El corazón, ese órgano vital, pequeño pero poderoso, es capaz de cosas sorprendentes. Apenas del tamaño de 3/4 de un puño, tiene la fuerza suficiente para bombear entre 4.7 y 5.7 litros de sangre por minuto. Suena increíble, pero lo hace unas 72 veces por minuto, sin descanso. Si una persona vive en promedio 66 años, su corazón habrá latido alrededor de 2.5 millones de veces. Un músculo que funciona de forma autónoma, sin control consciente, manejando impulsos eléctricos que lo hacen latir constantemente. Es fascinante cómo este órgano también se ha entrelazado con historias de amor, pero el doctor Noah Prada lo veía desde una perspectiva diferente.
Noah salió de la sala de cirugía, dejando atrás un trasplante de corazón exitoso. Mientras se limpiaba el sudor de la frente, uno de los enfermeros que había estado presente se le acercó con cierta timidez.
— Doctor Prada, la reunión del departamento está programada para esta tarde —le informó, intentando no interrumpir su proceso de relajación.
— ¿Ah, sí? —respondió Noah con una leve sonrisa, su mente aún en la cirugía—. Gracias por recordármelo.
Su trabajo era todo menos rutinario. Cada día traía un nuevo reto, un nuevo caso que le absorbía toda su energía, pero a cambio le ofrecía una estabilidad económica envidiable. El hospital estaba a solo veinte minutos de su apartamento, y para su alivio, nadie parecía incomodarse por su orientación sexual. Aunque había rumores, él mantenía su vida privada lo más separada posible del trabajo. No hablaba mucho de sus asuntos personales y, aunque era consciente de las miradas que despertaba, nunca dejaba que aquello afectara su concentración. Su interacción con los compañeros se limitaba a saludos ocasionales y charlas superficiales junto al bebedero.
Después de cambiarse y ponerse la bata blanca que lo identificaba como uno de los cirujanos principales del hospital, Noah se dirigió a la sala de espera, donde los padres del joven al que acababa de operar lo aguardaban con ansiedad. Al informarles que la operación había sido un éxito, los rostros de ambos se iluminaron, y las lágrimas no tardaron en brotar.
Mientras les explicaba algunos detalles del proceso, Noah no pudo evitar notar las miradas furtivas de algunos enfermeros que, desde la distancia, mantenían una conversación en voz baja.
— Él es tan genial... —murmuró Erick, un enfermero de 27 años que solía perderse en sus pensamientos cada vez que veía a Noah.
Su compañero Camilo, que estaba a su lado, siguió la dirección de su mirada y esbozó una sonrisa resignada.
— ¿Estás hablando del Doctor Prada? —preguntó con un tono de burla—. Pero si es un hombre. ¿Acaso eres gay o algo así?
Erick lo miró de reojo, evidentemente molesto.
— ¿Y qué si lo soy? No es gran cosa en estos días —respondió, restándole importancia—. He oído que el destello de determinación en sus ojos mientras opera es de ensueño. Míralo... Tiene una mirada tan intensa. Si alguna vez me mira directamente, creo que me derretiría...
Camilo dejó escapar un suspiro antes de responder con seriedad.
— No te conviene involucrarte con él —dijo, bajando la mirada a unos papeles—. Dicen que el Doctor Prada no es precisamente alguien de relaciones serias. Muchos enfermeros han salido con él... pero nunca llega a nada. No es más que un jugador en ese sentido.
— ¿En serio? —Erick parecía más intrigado que antes—. Wow...
— Te lo digo en serio —continuó Camilo—. Si te acercas demasiado, te convertirás en uno de sus juguetes. Y aunque salir con chicos no sea tan serio como salir con chicas para algunos, cruzar esa línea solo te llevará a lastimarte. Además, —Camilo sonrió con malicia—. Aunque se acueste con cualquiera, probablemente tenga sus estándares.
Erick lo fulminó con la mirada mientras Camilo se alejaba, pero no pudo evitar preguntarse si realmente tenía alguna oportunidad con el doctor.
Noah, ajeno a la conversación entre los enfermeros, se encontraba en la cafetería del hospital, observando a través de la ventana. La tarde estaba tranquila, y apenas había unas pocas personas en el lugar. Una manzana descansaba en su bandeja, la única comida que había decidido tomar para el almuerzo. No le gustaba comer en exceso a esa hora del día, ya que prefería cenar ligero.
