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Esa Mujer.

El comienzo.

La mañana me da la bienvenida con cálidos rayos de sol que entran por el gran ventanal de aquella casa.

Una casa que no es mía, pero la siento como mi hogar.

Junto a mí, un cuerpo desnudo me invita a volver a besarlo, a acariciarlo como apenas pocas horas atrás.

La mujer que duerme plácidamente entre mis brazos no es mi esposa.

Ella es mi amante, mi reina, mi diosa, la mujer que amo y que me devolvió las ganas de vivir.

Recuerdo como esperaba mi llegada ansiosa y con una enorme sonrisa en su hermoso rostro.

Vestida solo con un delantal. Dejándome deleitarme con su cuerpo al natural.

Siempre es tan ocurrente y atrevida que no puedo negarme a su encanto. La encuentro irresistible y me es imposible abandonarla.

No quiero imaginarme la vida sin esa mujer a mi lado.

Mi nombre es Darío Álvarez. Soy un hombre de 34 años de edad. Dirijo mi propia empresa que aunque es pequeña no tengo nada de que quejarme.

Soy arquitecto y tengo muy buenos contratos con grandes empresas. Aunque al principio no fue fácil labre mi propia suerte.

Soy casado, mi mujer y yo dimos el "Si" hace 4 años atras. Mi esposa es la única hija de una familia acomodada.

Nuestro matrimonio fue decidido por su padre el señor Amaya. Pero debo de admitir que mi esposa es una mujer hermosa, elegante y de carácter fuerte.

Me sentía afortunado de que un pobre diablo como yo tendría a una mujer tan encantadora como su compañera de vida.

Quería hacerla feliz por el resto de nuestras vidas. Amarla y respetarla tal como me crio mi buena madre.

Pero todo eso se fue por el caño cuando cometí el pecado de adulterio.

¡Si ! Le fui infiel a la mujer que le jure amor eterno.

Pero antes de que me juzguen fríamente déjenme contarles mi parte de la historia, mis razones y mis escusas. Luego podrán decidir que clase de castigo merezco.

Nací y crecí en la ciudad de Buenos Aires. capital de Argentina. A los 28 años funde mi propia empresa de construcción.

Aunque la principio no fue nada fácil, siempre fui un hombre trabajador y honrado. De buen carácter y justo al momento de tomar decisiones.

Y con los años conseguí una buena posición económica.

Valiéndome de mi esfuerzo y dedicación logré que mi pequeña empresa se hiciera de un buen nombre y así fue como conocí a la familia Amaya.

El señor Amaya quería abrir una nueva sucursal para su agencia automovilística y yo fui el ganador de ese proyecto.

Viendo mi dedicación y esfuerzo me gané la confianza del hombre, y antes de dar por terminado mi trabajo él me propuso de conocer a su hija Cecilia.

Me comento que estaba en busca de un buen hombre para su preciada hija y que yo le parecía la opción perfecta.

Al principio me nege rotundamente. Era como si estuviera vendiendo a su propia hija al mejor postor. Pero me explicó que estaba preocupado por el futuro de ella. Que tenían que algún sinvergüenza se aprovechará de su inocencia buscando sólo la fortuna.

Me dio tiempo para pensarlo mejor y después de todo sólo sería una inocente cita a ciegas.

Me aseguró que aceptaría mi decisión pero antes de marcharse sacó una foto de Cecilia.

Era una mujer encantadora, de cabellos dorados, cara de porcelana con finos rasgos y unos enormes ojos color celestes claros. Era como ver el cielo en ellos.

Debo admitir que quede impactado por la belleza de esa mujer. Así que sin vacilación acepté la cita casi de inmediato.

La propuesta menos esperada.

Nos reunimos un sábado al medio día, en un reconocido café de la avenida principal. Llegué puntual y vistiendo elegante pero casual. Quería que Cecilia se llevará una excelente primera impresión.

Cecilia llegó 20 minutos tarde. Se veía bellísima, usando un vestido ajustado color salmón y tacones que le hacían juego. Su cabello adornado con una diadema con pequeñas cuencas brillantes y sus ojos ... ¡Qué pedazo de ojos se cargaba esa mujer! Me perdería en ellos todos los días gustoso.

Se disculpa por la tardanza mientras llama al mesero con su mano. Le dejo saber lo hermosa que se ve a lo que ella solo responde. Que amable desviando su mirada a otro lado.

Debo de admitir que me sentí mal al notar su indiferencia. Parecía que a ella no le interesaba y que solo asistió por obligación.

De repente se presenta como si fuera el primer día de escuela.

__ Mi nombre es Cecilia Amaya tengo 29 años de edad y soy una artista o bueno eso es lo que me digo a mi misma. Sé que mi padre te pidió salir conmigo y si lo que ves te gusta nos podemos casar lo más pronto posible.

¿Espera de que habla está mujer? ¿Casamiento? Eso nunca lo menciono el señor Amaya. Pero ella con mirada confiada replica.

