Dios, oh grandioso Dios, sea tu voluntad sobre todos tus hijos. Danos las fuerzas que necesitamos para seguir a través de nuestros problemas, y que sea tu gran amor sobre los buenos... Maldita sea, ya estoy cansada de todo este montón de mierda. Dices ser un Dios misericordioso, pero no eres más que un maldito estafador... La verdad, no sé por qué sigo viviendo en este maldito engaño... Solo quiero que toda esta basura acabe.
—Santa Abigail, el duque Archibald desea verla en su oficina. Si es posible, no tarde.
—Uh, lidere el camino.
—(Se dirigen a la oficina mientras cruzan un gran y vacío corredor)
-Duque, la Santa Abigail ha llegado.
—Haz que pase.
—Hola, Duque, o mejor dicho, amado esposo mío. Escuché que deseaba mi presencia.
—Abigail, por favor, siéntate. Verás, te he hecho llamar para explicarte algo, pero primero quisiera que seas discreta con lo que te voy a decir.
("Maldita sea, ya llegamos a este tema")
—Querido, por favor, no dé mucho rodeo y dígame qué es lo que desea decir.
—Abigail, la verdad es que hace alrededor de unas semanas, cuando fui a la Nación del Norte, conocí a una linda chica que me cautivó. Perdón por lo que diré, pero no me pude contener y terminé acostándome con ella. Al parecer, ella está esperando a mi hijo. Lo único malo es que ella es una plebeya, así que la traeré a vivir con nosotros para que no haya problemas en el futuro.
—Abigail, dime qué opinas de este asunto. No quiero que me malentiendas; yo aún te amo, solo que no me pude contener. No te pido que me perdones, solo que me entiendas. Claro que, si ella se viene a vivir aquí, su hijo no heredará el Ducado y tú aún serás la Duquesa.
—(Archibald se acerca a Abigail y toca su rostro)
—Tú eres la mujer que amo, así que espero que te lleves bien con ella.
—(Abigail sonríe mientras mira a Archibald)
—Duque, ya oí todo lo que tuvo que decir y no tengo ningún problema con que ella venga a vivir aquí.
—Me alegro que entiendas lo que está pasando, Abigail.
—Mas, sin embargo, yo ya no estoy dispuesta a vivir más con usted, Duque.
—¿Qué quieres decir, Abigail?
—Lo que usted se imagina, Duque. Yo exijo el divorcio. Ya no estoy dispuesta a vivir más con usted, No pediré una compensación por la infidelidad, pero solo quiero separarme de usted y dejar de vivir aquí.
—¡ABIGAIL! ¿Qué es lo que estás diciendo? Dime que es una estúpida broma tuya.
—No es ninguna broma. Estoy completamente seria en este asunto.
—Mira, sé que a lo mejor no te gustó que te haya engañado, pero ni sueñes que te daré el divorcio. Así que será mejor que aprendas a vivir aquí y a hacer lo que digo. Como tu esposo, te prohíbo volver a mencionar esa tontería del divorcio.
—Duque, ¿no cree que sería mejor para usted si simplemente me da el divorcio y se casa con esa plebeya? Además, van a tener un hijo. No creo que a ninguno de los ancianos les vaya a molestar.
—Guarda silencio, no sabes lo que estás diciendo... Escucha, Abigail, ella no va a tomar tu lugar, si es que eso te preocupa. Es solo que ella vendrá a vivir aquí, nada más. Así que deja de hablar y haz lo que se te dice.
—Duque, antes de ser su esposa también soy una Santa. No olvide que yo también tengo algo de poder político. Así que, si no quiere llevar este asunto ante el Rey, creo que lo mejor será que me dé el divorcio lo más pronto posible. Aquí le dejo este documento de divorcio para que lo firme. No hablaré más con usted, a menos que sea para entregar el documento firmado.
—¿Este papel? ¿Desde hace cuánto tiempo lo tenías listo?
—No pienses que no voy en serio, Duque. Simplemente me cansé de toda esta fachada de matrimonio desde hace mucho. Así que, si me lo permite, me retiro.
—¡OYE! ¡Abigail, espera! Maldita sea, ni pienses que te dejaré ir así de fácil.
"¡Maldita sea ¿que es lo que piensas hacer?! Abigail.."
—(Mientras tanto, Abigail llega a su habitación)
—Todas váyanse, quiero estar sola.
