Emma
El ruido de un extraño golpeteo me despierta en medio de la noche. Me toma unos segundos calmar los latidos de mi corazón. Todavía me pasa. Sigo esperando que entre algunos de esos hombres o mujeres a mi cuarto y me exija que me desnude para ellos.
–Tranquila, estás a salvo. Conor no dejaría que nadie te llevara de nuevo a ese infierno –me digo para calmar el miedo que me asedia.
Todavía me cuesta creer que no estoy en ese barco. Todavía tengo problemas para entender que estoy a salvo de todos ellos. Todavía creo que un día de estos despertaré y de nuevo estaré ahí, a la espera del siguiente tormento.
El ruido sigue llegando desde el pasillo y asustada salgo de la cama, preparada para correr.
No dejaré que nadie me devuelva a ese infierno de nuevo. Al menos esta vez lucharé. Ya no soy la niña indefensa que fue arrancada de su hogar y entregada al diablo en persona.
–Renji, shhh.
Escucho, a uno de los amigos de Conor, pedirle silencio a Renji, y consigo calmarme.
Renji no me lastimaría, él y Conor me salvaron.
–Ca… cállate Mi Ming –dice entre titubeos–. Es graciosooo tu nombre –agrega y luego ríe.
Curiosa abro mi puerta y veo a ambos luchando por mantenerse de pie.
–¡Hola, tú, preciosa niña! –me saluda Renji muy feliz.
Nunca lo había visto sonreír, y por lo que he escuchado de Conor, Renji no es muy risueño, pero su sonrisa bobalicona lo hace parecer mucho más atractivo y accesible en este momento.
–Lo llevaré a la cama –dice el hombre a su lado, que creo que se llama Ming–. Solo tengo que recordar dónde estoy y en qué dirección está la habitación.
Apunto hacia el final del pasillo. –La suya está en esa dirección –digo.
Ming asiente y toma el brazo de Renji. –Vamos, amigo, a la cama.
Renji se suelta y comienza a reír nuevamente. –No me iré a la cama contigo, no estoy tan ebriooo –dice y cae al suelo sobre su trasero.
Ming comienza a reír también y se tambalea, pero no cae.
–Yo puedo encargarme –le digo a Ming–. Sé cuál es su cuarto.
–Eres muy dulce –dice en mi dirección–. ¿No es dulce, Ming? –le pregunta Renji a Ming, y éste asiente.
–Mucho, casi tanto como mi Val –dice y sonríe también–. Creo que la llamaré.
Renji ríe. –Esa es una de las peores ideas que has tenido últimamente.
–Quiero decirle que la amo.
–Cariño, quítale el teléfono a ese idiota –me pide Renji y lo hago de inmediato.
Seguir órdenes es algo que tengo muy arraigado en mi ser. Aprendí a golpes a obedecer.
–Nooo, quiero llamarla –se queja, pero camina hacia la habitación que le indiqué.
Me giro hacia Renji, quién me sonríe cuando me ve con el teléfono en la mano.
–Eres una chica ruda.
–No lo soy –digo de inmediato–. Si lo hubiese sido… –callo y me obligo a no bajar la mirada–. No lo soy.
–Lo eres, pero tienes que descubrirlo por ti misma –dice con los ojos cerrados–. Te pediría que me ayudes, pero soy muy pesado.
Se gira en el suelo y gatea hacia una de las puertas y se pone de pie, ayudándose de la manilla.
–¡Lo hiciste! –digo impresionada.
–Sí, bueno, no ha sido lo más difícil de esta noche –susurra melancólico y tengo que cruzar mis brazos bajo mis pechos para no abrazarlo–. Guía el camino, pequeño clavel.
Me tenso cuando me llama así, porque me recuerda cuando Nowak me llamaba su pequeña rosa, pero me obligo a sonreír.
No importa cómo me llamen, debo obedecer. Si obedezco nadie me golpeará.
Al menos no lo harán con tanta violencia.
Lo guío hasta su habitación y Renji entra y se deja caer en la cama como peso muerto.
