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Ecos De Acero

Pequeños Susurros 1

Somi había estado vagando por el bosque durante horas. El sol apenas se filtraba a través de la densa capa de nubes y la niebla que cubría el lugar, dándole un aire fantasmal. Sus pasos eran ligeros pero constantes, su respiración calmada a pesar de la creciente desesperación. A cada árbol y a cada piedra le resultaban iguales, y la sensación de estar dando vueltas en círculos comenzaba a apoderarse de ella.

El bosque, normalmente un lugar de paz y reflexión para ella, se había convertido en un laberinto sin salida. Mientras avanzaba, un sonido sutil llamó su atención. Era un crujido, diferente al ruido habitual de la naturaleza. Giró la cabeza, alertada, y sus ojos se encontraron con una figura tambaleante emergiendo de entre la niebla.

Era un joven, claramente herido. Su ropa estaba rasgada y manchada de sangre, y una espada colgaba pesadamente de su mano. Somi sintió una punzada de temor y compasión al mismo tiempo. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia él.

—¡Oye! —llamó con la voz entrecortada por la preocupación—. ¿Estás bien?

El joven levantó la mirada, sorprendido por la aparición repentina de Somi. Sus ojos, llenos de dolor y confusión, se encontraron con los de ella. Intentó hablar, pero su voz se apagó en un murmullo incomprensible. Sus piernas finalmente cedieron y cayó de rodillas al suelo, soltando la espada que se hundió suavemente en la tierra blanda.

Somi se arrodilló a su lado, sin saber exactamente qué hacer. Buscó en su mochila algún tipo de venda improvisada, cualquier cosa que pudiera detener la sangre que fluía de la herida del joven.

Somi es una joven de cabello rosa que caía en suaves ondas hasta sus hombros. Sus ojos, de un rojo muy tenue, contrastaban con su piel pálida, dándole un aire etéreo y un tanto irreal. Vestía ropa sencilla, adecuada para caminar por el bosque, pero su postura y sus movimientos mostraban una determinación y fortaleza que desmentían su apariencia delicada.

Al examinar al joven, Somi notó más detalles. Era bastante pequeño y su cuerpo estaba casi completamente cubierto por harapos. A pesar de su estado maltrecho, había algo en él que despertaba una profunda compasión en ella. Al examinarlo más de cerca, sus manos temblorosas se detuvieron en su rostro.

Debajo de la suciedad y el cansancio, el joven tenía una cicatriz prominente que cruzaba su ojo izquierdo. Era una quemadura antigua, pero claramente visible, un recordatorio permanente de un pasado doloroso. La piel alrededor de la cicatriz estaba tensa y desfigurada, y el ojo debajo de ella parecía mirar al mundo con una mezcla de desconfianza y tristeza.

Somi se mordió el labio, intentando no dejar que su propia conmoción la distrajera de la tarea urgente. Arrancó un trozo de tela de su propia camisa para improvisar una venda y comenzó a limpiar la herida con cuidado.

—Esto puede doler un poco, pero necesito limpiar la herida —dijo con suavidad, esperando calmarlo.

El joven no se resistió. Su respiración se hizo más profunda y pausada, como si la presencia de Somi le diera una chispa de esperanza. Mientras ella trabajaba, notó que sus manos estaban sorprendentemente limpias y cuidadas, una extraña contradicción con el resto de su aspecto.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Somi, intentando mantenerlo consciente.

El joven tardó en responder, su voz apenas un susurro.

—...Nezu.

—Nezu, me llamo Somi —dijo ella con una sonrisa tranquilizadora—. No te preocupes, encontraremos una salida de este bosque juntos.

Nezu asintió débilmente, sus ojos cerrándose poco a poco mientras la extenuación lo vencía. Somi continuó trabajando, su mente llena de preguntas. ¿Qué le había pasado a este joven? ¿Por qué estaba solo en el bosque y herido de esa manera?

— Puedes caminar?— pregunto somi levantando a Nezu de a poco.

Nezu intentaba responder pero si boca no lograba vocalizar, aun con sus heridas hace un gran esfuerzo para caminar apoyándose de Somi.

— Está bien... No todo está perdido— Dijo mientras comenzaba a caminar con Nezu apoyada en ella.

Somi sentía la tensión en el cuerpo de Nezu, pero también notaba una determinación en él que la conmovía. Había algo más que simple supervivencia en su lucha; un propósito que Somi no podía descifrar aún, pero que intuía al notar como Nezu no apartaba en ningún momento la mano derecha de la empuñadura de la espada.

Mientras avanzaban, Somi comenzó a hablar en un intento por distraerlo de su dolor, pero también para entender más sobre el misterioso joven. Le contó brevemente cómo había llegado al bosque esa mañana, Como estaba acompañando a un amigo en su trabajo de transportador de carga y cómo sin darse cuenta se separó de su amigo y había terminado perdida en el laberinto de árboles y niebla. Su voz era suave, casi un susurro, como si temiera romper el frágil equilibrio que los mantenía en movimiento.Nezu, aunque agotado, asintió de vez en cuando, demostrando que estaba escuchando. Pero cuando Somi mencionó la tranquilidad habitual del bosque, su semblante se oscureció. Intentó decir algo, pero el esfuerzo le costó, y solo un débil gemido salió de su garganta.Somi se detuvo, preocupada.

.—No fuerces—, dijo con suavidad, apoyando una mano en su hombro. —Guarda tus fuerzas.

Después de unos minutos caminando sin ningún rumbo en específico, Somi ve una sombra entre los árboles, creyendo que era su amigo grito para llamarlo pero al ver cómo la sombra se incorpora y logra ver realmente lo que es, se asusta al ver que era un oso, rápidamente sujeta con mas fuerza a Nezu.

—Esto es malo, esto es malo—Repite claramente nerviosa intentando caminar lo más rápido posible sosteniendo a Nezu— Vamos Nezu camina.

Al ver cómo Nezu le costaba cada vez caminar entra más en pánico ante la inminente llegada del oso.

—Tu puedes, Camina por favor— Suplicaba sin éxito.

—Ah?— Decía Nezu que apenas se mantenía consciente— Qué es esa luz?

—No hay tiempo para eso— Respondía Somi mientras arrastraba a Nezu, sin darle importancia a lo que dijo suponiendo que era una alucinacion o algo parecido.

—Esa luz, es tan molesta— Susurraba Nezu hablando para si mismo.

Somi trataba de acelerar el paso, pero el pánico la comenzaba a paralizar. El gruñido del oso resonaba en sus oídos, y la mano de Nezu estaba cada vez más fría.