De pronto, una bandeja se colocó junto a la suya, y al levantar la mirada, vio a Dylan, un joven enfermero que le sonrió con cierta timidez.
— No te importa si me siento aquí, ¿verdad, doctor?
Noah sonrió con suavidad y negó con la cabeza.
— Adelante, siéntate. ¿Quién podría rechazar a alguien tan encantador como tú?
Dylan soltó una pequeña risa y tomó asiento.
— Vaya, siempre tan encantador, doctor —comentó, dejando que sus miradas se cruzaran por un momento—. ¿Eso es lo único que comerás? —preguntó, señalando la manzana y la ensalada que Noah tenía frente a él—. No parece suficiente para alguien con tu energía.
— Ya me acostumbré —respondió Noah, llevándose la manzana a la boca—. No me gusta sentirme demasiado lleno durante el día.
Dylan se inclinó ligeramente hacia él, reduciendo la distancia entre ambos.
— ¿Y qué tal los dulces, doctor? —susurró con un tono insinuante, acercándose aún más a su oído—. ¿Te gustan los pequeños y dulces descansos después del almuerzo?
Noah lo miró de reojo, masticando tranquilamente la manzana antes de responder.
— Con gusto —dijo, con una sonrisa apenas visible.
Minutos después, en una de las habitaciones privadas destinadas a los doctores, Noah tenía a Dylan contra la pared. El joven enfermero gemía de placer con cada embestida, sus manos aferrándose a los hombros de Noah mientras su cuerpo temblaba.
— Ah... No puedo... —gimió Dylan, su voz entrecortada.
Noah mordió suavemente el lóbulo de su oreja, susurrando con un tono provocador.
— ¿Qué es lo que quieres que haga? Vamos, muñeco, ruégamelo con esa hermosa voz que tienes...
Los gemidos de Dylan llenaron la habitación mientras Noah continuaba, intensificando cada movimiento hasta que el joven alcanzó su clímax. Ambos se quedaron en silencio por unos segundos, recuperando el aliento. Luego, comenzaron a vestirse en silencio.
Dylan, mientras ataba los cordones de sus zapatos, intentó retomar la conversación.
— Parece que el doctor Edgar del departamento de pediatría será transferido a final de mes —comentó, sin mirar a Noah—. Están planeando hacerle una fiesta de despedida. Quizá podamos ir juntos, si no estás muy ocupado este viernes.
Noah, ahora completamente vestido, abrió la puerta de la habitación.
— Gracias por la invitación, pero creo que pasaré. No soy fan de las multitudes. —Hizo una pausa antes de añadir—. Y no me sigas ahora. Espera unos minutos antes de salir.
Dylan hizo una mueca, acostumbrado ya a los rechazos de Noah. El doctor salió de la habitación sin mirar atrás, sus pensamientos vagando mientras caminaba por los pasillos.
*¿Amar con el corazón?* —pensó Noah mientras sus pasos resonaban en el silencio del hospital—. *No, eso es estúpido. El dolor que sientes cuando las cosas no van bien... eso no es más que una reacción química. Un corazón roto es solo una respuesta del cuerpo al rechazo, un cúmulo de químicos que te hace sentir miserable. Pero una vez que entiendes cómo funciona, puedes evitarlo. Si no quieres ser presa de tus emociones, lo único que necesitas es tomar el control. Es mejor ser el cazador que el cazado.*
Noah sonrió para sí mismo mientras el eco de sus pasos se desvanecía en la distancia.
Una cosa llevó a la otra. Después de salir del hospital, me refugié en mi departamento, intentando no pensar en nada. Tal vez una noche viendo una película o leyendo un poco, porque uno nunca termina de adquirir suficiente conocimiento. Mientras estaba sentado, en algún lugar del mundo, alguien estaba haciendo un descubrimiento, tal vez una cura o una nueva forma de prevención.
Aun así, con esos pensamientos en mente, terminé saliendo a un bar de moda. Tras un par de tragos suaves, mi mirada recorría el lugar en busca de una nueva presa. Debía haber alguien por ahí que quisiera pasar una noche de pasión a mi lado.
