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LA AMANTE DEL EMBAJADOR

CAPÍTULO 1

"RECUERDA SIEMPRE... EL FIN NO SIEMPRE ES UN FINAL FELIZ"

Una mujer de larga cabellera violeta, vestida con una bata casi transparente, se encontraba dormida mientras sus ojos se movían erráticamente, intentando despertarla de aquella fatídica pesadilla. Aunque la ventana estuviera abierta y el calor estuviera moderado, todo su cuerpo estaba sudado, marcando aún más sus senos.

Abriendo bruscamente sus ojos, dio una gran bocanada de aire, sintiéndose como si estuviera ahogándose en un lago profundo y oscuro. Levantándose, aun con medio cuerpo en la cama, sostuvo con fuerza su corazón. Solo Dios y el mismo diablo eran testigo de cuántas veces había tenido aquel fatídico viaje.

Tomando un libro bañado en oro debajo, se levantó tambaleándose hasta la lámpara de aceite que había en su escritorio y encendiéndola con una cerilla, notó con ayuda de la luz que el reloj marcaba diez minutos para la media noche.

—Es cuestión de unos minutos para que él llegue—susurró—¿Podré esta vez salvarlo?

Su piel se erizó de tan solo recordar lo que había hecho para que el alma de su fallecido cuñado y su sobrina, volvieran del purgatorio. Ofreciendo su propia alma al diablo para rescatarlos. Pero nada sería fácil, menos con el vil demonio que gobernaba el infierno.

El muy mentiroso había cumplido parte de su plan, sentenciándola así a pertenecerle, pero con una condición: aquellas dos almas que deseaba salvar, volverían a la vida, pero en un mundo distinto, uno que ella conocía, puesto que era de su novela favorita y tendrían el mismo destino trágico.

"La amante del embajador"

Observó el título del libro en sus manos, con ira reprimida. El destino y el diablo eran crueles, al hacer que dos de las almas más bondadosas que había conocido reencarnaran en un mundo cuya historia también era cruel para ellos.

Gracias a una habilidad que descubrió que tenía, en la que podía transformar las cosas en oro, no solo descubrió que podía encantarlas, sino que podía traspasar parte de su mente a esta. No sabía si habían sido cien o mil intentos, pero, gracias a encantar su libro con su magia, podía entrar a la historia.

—Solo espero que esta vez pueda salvarlos—susurró con tristeza.

Cerró sus ojos con fuerza, intentando analizar la situación. Según lo que recordaba, en aquel hotel donde se hospedaba, su cuñado entraría a robar a un banquero y este en defensa propia lo mataría. Por eso, en aquella ocasión, había intentado hacer algo diferente: hospedarse ella en la suite presidencial que se hospedaría originalmente el banquero.

—¡Je,je,je!—la voz ronca de un hombre resonó—¿De verdad piensas que podrás hacer algo?

Esther suspiró con cansancio, y aunque tenía miedo, se levantó para darle la cara al ser monstruoso que estaba sentado en la silla de la esquina de su habitación. Solo la luz de la luna podía dejarla ver la silueta de aquel ser humanoide con cuernos que la observaba.

—Al final de cuentas mi alma es tuya—respondió—, ya que me vas a llevar al mismo infierno... ¿Qué más da intentar modificar algunas cosas?

—¿Ir en contra del propio destino?—cuestionó con burla—eres interesante... tonta, pero interesante.

—No creo en el destino—fue firme—tengo fe que con la fuerza de voluntad necesaria, cambiaré las cosas.

—¡Entonces hagamos un nuevo trato!—aplaudió—eres la primera alma que hago un contrato que está dispuesta a morir mil veces por amor... así que, si eres capaz de cambiar el destino del libro, yo pondré fin a todo y haré que ellos tengan un final feliz.

—¿Pero?—cuestionó dudosa.

—Será el fin del juego—respondió antes de desvanecerse—tú te irás conmigo al infierno y ellos volverán al purgatorio.