—Esto no puede estar pasando— pensaba desesperadamente.

Nezu, en su estado de semiinconsciencia, parecía ajeno al peligro inminente. Seguía murmurando sobre la luz, una luz que para él era imposible ignorar. Sus ojos, pesados y agotados, apenas podían enfocarse, pero aquella luz brillaba en su mente como una estrella, arrastrándolo hacia un lugar más confortable.

...

Esas luces son tan hermosas, vuelan y terminan su corta vida con una explosión de colores a los ojos de miles de personas, no podía dejar de verlos y solo desvie la mirada ante el toque de esa mujer.

—Pequeño te estaba buscando por todos lados— Esa mujer hablaba de un modo tan preocupado y agotado—Por favor no vuelvas a hacer eso.

Lo único que hice para justificar mi desobediencia fue apuntar a esas extrañas luces esperando que esa mujer logrará entender lo hermosas que eran.

—Cariño, cuando terminemos podremos venir a verlos— Me dijo de un modo tan cariñoso mientras me tomaba de la mano y me hacía caminar— Vamos, tenemos que ir a la ceremonia.

La ceremonia me aterrada no creía ser lo suficientemente capaz para cumplir todas las esperanzas que esa mujer estaba poniendo en mi, tal vez fui muy evidente en mi expresión o ella sabía lo difícil que era para mí, se agachó a mi altura y me abrazó.

—Tranquilo pequeño, lo harás increíble solo recuerda todo lo que aprendiste— me decía mientras me seguía abrazando— y de todos modos si no lo logras seguirás a mi lado, al menos para mí es ganar y ganar.

¿Todo lo que aprendí?

...

Nezu, aún perdido entre el velo de su difusa mente, comenzó a levantarse con dificultad. Su cuerpo actuaba por instinto, movido por una fuerza que trascendió su consciencia. Con una mano temblorosa pero firme, alcanzó su espada y adoptó una postura defensiva. El brillo en sus ojos, ahora vacío, contrastaba con la determinación que emanaba de su figura.

Somi lo observaba con una mezcla de asombro y miedo. No podía creer lo que veía, pero sabía que no podía detenerlo. El oso, cada vez más cerca, rugía con una furia que hacía temblar el suelo. Nezu, sin pronunciar palabra, desenvainó su espada en un movimiento fluido, casi ritual. Y en el instante en que la bestia estuvo lo suficientemente cerca, lanzó un tajo certero.

El aire se llenó del sonido metálico del acero cortando la carne, y el rugido del oso se transformó en un alarido de dolor. Somi sintió que su corazón se detenía por un momento, el tiempo parecía realizarse. Nezu, todavía en su trance, permanecía inmóvil, observando al animal herido con una mirada ausente como si no estuviera realmente allí.

La gran herida que había abierto en el oso sangraba profusamente y la criatura retrocedió debilitada, mientras Somi se acercaba lentamente a Nezu, temerosa de lo que podía pasar a continuación.

—¿Nezu?— preguntó Somi, su voz temblando al ver al joven totalmente inmóvil. Durante un breve instante, el mundo pareció detenerse. Luego, como si toda la energía que lo sostenía hubiera sido drenada, Nezu finalmente sucumbió al agotamiento y se desplomó al suelo.

Somi corrió hacia él, arrodillándose a su lado con el corazón en un puño. Sus manos temblorosas se posaron sobre su hombro, verificando su estado con ansiedad. Aunque Nezu estaba inconsciente, su mano permanecía aferrada a la espada, como si incluso en ese estado no pudiera soltarla. La hoja, adornada con un intrincado patrón de olas de un verde marino profundo, parecía brillar tenuemente bajo la luz que apenas alcanzaba a filtrarse entre los árboles.

Somi observó aquella espada con una mezcla de asombro y preocupación. Había algo en ella, algo que no podía entender, pero que la inquietaba profundamente.

Pequeños Susurros 1.1

La luz del atardecer se filtraba tenuemente a través de las cortinas raídas, proyectando sombras alargadas en las paredes de la pequeña habitación. Nezu yacía en la cama, su respiración irregular y su piel pálida contrastaban con las vendas que cubrían sus heridas. La espada descansaba sobre una mesa cercana, envuelta en una tela oscura, como un secreto oculto a la vista.

Somi estaba sentada junto a la cama, su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y agotamiento. Había logrado llevar a Nezu hasta aquel lugar, una casa solitaria en medio del pueblo, gracias a la ayuda inesperada de su abuelo. Pero ahora, la desesperación comenzaba a apoderarse de ella.

—No es un herido común, ¿verdad? —La voz del anciano rompió el pesado silencio, arrastrándola de vuelta a la realidad. Estaba de pie junto a la puerta, observándola con unos ojos que parecían haber presenciado demasiado en su larga vida. Su figura encorvada y su cabello blanco contrastaban con la firmeza de su mirada.

Somi asintió lentamente, sin apartar los ojos de Nezu. No había tenido tiempo de explicarse ni a sí misma qué estaba ocurriendo realmente, pero sabía que algo en él, en la espada, era diferente, inquietantemente diferente.

—¿Quién es él? —insistió el anciano, dando un paso hacia adelante, su tono ahora más suave, casi paternal.

Somi tomó aire antes de responder, sintiendo que las palabras se le atragantaban en la garganta.

—No lo sé… se llama Nezu. Lo encontré en el bosque, herido y… —Se interrumpió, sintiendo el peso de las preguntas que no había podido contestar—No sé qué le ha pasado, pero sé que no puedo dejarlo solo.

El anciano la observó por un momento, evaluando la determinación en su voz. Luego, asintió con un gesto lento y deliberado.

—Tuviste suerte de que te encontrara —dijo el abuelo, su tono más grave, casi regañándola— Sabes lo peligroso que es adentrarse en el bosque sola.

—Tampoco tuviste que entrar al bosque, ya estás anciano, fue más peligroso para ti que para mí —replicó Somi, cruzando los brazos con firmeza.

—Puede que esté viejo, pero eso no significa que sea menos fuerte —respondió el anciano, su tono impregnado de un orgullo terco.

Un silencio incómodo cayó sobre ellos, mientras ambos miraban a Nezu. Somi finalmente se levantó y se acercó a la mesa. Con cuidado, desenrolló un poco la tela oscura que cubría la espada, revelando un logo en la parte inferior de la funda: unas alas blancas con una corona dorada y cuatro estrellas.

—¿Has visto este logo antes, abuelo? —preguntó, mostrando el símbolo al anciano.

El abuelo frunció el ceño, examinando el logo con detenimiento.

