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La Sombra De Una Bruja

c1. Prólogo

Aún recuerdo aquella vez en que la señorita Solaris predijo la destrucción del pueblo. En ese entonces, yo apenas tenía catorce años, sin ningún conocimiento del mundo adulto, por lo que no comprendía la gravedad del asunto. Pero aun así deseaba respuestas, pues se trataba de una profecía que involucraba directamente a mi familia consanguínea.

—¿Puedes hablarme de esa profecía de la que todos comentan? —le pregunté un día a mi hermano mayor, quien sabía más del tema.

—No tienes de qué preocuparte —respondió con su tono tranquilo habitual; sin embargo, su rostro mostraba un semblante sombrío que no ocultaba lo delicado que era ese tema para él.

—Por favor —insistí, obligándolo a mirarme.

No sé si fue por curiosidad o por simple capricho. No lo recuerdo con claridad. Pero de lo que sí estaba segura era de que, fuera lo que fuese, tenía a todo un gran clan de guerreros angustiados. Y por alguna razón, eso me parecía intrigante.

—Bueno… —suspiró, dejando el vaso de agua sobre la mesa. Se recostó en el sofá, tomó una bocanada de aire y dijo—: Según la profecía, una mujer de cabellera blanca como la nieve llegará al pueblo. Le robará el corazón a Cerbero, pero también será la causante de su muerte.

Hizo una pausa para mirarme.

—Aunque claro, se dice que ese futuro podía cambiar.

—¿A qué te refieres con que cambiaba? —pregunté aún más confundida.

—En una de las visiones de la señorita Solaris, vio al pueblo destruido por aquella mujer. Pero en otra, ella terminaba salvándolo. O algo por el estilo —añadió, vacilando al final, como si no creyera que ese desenlace fuera posible.

—¿El futuro cambiaba?

—Sí. Eso pensé también. Pero aún no se sabe cuándo ocurrirá, así que es incierto lo que nos depare el destino.

—Ya veo… Tal vez… Ese futuro nunca ocurra —murmuré para mí misma.

A lo que mi hermano susurró:

—Eso sería lo mejor.

En ese momento, no sabía cuán importante era aquella profecía ni por qué todos parecían preocupados por un futuro que aún no se materializaba. Llegué a pensar que el clan Monroe le daba demasiada importancia a lo incierto. Y por mucho tiempo, creí ciegamente que aquella profecía nunca se cumpliría.

Pero ahora, después de ocho años, sé que esa profecía realmente se cumpliría… o mejor dicho, ya se cumplió. Algunos dirían que fue obra del destino, de la mala suerte, o de algo más. Pero para mí, fue irónico descubrir que aquella mujer era una bruja, con la sangre de demonios y divinidad corriendo por sus venas. Un ser que no debería existir, pero que no solo habitaba en Caronte, sino que había sido nombrada hija del bosque por el mismísimo amo y guardián del bosque.

—Quién lo diría… Una bruja y un cazador como pareja destinada —murmuré, esperando a mi invitado.

En una habitación cubierta de polvo y telarañas, dentro de uno de los edificios en ruinas de la calle de las bodegas abandonadas, donde espíritus y espectros se reunían, el demonio de sombra llamado Caín se detuvo en el centro del cuarto, donde yo lo esperaba, sentada sobre una caja de madera.

—No creí que lo lograrías tan rápido —le comenté, observando su sombra.

—Me costó, pero te prometí que lo conseguiría —respondió Caín, sacando la caja de su sombra.

—Eso veo —dije, levantándome de un salto para acercarme—. ¿Y cómo lo tomó tu sobrina?

—¿Por qué lo preguntas, si ya deberías saberlo? —replicó con semblante serio.

—Vamos, no seas aguafiestas —suspiré—. Pero bueno, ¿realmente piensas irte del pueblo?

—Por ahora —sacó una hoja de su bolsillo—. El sello que le puso mi sobrina no se deshará hasta que esté fuera y lejos del pueblo.

—Es un hechizo simple pero muy molesto —dije, dándole una vuelta al baúl—. Si intentas abrirlo por la fuerza, se destruirá automáticamente. Y si logras abrirlo sin problemas, pero violas la regla impuesta, también se destruirá. —Lo miré con el ceño fruncido—. Tu sobrina se aseguró de que los objetos dentro no fueran usados en el pueblo. Vaya, sí que se toma en serio eso de ser la hija del bosque.

—Sí —dijo él, observando cada movimiento que hacía—. Por ahora me lo llevaré. ¿Y tú? ¿Qué piensas hacer mientras tanto?

—Nada por ahora. Los planes no han cambiado. Y como aún no te perdono lo de Irene, lo mejor es que no regreses hasta que llegue el momento.

