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SOLO TE AMARÉ A TI.

Nunca fue un secreto

Nathan.

Gemí en éxtasis mientras me venía en su espalda, ésto era justo lo que necesitaba, la mejor manera que conocía de relajarme.

— Estupendo. Igual que siempre. — Se ve relajada, supongo que lo necesitaba tanto como yo. — ¿Cuándo será nuestro próximo encuentro? — Pregunto entusiasmada. La ayude a limpiar el semen en su espalda, pero no dije nada. Ella sabe cómo funciona, yo llamo y ella responde, no al revés.

Después de terminar, ella se viste, quiero dormir un poco, mañana tengo un día ocupado. Cómo dije, ella sabe cómo funciona. No pasa la noche y viceversa. No somos más que amigos con derechos.

— Nathan. — Me llama. — Te estoy preguntando algo. ¿Cuándo volveremos a vernos?

— No se.

— ¿Cómo puedes no saber?

— Cállate, haremos esto cuando yo quiera. — Gruño, sintiéndome sofocado por su maldita insistencia. Veo una emoción similar al dolor pasar por sus rasgos, la ignoro, ella sabia muy bien en qué se estaba metiendo cuando aceptó ésto.

— ¿Entonces espero a que te aburras de tus otras mujeres, espero a que tengas ganas de mi? — Nunca fue un secreto, ella sabía que tenía otras compañeras sexuales, me gusta la variedad, hoy estaba de humor para probar un poco de ella. Podría ser lo mismo mañana, o podría gustarme alguien más.

— Si. — Le digo con firmeza. La rabia que había en sus ojos se hace más visible, está luchando con sus emociones, luchando con el dolor que le había causado, odio cuando desarrollan sentimientos. En ese punto debo terminar la relación. — Pensé que podías manejar esto, pero supongo que fue un error. Así que está será la última vez que dormimos juntos, seguirás trabajando para mí cómo si nada hubiera pasado. — Ella me mira fijamente, sus ojos grises clavados en los míos.

— No puedo hacer esto más. — Susurra. Las lágrimas invaden sus ojos, pero las contiene. — Te amo, pero veo que nunca me amarás, por alguna razón cerraste tu corazón, y no puedo seguir durmiendo contigo sabiendo que nunca me veras más que cómo una mujer en tu lista de amantes. — Ella era una de las mejores secretarias que he tenido, pero al diablo con eso.

— Supongo que es hora de recibir tu carta de renuncia. — Sonrió, burlándome de ella. Sacude la cabeza.

— No te volveré a ver. Al menos eso espero.

— No tengo interés en volver a verte. — Ella se va. Otra más. Me preguntó si hay en el mundo una mujer que no me de dolores de cabeza. Una mujer que nunca desarrolle sentimientos por mi, una mujer que entienda la diferencia entre sexo y amor. Si la hay me encantaría conocerla. Hacerla mi amante y disfrutar la compañía sin compromisos.

¿Dónde encuentro una mujer así?

No sé, pero anheló conocer a alguien que no se enamore de mi. No entiendo la lógica de las mujeres, las trato mal, y aún así desarrollan sentimientos, ¿qué tienen en la cabeza? ¿No deberían enamorarse de alguien que las ame y trate como reinas? ¿Por qué de mi?

Tengo buen físico, pero no soy alguien romántico. Nunca le he regalado flores a nadie. O chocolates, llevado a casa después del trabajo. Nunca me he preocupado por ninguna mujer. Es algo que jamás va a cambiar.

Princesa

Dos años después.

Esther.

Se me hace tarde. Si llego, tengo que llegar. Ato mi cabello en el taxi, estamos atorados en el tráfico de la ciudad. Rayos, debí salir de casa más temprano. Suplico al taxista para que se de prisa, el me dice que no puede hacer nada, y es obvio que no, quiero decir, no puede pedirle al auto que saque alas y se eleve por los aires.

Cuándo pensé que no llegaría, aparece mi salvador, mi guapo novio, Dylan. Bajo del taxi, le pago al taxista, y voy con el amor de mi vida.

— Princesa. ¿Necesitas un aventón?