–¿Quieres un café? –pregunto temerosa de despertarlo si es que se quedó dormido.
Asiente y gruñe mientras se incorpora para sacarse los zapatos.
Salgo feliz de su habitación con una misión; le prepararé el mejor café que haya probado en su vida.
Será tan bueno que quizá pueda enamorarse de mí. Sería la mejor esposa que pueda tener. Haría todo lo que le gusta y me sometería a cualquier cosa que me pida. No importa qué tan loco sea. He visto tantas cosas que nada me sorprendería y por él lo haría feliz.
Quiero que mi salvador sea el hombre más feliz de todos.
Preparo el café lo más rápido que puedo, cuidando todos los detalles, y luego corro hacia la habitación.
Sonrío al verlo roncar suavemente.
Dejo el café en la mesa auxiliar al lado de la cama y lo observo atentamente.
Su camisa está a medio desabotonar, enseñando parte de sus musculosos pectorales. Suspiro al ver los hermosos tatuajes sobre su piel.
Me inclino y paso las yemas de mis dedos por su piel, siguiendo el contorno del dragón y la flor de loto.
Renji se mueve y detengo mi atrevimiento.
Termino de desabotonar su camisa y se la quito, así dormirá mejor.
–Eres hermoso –digo y me siento a su lado en la cama, incapaz de mantenerme alejada.
Está solo con un bóxer negro y puedo ver cada músculo de su hermoso cuerpo.
Renji comienza a susurrar en sueños y todo su rostro se contrae, como si estuviera sufriendo.
–No, mamá –pide y luego lanza un golpe en mi dirección.
Su mano golpea mi cara, pero no me muevo, estoy acostumbrada a recibir golpes.
–Shhh, estás bien –le digo y acaricio su rostro con cuidado–. Todo está bien.
–Está muerta –susurra y su rostro se vuelve a contraer con dolor.
Me inclino y dejo un suave beso en su mejilla, para intentar calmar lo que estoy viendo en su rostro. Al parecer no solo mis sueños están plagados de pesadillas, los de él también.
Renji se mueve bruscamente, llevándome con él. Suelto una risita cuando me abraza, sujetándome a su costado.
Mi rostro está frente al suyo y puedo sentir su respiración en mi rostro. Puedo distinguir el claro aroma del alcohol. Me trae recuerdos dolorosos, pero los empujo lejos.
Acaricio su mejilla nuevamente y suspiro. Es tan atractivo, que duele mirarlo.
Apoyo mi frente en la suya y sintiéndome valiente acaricio sus labios con los míos. Tiemblo al sentir su calor en mi boca.
Los ojos de Renji se abren y antes de poder alejarme y comenzar a disculparme, sus labios capturan los míos en un capullo de calor y dominación.
Respondo el beso con anhelo y lo dejo tocarme, acostumbrada al tacto ajeno en mi cuerpo.
Sus manos comienzan a tirar de mi ropa y antes de darme cuenta estoy desnuda. Renji baja su bóxer rápidamente y entra en mi cuerpo con un movimiento.
El dolor que siento casi arranca un grito de mis labios, pero lo detengo. Puedo soportar el dolor, lo he hecho por años. Lo amo y haré lo que sea por él. Entregarle mi cuerpo es lo menos que puedo hacer.
Al menos esta vez es mi decisión.
Sus dientes muerden mi cuello y sus manos presionan mis pechos. Muerdo mis labios para que ningún sonido salga de ellos, no quiero que sepa que me está lastimando.
Enredo mis dedos en su cabello y dejo besos por todo su hermoso rostro mientras disfruta de mi cuerpo. Quiero hacerlo feliz. Necesito que sea feliz.
Continúa moviéndose, golpeando profundamente dentro de mí, pero ya no me duele. Mi cuerpo está adormecido.
Sus dedos se entierran en mi cadera cuando se deja ir con un grito liberador.
Beso la piel sobre su corazón y dibujo una E sobre su piel, marcándolo como mío.
Es mío y yo soy suya.