—(Todas las sirvientas se retiran de la habitación)
("Al fin algo de tranquilidad. Me he puesto algo nerviosa, pero pude responder con toda fiereza. Esta vez no dejaré que me pises de nuevo la cabeza, Archibald. Esta vez viviré lo mejor que pueda. Aún no puedo creer que he vuelto al pasado. Parece que todos esos problemas y maltratos en mi otra vida solo fueron una dura pesadilla. Todo eso comenzó cuando Archibald trajo a esa chica al ducado. Esa máscara de vida feliz terminó cayéndose por culpa de esa mujer. En mi vida pasada no fui más que una simple Santa que sufría maltrato de parte de esa mujer. De alguna manera, ella puso a todas las sirvientas de su lado e incluso logró que Archibald le entregara el título de Duquesa, y a mí solo me tiraron a una torre. Pasé por mucho, incluso después de saltar de la torre. Estoy segura de que mi muerte no le importó a nadie. Después de despertar hace una semana, me di cuenta de que había vuelto al pasado").
Esto aún no me parece del todo real. Me pregunto si en esta vida podré cambiar mi destino. No estoy segura, pero esta vez no desaprovecharé esta nueva oportunidad. Así que, Archibald, prepárate, que esta ¡Santa Reencarnada quiere el divorcio!
...----------------...
**Continuará...**
Santa
Un título con un gran poder en el mundo de la política. Es aquella persona que fue cuidada desde pequeña en la Gran Iglesia Alkennor. Ese título solo puede ser heredado por mujeres, quienes, tras recibir la educación adecuada, también son bendecidas con grandes habilidades mágicas entregadas por el Gran Dios Alkennor.
Muchos desean ese poder y ese título; por eso, grandes familias nobles han tratado de proponer contratos matrimoniales a las Santas desde hace muchos años. Sin embargo, la actual Santa, Abigail, nunca cedió a tales propuestas.
Pensé que a ella no le interesarían esas cosas hasta que, un día, un sacerdote de cuarto nivel vino a mi hogar a presentar a la Santa a mi padre. Al parecer, el sacerdote era amigo de mi padre, y ellos habían acordado realizar un matrimonio arreglado.
Aún recuerdo ver a la pequeña Santa con esos ojos parecidos al oro más puro y brillante, esa piel suave y esponjosa, y ese hermoso cabello, similar al lino fino sin teñir. Desde ese día, la Santa pasó mucho tiempo en mi casa. Mis padres estaban muy interesados en ella y casi no me prestaban atención, así que, por un tiempo, no podía sentir más que odio por ella. Aunque ella siempre estaba apegada a mí, incluso de mayores, nunca dejó de estar a mi lado. Era callada y muy obediente.
Después de casarnos, nunca pudimos realizar el acto matrimonial; ella era tan tímida que ni siquiera pudimos consumar el matrimonio. Tal vez por eso decidí acostarme con esa plebeya durante ese viaje. Después de tantos años sin hacerlo, no me pude controlar. Pero, ¿en qué momento cambió tanto? No parece la chica callada y apegada a mí que conocía.
—¡Maldición! Ni sueñes que te daré el divorcio. Eres mía y así seguirás siendo. No puedo perder ese título tuyo. Si te concedo el divorcio, casi no tendré poder político. Incluso mis colegas de negocios se podrían ir...
—Duque Archibald, ¿puedo pasar?
—Pasa, Javier.
—Disculpe la molestia, Duque, pero vengo a traerle información de algo grave que está ocurriendo.
—No me molestes con esas cosas de trabajo. Ahora mismo no tengo la mente para eso. Si es importante, llévaselo a Abigail para que se encargue.
—De hecho, Duque, a eso quería referirme. Fui a decirle a la Santa, pero ella rechazó el trabajo, diciendo que ya no realizará más tareas para el Ducado y que todos los papeles se los traiga a usted, Duque.
—Ya te dije que no me molestes. Deja esos papeles en el escritorio y vete. —Golpea con fuerza la mesa.
—Sí, Duque, con su permiso me retiro.
—¿Qué quieres hacer, Abigail? Ahora incluso rechazas hacer trabajo de papeleo. Ni siquiera vino a dejarlo ella misma. Si quieres hacer la ley del hielo, ese juego podemos jugarlo los dos, pero no te dejaré ir. —Revisa los papeles—. Esto es raro, no sabía que el Ducado estaba pasando por este problema. Al parecer, el pueblo del oeste está combatiendo una enfermedad contagiosa y su tasa de mortalidad es del 70%.
Incluso se han comenzado a registrar muchas desapariciones de personas y robos en los caminos por donde pasan los mercaderes.
—¡Javier, ven ahora mismo!
—¿Sí, Duque? ¿Me llamó?
—¿Cómo es que nunca se me informó de estos problemas y casos? Me hacen sentir como un tonto que no sabe nada del estado de su Ducado.
