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Mrs. Handford

1: Secreto en la oscuridad

En cuanto escuché las sirenas de las patrullas que se aproximaban desde el otro extremo de la calle, una voz interior me susurró las escalofriantes palabras que de alguna manera tuvieron un acierto aterrador. “La señora Handford” pensé de inmediato. Comprobé que mis sospechas eran correctas cuando me dirigí a una de las enormes ventanas de la sala principal de mi hogar. Las cortinas blancas, casi traslúcidas, se mecían de un lado a otro a causa de la ligera corriente de viento que ingresaba desde el exterior; un viento frío que acompañaba la noche y que me puso de punta los vellos de los brazos. Para mi fortuna, las luces del primer piso de la casa estaban apagadas, por lo que pude acercarme con cautela y hacer levemente a un lado una de las cortinas, asomando la mitad de mi rostro por la pequeña abertura que se formó entre la tela. Fue así como obtuve una vista completa de la casa de la señora Handford.

Una patrulla se estacionó frente a la acera, en medio de su casa y la mía. La primera persona en bajar del vehículo fue una mujer, que iba en el asiento del copiloto. Era delgada, bastante alta, y después de salir del auto cerró de un portazo y comenzó a caminar a través del sendero marcado entre el césped recién cortado de la señora Handford. La mujer de uniforme azul oscuro llegó hasta el pórtico de entrada, levantó su mano y dio tres suaves golpes a la puerta, al mismo tiempo que su compañero salía también de la patrulla; un hombre un poco más bajo que ella pero con un cuerpo mucho más robusto. Cuando la puerta de la casa se abrió, ambos oficiales de policía ya se encontraban frente a ella.

Finalmente apareció la señora Handford al otro lado de la puerta. Esta vez pude observar una versión de ella que nunca antes había visto. Siempre había sido una mujer muy elegante, con un aspecto reluciente que dejaba en evidencia la cantidad de dinero que poseía y sus habilidades para mantenerse hermosa sin importar el día. Hoy es la primera vez, en los tres años que llevo viviendo aquí, que la veo con una apariencia tan demacrada y tan… Falsa.

Su cabello siempre está impecable, pero ahora se encuentra totalmente desaliñado, su rostro tiene manchas de maquillaje, especialmente en la zona de los ojos, que se encuentran rojos e inundados en lágrimas. Al ver a los policías, comienza a decirles algo de forma histérica, tartamudeando, y a pesar de que no puedo escuchar qué es lo que dice, sé que es algo malo, pues ambos policías ingresan a la casa rápidamente, dejando a la triste señora Handford parada en la puerta, como si estuviera en estado de shock. Sin embargo, en cuanto los policías suben las escaleras para dirigirse al segundo piso, puedo ver desde mi ventana cómo la expresión de esa mujer cambia completamente. Se limpia las lágrimas, pone los ojos en blanco, como si aquella situación en lugar de ser triste, fuera tediosa para ella. Se acomoda rápidamente el cabello, y después cierra la puerta, dejándome confundida entre las penumbras de mi propio hogar.

Pasados aproximadamente diez minutos, un nuevo vehículo se estaciona frente a la casa de la señora Handford, pero esta vez se trata de una enorme ambulancia, cuyas intermitentes luces rojas y blancas iluminan el interior de mi hogar. Por un momento me preocupa la pequeña posibilidad de que alguien me vea aquí, junto a la ventana, husmeando en asuntos que claramente no son de mi incumbencia. Aunque sé que está mal, llevo un poco más de cinco minutos sentada en el sofá que acabo de deslizar sobre el suelo para lograr posicionarlo frente a la ventana, entre la oscuridad del salón pero al mismo tiempo cerca del cristal para obtener una vista directa de la casa de enfrente. No quiero perderme ningún detalle de la situación al otro lado de la acera, pues sé perfectamente que algo muy malo acaba de pasar.

Pasan los minutos nuevamente, pero ahora no soy la única vecina chismosa que espía desde su hogar, pues logro ver a varias personas que se han reunido en la calle para presenciar la intrigante escena ante ellos. Un paramédico sale a toda prisa de la casa, corre hasta la ambulancia, abre las puertas traseras y posteriormente saca una camilla con la ayuda de una de sus compañeras, que había permanecido en el interior del vehículo. La incertidumbre comienza a incrementarse, y los murmullos de los vecinos son cada vez más fuertes. Algo está sucediendo en ese lugar, y teniendo en cuenta que la señora Handford fue quien recibió a los policías y paramédicos, puedo deducir con facilidad que el principal afectado es su esposo. Algo malo acaba de pasarle a ese hombre.