Renji se mueve bruscamente y vuelvo a morder mis labios para no gritar cuando sale de mí, provocando un dolor agudo en mi interior.
Escucho su ronquido y sé que volvió a quedarse dormido. Beso su nuca y espalda y luego lo abrazo con todo mi cuerpo, queriendo alejar las pesadillas de él.
–Estoy aquí –susurro–. Te amo. Alejaré las pesadillas, lo juro.
Murmura algo que no consigo entender, creo que, en su idioma natal, y luego coloca un brazo sobre mi cuerpo, pegándome a él, como si necesitara mantenerme a su lado, como si también me quisiera como yo lo quiero a él.
Cierro los ojos y duermo con una sonrisa en mi rostro.
*****
La luz de la mañana me despierta y sonrío al ver a Renji a mi lado. Sé que cuando despierte me dirá que también me ama y podremos ser felices, lo sé. Lo nuestro está escrito en las estrellas.
Busco mi camisa de dormir, mis bragas y me visto, sintiéndome ansiosa por ir a calentar su café. Salgo de la cama, tomo la taza y corro a la cocina a calentarlo. Mi corazón late en mi pecho a toda velocidad.
Cuando vuelvo a la habitación encuentro a Renji de pie, dándome la espalda.
Su cuerpo se tensa y se gira bruscamente.
–¿Qué mierda haces aquí? –gruñe y luego toca su cabeza, como si su propia voz lo lastimara.
–Yo…
–Este no es un lugar para una chica como tú –dice luchando con sus pantalones–. No puedes entrar a la habitación de un hombre y no golpear.
–Yo quería…
–¿Cómo llegué a mi habitación? –pregunta más tranquilo cuando está con sus pantalones puestos–. Mierda, no recuerdo nada desde… ¿Sigo en la casa de Conor?
Asiento y muerdo mi mejilla cuando entiendo que no recuerda nada de lo que pasó ayer.
–¿Qué haces aquí? No puedes entrar a la habitación de un hombre sin golpear, cariño. Podrías ver algo que no quieres ver.
Le entrego su taza de café y salgo corriendo de la habitación. Sé que llorar está prohibido, Nowak castigaba mis lágrimas con latigazos, pero hoy no puedo evitar que pesadas lágrimas caigan de mis ojos.
Al momento que llego al pequeño lago mi camisa está empapada con mis lágrimas.
Caigo al suelo de rodillas y me obligo a respirar a través del dolor.
–Este dolor pasará –me digo como lo he hecho desde que tengo conciencia–. Pasará, lo hará.
Juro que algún día este dolor cesará.
Emma
Cuatro años después...
Sonrío al ver a mi pequeño jugar con Colin, el hijo de Conor y Mel, sobre el suelo de la oficina de mi jefa, quien es también mi mejor amiga. Mel me ha ayudado tanto, que sé, nunca podré retribuirle todo lo que ha hecho por mí.
–Colin extrañará a su amigo Dylan.
–Y yo extrañaré a mi mejor amiga y jefa –digo y coloco mi mano sobre su vientre–. Pero la pequeña está por nacer, es bueno que descanses, ya que luego no lo harás –agrego cuando recuerdo los primeros meses después que nació mi pequeño. Creo que estuve a punto de volverme loca gracias a la falta de sueño.
–Se verá mal que después de que me hayan nombrado directora del canal, me vaya a descansar.
Sonrío y me siento a su lado. –No se verá mal, porque primero, tu esposo y sus amigos son los dueños del canal, y segundo, vas a tener a un bebé. Diría que luego que nazca Taylor, lo último que podrás hacer será descansar.
–Al menos tengo a Conor, él se encargará de los niños, lo prometió. Una vez que nazca mi pequeña quiero dormir por días. Ahora, con mi enorme barriga, no puedo conciliar el sueño.
–Imagino que debe ser agradable tener ayuda –susurro y miro a mi pequeño, quien cada día se parece más a su padre–. ¿Crees que…? No, olvídalo.
