Shiro siempre había odiado las mañanas. No por el hecho de madrugar, sino por lo que representaban: una nueva oportunidad para ser alguien que no era. Se levantó de la cama, su cuerpo aún entre las sábanas revueltas de la noche anterior. Miró hacia la ventana, donde las primeras luces del amanecer comenzaban a filtrarse entre los edificios grises de Tokio, creando un contraste entre la calma matutina y el bullicio que se avecinaba.
Su reflejo lo observaba con los mismos ojos vacíos de siempre. Los mechones de su cabello negro caían desordenados sobre su frente, ocultando parcialmente la cicatriz que había marcado su rostro desde la adolescencia. Todos decían que esa cicatriz lo hacía más interesante, pero para él era solo un recordatorio de todas las batallas que había librado consigo mismo. Las cicatrices, tanto visibles como invisibles, eran su carga constante, el precio de su lucha interna.
"¿Qué harás hoy, Shiro?" se preguntó en silencio. Como si al formular la pregunta, alguna parte de él pudiera dar una respuesta diferente a la habitual. La monotonía de su vida era un ciclo que parecía inquebrantable, un bucle interminable de días iguales. Con un suspiro resignado, se preparó para otro día más, uno en el que tendría que seguir ocultando su verdadero yo bajo una capa de normalidad.
El tráfico de la mañana era tan caótico como siempre. La multitud de rostros desconocidos se movía a un ritmo frenético por las calles de Tokio, como hormigas apresuradas hacia sus respectivas obligaciones. Shiro caminaba entre ellos, invisibilizado por la monotonía de la ciudad, una gota en un mar de indiferencia.
Haru, su mejor amigo, lo esperaba en la estación del tren. Siempre llegaba temprano, con una sonrisa a medias y los auriculares puestos, escuchando alguna banda de rock alternativa. "Llegas tarde", dijo Haru al ver a Shiro acercarse, su tono era ligero pero con una chispa de reprimenda.
Shiro forzó una sonrisa, esa que llevaba practicando años frente al espejo. "El tráfico, ya sabes." Se preguntaba si Haru alguna vez notaría la falta de autenticidad en sus palabras, pero prefería mantener las cosas así, sin profundizar en el verdadero trasfondo de su desdicha.
Ambos caminaron juntos, como lo hacían cada mañana, sin decir mucho más. Haru era de esas personas que no necesitaba llenar los silencios con palabras, algo que Shiro apreciaba más de lo que podía admitir. Su presencia era una constante en un mundo de incertidumbres, una ancla en el tumulto de su vida. A pesar de su cercanía, Shiro aún guardaba sus mayores secretos para sí mismo, por miedo a lo que incluso Haru pudiera pensar. La ironía de su vida era que estaba rodeado de personas, pero se sentía completamente solo.
"¿Hoy tienes clases todo el día?", preguntó Haru mientras salían de la estación.
Shiro asintió, aunque no estaba seguro si realmente importaba. Su mente estaba en otra parte, en aquel rincón de su interior que siempre intentaba ignorar. "Sí... todo el día. Luego tal vez pase por la cafetería cerca de la universidad."
Haru le lanzó una mirada de curiosidad. "¿La cafetería de siempre? ¿La que tiene al chico raro que te sirve el café?"
Shiro se tensó. No esperaba que Haru recordara aquel detalle. "Aki no es raro, es solo… tranquilo."
"Tranquilo, raro, como sea." Haru soltó una carcajada. "Deberías hablarle más. Pareces interesado en él."
Shiro se quedó en silencio. Haru no tenía idea de cuánto de cierto había en esas palabras. La realidad era que Aki, con su calma y su presencia enigmática, era uno de los pocos lugares donde Shiro encontraba un respiro en su vida agitada. "Nos vemos más tarde", dijo finalmente, despidiéndose mientras caminaba hacia la universidad.
El día transcurrió como todos los demás. Las clases, los profesores monótonos, las notas rápidas en su cuaderno. Todo era tan predecible, tan terriblemente igual. Pero Shiro aguardaba algo diferente, algo que hacía que su corazón latiera un poco más rápido: la visita a la cafetería.
La campanilla sobre la puerta sonó suavemente cuando entró, y el olor a café recién hecho llenó el aire, envolviéndolo en una sensación de confort familiar. Allí estaba Aki, detrás del mostrador, concentrado en limpiar unas tazas. Su cabello castaño claro caía en suaves ondas, y sus ojos, de un tono profundo y sereno, le daban un aire enigmático. Aki parecía ser un refugio en medio del caos, un oasis de tranquilidad en un mundo que constantemente empujaba a Shiro hacia el abismo de su propia incertidumbre.
