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Un día normal

El sol se asomaba por mi ventana, sus rayos cálidos tocando mi cara, obligándome a abrir los ojos. Pero yo, con una pereza que parecía haber nacido conmigo, me resistía a levantarme. Me sentía como si estuviera anclado a la cama, incapaz de moverme.

La luz del sol se filtraba por mis párpados, iluminando mi mente adormecida. Pero incluso su calor y su brillo no eran suficientes para despertar mi cuerpo de su letargo. Me estiré un poco, intentando sacudir la pereza, pero fue en vano. Mi cuerpo parecía pesar toneladas, y mi mente estaba llena de excusas para no levantarme.

Sin embargo, sabía que no podía quedarme en la cama para siempre. Tenía que levantarme, enfrentar el día y hacer algo con mi vida. Así que, con un esfuerzo supremo, logré sentarme en la cama y, finalmente, poner los pies en el suelo. El sol me sonreía, como si me dijera: "¡Vamos, puedes hacerlo!". Y, con su ayuda, comencé a caminar hacia un nuevo día.

Me miré en el espejo del baño y vi reflejado a un hombre de 30 años, con ojeras pronunciadas que me daban un aire de panda, aunque intenté convencerme de que era un panda guapo. Me sonreí levemente, burlándome de mi aspecto despejado.

Luego, me metí bajo la ducha y giré la llave, dejando que el agua fría cayera sobre mi cuerpo. El choque inicial me hizo tomar aire, pero pronto me relajé y dejé que el agua me refrescara. Cuando terminé, agarré mi toalla y me sequé con cuidado, intentando no frotar demasiado para no irritar mi piel.

Me sentí un poco más despierto y alerta después de la ducha, aunque mi rutina matutina fue bastante minimalista. Simplemente me duché y listo, sin preocuparme por arreglarme demasiado. Me gustaba mantener las cosas simples, al menos por el momento.

Bajé las escaleras, esperando encontrar el delicioso aroma del café recién hecho y el pan fresco, pero en su lugar, me encontré con una sorpresa. En la mesa del comedor, en lugar de mi desayuno, había un periódico abierto en la sección de clasificados, con anuncios de trabajos circulados en rojo. Mi padre había dejado claro su mensaje: era hora de encontrar un empleo.

Justo cuando me estaba sintiendo un poco decepcionado, mi madre entró en la habitación con una sonrisa cálida y me dijo: "Espera, hijo, ahora te sirvo el desayuno". Mi corazón se calentó al escuchar sus palabras. Esa es mi madre, siempre cuidándome y preocupándose por mí.

Me senté a la mesa, y mi madre me sirvió un delicioso desayuno, mientras mi padre me lanzaba miradas de "ya es hora de encontrar un trabajo". Pero yo sabía que mi madre estaría allí para apoyarme, sin importar lo que pasara.

Así que, con una mezcla de determinación y nerviosismo, me despedí de mis padres y salí de la casa, prometiendo que iba a encontrar un trabajo. La mirada de mi padre todavía me perseguía, pero sabía que tenía razón. Ya era hora de tomar responsabilidad y hacer algo con mi vida.

Mientras caminaba hacia la salida, mi madre me llamó y me dijo: "Recuerda, hijo, que te queremos y estamos aquí para apoyarte, no importa lo que pase". Me sentí un poco mejor al escuchar sus palabras, pero sabía que era hora de demostrar que podía hacerlo por mí mismo.

Tomé una respiración profunda, me ajusté la mochila y empecé mi búsqueda de empleo. No sabía qué me depararía el día, pero estaba listo para enfrentar el desafío. ¡Vamos a ver qué oportunidades me esperaban!

Sali de casa con una mezcla de emociones, sintiéndome un poco molesto conmigo mismo. Mientras caminaba, mi mente comenzó a divagar hacia el pasado, recordando cuando era más joven, lleno de sueños y metas. Me acordé de la energía y los ánimos que tenía, de las ganas de conquistar el mundo.

Pero entonces, mi mente me llevó a recordar el momento en que esa energía y esos ánimos comenzaron a desvanecerse. Me di cuenta de que había perdido de vista mis objetivos y sueños, y que había dejado que la rutina y la comodidad tomaran el control de mi vida.

Me sentí un poco triste y desilusionado conmigo mismo, preguntándome qué había pasado con ese joven lleno de ambición y pasión. Pero entonces, recordé que todavía estaba a tiempo de hacer algo al respecto. Aún podía encontrar mi camino y trabajar hacia mis metas.

Con una nueva determinación, seguí caminando, listo para enfrentar el día y empezar a reconstruir mis sueños.

El sol del mediodía me golpeaba la cara, y mi estómago gruñía por el hambre. Me sentía cansado, frustrado y derrotado. Había pasado horas caminando, dejando solicitudes y haciendo llamadas, pero nada parecía funcionar. No había conseguido ni una sola entrevista, ni una respuesta positiva.