–Renji. Estás pensando en él, en si hubiese sido un buen padre –dice Mel y yo asiento–. No sé cómo hubiese tomado la noticia, pero al menos estaría obligado a ayudarte, porque si sabiendo la verdad, no te hubiese ayudado, lo habría matado... Pero imagino que nunca lo sabremos.
–Temo el momento en que Dylan crezca y me pregunte por su papá. Sé que cometí muchos errores, pero no quiero que estos errores alcancen a mi hijo. Él es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Mel toma mi mano y me sonríe. –Dylan estará bien, cariño. Tiene a la mejor mamá del mundo y es un niño muy feliz. Es lo único que importa.
–Supongo que tienes razón.
–Mami –me llama mi niño. Me acerco de inmediato y me arrodillo a su lado–. Una torre.
Beso la cima de su cabecita. –Es la torre más alta y bonita que he visto alguna vez.
Mi pequeño me sonríe y yo beso su naricita antes de volver a ponerme de pie.
–Tengo miedo de que…
Mel me detiene con una sonrisa. –Hablé con Recursos Humanos y te aseguro que no importa quién me reemplace, esta oficina puedes seguir ocupándola, y por supuesto que Dylan puede seguir viniendo a trabajar contigo. Está en tu contrato.
Suspiro, agradecida. –No puedo dejarlo con nadie. No todavía –digo y mi cuerpo tiembla al pensar en todos los peligros que hay ahí afuera. No voy a dejar que mi pequeño sufra como lo hice yo.
–No tienes que hacerlo, no tienes que dejarlo solo si no estás lista –dice levantándose torpemente de la silla–. Conor ya debe estar por llegar –agrega y ambas sonreímos cuando escuchamos un pequeño golpeteo en la puerta.
–Adelante –digo y entra Conor.
–¡Papi! –grita Colin.
–¡Tío! –grita mi pequeño, y ambos abrazan las piernas de Conor.
Conor le entrega a Dylan una nueva maleta plástica llena de legos, que mi hijo recibe con una hermosa sonrisa.
–Gracias, tío.
–Lo que sea para el futuro arquitecto –dice y le desordena el cabello.
Los niños comienzan a abrir la maleta y Conor besa a su mujer, y luego me abraza y deja un beso sobre la cima de mi cabeza.
–No puedo creer que le siga gustando construir –dice pensativo mientras mira a mi niño–. Se parece a Renji –le dice a Mel, quien se tensa visiblemente al igual que yo–. Termina un hotel y pasa a construir el siguiente. Creo que lo único que realmente le gusta es crear edificios, no le importa lo que viene después; administrar, solo le gusta diseñar y construir. ¿Pueden creer que este año ya ha construido dos edificios de oficinas en Nueva York y tres hoteles en Las Vegas? Desde que su mamá murió no ha dejado de crear edificaciones.
Me obligo a sonreír.
–Mi amor, es tarde, y recuerda que quiero pasar a despedirme de mis papás primero. Tenemos que viajar a Iowa y quiero pedirle a mi papá que me haga tortillas –le pide con un adorable mohín, que su marido se apresura en besar.
Respiro tranquila cuando Conor se distrae con su mujer y deja de hablar de Renji.
–Quiero ver a mi tata –exige Colin desde el suelo.
–Me gustaría tener un tata –dice mi niño y mi corazón se parte en cientos de pedazos.
Mel y Conor me miran, ambos con una sonrisa triste en sus rostros.
–Puedo prestarte mi tata –le dice Colin, logrando que mi hijo vuelva a sonreír–. Es muy divertido. Y tengo dos abu, también puedo compartirlas.
Mi corazón se derrite ante el gesto de solidaridad de Colin con su amigo. Mel y Conor también miran a su hijo con el corazón en los ojos.
–Gracias –le dice mi pequeñito y ambos niños se abrazan.
–Hijo, tenemos que irnos –le recuerda Mel mientras seca un par de lágrimas que corrieron por sus mejillas–. Te dejo a cargo, Emma.
Asiento. –No te preocupes por nada –le pido.