—No creí que fueras rencorosa, a pesar de que la manipulaba sabiendo el secreto de su hermana.

—La conozco desde hace más años que tú. Tenía mis razones para ayudarla —aparté la mirada, concentrándome en el papel que me había entregado—. Fuyu está muerta —dije, sintiendo cómo su alma se desvanecía a lo lejos—. Al parecer su querido hermano tomó medidas para proteger a su ama.

Guardé el papel en el bolsillo del abrigo, dejando la lectura para después.

—Quién lo diría…

—¿Cuándo? —preguntó, intentando ocultar su ira tras una mirada seria.

—Hace apenas un segundo —me volví a sentar—. Destruyó su núcleo espiritual y tomó bajo su protección a la zorrita que le regalé.

Hice una pausa al ver cómo su cuerpo se tensaba.

—Es una lástima, ¿sabes? Esperaba que hiciera un contrato contigo. Se complementaban muy bien.

Esta vez fue él quien desvió la mirada.

—El festival se celebrará en dos meses. Será suficiente tiempo para romper el sello y regresar con los materiales.

—Bien —respondí, dejando el tema atrás y advirtiéndole antes de que partiera que debía mantenerse lejos de cualquier conflicto hasta el día del festival.

Terminada la corta reunión, permití que el demonio de sombra saliera de mi dominio, alejándolo del área donde Fuyu había muerto. No era la única que había notado su partida, así que era mejor actuar sola antes de que surgieran más problemas.

Teniendo eso en cuenta, me trasladé rápidamente a la zona donde había sido eliminada por su querido hermano, para recoger los restos de su plasma espiritual. Eran pequeñas trazas de energía en forma de pelusas brillantes, casi imperceptibles al ojo humano. Pero gracias a mi habilidad como espiritista y mi percepción mágica, logré recolectar una buena cantidad de su esencia dentro de un cristal de alma.

Este era un objeto de gran valor, tanto por su origen como por su pureza. Con él se podía aumentar el poder mágico de los objetos en los que se incrustara. Además, permitía invocar un nuevo espíritu de grado medio. Así que estaba agradecida de que, al menos, Fuyu me fuera útil hasta su último aliento.

Puede que mis planes no se hayan cumplido a la perfección a causa de la profecía… o, mejor dicho, por culpa de la bruja Lily, que terminó metiendo las narices donde no debía. Tal vez la destrucción no ocurrió con su llegada, pero eso no cambia el hecho de que provocó el caos desde el momento en que llegó con su familia de demonios.

Por eso, mis planes no cambiarán. A pesar de haber sido una piedra en mi zapato, ha sido divertido verla atrapada en el huracán que ella misma provocó.

Y quién sabe… tal vez pueda aprovechar un poco de su caos para lograr mi objetivo más deseado. Y de paso… ver arder el pueblo, como estaba predicho.

c2. Brujas

La fuerte brisa de aquella madrugada abrió por completo la ventana, haciendo que los papeles en el escritorio salieran volando mientras Mireta dibujaba en ellos. Sus ojos entrecerrados se abrieron de golpe al ver cómo los círculos mágicos se dispersaban por toda la habitación.

—Mierda —susurró, exhausta.

Llevándose una mano a la cabeza, exhaló profundamente, mientras apretaba con fuerza el lápiz. Estaba agotada. Llevaba noches enteras sin dormir, tratando de reproducir un viejo hechizo que había encontrado en uno de los libros de su abuela. Pero por más que lo intentaba, su magia no era suficiente para hacerlo funcionar.

—No te ves nada bien —le dijo Tara, una gata siamesa con un zafiro en forma de gota incrustado en la frente.

—Estoy bien. Solo… me siento un poco cansada, eso es todo —respondió la bruja, levantándose de un salto de la silla.

—Llevas días intentando replicar el hechizo —dijo Tara, saltando al escritorio—. A mi ama se le agota la paciencia.

—Sé que puedo hacerlo… solo… solo necesito más tiempo —dijo temblorosa, mientras recogía las hojas del suelo.

—¿Tiempo? —repitió Emily, sentada en el borde de la cama—. ¿Cuánto más debo esperar?

Al escucharla, Mireta ahogó un grito, apretando las hojas contra su pecho.

—Señorita Emmy… No esperaba verla hoy… ¿Qué la trae a mi humilde hogar?

—Deja de balbucear —suspiró Emily, poniéndose de pie—. No vengo a regañarte, ni nada por el estilo. Al menos no hoy —hizo una pausa para mirarla—. Ya deberías haberte enterado sobre la muerte de Irene.

Aquellas palabras hicieron que Mireta se quedara quieta por un momento, antes de seguir recogiendo los papeles.

