Elizabeth
El baño se encontraba sumido en un profundo silencio, un silencio que solo era interrumpido por el sonido entrecortado de mi respiración. me había acomodado en el borde de la bañera, sintiendo la frialdad del cerámico bajo de mí. mis manos, nerviosas y temblorosas, sostenían con firmeza el test de embarazo, mientras mi mente se llenaba de pensamientos y emociones contradictorias. La tensión en el aire era palpable, y en ese momento, el mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo la ansiedad que me envolvía.
Mi corazón latía con una intensidad abrumadora, como si intentara romper las barreras de mi pecho. Cada segundo se sentía como una eternidad, alargándose de manera interminable, mientras una mezcla de ansiedad y temor invadía mis pensamientos.
—Por favor, que sea negativo — murmuré en voz baja, con una esperanza que sabía que era prácticamente inútil.
Fue un momento de pura agonía, y finalmente, cuando reuní el valor para mirar, las dos líneas rosas se dibujaron ante mí, brillando con la certeza que deseaba evitar. Menos que un simple signo; eran un grito de realidad que me miraba fijamente, asegurándome que el resultado era positivo.
Hace unos meses, mi vida era completamente distinta a lo que es ahora. En aquel entonces, era la novia en secreto de Alexander... sí, mi jefe, el director ejecutivo de una de las empresas más destacadas del país. Alexander era todo lo que cualquier mujer podría desear: poseía una inteligencia brillante, un carisma que iluminaba cualquier sala y una apariencia sumamente atractiva que no pasaba desapercibida.
Nuestra relación empezó de una manera estrictamente profesional; ambos éramos parte del mismo equipo y trabajábamos codo a codo en distintos proyectos. Sin embargo, a medida que pasaban los días y compartíamos más tiempo en la oficina, la conexión que comenzamos a desarrollar fue transformándose.
Sin embargo, nuestra relación llegó a su fin de forma repentina. Alexander consideró que sería lo mejor para los dos si tomábamos rumbos distintos. Me comentó que no podía permitirse distracciones en su vida profesional y que nuestra relación representaba un riesgo que no podía asumir.
Me incorporé del borde de la bañera y me dirigí hacia el espejo. Al mirarme, vi mis ojos inundados de lágrimas, reflejando el torbellino de emociones que dominaban mi mente. La confusión y el miedo se entrelazaban en mis pensamientos. ¿Cómo iba a lidiar con esta situación? ¿Cómo podría enfrentar a Alexander y decirle que estaba esperando un hijo suyo? La sola idea de tener esa conversación me llenaba de pánico. Era evidente que debía tomar una decisión, y debía hacerlo con urgencia.
Tomé la decisión de no compartir esta información con nadie, y en particular, de no decirle nada a él. No quería correr el riesgo de que esta noticia se filtrara de alguna manera y pusiera en peligro su carrera, que tanto esfuerzo le había costado construir. Además, me encontraba en un mar de dudas respecto a su posible reacción. No sabia si me ofrecería su apoyo o si, por el contrario, me rechazaría. La incertidumbre de no conocer su respuesta era verdaderamente abrumadora y me generaba una gran angustia.
Las primeras semanas de mi embarazo se convirtieron en una montaña rusa de emociones. Mi cuerpo experimentaba cambios significativos, y las hormonas parecían haberse desatado, causando una serie de reacciones imprevistas. Una sensación de náuseas me acompañaba de manera casi continua, mientras que la fatiga se hacía cada vez más apabullante, dejándome sin energía y sintiéndome agotada en todo momento. Sin embargo, lo más angustiante de esta etapa eran los miedos que invadían mi mente. Sentía un profundo temor ante lo desconocido, a la incertidumbre que me esperaba. La idea de tener que enfrentarme a Alexander me llenaba de inquietud.
Hice un esfuerzo por mantener mi rutina diaria lo más normal que se pudiera. Me dirigía a la oficina cada mañana, saludando con una sonrisa a mis compañeros, y realizaba mis tareas profesionales con la misma dedicación y compromiso de siempre. Sin embargo, cada vez que cruzaba miradas con Alexander, podía sentir cómo mi corazón se aceleraba, como si estuviera al borde de una revelación inminente de mi secreto. Intentaba esquivarlo en la medida de lo posible, pero en un ambiente de trabajo tan pequeño, donde todos compartíamos el mismo espacio, eso resultaba casi una misión imposible.
