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Fantomena Luna Night

Capítulo 1: La llamada de la luna

Lunaris no era una ciudad cualquiera. Construida sobre colinas que, según las leyendas, eran los restos de antiguas bestias petrificadas, la ciudad parecía atrapada entre la realidad y la fantasía. Las calles empedradas, estrechas y serpenteantes, guardaban secretos que se remontaban a siglos atrás, y las farolas, que se encendían con una luz suave y anaranjada, proyectaban sombras que a menudo parecían moverse por voluntad propia.

Aurora Selene había crecido en Lunaris, y aunque amaba su ciudad, siempre había sentido que algo faltaba en su vida, algo que ni siquiera ella sabía cómo describir. Había noches en las que se despertaba sobresaltada, sintiendo una extraña nostalgia, como si hubiera olvidado algo importante. Pero cada vez que intentaba recordar, su mente se encontraba con un muro de niebla.

Aurora no era alguien que destacara. En la escuela, sus calificaciones eran promedio, y aunque no era impopular, tampoco era el centro de atención. Su cabello castaño claro, que solía llevar en una trenza desordenada, y sus ojos color avellana, le daban un aspecto dulce y sencillo. Sus profesores la consideraban una estudiante tranquila, y sus compañeros la veían como alguien amable, pero reservada.

Sin embargo, había algo en ella que solo algunos percibían: un brillo en sus ojos cuando hablaba de la luna y sus misterios, una pasión que parecía arder en su interior solo cuando el cielo nocturno se teñía de plata. Desde pequeña, Aurora había sentido una conexión especial con la luna. Las noches de luna llena, en particular, la llenaban de una energía inexplicable, como si el resplandor lunar acariciara su alma.

Aquella noche, la luna estaba más grande y luminosa que nunca. Aurora había intentado dormir, pero la luz plateada que entraba por su ventana no la dejaba descansar. Sentía una inquietud, una especie de llamada silenciosa que la invitaba a moverse. Incapaz de resistir la sensación, se levantó de la cama, descalza, y salió de su habitación. La casa estaba en silencio, el tipo de silencio que solo existe en la madrugada, cuando el mundo parece suspendido en el tiempo.

Aurora no sabía por qué, pero sus pasos la llevaron al ático. El ático era un lugar al que rara vez iba; estaba lleno de viejas pertenencias de su familia, objetos que habían acumulado polvo durante generaciones. Sus padres siempre le habían dicho que no había nada interesante allí arriba, solo cajas llenas de trastos viejos. Pero esa noche, algo la impulsaba a subir.

Las escaleras de madera crujieron bajo sus pies mientras subía, y al llegar al ático, empujó la puerta con un poco de esfuerzo. El aire estaba cargado de polvo, y Aurora sintió un escalofrío recorrer su espalda al entrar. El ático estaba tal como lo recordaba: cajas apiladas, muebles cubiertos con sábanas, y una ventana sucia que dejaba pasar solo un rayo de luz lunar.

Pero entonces, algo captó su atención. En el centro de la habitación, algo brillaba tenuemente, un resplandor azul que parecía pulsar con vida propia. Aurora se acercó, su corazón latiendo con fuerza, y descubrió una pequeña caja de madera, olvidada entre dos viejos baúles. La caja estaba cubierta de intrincados grabados que no reconocía, pero que parecían antiguos y poderosos.

Sus manos temblaron cuando tomó la caja y la abrió con cuidado. Dentro, descansaba un colgante de plata, con una piedra lunar en el centro. La piedra era de un color azul pálido, y a medida que la luz de la luna la tocaba, emitía un brillo suave y etéreo. Aurora sintió una extraña conexión con el colgante, como si este hubiera estado esperando por ella.

De repente, una oleada de recuerdos la invadió, pero no eran recuerdos suyos, sino imágenes fugaces de lugares que nunca había visto, y rostros que nunca había conocido. En su mente resonaba una voz suave, como un susurro que viajaba con el viento.

—Aurora Selene, eres la elegida. El destino de las Fantomenas te llama.

Aurora retrocedió, asustada. El colgante cayó al suelo, pero la voz seguía resonando en su mente. “¿Fantomenas?” se preguntó, tratando de comprender. Esa palabra no tenía ningún significado para ella, y sin embargo, sentía que la conocía desde siempre, como un secreto enterrado en lo más profundo de su ser.

