— Ah —
Gemido
La habitación oscura era testigo de mis arremetidas, el sudor de mi cuerpo corría por mis abdominales, cada empuje era un éxtasis y una droga para mi cuerpo. No hay amor, no hay compromisos, solo el deseo de pasar una noche con alguien, desahogarme.
— Dame más — La mujer me exige, joder
La tomo del cabello mientras ingreso con mayor rapidez en su centro de deseo
— Ah —
Sus gemidos ahora son más fuertes, el choque de nuestros cuerpos, cada movimiento, sentir el deseo es algo que me coloca al mil. Continuamos moviéndonos hasta llegar al clímax, salgo de ella, antes de correrme, no pienso cometer locuras y menos con mujeres que solo buscan ser sultanas.
Tengo 28 años, el consejo me exige una esposa, Pero yo soy el sultán, ellos deben obedecer me a mí, además, no es mi deseo formar una familia, el día que tome a una sultana, no será por qué la ame, será aquella mujer que logre convencerme de sus capacidades y para eso tendría que ser como Derya, una mujer fuerte capaz de conquistar y manejar cuatro reinos al mismo tiempo. Además de llevar sobre sus hombros la familia, junto a su esposo Henry, a quien también admiro.
Al terminar de limpiarme la mujer de la cual no recuerdo su nombre, se me acerca y me besa, Pero la apartó, esto solo era sexo, nada más. Ella lo sabía y acepto
— Vete, quiero estar solo — Le digo mientras me coloco mi pantalón de cuero y recojo mi carcaj
— Espera, me quedaré contigo está noche — me dice seductora
Eso no funciona conmigo
— Dije largo, no oíste o eres tonta — Se que soy un poco duro, Pero no me importa
La mujer me mira mal
No me importa
— Enviaré a las criadas para que te ayuden a vestir, luego saldrás de aquí y no volveremos a hablar — Sin que pueda decirme algo, desaparezco
Camino por el pasillo de aquel salón dorado, en el centro del palacio se encuentra un hermoso jardín, rosas blancas que brillan con la luz de la luna.
Sigo mi camino hasta llegar a mi habitación, los aposentos del rey. No tengo concubinas, si algo he aprendido es que las mujeres son una carga y más cuando luchan por tener poder.
No tomaré concubinas, solo a mi sultana, no importa cuánto renieguen los hombres que confirman el consejo.
Mi kaphi aga o mayordomo real, llega corriendo a mí
— La joven ya ha Sido enviada a casa, también me encargué de hacerla beber él té anticonceptivo, además de darle una gran suma de dinero — Me dice y asiento, eso es todo lo que necesitaba oír.
Me marchó e ingreso a mis aposentos, me acuesto en la gran cama y pienso en todo lo que ha pasado para llegar hasta aquí.
Recuerdos:
Tengo actualmente 28 años, tome el trono cuando apenas tenía 11 años, mi padre fue expulsado del palacio por mi hermana Derya, a quien este vendió a cambio de un acuerdo de paz con noruega, ese fue el peor día de mi vida, solo tenía 9 años de edad cuando ocurrió, Derya y yo no compartimos sangre, resulta que mi madre engaño a mi padre y producto de esto nací yo.
Pero esto solo lo sabemos Derya y yo, ella decidió que yo si era su hermano, además de que tomaría el trono, ella debía atender a Escocia y continuar con su venganza y lo logro, ahora es emperatriz, unió a noruega, Inglaterra, el infierno y Escocia. Todas como una nación. Tiene una familia hermosa, una joven que está punto de cumplir 17 años y dos gemelos que cumplirán 7.
Por mi parte, tome a mi cargo tan joven a toda una nación, al principio fue muy duro, Pero poco a poco me acostumbré, fui a la guerra con 13 años y salí victorioso. Desde allí el pueblo me aclama. Soy una leyenda viviente, he aprendido que el poder puede llegar a cambiar a las personas, por eso trato de mantenerme enfocado. Solo yo y mi familia. Derya, Safiye, los gemelos y mis hermanos, Mehmed y Ayse.
