Autor; Oronguin-sensei
Título: En las Sombras del Fuego
Capítulo 1: En la boca del lobo feroz!!
La lluvia caía sin parar sobre la ciudad, una cortina gris que parecía absorber todo rastro de luz y esperanza. En un rincón solitario del barrio viejo, donde los edificios antiguos se arrugaban bajo el peso del tiempo, se encontraba un pequeño taller de reparación de relojes. La luz de la farola cercana parpadeaba intermitentemente, proyectando sombras inquietantes sobre las paredes.
Dentro del taller, un hombre de unos cuarenta años trabajaba con una paciencia meticulosa. Se llamaba Alejandro Salazar, un hombre que no se destacaba por nada en particular en la vida cotidiana. Su apariencia era común: cabello oscuro, desordenado y barba de unos días. Sin embargo, la apariencia a menudo engaña.
Alejandro levantó la vista de su trabajo y miró el reloj en su mano. Era una pieza antigua, de oro y cristal, con una fina grieta en la esfera. Con movimientos precisos, comenzó a desmontar el mecanismo, como si desmantelar el reloj le diera una satisfacción especial. El reloj no era solo un objeto; era un símbolo de su habilidad, de su paciencia. Pero para Alejandro, también era una metáfora de lo que él estaba construyendo en secreto: un rompecabezas más oscuro y macabro.
Fuera, la lluvia seguía su curso, limpiando las calles de cualquier huella visible. La policía había estado buscando al asesino en serie que había estado aterrorizando la ciudad durante meses, un criminal que siempre parecía desvanecerse antes de que pudieran atraparlo. Alejandro sabía que el temor que él generaba estaba muy bien justificado, pero también sabía que su habilidad para escapar a la justicia era una obra maestra en sí misma.
Alejandro se acercó a la ventana del taller y miró hacia afuera. La lluvia se estrellaba contra el cristal, difuminando la vista de la calle vacía. Había algo de belleza en el caos, en la forma en que el agua barría todo lo que quedaba a la vista. Era un reflejo de su propia vida: un caos meticulosamente ordenado, donde cada acción tenía un propósito oculto.
Se giró hacia una mesa en la esquina del taller, donde había varios objetos dispersos: cuchillos, pinzas, y otros utensilios que no parecían encajar con la imagen de un relojero. Alejandro tomó un pequeño frasco de cristal y lo observó con atención. Dentro, había una sustancia viscosa de color rojo. Era una pieza más de su macabro rompecabezas, una prueba de su último “proyecto”.
Su teléfono móvil vibró sobre el banco de trabajo, rompiendo el silencio. Alejandro lo tomó y miró la pantalla. Era un mensaje de un número desconocido: "Estamos cerca de ti. El juego está a punto de cambiar."
Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro. La policía estaba cada vez más cerca, y la intriga solo aumentaba su placer. Alejandro sabía que no se dejaría atrapar tan fácilmente. Había planificado cada detalle con precisión, y cada movimiento que hacía estaba diseñado para dejar pistas falsas y confundir a las autoridades.
Alejandro guardó el frasco en un compartimiento secreto de su mesa de trabajo y apagó las luces del taller. Salió a la lluvia, donde la ciudad parecía aún más desolada. La tormenta arremetía con furia, como si la misma ciudad estuviera intentando limpiar las huellas de sus pecados. Pero para Alejandro, la tormenta era solo otro elemento en su juego.
Se internó en la oscuridad, seguro de que su siguiente movimiento mantendría a la policía a la zaga. La lluvia no solo limpiaba las calles; también limpiaba los rastros de un asesino que sabía cómo mantenerse en la sombra.
Así comenzaba la siguiente fase del juego, y Alejandro estaba listo para jugar hasta el final.
Capítulo 2: El Juego de las Sombras
La ciudad dormía bajo el manto de la tormenta. El rugido de los truenos y el tamborileo constante de la lluvia sobre los tejados creaban una sinfonía ominosa que ocultaba el verdadero peligro que se escondía en sus rincones más oscuros.
La comisaría local estaba en alerta máxima. Los oficiales se movían con rapidez por los pasillos, revisando una y otra vez las pistas, buscando cualquier indicio que los condujera a Alejandro Salazar, el hombre conocido en los titulares como "El Lobo". La presión sobre la fuerza policial había crecido enormemente, especialmente después del último hallazgo en una bodega abandonada: un nuevo cuerpo, una nueva víctima de la serie de asesinatos que habían aterrorizado a la ciudad.