Y lo encontré. Era un joven de no menos de 30 años, que aparentaba ser tímido, pero sabía que eso cambiaría poco a poco. Los que fingían ser así solían ser unos maniáticos del placer.
Así, una cosa llevó a la otra. Tras acercarme y conversar un poco, le sugerí que había mucho ruido en el lugar. ¿Y cómo terminamos? Pues en su departamento, que estaba a solo unas cuadras del bar. Me perdí en su cuerpo, en su interior. Fue una experiencia de absoluto placer; ninguno de los dos mencionó el compromiso, algo que agradezco eternamente, porque muchos lo hacen y resulta agobiante.
Era de madrugada cuando mi teléfono comenzó a sonar. Quería dejarlo sonar, pero estiré el brazo mientras bostezaba.
—Es demasiado temprano para llamar —dije, pues no debían ser ni las 6 de la mañana y tenía precisamente esa mañana libre. Leí el remitente y vi varios mensajes—. Maldición, ¿es una broma? ¿Un caso de emergencia a esta hora?
Un movimiento a mi lado me hizo volver la vista al joven que tenía a mi lado. Estaba durmiendo plácidamente. Miré alrededor.
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Saqué un bolígrafo y un pequeño papel de un bolso que solía llevar conmigo y dejé una nota: "Gracias, realmente me divertí anoche. Te llamaré". Luego, tras vestirme, salí de su casa y me dirigí al estacionamiento del bar. Tomé mi moto y conduje lo más rápido que la seguridad me lo permitió. Apenas llegué al hospital, varios enfermeros me estaban esperando.
—¡Doctor Prada, está aquí! —comenzó a decir una enfermera que traía un informe en la mano—. Lamentamos llamarlo tan temprano, Doctor. Hubo un accidente con un autobús turístico.
—Está bien, denme la historia del paciente.
—Doctor, muchas personas resultaron heridas en el choque. Muchas de ellas necesitan ser operadas inmediatamente.
—Sostenme esto —dije, entregándole el casco de moto a otra enfermera que estaba presente.
Empecé a caminar rápidamente mientras recibía el informe del paciente que debía operar.
—El nombre del paciente es Yohan. Tiene 59 años, es un hombre con el cráneo fracturado, muchas laceraciones a lo largo del cuerpo y otras heridas por el choque. Apenas está respirando.
—Vale —dije, mirándola fijamente a los ojos—. Llévenlo a la sala de operaciones inmediatamente.
Una de las presentes se quedó ensimismada, observando al elegante doctor con esa mirada penetrante y cautivadora. Pero ambas se reprendieron; no era el momento para pensar en esas cosas.
Cuando todo estuvo preparado, el doctor comenzó la operación. Podía escuchar el constante "bip... bip... bip..." de la máquina que monitoreaba el ritmo cardíaco.
—Succión —ordenó el doctor, estresado pero concentrado.
—Doctor, su presión sanguínea sigue descendiendo.
—Lo sé, pero aún no he encontrado la fuga. —La vida de la persona dependía de él y sentía que esa vida se escapaba de sus manos. El estado del hombre era crítico—. Su estado está empeorando. Pásame la pinza hemostática —dijo, mientras el ritmo del monitor se aceleraba—. Sigan abasteciendo sangre. Administren norepinefrina... Hay sangrado excesivo... Drenenlo.
—Su presión sanguínea ha descendido peligrosamente, doctor —dijo la enfermera después de un breve silencio, salvo por la máquina—. Doctor, está sufriendo un paro cardíaco.
—Maldición... No me hagas esto, Yohan... ¡Quédate conmigo! ¡Lucha por tu vida! ¡Mierda! ¡Lo estamos perdiendo! ¡Traigan el desfibrilador! —ordenó, mientras colocaba el dispositivo—. Carguen... Fuera...
Después de la larga operación, colocó sus manos frente al lavadero para doctores, respiró profundamente. En ese momento, la puerta se abrió y entró una doctora.