— Me urge. — Sonríe mientras me tiende un casco. Lo colocó en mi cabeza y nos vamos por un camino que no conozco. En poco tiempo, llegamos a la gran empresa dónde tendré mi entrevista. Me bajo de la moto y le agradezco. — Pensé que no llegaría. Pero igual que siempre, me salvaste.

— Lo que sea por la princesa de mi vida. — Sus fuertes brazos me jalan, se quita el casco y apreció su lindo rostro, su cabello castaño desordenado, y esos ojos azules preciosos, quedé prendada de ellos desde el primer momento en que lo vi. Fue amor a primera vista, y después de cuatro años, casi cinco, siendo novios, todavía siento que me enamoro cada vez que lo vuelvo a ver. — Me encanta que me veas cómo el manjar más delicioso. — Se burla al ver mi cara de tonta. Es una costumbre que antes me molestaba, ahora, luego de tanto tiempo sólo puedo reírme de mi misma.

— Y a mi me encanta tu sentido del humor. — Besó sus labios. — Deséame suerte.

— No la necesitas.

— Por favor, sólo hazlo.

— Está bien. — Besa mi mejilla. — Suerte mi princesa. — Me devuelve un beso intenso, al ver pasar un grupo de hombres entiendo la razón.

— No es necesario marcar el territorio. Sabes que sólo tengo ojos para ti.

— Es para dejar claro que tienes dueño.

— Señor posesivo, tengo que irme. — Camino y me doy la vuelta, encuentro sus ojos azules viéndome, le hago una seña para que se vaya, pero el niega, nunca se va si no me ve entrar primero. Eso me encanta, me encanta cómo me cuida, el es exactamente lo que quería en mi pareja. Le mando un beso antes de entrar al gran edificio. ¿Estoy nerviosa? Demasiado, hice mis prácticas en una empresa pequeña, tengo miedo de no ser contratada.

— ¿Señorita Tordoya? — Escuche mi apellido y me levanté, fui con la mujer de recursos humanos, ella revisó mi currículum y no le vi cara de estar impresionada. Cecilia me dijo que entrar aquí es muy difícil, a ella le llevo tres intentos entrar de secretaria. Trabajo durante dos años, y renuncio, dijo que ya no se sentía cómoda. Cecilia es mi prima, hija de la hermana de mi papá. Dos años mayor que yo, una mujer realmente hermosa, cabello negro, ojos grises, piel pálida con algunas pecas adornando su rostro. No somos mejores amigas, pero nos queremos mucho. Ella me ayudó a conseguir está entrevista. — Veo que habla tres idiomas. — La mujer me devuelve a mi realidad.

— Así es.

— Le haré unas preguntas en español y otras en francés, para corroborar que no miente.

— Adelante. — Dije con seguridad. Pues habló los tres idiomas casi a la perfección. Mi madre es francesa, y mi padre mexicano, los dos vinieron a Estados Unidos a trabajar, en el proceso se enamoraron y me tuvieron. Ellos son la relación más estable que he visto en toda mi vida, mi mejor ejemplo. Desde siempre anhele un amor cómo el suyo, y llegó Dylan. El dueño de mi corazón.

— ¿Quel niveau de français avez-vous ? — (¿Qué nivel de francés tiene?)

— Je croyais cela à quatre-vingts pour cent. —(Yo creo que un ochenta por ciento) Quizás sea más. Pero no quiero parecer presumida. La mujer me pregunta más cosas, mezcla español con francés, al parecer no sabe hablar ambos idiomas tan perfectamente. Le respondo todas las preguntas con una sonrisa. Ella termina diciendo que me llamarán. Me desánimo un poco. Quizás no me llamarán. Mientras salgo de la empresa voy un poco triste. Ver a Dylan me ayudaría mucho en éste momento.

Estoy un poco distraída, pero mis oídos captan una discusión, levanto la cabeza y choco con una mujer. Está tiene un cuerpo tan voluptuoso que me tira.

— Fíjate por dónde caminas inútil. — Me ve con desdén, y yo no entiendo que le hice, fue ella la que me tiró. — Nathan no puedes hacerme ésto. — Su mirada se va a un hombre. Esté es alto, muy alto, de cabello rubio, ojos más verdes que el césped, rasgos finos, realmente apuesto. El hombre pone sus ojos en mi, me da la mano para ayudarme a levantar.

