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Quieres Casarte Conmigo

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Margare vitaly

— No voy a negar que me sorprendió su visita; me encantaría saber qué hace la flor de la sociedad en mi hogar. — Su mirada de escrutinio me hubiese congelado en el pasado, pero ahora no; estaba decidida y ese hombre sería mi esposo, no había vuelta atrás esta vez. Bastian Chevalier iba a ser mío.

— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — Fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre, era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos, el cual había enviudado hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.

Desde la repentina muerte de Lady Hamilton, ninguna mujer se atrevió a intentar enredar al archiduque, a pesar de su conexión con la realeza.

— Veo que Leidy Margare Vitaly no teme por su vida. ¿Sabes cuántas han perdido la vida ante tal insinuación?

— Lo sé, pero a diferencia de otras damas, yo no busco solamente ostentar el título de archiduquesa; yo busco tener al archiduque de mi lado. Soy hija de un duque muy importante, uno de los pilares del imperio, la única mujer a la que se le permitió estar soltera después de su mayoría de edad sin ser mal vista ante la sociedad. Así como también inmiscuirme en asuntos de política y en los negocios de mi padre, he sido dotada de gran inteligencia. Y, fuera de eso, yo sí lo deseo como hombre; eso es lo que me diferencia de las demás —dije con la barbilla en alto mirándolo directamente a los ojos. Después de volver en el tiempo, he tenido un coraje mayor al que tuve en mi vida pasada. Al despertar, lo primero que hice fue alistarme y reunirme con el único hombre que de verdad me amó en mi anterior vida.

— Tengo entendido que Leidy Vitaly estaba profundamente enamorada de un conde, el mismo que profesa ser el afortunado en desposarle este año. Además, soy un hombre viudo que le lleva veinte años de diferencia. — No podía retroceder; ahora no, me niego a hacerlo.

— He tenido una amistad de infancia con dicho caballero, pero eso no quiere decir que él vaya a ser mi futuro esposo. Además, al hombre que deseo lo tengo al frente. — Sentí mi cara arder al sentir su mirada oscura observando mi cuerpo con descaro, pero yo lo conocía mejor que nadie.

Se aproximó demasiado cerca y tomó mi cara con una sola mano. Sé que estaba tratando de intimidarme, pero esto causaba una emoción diferente a la que él quería provocar en mí.

— ¿Qué diría el conde Derby si la mujer que tanto ha profesado que desposara está al frente mío pidiéndome que me case con ella y, además, diciendo que soy el hombre que desea? —Sus labios rozaban los míos, sus manos estaban en mi cintura. Sé que esto está moralmente mal, pero es inevitable dejarme llevar por él.

—No tiene por qué decir nada, el hombre al que deseo es usted. —No pude evitar posar mis manos sobre su cuello y unir nuestros labios en un anhelante beso de mi parte. Al principio, estaba rígido, pero después se dejó llevar, tomando el control. Un deseo crudo y salvaje era lo más dominante en este momento, era lo que más sentíamos; sus manos recorrieron mi cuerpo por encima del vestido. Sé lo que quería hacer, pero no se lo permitiría, no aún. Reuní todas mis fuerzas y me separé de él; ambos estábamos agitados por tal acalorado momento, pero era necesario marcar límites, una cosa es darle una pequeña probada, otra muy sustenta es dejar que me devore todita.

— Si quiere tenerme en su cama, tendrá que casarse conmigo. No pienso ser otra más de sus aventuras. Lo espero esta noche en la mansión de mi padre para cenar. Si no va, entenderé que no le interesa mi propuesta y tendré que buscar otro caballero. Entenderá que mi padre está muy enfermo y ya no le queda mucho tiempo, su mayor sueño es ver a su hija contrayendo nupcias, con permiso de su excelencia. — Salí lo más rápido que pude, lo de mi padre no era del todo mentira, pero sé que le quedaban más años de vida, tendré que investigar mejor, el origen de su enfermedad, volví a cubrir mi rostro. Le pedí al mayordomo que fuera discreto posible; una mala jugada y mi reputación caería por los suelos.

Soy Margaret Vitaly, hija de uno de los duques más importantes del imperio Terra Nova. Al ser hija única de una familia muy influyente, tuve demasiados privilegios, los mismos que me llevaron a destacar en la sociedad, pero nada de eso me salvó de mi trágico final.

Mi pasado

En el pasado, yo estaba enamorada del conde Agustín Derby y, cuando mi padre murió a causa de su terrible enfermedad, contraje matrimonio con este hombre.