En ese momento, en medio de la calle, sentí que las lágrimas comenzaban a brotar. Quería llorar, dejar salir toda la frustración y la desesperación que había acumulado. Pero no podía permitirme ese lujo. No podía dejar que la gente que caminaba a mi alrededor me viera en ese estado.

Así que me mordí el labio, respiré hondo y seguí caminando. Busqué un lugar tranquilo donde pudiera sentarme y recoger mis pensamientos. Finalmente, encontré un pequeño parque y me senté en un banco. Allí, rodeado de árboles y flores, pude permitirme un momento de debilidad. Pero solo un momento. Luego, me levanté, me sacudí el polvo y seguí adelante. Todavía había mucho por hacer.

El estómago me gruñía con fuerza, y la desilusión me invadía por completo. Miré mi celular y vi que ya eran cerca de las 7 pm. La noche comenzaba a caer, y yo seguía sin tener nada. Ni un trabajo, ni una perspectiva, ni siquiera una comida decente.

Me senté en un banco, en un rincón de la ciudad, y miré alrededor. La gente pasaba a mi lado, algunos con prisa, otros con sonrisas. Todos parecían tener un destino, un propósito. Excepto yo.

Me sentí como un barco a la deriva, sin rumbo ni dirección. La oscuridad de la noche parecía reflejar mi estado de ánimo. Me pregunté si esto era todo lo que había para mí. Si esta era la vida que me esperaba.

Un sueño , Un recuerdo

Regresé a mi casa, exhausto y desanimado, después de un día entero de buscar trabajo sin éxito. Al abrir la puerta, fui recibido por mis padres, que me miraron con una mezcla de preocupación y curiosidad. Como hijo único, siempre habían estado muy atentos a mi bienestar y mis logros.

"¿Cómo te fue, hijo?" me preguntó mi madre, mientras mi padre me observaba en silencio.

Solo pude sacudir la cabeza y decir: "No pude conseguir nada". Me sentía derrotado y frustrado.

Mi padre frunció el ceño, visiblemente molesto, pero no me dijo nada. Tal vez vio el cansancio y la desilusión en mi rostro y decidió no reprocharme. En su lugar, me puso una mano en el hombro y me dijo: "Bueno, hijo, mañana es otro día. Seguirás intentándolo, ¿verdad?"

Asentí, sintiendo un poco de alivio por su comprensión. Mi madre me dio un abrazo y me dijo: "Vamos, te prepararé algo de comer. Debes estar muerto de hambre".

En ese momento, me di cuenta de que, aunque no había conseguido un trabajo, aún tenía el apoyo y el amor de mis padres. Y eso era algo que me daba fuerzas para seguir adelante.

Me retiré a mi habitación, luego de terminar de comer. Un espacio sencillo pero acogedor. Las cuatro paredes blancas y lisas me rodeaban, y la puerta se cerró suavemente detrás de mí. La cama, mi refugio, me llamaba con su suave colcha y sus almohadas mullidas. Me senté en ella, sintiendo el cansancio del día pesar sobre mí.

Mi armario, ubicado en una esquina de la habitación, guardaba mis escasas pertenencias. No tenía muchos lujos, pero tenía lo necesario. Me descalcé y me acosté en la cama, sintiendo el agotamiento apoderarse de mí.

Miré el techo, blanco y liso como las paredes, y comencé a pensar en el día que había pasado. La búsqueda de trabajo, la frustración, la desilusión. Pero también pensé en mis padres, en su apoyo y amor incondicional.

Cerré los ojos, dejando que el silencio de la habitación me envolviera, y me sumí en un sueño ligero, esperando que el mañana trajera nuevas oportunidades y un nuevo comienzo.

En mi sueño, me vi de nuevo con 18 años, lleno de energía y ambición. Estaba empezando a estudiar una carrera técnica, algo que había decidido hacer después de terminar la secundaria. Me había dicho a mí mismo, y a mis padres, que quería estudiar algo técnico primero para ganar experiencia y luego pagarme la universidad yo mismo.

Pero, en el fondo, sabía que había otra razón para esa decisión. Tenía miedo de fracasar en el examen de ingreso a la universidad. Miedo de no ser lo suficientemente bueno, de no poder competir con los demás. Así que, en cierto modo, la carrera técnica era una excusa, una forma de evitar el riesgo de fracasar.

En mi sueño, recordé la emoción y la ilusión que sentía en ese momento. Estaba decidido a hacer algo con mi vida, a triunfar y a hacer que mis padres se sintieran orgullosos de mí. Pero, también recordé la inseguridad y el miedo que me acompañaban, y cómo esos sentimientos me habían llevado a tomar decisiones que, en retrospectiva, no fueron las mejores.