__ ¿Acaso mi padre no te dio mi mano en matrimonio?

Yo con cara de bobo no entendía nada de lo que esa mujer hablaba. A lo cual le explico lo que su padre y yo habíamos charlado. Solo sería una inofensiva salida para conocernos y tal vez formar una amistad y quizás quien sabe en un futuro formalizar todo dependiendo de nuestros sentimientos.

Ella sonreía divertida escuchando mi explicación torpe y nerviosa. Asta que por fin suelta una bomba. Se dirige a mí con una expresión sería y me explica que ella se encuentra allí para arreglar los detalles de la boda, que no quiere que sea muy grande. Prefiere algo íntimo y con poca audiencia.

Literalmente yo quede pasmado tras su declaración. Esa hermosa mujer que apenas me conocía estaba dispuesta a ser mi esposa así sin más objeción.

Yo no sabía si reír, llorar o pararme y salir corriendo. Esa era la opción más segura en mi mente, pero antes de levantarme de mi asiento me llené de valor para poder preguntarle por qué tomaba una tan desesperada decisión.

A fin de cuentas ella no sabía nada de mí o de mi vida ni yo de la de ella.

Pero muy segura me dijo, " Eso lo podemos ir viendo en la marcha, total tenemos tiempo de sobra".

Como un idiota acepté su propuesta, después de todo tendría a una mujer hermosa, culta y refinada como esposa. Cosa que ni en mis más locos sueños jamás creo tener.

Además, mi madre ya me había asta suplicado que sentará cabeza, que me casará con una buena muchacha y formará mi propia familia.

Así que está sería una excelente oportunidad. No la amaba lo admito. ¿Pero como puedes amar a alguien que acabas de conocer hace solo una hora?

Pero si me gustaba demasiado y estaba muy seguro de que pronto estaría completamente enamorado de Cecilia.

O bueno al menos así lo pensé en aquel entonces.

Sólo en mis días fértiles.

Solo 3 meses después dimos el "SI" frente al altar y lo que yo creí que sería el inicio de una increíble historia de amor, poco a poco se volvió una tortura constante.

Cecilia desde la primera noche me dejó bien en claro que ella no deseaba estar conmigo íntimamente. Alegó que necesitaba tiempo para adaptarse a la idea de que ahora yo era su esposo.

Y la entendí, la complací diciéndole que no tenía de que preocuparse, que fuéramos de a poco.

Desde la primera noche el sillón de nuestra habitación se convirtió en mi cama diaria.

La llenaba de detalles todos los días. Desayuno en la cama cada mañana, flores por la tarde para adornar su estudio, chocolates para levantarle el ánimo, cenas a la luz de las velas.

Intente de todo, pero por más esfuerzo que hiciera a ella no parecía interesarle nada.

La solía observar con su mirada perdida. Puesta en cualquier cosa menos en mí.

Así paso nuestro primer año de casados, no habíamos avanzado absolutamente nada, es más creo que retrocedimos.

Para celebrar nuestro primer aniversario la invité a un viaje de crucero por 5 días. Tenía todas mis esperanzas puestas en ese viaje.

Me inventé mil maneras de acercarme, pero solo obtenía su frío rechazó. De regreso Cecilia paso unos días en casa de sus padres y un día al volver a casa accedió a darme lo que tanto había añorado.

Esa noche después de un año entero, Cecilia fue mi mujer por todas las de la ley. Aunque la note poco dispuesta y asta arisca a mi toque yo era el hombre más feliz sobre la tierra, por fin me había ganado el corazón de mi bella esposa.

Pero la felicidad suele durar poco. Cecilia me dijo que era hora de tener un bebé y que sólo en sus días fértiles podríamos dormir juntos. Al principio me negué pero tan vez un niño mejoraría nuestra vida.

Solo dos meses después Cecilia me dio la gran noticia de que seríamos padres.

Estúpidamente, creí que ese pequeño nos daría la felicidad que nos faltaba, que nos uniría y seríamos una bonita familia feliz.

Que cobarde somos al dejar tan pesada carga sobre la espalda de una criatura tan pequeña he indefensa.

Otra vez retrocedimos y estábamos como al principio. No importaba cuanto me reforzará Cecilia volvió a crear un muro impenetrable.

No me permitía consentirla ni amarla como yo quería.

Le preparaba comida saludable pero deliciosa que nunca probó, no me dejaba compartir esos bellos momentos en el doctor mucho menos acariciarle el vientre para decirle bonitas palabras a mi pequeño.

Creo que el mal estar más grande que sufrio fue mi presencia.

Cada que me veía salía corriendo al baño. Eso me destrozaba. Me llenaba de rabia, no podía entender a mi mujer y porque me odiaba tanto.

Preparé un hermoso cuarto para el bebé, lo decore asta el más mínimo detalle.

Le compré lleno de ilusión sus primeras ropitas imaginándomelo entre mis brazos.

Y por fin el tan esperado día llegó.

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