Era un día cualquiera en la oficina, pero el ambiente me resultaba más pesado de lo habitual. Me encontraba en la cocina, preparándome un té con la esperanza de que el calor y el aroma del brebaje aliviaran las náuseas que me atormentaban desde hacía un rato. Mientras esperaba que el agua hirviera, el sonido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos.
Alexander apareció en el umbral, iluminando el espacio con su sonrisa característica. Se acercó a mí con paso confiado, pero al mismo tiempo parecía estar atento a cómo me sentía.
—¿Cómo estás, Elizabeth? —preguntó, su voz era suave y cargada de preocupación.
—Estoy bien, gracias, respondí, mientras evitaba su mirada. Mis ojos se deslizaban hacia un punto indefinido en el suelo, como si buscaran refugio en ese lugar seguro, alejado de la intensidad de su escrutinio. La verdad es que no me sentía tan bien como decía, pero algo dentro de mí me impulsaba a mentir, a mantener las apariencias. Podía sentir el peso de la conversación en el aire, pero prefería no dejar que las palabras se interpusieran entre nosotros. Al fin y al cabo, a veces es más fácil afirmar que estamos bien que abrir la puerta a lo que realmente sentimos.
—Te ves algo pálida. ¿Estás realmente segura de que todo está bien? —preguntó él, dejando entrever su preocupación. Asentí con rapidez, intentando controlar mis emociones y evitar que se desbordaran.
— Sí, solo es un poco de estrés. No es nada de qué preocuparse, —respondí, con una mentira en los labios.
Alexander me observó intensamente por un instante, como si tuviera la capacidad de atravesar la fachada que había construido a mi alrededor. Después de un momento que pareció eterno, asintió con la cabeza y se dio la vuelta, alejándose de mí. Así, me dejaba sola con mis pensamientos y preocupaciones. Experimenté un alivio pasajero al ver que se marchaba; sin embargo, en el fondo de mi ser, era consciente de que no podría mantener esta situación indefinidamente. Tarde o temprano, me vería obligada a enfrentar la dura realidad que se me presentaba y a tomar una decisión crucial respecto a mi futuro y al de mi bebé.
Elizabeth
El trabajo se convirtió en una distracción muy necesaria para mí. Me entregué por completo a mis responsabilidades laborales, esforzándome por mantener mi mente activa y lejos de la cruda realidad que me aguardaba fuera de esas cuatro paredes. Cada vez que cruzaba miradas con Alexander, era como si un torbellino de emociones se desatara en mi interior: amor, dolor, y ahora, un secreto que tenía el potencial de transformar nuestras vidas para siempre. Intenté esquivarlo tanto como fuera posible, pero en un espacio de oficina tan reducido, esa era una tarea casi imposible de llevar a cabo. Cada interacción con él despertaba en mí una tormenta de sentimientos que trataba desesperadamente de controlar.
Al finalizar la jornada, me sentía completamente exhausta, tanto en el aspecto físico como en el emocional. Era consciente de que al llegar a casa tendría que confrontar a mis hermanos y fingir que todo estaba en orden, a pesar de la carga que llevaba en mi interior. Al cruzar la puerta, me recibieron con alegres sonrisas y el cautivador aroma de una sabrosa cena hecha en casa. Mis hermanos, siempre tan considerados y atentos, se habían esforzado por preparar mi platillo favorito, lo que me hizo sentir un poco más aliviada en medio de la tormenta emocional que enfrentaba.
—¡Elizabeth! ¡Llegas justo a tiempo para la cena! —exclamó mi hermano mayor, Tomás, mientras me envolvía en un cálido abrazo.— Hemos preparado algo muy especial para ti.
—Gracias, chicos —respondí, esforzándome por sonar lo más alegre posible—. ¡Huele realmente delicioso! .
Tomamos asiento alrededor de la mesa y empezamos a disfrutar de la comida. Las palabras de los demás circulaban con naturalidad, creando un ambiente distendido y alegre; sin embargo, yo apenas prestaba atención a lo que se decía. Mi mente divagaba hacia otros pensamientos, sumida en la incertidumbre del futuro y las decisiones importantes que debía enfrentar. Intenté concentrarme en la comida, llevándome un bocado a la boca, pero cada vez que lo hacía, sentía que la comida se convertía en una carga pesada en mi estómago, como si cada trozo fuera una roca que dificultaba mi digestión y aumentaba mi ansiedad.
