Una gran luz me cegó por minutos, no comprendía donde estaba, no podía ver ni siquiera donde me encontraba. Luego una gran oscuridad invadió mi ser, no podía sentir mi cuerpo, era como si fuera nada. Era como si mi existencia se esfumara de la vida, mi alma.
Sentí miedo, gran temor, y más cuando poco a poco mi propia conciencia parecía querer desaparecer. Mientras me sumergía en esa profundidad, en la nada misma, pude observar un brillo a los lejos. Era tan diminuta que temía que se extinguiera.
Quise alcanzarla pero, no podía sentir mis manos, y aún así me aferré a querer llegar hacia ella. Era como una salvación para mí, no podía dejarla ir.
Por unos segundos no supe nada, no pude ver más, mi visión también se había ido. Mi mente quedó en blanco por completo.
—¡Señorita! —Sentí como si alguien moviera mi cuerpo intentando despertarme. Abrí lentamente mis ojos y tardé un momento antes de acostumbrarme a la luz intensa del sol. —¡Gracias dioses!
Miré como una jovencita de cabello rojizo se arrodillaba al lado de la cama. ¿Dónde estaba?
Di una rápida mirada a todo mi alrededor o el espacio que alcanzaba a ver mi ojo debido a la posición en la que me encontraba. Entonces, me senté.
Era una habitación enorme, había un sillón largo hecho con madera de calidad, con otras dos sillas y una mesa pequeña en el medio de los objetos.
—¿Dónde estoy? —Le pregunté a la jovencita. Ella se levantó, sacudió su vestido y limpió su garganta con cuidado antes de hablar.
—En su habitación, señorita. —Lagrimas comenzaron a salir de los ojos de la jovencita. —¿Por qué ha hecho eso? Era mejor escapar, su vida es preciosa. Por favor… no vuelva a hacer eso.
¿De que hablaba? Examiné con la mirada los patrones de las cortinas, se veían muy hermosas, eran estampados de flores.
—¿A qué te refieres? —Esa habitación era claramente distinta a la mía. Además, la forma de hablar de esa jovencita me hacía sentir extraña.
Ella abrió los ojos con sorpresa, no podía saber que pensaba pero, por su mirada comprendía que estaba confusa al igual que yo.
—¿Usted no recuerda? —Negué. Su expresión fue de preocupación en ese momento. —¿Hasta donde no puede recordar?
—No te conozco, no sé donde me encuentro.
—Eso es malo. Ciertamente, el médico había dicho que su acción podía traer consecuencias pero, esto es demasiado. ¿Al menos sabe quién es usted?
—Soy… —Y al intentar recordar quien era mi cabeza comenzó a doler. ¿Quién era? Esa pregunta inundó una y otra vez en mi cabeza. —¿Quién soy? —Pregunté confusa, estaba segura que hace un momento lo recordaba. Era como si alguien bloqueara mis recuerdos, pero tenía algo muy claro, yo no pertenecía a ese sitio.
—Usted es la hija del marqués Bernade y futura esposa del duque Mazheón.
¿Esposa?, ¿Duque?
Mi cabeza dolió más ante esas palabras y por segundos mis recuerdos me fueron revelados, yo era de otro mundo y había muerto en un accidente automovilístico. Así fue como llegué a ese sitio, a ese mundo extraño.
Pero aunque tuve un breve acceso a mis recuerdos de mi vida pasada, no podía recordar quien era o como lucía, ni tampoco donde vivía o si tenía familia.
—¿Está bien, señorita?
Noté el cariño en sus ojos, ella quería cuidarme sinceramente. Le asentí y suspiré profundamente.
—¿Puedes traerme un poco de agua? —Ella asintió, salió de la habitación y cerró la puerta con cuidado.
Mientras esperaba el regreso de esa jovencita, intenté recordar mas de mi otra vida. Era doloroso pero, no quería olvidarme de quién era.
Una imagen apareció en mi cabeza, una mujer rubia y hermosa, ella parecía ser cercana a mí. Me dijo algo, pero no podía recordar bien.
La puerta de la habitación se abrió y miré esa dirección pensando que era la jovencita de antes. Sin embargo, allí había entrado un hombre de la cuarta edad, con pasos firmes, rápidos y una expresión molesta. Estaba vestido con un traje negro, guantes y botas altas. Su cabello era oscuro al igual que sus ojos, tenía algunas canas asomándose entre su pelo negro.