—Oh, Doctor Prada... Lamento todo esto. La has tenido difícil desde la mañana —dijo mientras se situaba a su lado—. Todo el hospital está desbordado por el accidente: doctoras, enfermeras... Incluso están llamando al personal de Franco. —Luego de mirarlo unos segundos, agregó—: Aunque, tu caso en particular... El paciente ya sufría lesiones graves antes de llegar. A pesar de todo, él había pasado su mejor momento. Hiciste todo lo que pudiste.
—Sí... Gracias, estaré bien, no te preocupes.
—Ahora que lo pienso, creo que te vi anoche en el bar "Dinamite"... No sabía que eras el tipo de persona que disfruta de ese ambiente —su tono adquirió un deje sensual.
—Tengo mis días. No lo frecuento con regularidad, solo cuando necesito un descanso o me siento aventurero.
—A mí me gusta pasar el rato allí —dijo la mujer, animada—. ¿Te gustaría ir juntos algún día? Como dicen, cuanto más, mejor.
—Aprecio la propuesta, pero yo prefiero estar solo.
Sin más que decir, salió de la pequeña habitación tras secarse las manos, dejando a la doctora Clara mirando hacia la puerta.
—Supongo que los rumores son realmente ciertos —dijo con una mueca—. Es una pena. ¿Por qué todos los hombres guapos son gays?
Noah, por su parte, fue a su habitación a cambiarse para hablar con los parientes del hombre que acababa de operar.
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Noah respiró hondo, abrió las pesadas puertas y se acercó con paso firme a una joven pareja.
—Hola. ¿Están aquí por el señor Yohan?
Ambos lo miraron y se levantaron, colocándose frente a él.
—Sí —dijo el hombre—. Somos parientes. ¿Usted fue quien lo operó, verdad?
—Sí —comenzó a decir la mujer con cara suplicante—. ¿Cuál es el estado de mi padre?
—Mi más sentido pésame. Hicimos lo mejor que pudimos. El paciente ya estaba en un estado crítico y tenía lesiones graves en el torso, lo que provocó una seria pérdida de sangre.
La joven se llevó la mano a la boca, las lágrimas comenzaron a caer y se tapó la cara con ambas manos.
—Oh no... Por favor, ¡no! ¡Mi papá no puede estar muerto! —se empezó a derrumbar poco a poco, apoyándose en su esposo para no caer—. Esto no puede ser cierto... ¡Acabamos de hablar por teléfono esta mañana!
—Todo está bien, cariño —dijo el hombre mientras la abrazaba fuertemente—. Estaré a tu lado, no estarás sola... Llora todo lo que necesites.
Mientras tanto, un joven que observaba la escena desde lejos, sonrió levemente al ver el rostro del doctor.
—Esto sí es interesante —dijo, recostándose levemente en la pared—. Un hombre sin corazón con la carga de ser portador de malas noticias... Un rostro sin expresión... Con una mirada fría, completamente carente de emociones...
A menudo escuchamos la frase: "No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes", y es cierto... Tendemos a dar las cosas por sentadas, y solo valoramos realmente cuánto significan para nosotros cuando estamos a punto de perderlas. Esta frase en particular encaja bastante bien con situaciones relacionadas con la vida y el amor.
—Señor Gael, la doctora lo verá ahora. Por favor, diríjase a la sala de examinación —dijo una mujer, sonriéndole.
—Muy bien —contestó él, devolviendo el gesto con otra sonrisa.
Gael se levantó de la silla en la que llevaba un buen rato esperando y comenzó a seguir su ya conocida ruta dentro del hospital. Aunque no llevaba mucho tiempo asistiendo, tenía buena memoria, así que le resultaba fácil recordar el camino. En su trayecto, se encontró con el doctor Prada, quien bebía un pequeño jugo de caja apoyado en las barandillas del segundo piso. Parecía tener la mirada perdida. Gael lo observó unos segundos, debatiéndose entre hablarle o no. Hizo una mueca indecisa y siguió caminando, intentando ignorar la fuerte presencia del doctor, pero fue en vano. Se detuvo a unos cuantos pasos y luego se acercó, colocándose detrás de él.
—Aparte de tu sentido de responsabilidad y deber como doctor... ¿no sientes empatía por los familiares de tus pacientes? —preguntó con suavidad.
El doctor de ojos miel se giró sorprendido ante la inesperada voz. La sorpresa se reflejó en aquel rostro, como si hubiera sido tallado por los mismos dioses.