De pronto, una intensa sensación de náuseas me invadió. Mi estómago comenzó a revolverse con una incomodidad creciente, y en ese instante comprendí que ya no podía continuar disimulando mi malestar. Sin pensarlo dos veces, me levanté de la mesa con rapidez y, a toda prisa, corrí hacia el baño, logrando llegar justo a tiempo para evitar un desastre mayor. Detrás de mí, pude escuchar a mis hermanos, que, alarmados, me siguieron preocupados por mi estado.
—Elizabeth, ¿te encuentras bien? —preguntó mi hermano menor, Javier, con una clara preocupación en su tono de voz.
—Sí, solo... un pequeño malestar —mentí, intentando sonar convincente—. Debe ser algo que comí.
Tomás me observó con desconfianza, sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y duda.
—No aparenta ser simplemente un malestar. ¿Estás completamente segura de que todo está en orden?
A pesar de su interrogante y de la inquietud que me generaban sus palabras, asentí con la cabeza. Sin embargo, en el fondo de mi ser, era consciente de que no podría seguir ocultando la realidad por mucho más.
— Sí, estoy bien — respondí, tratando de sonar convincente. —Solo necesito descansar un poco.
Mis hermanos se miraron entre sí con una expresión de preocupación en sus rostros, pero al final decidieron dejarme sola. Me acomodé en el suelo del baño, encogiendo mis piernas y abrazando mis rodillas con fuerza, mientras luchaba por contener el llanto que amenazaba con desbordarse. Era consciente de que debía tomar una decisión en un futuro cercano; no podía continuar cargando con este secreto y enfrentando el miedo constante de que alguien lo descubriera. La presión era abrumadora y cada instante se sentía como una eternidad.
Esa noche, después de que mis hermanos se habían acomodado en sus camas y el silencio invadió la casa, me quedé despierta, absorta en mis pensamientos. La confusión y la preocupación sobre mi situación me mantenían inquieta, dando vueltas en mi mente. Era evidente que necesitaba desahogarme y hablar con alguien sobre lo que me atormentaba, pero no me sentía preparada para enfrentar a Alexander y la complicada conversación que eso implicaría.
Fue entonces cuando decidí que lo más sensato sería buscar el apoyo de mi amiga más cercana, Laura. Desde siempre, ella había sido mi confidente, esa persona en la que podía confiar sin reservas. Era la única que verdaderamente me entendía.
................AL DÍA SIGUIENTE...............
Al día siguiente, llamé a Laura y le pedí que nos encontráramos en nuestro café favorito. Cuando llegué, ella ya estaba allí, esperándome con una sonrisa.
—Elizabeth, ¿qué pasa? Te ves preocupada.
Me senté frente a ella y tomé un sorbo de mi café, tratando de encontrar las palabras adecuadas. — Laura, necesito contarte algo. Algo importante.
Ella me observó con una expresión de inquietud en su rostro. —¿Qué está pasando? Puedes contarme lo que sea, estoy aquí para escucharte.
Suspiré profundamente, intentando ordenar mis pensamientos antes de hablar. Con cierta hesitación, empecé a relatarle toda la historia: cómo había sido mi relación con Alexander, los momentos felices y las complicaciones que habían surgido; luego, mencioné la prueba de embarazo positiva que había hecho recientemente, y cómo esa noticia había desencadenado una serie de sentimientos encontrados dentro de mí. Finalmente, le confesé mi decisión de no revelar nada de esto por el momento. Laura me escuchaba en silencio, prestando atención a cada palabra que salía de mi boca.
—Elizabeth, esto es... esto es realmente enorme—dijo finalmente, con un tono que denotaba asombro y preocupación. —¿Estás completamente segura de que no piensas decírselo a Alexander? Él tiene todo el derecho a enterarse de esto.
—Lo sé —respondí, mientras las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos y a dificultar mi visión—. Pero no puedo. No después de lo que sucedió al final. No quiero arruinar su vida ni su carrera.
