilizando los callejones para evitar ser vistos. Las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, y el sonido de patrullas resonaba en la distancia. Cada esquina parecía un posible peligro, pero el equipo avanzó con cautela.
Al llegar al centro de comunicaciones, se ocultaron detrás de un contenedor de metal. Axel hizo una señal, y todos se prepararon para entrar. “Recuerda, tu objetivo es la sala de servidores. Necesitamos que desactives el sistema de seguridad. Lo demás es trabajo de los demás,” le susurró Axel.
Elena asintió y se acercó a la entrada. Con un pequeño dispositivo que había aprendido a usar, logró desbloquear la puerta principal. La adrenalina corría por sus venas mientras cruzaban el umbral. El interior estaba oscuro y silencioso, solo interrumpido por el zumbido de las máquinas.
“Dividámonos,” ordenó Axel en voz baja. “Elena, tú y Marco irán a la sala de servidores. El resto, asegúrate de cubrirnos.”
El corazón de Elena se detuvo un momento al escuchar el nombre de Marco. Había sido su amigo de la infancia, y su desaparición había sido uno de los factores que la había impulsado a unirse a la resistencia. “Vamos,” dijo él, guiándola por un pasillo estrecho.
Mientras avanzaban, la tensión aumentaba. Elena pudo escuchar el sonido de pasos. “Rápido, aquí,” dijo Marco, arrastrándola a un rincón oscuro. El sudor le corría por la frente, y su mente se centró en la tarea que tenían por delante.
Finalmente, llegaron a la sala de servidores. Las luces parpadeaban y las pantallas mostraban información en tiempo real. “Esto es,” murmuró Marco mientras Elena se acercaba a la consola. Con manos temblorosas, comenzó a trabajar en el sistema.
“¿Puedes hacerlo?” preguntó Marco, mirando por la puerta.
“Sí, solo necesito un momento,” respondió, concentrando toda su energía en el código. Sabía que si fallaba, todo estaría perdido. Las líneas de código comenzaron a fluir ante sus ojos, y su mente se enfocó en desactivar las alarmas.
De repente, un sonido de alerta resonó en el edificio. “¡Elena!” gritó Marco, su voz llena de pánico. “¡Se acercan!”
Elena sintió que el tiempo se detenía mientras sus dedos se movían rápidamente. “¡Casi lo tengo!” exclamó, sintiendo la presión aumentar. La pantalla mostró un mensaje de confirmación; había logrado desactivar el sistema de seguridad.
“¡Vamos!” gritó Marco, y ambos se lanzaron hacia la salida justo cuando la puerta se abrió de golpe. Un grupo de soldados entró, y el caos se desató. Con un impulso, Elena y Marco corrieron por el pasillo, esquivando a los soldados que intentaban atraparlos.
“¡Por aquí!” gritó Marco, llevando a Elena hacia una salida de emergencia. Corrían a toda velocidad, el sonido de sus corazones resonando en sus oídos, mientras las alarmas sonaban a su alrededor.
Finalmente, lograron salir del edificio y se unieron al resto del equipo en un callejón cercano. Exhaustos, pero aliviados, se dieron cuenta de que habían sobrevivido. Habían conseguido lo que se proponían.
“Lo hicimos,” respiró Elena, aún temblando. “Lo hicimos.”
Pero en el fondo, sabía que esta era solo la primera de muchas batallas en su camino hacia la libertad.
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