"Bienvenido de nuevo, Shiro," dijo Aki con una sonrisa sutil. Esa era otra cosa que siempre sorprendía a Shiro; Aki nunca parecía forzar las palabras ni las emociones, todo en él era natural. Era como si Aki supiera exactamente qué decir y cuándo decirlo, sin necesidad de máscaras ni adornos.
"Hola, Aki," respondió Shiro, acercándose al mostrador. "Lo de siempre, por favor."
Aki asintió y comenzó a preparar el café sin necesidad de preguntar más. Había algo en su manera de moverse, en la precisión de sus gestos, que atrapaba la atención de Shiro. Cada vez que entraba a la cafetería, el ruido del mundo exterior parecía desaparecer, dejándolo solo con sus pensamientos y con la presencia calmada de Aki.
"Hoy parece que tuviste un día largo", comentó Aki mientras colocaba la taza frente a él.
Shiro asintió. "Sí, un poco. ¿Y tú?"
Aki sonrió levemente. "Lo de siempre. Mucho trabajo. Aunque las tardes son más tranquilas."
Hubo un breve silencio, cómodo pero a la vez cargado de cosas no dichas. Shiro bebió un sorbo de café, dejando que el calor del líquido le calmara los nervios. Quería hablar más con Aki, pero las palabras se le atragantaban en la garganta. Cada conversación con Aki era una oportunidad perdida para conectar más profundamente, para desentrañar los secretos que ambos guardaban con tanto celo.
"Gracias por el café", murmuró finalmente, levantándose para marcharse.
"Cuando quieras, Shiro," respondió Aki, siempre con esa tranquilidad desconcertante.
Shiro salió de la cafetería y, al cruzar la puerta, sintió el aire frío de la tarde sobre su piel. Todo volvía a la normalidad, al caos de la ciudad y a la rutina diaria. Pero algo había cambiado. A pesar de su miedo, de su constante lucha interna, en esos breves momentos con Aki sentía que podía ser él mismo, aunque solo fuera por un instante. Esa pequeña burbuja de paz y autenticidad era un consuelo en su vida de sombras y disimulo.
Al llegar a su apartamento, la sensación de vacío lo invadió una vez más. El lugar era pequeño, con muebles simples y un par de fotos antiguas en las paredes que parecían contar historias de un pasado que no podía alcanzar. Se dejó caer en el sofá, agotado, mirando nuevamente su reflejo en la ventana. La cicatriz en su rostro seguía allí, un testigo silencioso de su lucha interna. Cada línea en su rostro era un recordatorio de las batallas que aún no había ganado.
"¿Cuánto tiempo más vas a seguir escondiéndote?" pensó, la pregunta resonando en su mente con una claridad inquietante.
El teléfono sonó de repente, sacándolo de sus pensamientos. Era un mensaje de Haru: "¿Salimos mañana? Necesitas distraerte un poco."
Shiro suspiró y dejó el teléfono a un lado sin responder. No tenía ganas de salir, ni de distraerse. Lo único que quería era encontrar la paz que tanto anhelaba, esa que parecía tan lejana. Pero quizás, solo quizás, esa paz no estaba tan distante como pensaba.
Y mientras el cielo de Tokio se oscurecía, Shiro cerró los ojos, imaginando un mundo donde pudiera ser libre de verdad. Un lugar donde las cicatrices, tanto visibles como invisibles, no dictaran su destino y donde pudiera encontrar un sentido auténtico a su existencia.
El sonido de las campanillas al abrir la puerta del café fue lo primero que escuchó Shiro cuando entró nuevamente. Habían pasado solo dos días desde su primera visita, pero algo en su interior lo empujaba a volver, como si aquel lugar tuviera un imán que lo atraía irremediablemente. Las luces cálidas iluminaban el pequeño local de manera acogedora, reflejándose en las mesas de madera pulida y en las vitrinas llenas de postres cuidadosamente preparados.
Shiro se quedó un momento en la entrada, respirando profundamente. Algo en el ambiente era diferente, una sensación de calma que contrastaba con el bullicio de las calles de Tokio. A lo lejos, detrás de la barra, Haru estaba limpiando una taza, su mirada concentrada en el brillo del cristal. Había algo magnético en la forma en que movía sus manos, como si todo lo que tocara mereciera un trato delicado y especial.