Laura, con una expresión de comprensión en su rostro, me tomó de la mano y me miró profundamente a los ojos.
—Entiendo que tengas miedo —dijo suavemente— pero también debes pensar en ti misma y en tu bebé. No puedes llevar este peso sola.
Asentí, reconociendo que efectivamente tenía razón en lo que decía. Sin embargo, la mera idea de tener que enfrentar a Alexander me llenaba de un terror profundo.
—Necesito un tiempo para reflexionar. Aún no me siento preparada para decírselo — respondí.
—Sea cual sea la decisión que tomes, quiero que sepas que estaré aquí para ti, —me aseguró, con sinceridad en su mirada. —No tienes que lidiar con esto solá si no quieres.
Elizabeth
Los días transcurrieron con una lentitud abrumadora desde que tomé la decisión de mantener mi embarazo en secreto. Cada mañana, al abrir los ojos, sentía una poderosa mezcla de miedo y determinación apoderándose de mí. Era consciente de que debía continuar con mi vida, pero la incertidumbre acerca de lo que depararía el futuro se convertía en una carga pesada que arrastraba en mi interior. Mis hermanos, Tomás y Javier, comenzaban a percibir que algo me afectaba, que había un cambio en mi comportamiento, pero yo me esforzaba por disimularlo, insistiendo en que todo se debía al estrés que me provocaba el trabajo.
Una mañana, mientras me alistaba para ir a la oficina, Tomás me interceptó en la cocina con una expresión seria en su rostro. Me miró fijamente y, con un tono grave.
—Elizabeth, necesitamos tener una conversación.
Su tono hizo que mi corazón se acelerara un poco.
—No puedes seguir comportándote de esta manera. Todos notamos que algo te está perturbando.
Solté un suspiro profundo, consciente de que era en vano intentar seguir escondiendo lo que sentía.
—Tomás, estoy bien. Solo necesito un poco de tiempo para aclarar algunas cosas que tengo en mente.
Los observé a los dos con detenimiento, sintiendo una punzada de remordimiento que me invadía el pecho por no poder abrirme y compartirles el secreto que llevaba guardado.
— Lo entiendo y valoro mucho lo que han hecho por mí —les dije con sinceridad —Sin embargo, hay ciertas cosas que siento que debo afrontar y resolver por mi propia cuenta.
Tomás y Javier se miraron con expresiones de inquietud, intercambiando un mensaje silencioso que solo ellos comprendían. Después de unos momentos, ambos asintieron con determinación. Tomás se acercó a mí y, con una voz cálida y reconfortante. —Está bien, Elizabeth. Solo queremos que sepas que estamos aquí para ti, sin importar lo que ocurra. Luego, me envolvió en un abrazo sincero, transmitiéndome su apoyo incondicional.
—Agradezco mucho lo que han hecho, chicos — les respondí, sintiendo una sensación de alivio al pronunciar esas palabras. —Soy consciente de todo el esfuerzo que han puesto, y realmente lo valoro.
............. SEMANAS DESPUÉS ................
Inicié un proceso de investigación en busca de alternativas para trasladarme a otro país. Anhelaba encontrar un lugar en el que pudiera comenzar una nueva etapa en mi vida, donde nadie tuviera conocimiento de mi historia y de lo que había vivido hasta ese momento. Era consciente de que este cambio conllevaba numerosos desafíos y dificultades, pero me sentía completamente resuelta a llevarlo a cabo por el bienestar de mi bebé. No podía permitir que mi hijo creciera en un entorno lleno de secretos y engaños, donde las verdades fueran ocultadas y las mentiras se convirtieran en la norma. Mi objetivo era brindarle un futuro diferente, uno en el que pudiera desarrollarse en un ambiente honesto y saludable.
Con el paso de los días, mi determinación se volvía cada vez más firme. Era consciente de que debía marcharme antes de que mi embarazo se hiciera evidente para todos. La idea de tener que lidiar con las preguntas indiscretas y las miradas inquisitivas de mis colegas me resultaba abrumadora. Pero, por encima de todo, sentía una profunda aversión a tener que confrontar a Alexander. Su presencia y su capacidad para indagar en mis pensamientos me aterrorizaban, y quería evitar cualquier tipo de conversación incómoda que pudiera surgir entre nosotros.