—¿Pero qué...? —empezó a decir, callando abruptamente, quizás porque estaba a punto de soltar una palabrota—. ¿Lo siento...? ¿Nos conocemos? —preguntó, mirando intensamente a Gael, tratando de descifrar si se habían visto antes.
—Oh, no, para nada —dijo Gael con una sonrisa, manteniendo la mirada fija en los ojos del doctor.
—Entonces, deberías comenzar por presentarte, ¿no te parece? —respondió el doctor en tono de reprimenda, aunque claramente intrigado por la alegría y belleza que irradiaba aquel desconocido.
—Bueno, resulta que te noté esta mañana y he estado esperando encontrarte para hacerte una pregunta —dijo Gael con una sonrisa animada, demasiado animada para ser un desconocido—. Espero no estar molestándote demasiado... Mmm... Doctor Prada... —Añadió acercando su rostro al del doctor, quien abrió los ojos sorprendido por la cercanía. Gael se rió al notar la reacción y dijo—: Jajaja, lo siento... Es que soy corto de vista y hoy olvidé mis lentes...
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—¿Ok...? Disculpa, ¿qué era lo que me estabas diciendo hace un momento? No estaba prestando mucha atención... —dijo el doctor cuando su teléfono sonó, indicándole que tenía un mensaje en WhatsApp. Lo sacó y empezó a revisarlo mientras Gael continuaba hablando animadamente.
—Mi nombre es Gael —dijo, aún sabiendo que el doctor no le prestaba demasiada atención—. Quería preguntarte, ¿cuándo...?
—Mmm, disculpa, pero tengo un caso urgente que debo atender —lo interrumpió el doctor, apartando la mirada del teléfono y marchándose apresuradamente.
—Vale... Entonces, adiós... Ja, ja, debí haberlo previsto... Estos doctores son todos iguales...
Aun así, Gael lo observó hasta que su figura desapareció al final del pasillo. Una hermosa sonrisa se dibujó en su rostro.
Después de examinar detenidamente una radiografía, el doctor Prada habló con calma, pero con determinación. Lo que había descubierto era un rayo de esperanza para uno de sus pacientes.
—Aún no ha avanzado tanto —dijo, frunciendo el ceño—. Tenemos suerte de haberlo detectado a tiempo. La mejor forma de proceder probablemente sea con una operación.
—Informaré de inmediato al paciente y a su familia —dijo una enfermera.
—Y preparen la sala de operaciones —añadió el doctor.
—Sí, doctor.
La enfermera salió, y justo en ese momento entró la doctora Carolina Jiménez, una mujer de unos 45 años.
—Oh, doctor Prada, ¿aún no ha terminado su turno? —preguntó, sonriéndole a modo de saludo.
—Me temo que no, todavía no —respondió él con un suspiro. Así era la vida de los doctores.
La doctora sacó una radiografía y la colocó en el negatoscopio. Algo en la imagen llamó la atención del doctor Prada, quien se acercó con cuidado para examinarla más de cerca.
—Tienes un caso bastante interesante en tus manos.
—Es un caso recién transferido —dijo ella, mirando fijamente la radiografía—. Aunque el paciente es muy joven...
—¿Asumo que lo ha tenido desde que nació?
—Sí, pero parece que se ha cuidado bastante bien.
—¿Sería mucho pedir ver su historial? —preguntó el doctor Prada con una leve sonrisa.
—Ah, no, para nada —respondió la doctora, sonrojándose ligeramente—. En realidad, una segunda opinión de tu parte sería genial.
La doctora le entregó el historial médico. Al abrirlo, lo primero que vio el doctor fue la imagen del paciente.
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—Luce sorprendentemente saludable para alguien con esta condición...
—Sí, a mí también me cuesta creer que sufra de una enfermedad cardíaca, pero parece que ha pasado la mayor parte de su vida entrando y saliendo de hospitales... Es una lástima. Alguien tan joven debería poder disfrutar la vida al máximo. Aunque... Tal vez tenga la oportunidad de llevar una vida normal si recibe un trasplante de corazón. Su nombre ya está en la lista de espera, pero... No es considerado un caso de alta prioridad... Además, encontrar un donante compatible para él va a ser difícil...
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