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de suceder, una sensación de frío extremo la envolvió. La temperatura en el ático descendió bruscamente, y Aurora vio cómo su aliento se condensaba en pequeñas nubes blancas frente a su rostro. Las sombras en la habitación parecieron cobrar vida, alargándose y retorciéndose como serpientes.

Y entonces lo vio. De entre las sombras emergió una figura alta y delgada, una forma que parecía hecha de pura oscuridad, salvo por los ojos, dos puntos rojos y brillantes que la miraban fijamente. Aurora sintió cómo el pánico la paralizaba. Sabía, instintivamente, que esa criatura no pertenecía a este mundo, que era algo mucho más antiguo y maligno.

El ser avanzó hacia ella, con movimientos fluidos y silenciosos, como si flotara en el aire. Aurora intentó gritar, pero su voz se ahogó en su garganta. Cada fibra de su ser le decía que huyera, pero sus piernas no respondían. El Nocturno extendió una mano esquelética hacia ella, y Aurora sintió cómo la desesperación la envolvía.

Pero justo cuando la mano de la criatura estaba a punto de tocarla, algo en su interior despertó. Un calor intenso comenzó a emanar de su pecho, como si un fuego invisible ardiera dentro de ella. La piedra lunar en el colgante, que aún yacía en el suelo, comenzó a brillar con una luz cegadora.

Sin saber cómo, Aurora alzó su mano en un gesto instintivo, y una explosión de luz pura salió de su palma, envolviendo al Nocturno. La criatura emitió un grito inhumano mientras la luz la desintegraba, su forma oscura se disipó como humo en el viento.

Aurora cayó de rodillas, exhausta y temblorosa. Todo había sucedido tan rápido que apenas podía comprenderlo. ¿Qué era esa criatura? ¿De dónde había salido esa luz? Miró el colgante que yacía inofensivo en el suelo, y sus pensamientos se agolparon en su mente. La voz que había escuchado, la criatura, la luz… todo era como un mal sueño, y sin embargo, sabía que era real.

La voz volvió a resonar en su mente, esta vez más clara y firme.

—El destino de las Fantomenas recae en ti, Aurora Selene. Debes aceptar tu papel como protectora de la luz y las sombras.

Aurora recogió el colgante con manos temblorosas. La piedra lunar ya no brillaba, pero aún sentía su energía pulsando débilmente. Sabía que había algo más grande en juego, algo que apenas empezaba a entender. Su vida, hasta ahora tan ordinaria, había cambiado en un instante.

Mientras descendía del ático, sus pensamientos eran un torbellino. “Fantomenas… protectora de la luz y las sombras… ¿qué significa todo esto?” Se sentía abrumada, pero al mismo tiempo, una parte de ella sabía que no podía ignorar lo que acababa de suceder. Había algo dentro de ella que había estado dormido durante mucho tiempo y que ahora, por alguna razón, había despertado.

Aurora se detuvo un momento en lo alto de las escaleras y miró la luna a través de la ventana. Había algo diferente en ella, como si la estuviera observando, como si fuera consciente de su presencia. Sintió un escalofrío, pero también una extraña sensación de paz. A pesar del miedo y la confusión, una pequeña chispa de emoción comenzó a arder en su interior.

“Tal vez,” pensó mientras guardaba el colgante en su bolsillo, “tal vez este es el lugar al que siempre he pertenecido.”

Bajó las escaleras, sabiendo que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Fuera lo que fuera el destino de las Fantomenas, estaba lista para enfrentarlo. O al menos, eso intentaría.

Capítulo 2: El legado olvidado

El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la habitación de Aurora, dibujando patrones dorados en el suelo. Había pasado horas dando vueltas en la cama, incapaz de borrar de su mente lo que había ocurrido en el ático la noche anterior. Finalmente, se levantó, sabiendo que su vida ya no podía seguir siendo la misma.

Mientras se vestía, sus pensamientos regresaron una y otra vez al colgante que ahora descansaba en su bolsillo. Se lo había quedado, incapaz de devolverlo a su escondite en el ático. Había algo en él que la hacía sentir segura, como si la luz de la luna misma estuviera protegiéndola. Sin embargo, junto a esa sensación de protección, había una creciente inquietud. La voz, el Nocturno, la luz… todo era demasiado extraño para ignorarlo.