Esther sollozó antes de volver a sentarse, se sentía muy dolida. No podía entender como Dios los había abandonado, sobre todo a su cuñado y sobrina. Ella podía haber muerto fácilmente, siendo maltratada como una bastarda por la familia de su padre, pero no podía permitir que ellos murieran de manera injusta.

Sobando con dolor su cuello, mientras el reloj seguía con su tic-tac, intentó tranquilizarse mientras su mente le jugaba una mala pasada y hacía que recordara como fue que su sobrina había muerto hacía tan solo un año.

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UN AÑO ANTES...

Por primera vez en más de 30 décadas, estaba lloviendo en casi todo el desierto; sin embargo, lo que para muchos era motivo de alegría, para un hombre era solo evidencia de la oscuridad que azotaba su corazón.

—¡Esto es tu culpa, Arthur!—expresó Verónica—¡Te di muchas oportunidades, pero nunca hiciste nada!

El hombre, de casi cuarenta años, intentaba usar lo mínimo de paciencia que tenía para no gritar, mientras acunaba en sus brazos a su hija recién nacida.

—Ya... ya—intentó calmarla.

No obstante, era su corazón el que también deseaba ser calmado. Al ver como su hija seguía sudando, ardiendo en fiebre, su corazón se estrujó más, el dolor que estaba pasando aumentaba al saber que su enferma hija podía morirse en cualquier momento, mientras su madre planeaba abandonarlos.

—¿Me estás escuchando?—gritó Verónica azotando la mesa—¡Imbécil, muerto de hambre!

—Si tanto te quieres ir con tu amante—exclamó observando el carruaje por la ventana—si tanto te repudia la vida que tenías conmigo... ¿Por qué te casaste con un muerto de hambre? ¿Por qué tener una hija para luego abandonarla?

—¡Imbécil!—gritó levantando su maleta—¿Por qué crees? ¡Tú eres el culpable de todo! ¡Si me hubieras dado la vida que me prometiste, no hubiera llegado a este extremo!

Recordando el cómo se había enfrentado a su familia, a su padre, el poderoso alcalde de la ciudad vecina, para casarse con un hombre al cual amaba y que juró trabajar para darle una buena vida, hizo que sintiera sangre brotar de su garganta.

Nota: Originalmente, esta historia la cree a la par de otra llamada "Mi querido vaquero ladrón" la cual sería su segunda parte; sin embargo, para mejor entendimiento y continuidad, decidí reestructurar la historia. Así que, espero les guste.

CAPÍTULO 2

No obstante, lo que tenía de pobre, lo tenía de cobarde. Al principio, pensó que Arthur era un simple campesino, por lo que sabía que, aunque ella se fuera, su “nobleza" no haría que su orgullo de hombre hiciera nada. Cuál sería su sorpresa al ver que su aún esposo había sacado una pistola de su pantalón y estaba apuntándola. Aquel no era el hombre cobarde que recordaba.

—Dame todo el dinero que tengas—le dijo Arthur—incluyendo las joyas que tu amante te dio.

—¿Qué?—preguntó estupefacta y con miedo.

—Lárgate si quieres—le volvió a decir—pero antes harás al menos una cosa buena por tu hija y me darás todo lo que tengas de valor.

Anonadada ante lo que estaba viendo, le terminó por dejar su maleta con todo lo de ella, incluyendo su ropa. Con rapidez, salió de la casa y aun mojándose por la tormenta, subió de inmediato al carruaje. Sabía muy bien que su amante le daría el triple de lo que perdió, así que le daba igual dejarlo todo.

—No me dejes solo—le dijo a su hija.

Tomando un collar de oro bastante valioso y una capa, Arthur salió rumbo hacia un pequeño pueblo a cinco minutos de su casa, donde pudo llegar cómo pudo hasta la casa del médico. Allí, el anciano hombre, veterano de guerra, lo recibió sorprendido.