—Oh, ¿Despertaste? No creas que no me he enterado de lo que planeabas. Siempre has sido difícil de manejar. —Él suspiró cansado y dijo. —Escúchame solo por esta vez, soy tu padre.
—¿Es mi padre? —Le pregunté y él me miró confundido. —Ah, creo que he perdido la memoria. No puedo recordar absolutamente nada. —Su expresión cambió a una de asombro.
—¡Dioses! ¿Cómo es posible eso? —Él me examinó por unos segundos y luego avisó que iría a buscar al médico, y se fue dejándome sola en esa habitación.
Una semana después.
Con la ayuda de Katelyn descubrí que el cuerpo en el que había renacido, había intentado suicidarse porque el marqués Bernade la quería casar con el duque Mazheón. Según los rumores el duque era alguien frívolo y sin tacto alguno, de corazón duro y sin nada de amabilidad. Al parecer eso había asustado a la pobre, que en lugar de sufrir prefirió acabar con su vida.
Pero yo no pensaba morir, menos cuando había tenido una nueva oportunidad de vivir. No sabía porque estaba ahí pero, sin importar la razón, yo viviría y sería feliz.
Me encontraba sentada en una banqueta en medio del jardín, yo admiraba esas flores hermosas, era la primera vez que veía esa especie. Los tallos eran de color azul y florecían de un dorado con marcas rosas.
Escuché unas pisadas cerca y centré mi atención en esa dirección, detrás de un arbusto apareció ella. Era hermosa, su cabello era rubio parecido al oro, sus ojos eran azules y tenía un lunar debajo del ojo izquierdo. Al verme su rostro se iluminó, se veía radiante.
—¿Qué haces aquí? —La mirada que me dirigió me hizo sentirme extraña y no respondí a su pregunta. Ella elevó levemente una ceja y cruzó sus brazos. —Pregunté qué haces en mi jardín.
—Oh, no sabía. He perdido la memoria. —Le expliqué levantándome rápidamente de la banqueta y vi como ella observaba sin nada de interés. —Bueno, me iré.
Crucé a su lado pero, ella me detuvo sosteniendo mi hombro.
—Limpia el jardín, ya lo has ensuciado. —¿Qué? ¿Estaba hablando en serio? —¿No lo harás?
—Lo siento. No volveré a esta parte. —Le quité su mano sobre mi hombro y caminé rápido para llegar a mi habitación. Ese sitio era peligroso, eso sentía.
Después de ese día algunas sirvientas comenzaron a tratarme hostil, antes se notaba que yo no les agradaba, sin embargo, ahora ellas parecían quererme hacer desaparecer o algo. Katelyn era la única que me trataba bien y se preocupaba por mí. No entendía nada.
—Katelyn. —La llamé. Ella estaba arreglando mi cama, cambiando las sábanas por unas nuevas.
—¿Sí?
—Las demás chicas me tratan mal, ¿Era mala antes de perder los recuerdos? —Le pregunté. Katelyn negó con la cabeza y se acercó a mí.
—Señorita, usted es la mejor persona que he conocido y por eso la quiero mucho, porque usted tiene un buen corazón. Ellas la tratan así porque… —Ella pareció dudar de lo que diría, no, más bien era como si temiera contármelo.
—Cuéntame, por favor. —Le supliqué y ella sostuvo mis manos entre las suyas.
—Usted no es hija de la marquesa, nació fuera del matrimonio, es por eso. La marquesa no se encuentra porque ha ido de viaje a la casa de sus padres, pero su hermana está aquí… no se acerqué a ella, por favor.
Me quedé petrificada unos segundos, no sabía como reaccionar ante esa información. Pero asentí a lo último que dijo, recordando la escena del jardín, descubrí quien era mi hermana.
Éramos distintas en apariencia, seguramente se parecía a la marquesa, ya que el marqués tenía el pelo oscuro. Y viendo mi apariencia en los espejos, yo era parecida al marqués en esos rasgos.
Katelyn terminó de ordenar y se despidió diciendo que iría a buscar algo de postre para mí. En mi habitación había algunos libros en la mesa, por lo tanto, me acerqué a ellos para intentar descubrir más sobre ese mundo.
Sin embargo, no pude entender nada, las letras eran extrañas. No podía descifrarlas.
Cuando Katelyn regresó le pregunté sobre los libros, si ella podía entenderlo pero, ella negó y me contó que no sabía leer. Sin embargo, también me dijo que esos libros eran difíciles de leer, debido a que no eran de ese reino.