Shiro se acercó a la barra, con los nervios revolviéndose en su estómago. Haru levantó la vista y, al reconocerlo, le dedicó una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos, pero que, de alguna forma, lo tranquilizó.
—Bienvenido de nuevo —dijo Haru con su voz suave, casi inaudible sobre el suave murmullo del café—. ¿Lo mismo de la otra vez?
Shiro asintió, sintiéndose incapaz de decir más. Mientras Haru preparaba su bebida, Shiro dejó que su mirada recorriera el lugar. Esta vez, no había tantos clientes, lo que le permitió observar con más detenimiento los detalles. Notó unas fotografías en la pared, algunas antiguas, de personas que probablemente habían pasado por ese lugar muchos años atrás. También percibió un aroma diferente, algo más allá del café, como si el aire estuviera impregnado de historias olvidadas.
—Aquí tienes —dijo Haru, interrumpiendo sus pensamientos mientras colocaba la taza frente a él—. Un latte con un toque de vainilla.
—Gracias —respondió Shiro, tomando la taza entre sus manos para sentir su calidez.
Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Shiro jugueteó con la taza, observando el diseño de la espuma en la superficie, mientras sentía la mirada de Haru sobre él, como si estuviera esperando algo.
—¿Te gusta el café? —preguntó Haru de repente, rompiendo el silencio.
La pregunta lo tomó por sorpresa. No porque fuera extraña, sino porque no esperaba que Haru iniciara una conversación. Hasta ese momento, había dado la impresión de ser alguien reservado, casi distante.
—Sí... me gusta —respondió Shiro después de una breve pausa—. Aunque no sé mucho de él, para ser honesto.
Haru sonrió, esta vez de forma más genuina.
—No necesitas saber mucho para disfrutarlo. El café tiene una forma de conectarnos con las pequeñas cosas. Las conversaciones, los momentos de silencio, incluso los recuerdos.
Shiro asintió, sintiendo que había algo más detrás de esas palabras, algo que no entendía del todo pero que resonaba en su interior. Era como si el café no solo fuera una bebida en ese lugar, sino un vínculo con algo más profundo, algo que él apenas estaba comenzando a descubrir.
Antes de que pudiera responder, la puerta del café se abrió de nuevo, y entró una figura que llamó la atención de ambos. Era una joven, con el cabello corto y desordenado, vistiendo un uniforme negro que la identificaba como una de las empleadas del café. Tenía una energía vibrante, que contrastaba con la calma del lugar. Su nombre, según el pequeño cartel en su pecho, era **Aiko**.
—¡Haru! —saludó enérgicamente mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba en la pared—. Hoy parece un día tranquilo, ¿no? Oh, ¿quién es este chico?
Shiro sintió el calor subir a su rostro cuando Aiko lo miró con curiosidad. Sus ojos brillaban con una mezcla de travesura e interés.
—Shiro —respondió Haru antes de que Shiro pudiera abrir la boca—. Es un cliente habitual.
—Oh, qué bien. ¡Espero que te guste nuestro café! —dijo Aiko con una sonrisa amplia—. Yo soy Aiko, la más rápida de la cafetería, aunque no lo parezca.
—Encantado... —murmuró Shiro, sintiéndose un poco abrumado por su energía.
Aiko parecía ser todo lo contrario a Haru. Mientras este era tranquilo y reservado, Aiko era un torbellino de energía y entusiasmo. Sin embargo, Shiro notó que había una especie de complicidad entre ellos, una relación que iba más allá de simples compañeros de trabajo. Quizás, también compartían algún secreto, uno que Shiro aún no podía descifrar.
—Bueno, si me necesitas, estaré en la cocina —anunció Aiko, desapareciendo tras una cortina que separaba el área de los clientes de la parte de atrás del café.
Shiro se quedó en silencio, mirando la puerta por la que Aiko había desaparecido. Haru continuó con su trabajo, limpiando la barra y sirviendo a los pocos clientes que llegaban. Shiro tomó un sorbo de su latte, saboreando el dulce toque de vainilla. Había algo en el ambiente que lo hacía sentir a gusto, como si estuviera en el lugar correcto, aunque no supiera exactamente por qué.
Después de unos minutos, Haru volvió a romper el silencio.
—Aiko es un poco alocada, pero tiene un buen corazón —comentó, como si hubiera leído los pensamientos de Shiro.
—Parece divertida —respondió Shiro, tratando de parecer relajado.