El día de mi después de mi debut en sociedad, rechace al segundo príncipe. La emperatriz me ofreció un matrimonio ventajoso con su hijo, podría tener más participación política y el respaldo de la realeza, pero el emperador también me propuso un matrimonio, aunque con su hermano, el archiduque Bastian Chevalier, quien no gozaba de muy buena reputación entre las damas. Él sentía que yo era la mujer perfecta para su preciado hermano, pero, de igual manera, lo rechacé educadamente, alegando que mi padre aún necesitaba mi ayuda, aunque consideraría su propuesta. Esto sucedió a mis quince años; actualmente tengo dieciocho, pero en mi otra vida morí a los veinticinco.

El casarme con el conde fue mi condena. Mi padre había establecido que aparte de su hija, el único con derecho al título sería mi primogénito, pero yo no lo sabía, y eso desencadenó mi desgracia. A los pocos meses, quedé embarazada, pero lo perdí después de un accidente en mi carruaje, cuando iba a una fiesta de té con la reina. Ese día, en medio de mi desgracia, conocí al archiduque Chevalier, un hombre totalmente diferente a lo que decían los rumores, quien me brindó su apoyo incondicional.

Cada vez que quedaba en cinta, volvía a perder a mi bebé. Eso me tenía destrozada y a mi esposo furioso, acusándome de ser la única culpable de cada una de mis pérdidas. El que siempre estuvo ahí para mí fue Bastian. Con el pasar de los meses, Agustín me amenazó con traer una concubina si no lograba tener un bebé, pero como él no tenía el título, era yo quien tomaba las decisiones en el ducado y, sin mi autorización, no podía entrar ni una sola concubina. Y claro que no permitiría eso, pero volvió a suceder; ya con esta, eran siete pérdidas en nuestro primer año de matrimonio.

Después de mi última pérdida, descubrí a Agustín teniendo un amorío con una de las empleadas, una plebeya de extrema belleza que había entrado a trabajar como mi doncella desde los quince. Comencé a sospechar; Agustín no podía obtener el título, solo nuestro hijo. Eso me hizo dudar de su idea de ser padre, además de que, sin mí, él seguía teniendo un título de conde. Guardé mis sospechas para mí.

Recuerdo.

— Margaret, no puedo seguir escondiendo esto que siento por ti. No te imaginas lo que me duele haber llegado tarde a tu vida. Cómo se quema mi alma y se desvanece mi espíritu cada vez que te veo con él. Sé que socialmente no aceptarán un divorcio, por eso te pido también, osadamente, que escapes conmigo. Vivamos nuestra vida lejos de este imperio, solo tú y yo. Tengo el apoyo del emperador para aprobar tu divorcio y llevarte conmigo lejos. Te iré a buscar esta noche; tienes hasta la noche para tomar una decisión.

Ese día sentí mi corazón acelerar. No podría dejar el patrimonio que tanto le costó a mi padre, pero al no poder tener hijos y estar enferma de gravedad, no podría disfrutar de nada. Sé que el emperador no le permitiría a Agustín tomar el ducado en su poder. Pocos meses me quedaban, así que viviría mis días como si fueran los últimos. Al llegar a casa, me encerré en mi habitación, tomando las cosas más importantes, que eran las joyas de la familia. Las guardé en un estuche y esperé pacientemente a que llegara Bastian por mí. La ansiedad me ganó y decidí bajar, pero cuando iba por las escaleras, alguien me empujó.

Estando ensangrentada y a pocos minutos de perder la vida por el fuerte sangrado, vi cómo Agustín y la plebeya se besaban como si nada. Esto había sido planeado por los dos, miserables. ¿Cómo había sido tan ingenua al casarme con un ser tan ruin y despreciable? Ambos se retiraron a seguir con su asquerosidad, mientras yo me desangraba sin ayuda de nadie. Misteriosamente, no había nadie en la mansión. Cada vez me sentía más débil, hasta que vi una figura. Mayor fue mi sorpresa al ver que era Bastián.

— Margaret, ¡oh, santos cielos! Margaret, resiste, te llevaré a donde el mejor doctor. Solo resiste un poco.

— Bastián, ya no hay tiempo. Mi lindo Bastián, si pudiera regresar el tiempo, correría a tus brazos a pedirte matrimonio.

— Margaret, no hables, estarás bien.

— No, Bastian, quiero que cumplas mi último deseo: dame un beso. No quiero morir sin sentir tus labios. — Él estaba llorando, al igual que yo. Fue un beso dulce, pero melancólico; di mi último aliento en ese beso. Después de morir, no sentí nada más; estaba en completa oscuridad. No tengo idea de cuánto estuve así, hasta que vi una luz y, al seguirla, desperté cuando tenía dieciocho años. ¿Cómo lo supe? Por mi habitación, que cada año remodelaba los colores y, justamente, la decoración era dorada.

Cuando el carruaje llegó al ducado, respiré profundo; era hora de poner a esa arpía en su lugar e investigar la enfermedad de mi padre.