—¡EMILIA!—el médico gritó a su esposa.

—Salva a mi hija—le habló pasándole el collar—por favor...

El anciano de inmediato vio a la pequeña recién nacida, la cual estaba morada y casi sin respiración, mientras su cuerpo seguía ardiendo en fiebre. Si no hubiera sido por la capa de Arthur, la niña se hubiera ahogado bajo la lluvia torrencial que aumentaba con cada segundo.

—Lo lamento, señor Arthur—respondió el médico—su hija no lo logró.

—¿Cómo?—preguntó pálido.

Arthur se encontraba en la humilde sala de la casa del doctor, tomando un poco de café que su esposa le había dado. Mientras tanto, el hombre se había llevado a su niña recién nacida a una habitación para atenderla. No obstante, el anciano seguía demorándose hasta que después de una hora por fin salió.

—Su cuerpo estaba muy enfermo, intenté reanimarla, pero en el último segundo ella sufrió un paro respiratorio—aclaró con dolor.

La pareja de esposos observaban destrozados, como Arthur, que parecía muerto en vida, caminaba tambaleándose hasta que llegó a la cama donde el cuerpo muerto de su hija descansaba. Tomándola en brazos, salió de la casa y sin importarle que seguía lloviendo, se fue dejando a los dos preocupados.

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En ese momento, en la mansión del alcalde, el hombre de gran riqueza estaba estresado, insultando a su esposa por no haber criado bien a su hija. No solo no pudieron evitar que se casara con aquel muerto de hambre, sino que también se había filtrado a todos el escándalo de esta, huyendo con su amante, mientras estaba aún casada, y dejando a su hija enferma, para provocarle la muerte.

Esther, quien era la bastarda del alcalde, escuchaba con dolor escondida detrás de la puerta. Ni las humillaciones que recibió, ni el trabajar como sirvienta para su propio padre, le generaba tanto dolor como saber todo lo que estaba sufriendo el hombre que amaba.

Cabizbaja, caminó con cuidado hasta su cuarto, ubicado en el ático de la mansión, donde observó, en un trozo de espejo viejo, su reflejo maltrecho. Suspirando, agarró un peine casi destruido y concentrándose en este, logró que poco a poco el peine se volviera de oro.

—Yo te daré un futuro mejor—susurró.

No sabía cómo, pero cuando tuvo su primera menstruación, hacía dos años, había adquirido aquella extraña habilidad. Aunque no la podía controlar, por lo que solo podía convertir en oro ciertas cosas pequeñas. Pero, ya que pudo pulir un poco más su talento, ya nada la ataba al maldito de su padre.

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Pasado un año, después de eso, había logra amasar una gran fortuna, solo faltaba buscar al hombre que amaba; sin embargo, no pudo llegar hasta él y cuando lo encontró, solo pudo estar frente a frente con su cadáver. Pero ya que dentro de poco estaba por cumplirse aquel hecho, intentaría darle un nuevo rumbo.

Así, mientras ella estaba aún en su habitación, cuando el reloj marcaba las doce de la noche, un hombre vestido de negro se acercaba al hotel ubicado en el desierto. Entrando por la puerta trasera, ubicada en el balcón, guiándose por la tenue luz de las lámparas de aceite, intentó guiarse y encontrar algún objeto de valor.

—¡Alto allí!—gritó un segundo hombre—¡Levanta las manos o disparo!

"¿Cómo no lo vi?"

Fue lo que se preguntó el vaquero ladrón, mientras hacía lo que el guardaespaldas de Esther le pedía. Así, una vez lo ató y dejó en frente de la chimenea, la puerta de la habitación principal se abría, dejando ver una hermosa mujer.

Respirando con pesadez, estaba pensando en la manera de poder escapar; sin embargo, se sorprendió aún más al ver que, tras escuchar como la puerta se abría, el guardaespaldas se iba para dejarlo sola con aquella dama.