La guerra me hizo ser duro, el miedo es la mejor arma para controlar las grandes masas, Pero el buen desempeño puede mantener a toda una nación dispuesta a dar la vida por ti, y eso es algo que me he ganado a pulso.
Ahora me he convertido en un hombre que solo vela por su pueblo y no cree en el amor, nunca lo recibí, mi padre solo nos veía como objetos y mi madre como una herramienta a la cual usar para llegar al trono, lo peor fue cuando la concubina Safiye murió, esa perdida me dio a entender quienes eran en realidad mis padres y que ocurría cuando varias mujeres luchaban por un mismo objetivo, eran capaces de matarse entre sí.
Odio
Es lo que siento hacia muchas personas, Pero debo tranquilizarme para ser un buen gobernante.
Fin recuerdos
Me despierto por la mañana, la verdad no he descansado bien, las pesadillas no me dejan dormir, la guerra siempre deja secuelas.
Me levanto y junto a Killa, nos colocamos al día con los deberes del palacio, justo ahora me encuentro con la invitación de Derya, Safiye cumplirá sus 17 años, y deben presentarla ante la sociedad.
A pesar de que Derya siente que es como una subasta, no ha podido cambiar esta tradición, está muy arraigada en los ciudadanos, al menos logro aumentar dos años más para su presentación.
Sonrió y envío mi aceptación a tan dichosa celebración, llevo demasiado tiempo alejado de mi familia, ya es momento de volver a ver a Derya y a aquellos revoltosos que sacan canas verdes a su madre.
— Organiza todo para mí viaje, y encárgate del imperio mientras vuelvo — Le digo a Killa, quien asiente ante lo dicho
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(Selin)
Nota: para los que quieren saber más de Derya, los invito a leer mis dos historias terminadas: "eclipse" y "Reino de sombras" allí encontrarán un poco más del pasado de Selin y la relación con Derya. A los que ya las leyeron, solo siéntense, tomen sus palomitas y disfruten de esta nueva obra.
Años atrás, yo era solo un niño. Con apenas once años, el destino me arrebató lo que me quedaba de inocencia, poniéndome la corona de un imperio que pesaba más que mi cuerpo frágil. Recuerdo el día en que Derya, mi hermana, colocó esa corona en mis manos. Apenas podía entender lo que significaba ser sultán, pero ella me lo explicó con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos. "Este es tu destino, Selin," dijo, y luego se fue.
No tardó mucho en marcharse a Escocia, dejando el imperio otomano a mi cargo, con promesas de regresar. Pero nunca lo hizo. Ahí estaba yo, un niño en el trono, rodeado de rostros que me miraban con hambre, buitres que esperaban que cayera para devorarme.
Al principio, todo parecía normal. Estaba rodeado de tutores que me enseñaban sobre el arte de gobernar, de la guerra y la diplomacia. Aprendí rápido, pero lo hice a la fuerza. Marcus, mi kaphi aga, era el único que parecía preocuparse por mí, el único que me protegía de aquellos que intentaban manipularme. Pero Marcus no fue eterno. Falleció cuando yo tenía catorce años, dejándome solo en un palacio lleno de serpientes.
Y fue entonces cuando comenzaron los horrores.
Sin la protección de Marcus, fui obligado a cosas que un niño nunca debería experimentar. Me decían que debía convertirme en hombre. Aún puedo recordar la primera vez que esa frase fue susurrada con malicia. "Es hora de que seas un hombre," decían, pero no entendía lo que eso implicaba hasta que fue demasiado tarde.
Recuerdo a esa mujer. Era mayor que yo, mucho mayor. Me llevó a lugares oscuros, tanto físicos como mentales, que ni siquiera sabía que existían. Sus manos eran frías y ásperas, y su mirada vacía, como si lo que hacía conmigo no tuviera importancia. Yo no importaba. Nadie lo notaba, nadie lo detenía. Su cruel "enseñanza" me rompió en pedazos. Día tras día, noche tras noche, fui moldeado por su perversidad. Aprendí a callar, aprendí a soportar el dolor en silencio. Aprendí que el mundo no era un lugar seguro, y que yo no podía depender de nadie para protegerme.