—Discúlpeme, Duque. No es que no le haya querido contar lo que está pasando, pero siempre que intentaba informarle, usted rechazaba realizar el trabajo. De hecho, la Santa siempre tomaba los casos y los solucionaba. Incluso resolvió un caso de tráfico de esclavos ilegales. Ella se encargaba de todas esas cosas, y por eso siempre iba directo a ella para resolver estos asuntos. Pero desde que la Santa comenzó a negarse a trabajar, me vi obligado a entregárselo a usted.
—¡No digas estupideces! —Tira todas las cosas de la mesa—. ¿Me estás diciendo que soy tan inútil que no sé hacer mi trabajo? ¿Y que por eso le has dejado todo a Abigail? ¡Vete al demonio! Dile a Abigail que no importa si no quiere trabajar. No la necesito para nada. Desde ahora le demostraré que yo sé cómo cuidar de mi Ducado. Ya veremos cuánto tiempo le dura ese capricho. Después de que solucione todo esto, le quitaré todo, y luego le diré que la dejaré en la calle. Así vendrá arrodillada a suplicarme que no la deje, y así se quedará atada a mí para siempre. Solo espéralo, Abigail.
—¡Aaaachoo! ¡Guau! ¿Quién está hablando mal de mí?
—¿Se encuentra bien de salud, señorita Santa?
—Sí, no te preocupes, Alice. Creo que es solo algo de polvo. Me pregunto si a Archibald ya le llegó la noticia de que rechacé seguir haciendo el trabajo... Aunque, de verdad, me da un poco de pena por las personas del Ducado. Pero ya decidí que no viviré atada a Archibald nunca más.
—Disculpe, Santa, pero ya terminé de peinarla. Se ve muy hermosa. Su cabello es de un color espléndido. Es un gran honor peinar una melena tan hermosa.
—¡Gracias, Alice!
—Santa, una pregunta, ¿a dónde se dirige?
—Voy al pueblo. De hecho, necesito que llames al carruaje. Claro que tú también irás conmigo.
—Entendido, señorita. Pero, ¿puedo saber qué haremos en el pueblo?
—¡Iremos a hacer dinero para cuando ya esté divorciada!
Continuará...
Buenos días, Duque. Le pido disculpas si lo llego a molestar, pero tengo algo que informar.
—Es demasiado temprano para que me vengas a decir estupideces. ¿No ves que no he podido dormir por estar pensando en ese estúpido trabajo que Abigail no quiso hacer?
—Lo sé, pero esto que le informaré me parece algo extraño.
—Más vale que sea importante, Javier.
—Al parecer, la Santa tomó un carruaje y se dirigió a la zona azul del Ducado. Solo llevó un pequeño cofre y una sirvienta. Además, no llevó a ningún guardia.
—¿Y eso qué tiene de raro? A lo mejor solo fue a comprar ropa o joyas... —Archibald se detiene un momento—. Espera, ella siempre fue tímida y solo salía cuando era invitada a eventos de la iglesia. Ni siquiera iba de compras, todo lo pedía a través de una de sus sirvientas. Al parecer, tienes algo de razón. Llama a un carruaje inmediatamente, iré a ver qué trama.
En la zona azul
—Santa, ¿a dónde nos dirigimos?
—Tenemos que ir al mayor taller de artilugios. Quiero solicitar algo.
—¿Pero no sería mejor llamarlo al Ducado?
—Nina, quiero que todo esto quede entre nosotras. No quiero que nadie sepa de esto, ni siquiera el Duque.
—Está bien.
La zona azul era conocida por ser un excelente lugar para el turismo y los negocios. Se encontraba en la costa, con un gran y hermoso mar que reflejaba el cielo azul, de ahí su nombre.
—Mira, Nina, ya hemos llegado al taller "Los Dos Hermanos".
—¡Buenos días!
—¡Buenos días! Disculpen, pero aún no estamos atendiendo. Regresen al mediodía.
—Disculpe, ¿es usted el Hermano Rolf?
—¿Hermano? Solo hay un puñado de personas que hablan así... ¿No me diga que es usted de la Gran Iglesia?
—¡Así es! Tal vez me reconozca si me quito esto. Me llamo Abigail Lasmon, mejor conocida como la Santa Abigail.
—¡Señorita Santa! Es un honor tenerla en esta humilde tienda. Espero no haberla ofendido, y si lo hice, espero que su gran corazón me perdone.
—No te preocupes, Hermano Rolf. Más bien, yo debería disculparme por venir tan temprano. Pero quisiera solicitar un encargo. ¿Estaría dispuesto a realizarlo?
—¿Un encargo? Si Su Santidad ve que este costal de huesos viejos le puede ayudar, con gusto aceptaré el trabajo.
—Mira, Rolf, quiero solicitar la creación de un artefacto, pero debe quedar en secreto por un tiempo. Quisiera que lo produzcan en masa y lo pongan en circulación. Claro, nos dividiremos las ganancias, pero no debes revelar que este artefacto proviene de mí.