—Escuché que era la asesina de brujas —la miró de reojo al incorporarse—. Ella… bueno… era la hermana de Amelia. No creí…

—No creíste que fuera capaz de matar brujas —terminó Emily con tono burlón.

Dando un paso adelante, hizo que Mireta retrocediera con temor, lo que la divirtió por un momento.

—Escuché por ahí que Dila hizo un aquelarre —comentó esta vez con un tono más tranquilo, para que Mireta se relajara un poco.

—Sí, yo también lo escuché —dijo torpemente, con una risa ahogada—. Qué tonta. ¿Qué bruja se uniría a un aquelarre en este lugar?

—Bueno —le sonrió con satisfacción—, yo pienso hacerlo.

—¿Hacer qué? —preguntó confundida, incapaz de creer lo que había escuchado.

—Como lo oíste —dio otro paso hacia ella—. Pienso unirme a Moonlight.

—Pero… ¿por qué harías algo así? —su sonrisa forzada se desvaneció.

—Porque creo que será divertido —dijo Emily, tomando la barbilla de Mireta—. Una bruja sola no puede hacer mucho por su cuenta en este lugar. Pero juntas…

—Será un suicidio —manifestó Mireta con temor—. Sabes las consecuencias que enfrentan las brujas de un aquelarre cuando una de ellas rompe la ley… Todas terminan siendo juzgadas.

—Entiendo tu miedo —la soltó—. Pero este aquelarre es diferente a lo que hacían las brujas de Sofía cuando estaban vivas. Además, se dice que la Hija del Bosque se unirá a Moonlight.

—¿El demonio del caos? Digo… la bruja del caos —miró las hojas en su mano.

—Hasta ahora, la gran mayoría de los hechizos más poderosos están prohibidos en este lugar. Pero quién sabe… una bruja del caos podría enseñarnos nuevos hechizos —miró el dibujo en el papel—. O mejor aún, antiguos hechizos de la era oscura.

—Bueno… —la miró y luego a Tara—. Sería bueno aprender un nuevo hechizo… Y si tú te unes… muchas más te seguirán…

—Bien dicho —sacó un papel de su bolsillo y se lo entregó a Mireta—. Toma. Esto puede ayudarte con tu investigación.

—¿Qué es? —preguntó, abriendo el papel antes de volver a cerrarlo—. ¿De dónde…?

—Tómalo como un regalo. Espero mucho de mi aprendiz.

 

...****************...

Despidiéndose con una mirada cargada de incertidumbre, Emily se deslizó por la ventana junto a Tara. Ambas bajaban silenciosamente por las escaleras de emergencia del antiguo edificio, envueltas por la sombra que cubría el estrecho callejón.

Tara se detuvo súbitamente, apoyando los codos sobre la baranda oxidada. Su voz rompió el silencio:

—¿Estás segura de dejarle esa información a ella? —preguntó con cautela, sin apartar la vista de Emily.

Ella vaciló un instante antes de responder, con la mirada perdida en algún punto del horizonte.

—Pensaba manejarlo por mi cuenta… pero Mireta tiene mejores recursos para conseguir lo necesario. —Su tono era neutro, aunque algo en sus ojos delataba una pizca de preocupación.

Tara no replicó, pero frunció el ceño. Estaba claro que dejar algo tan importante en manos de una maga de cuarta categoría no era algo que la tranquilizara.

Al llegar al callejón, Emily escaneó los alrededores con desconfianza antes de proseguir.

—No te preocupes —dijo en voz baja—. Me aseguraré de que lo haga bien.

—Sabes que mi ama no perdonará otro fracaso —le advirtió Tara antes de desaparecer entre las sombras que llevaban hacia los barrios bajos, donde el sol apenas se atrevía a entrar.

Ella no respondió. Sus pasos la guiaron por calles silenciosas, cargadas de historia y secretos, hasta llegar a un edificio medio en ruinas con signos recientes de reparación.

—Aquí vamos… —susurró.

Golpeó dos veces la puerta. Esta se abrió apenas lo suficiente para permitirle entrar. El contraste con el exterior era sorprendente: adentro todo lucía elegante, moderno y mágico. En el salón principal, la recepción relucía con estanterías llenas de libros arcanos; puertas simétricas custodiaban la sala, y un candelabro de cristal flotaba suspendido en el aire.

—Vaya… ¿qué la trae por aquí, señorita Emmy? —preguntó Ariel con cortesía fingida, aunque su mirada era puro veneno.

—Se han esmerado con el lugar —respondió Emily, ignorando la hostilidad de Ariel.

—Así es —dijo Ariel, manteniendo su sonrisa forzada—. Pero eso no responde mi pregunta.

—¿Ahora necesitas un motivo para recibir visitas? —Emily arqueó una ceja.

—En realidad, sí debería haber uno. —El tono de Ariel se volvió cortante. Ya no intentaba disimular.