Katelyn salió de nuevo y volvió con otros libros, la cubierta era distinta y las letras también. Aunque me costó reconocer las letras, si pude leerlas. «La princesa Diorne».
Al pasar las páginas rápidamente, quedé encantada con las ilustraciones que había en el libro. Algunas a color y las demás en negro y blanco.
Había llegado el día de la boda, no lo podía creer. Me encontraba en una habitación distinta, Katelyn se había quedado afuera, mientras una mujer como de unos treinta años me vestía. Ella apretó el vestido más de la cuenta, no parecía contenta con hacer ese trabajo, de hecho, me miraba con bastante odio.
Me hizo sentarme, luego comenzó a peinar mi cabello. Intenté respirar, el aire no llegaba bien a mis pulmones y menos con esos jalones que ella me estaba dando, Katelyn cepillaba mi cabello con cuidado no como esa loca. Vi todo negro y cuando desperté me encontraba acostada en el sillón.
Me senté mientras me sentía mareada, suspiré de alivio al no sentir el corsé. Me lo quitaron mientras estaba desmayada.
La puerta se abrió, una mujer alta y rubia entró. Se parecía a mí hermana, debía ser la marquesa.
—¿Intentas matarte el día de tu boda? —Su pregunta me dejó desencajada. Yo no había intentado nada, me iba a matar esa loca del corsé.
—La estilista fue la que casi me mataba. —Respondí molesta.
—¿Respondes? Además, la estilista dijo que eras tú la que rogaba que fuera más apretado para verte hermosa. —Observé a la marquesa sin responder. No había caso en seguir la discusión, si ella no iba a entender. —De cualquier manera, ten cuidado de poner en vergüenza a tu padre y a mí.
Ella salió y cerró la puerta. Me preocupé sobre como sería mi vida después de la boda, aunque tampoco tenía una mejor opción estando en la casa del marqués Bernade.
Luego de media hora las campanas empezaron a sonar, era la hora. Me detuve frente a la puerta, con miedo de salir e ir al sitio que podría ser mi infierno. Suspiré, me armé de valor y empujé las puertas.
Habían dos hombres vestidos con trajes que tenían medallas y placas, eran los soldados del duque. Por lo que escuché, el duque tenía sangre real corriendo por sus venas y era un comandante de guerra. ¿En dónde me estaba metiendo?
Los soldados me guiaron a la catedral. Vi tantos rostros nuevos, hermosos y elegantes, me veían con curiosidad, desagrado y otros sentimientos. Por un momento sentí vergüenza, mis piernas temblaron y tuve miedo de acercarme más.
El duque, Dios, que presencia. Su porte, su expresión, todo de él demostraba superioridad. Me miró con ojos arrogantes, examinando de arriba hacia abajo. Y luego miró molesto al marqués. ¿Qué estaba pasando?
Llegué a su lado y ambos miramos al padre que haría la ceremonia de unión. El duque era rubio, un poco más oscuro que mi hermana, tenía el cabello peinado hacia atrás.
—Estamos reunidos hoy para ser testigos de la unión de estas dos almas. —El padre comenzó la ceremonia de unión.
La ceremonia terminó con el duque poniéndome el anillo. El público aplaudió y así terminó todo. Un carruaje vino a recogerme, me sorprendí, pensaba que iría con el duque.
No quería darle mucha importancia y me preparé mentalmente mientras estaba en el carruaje. Tenía que pasar la noche con el duque, ese mundo era de ese modo. Matrimonios arreglados por los padres, tener herederos… miré al cielo a través de la ventanilla del carruaje, estaba claro casi sin nubes en ella.
Abracé a Katelyn al saber que había venido detrás de mí, ella me siguió. Ella me ayudó a prepararme para la noche que pasaría con el duque. Me perfumó, me soltó el cabello y me vistió con tela fina y luego me tapó con un abrigo para que pudiera ir a la habitación del Duque.
Caminé por los pasillos acompañada de Katelyn y un soldado, quien tenía el cabello castaño y era muy alto. Cuando llegué frente a la puerta de la habitación del duque, ambos se despidieron y me dejaron ahí.
Estaba nerviosa pero, toqué suavemente.
—¿Quién es?
No sabía que responder, ¿Debería llamarlo esposo?
—Emilia Bernade, su esposa… —Dije lo último en voz baja.
—Regresa a tu habitación. —Su respuesta me dejó en silencio por unos segundos. No sabía como sentirme, solamente podía escuchar mi corazón retumbarme en los oídos.
—Pero la noche de bodas… —El duque interrumpió mis palabras.