Finalmente, tomé la difícil decisión de dejarlo todo atrás. Comencé a organizarme, haciendo una lista de las cosas que necesitaba atender. Vendí mis pertenencias, cada objeto cargaba una historia y un recuerdo, lo que hizo que el proceso fuera aún más doloroso para mí. También renuncié a mi trabajo, una decisión que, a pesar de ser necesaria, me llenaba de incertidumbre. Sin embargo, tenía claro que era lo mejor tanto para mí como para mi bebé, quien no tardaría en llegar a mi vida.
El día en que dejé la ciudad se convirtió en un momento inolvidable; en mi interior, se mezclaban sentimientos de tristeza y alivio. Me despedía de todo lo que amaba.
Mientras el avión comenzaba a elevarse en el aire, fijé mi mirada en la ventana y, de repente, una lágrima se deslizó por mi mejilla. Era un momento cargado de emociones, pues comprendía que este era solo el inicio de un nuevo capítulo en mi vida. Ante mí se dibujaba un futuro incierto, lleno de desafíos y obstáculos que tendría que enfrentar. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, estaba convencida de que estaba tomando la decisión correcta. Las razones que me habían impulsado a emprender este viaje eran claras: estaba protegiendo a mi bebé, brindándole la oportunidad de crecer en un entorno mejor, lleno de posibilidades y esperanza. La mezcla de tristeza y determinación.
El vuelo se extendió por varias horas, y cada minuto parecía un desafío que ponía a prueba mi resistencia. Intenté cerrar los ojos y sumergirme en un sueño reparador, pero mi mente no encontraba la paz. En lugar de descansar, estaba atrapada en un torbellino de pensamientos sobre todo lo que había dejado atrás.
Cada vez que intentaba relajarme y sumirme en la oscuridad del sueño, la imagen del rostro de Alexander inundaba mi mente. No podía evitar preguntarme cómo reaccionaría él si llegara a conocer la verdad que guardaba en mi pecho. ¿Me miraría con desprecio? ¿Desarrollaría un profundo resentimiento hacia mí por no haberle hablado sinceramente? .
Finalmente, el avión tocó tierra en el destino que había elegido. Opté por una ciudad pequeña y apacible, alejada del ruido constante y la presión de mi vida anterior. Anhelaba encontrar un lugar donde tuviera la oportunidad de comenzar de nuevo, un sitio donde nadie tuviera conocimiento de mi historia pasada. Mientras avanzaba por los amplios pasillos del aeropuerto, una intensa mezcla de alivio y nerviosismo invadió mi ser. Me encontraba sola en un entorno desconocido, rodeada de caras extrañas y voces que no tenía forma de interpretar. Sin embargo, a pesar de esa incertidumbre, también percibía la emocionante posibilidad de construir una nueva vida tanto para mí como para mi bebé.
Tomé un taxi que me llevó hasta el pequeño y acogedor apartamento que había arrendado. Aunque era modesto en su decoración y tamaño, tenía un ambiente cálido que me hacía sentir a gusto. Estaba situado a una distancia considerable del bullicioso centro de la ciudad, lo que me ofrecía la paz y la tranquilidad que tanto necesitaba en ese momento. Mientras comenzaba a desempacar mis pertenencias, me esforzaba por no pensar en lo que había dejado atrás, en la vida anterior que había decidido dejar. Este lugar representaba para mí un nuevo comienzo, una nueva oportunidad, y era vital que enfocara mi energía en el futuro y en todo lo que podía construir desde aquí.
Los primeros días en mi nuevo hogar se sintieron profundamente solitarios. Me encontraba en un lugar desconocido, rodeado de un ambiente familiar, pero al mismo tiempo extraño. No había hecho amistades aún, así que la mayor parte de mis horas transcurría dentro de las cuatro paredes de mi casa. Trataba de encontrar mi lugar, de adaptarme a esta nueva vida que se me presentaba. La rutina diaria consistía en explorar mi entorno, familiarizarme con los rincones de mi nuevo espacio y, en ocasiones, perderme en mis pensamientos, recordando momentos pasados. La sensación de vacío a menudo me acompañaba, mientras intentaba hacer frente a esta transición y buscar maneras de conectar con la nueva comunidad que me rodeaba.
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