Aurora decidió que necesitaba respuestas. Sabía que no podía ir a sus padres; ellos la tomarían por loca si les contaba lo que había visto. Además, siempre habían sido increíblemente protectores con ella, como si supieran algo que Aurora desconocía. Desde pequeña, su madre le había advertido que no se aventurara sola por la ciudad después del anochecer, que la noche guardaba peligros que ella no podía comprender. Aurora siempre había pensado que esas eran simples precauciones de madre, pero ahora, no estaba tan segura.

Después de un rápido desayuno, Aurora se dirigió al centro de la ciudad, al lugar que creía podría darle algunas respuestas: la biblioteca de Lunaris. Era una estructura imponente, con su arquitectura gótica y vitrales que mostraban escenas de la historia de la ciudad. La biblioteca había sido fundada hacía siglos y guardaba en su interior volúmenes que no se encontraban en ningún otro lugar. Si alguien había escrito sobre las Fantomenas o sobre criaturas como el Nocturno, seguramente allí estaría.

Aurora se dirigió directamente a la sección de historia local, un rincón oscuro y polvoriento donde los libros más antiguos reposaban en estantes altos, esperando a ser redescubiertos. Comenzó a buscar entre los volúmenes, sacando aquellos que parecían prometedores y hojeándolos en busca de cualquier mención a las Fantomenas. Las horas pasaron y Aurora sintió la frustración crecer dentro de ella. Parecía que estaba buscando una aguja en un pajar.

Finalmente, sus dedos rozaron un libro que parecía más viejo que los demás. La tapa de cuero estaba agrietada y apenas legible, pero Aurora pudo descifrar el título: “Crónicas de Lunaris y sus Misterios”. Con un presentimiento, lo sacó del estante y lo abrió. El olor a papel viejo la envolvió mientras pasaba las páginas amarillentas, buscando cualquier referencia que pudiera ayudarla.

Después de unos minutos, sus ojos se detuvieron en una página que hablaba de una antigua orden de guerreras conocidas como las Fantomenas. Sus manos temblaron mientras leía:

“En tiempos antiguos, cuando la oscuridad cubría la ciudad y las criaturas de la noche acechaban, un grupo de mujeres bendecidas por la luz de la luna se alzó para proteger a los inocentes. Estas guerreras, conocidas como las Fantomenas, poseían poderes que les permitían canalizar la energía de la luna para combatir las sombras. Eran la primera y última defensa de Lunaris contra los Nocturnos, seres nacidos de la más pura oscuridad y ansiosos por consumir la luz.”

Aurora sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Todo encajaba: la luna, el colgante, el Nocturno. ¿Era posible que ella fuera una de estas Fantomenas? La idea parecía ridícula, pero al mismo tiempo, algo dentro de ella sabía que era verdad. Continuó leyendo, ansiosa por descubrir más:

“Las Fantomenas se organizaban en pequeñas células, y cada una de ellas portaba un colgante de piedra lunar, símbolo de su vínculo con la diosa de la luna. Sin embargo, con el tiempo, las Fantomenas comenzaron a desaparecer. Algunos dicen que fue el poder de los Nocturnos lo que las destruyó, otros que simplemente cumplieron su misión y regresaron a las estrellas.”

Aurora cerró el libro, apoyándose en la silla para no caer. Todo lo que había leído era fascinante y aterrador a la vez. Estaba claro que los Nocturnos no eran solo una amenaza del pasado; habían regresado, y la única línea de defensa era ella… si es que podía aprender a controlar sus poderes.

Decidida a no dejar que el miedo la paralizara, Aurora se llevó el libro a una mesa cercana y comenzó a tomar notas. Necesitaba entender cómo funcionaban sus poderes y cómo las antiguas Fantomenas habían luchado contra los Nocturnos. No estaba segura de cuánto tiempo tenía antes de que la oscuridad volviera a atacar.

Mientras Aurora tomaba notas, la campana de la entrada principal de la biblioteca sonó, y la puerta chirrió al abrirse. No prestó mucha atención hasta que sintió una presencia a su lado. Levantó la vista y se encontró con una figura que no esperaba ver tan pronto: Cassandra.

Cassandra se inclinó ligeramente sobre la mesa, observando los libros que Aurora había acumulado.