El capitán Javier Martínez, un hombre de unos cincuenta años con una expresión endurecida por años de trabajo en el campo, estaba sentado en su oficina revisando el expediente del caso. Sus ojos se movían rápidamente de un documento a otro, buscando patrones en el caos que parecía cada vez más inexplicable. La frustración era palpable; Alejandro Salazar había demostrado ser un adversario astuto, siempre un paso adelante.
La puerta de la oficina se abrió de golpe y entró la detective Claudia Romero, una mujer joven con una determinación feroz. Su cabello castaño estaba recogido en una coleta alta, y sus ojos verdes reflejaban una mezcla de cansancio y determinación.
—Capitán, tenemos que revisar de nuevo el caso de las últimas víctimas —dijo Claudia, lanzando sobre el escritorio un conjunto de fotos y documentos.
El capitán Martínez levantó la vista, agotado pero aún enfocado.
—¿Qué tienes, Romero?
—Algo que podríamos haber pasado por alto. He estado revisando las escenas del crimen y noté un patrón en la forma en que se han dispuesto los cuerpos —dijo Claudia, señalando un gráfico en el que había trazado una serie de ubicaciones de los crímenes.
—¿Un patrón? —preguntó Martínez, frunciendo el ceño.
—Sí. Parece que hay una especie de ruta o secuencia en la elección de los lugares —explicó Claudia—. Y no solo eso, cada escena tiene un elemento en común que podría ser una pista para el próximo ataque.
El capitán Martínez se inclinó hacia adelante, observando las fotos y el gráfico con renovado interés.
—¿Qué elemento en común has encontrado?
—En cada escena, hay un objeto de valor que no ha sido robado —respondió Claudia—. Pero lo curioso es que en cada caso, el objeto tiene una conexión con la víctima. Creo que estos objetos están relacionados de alguna manera con el motivo del asesino.
Martínez asintió lentamente. La idea tenía sentido. Alejandro Salazar no solo estaba matando por placer; había algo más profundo, algo que se reflejaba en la elección de sus víctimas y los objetos que dejaba atrás.
—Muy bien, Romero, investiguemos estos objetos más a fondo. Tal vez podamos encontrar una conexión que nos lleve a nuestro hombre.
Mientras tanto, Alejandro Salazar estaba en su propio rincón oscuro, un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. La tormenta había amainado un poco, pero el viento aún soplaba con fuerza. Alejandro estaba sentado en una mesa, rodeado de papeles, fotografías y notas que había recopilado de sus investigaciones.
En el centro de la mesa había una foto de una joven mujer, su última víctima. Alejandro la miró con una expresión que combinaba admiración y desaprobación. Era un juego macabro, pero él lo veía como una forma de arte. Cada víctima era una pieza en su gran obra, cada escena del crimen un lienzo en blanco que él pintaba con precisión.
Sacó un cuaderno de cuero de su mochila y comenzó a escribir. Las palabras fluían con una elegancia inquietante mientras anotaba los detalles de su último "proyecto". Para él, cada detalle contaba, cada movimiento tenía un propósito.
De repente, su teléfono vibró nuevamente. Era otro mensaje, este con una advertencia: "Te estamos observando. No te confíes."
Alejandro sonrió para sí mismo. La amenaza solo aumentaba su entusiasmo. La policía estaba cada vez más cerca, y él estaba ansioso por ver cómo responderían a sus próximos movimientos. La caza había comenzado, y él estaba listo para enfrentarse a cualquier desafío que se le presentara.
Se levantó de la mesa y se dirigió a un pequeño compartimiento en la pared, donde guardaba sus herramientas. Sacó una pequeña caja de madera con un candado y la abrió. Dentro, había una serie de objetos y pruebas que había recolectado a lo largo de su carrera, cada uno con su propia historia y significado. Alejandro los miró con satisfacción, sabiendo que pronto tendría más que añadir a su colección.
Mientras el viento aullaba afuera, Alejandro se preparaba para su siguiente movimiento.
Capítulo 3: El Rastro de la Niebla
El amanecer llegó con un cielo despejado, una ligera calma después de la tormenta. La ciudad, aún húmeda y brillante, parecía respirar con alivio. Sin embargo, el aire estaba cargado de una tensión palpable, una inquietud que no desaparecía fácilmente.