—Nunca lo he visto… tal vez sea de otro reino o de una compañía extraña —murmuró— Aunque… hay algo que me inquieta.

Somi levantó la vista, sorprendida por el tono enigmático de su abuelo. Volvió a cubrir la espada y la dejó sobre la mesa, su mente dando vueltas.

—¿Qué es? —preguntó, su voz apenas susurro.

—¿Cómo le explicarás a Stefan todo esto? —El anciano entrecerró los ojos— Él debe seguir buscándote en el bosque.

—Estoy esperando a que vuelva —respondió Somi, aún con la mirada fija en Nezu—¿No fue él quien te pidió ayuda antes de regresar al bosque?

—Sí, sabía que necesitaba la ayuda de un veterano como yo —dijo el abuelo, con un tono que dejaba ver su orgullo.

—Solo estaba desesperado —replicó Somi rápidamente—De todos modos, ¿cómo me encontraste?

—Encontré un oso muerto, seguí su rastro de sangre y luego vi tus pisadas —explicó el abuelo.

—¿Seguiste la sangre de un oso agonizante? —Somi lo miró con incredulidad—¿No te pareció peligroso?

—Supuse que alguien te había rescatado… No pensé que fuera al revés —admitió el abuelo, encogiéndose de hombros.

—Diría que fue algo mutuo —dijo Somi en voz baja, su mirada volvió a posarse en Nezu.

El anciano la observó en silencio, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y curiosidad. Dio unos pasos hacia la cama, inclinándose ligeramente para examinar mejor a Nezu.

—Es muy joven para haber sufrido tanto —murmuró el anciano, sus ojos recorriendo las cicatrices que marcaban el cuerpo de Nezu— Esas heridas no parecen obra de una simple caída o de un accidente en el bosque.

Somi asintió, sintiendo un nudo en la garganta al observar la quemadura que cubría el ojo izquierdo de Nezu, un recordatorio visible de un pasado que ella apenas empezaba a comprender.

—Lo sé, abuelo —susurró, sin apartar la vista de Nezu—Pero esas heridas no son lo único extraño. Su espada… no es como las demás. Hay algo en ella, algo que no puedo explicar, pero que siento profundamente.

El anciano frunció el ceño y se acercó lentamente a la mesa donde reposaba la espada, cubriendo la distancia con pasos cuidadosos.

—Es un arma inusual, nunca vi nada parecido, ni siquiera entre los altos mandos —dijo, su tono grave—Pero más que la espada, lo que me preocupa es él. Un chico de su edad con heridas tan profundas, con una quemadura tan precisa en el ojo… Y la manera en que dijiste que maneja esa espada. Parece un guerrero experimentado, pero a la vez… hay algo frágil en él.

Somi apartó la vista de Nezu y volvió hacia su abuelo.

—¿Crees que podría haber sido entrenado? ¿En el ejército o en algún otro lugar? —preguntó, con incertidumbre en cada palabra.

El anciano suspiró, su mente claramente vagaba por recuerdos lejanos.

—Es posible. Muchos niños son entrenados, pero nunca vi uno en el campo —respondió finalmente—Lo que me inquieta más es por qué alguien tan joven y entrenado está tan herido y solo. ¿Y por qué esa espada? Un arma tan extraña no pertenece a un simple soldado.

Somi sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había pensado lo mismo, pero escucharlo en voz alta hacía que la situación pareciera aún más siniestra.

—No podemos dejarlo aquí, Somi —continuó el abuelo, su tono ahora más severo—Si alguien lo está buscando, o si esas heridas son el resultado de algo más grande… ¿Y si es un criminal?

Las palabras del anciano la sorprendieron, y en un impulso, se acercó rápidamente a él, tomándole la mano con fuerza.

—¡Pero abuelo! —dijo, su voz cargada de desesperación—No podemos hacer eso.

Somi se sentó de nuevo en la cama, atrayendo a su abuelo hacia Nezu.

—Míralo, no podemos suponer cómo es o fue su vida —dijo, con un tono firme y desafiante.

—Somi, en este mundo debemos suponer lo peor siempre —respondió el abuelo con la misma firmeza, su voz como una advertencia.

Somi frunció el ceño ante aquellas palabras, pero antes de que pudiera responder, el anciano se acercó aún más a la cama. Observó a Nezu con detenimiento, sus ojos deteniéndose en la espada envuelta. Un suspiro pesado escapó de sus labios.

—Debemos ser cuidadosos —advirtió—Esta espada… y el muchacho, están conectados de una forma que no comprenderemos fácilmente.

Somi lo miró sorprendida, pero antes de que pudiera hacer más preguntas, el anciano continuó.

—Deberías descansar. Yo vigilaré a tu amigo por esta noche —ofreció, dándole a Somi un momento para asimilar todo lo que acababa de escuchar—Mañana, tal vez él pueda contarnos su historia.

Somi asintió lentamente, sintiendo cómo su cuerpo finalmente cedía al cansancio. Se levantó con dificultad, lanzando una última mirada preocupada a Nezu antes de dirigirse hacia la pequeña habitación que el anciano le había preparado.

Somi se dirigió lentamente a la pequeña habitación que su abuelo le había preparado. Cada paso que daba se sentía pesado, como si el peso de la noche y las preguntas sin respuesta se estuvieran acumulando en sus hombros. Al entrar, una brisa suave entraba por la ventana abierta, moviendo las cortinas de forma casi imperceptible. El colchón, aunque humilde, parecía un lujo en comparación con la dura realidad que había vivido ese día.

Se dejó caer en la cama, exhalando un suspiro profundo. La imagen de Nezu, frágil y herido, no abandonaba su mente. Recordó cómo lo había encontrado, solo y desamparado en el bosque, y cómo había sentido una conexión inmediata, una urgencia por protegerlo. Pero ahora, tumbada en la cama, las dudas empezaban a surgir. ¿Quién era realmente Nezu? ¿Qué significaba esa espada tan inusual? Y más importante aún, ¿en qué tipo de peligro se había metido al traerlo aquí?

Intentó cerrar los ojos y dejar que el cansancio la arrastrara al sueño, pero los pensamientos seguían acosándola. Las palabras de su abuelo resonaban en su mente: "Debemos suponer lo peor siempre". ¿Y si Nezu realmente era peligroso? ¿Y si al ayudarlo había puesto en peligro a su abuelo y a ella misma?

Pero al recordar la expresión en el rostro de Nezu, esa mezcla de dolor y vulnerabilidad, la duda se disipó un poco. No podía creer que alguien tan joven y quebrantado pudiera ser malvado. Tal vez, solo tal vez, él estaba huyendo de algo mucho más oscuro.

