El pequeño cuarto, iluminado apenas por la luz tenue de una lámpara, parecía aún más claustrofóbico con la presencia de dos personas. La puerta chirrió al abrirse, revelando a un joven que entró con paso decidido.
— Hola, señorita — dijo, observando ligeramente la habitación.
Madame Mey, que se encontraba sentada en una silla junto a la ventana, levantó la vista con desdén.
— “Parece que se mantiene en buen estado, Mey,” — continuó el joven mientras se acercaba con precaución.
— “Para ti soy madame. No tienes ningún derecho de llamarme por mi nombre,” — respondió ella, frunciendo el ceño.
— “Está bien, madame.”-Mientras retrocedía un poco.
Madame Mey soltó una carcajada sarcástica.
— “¡JAJAJAJA! Qué persona más divertida me han mandado esta vez. Dime, ¿cuál fue tu error para que te castiguen de esta manera? ¿Acaso no cumpliste con tu tarea?” — dijo, inclinándose hacia él con una mirada penetrante.
— “No fue nada de eso. Yo me postulé voluntariamente. ¿Qué, no crees que es una posibilidad? ¿Acaso todos los que han venido por aquí son obligados?”
Madame Mey lo miró con escepticismo.
— “Muchos pasaron por aquí y ninguno aguantó un día conmigo.”
El joven sonrió, tapándose la nariz con una expresión de asco.
— “La verdad no me sorprende, viéndote y oliéndote, ya entiendo porque no aguantaran.”
Madame Mey lo observó en silencio por un momento, antes de esbozar una sonrisa enigmática.
— “¿Y qué es lo que haces aquí, madame? ¿Cuál es tu historia?” — preguntó, tratando de mantener la compostura.
Madame lo miró con una sonrisa enigmática, sus ojos brillando con una chispa de misterio, aunque su cabello tapaba la mayor parte de su rostro, una mujer algo desaliñada.
— “Mi historia no es de tu incumbencia, chico. Pero si insistes en saber, tendrás que ganarte mi confianza primero.”
El joven se inclinó hacia adelante, intrigado.
— “¿Y cómo se supone que haga eso?”
Madame se levantó lentamente, caminando alrededor de la pequeña habitación, mientras su mano tocaba la pared fría y áspera.
— “Eso, querido, es algo que tendrás que descubrir por ti mismo. Pero te advierto, no será fácil.”
El joven sonrió, aceptando el desafío.
— “Estoy listo para intentarlo.”
Madame se detuvo junto a la ventana, mirando hacia el exterior. Mientras que con su mano derecha le daba una señal para que se siente, pero en el momento en el cual el joven se iba a sentar alguien toco la puerta haciendo que el joven se levante de inmediato.
— “Madame al pareces ya me tengo que ir, hoy llegue un poco tarde fue un gusto verla el día de hoy, así que mañana la vendré a ver un poco más pronto, así que descanse y no se olvide que quiero saber su historia”
Madame miro con ojos amenazantes a la persona que le había interrumpido.
— “Bien espero que mañana no vengas con las manos vacías como hoy”
El joven le dio una sonrisa y se incluso con despedida mientras salía de la habitación.
Madame al volver a estar en soledad, volvió a contemplar la ventana y veía como caía la noche mientras murmuraba cosas las cuales nadie lograba entender, cuando ella quedaba callada solo quedaban los sonidos de las goteras y pequeños grillos los cuales se colaban en la habitación, los cuales ella pisaba y crujían debajo de sus pies, era un sonido satisfactorio para el oído.
Al amanecer Madame se sentó en su pequeña silla junto a la puerta para ver si el joven volvía. El sonido de algunos pasos acercándose a la puerta y los murmullos despertaron su atención. Hasta que por debajo de la puerta se vieron sombras y se escuchó el crujir de la puerta, era el joven de ayer.
— “Así que me estaba esperando Madame” Sonrió mientras la miraba. “Me demoré porque no sabía qué traer, no se enfade conmigo.” – Mostrando una pequeña funda.
Madame Mey le lanzó una mirada desafiante.
— “Nadie te estaba esperando; solo quería ver si eras igual que los otros. Pero al parecer no es así.”
El joven sacó unas galletas de la funda que había traído.
— “¿Qué es eso?” Miró con curiosidad.
— “Son unas galletas para acompañar con la historia que me va a contar.”
El joven se sentó y colocó las galletas entre Madame y él. Se acomodó y estaba preparado para escuchar la historia.
— Muy bien, por haber traído algo te contare una historia. Una historia que puede parecerte increíble, pero te aseguro que es real —dijo Madame con una voz de misterio.