Tal como me temía, mis sospechas eran ciertas. No pasó mucho tiempo hasta que vi, desde mi sofá, cómo los paramédicos salían de la casa acompañados de la camilla, pero esta vez ya no estaba vacía. Me levanté abruptamente de mi lugar al ver que sobre la camilla se encontraba un cuerpo, cubierto completamente con una sábana blanca. Permanezco paralizada junto a las cortinas mientras observo cómo cargan la camilla y comienzan a subirla en la ambulancia. Tras los paramédicos salen los policías que habían llegado a la escena un rato antes, y finalmente, la señora Handford aparece en la entrada de la casa, con una mirada inexpresiva y ojos hinchados. La mujer de uniforme azul le dice unas últimas palabras, le pone una mano en el hombro como muestra de apoyo, y después comienza a caminar hacia la patrulla acompañada del hombre robusto que había llegado con ella. La patrulla de policía se marcha, al mismo tiempo que la ambulancia cierra sus puertas con el cadáver del esposo de la señora Handford en su interior. Es entonces cuando me doy cuenta de que ni siquiera sé su nombre. Ese hombre vivió frente a mi casa durante dos años, y nunca supe cómo se llamaba. Sólo conozco el nombre de su esposa; esa misteriosa mujer que me provoca tanta angustia sólo con verla. Desde la primera vez que escuché su nombre, se quedó grabado en mi cabeza hasta el punto de recordarlo tantos años después, cuando nunca he tenido una conversación con ella cara a cara. La señora Handford acaba de perder a su esposo, y aunque no parezca la gran cosa, me preocupa. Me preocupa el extraño deja vu que siento en este momento. No es la primera vez que hay policías en su casa. No es la primera vez que una ambulancia llega en medio de la noche.

No es la primera vez que un cadáver sale de su hogar.

Cuando las luces azules y rojas finalmente han dejado de iluminar las calles y los vecinos han regresado a sus casas, puedo ver cómo la señora Handford comienza a cerrar la puerta de su hogar, no sin antes mirar fijamente hacia mi ventana. Su mirada se encuentra con la mía durante unos segundos, y aunque estoy parada en medio de la oscuridad, sé que ha notado mi presencia. Lo sé por la tenebrosa sonrisa ladeada que adorna sus labios al momento de desaparecer tras la puerta.

2: Voces pasadas

Me gusta tener el control de mi propia vida. Me gusta mantenerme enfocada en aquello que es importante, y establecer mis prioridades, pero desde la noche anterior he mantenido mi mente sumergida en recuerdos irrelevantes que me desvían de cosas que realmente importan. Siempre he dicho que la vida social debe mantenerse alejada de la vida profesional, en este caso, la vida universitaria. Teniendo en cuenta que tengo una beca que cubre la mayoría de los gastos de mi carrera, no puedo darme el lujo de pensar en otras cosas que no estén relacionadas con las abundantes tareas y los angustiantes exámenes que están por venir en las próximas semanas. Necesito mantener el enfoque, pero en este momento eso es algo imposible para mí, pues hay algo que ocupa cada espacio disponible de mi mente… La señora Handford.

Su segundo esposo ha fallecido, tal y como lo hizo el primero hace exactamente cuatro años. No es la gran cosa, me repito a mí misma, una y otra vez. ¿Qué tan inusual es que una mujer quede viuda dos veces? Honestamente, no tengo idea, pero sé que no es algo tan importante como para provocarme esta angustia. Pero hay algo en ella. Hay algo en esa mujer que me hace pensar que tal vez no se trata de una casualidad. Tal vez no hayan sido accidentes. Su actitud al recibir a los policías, la extraña manera en la que parecía estar fingiendo su tristeza. La manera en la que sonrió con malicia cuando me vio parada frente a la ventana… Intento despejar mi mente, por lo que decidí tomar mi hora de descanso para dirigirme a la cafetería más cercana y disfrutar un cappuccino con la esperanza de dejar de pensar en cosas triviales. Han pasado treinta minutos, y hasta ahora mi plan no ha funcionado.