Margaret Vitaly

Bastian Chevalier

Mi querido Fermín, no es nada de lo que te imaginas.

— Su excelencia, no quiero ser imprudente, pero le recomendaría no mancillar el honor de la flor de la sociedad. Esa joven no es igual a las otras; si se rumorea que se ve con ella, lo obligarán a casarse. Sabe muy bien que el rey y la reina la tienen en la mira desde su debut.

— Mi querido Fermín, no es nada de lo que te imaginas. Esa intrépida señorita vino a pedirme que me casara con ella. —Fermín jadeó de asombro ante mis palabras; él tampoco se esperaba tal acontecimiento. —¿Puedes creerlo? A mí, al hombre con peor reputación entre las damas. Quiero que prepares la mejor dote que jamás haya existido, así como el anillo de mi madre, la antigua emperatriz. Ese anillo ni siquiera la difunta archiduquesa pudo portarlo, y como fue un regalo que me dio mi madre antes de morir, la emperatriz tampoco tuvo acceso a él. Será perfecto para Lady Margaret. Que todo esté listo antes del anochecer; tengo una cena a la que asistir y un suegro al cual convencer.

— Como ordene su excelencia, prepararé la mejor dote; mandaré al cochero a alistar los carruajes. Lady Margaret será una perfecta Archiduquesa. — Fermín salió saltando de felicidad; estoy seguro de que hará una caravana completa.

— No sé qué pretendes, Margaret, pero de mí no podrás escapar, y menos ahora que he probado la dulzura de tus labios. Serás mi archiduquesa, mi mujer, y quien se atreva a tocarte morirá ante mis manos.

Por su parte, Margaret se encontraba haciendo arreglos en el personal; tenía a todas sus doncellas de frente, incluyendo a aquella que fue parte de su desgracia en su anterior vida.

— Vivían, Cloy y Adani seguirán siendo mis doncellas, Lea, infelizmente ya no requiero tus servicios como una de mis doncellas principales. Aquí está tu paga por tus años de servicio. Como podrás entender, la falla que cometiste ayer fue demasiado grave. — La mujer apretaba sus manos en la falda de su vestido, aunque su rostro mostraba tristeza. Conocía muy bien su verdadera cara. Cuando llegué al ducado, recordé una falla fatal que tuvo ese día, cuando, por "accidente", manchó un vestido que era de mi difunta madre, dejándolo inservible. En el pasado, se lo perdoné, pero ahora lo utilizaré como excusa.

— Pero, mi señorita, yo necesito el trabajo. Mi madre está muy enferma; la verdad, lo necesito. No me cansaré de pedirle disculpas por mi error. — Lo recomendable sería que la mantuviera cerca, pero no me puedo arriesgar; tampoco puedo permitir que sea contratada por otra casa noble.

— El ducado está abarrotado de personal; no necesitamos ayudantes en ninguna área. Incluso en lavandería hay suficiente personal. Puedes retirarte. Guardias, acompañen a la señorita Lea hasta el pueblo. — La mujer estaba furiosa, pero no podía hacer nada. Si mis sospechas son ciertas, el conde Derby estará mañana a primera hora pidiendo verme.

Una vez solucionado lo de esa arpía, fui a ver a mi padre. Él estaba en su estudio, inmerso entre documentos. Si bien mi padre estaba enfermo años antes de mi debut en sociedad, en los últimos tres años su salud ha recaído considerablemente. Pese a su estado, ha podido seguir cumpliendo sus funciones como duque a la perfección, mientras yo cumplo con las obligaciones de la duquesa.

—Padre, no sabes cuánto te he echado de menos —me arrojé a sus brazos, estrechándolo con fuerza. Haría hasta lo imposible por mantenerlo con vida.

—Mi pequeña, nos vimos anoche en la cena. El mayordomo me reportó que saliste al pueblo por asuntos personales. ¿Tienes alguna idea para mejorar nuestros negocios? —y eso que le dije que fuera discreto.

—Padre, tenemos un invitado a cenar. Será una cena discreta; solo nos asistirá el mayordomo y mis doncellas personales.

— ¿A qué se debe tanto misterio? Espero que no sea una visita del conde ese que no me agrada. Una cosa es que hayan sido compañeros de juegos en la infancia y otra muy distinta que diga que se casará contigo, sin siquiera hacerme una propuesta decente.

— No te mortifiques con eso. No me casaría con el conde Derby ni en mil vidas; este invitado te agradará.

Después de la agradable plática, ambos siguieron con sus respectivos deberes. Margaret le dio el día libre a casi todos los empleados del ducado; solo se quedaron los más fieles. No podía permitir que se filtrara quién era el invitado.

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