Finalmente, el agotamiento venció a sus pensamientos. Su mente se fue apagando lentamente, y la oscuridad del sueño la envolvió, llevándola lejos de la angustia que la había mantenido despierta.

***

La luz del amanecer comenzaba a colarse por la ventana cuando Somi abrió los ojos. Se estiró en la cama, sintiendo los músculos entumecidos por la tensión acumulada del día anterior. Por un momento, todo le pareció irreal, como si lo que había ocurrido la noche anterior fuera solo un mal sueño. Pero al escuchar los sonidos lejanos de la casa, el crujido de la madera bajo el peso de alguien caminando, la realidad volvió a caer sobre ella.

Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta, sintiendo un nudo de ansiedad formarse en su estómago. Al abrirla, el olor a café y pan tostado la recibió. Su abuelo estaba sentado en la pequeña mesa de la cocina, sorbiendo su café con una calma que casi parecía inapropiada, dado todo lo que estaba ocurriendo.

Pero lo que realmente captó su atención fue la figura junto a la ventana. Stefan, de tez oscura, cabello marrón y un cuerpo fuerte, estaba de pie, mirando hacia afuera con una expresión sombría en su rostro. Su postura era rígida, con los brazos cruzados sobre su pecho, como si estuviera conteniendo una tormenta interna. Cuando giró la cabeza al escucharla entrar, sus ojos, oscuros y penetrantes, se clavaron en los de Somi con una mezcla de preocupación y desaprobación.

—Por fin te levantas —dijo Stefan, su tono cargado de reproche—¿Te das cuenta de la locura que cometiste ayer?

Somi se detuvo en seco, sorprendida por la brusquedad de sus palabras. A pesar de su tono, sabía que Stefan estaba más preocupado que enfadado, pero eso no disminuía el impacto de sus palabras.

—Lo siento… No sabía cómo encontrarte y… no podía dejarlo solo —intentó explicar Somi, acercándose lentamente.

—¿El chico de la cama? —Stefan interrumpió, su voz fría y cortante—¿El mismo chico que encontraste en el bosque, herido, con una espada que nadie en este maldito pueblo ha visto antes?

Somi asintió, su mirada fija en Stefan, sintiendo un nudo formarse en su estómago. No esperaba una reacción tan dura de su parte.

—Sí, él… Nezu —respondió con voz baja.

Stefan la miró fijamente, su expresión endureciéndose aún más.

—Somi, sé que quieres ayudar a todo el mundo, pero esto es ridículo. ¿No has pensado en lo que podría significar? ¿En el peligro en el que podrías habernos metido? —dijo, alzando la voz con frustración contenida.

—¡Claro que lo pensé! —replicó Somi, levantando la voz también—Pero no podía dejarlo ahí, solo y herido. ¡No soy un monstruo, Stefan!

—No se trata de ser un monstruo, Somi, se trata de ser inteligente —respondió Stefan, dando un paso hacia ella, su cuerpo irradiando una energía protectora pero intimidante— ¿Y si es un soldado enemigo? ¿O peor, un espía? ¿Qué pasa si trae a su gente aquí? ¿Vas a poder lidiar con eso?

Somi sintió una ola de rabia y frustración. No podía creer que Stefan, que siempre había sido su aliado, fuera tan cruel en ese momento.

—¿Y qué quieres que haga, Stefan? —gritó, sin poder contenerse más— ¿Qué debería haber hecho? ¿Dejarlo morir en el bosque? ¡No puedo creer que estés siendo tan insensible!

Stefan apretó los dientes, luchando por mantener la calma.

—No es insensibilidad, Somi, es sentido común —replicó con dureza—Debes pensar antes de actuar, no solo lanzarte de cabeza en cualquier situación sin considerar las consecuencias.

Somi abrió la boca para responder, pero fue interrumpida por la voz firme de su abuelo, que había estado observando en silencio.

—Stefan, basta —dijo el anciano, levantándose con calma de la mesa—Sé que estás preocupado por Somi, pero ahora lo importante es proteger a ese muchacho y descubrir quién es realmente.

Stefan bajó la mirada hacia el anciano, la tensión en su cuerpo suavizándose ligeramente. Aunque su respeto por el abuelo era evidente, no podía ocultar su frustración.

—Lo siento, señor Wan —dijo Stefan, su tono ahora mucho más respetuoso—Pero no puedo dejar de preocuparme por ella. Esto es demasiado arriesgado.

El abuelo asintió, caminando lentamente hacia Stefan y poniendo una mano en su hombro.

—Entiendo tu preocupación, muchacho, y te agradezco por cuidar de mi nieta. Pero a veces, debemos confiar en que el corazón de Somi sabe lo que hace, incluso cuando no lo comprendemos del todo —dijo con una suavidad que parecía calmar a Stefan.

Stefan respiró hondo, tratando de soltar un poco de la ira que había estado acumulando.

—Está bien, pero tenemos que ser cuidadosos —respondió finalmente—No quiero que nada le pase a ella… o a usted.

—Y no pasará, porque estaremos alerta —dijo el abuelo, su tono firme y tranquilizador— Ahora, pensemos en lo que haremos a continuación.

Somi se acercó a ellos, todavía sintiendo la adrenalina de la discusión.

—Lo vigilaremos de cerca —dijo, dirigiéndose a Stefan—No le quitaremos el ojo de encima hasta que esté lo suficientemente fuerte para contarnos su historia.

Stefan asintió lentamente, aunque su expresión seguía siendo dura.

—Está bien, pero si veo algo que no me gusta, actuaré sin dudarlo —advirtió, con un tono que no dejaba lugar a dudas.

Somi lo miró directamente a los ojos, agradecida por su protección, aunque todavía molesta por su rudeza.

—Lo sé —respondió, más calmada—Y te lo agradeceré si lo haces.

Stefan relajó un poco su postura, aunque seguía mirando a Somi con una mezcla de preocupación y algo más profundo, algo que ella no podía definir.

—Solo no te metas en más problemas, Somi —dijo finalmente, en un tono más suave—No soportaría que te pasara algo por culpa de una decisión impulsiva.

Somi asintió, sintiendo que el peso de la tensión entre ellos comenzaba a disiparse.

—No lo haré —prometio.

Stefan asintió, aceptando a regañadientes.

—De acuerdo. Pero recuerda, no voy a bajar la guardia.

El abuelo observó a ambos, satisfecho con el compromiso que habían alcanzado.

—Vamos a prepararnos para lo que venga —dijo finalmente, con una sonrisa leve—. El día apenas comienza.