Y tal vez una de esas decisiones fue enamorarme. Siempre había escuchado que el amor te vuelve tonto, pero nunca creí que sería mi caso. Rina, una chica que conocí el día del examen de admisión, alguien que me cautivó desde la primera vez que la vi. No fue hasta que ingresé a la carrera que me atreví a hablarle, y fue ahí donde todo comenzó a desmoronarse, o mejor dicho, a perderme.

Rina era diferente a cualquier chica que hubiera conocido antes. Tenía una sonrisa que iluminaba la habitación y una personalidad que me atraía como un imán. Me sentí atraído por ella desde el principio, pero no me atreví a acercarme hasta que nos cruzamos de nuevo en el instituto.

Recuerdo el día que le hablé por primera vez, mi corazón latía a mil por hora y mis palabras se enredaban en mi boca. Pero ella me sonrió y me hizo sentir como si fuera el único en el mundo. Y en ese momento, supe que estaba perdido. Perdido en sus ojos, en su sonrisa, en su amor. Y no me importaba, porque por primera vez en mi vida, me sentía vivo.

Después de ese momento, no podía dejar de pensar en Rina. Siempre la buscaba para hablar con ella, aunque estuviéramos en diferentes carreras. Empecé a salirme de clase para ir a buscarla, y hasta en ocasiones faltaba a clase para esperar que saliera, porque había veces que salía temprano y la esperaba afuera del instituto.

Recuerdo que me sentía como un adolescente enamorado, sin importarme nada más que estar cerca de ella. Me gustaba verla sonreír, escuchar su risa, y simplemente disfrutar de su compañía. Me sentía vivo cuando estaba con ella, y no me importaba nada más.

Mi obsesión por Rina me llevó a hacer cosas que nunca hubiera imaginado. Me convertí en un experto en saber su horario, sus clases, y sus rutinas. Sabía exactamente cuándo y dónde podría encontrarla. Y cuando la veía, mi corazón latía a mil por hora y mi mente se vaciaba de todo pensamiento racional.

En ese momento, no me di cuenta de que mi comportamiento podría ser considerado como acoso o obsesión. Solo sabía que no podía dejar de pensar en ella, y que necesitaba estar cerca de ella para sentirme completo.

Y así el tiempo fue pasando, hasta que un día la vi besando a otro. Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago, como si todo el aire se hubiera escapado de mis pulmones. No podía creer lo que estaba viendo. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía ella hacerme esto después de todo lo que había hecho por ella?

Me había convertido en su sombra, siempre detrás de ella, esperando una oportunidad para hablarle, para sonreírle, para hacerla feliz. Había hecho mil cosas por ella, desde pequeños favores hasta grandes sacrificios. Y todo para qué? ¿Para que ella me utilizara y me descartara como si fuera basura?

Me sentí utilizado, engañado, traicionado. Me di cuenta de que nunca había sido más que un objeto para ella, un medio para llegar a un fin. Y ese fin no era yo, era otro. Me sentí como un tonto, un idiota que se había dejado llevar por sus sentimientos sin ver la realidad.

De pronto me desperté de golpe, llorando amargamente. El sueño había sido tan vívido, tan real, que me había transportado de vuelta a ese momento doloroso. Me senté en la cama, rodeándome con mis brazos, y lloré sin poder parar. El dolor y la tristeza me invadieron, y por un momento, me sentí como si estuviera viviendo de nuevo esa experiencia.

Una colina de recuerdos

En ese momento, agarré mi celular para ver una foto que tenía guardada. Y la foto era de Yui, una chica muy bella de ojos azules y cabello castaño largo y bello.

Ella fue mi primera enamorada, la primera persona que me hizo sentir que estaba enamorado. Pero un día, ella decidió terminar conmigo. Nunca supe la razón, nunca me lo explicó. Solo me dijo que ya no sentía lo mismo y que necesitaba espacio.

Ver su foto me trajo de vuelta todos los recuerdos, todos los momentos felices que habíamos compartido. Me acuerdo de su sonrisa, de su risa, de su mirada. Me acuerdo de cómo me hacía sentir, como si fuera el único en el mundo. Y me acuerdo del dolor que sentí cuando me dejó, como si me hubieran arrancado el corazón del pecho.

A pesar del vacío que ella me dejó, seguí adelante, intentando superar el dolor del pasado. Fue entonces cuando decidí postular al instituto, sin saber que ese lugar se convertiría en el escenario de una nueva historia de amor y sufrimiento.

Allí fue donde conocí a Rina, y mis sentimientos por ella crecieron con rapidez, hasta el punto de obsesionarme con ella. Me dejé llevar por la emoción, sin darme cuenta de que solo estaba siendo utilizado.