— Gracias. — Ofrezco una sonrisa y extiendo mi mano. El me levanta y abraza. En ese momento mis ojos lo escanean. Trato de alejarlo, pero el me abraza más fuerte.

— Lo nuestro no puede seguir. Ya tengo alguien en mi vida. Y tú acabas de tratarla mal.

— ¿Disculpe...? — El me aprieta la cintura, haciéndome gemir de dolor.

— Ella es mi novia. Y tú eres pasado. — Intenta besarme, en ese momento recuperó la cordura y me apartó bruscamente.

— No se que está pasando. Pero yo a usted no lo conozco. — Intentó encontrar una razón lógica para esto, quizás me parezco a su novia, quizás el hombre tiene prosopagnosia, quizás acaba de salir de un manicomio. Todos los quizás no suenan muy lógicos.

— Amor ya no tiene caso ocultarlo. Ella tiene derecho a saber de lo nuestro. — Me jala a sus brazos, está a dos centímetros de mi boca, no sé cómo alejarlo, no quiero que me besé, sólo se me ocurre algo, estrechó mi mano en su mejilla. Estoy furiosa.

— No se que carajos intenta hacer. Pero no me prestaré a su juego. — Lo observo con disgusto. — Señorita yo no conozco al señor. Es la primera vez que lo veo, si tienen problemas arreglen eso sin meter a otros. Con permiso. — Qué tipo tan molesto. ¿Cómo se atreve a querer besarme a primera vista? Si Dylan se entera querrá matarlo.

Ella es mi novia

... Nathan.

Verónica me tenía fastidiado, ha sido una gran compañera de cama, pero no la amo, ¿acaso ninguna mujer va entender eso nunca? Yo no amo, no tengo razones para amar, lo considero una perdida de tiempo y desgaste emocional.

Le dejé las cosas claras desde el principio. Lo hago con todas las mujeres, no me gusta engañar, eso no me evita los reclamos cada vez que terminó una relación. La mujer me persigue a pasos veloces, en el proceso choca con una chica, haciéndola caer.

— Fíjate por dónde caminas inútil. — La chica permanece en silencio, confundida. — Nathan no puedes hacerme ésto. — Ignoró a mi aventura y poso mis ojos en la mujer del piso, es hermosa, tiene un rostro angelical, los ojos color miel, el cabello castaño rojizo, piel pálida, las cejas delgadas, nariz afilada, los labios mas apetecibles que he visto, y un cuerpo de modelo. Perfecto. Acabo de encontrar a mi nueva aventura. Le doy la mano para ayudarla a levantar.

— Gracias. — Me regala una sonrisa, y vaya sonrisa. La levanto por completo y abrazo, siento su mirada recorrer todo mi cuerpo, y luego a ella tratando de alejarme, cosa que evito fácilmente.

— Lo nuestro no puede seguir. Ya tengo alguien en mi vida. Y tú acabas de tratarla mal.

— ¿Disculpe...? — Aprieto su cintura para que se calle y me siga el juego.

— Ella es mi novia. Y tú eres pasado. — Intento besarla, pero ella se aleja bruscamente. Eso es nuevo para mi. Jamás me han negado un beso.

— No se que está pasando. Pero yo a usted no lo conozco. — Dice ella. Y me saca una sonrisa amarga que ocultó.

— Amor ya no tiene caso ocultarlo. Ella tiene derecho a saber de lo nuestro. — La jalo a mis brazos, estoy a sólo dos centímetros de saber cómo saben esos labios, antes de probarlos, su mano se estrecha en mi mejilla. La observó con rabia. ¿Cómo se atreve a golpearme?

— No se que carajos intenta hacer. Pero no me prestaré a su juego. — Me observa con disgusto. — Señorita yo no conozco al señor. Es la primera vez que lo veo, si tienen problemas arreglen eso sin meter a otros. Con permiso. — Se va sin remordimiento. Sin siquiera ofrecer una disculpa, todos en el lugar la observan con la boca abierta, esa niña no sabe cómo quién se metió.

Dejó a Verónica hablando sola, y me voy a mi oficina. Me interesa más saber quién es esa impertinente, que escuchar las estupideces de mi ex amante.

— ¿Qué rayos te paso en la mejilla? — Pregunta Marco al verme. Observo mi rostro en el espejo y está enrojecido. Tiene más fuerza de la que aparenta.