Mi universidad no es precisamente un sitio muy grande, por lo que en mi tiempo de descanso no hay muchas opciones que pueda tomar para pasar el rato. Podría recorrer los enormes y hermosos jardines que se extienden por el campus, pero luego de más de dos años viéndolos cada día, han comenzado a perder su atractivo. Podría ir a la biblioteca y disfrutar un rato del cómodo y tranquilo silencio, pero no está permitido llevar alimentos allí. Fuera del campus hay una gran variedad de restaurantes, pero mi presupuesto no es tan elevado como para pagarlos. La universidad de Lakeside es exclusivamente para personas que pueden gastar elevadas cantidades de dólares en cada visita a alguno de estos restaurantes. Recibir una beca en este lugar fue casi un milagro para mí, aunque también ha traído ciertos momentos desagradables, especialmente a la hora de relacionarme con mis compañeros. Tal vez si hubiese aceptado hospedarme en la residencia universitaria que me ofrecieron, las cosas serían más sencillas. Sería más fácil socializar e integrarme a los grupos que ya han formado los demás estudiantes. Además, en momentos como éste, donde tengo casi dos horas de espacio entre una clase y otra, no tendría que preocuparme por el sitio donde estaré sentada hasta que llegue la hora de regresar al aula. A pesar de eso, ya es tarde para arrepentimientos. Rechacé la residencia estudiantil temiendo no encajar por completo en este sitio, e inconscientemente terminé provocando lo que quería evitar. Ahora, cada día, ingreso a esta cafetería, elijo una de las últimas mesas, y espero a que los eternos minutos pasen. No es el mejor plan, pero sí el único que tengo.

La puerta del pequeño establecimiento con adictivo olor a café se abre suavemente, chocando con la pequeña campana que cuelga del techo y provocando un tintineo que me hace levantar la mirada. Un chico acaba de ingresar al lugar, probablemente también sea un estudiante. Teniendo en cuenta la ubicación de la cafetería, es bastante usual que sea concurrida por estudiantes o maestros, pues brinda un ambiente bastante tranquilo, y la comida no es tan costosa si se compara con los establecimientos vecinos. El chico moreno de cabello rizado camina en mi dirección, lo que me toma por sorpresa pues no hay ninguna mesa disponible en esta área además de la que estoy ocupando en este preciso instante. Le doy un último sorbo a lo que queda del contenido de la taza frente a mí, y después mis ojos se encuentran con los suyos, al mismo tiempo que se detiene a un par de metros de mi asiento. Confirmo que es un estudiante al ver la mochila que cuelga de uno de sus hombros.

–Hola –saluda tímidamente, curvando los labios con una pequeña sonrisa. Es alto, calculo que mide unos diez centímetros más que yo. Puedo suponer que tiene mi misma edad, y si no, estoy segura de que no pasa de los veinte años.

–¿Hola? –cuestiono inmediatamente. Su saludo es inusual, teniendo en cuenta que no nos conocemos. Tose un par de veces, intentando aclararse la voz.

–Lo siento… Yo… Mi nombre es Henry –extiende su mano abierta hacia mí, esperando que la estreche. Lo pienso un par de segundos antes de hacerlo, pero finalmente sujeto su mano con suavidad durante un instante breve, para después soltarlo de nuevo–. Henry Cowan.

–¿Necesitas algo, Henry? –sé que espera que le diga mi nombre, pero no pienso hacerlo hasta saber el motivo de esta conversación. Evidentemente, relacionarme con otras personas no es mi fuerte.

–Sí, bueno… ¿Me puedo sentar? –asiento con la cabeza ante su pregunta, y veo cómo deja la mochila en el suelo para después deslizar la pequeña silla de madera que se encuentra a mi lado hasta posicionarla cerca de él, quedando frente a mí con la mesa en medio de ambos–. Sé que te parece extraño que te hable así… Tan de repente. Soy estudiante de ingeniería informática –es la misma carrera que estoy estudiando, pero no recuerdo haberlo visto en ninguna de mis clases. Intento recordar su rostro, pero no me parece ni un poco familiar–. Sé que tú igual. Estoy teniendo problemas con algunos de los cursos, así que pensé en pedirle ayuda a alguien que tenga más avance que yo. Fui con el maestro de uno de los cursos que tomaré el próximo semestre, y te vi salir de su clase. Supongo que estás un semestre adelantada, así que pensé que tal vez podrías ayudarme con los cursos que…

–¿No pensaste en pedirle ayuda a tus propios compañeros de clase? –nuevamente, hago mi mejor intento por darle fin a la conversación. Tengo mucha carga sobre mí en este momento como para preocuparme por la de alguien más. El semestre está a punto de terminar, y por si fuera poco, el esposo de mi vecina acaba de morir el día anterior. Eso último no se relaciona conmigo, claro, pero por algún motivo es algo que no sale de mi cabeza.