Con esas palabras, la tensión en la pequeña casa comenzó a desvanecerse, aunque la incertidumbre sobre el futuro seguía presente en el aire. El anciano se levantó de su silla con la misma calma con la que se había sentado. Miró hacia la puerta de la cocina, donde la luz del amanecer se filtraba a través de la madera.

—Muchacho, ya puedes salir —dijo con voz serena, sin siquiera girarse completamente.

Hubo un breve silencio, antes de que una figura emergiera lentamente de la penumbra. Nezu, aún un poco pálido pero más firme en su postura, apareció en la entrada. Su rostro mostraba una mezcla de admiración y respeto hacia el anciano, mientras mantenía una mano sobre la espada que llevaba consigo.

—Su percepción es admirable, señor —dijo Nezu, con un tono de sincero reconocimiento—. No hice ni un solo ruido, y aun así me detectó.

El abuelo esbozó una sonrisa tranquila, sus ojos llenos de una sabiduría que venía con los años.

—No fue solo percepción, muchacho. Escuché tus pasos hace minutos, cuando decidiste salir de tu escondite —respondió, inclinando ligeramente la cabeza—Pero apreciaría que no intentes espiar la próxima vez.

—Supongo que fui descuidado — respondio Nezu.

Somi, que hasta ese momento había estado sumida en sus pensamientos, se sobresaltó al ver a Nezu de pie en la puerta. Su corazón se aceleró al darse cuenta de que había estado observándolos durante la conversación.

Stefan, en cambio, reaccionó de inmediato, dando un paso adelante con los músculos tensos y preparados para cualquier eventualidad. Su mano se movió instintivamente hacia el arma que siempre llevaba consigo, sus ojos oscuros fijos en Nezu con una expresión de desconfianza.

—¡Alto ahí! —exclamó Stefan, su voz dura y llena de autoridad— ¿Qué estabas haciendo ahí escondido?

Nezu levantó las manos en señal de paz, sus ojos claros y serenos.

—No vine a causar problemas. Solo quería asegurarme de que no corría peligro —respondió con calma, aunque su mirada no se apartaba del anciano, como si aún tratara de comprender la profundidad de su percepción.

El abuelo alzó una mano hacia Stefan, indicándole que se calmara.

—Tranquilo, Stefan —dijo el anciano, con un tono que no permitía discusión—Nezu no tiene malas intenciones, y por lo que parece, solo está tan cauteloso como tú.

Somi observó el intercambio, sus pensamientos todavía revueltos por la reciente discusión. Se acercó lentamente a Stefan, colocando una mano en su brazo, en un intento de calmarlo.

—Está bien, Stefan —murmuró— El abuelo no permitiría que alguien peligroso se acercara a nosotros.

Stefan miró a Somi por un instante, y luego a Nezu, quien permanecía en la puerta, su postura relajada pero alerta. Finalmente, después de unos segundos tensos, Stefan bajó su mano, aunque su expresión seguía siendo dura.

—Está bien —murmuró, sin apartar la vista de Nezu—. Pero no me relajaré.

Nezu asintió manteniendo una expresión neutra.

—Eso es lo que esperaba. No quiero causar problemas, solo agradecer su hospitalidad y asegurarles que no soy una amenaza —dijo, dirigiéndose tanto al abuelo como a Stefan.

El abuelo lo miró con una mezcla de comprensión y curiosidad.

—Eso lo veremos, muchacho. Por ahora, solo siéntate y descansa un poco. Tienes mucho que contarnos.

Nezu asintió y dio un paso adelante, entrando en la pequeña cocina, mientras Stefan y Somi intercambiaban miradas, ambos aún tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. La atmósfera seguía siendo tensa, pero había una sensación de que, al menos por el momento, las cosas estaban bajo control.

Nezu tomó asiento en la mesa, su rostro permanecía tranquilo, aunque sus ojos no dejaban de moverse, analizando a cada uno en la habitación. El abuelo sirvió una taza de café para él, pero Nezu apenas lo miró.

—Agradezco su amabilidad, pero no puedo quedarme aquí más tiempo —dijo Nezu, rompiendo el silencio de manera inesperada.

Somi y Stefan lo miraron, ambos sorprendidos por su repentina declaración. El abuelo, sin embargo, no mostró ninguna reacción. Solo lo observó con la misma calma de siempre.

—No es seguro para ustedes que me quede —continuó Nezu, su voz firme—Hay cosas que ustedes no saben… y es mejor que sigan así.

Somi frunció el ceño, sin poder evitar sentir una mezcla de frustración y preocupación.

—Pero, Nezu… Apenas puedes mantenerte en pie —protestó ella, su voz cargada de incredulidad—No puedes irte así, es peligroso.

Nezu se levantó lentamente, apoyándose en la mesa para mantener el equilibrio.

—Lo sé, Somi, pero no puedo arriesgarlos a ustedes —replicó con suavidad, aunque su determinación era evidente—He estado solo por mucho tiempo… y es mejor que siga así.

Stefan cruzó los brazos, su ceño fruncido mientras observaba al joven.

—Eso es una tontería —dijo con desdén—. No irás a ninguna parte en ese estado. Te quedarás hasta que estés completamente recuperado, te guste o no.

Nezu lo miró con seriedad, pero no respondió. Sus ojos se encontraron brevemente con los del abuelo, quien asintió levemente, como si entendiera algo que los demás no podían.

—Descansa un poco más, muchacho —dijo el abuelo, su voz serena—Mañana decidirás si te quedas o te vas

Nezu dudó por un momento, pero finalmente asintió. No porque estuviera convencido, sino porque reconocía que no tenía la fuerza para discutir. Por ahora, tendría que aceptar la hospitalidad que se le ofrecía, aunque sabía que no podría quedarse mucho tiempo.

Pequeños Susurros 1.2

El amanecer había traído consigo una quietud que se extendía como un manto sobre la cabaña. Nezu se sentaba en la mesa de madera envejecida, sus manos moviéndose con una calma que no correspondía a la tensión palpable en el aire. El desayuno ante él era sencillo, una mezcla de sabores que apenas registraba mientras su atención se centraba en mantener un ritmo constante. A cada bocado, sentía el peso de las miradas de Stefan, quien, desde el otro lado de la mesa, lo observaba con una intensidad que rozaba lo incómodo.

Stefan no dejaba que un solo movimiento de Nezu pasara desapercibido. Sus ojos oscuros escudriñaban cada gesto, cada masticación, buscando en los pequeños detalles algún indicio de amenaza. La desconfianza que emanaba de él era palpable, un aura casi tangible que se interponía entre los dos como un muro invisible. Para Stefan, Nezu era un enigma que necesitaba ser resuelto antes de permitir que cualquier cosa avanzara.