Y al final, la historia se repitió: mi corazón fue roto una vez más. La obsesión y el miedo al abandono me habían cegado a tal punto de perderlo todo.

Si tan solo me hubiera puesto de pie, si tan solo hubiera encontrado la fuerza para luchar una vez más, quizás las cosas hubieran sido diferentes, no habría pasado años de mi vida perdiéndome en la rutina y en la comodidad de saber que mis padres no me echarían de la casa, que a pesar de todo me apoyarían. Me volví un vago que dependía de mis padres, sin motivación para hacer algo con mi vida, sin objetivos, sin pasión.

Me quedé estancado en el pasado, sin poder avanzar, sin poder dejar ir el dolor y el miedo que sentía. Me convencí a mí mismo de que era más fácil quedarme en la zona de confort, que arriesgarme a salir lastimado de nuevo.

Pero ahora me doy cuenta de que eso fue un error, que me privé de vivir, de experimentar, de crecer. Me privé de la oportunidad de encontrar a alguien que realmente me amara, de construir una vida propia, de ser independiente.

Y así la noche pasó sin darme cuenta, ya era un nuevo día. Empecé el día con la rutina acostumbrada, me levanté, me vestí, desayuné y me despedí de mis padres como todos los días, con la promesa de que esa vez sí encontraría trabajo. Pero justamente ese día sería algo diferente.

No sabía qué era, pero sentía una sensación extraña en el aire, como si algo estuviera a punto de cambiar.

Empecé a caminar, como ya era costumbre, tocando puertas para ver si podía encontrar trabajo. Pero no tuve éxito.

De pronto, mientras caminaba, me encontré en una colina que tenía un mirador. Al darme cuenta, era la colina que venía siempre con Yui.

Un torrente de recuerdos me inundó, y me sentí transportado a aquellos momentos felices que compartimos juntos. Me acerqué a la banca en la que siempre me sentaba con ella, y me dejé caer en el asiento, como si estuviera esperando que Yui se sentara a mi lado.

El mirador, la banca, todo me recordaba a ella. Me quedé allí sentado, perdido en mis pensamientos, recordando los momentos que compartimos, nuestras risas, nuestras conversaciones.

De pronto, una mujer con un sombrero que me impedía ver su rostro se sienta a mi lado. Vestida de blanco, irradiaba una aura de misterio y elegancia. Me pregunta: "¿Por qué tan solo? " su voz y presencia me resultaba muy familiar

Me volví hacia ella, intentando ver su rostro bajo la sombra del sombrero, pero no podía distinguir sus facciones. "¿Por qué tan solo?" me preguntó de nuevo, su voz suave y melodiosa.

Sin mirarla, le respondí con un tono de resignación: "Bueno, la verdad... Hice de mi vida una porquería. Jamás hice amigos y las únicas chicas que me interesaron me dejaron. Bueno, en realidad, una me dejó y la otra solo jugó conmigo".

Mi voz se desvaneció en el aire, cargada de amargura y autodesprecio. No tenía sentido ocultar la verdad, no tenía sentido fingir que todo estaba bien cuando en realidad estaba sumido en un mar de desilusión y soledad.

La mujer no respondió, pero pude sentir su presencia a mi lado, como si estuviera esperando que continuara, que desahogara todos mis pensamientos y sentimientos. Y así lo hice.

Ella me escuchó sin emitir un sonido de queja o aburrimiento, sin interrumpirme ni una sola vez. Luego, cuando terminé de hablar, me dijo con una voz suave y compasiva: "Lamento que todo no haya resultado como tú querías. A veces las cosas pasan por algo".

Sus palabras fueron como un bálsamo para mi alma, una brisa fresca en un día caluroso. Me sentí comprendido, me sentí escuchado.

No me ofreció soluciones, no me dijo que todo iba a estar bien, simplemente me escuchó y me mostró empatía. Y en ese momento, eso fue lo que más necesitaba.

Me volví hacia ella, intentando ver su rostro, pero el sombrero seguía ocultándolo. Sin embargo, pude sentir su mirada, cálida y comprensiva.

"¿Qué harías si tuvieras otra oportunidad?" me preguntó, su voz llena de curiosidad y expectativa. Yo, sorprendido por su pregunta, solo atiné a responder con honestidad: "Tal vez tomaría mejores decisiones, me propondría mejores metas y escogería bien a quien amar".

Mi respuesta fue un reflejo de mis arrepentimientos y anhelos. Me di cuenta de que había tomado decisiones impulsivas, me había propuesto metas poco realistas y había amado a personas que no me correspondían.

Pero, ¿y si tuviera otra oportunidad? ¿Qué cambiaría? ¿Cómo haría las cosas de manera diferente? La mujer no respondió, pero su silencio me hizo reflexionar aún más en mis palabras. ¿Qué haría realmente si tuviera otra oportunidad?

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