–Lo hice pero ninguno accedió a ayudarme. Puedo pagarte, si quieres. También puedo acomodarme a tus horarios. Sólo necesito algunas clases, no te pido que hagas mis tareas ni nada parecido. Sólo serías como…

–Una tutora privada –interrumpo, analizando su propuesta. La situación me ha tomado completamente por sorpresa. ¿Clases extra? ¿Ser una tutora privada? Nunca antes le di clases a nadie, y nunca nadie me pidió hacerlo. Mis notas son buenas, y logro comprender la mayoría de los temas de la carrera, pero no sé si tengo la paciencia suficiente como para encargarme de otro estudiante.

–Falta un poco más de un mes para que termine el semestre, y es el tiempo que tengo para nivelar mis notas y estudiar para los exámenes. De verdad necesito ayuda ahora. Sé que también estás ocupada pero, como dije, aceptaré cualquier horario.

–¿Cómo sabías que estaba aquí? –mi repentina pregunta hace que el chico se quede en completo silencio. Me observa confundido, esperando una explicación–. Entraste a la cafetería y caminaste directamente hacia mi mesa.

–Ah… Eso –los cinco segundos que pasa pensando en su respuesta me hacen creer que intenta formular una mentira–. Te vi entrar hace un rato, pero me avergonzaba interrumpirte. Pensé esperar a que salieras pero, bueno… Creo que ésta era mi mejor oportunidad.

Le doy una rápida mirada a la pantalla de mi celular, verificando que no sea tarde para mi próxima clase. Aún hay tiempo, por lo que puedo meditar la propuesta del chico y así tomar una decisión. En este momento hay muchas cosas en mi mente, muchos trabajos universitarios, exámenes, la señora Handford… Sacudo levemente mi cabeza, alejando aquellos pensamientos. Esa mujer no debería ser importante en mi vida, pues ni siquiera la conozco. Lo único que necesito es enfocarme en mi rendimiento en la universidad, nada más… Aunque obtener un poco de dinero extra no es una mala opción, en absoluto. Además, siendo cursos del semestre pasado puedo utilizar mucha información que ya está en mis manos, almacenada en alguna parte del sótano de mi casa, y así no tendría que actuar como una maestra o algo parecido. Sólo debo buscar mis antiguos portafolios y usarlos como ejemplo para explicarle a este chico… Henry, los temas que aún no logra comprender. Le mostraré mis trabajos anteriores, le explicaré lo que no entienda, y recibiré un buen dinero por eso. Honestamente, no me parece algo tan malo.

–Como dijiste, estamos en el último mes del semestre –comienzo a hablar después de un par de minutos, haciendo que Henry levante la mirada–. Mientras más rápido hagamos esto, mejor.

–Podemos empezar hoy mismo si quieres.

–Tengo dos clases más en diez minutos. Te escribiré para enviarte la ubicación de mi casa, y el precio a pagar. Te advierto que no será barato.

–Mientras no exceda el precio de los trabajos y exámenes supletorios…

–Bien, trato hecho –enciendo la pantalla de mi celular, lo desbloqueo y lo extiendo hacia él–. Escribe tu número, ya debo irme.

Después de la corta conversación entre Henry Cowan y yo, tomo mi bolso, pago mi cuenta y posteriormente me dirijo a la salida, pensando en la nueva fuente de ingresos que acabo de crear de una forma tan repentina. Henry ha llegado en un momento perfecto, o eso creo. Si comienzo a darle clases privadas, sumado a mis propias horas de estudio para los exámenes, no tendré tiempo de sobra para ninguna actividad extra, y tal vez así dejaré de pensar en la señora Handford y su difunto esposo. Tal vez así por fin comience a preocuparme por mi propia vida y no por la de esa mujer. Sonriendo para mis adentros continúo caminando hacia la salida. Antes de cruzar la puerta y salir del establecimiento con agradable aroma a café, veo a Henry observándome fijamente, con una mirada inexpresiva y penetrante. En cuanto nuestras miradas se encuentran, él sonríe levemente, y aunque parece estar fingiendo su expresión, continúo mi camino de regreso a la universidad.