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— Había una vez una niña que vivía en un pequeño pueblo. Su madre siempre le decía que la amaba y que nunca la dejaría sola, que estaría para ella cuando más la necesitara. Pero lo único que le terminó enseñando era a controlarse, a nunca perder el control para no lastimar a nadie. Pues esto es una maldita locura, ¿no lo crees? Toda locura inicia así.
Madame hizo una pausa, mirando al joven directamente a los ojos antes de continuar.
— Un día, la madre le dijo a la niña.
— “Escúchame bien, hija. Toma el arma y dispara. Esto solo será un juego, es como el capitán manda, así que obedece todas mis órdenes.”
— Sí, mamá —respondió la niña.
Muy bien, hija, eso es lo que quería escuchar.
— El joven escuchaba con atención, sin poder creer lo que oía. Madame continuó su relato, describiendo cómo la niña disparó, cómo su madre cayó lentamente, y cómo la sangre se esparció por todo el piso. Los vecinos escucharon el disparo y comenzaron a llegar policías.
— ¿Hay alguien ahí? —preguntaron los policías.
—¡No! —gritó la niña inocentemente, mientras que intentaba con desesperación despertar a su madre, las manos de la niña se llenaron de sangre al igual que el vestido amarillo que tenía puesto.
Madame sonrió vagamente.
Forzaron la cerradura, y al entrar, vieron a la niña junto al cuerpo de su madre. Le preguntaron si estaba bien.
— Yo sí, ¿y usted, caballero? — respondió la niña, intentando limpiar sus manos para saludar a los policías.
— ¿Están tus padres? —preguntó el policía.
— Solo mamá, es la que esta en el piso y papá se fue hace mucho y no ha vuelto. Mamá dice que solo fue por cigarrillos —dijo la niña, con una expresión perturbadora.
Madame hizo una pausa antes de continuar con un tono más sombrío:
—Después de aquello, la niña fue adoptada por su tío el cual vivía en la ciudad. Él la quería mucho, pero ella era débil y eso complicaba las cosas para él. No dudaba en protegerla de todos; no le importaba matar a quien intentara hacerle daño. Con el tiempo, la niña comenzó a llevarse bien con su tío. Él le enseñó todo lo que hacía: cómo manejaba a la gente y cuáles eran sus puntos débiles. Aunque esas cosas le daban miedo y no le gustaban para nada, solo podía soportarlo y darle una sonrisa a su tío. Él comenzó a llamarla Ancipiti, sé que suena raro, pero para él significaba algo especial. Sin darse cuenta, pasaron cuatro años.
Madame suspiró profundamente antes de continuar:
—Pero nada dura mucho. Un día, la niña fue secuestrada mientras salía de la escuela. Una camioneta se detuvo frente a ella y la metieron a la fuerza. No pudo gritar; la llevaron a un lugar muy feo. No estaba atada pero tenía mucho miedo. Su tío intentó salvarla, pero le dispararon delante de ella. No pudo soportarlo; corrió hacia él, lo abrazó y comenzó a llorar. No era capaz de soportar ese dolor; cuando por fin se encariñaba de él, se lo arrebataron.
Madame hizo una pausa, dejando que el joven asimilara la historia antes de continuar:
—La niña gritó: “¡TÍO!"
—¡No vengas! —le respondió él, pero ella no hizo caso y fue hacia él.
—Vas a estar bien, estoy segura —dijo la niña, mientras tapaba el lugar donde salía la sangre, era la segunda vez que sus manos se manchaban de sangre de su familia.
—Tranquila, eres una niña muy fuerte. Tú eres Ancipiti, recuérdalo —le dijo su tío, comenzando a escupir sangre.
—¡Tío, no te vayas, por favor, te necesito conmigo! —suplicó la niña, pero él dejó de responder y dejo de moverse Ancipiti cerró sus ojos que habían quedado abiertos.
Madame continuó con voz triste:
—Su gente llegó un tiempo después y la encontraron con el cuerpo de su tío en sus brazos. El que le disparó se fue después de matarlo, pero antes le dijo: “Todo esto es tu culpa. Eres muy débil, ni siquiera eres capaz de hablar claro, solo te escondes detrás de tu tío. La que debería estar muerta eres tú, pero sería un desperdicio de balas dispararte.” Sus palabras retumbaban en la cabeza de la niña cada segundo.
—El mundo fue cruel con ella. Pasó meses encerrada en su habitación. Los hombres que obedecían a su tío comenzaron a rebelarse. Ella no podía hacer nada, ni siquiera era capaz de salir de su habitación para salvar lo que era de su tío. Todo se derrumbó. Sin él, todo llegó a ser un caos y ella era consciente de que era una cobarde.