–Créeme, no tendré tiempo para preocuparme por el trabajo, este par de hombrecitos, que viven conmigo, me mantienen ocupada –dice divertida.
Me despido de ellos y le doy un largo abrazo a Mel, voy a extrañarla mucho. Si bien es verdad que no está todo el mes aquí, de hecho, hay meses que solo viene una semana a la oficina, ya que ella y su familia viven tanto en Nueva York como en Irlanda, ahora es distinto porque sé que no la veré en un largo tiempo, mi corazón se contrae al pensar en eso.
Mi niño también se despide de sus tíos y su amigo, y luego, cuando la familia Sullivan Harper se va, se abraza a mi cadera.
–¿Cuándo volveré a verlo? –pregunta.
–Pronto, cariño –le juro–. La tía Mel volverá en unos meses, el tiempo pasará tan rápido que no te darás cuenta.
Asiente antes de volver a lanzarse al piso para seguir armando torres.
Me siento en la silla mientras comienzo a contestar los correos pendientes. Miro a mi hijo jugar y no puedo evitar sonreír con tristeza.
Mi niño se parece a su papá.
Mi corazón duele, pero acostumbrada a ignorarlo sigo trabajando.
Un corazón roto no es nada, hay peores dolores, eso lo sé bien. Dolores tan profundos que dejan marcas para toda la vida. Dolores, que juro, mi hijo no vivirá jamás.
Dylan
Renji
–¿Y? –le pregunto impaciente a mi mano derecha.
–Señor…–titubea nervioso–. Intenté…
–Ringo, solo habla –siseo ya harto del miedo en sus ojos.
–La oficina no la puede ocupar ahora porque también la ocupa la jefa de redacción del canal, quien es también la asistente de la esposa de su amigo, señor. Y no está autorizado a entrar si ella no está en la oficina.
Me levanto y tomo la puta llave de su mano.
–Que se joda, a mí nadie me impide entrar dónde yo quiero –gruño y camino hacia la oficina.
Estoy haciéndole un favor al idiota de Conor, no tengo por qué soportar estas faltas de respeto.
–Señor, está el hijo de la jefa de redacción en la oficina.
Me detengo en seco. –¿Tienen a un mocoso en el canal? –pregunto indignado–. Esto es un lugar de trabajo, no una puta guardería.
–Órdenes de la directora, señor –susurra.
Por supuesto que Mel tiene que ver en esto. Su corazón blando podrá encantar a mi amigo, pero no a mí.
–Esto termina hoy. No voy a compartir mi oficina con otra persona, y mucho menos con un niño. Ordena que ese mocoso salga de este edificio.
–Señor, es un niño, tiene apenas cuatro años.
–No me importa, Ringo. Yo no me follé a la irresponsable de su mamá, no es mi puto problema. Porque créeme, que si yo hubiese sido quién se folló a la mamá, ya hubiese solucionado ese asunto, y ese niño no existiría.
Abro la puerta de la oficina, y por supuesto hay un mocoso tirado en el suelo, como un pordiosero, jugando con legos sobre la alfombra.
Lo levanto bruscamente del brazo y sus ojos oscuros me miran aterrados.
–¿Es japonés? –pregunta Ringo tan sorprendido como yo–. La jefa de redacción no lo es, tengo su ficha de Recursos Humanos justo aquí.
–¡Mami! –grita el mocoso con tanta fuerza que resisto la tentación de cubrir mis orejas.
–Cállate, niño –siseo y lo sacudo con fuerza para hacerle saber que no bromeo.
–¡Suelta a mi hijo ahora mismo o no respondo!
Me giro al escuchar la voz de una fiera enardecida a mis espaldas.
–¿Emma? –pregunto sorprendido.
Emma palidece. Puedo ver como todo el color abandona su rostro cuando sus ojos se enfocan en los míos.
–¡Mami! –sigue lloriqueando el mocoso, lo que hace reaccionar a la bella mujer frente a mí.
Se acerca en tres pasos y presiona mi brazo con tanta fuerza, que suelto al niño, quien se arroja a los brazos de su madre.