Haru asintió, pero no dijo nada más. El silencio se instaló nuevamente entre ellos, un silencio que, lejos de ser incómodo, parecía natural. Era como si las palabras no fueran necesarias en ese momento, como si ambos estuvieran conectados de alguna manera a través del café, del ambiente, de algo más profundo.
Sin embargo, la curiosidad de Shiro seguía presente. Había algo en Haru, algo en ese café, que lo intrigaba. No podía sacarse de la cabeza la sensación de que aquel lugar guardaba secretos, secretos que Haru, y quizás Aiko, conocían pero no estaban dispuestos a compartir.
—Este café... —comenzó a decir, dudando por un momento—. Parece que tiene mucha historia. Hay algo... diferente en él.
Haru levantó la vista, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Parecía que no esperaba esa observación de Shiro, pero tampoco la rechazaba.
—Tienes razón —dijo finalmente, con una sonrisa enigmática—. Este café ha visto muchas cosas. Ha sido un refugio para mucha gente a lo largo de los años. Cada taza de café que servimos tiene una historia, aunque a veces esas historias no se cuentan.
Shiro lo miró, intrigado por sus palabras. Sentía que Haru sabía más de lo que estaba dispuesto a decir, pero no quería presionarlo. Después de todo, apenas lo conocía. Sin embargo, algo dentro de él le decía que, con el tiempo, descubriría esos secretos. Y cuando lo hiciera, su vida cambiaría para siempre.
El sol se ocultaba tras los altos edificios de Tokio cuando Shiro salió del café. La brisa fresca de la tarde lo envolvió mientras caminaba hacia su pequeño apartamento. El día había sido extraño, lleno de silencios cargados y preguntas sin respuesta, pero también sentía que estaba comenzando a formar una conexión, aunque débil, con Haru y Aiko. Algo le decía que no era un cliente más, sino parte de una historia mayor, una que apenas estaba comenzando a desvelarse.
Al llegar a su apartamento, Shiro se dejó caer en la cama, sus pensamientos aún revoloteando alrededor del café y de las palabras de Haru. Cerró los ojos, dejando que el cansancio del día lo arrastrara hacia un sueño ligero. Sin embargo, en lugar de encontrar descanso, su mente lo transportó de vuelta al café, a la oscuridad que se escondía detrás de los aromas dulces y las tazas de café.
Soñó con una puerta. Una puerta oculta en algún lugar del café. La puerta parecía vieja, desgastada por el tiempo, pero había algo en ella que lo llamaba, como si detrás de esos tablones de madera estuviera la respuesta a todas las preguntas que no sabía cómo formular.
Se despertó de repente, con el corazón latiendo con fuerza. Las imágenes del sueño seguían vívidas en su mente, y por un momento, no supo si todo había sido real o producto de su imaginación. Pero lo que sí sabía era que, de alguna forma, el café estaba conectado con algo más. Algo que no había visto a simple vista.
Decidido a averiguar más, Shiro se preparó rápidamente y, sin pensarlo demasiado, salió de su apartamento de nuevo. El cielo de Tokio estaba teñido de un tono azul oscuro, las calles apenas iluminadas por las luces de los faroles y las ventanas de los edificios. A pesar de la hora, el café estaba todavía abierto, su cálido resplandor invitando a cualquiera que pasara a entrar.
Shiro empujó la puerta y, esta vez, fue recibido por el suave murmullo de una música jazz que sonaba en el fondo. Solo había un par de clientes en las mesas del rincón, sus rostros escondidos detrás de libros o pantallas de laptops. Haru estaba detrás de la barra, preparando una nueva tanda de café, pero esta vez no estaba solo. A su lado, una figura más alta y robusta trabajaba con igual destreza.
**Hikaru**, según el nombre bordado en su delantal, era alguien que Shiro no había visto antes. Su cabello oscuro estaba recogido en una coleta baja, y sus manos grandes parecían trabajar con una precisión sorprendente mientras molía los granos de café.
—Shiro —dijo Haru al verlo entrar, sorprendiéndolo una vez más con la naturalidad con la que pronunciaba su nombre—. No esperaba verte tan pronto.
—Yo tampoco esperaba volver tan rápido —admitió Shiro, caminando hacia la barra.
Hikaru levantó la vista y le dedicó una breve inclinación de cabeza, un gesto que Shiro correspondió de inmediato.
—Hikaru —se presentó con una voz profunda—. Trabajo aquí desde hace un tiempo, pero no siempre estoy en la barra.