—Regresa y no vuelvas a acercarte a mi habitación.
Sentí mis mejillas calentarse, mi pecho arder y así también mis ojos, luego lágrimas frías resbalaron por mi rostro. No sabía porque pero, ese rechazo me había hecho sentir tan humillada y avergonzada. Permanecí unos cuantos minutos frente a la puerta, llorando en silencio pero, el duque no abrió en ningún momento. Ni siquiera para examinar si me había ido o no.
Al día siguiente los rayos solares me despertaron, me dolía la cabeza por haber llorado la anterior noche y Katelyn comentó que tenía unas enormes ojeras.
—¿Cómo se atrevió a rechazarla? —Mientras estábamos en la bañera, Katelyn no paraba de quejarse de lo sucedido. Ella estaba molesta. —Usted es hermosa, pura y amable, nadie rechazaría una mujer tan bella como usted, a menos que sea un… ¡Oh dioses! ¿Será?
Me reí por la imaginación que tenía Katelyn. De hecho, verla quejándose me animaba un poco, así no pensaba tanto en ese mal momento.
—¿Y ahora? Ese duque es realmente cruel como dicen… ojalá no tenga amantes… —Katelyn susurró lo último pero, alcancé a oírlo. Después de lo de anoche, ya tenía una idea del rumbo que tomaría ese matrimonio. Realmente, lo único que debería hacer era ignorarlo y pasar de él.
—¿No puedo tener también?
—¿El qué? —Cuestionó confusa.
—Amantes… sí el puede tenerlos, también debería, así sería justo. —Sonreí y Katelyn soltó una risilla pícara.
—Juzgan mucho en la sociedad a las mujeres que deciden tener amantes. —Subí los hombros y Katelyn sonrió. —¿Quiere que le busque uno?
—No, por el momento no. —Le contesté, siendo sincera no me creía capaz de tener amantes, por alguna razón sentía que hacer eso me haría no ser yo, era extraño…
Inhalé el agradable olor de los perfumes de baño, relajé mi cuerpo mientras Katelyn limpiaba con la esponja las zonas restantes.
En el desayuno me enteré que Katelyn se volvió mi dama de compañía y tendría otras sirvientas que hagan los demás deberes. Me alegró eso, pues Katelyn pasaría más tiempo conmigo. También, el soldado de la otra noche me fue asignado como mi caballero. Su nombre era Ian.
Con la ayuda de Ian, Katelyn y yo pudimos dar un recorrido a casi toda la mansión del duque, menos los establos y la zona de caza.
La mansión del duque era dos veces más grande que la vivienda del marqués Bernade. Pero conociendo el estatus social y económico del duque, entendía la diferencia. Y por esa razón fui vendida al duque, todo se trataba de las riquezas. Mi padre jamás sacrificaría a mi hermana conociendo los rumores que se dicen del duque; ella era físicamente más bella que yo, y el duque merecía algo más precioso.
Me senté en una banqueta de madera en mitad del jardín. Ese jardín era hermoso, estaba repleto de girasoles y esas flores eran mis preferidas. Mientras admiraba a las flores, Ian y Katelyn charlaban, esos dos se llevaron bastante bien en tan poco tiempo. Suspiré.
—¿Ian? Ven un momento.
El mozo se acercó rápidamente, erguido y en buena postura.
—¿No hay una biblioteca aquí? —Él lo meditó un momento.
—En el único lugar que hay libros, es en el despacho del duque, ¿Quiere algún libro mi señora?
Negué rápidamente con la cabeza.
—No, mejor olvídalo.
Ian volvió a su conversación con Katelyn y yo me quedé viendo las flores con el ánimo por los suelos, me sentía aburrida de no hacer nada.
Y así pasó todo el día, eso causó que mi estrés fuera peor, el dolor de cabeza aumentó al mil.
Estando en la habitación con la bata de dormir, miré la inmensidad del cielo a través de la ventana, las estrellas alumbrando y las nubes tapando el rostro de la luna.
¿Cometí asesinato en la otra vida?, no entendía porque estaba pagando por tanto. Cerré mis ojos con pesadez y me dormí luego de permanecer unos minutos así.
El día era fresco pero, no tuve ganas de salir al jardín y menos de ponerme un pomposo vestido, incómodo sobre todo. Me quedé con un vestido suave y de tela lisa, que marcaba las curvas de mi cuerpo. Realmente, me sorprendí al verme al espejo, mi figura era hermosa.