A veces, me pregunto si alguien se hubiera dado cuenta si hubiera desaparecido. Tal vez no. Tal vez ni siquiera me habrían extrañado.
Pero entonces, la guerra llamó a mi puerta. Me ordenaron al frente de batalla. Para muchos, ser enviado a la guerra habría sido una sentencia de muerte, pero para mí, fue una liberación. Pensé que nada podía ser peor que lo que había vivido en esos oscuros pasillos del palacio. Qué equivocado estaba.
La guerra no perdona. El campo de batalla es un lugar donde la dulzura y la inocencia van a morir. Vi cosas que ningún ser humano debería ver. El sonido de los gritos, el choque de las espadas, la sangre manchando la tierra. Cada muerte, cada herida, dejó cicatrices en mi piel y en mi alma. Allí, aprendí a matar, a ver a los hombres caer a mi alrededor como hojas secas arrastradas por el viento de otoño.
Pero lo peor no fue el dolor físico. Fue la soledad. La constante sensación de vacío mientras veía a mis amigos caer, uno por uno. Cada vida que perdía en el campo de batalla era como perder una parte de mí mismo. ¿Cómo es posible sentir tanto y, al mismo tiempo, no sentir nada?
No fui el mismo al regresar. Cualquier dulzura que quedara en mí, cualquier esperanza de amor o compasión, había muerto en la guerra. No podía permitirme ser débil. Si lo hacía, me devorarían. Aprendí a enterrar cualquier sentimiento bajo una capa de hielo, a construir muros alrededor de mi corazón. Y cuando finalmente regresé al imperio, lo hice como un hombre diferente.
Ya no era el joven que Derya había dejado atrás. No tenía poderes sobrenaturales como ella, no podía controlar el viento ni la tierra, pero eso no me importaba. No los necesitaba. Tenía algo mucho más valioso: una mente fría, un corazón endurecido y una voluntad de hierro. Me adueñé del trono que una vez me había aplastado con su peso, y lo hice mío. Ya nadie podía darme órdenes. Yo era el sultán, el único dueño de mi destino.
Pero, incluso entonces, el pasado no dejó de atormentarme. Había aprendido a mantener a todos a distancia. El cariño, el afecto, eran debilidades que no podía permitirme. Por eso, cuando vi a Safiye por primera vez, sentí algo estremecerse dentro de mí. Sus ojos brillaban como estrellas en la oscuridad, y por un breve momento, mi corazón, aquel órgano que había olvidado que latía, volvió a sentir. Pero lo maté antes de que pudiera florecer.
No puedo permitirme el lujo del amor. Nadie me amó cuando más lo necesitaba. Nadie estuvo allí para protegerme de los monstruos que habitaban el palacio, ni de los que encontré en el campo de batalla. Y si nadie me amó, entonces yo tampoco amaré a nadie.
Derya… Mi hermana me olvidó. Me dejó en estas paredes para que me convirtiera en lo que soy. No puedo odiarla. Después de todo, ella hizo lo que debía hacer. Gobernar es una carga, no un privilegio, y ella entendió eso antes que yo. Pero nunca dejó de doler. Su ausencia fue un recordatorio constante de que, incluso los más cercanos a mí, pueden irse sin mirar atrás.
Aún así, le soy leal. Derya sigue siendo mi hermana, y Safiye, su hija, mi sobrina. Pero ese vínculo de Amor no significa lo mismo que antes. Ahora lo veo todo a través de una lente diferente, una lente endurecida por el dolor, la traición y la guerra.
Me he convertido en lo que todos querían que fuera: un líder fuerte, implacable, frío. El sultán de un imperio. Pero, a pesar de todo, una parte de mí sigue siendo aquel niño que, a los once años, vio a su hermana marcharse y se quedó solo con los buitres. Y esa parte de mí, aunque enterrada bajo capas de hielo, aún llora en silencio por lo que pudo haber sido, por la vida que le fue robada antes de que pudiera siquiera entender lo que significaba vivir.