3: Horrores nocturnos

Henry Cowan llegó a mi casa aproximadamente a las cuatro de la tarde, y lleva un poco más de cuatro horas intentando resolver algunos ejercicios matemáticos que he sacado de mis libros del semestre pasado. Me produce cierta curiosidad que se encuentre tan confundido en cuanto a temas que, a mi parecer, son bastante sencillos. Me da la impresión de que probablemente nunca prestó atención a las clases, o que simplemente faltó a muchas de ellas. Cualquiera que sea la explicación, es evidente que este chico no sobrevivirá al semestre sin ayuda.

Mientras él se ocupa de resolver ecuaciones y dibujar gráficos, yo permanezco sentada en el sofá que se encuentra junto a la ventana de la sala principal. Olvidé moverlo de regreso a su posición inicial después de haber estado observando (husmeando) lo que sucedía en la casa del frente. Decidí dejar el mueble en aquella posición, pues la brisa que entra por la ventana es bastante refrescante y, aunque me cuesta admitirlo, puedo observar directamente la casa de la señora Handford desde un rincón donde es poco probable que ella note mi presencia. No estoy muy segura de eso último, pues la noche anterior nuestras miradas se encontraron, y estoy convencida de que logró verme.

–¿La conoces? –pregunta Henry detrás de mí, haciendo que dé un salto en mi asiento. Dirijo mi mirada molesta hacia él, notando que intenta disimular una sonrisa, probablemente provocada por el salto que casi me tira del sillón.

–¿A quién?

–A la señora Handford.

Su respuesta me produce tal desconcierto que me pongo de pie a toda prisa y me acercó a él, sobresaltada.

–¿Cómo es que tú la conoces?

–Es un pueblo pequeño. La desventaja de un pueblo pequeño es la rapidez con la que las noticias vuelan. Esa mujer está en boca de todos ahora mismo. Su segundo esposo acaba de morir, y al igual que el anterior, se dice que fue un accidente –explica con tranquilidad. De cierta manera, me alegra conocer a alguien que esté al tanto de la situación, pues no cuento con las habilidades de socialización requeridas para indagar con los vecinos sobre el tema. Mi grupo de amigos en la universidad es prácticamente inexistente; sólo hablo con mis compañeros cuando es necesario, para algún trabajo grupal o para solicitar apuntes cuando me ausento en alguna clase (que casi nunca sucede). Lo que sea que este chico sepa, será útil para saciar mi curiosidad. Cuando estoy a punto de formular otra pregunta, Henry habla de nuevo–. Además, mi padre vino a atender el caso personalmente ayer en la noche.

–¿Tu padre es paramédico?

–Es policía.

Inmediatamente recuerdo la patrulla que se estacionó en medio de la calle la noche anterior, con aquella alta mujer rubia conduciendo el vehículo junto a su enorme compañero. Él era el padre de Henry; el oficial Cowan.

–¿Saben qué le sucedió al esposo de esa mujer?

–No me interesé mucho en el tema. Sólo sé que parece haber tenido una sobredosis accidental con sus medicamentos, o algo así. Creo que tenía problemas de salud, no fue una sorpresa que falleciera –después de escucharlo, permanecí pensativa durante unos segundos. Una muerte accidental. Lo mismo dijeron con su anterior esposo, pero en ese caso, se había tratado de una caída en el baño de la casa, donde se golpeó la cabeza y la mitad de su cuerpo inconsciente quedó sumergido en una tina llena de agua–. Entonces… ¿Sí la conoces?

Veo el cuaderno que Henry sostiene en sus manos, por lo que supongo que ha completado las ecuaciones. Le arrebato el cuaderno de sus manos y comienzo a caminar hacia la sala de al lado, donde se encuentra la enorme mesa donde hemos estado hablando durante las últimas horas. Me limito a contestar su pregunta con desinterés:

–No, no la conozco.

–¿Han hablado alguna vez?

–He vivido en este vecindario por tres años. En ese tiempo no hemos cruzado palabra alguna.

–Es imposible que en tanto tiempo no hayan hablado ni una vez.

–Pensé que el policía era tu padre. ¿A qué se debe este interrogatorio?