— Una tonta me golpeó. — Marco suelta una carcajada, es tan alta que probablemente ha llegado a la frontera con México.

— Cállate. No es gracioso.

— Si lo es. ¿Quién fue la protagonista de semejante azaña? Muero por conocerla.

— Eso tendrás que investigarlo tú. Quiero que la encuentres y me la traigas.

— ¿Para que?

— Para casarme con ella. — Digo sarcásticamente. — ¿Por qué otra razón la querría aquí?

— Ya va, no hace falta que seas irónico. La encontraremos y traeré, permiso amigo. Ya quiero conocerla.

... Esther.

Hogar dulce hogar. Entró y veo a mis padres compartiendo un beso apasionado, ¿es normal que una pareja se ame así después de veintidós años casados?

Carraspeó para llamar su atención. Ellos se separan con una sonrisa aún en sus labios.

— Bonjour mommy, hola papá. — Saludo a cada uno en su idioma natal.

— ¿Cómo te fue en tu entrevista? — Se acerca a preguntarme mamá. Me tiro el sofá, y le cuento.

— Bien.

— No tienes la cara de que te fue bien.

— La mujer de recursos humanos no dijo mucho. Supongo que otras candidatas eran mejores.

— No te desanimes. Pronto conseguirás trabajo, ya verás.

— Eso espero. — Tengo que ahorrar para mí boda. Todavía no me lo han propuesto, pero yo sé que me casaré con Dylan.

Hablando de el, escucho su moto llegar y me levanto corriendo. Abro la puerta y me encuentro con sus hermosos labios sonriendo, y un ramo de flores.

— ¿Cómo te fue?

— Bien.

— No suenas bien princesa.

— Eres igual a mi madre. Ahora entiendo por qué son amigos. — Se ríe.

— Toma. — Entrega las flores a mi mano. — No importa si no tienes trabajo. Siempre puedo mantenerte. — Me reí de su comentario.

— Sólo dejaré que me mantengas el día que nos casemos. — Le insinuó lo que quiero. El sonríe.

— Ese día no está muy lejos. Te lo aseguro. — Me llene de esperanza. Ya quiero que llegue el día en que pueda ser la señora Harrison. — ¿Puedo pasar o me quedo aquí mientras me comes con la mirada?

Rayos, ¿cuándo cambiaré esa mala costumbre que tengo? No puedo evitarlo, siempre lo veo cómo si fuera la primera vez. Cómo la tonta enamorada que soy.

— Pasa. — El entra y se sienta en el sofá. Habla un poco con mis padres. Ellos lo adoran. No fue así desde el principio, los primeros meses lo veían mal, cómo si no me mereciera, pero con el pasar de los años se encariñaron con el, lo tratan cómo a otro hijo.

— Amor, dejemos solos a los chicos. Deben tener cosas de que hablar. — Mi madre se lleva a mi celoso padre.

— Adoro a tu madre. — Se ríe Dylan y me besa. Un beso intenso, tierno, y lleno de amor. Cada vez que me besa me hace recordar nuestro primer beso, fue en nuestra fiesta de graduación, ahí me confeso sus sentimientos y me pidió ser su novia. No dude más de tres segundos antes de responder un si. — Te amo Esther.

— Yo también. — Volvemos a unirnos en un beso. Esté es interrumpido por una tos fingida de mi padre.

— Tu madre no nos consiguió mucho tiempo. — Se queja.

— Ya sabes las reglas. Mamá nos ayuda, papá interrumpe.

— ¿Te quedas a comer? — Pregunta mi madre mientras toma el brazo de mi padre.

— Claro que sí. — Responde el y nos vamos al comedor. Comemos, hablamos y nos miramos con complicidad. Cuatro años en una relación, pero no dejo de verlo como si fuera el monumento más hermoso de la tierra. No dejo de sentir cosquillas en la panza, cada vez que me besa. Y mi corazón no deja de latir desenfrenadamente al estar cerca del suyo. Mi amor por el es tan grande, que no puedo imaginar mi vida sin su presencia. Se que es el amor de mi vida, y que jamás amaría a nadie tanto cómo a él. Puedo asegurar que jamás me voy a enamorar de otro hombre. Todo mi ser tiene un dueño, y se llama Dylan Harrison.

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