Nezu, por su parte, permanecía impasible. No era que no notara la vigilancia, sino que se había acostumbrado a lidiar con la desconfianza de otros. En su mente, sabía que cualquier reacción o palabra equivocada podría desencadenar una cadena de acontecimientos que él no deseaba. Así que comía con la misma serenidad con la que había enfrentado tantas otras situaciones en su vida.

Finalmente, el plato quedó vacío. Nezu dejó los cubiertos con un gesto lento y deliberado, tomándose un momento para observar a Stefan antes de girarse hacia Somi, que había estado en silencio durante toda la comida. Sus ojos se suavizaron ligeramente al encontrarse con los de ella, y por un instante, la rigidez en sus facciones se relajó.

—Gracias por la comida —dijo, su voz tan tranquila como sus gestos. Luego, después de una pausa, añadió—Y gracias por salvarme en el bosque.

La gratitud en sus palabras era genuina, aunque había una sombra de reserva que no lograba ocultar del todo. Nezu era consciente de lo que había ocurrido, de la gravedad de la situación, y sabía que en algún momento tendría que enfrentarse a las preguntas que pesaban en el aire como una nube negra.

—Tal vez pueda responder algunas de tus preguntas —continuó, su tono ahora más firme—pero antes necesito recuperar mi espada.

La mención de la espada hizo que Stefan frunciera el ceño de inmediato. No tardó en mostrar su desconfianza, inclinándose hacia Nezu con una expresión rígida y vigilante.

—No —espetó sin rodeos, su tono seco y agresivo—No vas a tenerla de vuelta hasta que sepamos más sobre ti. No confío en alguien que no explica quién es.

Somi suspiró, intentando mantener la calma, aunque sus ojos también reflejaban cautela. Se giró hacia Nezu con un aire más diplomático, pero aún firme.

—Stefan tiene un punto —admitió suavemente— No es que no queramos ayudarte, pero entenderás que, después de lo que pasó en el bosque, necesitamos saber un poco más antes de devolver lo que traías contigo.

El abuelo Wan, siempre calmado, intervino con respeto. Sus manos se apoyaban sobre la mesa, sus dedos tocando levemente las medallas sobre su chaqueta, como si buscara palabras más prudentes.

—Entiéndelo, joven —dijo con un tono conciliador—No es desconfianza pura, pero la situación en la que nos encontramos nos obliga a ser cautelosos. Tal vez si pudieras aclararnos algunas cosas, podríamos reconsiderar.

Stefan, sin embargo, seguía sin moverse, con una postura claramente defensiva, mientras Somi y Wan esperaban una respuesta que les diera algo de claridad sin caer en confrontaciones.

Nezu mantuvo la calma, observando las reacciones de cada uno. Antes de hablar, respiró hondo, dejando que el silencio se asentara por unos segundos.

—Antes que nada —dijo, rompiendo la tensión de la habitación— ¿alguien ha empuñado la espada?

Los tres intercambiaron miradas breves, pero todos negaron con la cabeza. Stefan frunció el ceño, como si la pregunta le pareciera una táctica evasiva. Somi simplemente negó con un leve movimiento, mientras que el abuelo Wan no hizo más que bajar los párpados un instante, asintiendo con lentitud.

—Bien —respondió Nezu, pareciendo relajarse un poco—Me llamo Nezu. No tengo apellido ni otro nombre. Tengo catorce años y vengo del reino de Belialia.

Somi y Stefan lo miraron con incredulidad. Somi abrió la boca, pero no emitió alguna palabra al principio, sorprendida por su edad.

—¿Catorce...? —murmuró, incrédula— ciertamente pareces joven, Pero no creí que tanto.

Stefan arqueó una ceja, claramente escéptico, pero era el nombre del reino lo que más le inquietaba.

—Esa fea cicatriz no le ayuda en nada pero, ¿Belialia? —repitió, frunciendo el ceño—No conozco ningún reino con ese nombre.

El abuelo Wan, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se aclaró la garganta suavemente, atrayendo la atención de los demás.

—Belialia... —dijo en voz baja— Es un reino muy lejano. Está al sur, más allá de las montañas y las tierras áridas. No es un lugar del que se oiga hablar con frecuencia por aquí.

La sorpresa en el rostro de Somi se profundizó, mientras Stefan seguía escudriñando a Nezu, aún sin bajar la guardia.

Nezu los observó a todos en silencio, dejando que la información se asentara antes de continuar.

—Eso es todo lo que puedo decirles —añadió, levantándose lentamente de la silla. Su tono cambió, volviéndose más serio, incluso amenazante—Ahora, necesito mi espada. Si no me la entregan, me temo que tendré que tomarla a la fuerza, aunque preferiría no llegar a eso.

El ambiente en la cabaña se tensó aún más. Stefan, con su temperamento siempre al filo, no dudó en reaccionar. En un movimiento brusco, se lanzó hacia Nezu y lo agarró por la camisa, levantándolo ligeramente del suelo. Su rostro estaba a centímetros del de Nezu, sus ojos brillando con furia contenida.

—¿Te atreves a amenazarnos, mocoso? —espetó, su voz baja pero cargada de ira— No tienes idea de con quién estás tratando. Si te atreves a intentar algo...

Las palabras de Stefan quedaron en el aire, su tono claramente intimidante. Somi dio un paso hacia adelante, preocupada por la escalada de la situación, mientras el abuelo Wan observaba con una mezcla de inquietud y desaprobación.

Nezu, sin embargo, no mostró miedo. Mantuvo la mirada fija en Stefan, su expresión imperturbable a pesar de la agresión. Aunque su posición era claramente desfavorable, había en sus ojos una determinación que no se quebraba fácilmente.

—No quiero hacerles daño —dijo con firmeza, a pesar de la situación—pero no puedo dejar la espada atrás.

Somi, viendo que la situación se volvía peligrosa, decidió intervenir antes de que las cosas se descontrolaran por completo. Con un grito que rompió el silencio, alzó la voz más de lo que había pretendido.

—¡Soy Somi Vera! —dijo rápidamente, su tono ligeramente elevado, aunque su rostro mostraba una mezcla de nerviosismo y determinación— Tengo 17 años.

Stefan se quedó congelado por un momento, su mano aún sujetando la camisa de Nezu. Volvió su mirada hacia Somi, claramente desconcertado por su repentina presentación.

—¿Qué estás haciendo, Somi? —preguntó, soltando a Nezu y volviéndose hacia ella con una expresión de incredulidad—¿Por qué te estás presentando así?