—Interesante lectura —comentó Cassandra con una sonrisa enigmática—. Parece que has estado ocupada.

Aurora se tensó al instante, sin saber cómo interpretar la presencia de Cassandra. La última vez que se habían visto, Cassandra había mostrado intenciones ambiguas, ayudándola en un momento crucial, pero manteniendo sus motivos en secreto. Ahora, su aparición en la biblioteca no podía ser una coincidencia.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Aurora, tratando de mantener su voz firme.

Cassandra sonrió suavemente, sus ojos brillando con un destello de diversión.

—Podría preguntarte lo mismo. Pero creo que ya conozco la respuesta.

Aurora sintió un nudo en el estómago. Cassandra sabía algo, algo que ella necesitaba. Pero ¿podía confiar en ella?

—Parece que tienes muchas preguntas —continuó Cassandra, su tono suave pero con un filo subyacente—. Y estoy dispuesta a ayudarte, si estás dispuesta a confiar en mí.

Aurora miró a Cassandra, intentando leer más allá de su expresión calmada. Había algo en ella, una mezcla de peligro y fascinación, que hacía difícil resistirse.

—No tengo muchas opciones, ¿verdad? —respondió Aurora finalmente.

Cassandra inclinó la cabeza, su sonrisa ensanchándose.

—Quizás más de las que crees. Pero todo a su tiempo. Ahora, ¿por qué no empezamos con esas preguntas?

Aurora asintió, sabiendo que, aunque estaba entrando en territorio desconocido, no podía permitirse ignorar la oportunidad de aprender más. Si quería proteger a Lunaris, necesitaba todas las respuestas posibles, incluso si venían de alguien como Cassandra.

Y así, en medio de los estantes polvorientos de la biblioteca, comenzó a forjarse una alianza incierta, una que podría definir no solo el destino de Aurora, sino también el de toda la ciudad.

Capítulo 3: Primera prueba

Aurora despertó esa mañana con una sensación extraña. El colgante de plata que había heredado de su abuela, y que ahora sabía que era más que una simple joya, descansaba sobre su pecho, pulsando con un leve calor que la hacía sentir viva y al mismo tiempo inquieta. Recordó los eventos de la noche anterior: Cassandra, la extraña y misteriosa mujer que había aparecido en su vida de la nada, le había revelado la verdad sobre su linaje como Fantomena. Había visto con sus propios ojos a los Nocturnos, criaturas de oscuridad pura, y ahora sabía que la luna, su luna, era tanto su fuente de poder como el presagio de una terrible amenaza.

Aurora se levantó de la cama, observando cómo la luz del sol se filtraba a través de las cortinas de su habitación. El contraste entre la calidez del día y la fría luminosidad de la luna la hizo estremecerse. Se dirigió al espejo, donde su reflejo la observaba con una mezcla de miedo y determinación. Sus ojos, que antes solo mostraban la inquietud de una adolescente común, ahora reflejaban algo más profundo, algo más antiguo.

—¿Estás lista para lo que viene? —le susurró una voz familiar.

Aurora se giró para ver a Cassandra, apoyada en el marco de la puerta. Su presencia, como siempre, era etérea, como si pudiera desvanecerse en cualquier momento. A pesar de su aparente juventud, había una sabiduría insondable en sus ojos.

—No estoy segura —admitió Aurora, volviendo la mirada al espejo—. Esto es… mucho.

Cassandra sonrió, un gesto que transmitía tanto compasión como desafío.

—Lo es. Pero también es lo que estás destinada a hacer. El entrenamiento comienza hoy.

Aurora asintió, sintiendo cómo la ansiedad se enredaba en su estómago. Había aceptado el destino que se le había impuesto, pero eso no significaba que estuviera preparada para lo que venía. Mientras seguía a Cassandra fuera de su casa, una parte de ella todavía se aferraba a la idea de que todo esto era un sueño, una fantasía que pronto se desvanecería.

El día transcurrió rápidamente. Después de las clases, Aurora se encontró en el claro del bosque, el mismo lugar donde había encontrado a Cassandra por primera vez. El sol estaba comenzando a ponerse, y las sombras de los árboles se alargaban sobre el suelo, creando un escenario de penumbras. El aire estaba cargado de una expectación silenciosa, como si el bosque mismo estuviera conteniendo la respiración.

Cassandra se detuvo en el centro del claro y se volvió hacia Aurora.