—Eres alguien muy bueno, para entrar sin ser visto—dijo una mujer.

De inmediato, el aroma de lirios blancos hizo que el hombre, con una pañoleta y un sombrero, alzara la mirada, encontrándose frente a una mujer de pálida piel, ojos y cabello violetas.

La mujer, que no tenía vergüenza que su piel desnuda se pudiera observar bajo su bata blanca, casi traslúcida, lo observó mientras le quitaba el sombrero.

—Sigues siendo hermoso, aun cuando pasen los años—habló mientras acariciaba las primeras arrugas alrededor de sus ojos—Arthur.

—¿Quién eres?—preguntó con el corazón acelerado.

No sabía por qué no podía moverse, pero el tacto de aquella mujer y el aroma que desprendía hacía que su cuerpo se quedara extrañamente extasiado, como si no quisiera irse de aquella habitación en el hotel más caro de la ciudad.

—Alguien que quiere ayudarte—respondió con una sonrisa llena de lástima—alguien que desea que tú y tu hija tengan un final feliz.

Arthur, extrañado, intentó girar su mirada para observarla y pedir respuestas, pero Esther golpeó su nuca con el libro bañado en oro, provocando que perdiera la consciencia de manera inmediata.

CAPÍTULO 3

Con un poco de esfuerzo, y para evitar que su guardaespaldas se diera cuenta, colocó su cuerpo encima de su cama, al lado de ella. Luego de asegurarse de colocar seguro a su habitación, se acostó a su lado y colocó su libro en el pecho de su excuñado.

No sabía como resultaría, en especial porque cada vez que entraba a la historia de aquel libro olvidaba sus recuerdos de su vida anterior. Pero, aunque fuera un milagro, rezaba que esta vez fuera la definitiva. Podía incluso recordar de memoria, lo que trataba la premisa principal de la historia.

La novela era la favorita de su madre fallecida, que le había heredado antes de morir. "La amante del embajador", que trataba sobre un hombre de cuarenta y cinco años, embajador de un país extranjero, respetado por la realeza de London.

Al descubrir que su esposa le ha sido infiel, tiene que callar en silencio, puesto que esta es la hija de la nieta del rey, por lo que no puede acusarla. Estando casado sin amor, asqueado por tocar a su esposa infiel, decidirá buscar cobijo en los brazos de otra mujer. No obstante, lo que comenzó solo como un desahogo físico, se convertiría en una obsesión al probar aquel fruto prohibido que resulta ser la hermana menor de su esposa.

Aunque no sabía en qué cuerpo ella reencarnaría, una vez su alma estuviera dentro del libro, fuera lo que fuera, tenía un extraño presentimiento de que esta vez sería diferente. Por lo que, abrazando al hombre que amaba, colocando su mano encima del libro, al igual que la mano de él, se quedó dormida.

Poco a poco, el alma de Arthur, como el alma de ella, salieron de sus cuerpos originales, y en formas de orbes dorados, ingresaron al libro, para así comenzar con la historia dentro de aquella novela.

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Una mujer de cabellera negra y ojos rosáceos, terminaba de colocarse su delantal, lista para abrir su pastelería, no sin antes revisar como estaba su abuelo, el único familiar que la ha cuidado realmente, pese a su estatus como hija ilegítima. Al verlo dormir placidamente, al lado de su gatito, sonrió y bajó las escaleras al primer piso, donde estaba su negocio.

No obstante, jamás pensó que, en aquella mañana, casi lluviosa, fría debido a la tormenta que azotó la madrugada, se encontraba alguien que nunca pensó ver de esa forma tan lastimera. Apurada, tomó un paraguas y salió a la cera de al frente, donde el hombre estaba sentado, con la cabeza gacha, completamente empapado.

Sería un problema, sí, sus vecinos, faltando poco para que comenzaran a salir a sus respectivos trabajos al mercado, vieran en esas condiciones a un hombre tan famoso y respetable como el embajador de la India, esposo de la bisnieta del rey.