—Los traidores querían ser los jefes y no iban a parar hasta conseguirlo. Mataron a los que se opusieran a que ellos tuvieran el poder, los otros no tuvieron más que agachar la cabeza y obedecer. El que lideraba todo esto fue Robert, la mano derecha de su tío, en quien él más confiaba. Robert fue el único que sabía la debilidad de su tío y había planeado el atentado contra él.
—El maldito de Robert tuvo el descaro de proponerle a la niña ser su mujer para salvarla, pero ella nunca lo aceptaría. Solo un degenerado pediría la mano de una niña de 11 años. Ella no se iba a casar con un maldito traidor. Robert la cambió de habitación y la tuvo encerrada durante seis años, encadenada para que no escapara. No podía creer que soportara vivir ese martirio durante tanto tiempo. Robert tenía 27 años, aunque se veía un poco más joven.
Un día Robert fue a visitar a Ancipiti, el cuarto era oscuro el paso de los años fue deteriorando la habitación, el olor era pesado y murmuros siempre se escuchaban.
—“¿Ya lo pensaste bien? ¿Te vas a casar conmigo?” —le preguntó Robert, mientras se acercaba a la cama donde ella se encontraba.
Hacia esa pregunta cada día de la semana, continuo por meses y años.
—Primero muerta —respondió ella, alejándose de él.
—“Aun enojada te ves hermosa, eres igual a tu madre” —dijo él, mientras acariciaba su rostro.
—“¿Por qué no me matas de una vez y acabas con todo esto?” —preguntó ella, mientras grimas recorrieron el rostro de Ancipiti, su cuerpo estaba sucio y arañado.
Las cadenas de sus manos y pies habían causado marcas en su piel clara.
—“Sabes muy bien por qué. No toda la gente está de acuerdo en que yo sea el jefe, pero los tengo amenazados. Si no obedecen, te mataré, y como juraron protegerte, no pueden oponerse a mí” —respondió Robert.
Robert agarro su rostro y la miro con unos ojos amenazantes, Ancipiti no podía hacer nada más que negarse rotundamente.
—“¡Eres una basura, escucha jamás me casare contigo!”
Ancipiti le escupió en la cara, Robert se limpió y le sonrió.
—“Lo sé, me lo has dicho muchas veces, cuando te vas a cansar, serías la mujer del jefe, vamos muñeca, ¿No estás cansada de estar aquí?”
—“Prefiero estar así antes que estar casada con un traidor.”
—“Otro día perdido intentando convencerte.”
—“No vengas entonces, porque nunca voy a aceptar.”
El cuerpo de Ancipiti era muy delgado, por lo poco que llegaba a comer, la habitación al principio era brillante tanto que daba náuseas, pero con el paso del tiempo se fue deteriorando las arañas hacen sus casas en las esquinas del cuarto y se pasean libres, mientras que ella a duras penas se puede acercar a las ventanas.
Llego el día en el que Ancipiti está decidida a aceptar todo esto, espero la visita de ese día, él llego esta vez cuando caía la noche. Apenas entro Robert dijo.
— ¡Robert, creo que estoy lista!
—¿Lista para qué? -Pregunto curioso.
—Para… casarme contigo -Su mirada mostraba determinación.
— ¿En serio? -Pregunto, mientras se acercaba a ella.
— ¡Si! Quiero casarme contigo -Sujeto su brazo.
Ancipiti intento abrazarlo, pero las cadenas se lo impidieron.
—Bien, entonces hagámoslo -Agarrando sus manos y quitando las cadenas que la mantenían prisionera.
Al momento siguiente de tener las manos y pies sueltos, abrazo rápidamente a Robert.
— ¡Seremos muy felices! -Dijo Ancipiti mientas lo abrazaba.
En ese momento ella le robo el cuchillo que solía traer en el bolsillo, con el cual le cortaba fruta cuando la visitaba y comenzó a apuñalarse para acabar con su vida, ella comenzó a reírse mientras el cuchillo atravesaba su estómago, mientras que Robert desesperado intentaba detenerla.
— ¡Para! ¿Por qué haces esto? -Preguntaba mientras intentaba quitarle el cuchillo, su voz retumbaba en la habitación.
—Me di cuenta de que mi muerte es la única forma en la que puedo ser libre para siempre.
La Luz de la luna mostró la sombra del cuerpo de Ancipiti mientras caía al suelo, esto se reflejaba en la pared la cual estaba con salpicaduras de sangre. En su rostro mostró una sonrisa de triunfo y de paz al mismo tiempo.
Pero la vida jamás es como uno quiere, la vida siempre te golpea una y otra vez. Ella abrió los ojos y vio un techo blanco, alzo su mano, bajo la mirada y vio una aguja clavada en su antebrazo. Se sentó con dificultad, un zumbido retumbo en su cabeza.
Un hombre se encontraba dormido al lado suyo, era Robert, pero ella no lograba reconocerlo.