Somi, sin dejar que el nerviosismo la venciera, respiró hondo y se encogió de hombros, tratando de mantenerse firme.

—Bueno, él se presentó —dijo, haciendo un gesto hacia Nezu—así que pensé que sería lo correcto.

El abuelo Wan, que había estado observando en silencio, no pudo evitar reírse suavemente. La tensión en la habitación disminuyó levemente ante su reacción, y se levantó de su silla, caminando lentamente hacia Stefan y Nezu. Con una mano firme pero calmada, apartó a Stefan de Nezu, colocando un brazo entre ambos para evitar que la situación se intensificara de nuevo.

—Chico, relájate un poco —le dijo a Stefan, con una sonrisa que suavizaba su tono—Nezu, si tanto necesitas tu espada... ¿qué harás si te la damos?

Nezu, ahora libre del agarre de Stefan, se arregló la camisa y levantó la vista hacia el abuelo Wan. Su expresión era seria, pero no había hostilidad en su voz cuando respondió.

—Seguiré con mi viaje —dijo, simple y directo— Esa espada es importante, pero no quiero causar problemas. Solo quiero continuar con lo que debo hacer.

El abuelo Wan frunció el ceño ligeramente, observando a Nezu con una mezcla de preocupación y severidad.

—Chico, estás demasiado herido para seguir con tu viaje —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho—Necesitas descansar y recuperarte antes de pensar en ir a cualquier parte.

Nezu, sin embargo, no mostró ninguna intención de detenerse. Mantuvo su mirada fija en el anciano, decidido.

—Agradezco su preocupación, pero puedo cuidarme solo —respondió, con un tono más frío, mientras hacía un leve movimiento para alejarse de la mesa.

Wan lo miró con una expresión más seria, antes de lanzar un suspiro profundo.

—Antes de que te dé la espada —dijo, su voz tomando un matiz más autoritario—tendrás que pagar por los medicamentos, las vendas, y la comida que has consumido aquí.

Nezu se quedó congelado por un instante, claramente sorprendido por la declaración. Miró al abuelo Wan, sus ojos mostrando una leve sombra de duda.

—No... no tengo dinero —admitió finalmente, su voz más baja de lo que había sido antes.

Wan asintió, como si hubiera esperado esa respuesta, y su tono se suavizó un poco, pero sin perder la firmeza.

—Entonces tendrás que quedarte aquí por un tiempo —le dijo—No vamos a dejar que te vayas sin pagar por lo que has recibido.

Nezu apretó los labios, y por un momento, sus ojos mostraron una mezcla de orgullo herido y resignación. Volvió a mirar al abuelo Wan, esta vez con un atisbo de desafío.

—Podría irme sin pagar —dijo, con un tono que buscaba ser amenazante—Incluso podría dañarlos a ustedes por la espada.

Stefan, que había estado observando la conversación, sintió que la furia volvía a apoderarse de él. Dio un paso hacia adelante, su rostro endurecido por la ira.

—¡Inténtalo, mocoso! —gritó, pero antes de que pudiera continuar, el abuelo Wan levantó una mano, deteniéndolo en seco.

—Tú no harás nada de eso —replicó Wan, con una calma que contrastaba con la tensión de la situación—No estás aquí para causar daño, Nezu, y lo sabes. Puedes intentar irte, pero dudo que llegues lejos en tu estado actual. Te quedarás aquí hasta que te recuperes, y mientras tanto, podrás pagarnos ayudando en lo que sea necesario.

Nezu, visiblemente conflictuado, miró al abuelo Wan con una mezcla de frustración y respeto. Las palabras del anciano habían tocado una fibra en él que no podía ignorar. Después de unos largos segundos de silencio, Nezu finalmente asintió, aunque su rostro mostraba que no estaba del todo satisfecho.

—De acuerdo —dijo, su tono más suave—Me quedaré hasta que mis heridas sanen. Y mientras tanto, les pagaré ayudando con lo que pueda.

Somi esbozó una ligera sonrisa al escuchar la decisión de Nezu, claramente aliviada de que el conflicto no hubiera escalado más. Su tensión se desvaneció momentáneamente, y su mirada se suavizó mientras observaba al joven.

—Me alegra que hayas decidido quedarte —dijo en un tono amistoso, pero aún cautelosa.

Nezu, por su parte, permaneció en silencio unos instantes antes de levantar la mirada hacia Wan. Con un aire más serio, preguntó:

—Quiero ver la espada. Por la seguridad de todos aquí. Necesito asegurarme de que está bien.

El abuelo Wan lo observó detenidamente, sopesando la petición. Sus ojos se entrecerraron ligeramente mientras evaluaba la intención detrás de las palabras de Nezu. El anciano se cruzó de brazos, como si estuviera meditando profundamente. Tras un momento de reflexión, asintió lentamente.

—Está bien, chico —respondió finalmente— Ven conmigo. La espada está en el sótano.

Wan guió a Nezu por un pasillo estrecho que los condujo hasta una puerta de madera, vieja pero sólida. Bajaron unas escaleras que crujían bajo sus pies hasta llegar al sótano, un espacio oscuro y fresco, donde apenas se colaba algo de luz. En el centro, sobre una mesa de madera desgastada, estaba la espada envuelta en una tela, como un secreto que había estado esperando ser revelado.

El abuelo Wan se apartó un poco, dejando que Nezu se acercara. Nezu se inclinó sobre la mesa y, con sumo cuidado, deshizo los nudos de la tela que la envolvía. Al descubrirla parcialmente, la hoja brilló a la luz tenue del lugar, revelando un destello que parecía contener algo más que simple acero. Con calma, Nezu desenfundó la espada.

Por un momento, el joven se quedó inmóvil, sosteniendo la espada frente a él. Sus ojos recorrieron cada centímetro de la hoja, examinándola con una mezcla de alivio y nostalgia, como si fuera algo más que una simple arma.

Finalmente, después de unos segundos que parecieron eternos, Nezu volvió a envainarla con el mismo cuidado que había mostrado al desenfundarla. Luego la envolvió de nuevo en la tela, dejándola tal como la había encontrado.

—Está bien —dijo en voz baja, mirando al abuelo Wan—No hay ningún peligro, mientras permanezca aquí.

El anciano asintió con la cabeza, satisfecho de que Nezu hubiera cumplido su propósito sin incidentes.

—Entonces, la dejaremos aquí por ahora —respondió Wan, con un tono tranquilo— Mientras tanto, descansaremos todos sabiendo que está segura.

Ambos se retiraron del sótano, dejando la espada envuelta sobre la mesa, en la penumbra.