Henry sonríe y después se queda en silencio. Yo sujeto uno de los bolígrafos que se encuentran sobre la mesa y comienzo a corregir los errores que noto en la hoja. Mientras escribo sobre el papel, escucho el celular de Henry sonar por una nueva notificación. Él mira la pantalla y después escucho un quejido por su parte.

–Mierda –murmura con molestia.

–¿Problemas?

–Mi padre no puede venir a recogerme. Tendré que tomar el autobús.

–Vaya, qué tortura –comento con sarcasmo–. Yo tomo el autobús todos los días. Sobrevivirás.

–Sí, pero me tomará más tiempo llegar a casa. No vivo muy cerca. Tendré que irme ahora.

Henry comienza a empacar los cuadernos y libros en su mochila, evidentemente estresado. Me había dicho un par de horas antes que quería estudiar muchos de los temas para comprenderlos esa misma noche, y hasta el momento no ha logrado acertar con ninguno de los problemas matemáticos que he diseñado para él. Creo que si estudia durante algunas horas más podría tener algunos temas completamente dominados, pero tampoco quiero ser la culpable de que pierda el autobús, pues no estoy segura de cuál es la hora límite para tomarlo en la noche.

–Puedes dormir aquí, si quieres –sugerí sin estar muy convencida de mis propias palabras. Henry me mira con sorpresa. Incluso yo me sorprendo con mi propia oferta, pues es la primera vez, desde que me mudé a esta casa, que invito a alguien a pasar la noche aquí.

–¿De verdad?

–Tranquilo, no voy a cobrarte extra.

–No quiero ser una molestia. Tampoco es necesario que te quedes despierta, sólo puedes darme los ejercicios y yo los resolveré hasta que mis ojos aguanten –comienza a sacar nuevamente sus cuadernos con entusiasmo, dejándolos sobre la mesa. De repente, se detiene y me mira fijamente–. Aunque… ¿Tus padres no…?

–Vivo sola –respondo al instante, sabiendo qué es lo que preguntará.

–¿Tienes trabajo?

–Mis padres murieron hace unos años. Papá trabajaba para una empresa que, después de su muerte, me da una buena cantidad de dinero mensual. De eso vivo.

–Lamento tu pérdida… ¿Cómo es que pagas la universidad?

–Obtuve una beca, por suerte.

–¿Esta casa es tuya? –luego de formular aquella pregunta, sacude la cabeza y noto su rostro enrojecerse–. Perdón, soy muy entrometido. Me he ganado muchos insultos por preguntar más de lo que debería.

–Digamos que no soy la persona más adecuada para juzgarte por eso –Henry ríe, avergonzado, al tiempo que una sonrisa también escapa de mis labios–. Y no, no es mi casa. Después de la muerte de mis padres una tía lejana se puso en contacto conmigo, me ofreció quedarme aquí durante el tiempo que fuera necesario. Me mudé a este pueblo hace tres años, me inscribí entre los aspirantes a una beca, y… Aquí estoy. Ésa es mi historia.

Henry asintió, y después se sentó sobre la silla de madera que se encontraba detrás de él. Comenzó a corregir los errores que yo había marcado en su hoja minutos atrás, intentando hallarle un orden al enorme grupo de números que se encontraban en el papel. No pude evitar reír cada vez que hacía una mueca de confusión.

–¿Ya hay suficiente confianza para que me digas tu nombre? –pregunta con timidez, sin apartar la mirada del cuaderno. Yo dejo salir un suspiro y después respondo a su pregunta.

–Me llamo Grace Hudson.

***

La brisa que entra por la ventana logra brindarme un poco de calma. En mi mano derecha sostengo mi celular encendido, buscando entre la playlist de música alguna canción que logre hacerme conciliar el sueño. Es la una de la mañana, y aunque he intentado dormir, ese simple acto se ha convertido en una misión imposible. No puedo evitar pensar en la señora Handford y sus dos esposos fallecidos. Uno murió ahogado en la bañera, y otro a causa de una sobredosis de medicamentos. Quiero convencerme a mí misma de que es una situación mucho más común de lo que parece, y además, no tiene ningún tipo de relación conmigo.