Mi pelo estaba suelto cayendo sobre mi espalda. Desde hacía unos minutos estaba acostada en la cama como un trapo sucio, no sentía ganas de hacer nada. No era como si hubiera algo para hacer.
Escuché el sonido de la puerta abriéndose.
—Katelyn. ¿Encontraste las pinturas y los marcos para dibujar?
No recibí respuesta. Levanté la cabeza con confusión y casi me dio un infarto al ver al duque parado en la puerta. Él me veía con una mirada molesta.
—Duque…
No salieron más palabras de mi boca, quedé en blanco.
—¿Por qué estás en telas suaves a estas horas?
Su pregunta me hizo volver a la realidad. Me di cuenta que mis pezones se notaban a través de la delgada tela. Su mirada examinó mi cuerpo y eso hizo que sintiera vergüenza, por lo tanto, me metí bajo las sábanas tapando mi cuerpo.
—Es incómodo llevar un vestido muy ajustado y también me dio algo de calor. —El duque seguía viéndome. Me sentía nerviosa y quería taparme la cara con las sábanas.
—Tengo unos asuntos que resolver con tu padre mañana, ¿Quieres venir conmigo?
Yo solamente asentí y el duque se giró alejándose de mi habitación. Qué interacción más incómoda.
Al poco tiempo llegó Katelyn con el mandado y me pasé casi todo el día haciendo bocetos de todo lo que veía en mi habitación. Los jarrones, las flores, los muebles, el armario y demás.
Katelyn se sentó a mí lado observando lo que hacía y me contó momentos de su pasado, relatando un poco sobre lo que recordaba antes de comenzar a trabajar en la residencia de los Bernade. Katelyn dijo que ella había nacido en un pueblo muy pobre, sus padres tenían muchos hijos y cuando tuvo la edad de cinco años la vendieron a un señor que era muy rico pero, ella escapó y terminó en la casa de mi padre.
La puesta del sol era hermosa, la brisa fluía suavemente en el ambiente. Las ventanas estaban abiertas, los sonidos de la noche se aproximaban.
No cené. Me acosté viendo el techo como si fuera una distracción divertida. Y así me quedé dormida.
Como había comentado el duque, cuando llegó la hora el carruaje esperaba afuera para llevarnos a la residencia del marqués Bernade. Iría solamente con el duque y los soldados que conducían el carruaje. Eso me entristeció, pues dejaría a Katelyn atrás.
Ese día llevaba un vestido rosado y con algunos adornos adorables, mi cabello estaba suelto y llevaba conmigo un abanico debido al calor.
Fue muy extraño estar en el carruaje con el duque , él permaneció en silencio todo el viaje y tuve tantos nervios que no pude ventilarme. Realmente, su presencia imponía demasiado. En el silencioso trayecto aproveché para observarlo tímidamente. Su mandíbula era muy marcada, sus ojos violetas eran atrayentes y a la vez transmitían algo de soledad o aburrimiento.
Fuimos recibidos con mucha alegría, bueno, el duque fue recibido de esa manera. Pues yo había sido completamente ignorada.
¿Por qué había regresado?
Elena, mi hermana, observaba desde la puerta principal. Sonriendo se acercó a saludar, el duque la miraba de una manera extraña, parecía contento de verla. Y mientras ella le entregaba su mano al duque, me mostró una sonrisa victoriosa.
Luego apareció la marquesa en escena. Ella llevaba un vestido azul turquesa que combinaba perfectamente con su cabello rubio y ojos azules. La marquesa saludó con respeto al duque y me miró con grandeza, su mirada reflejaba orgullo y superioridad.
Bajé la mirada al suelo, sintiéndome indefensa en ese ambiente tan tenso. Las sirvientas también me miraban con desagrado, ya me comenzaba a arrepentir de haber vuelto.
—Oh… Emilia. —Era la voz de mi padre. Levanté la vista y lo miré unos segundos, luego lo saludé haciendo una media reverencia. —¿Está yendo bien su matrimonio?
Esa pregunta iba dirigida al duque, quien parecía molesto por ella, debido a que su mandíbula se había tensado.
—Sabe porque estoy aquí. —Ambos hombres se miraron de una manera que no podía descifrar.
El marqués asintió. Dio una señal y los caballeros abrieron la puerta principal, el duque le siguió hasta adentro.
—Sigues viéndote exactamente igual. —Elena dijo y entró. Esperé a que la marquesa entrara y luego yo también lo hice.
Me quedé observando el cuadro de la sala principal mientras esperaba al duque, quien estaba hablando en privado con el marqués en el despacho.