Cuando Nezu y el abuelo Wan regresaron al salón principal, Somi y Stefan estaban esperándolos con una mezcla de curiosidad y expectativa. Somi, con una sonrisa amistosa, se adelantó para hablar con Nezu.

—Si quieres, puedo mostrarte el pueblo —ofreció, su tono era cálido y genuino—Así podrás familiarizarte con el lugar mientras te recuperas.

Nezu la miró durante un momento, evaluando la oferta. Finalmente, asintió con un gesto de aceptación.

—Está bien —dijo— Agradecería eso.

Stefan, que había estado observando en silencio, intervino abruptamente.

—Yo también iré —declaró, sin dejar espacio para objeciones.

Somi lo miró con cierta sorpresa, pero no dijo nada más. El grupo salió de la cabaña y se adentró en el pueblo.

El pueblo era pequeño y acogedor, con calles angostas pavimentadas con piedras desiguales. Las casas, de madera y piedra, se alineaban de manera ordenada a ambos lados de las calles, con tejados a dos aguas que se inclinaban hacia adentro. Las tiendas, aunque pocas, estaban decoradas con letreros de madera pintados a mano que anunciaban sus mercancías. El ambiente era tranquilo, interrumpido ocasionalmente por el murmullo de los habitantes que realizaban sus quehaceres diarios.

Somi guió a Nezu por las calles, señalando algunos lugares de interés: la tienda de comestibles, una panadería con panes recién horneados expuestos en la vitrina, y un pequeño mercado donde se vendían productos locales. Nezu observaba todo con interés, tomando nota de los detalles y la atmósfera del lugar.

Después de un rato, llegaron a una herrería. El sonido de martillos golpeando metal llenaba el aire, y el calor de los hornos se podía sentir incluso desde fuera. Sin embargo, lo que captó la atención de Nezu y los demás fue una escena que se desarrollaba en la entrada de la tienda.

Un par de hombres, con expresiones irritadas y gesticulando con energía, estaban discutiendo con la dueña de la tienda. La mujer, de cabello recogido en un moño y con un delantal manchado, parecía visiblemente preocupada. Los gritos eran cada vez más agudos, y los hombres estaban exigiendo dinero a gritos, sus voces llenas de frustración.

—¡Vamos, queremos la mensualidad ahora! —exigía uno de los hombres, su rostro enrojecido por la ira.

La mujer, con las manos levantadas en señal de desesperación, trataba de calmarlos.

—Por favor, denme un poco más de tiempo. No tengo suficiente para pagarles ahora.

Nezu observó la escena en la herrería, intrigado por el alboroto. Volvió su atención hacia Somi y le preguntó, con un tono de curiosidad y preocupación.

—¿Qué está pasando aquí?

Antes de que Somi pudiera responder, Stefan intervino con rapidez, su voz cargada de desdén.

—Son de la compañía de Zuko —explicó—Exigen a todos una especie de mensualidad. Si no pagas, vienen y presionan hasta que lo hagas.

Nezu frunció el ceño, lanzando una mirada hacia Stefan, como si esperara una explicación adicional.

—¿Y por qué no haces nada al respecto? —preguntó, su tono calmado y un tanto desinteresado.

Stefan le lanzó una mirada dura, pero su tono no perdió la calma.

—Cuando alguien se enfrenta a los soldados, Zuko se encarga personalmente. No vale la pena arriesgarse a enfrentarle, no si no tienes las fuerzas suficientes.

Somi asintió, sumándose a la explicación.

—Stefan ya ha intentado enfrentarse a Zuko, pero no ha podido vencerle, es un oponente formidable.

Nezu asintió lentamente, digiriendo la información mientras continuaban con el recorrido. El grupo se alejó de la herrería y siguió paseando por el pueblo, pasando por varias casas y comercios hasta llegar a una plantación de arroz que se extendía en terrazas verdes y ordenadas.

La plantación era un mar de verdes intensos, con surcos de arroz que se balanceaban suavemente con la brisa. Los trabajadores, arremangados y sudorosos, se movían entre las filas de plantas, realizando su labor con ritmo metódico. El aire estaba impregnado del aroma fresco del arroz y el sonido relajante del agua corriendo entre los campos.

Somi señaló el paisaje con una sonrisa.

—Esta es la plantación de arroz. Es una parte importante de nuestra economía local.

Nezu miró el lugar con interés, apreciando la vista. El ambiente tranquilo de la plantación contrastaba con la tensión que había presenciado anteriormente en el pueblo. Mientras seguían su recorrido, Nezu no podía evitar pensar en la complicada red de problemas que parecía afectar a este pequeño lugar.

Somi, en un tono enérgico, gritó el nombre de Rina. Una joven de cabello negro y largo apareció, acercándose con pasos firmes y una sonrisa abierta en el rostro. Su estatura alta y su cuerpo trabajado reflejaban claramente el esfuerzo físico de su labor.

—¡Rina! —exclamó Somi, señalando a la muchacha—Te presento a Nezu y Stefan. Rina es mi hermana mayor.

Rina saludó a todos con una actitud juguetona y acogedora, como si asumiera el papel de protectora y figura cariñosa de sus hermanitas.

—Hola a todos —dijo Rina con un tono cálido— Soy Rina, la hermana mayor y protectora de estas dos traviesas.

Nezu, curioso, miró a Somi y preguntó:

—¿Tienes otro hermano?

Somi asintió, respondiendo con una sonrisa.

—Sí, tengo una hermana menor llamada Lily. Ella está en casa, pero no está aquí en este momento.

La conversación volvió a centrarse en la plantación cuando Somi le preguntó a Nezu su opinión sobre el cultivo.

—¿Qué te parece el cultivo? —preguntó Somi, con una sonrisa esperanzada.

Nezu miró alrededor y, tras una breve reflexión, respondió:

—No lo veo mal.

Somi se mostró contenta con la respuesta, y con un tono animado agregó:

—¡Me alegra oír eso! Porque aquí es donde vas a trabajar.

La sorpresa cruzó el rostro de Nezu por un momento, y Stefan soltó una risita suave ante la reacción de Nezu.

—¿De verdad? —preguntó Nezu, un poco sorprendido por el comentario.

Somi asintió con entusiasmo.

—Sí, me alegra que te guste. Aquí es donde vas a trabajar, así que es bueno saber que no te desagrada.

Stefan, con una sonrisa, bromeó:

—Bueno, parece que te has metido en una gran cantidad de trabajo. Espero que estés listo para ello.

El grupo continuó su recorrido por la plantación, charlando y disfrutando del ambiente relajado mientras el sol se alzaba alto en el cielo.

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