Las luces de mi casa están apagadas, Henry se encuentra durmiendo en uno de los cuartos del piso de arriba, y yo estoy aquí, sentada en el sofá observando fijamente la casa de la señora Handford, esperando algún movimiento inusual. Quiero verla. Quiero ver cómo se encuentra la señora Handford después de haber perdido a su segundo esposo. ¿Estará triste? ¿Será por eso que no ha salido de su casa? Son suposiciones tontas, pues ni siquiera puedo estar segura de que ella se encuentre allí. Las luces han estado apagadas desde temprano, por lo que quizá ha decidido pasar la noche en otro sitio, o quizá ha estado ocupada con todo el tema del funeral.

De repente, un grito ahogado me saca de mis pensamientos.

El sonido llega desde afuera, y estoy convencida de que se trata de una mujer. Me levanto de golpe del sofá y me acerco a las cortinas, haciéndolas a un lado mientras me refugio en la oscuridad. Miro la hora en el reloj de la pantalla de mi celular; 1:20 a.m. Regreso mi mirada hacia el frente, encontrándome con aquella casa que ha provocado mi insomnio de esta noche. A un costado del lugar, entre algunas plantas del jardín, logro ver una silueta que poco a poco se aproxima a la acera. Es la sombra de una mujer que corre entre la oscuridad, aparentemente huyendo de algo. Cuando está a punto de llegar a la carretera, veo otra silueta aproximarse por detrás, sujetando a la mujer y haciendo que caiga con fuerza sobre la tierra.

Ambas mujeres comienzan a forcejear en el suelo, entre la oscuridad. Puedo ver cómo una de ellas se posiciona sobre la otra, sentándose en su abdomen y comenzando a golpear con brutalidad su cabeza, usando sus propias manos. La mujer que se encuentra debajo poco a poco comienza a perder fuerza, y pasados unos segundos deja de moverse. Mi celular se desprende de mi mano, y cuando me pongo de cuclillas para sujetarlo noto que mis propias manos están temblando. No sé qué debería hacer. La señora Handford está luchando con alguien en su propio hogar, y no sé si debería llamar a la policía o simplemente fingir que no he visto nada. Sujeto el celular con firmeza y después me pongo de pie, observando de nuevo la casa del frente.

La mujer en el suelo ya ha dejado de moverse, y la otra está deslizando sus manos por el césped con desesperación, como si estuviera buscando algo. Finalmente, la silueta encuentra aquello que buscaba con tanto esmero, y lo empuña con fuerza en su mano derecha. Extiende su mano hacia arriba, permitiendo que la luz de uno de los postes eléctricos en las calles ilumine el objeto que sostiene con ella. La luz se refleja en el metal, permitiendo que observe su filo relucir entre la oscuridad de la noche. Es un cuchillo. Un afilado cuchillo que la mujer deja caer furiosamente sobre el cuello de la silueta inconsciente en el suelo.

Dejo salir una exclamación que desaparece en la palma de mi mano cuando me cubro la boca por el asombro. Retrocedo varios pasos, observando cómo la mujer apuñala una y otra vez el cuello de la desconocida. Las cortinas de mi ventana se siguen moviendo con el viento, hasta que finalmente terminan cubriendo todo el cristal, obstruyendo mi visión de la casa del frente. Antes de perder a la mujer completamente de vista, noto cómo levanta la cabeza y mira fijamente hacia mi ventana. Aterrorizada, doy media vuelta y comienzo a correr hacia las escaleras para dirigirme al piso de arriba. Mis piernas flaquean en cuanto intento subir los primeros escalones, provocando que tropiece una y otra vez. Mis manos temblorosas se aferran con fuerza a la barandilla, temiendo perder el equilibrio y caer hacia atrás. En cuanto mis pies sienten que los escalones por fin han terminado, comienzo a correr por el pasillo hasta llegar al cuarto donde Henry duerme plácidamente.

Abro la puerta de golpe, provocando que el chico despierte de un salto y dirija su mirada hacia mí con preocupación. Camino hacia él y entonces mis piernas pierden la batalla contra el peso de mi propio cuerpo, y caigo hacia el frente. En un movimiento ágil, Henry se quita las cobijas de encima y extiende sus brazos hacia mí, provocando que caiga sobre ellos.

–¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

Intento formular las palabras, pero mi garganta parece haberse cerrado de repente. Ni siquiera puedo ver bien debido a las lágrimas que se han acumulado en mis ojos.

–La señora… La señora Handford… –intento controlar mi tono de voz, y tomo una larga bocanada de aire–. Acabo de ver cómo asesinan a alguien en la casa de la señora Handford.

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