Estaba sola, no había ni una sirvienta cerca. Y tampoco tenía las ganas de caminar por la residencia, conociendo el trato que ellos me daban. Me sentía aburrida y poco a poco sentí como mis párpados se comenzaron a cerrar.
Me sorprendí cuando sentí una mano fría tocando mi rostro. Abrí los ojos, el duque me miraba confuso, también parecía sorprendido.
Apartó su mano.
—Nos vamos.
Me levanté rápidamente. El duque caminó despacio, parecía pensativo pero, como siempre no habló mucho. Sin embargo, fue una sorpresa pasar por el mercado. Era la primera vez que lo veía, los comerciantes, los puestos y… ¿Enanos?
—¿Qué son esos? —Pregunté señalando por la ventanilla.
—Enanos, ¿Nunca viste uno? —El duque me preguntó. Él estaba con una mano apoyada debajo de su mandíbula.
—No, ¿Los están vendiendo?
—Obviamente, son una raza inferior. —Esa respuesta me dejó callada por unos minutos. —¿Sientes lástima? No deberías, son seres igual de malvados que los demonios.
Después de esa breve conversación volvió el silencio y de esa manera hasta llegar a la mansión del duque. Lo primero que hice fue darme una ducha y vestirme con algo más cómodo, luego permanecí en la habitación hasta la hora de la cena.
—Mi señora, la cena está lista. —Ian avisó luego de que le diera el permiso de entrar. El vestía un pantalón oscuro y una camisa blanca, traía su espada consigo y unos guantes blancos en las manos.
Katelyn había salido anteriormente por algunas cosas, miré el reloj antes de salir. El comedor se sentía solitario, era la única sentada en esa larga mesa en donde podría caber doce personas o más. Corté con el cuchillo el filete, estaba delicioso, saboreé con emoción cada mordisco.
Después regresé a la habitación, me acosté y aunque me costó dormirme, luego de una hora pude hacerlo.
Nuevamente me levantaba sintiéndome aburrida, era la misma rutina. Bañarme, peinarme y vestirme. Decidí salir de la habitación, yendo al jardín. Allí había más viento y no hacía mucho calor. Me quedé observando las hojas moverse, escuchando el sonido de la brisa y los pájaros que posaban en las ramas.
Pasé horas sentada ahí, cuando Ian me avisó que el almuerzo estaba listo, entré y comencé a comer lo preparado. La mesa estaba llena de comida, pero, solo yo me encontraba en ella, nadie más. Debería pedir permiso para que Katelyn pudiera hacerme compañía en las comidas o yo misma debería ir a comer a la cocina, vaya soledad. Además, sería bueno conocer a la mayoría de sirvientes que trabajaban en la mansión.
Me levanté decidida, cuando abrí las puertas Ian se sorprendió; él se había quedado afuera a hacer guardia. Le mostré una sonrisa mientras me acercaba un poco más, él me miró arrugando las cejas.
—¿Puedes llevarme a la cocina?
—¿No fue de su agrado la comida? —Me preguntó con mucho respeto, negué rápidamente. —La cocina no es un sitio en el que deba entrar, sería mal visto y las sirvientas podrían faltarle el respeto.
—No te preocupes por eso, puedo manejarlo. Llévame, por favor. —Ian dudó unos segundos pero, finalmente asintió. Él caminó al frente mientras yo seguía sus pasos.
La cocina era enorme, hermosa y con un aroma agradable. Katelyn corrió a abrazarme al verme y yo correspondí contenta. Conocí a la chef principal, era una mujer amable y rápidamente pude sentirme bien mientras conversábamos, Ian también se sentó en la pequeña mesa siendo invitado por Martha, la encargada de la cocina en general. Martha tenía a otras sirvientas ayudándola pero, ese día habían regresado a sus habitaciones más temprano.
—Pensé que usted sería como las demás doncellas, pero, es bastante agradable —sonreí al ser halagada por Martha.
—La señorita Emilia, es la mejor persona que ha existido, crea en mi palabra. —Katelyn comenzó a hablar sobre mi, hasta a mí me sorprendía; ya que, no sabía de tales hazañas. Katelyn relató de las incontables veces donde salvaba a los animales de peligros, especialmente a los gatos. De que era muy buena y obediente, sin importar que la marquesa era un malvado demonio, eso último me causó gracia. Mientras observaba a todos sonrientes dialogando, me dio la impresión de sentir el calor de la «familia».
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