–Mami, ese señor me agarró de mi bracito –lloriquea–. Me duele.
Emma me mira como si estuviera viendo al demonio en persona. Bueno, no estoy lejos de serlo.
Mientras Emma consuela al mocoso trato de recordar una conversación que tuve con Conor hace varios años, cuando me pidió ayuda para cazar al hombre que había embarazado a Emma.
Supongo que el fruto de esa violación es este niño, que no deja de llorar.
–Ya, mi cielo, ya pasará. Mami no dejará que nadie te vuelva a lastimar jamás.
–No deberías decirle algo que no puedes cumplir –espeto molesto.
–Esto no te incumbe –devuelve furiosa en mi dirección, antes de volver a dedicarle toda su atención al mocoso.
Algo oscuro y egoísta se retuerce en mi interior cuando veo a una madre tratar con tanto cariño a su hijo, que es producto de una violación, y en cambio, mi propia madre nunca pudo decirme una palabra amable en toda su puñetera vida.
–Arma la torre más alta, mi cielo, mami quiere verla.
El niño asiente, y vuelve a sentarse en el suelo, olvidándose por completo de mí.
Emma se levanta del suelo, no sin antes dejar un beso en la cima de la cabeza del niño, y luego se acerca a mí y me apunta con su dedo índice en el pecho.
–Si vuelves siquiera a mirar mal en dirección de mi hijo te mataré y eso es una promesa –espeta, enterrando la uña de su dedo índice en mi pectoral.
Supongo que de la niña asustada, hasta de su propia sombra, no queda nada.
–No sabía que era tu hijo –empiezo a decir, pero me detengo cuando me doy cuenta de que eso suena a una disculpa. Yo no me disculpo. Nunca–. Un niño no tiene cabida en un lugar como este.
–Eso no es tu problema y ciertamente no es tu decisión –devuelve con sus ojos verdes hirviendo de rabia–. No te quiero cerca de Dylan y punto.
–¿Dylan? –pregunto y el niño mira en mi dirección con una sonrisa, casi como si estuviera esperando una disculpa que explique mi comportamiento–. No me importa saber su nombre ni nada de él, lo único que quiero es poder trabajar por los próximos meses en un lugar tranquilo, y eso quiere decir libre de niños.
–No entiendo –titubea Emma.
–Soy el reemplazo de Mel –digo y hasta yo puedo escuchar el poco entusiasmo en mi propia voz.
–¿Mel lo sabía? –pregunta confundida y aterrada.
–No lo sé y no me importa. Estoy aquí porque Conor me lo pidió, y además tengo participación en esta empresa, es mi derecho y deber.
–Es mi oficina –dice en un susurro.
–Es nuestra oficina –la corrijo–. Al menos lo será por los próximos meses. No tengo problema en compartirla contigo, pero no la compartiré con tu hijo. Esta no es una guardería. Déjalo con una niñera, un vecino o en una guardería, la verdad no me importa, pero aquí no lo quiero.
Emma pasa su elegante mano por su rostro y luego niega con su cabeza.
–No dejaré a mi hijo con un extraño.
–Ese no es mi problema, Emma. Lo que sí es mi problema es ese niño en esta oficina, mi oficina. Te aseguro que el mocoso se va hoy.
Se cruza de brazos, creo que para evitar golpearme. –Tener a Dylan conmigo está en mi puto contrato, genio. Si tienes un problema con eso, ve a Recursos Humanos, pero a mí y a mi hijo nos dejas en paz.
–Emma –siseo su nombre en advertencia–. Sé que crees que por tu pasado y por todo lo que sufriste puedo ser benevolente contigo, pero te equivocas. Soy imparcial y no tendrás favoritismos sobre nadie, no me importa lo que Mel te haya hecho creer.
–Veremos quién gana –espeta antes de darme la espalda.
–Mami, ¿por qué sufriste? –le pregunta el niño entrometido, haciendo que Emma me mire como si no fuera más que mierda en su zapato.
Salgo de la oficina, furioso. Esa mujer verá de qué soy capaz.
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