—¿Dónde estabas?—le preguntó el hombre agarrando su mano—te he estado buscando.

—Le dije que desaparecería de la familia real—respondió arrodillándose frente a él—¿Mi lord?

—El trato... ¿Aún quieres hacer el trato?—preguntó el hombre dejando a la mujer atónita.

Mientras ambos estaban, bajo la leve lluvia, viéndose directamente a los ojos, no pudieron evitar recordar como fue que todo había llegado a ese punto, tan solo una semana antes.

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UNA SEMANA ANTES...

Exactamente, 8 días antes de aquel reencuentro en la pastelería, Alexander Pawar, o como muy pocos de su círculo íntimo lo llamaban, Alex, se encontraba sentado en frente de la cama de la habitación individual de su esposa, fumando un puro y bebiendo un poco de whisky. En la cama, como si de una pintura de lo más burlona y cómica posible se tratara, se encontraba la mujer que le había jurado fidelidad, no solo con un hombre, sino con dos.

Alicia, con una sonrisa, y su cara claramente roja por el esfuerzo dado, se encontraba riéndose mientras mantenía a la fuerza a sus dos amantes. Desde que su madre la había obligado a casarse con el embajador de la India, todo por interés, siendo un hombre de menor estatus que ella, había jurado hacerle la vida imposible y sabía que, el haber sido descubierta en la noche que supuestamente ambos iban a intimar, le causaba mucha gracia.

No había hombre más orgulloso en London que su marido, siendo que su bisabuelo era demasiado orgulloso también, por lo que, en vez de estar claramente dolido porque supuestamente la mujer que "ama" lo engañase con otros hombres, sabía que lo estaba al haberse burlado de él en toda su cara.

Si bien había tenido una racha muy buena de veces que nunca fue descubierta, sí le sorprendía que, en esa ocasión, su esposo pudiera hacerlo, preguntándose en su interior que fue lo que pasó para que él, quien evitaba la mayoría de las veces, las noches conyugales, decidiera llegarle a su habitación privada.

—¿Hace cuanto?—preguntó con clara amargura Alex.

—Bueno...—respondió con una sonrisa maligna—¿Cuántos años tiene nuestro hijo?

Apenas escuchó esas palabras, en un arranque de ira, Alexander lanzó el vaso con el whisky contra la pared, asustando inclusive a la hermana menor de Alicia, Penélope, quien le servía como su doncella principal.

Inclusive ella se asustó más por el cinismo de su hermana mayor, y si bien sabía de las infidelidades de esta, jamás pensó que su único sobrino fuera producto de una infidelidad y que todo este tiempo su cuñado estuviera doblemente engañado.

"Lo siento...Max"

Pensó en su sobrino, mientras intentaba calmar su temblor, observando como su hermana y su cuñado batallaban con unas miradas tan frías que, incluso los amantes de Alicia, no aguantaron más y tuvieron que irse de la habitación aún desnudos. La mujer pelirroja sonrió, observando a su hermana menor, le causaba también gracia como todo eso la afectaba.

—Si no tienes nada más que decir—dijo levantándose completamente desnuda—tengo que bañarme, Penélope, prepara mi baño.

—¡Alto ahí!—le gritó Alex.

—¡Te prohíbo que me grites!—le increpo Alicia—no eres más que un embajador de un país de bajo mundo, ¡Maldigo la hora que me casaron con tan poco hombre como tú! Ve, si quieres, y acúsame de infidelidad, a ver si alguien te cree: "¡Mi esposa, la bisnieta del rey, me es infiel!"

Con una sonrisa, Alicia ingresó al baño seguido de su hermana, sabiendo que lo que le había dicho era verdad. Aunque él quisiera hacer algo, no podía, porque, por más que tuviera pruebas, nadie iría en contra de la familia del rey.

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