Estaba frente a la mesa de mapas, el sonido del viento azotaba las ventanas del palacio mientras daba las últimas órdenes antes de partir. Mi amigo más cercano y ahora kaphi aga, Killa, estaba a mi lado, atento a cada instrucción.
—Asegúrate de que las tropas estén listas para cualquier eventualidad. No quiero ningún error mientras esté fuera —le dije con una voz firme, casi fría. No había espacio para dudas en el palacio, ni siquiera entre amigos.
—Lo haré, Selin. No te preocupes. Tú concéntrate en tu viaje —respondió Killa, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto, aunque nuestra amistad permitía una confianza que pocos entendían.
—Y recuerda, si algo sale mal, me informas de inmediato. No quiero sorpresas al regresar —añadí, ya preparándome para marcharme. La idea de regresar a Escocia, a ver a Derya después de tanto tiempo, me resultaba… incómoda. Había mucho que no habíamos hablado, demasiados silencios entre nosotros que no sabía cómo llenar.
—Tendrás todo bajo control aquí. Puedes confiar en mí, hermano —Killa me dio una palmada en el hombro antes de darme una leve sonrisa. Esa era su manera de asegurarme que todo estaría bien.
Suspiré, asintiendo antes de darle la espalda y dirigirme al embarcadero. El mar estaba agitado, pero yo lo estaba aún más por dentro.
Ya a bordo del barco, me encontré a solas en la cubierta, dejando que el viento frío golpeara mi rostro. Mientras el barco cortaba las olas, mi mente, como era costumbre, comenzó a divagar. Había pasado mucho tiempo desde que fui a Escocia, y aunque me lo negaba, la verdad era que me afectaba volver a ver a Derya.
No podía evitarlo. La relación entre nosotros había cambiado con el tiempo. Habíamos sido cercanos cuando éramos niños, pero luego, ella me dejó con un imperio a cuestas mientras se marchaba a formar una nueva vida. Me dolía más de lo que admitía, pero aún así, le era leal. Lo único que no podía perdonarle del todo era su ausencia en los momentos más oscuros de mi vida.
Intenté distraerme con los pensamientos más triviales, pero siempre volvía a lo mismo. Durante años, había recurrido a las mujeres para liberar la tensión constante que sentía. El peso de la corona, la responsabilidad de dirigir un imperio sin poderes sobrenaturales como los de Derya, había hecho de mi vida algo insoportable. Y las mujeres… eran una vía de escape. Un suspiro en medio de tanta presión. Pero, ¿eso era todo lo que me quedaba? ¿Una vida de placeres efímeros?
—No pienses en ello ahora —me murmuré a mí mismo, apoyándome en la baranda del barco, observando el horizonte que se extendía frente a mí. Escocia no estaba tan lejos ya.
Cuando el barco atracó en Escocia, el sol ya había comenzado a descender en el cielo, tiñendo el paisaje de tonos anaranjados y dorados. Allí estaba Derya, esperándome en el muelle. La vi de pie, majestuosa como siempre, con una sonrisa en el rostro. Pero algo en sus ojos no dejaba de parecerme distante, como si una parte de ella estuviera siempre en otro lugar, en otro tiempo.
—Hermano —dijo cuando estuve lo suficientemente cerca para escucharla, extendiendo los brazos para abrazarme.
La abracé brevemente, sintiendo el frío en su piel y el calor en sus palabras.
—Derya —respondí con un asentimiento. El aire entre nosotros estaba lleno de recuerdos no dichos y de silencios que nunca habíamos roto.
Subimos al carruaje que nos llevaría al palacio. Durante el trayecto, ella habló con entusiasmo sobre la unión de Escocia e Inglaterra, sobre los progresos que había hecho y cómo el reino había florecido bajo su mando. Yo la escuchaba en silencio, observando cómo el paisaje cambiaba a medida que avanzábamos. La tierra escocesa tenía un encanto particular, una mezcla de belleza salvaje y misterio que siempre me había intrigado.