—Antes de que puedas enfrentarte a los Nocturnos, debes aprender a controlar tu poder —dijo, con una firmeza que hizo que Aurora sintiera un nudo en la garganta—. El colgante que llevas es un conducto para la luz de la luna, pero no es solo la luna la que te da fuerza. Tú eres la clave.

Aurora frunció el ceño, sin estar completamente segura de lo que Cassandra quería decir.

—¿La clave?

—Sí. La luna es poderosa, pero también peligrosa. Su luz puede purificar, pero también puede consumir. Tú debes aprender a equilibrarla, a canalizarla sin permitir que te abrume.

Cassandra levantó una mano, y de repente el colgante de Aurora comenzó a brillar, proyectando una suave luz plateada. Aurora sintió que el calor en su pecho aumentaba, casi hasta ser incómodo. Sus ojos se cerraron instintivamente, pero la voz de Cassandra la mantuvo anclada en el presente.

—Respira profundamente. Deja que la luz fluya a través de ti. No la resistas, pero tampoco te rindas a ella.

Aurora hizo lo que le dijeron. Inhaló profundamente, sintiendo cómo la energía pulsaba desde el colgante, extendiéndose por su cuerpo. Era como si cada célula de su ser se encendiera con una luz propia, un destello de la luna misma. Al principio, la sensación fue abrumadora. Quiso dejarse llevar por esa corriente de poder, pero algo dentro de ella se rebeló. Sabía que si cedía, perdería el control.

Luchó por equilibrar la luz dentro de ella, manteniéndola bajo control. Sentía que se desbordaba, que quería consumirla por completo, pero poco a poco, con cada respiración, logró estabilizarla. Finalmente, abrió los ojos.

Frente a ella, una figura oscura había aparecido en el claro. Era un Nocturno, similar al que había enfrentado la noche anterior, pero este parecía más tangible, más sólido. Su forma era un remolino de sombras con ojos rojos brillantes que la observaban con una hambre insaciable.

Aurora dio un paso atrás, sintiendo cómo su corazón comenzaba a latir más rápido. Cassandra no se movió de su lugar.

—Esta es tu primera prueba —anunció—. Usa la luz para derrotarlo.

El Nocturno avanzó, sus movimientos fluidos y amenazantes. Aurora levantó una mano, instintivamente tratando de invocar la luz. Sin embargo, solo una chispa débil emergió de su palma antes de apagarse. El Nocturno se abalanzó sobre ella con una velocidad aterradora.

Aurora apenas tuvo tiempo de reaccionar, rodando hacia un lado para evitar el ataque. Sentía que su respiración se volvía más rápida, su mente se llenaba de pánico. Pero entonces recordó las palabras de Cassandra: “No la resistas, pero tampoco te rindas a ella”.

Concentrándose, Aurora intentó nuevamente invocar la luz. Esta vez, en lugar de intentar forzarla, permitió que fluyera a través de ella, guiándola suavemente. La luz en su colgante comenzó a brillar con más fuerza, y una suave corriente plateada se extendió por su brazo, formándose en una esfera de energía en su mano.

El Nocturno se lanzó hacia ella de nuevo, pero esta vez Aurora estaba preparada. Lanzó la esfera de luz, que impactó al Nocturno en el pecho. La criatura soltó un chillido agudo mientras la luz la atravesaba, desintegrándola en un remolino de sombras que se disipó en el aire.

Aurora se quedó quieta, respirando con dificultad mientras observaba el lugar donde el Nocturno había estado. La luz en su colgante comenzó a atenuarse, y el claro volvió a su estado normal. Cassandra se acercó a ella, con una expresión neutral en su rostro.

—Bien hecho —dijo suavemente—. Pero esto es solo el comienzo. La luna aún tiene mucho que enseñarte, y los Nocturnos se volverán más fuertes con cada día que pasa.

Aurora asintió, todavía sintiendo el residuo de poder fluyendo por su cuerpo. Sabía que había ganado esta batalla, pero también entendía que la verdadera guerra estaba lejos de terminar. Mientras caminaban de regreso por el bosque, Aurora miró hacia el cielo, donde la luna ya comenzaba a asomar en el horizonte, su luz fría y distante.

Se preguntó cuánto tiempo más tendría antes de que esa misma luna se convirtiera en su mayor enemiga.

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