En la comisaría, la actividad era frenética. Los oficiales estaban revisando los objetos que Claudia Romero había identificado como cruciales en el caso. Claudia y el capitán Martínez se encontraban en la sala de evidencias, rodeados de cajas y bolsas llenas de pruebas. Los objetos, cuidadosamente etiquetados y documentados, formaban una serie de piezas en un rompecabezas cada vez más complejo.
—Aquí está el reloj de la última víctima —dijo Claudia, colocando una caja sobre la mesa. Dentro, un reloj antiguo, con una esfera rota y una correa desgastada, descansaba en una almohadilla de terciopelo.
—¿Qué sabemos sobre este reloj? —preguntó Martínez, examinando el objeto.
—Es un modelo raro, fabricado en los años 50. La víctima tenía un interés en antigüedades —respondió Claudia—. Pero lo interesante es que cada uno de los objetos de las escenas del crimen tiene una conexión con los intereses o el pasado de las víctimas.
Martínez frunció el ceño mientras observaba el reloj. La idea de que los objetos estuvieran relacionados con las víctimas parecía encajar con el perfil del asesino. Era un detalle que podría ser crucial para desentrañar su motivo.
—Entonces, ¿qué te dice esto sobre el próximo objetivo? —preguntó Martínez.
—No lo sé con certeza —dijo Claudia—. Pero si el patrón continúa, el próximo objeto debería tener alguna conexión personal con la víctima. Necesitamos descubrir cuál es el próximo objeto en la lista y quién podría ser la víctima.
Mientras tanto, Alejandro estaba en su apartamento, revisando los últimos detalles de su plan. Había observado a la policía desde la distancia, siguiendo sus movimientos a través de un canal encriptado que había establecido para estar al tanto de cualquier avance. La información que recibía le permitía ajustar su estrategia y mantenerse siempre un paso adelante.
Alejandro estaba particularmente interesado en el perfil de las víctimas que la policía había estado construyendo. Había logrado anticipar la búsqueda de patrones en los objetos de valor y la conexión con las víctimas, lo cual le daba una ventaja para mantener el juego en sus términos.
La mañana avanzaba y Alejandro decidió dar un paseo. Se adentró en el mercado de antigüedades, un lugar que conocía bien. Entre los puestos, vio una colección de relojes antiguos, libros viejos y objetos de colección. Sabía que la policía estaba en la pista de los objetos valiosos, así que era el momento perfecto para encontrar su próximo "regalo".
En una tienda de antigüedades polvorienta, Alejandro se encontró con un viejo vendedor que lo conocía bien. El hombre, de cabello canoso y manos temblorosas, le sonrió con reconocimiento.
—Buenos días, señor Salazar. ¿Qué puedo ofrecerle hoy? —preguntó el vendedor.
—Estoy buscando algo especial —dijo Alejandro, observando los objetos con atención—. Algo con historia, pero también con valor sentimental.
El vendedor asintió y se adentró en una trastienda, volviendo con una caja de madera antigua. Dentro, había una serie de objetos curiosos, pero Alejandro se detuvo ante una pequeña medalla con una inscripción en latín.
—Esto es perfecto —dijo Alejandro, tomando la medalla y examinándola con cuidado—. ¿Cuánto cuesta?
—Para usted, señor Salazar, un precio especial —respondió el vendedor, sonriendo.
Alejandro pagó sin dudar, consciente de que este objeto podría ser el próximo en su serie. La medalla tenía un valor simbólico que encajaba perfectamente con el patrón que había establecido.
Mientras regresaba a su apartamento con la medalla en su bolso, Alejandro sintió una satisfacción creciente. La policía estaba buscando una conexión entre las víctimas y los objetos, y él estaba a punto de darles exactamente lo que querían, pero con un giro inesperado.
El día avanzaba y la comisaría seguía trabajando sin descanso. Claudia, que había estado revisando el perfil de las víctimas y sus intereses, se detuvo en seco al encontrar un patrón en los datos que estaba analizando. Cada víctima había tenido algún tipo de objeto personal que había sido dejado en la escena del crimen, y todos esos objetos parecían tener un valor sentimental específico.
—Capitán, creo que hemos encontrado algo —dijo Claudia, dirigiéndose a Martínez—. Si el asesino sigue este patrón, el próximo objeto debería ser algo que tenga una fuerte conexión emocional con la víctima.
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