—Angela también está aquí —dijo de repente, rompiendo el hilo de sus explicaciones políticas. Me giré hacia ella, algo sorprendido.
—¿Angela? —pregunté, recordando a la joven con la que había cruzado caminos en el pasado. Sabía que vivía en Astaroth, pero no esperaba encontrarla en Escocia.
—Sí, está de paso. Se va mañana, pero quiso visitarnos antes —explicó Derya con una sonrisa suave. Yo asentí, sin darle demasiada importancia al asunto en ese momento.
Al llegar al palacio, que ahora era una mezcla perfecta de la grandeza escocesa e inglesa, Angela apareció para saludarnos. Su cabello pelirrojo caía en suaves ondas sobre sus hombros, y aunque su sonrisa era cálida, sus ojos mostraban el peso de alguien que ya tiene algunos años de más encima, además de una familia a su cargo.
—Selin —dijo mientras se acercaba, inclinando levemente la cabeza.
—Angela —respondí, devolviendo el gesto.
Tuvimos una conversación ligera, hablando sobre la situación en Astaroth, los ataques de las bestias que habían disminuido y los problemas políticos que siempre nos rodeaban. Era una charla superficial, una que se hacía por cortesía, aunque podía sentir que ambos teníamos mucho más en nuestras mentes.
En medio de la conversación, no pude evitar preguntar por Safiye.
—¿Dónde está la pequeña? —pregunté con un tono despreocupado, aunque la verdad es que tenía curiosidad por saber cómo estaba.
Derya sonrió, una sonrisa que parecía ocultar algo.
—Safiye ya no es tan pequeña, Selin. Está en el campo de entrenamiento, probablemente en medio de uno de sus ejercicios. Siempre entrenando, esa niña… —dijo con una mezcla de orgullo y melancolía.
Me despedí de ambas y me dirigí hacia el campo de entrenamiento, siguiendo el sonido de las espadas y los gritos de los guerreros.
Cuando llegué, la escena que se desplegó ante mí me dejó sin aliento.
Safiye, con su cabello mitad blanco, mitad negro, danzaba entre los guerreros como una sombra letal. Sus movimientos eran precisos, elegantes, casi como si la batalla fuera una coreografía que solo ella conocía. Llevaba unos pantalones de cuero ajustados que no dejaban espacio a la imaginación, y una camisa blanca que ondeaba ligeramente con cada giro que daba. Pero no era su ropa lo que me impactaba, sino la seguridad en su mirada. Sus ojos, tan llenos de determinación, de poder, me recordaban a alguien que había dejado de ser una niña hacía mucho tiempo.
Todo se ralentizó para mí. La forma en que movía su espada, el brillo de la hoja reflejando los últimos rayos del sol, los cuerpos de los guerreros cayendo a su alrededor mientras ella los superaba uno por uno… Era una visión hipnótica. No pude evitar quedarme allí, observando. No era la pequeña Safiye que recordaba. Era una mujer ahora. Fuerte. Poderosa.
El último guerrero cayó, y ella quedó de pie, victoriosa. Por un momento, simplemente la miré, sin decir nada, admirando lo que había logrado. Y entonces, sus ojos me encontraron. Una sonrisa se extendió por su rostro, y corrió hacia mí, con esa misma energía juvenil que solía tener cuando era pequeña.
—¡Tío Selin! —gritó, lanzándose a mis brazos con una risa.
No pude evitar sonreír también mientras la abrazaba. A pesar de todo, seguía siendo mi sobrina.
—Safiye, has crecido… —dije, intentando sonar neutral, aunque el impacto de verla tan cambiada todavía resonaba en mi mente.
—Lo sé. ¿Sorprendido? —preguntó con una sonrisa traviesa mientras se separaba un poco de mí, aún con esa energía vibrante en sus ojos.
—Mucho. Te has convertido en toda una guerrera —respondí, observándola de arriba abajo. Era increíble lo mucho que había cambiado.
—He tenido buenos maestros —dijo, levantando la barbilla con orgullo.
La observé un momento más, preguntándome en qué momento había dejado de ser la niña que recordaba.
(Safiye)
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