— “¿Quién eres y que haces aquí?”-Su voz era ronca y sonaba adolorida, pero con un todo frío.
— “¡Despertaste Ancipiti!”
Robert la abrazo rápidamente cuando vio que estaba despierta, mientras lloraba.
— “¿Acaso eres sordo quién eres, acabo de preguntar?”- Lo aparto de ella, mientras lo miraba fijamente, queriendo recordar quien era.
— ¿No sabes quién soy? -Sus ojos brillaron como nunca al saber que tenía una oportunidad de volver a comenzar de nuevo todo.
—No, pero quiero saber.
— ¡Oh claro!, me presento soy Robert tu prometido. -Sostuvo su mano y le dio un beso.
— ¿Prometido? -Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ancipiti al escucharlo decir eso.
— ¡Si!, estábamos por casarnos, pero hubo un atentado hacia nosotros y tuviste un accidente.
Robert estaba ansioso por saber si su mentira se la creía Ancipiti.
— Es raro no lo recuerdo y no siento que estuviéramos por casarnos.
— Parece que perdiste la memoria, amor, voy a ir a llamar al Doctor para qué te revise. -Se levantó rápidamente.
—Bueno.
Ancipiti sentía que algo no iba bien con lo que estaba pasando, su abdomen y la cabeza le dolían como nunca.
El doctor entró con un tablero, se veía un poco nervioso y comenzó a revisarla.
—La señorita se encuentra muy bien, ya está fuera de peligro, las heridas que tuvo no dañaron gravemente sus órganos así que después que este mejor la daremos de alta.
— ¿Doctor y la pérdida de memoria de mi prometida a que se debe?
—Bueno al parecer se golpeó la cabeza, pero muy probablemente recupere la memoria así que no se preocupe.
—Es… Está bien Doctor - Robert quedo pensando que recuperaría la memoria.
— ¿Pasa algo te veo preocupado? -Pregunto Ancipiti y sostuvo su mano.
— ¡No amor, no te preocupes!
Robert intentó darle un beso en la frente, pero Ancipiti reacciono de la nada.
— ¿Pasa algo amor?
— No-o, pero podrías dejarme de decir amor, me dan escalofríos, no sé por que.
— ¡Esta bien Merlín! - Acaricio su cabeza.
— ¡Espera antes de que me habías llamado Ancipiti!
— ¡Pues sí, pero Ancipiti es tu apodo y Merlín es tu nombre!
—Oh tiene mucho sentido, pero mi apodo es raro. -Bajo la mirada un sentimiento de tristeza recorrió su cuerpo.
—Pues si ese apodo te lo puso un familiar tuyQué
— ¿Que paso con ese familiar, porque no está aquí?
—Él falleció
— ¿Cómo falleció?
—Primero descansa después que te recuperes bien te cuento todo. -dijo evadiendo la pregunta.
— ¡Está bien!
Robert comenzó a manipularla para poder así estar con ella como tanto había querido durante años.
Pasaron algunos meses para que se recuperara como era debido, durante ese tiempo Robert la estuvo consintiendo y pasaba tiempo con ella para que así estuviera cómoda y se sintiera a gusto con él.
— ¿Cómo estás? -Pregunto Robert.
—Bien, el dolor ha disminuido un poco, pero aún no recuerdo nada.
—Está bien, no te sobre esfuerces, mira te traje unas flores y galletas.
—Gracias, están muy bonitas.
—Ten prueba una -Dijo mientras extendía la cajita de galletas.
—Bueno -Probo una -Está deliciosa -Dijo con la boca llena.
Tuvieron una larga y agradable charla. Ancipiti ya se comenzaba a sentir cómoda y ese presentimiento que tenía fue desapareciendo. Llego el día en que los doctores la dieron de alta, las heridas habían sanado, no de todo, pero ya no había peligro.
Robert la llevo a casa, era un lugar hermoso y lujoso, el piso de la casa era blanco, la guio a la habitación para que descansara, una habitación no muy lujosa, pero era cómoda y bonita.
— ¿Qué te parece Ancipiti?
— ¡Es… muy bonita y brillante! – dijo mientras caminaba por el cuarto, las cortinas tenían un olor a recién lavado y todo estaba acomodado minuciosamente.
— ¡Me alegra que te vuelva a gustar, quería que estuviera feliz!
— ¡Si!
— ¡Te voy a dar un recorrido por toda la casa! - Extendió su mano, ella la agarro y caminaron juntos.
Robert le mostró todo el lugar, las innumerables habitaciones y los largos pasillos. El toque lujoso y rústico era acogedor. Solo una habitación estaba prohibida: la que estaba al fondo del pasillo, con una gran puerta negra adornada con un estampado precioso.
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