Shiro asintió, sintiendo la misma familiaridad en el ambiente que había sentido antes, pero con una tensión subyacente que no podía identificar. Era como si cada persona que trabajaba en ese café tuviera una parte de la historia que él debía unir, pero las piezas no encajaban aún.
—Parece que te has encariñado con este lugar —dijo Haru mientras servía una taza humeante y la colocaba frente a él—. ¿Qué te trae de vuelta?
Shiro dudó por un momento. ¿Debería mencionar el sueño? ¿O la extraña sensación que lo había seguido desde su primer día en el café? Decidió no ser tan directo.
—No lo sé, hay algo aquí que me resulta... diferente. No puedo explicarlo, pero siento que este lugar guarda algo más de lo que se ve a simple vista.
Hikaru intercambió una mirada rápida con Haru, una que no pasó desapercibida para Shiro. Fue un gesto breve, pero lleno de significado. Estaban ocultando algo, y Shiro estaba cada vez más seguro de que su intuición no fallaba.
—Este lugar tiene su historia, eso es cierto —respondió Hikaru mientras seguía trabajando—. Pero no todo es lo que parece, ¿verdad, Haru?
Haru no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó sobre la barra, acercándose un poco más a Shiro, su rostro serio pero tranquilo.
—Cada persona que viene aquí busca algo —dijo en voz baja—. Algunos buscan un buen café, otros un lugar para descansar, y otros, respuestas. Si tú buscas respuestas, tendrás que ser paciente.
Shiro lo miró a los ojos, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral. Había algo más profundo en esas palabras, algo que lo invitaba a quedarse, pero también lo advertía de que no sería fácil.
—Y si busco respuestas, ¿las encontraré aquí? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
—Eso depende de ti —respondió Haru enigmáticamente, enderezándose de nuevo y retomando su trabajo como si nada hubiera pasado.
Antes de que Shiro pudiera decir algo más, la puerta trasera del café se abrió de golpe, y Aiko apareció, su rostro iluminado por una mezcla de emoción y urgencia.
—¡Lo encontré! —anunció mientras se dirigía rápidamente hacia Haru—. Está justo donde dijiste.
Haru la miró con seriedad, y por primera vez desde que Shiro lo conocía, vio una chispa de preocupación en sus ojos.
—¿Estás segura? —preguntó Haru.
—Completamente —respondió Aiko, sin notar la presencia de Shiro hasta ese momento. Cuando lo vio, su expresión cambió rápidamente a una sonrisa nerviosa—. Oh... hola, Shiro. No esperaba verte aquí tan tarde.
—¿Qué encontraste? —preguntó Shiro, sin poder contener su curiosidad.
Aiko miró a Haru, buscando algún tipo de señal, pero este no dijo nada. Finalmente, suspiró y se dirigió hacia la puerta trasera del café, haciendo un gesto para que Shiro la siguiera.
—Creo que es mejor que lo veas por ti mismo —dijo, su tono ahora más serio—. Pero lo que vas a encontrar allí podría cambiar tu forma de ver este lugar.
Intrigado, Shiro se levantó y siguió a Aiko, sintiendo cómo la expectación crecía en su interior. Haru y Hikaru los observaban en silencio, pero ninguno de ellos hizo ningún esfuerzo por detenerlos. Era como si hubieran aceptado que, tarde o temprano, Shiro terminaría descubriendo lo que se ocultaba detrás de las paredes de ese café.
La puerta trasera conducía a un pequeño pasillo oscuro, apenas iluminado por una luz tenue al final. A medida que avanzaban, Shiro sintió cómo el aire se volvía más pesado, como si estuvieran adentrándose en un lugar que no debía ser descubierto. Finalmente, Aiko se detuvo frente a una puerta, la misma puerta que había visto en su sueño.
—Aquí es —dijo Aiko en voz baja, colocando su mano sobre el pomo de la puerta—. Si entras, no hay vuelta atrás.
Shiro tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. No sabía qué lo esperaba al otro lado, pero algo en su interior le decía que debía entrar. Era como si esa puerta fuera la clave para entender no solo el café, sino también algo más profundo dentro de él mismo.
Sin pensarlo más, asintió.
Aiko abrió la puerta lentamente, y Shiro sintió un escalofrío recorrer su piel. Lo que encontró al otro lado no era lo que esperaba, pero, al mismo tiempo, sabía que había llegado al lugar correcto. Lo que descubriera allí cambiaría todo.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play