—¿Pero qué es esto, Su Santidad? Es un plano interesante.
—Esto es algo que yo he desarrollado en mi habitación. Lo llamo "Radiotransmisor". Este artefacto envía una señal que se transmite por cualquier parte del mundo en forma de ondas electromagnéticas. Cada onda tiene unas características determinadas de longitud, lo que permite que dos o varias personas se puedan contactar entre ellas, siempre y cuando estén conectadas a la misma frecuencia.
—Esto debe ser un objeto divino, pero no creo que yo pueda crear algo así, Su Santidad.
—No te preocupes, Hermano Rolf. Dios me reveló que solo tú podrías poner esto en circulación —aunque esto es una mentira—. Mira, Hermano Rolf, pronto estallará una gran y dura guerra, y este artefacto puede ayudar a muchas personas. Así nuestra nación podrá aguantar más y tal vez ganar. Solo quiero que sepas que esto salvará la vida de tus amigos, familiares y de la Nación. Así que te lo encargo.
—Como lo suponía, esto es un objeto divino. Si usted cree que puedo hacerlo, lo haré. Solo basta con seguir estos planos al pie de la letra y lo tendré terminado. No la decepcionaré.
—Creo en ti, Rolf. Que Dios te guíe en tu trabajo y te bendiga. Por cierto, no digas nada de la futura guerra, o todo caerá en un gran caos.
Abigail pensaba: Al fin terminé con esto. Solo espero que Rolf lo haga rápido, así podré ganar algo de dinero. Aunque este invento no me pertenece, es parte del futuro de este mundo. Si mal no recuerdo, fue creado por una noble que lo diseñó para comunicarse con su amado en la guerra. Luego se convirtió en un artículo apreciado por los soldados y nobles, y ella amasó una fortuna. Perdóname por usar tu invento para ganar dinero. Por suerte, logré recrear los planos gracias a que en mi otra vida fui al museo que lo mostraba como una pieza decorativa.
Al salir del taller, Abigail chocó con un hombre.
—¿Señorita, se encuentra bien?
—¿Es que no te puedes fijar por dónde vas? ¿Qué hubieras hecho si mi señorita se lastimaba?
—Nina, no te preocupes. Estoy bien, ya que él logró sostenerme. Estoy agradecida de que me haya ayudado a evitar la caída, pero mi sirvienta tiene razón. Para la próxima, tenga más cuidado. Y, por favor, ¿puede dejar de tocar mi mano?
—Oh, por favor, disculpe mi descortesía. Es que no pude quitarle los ojos de encima al ver a alguien tan bella como usted.
—Agradezco sus palabras, pero lamento decirle que estoy casada.
—A mí no me lo parece. ¿Qué clase de hombre dejaría a una belleza como usted caminando sola por aquí?
—Eso no es algo que le incumba.
—¡Abigail! ¿Así que te fuiste del Ducado solo para verte con este maldito sujeto? Y así te haces llamar una Santa.
—¿¡Archibald!? ¿Qué haces aquí?
—Eso no importa. No me importa lo que hagas, pero no te dejaré andar con alguien más cuando estás casada conmigo.
—Archibald, no es lo que parece. Solo vine a comprar unas cosas. Además, tú eres la persona menos indicada para decirme esas cosas.
—Ya te dije que te calles. No me hagas darte una bofetada por andar como una zorra en celo.
—No tienes el valor para hacerlo, Archibald. No digas cosas que no puedas cumplir. Entiende que ya no soy la niña que se escondía en su vestido y se dejaba intimidar.
—¡Maldita sea! ¡Que te calles! Ahora mismo te llevaré de regreso y te dejaré encerrada para que aprendas a obedecer.
Archibald se acercó para abofetearla, pero fue detenido.
—Duque, por favor, no se atreva a levantarle la mano a una dama tan bella. O, al menos, no si quiere perder esta mano.
—Tú no te metas, esto es algo de pareja.
—No me parece que esa sea la forma de arreglar las cosas. Además, lo que la dama dice es verdad. Ella y yo solo nos tropezamos por error, y yo la ayudé a levantarse. Ni siquiera nos conocemos.
—¡Abigail, vamos ahora mismo! —Archibald la tomó del brazo y se la llevó a la fuerza.
El hombre miró cómo se alejaban y dijo:
—Así que se llama Abigail. No puedo creer que la Gran Santa esté casada con ese Duque insecto.
—Príncipe, por favor, no se separe de mí, o me meterá en problemas con Su Majestad.
—Jajaja, perdón, perdón, Luk. Pero parece que me topé con alguien muy interesante.
CONTINUARÁ...
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