—Si lo hubiera, ¿cuál crees que sería? —Su voz era suave, pero firme, como quien juega al ajedrez con palabras.

—No me digas… ¿vienes a disculparte? —se burló Ariel—. Porque no pienso perdonarte tan fácilmente.

Emily la miró, impasible.

—¿Por qué debería disculparme por algo que no hice? —Su respuesta hizo que Ariel apretara los dientes, lista para responder, hasta que Suri intervino con calma.

—Señorita Emmy… ¿qué la trae por aquí?

—Vine a unirme al aquelarre —declaró Emily sin mirar a Ariel, como si no existiera.

—¿Qué dijiste? —Suri frunció el ceño, visiblemente confundida—. ¿Unirte? Hace un año dijiste que era una pérdida de tiempo…

Emily se encogió de hombros.

—Las cosas cambian. Y lo que están haciendo… ahora me parece interesante. Sobre todo tras el juicio de Sofía y su grupo.

—¿Juicio? —interrumpió Ariel con ironía—. Fueron quemadas, Emily. No finjas ignorancia.

—Has mantenido un perfil bajo desde entonces —continuó con dureza—. Los demás te ven como una humana más, pero nosotras conocemos tu verdadera naturaleza. Y lo que puedes hacer. ¿Qué gana alguien como tú uniéndose a unas inadaptadas?

—La curiosidad… nada más. Y no por ustedes, sino por una bruja en particular. Lily.

Las palabras cayeron como una bomba. Ariel y Suri se miraron con suspicacia, preguntándose si Emily mentía… o si compartían la misma fascinación por la magia del caos que rodeaba a Lily.

—Está bien… —dijo Suri, aún indecisa. Sin embargo, sabía que la presencia de Emmy atraería a otras brujas—. Puedes unirte, si sigues nuestras reglas.

—Por supuesto. —Emily apretó su mano con una sonrisa desafiante dirigida a Ariel—. Llevémonos bien.

El ritual de iniciación fue simple. Al firmar en el Libro de Moonlight, la tinta mágica dejó una marca en forma de media luna en su muñeca. El símbolo brilló unos segundos antes de desvanecerse. Emily sintió un leve escalofrío. Era oficial.

Luego de eso, Suri le mostró el lugar. Aunque por fuera el edificio parecía estrecho y viejo, la magia espacial de Ariel lo hacía amplio y acogedor por dentro: cocina, lavandería, sala de juegos, habitaciones cómodas, y un sótano con áreas de reunión, entrenamiento y una bodega llena de objetos mágicos.

—¿Qué te parece? —preguntó Suri al notar el silencio de Emily.

—Es mucho más de lo que esperaba —dijo ella divertida—. Superaron mis expectativas. Estoy segura de que muchas brujas querrán formar parte de esto.

—Ese es el objetivo —comentó Ariel desde el ascensor.

—Aunque aún falta bastante —suspiró Suri.

—¿Cuántas brujas hay ahora? —preguntó Emily con curiosidad.

—Contándote… solo cinco —respondió Suri con una sonrisa forzada—. Pero esto apenas empieza.

—Y pronto se unirán más —afirmó Emily con convicción—. El bicentenario del pueblo se acerca, y con una hija del bosque entre nosotras, es momento de mostrar lo mejor en el festival, ¿no creen?

—Apenas entras y ya tienes planes molestos… —murmuró Ariel al abrir la puerta.

—Nos siguen viendo con recelo —dijo Suri—. Y el gremio de cazadores nos vigila de cerca.

—No podemos hacer mucho, aún —concluyó Emily, mirando el techo del ascensor—. Solo espero que las cosas cambien con el tiempo.

—Yo también lo espero…

De regreso al salón principal, Emily se despidió de sus nuevas compañeras. Pronto tendría que mudarse oficialmente. Ahora, como miembro del aquelarre Moonlight, debía andar con cuidado. Porque había ojos que vigilaban… y algunos no deseaban verla viva por mucho tiempo.

c3. Inicio del caos

—¿Amelia?

Mi voz sale rasposa, desgarrada… como si mis cuerdas vocales hubieran sobrevivido al fuego. Mis manos tiemblan, pegajosas por la mezcla de sangre y barro que me cubre hasta los codos. Estoy de rodillas, hundida en un charco rojo y espeso, mirando lo que alguna vez fue el rostro de mi amiga.

Pero lo que tengo delante ya no es Amelia.

Es otra cosa. Algo siniestro, antiguo… un demonio que jamás debió cruzar a este mundo, y que ahora habita su cuerpo como si le perteneciera.

—Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí? —dice la criatura con la voz de Amelia, distorsionada y burlona—. Aún respiras. Qué persistente.

Me agarra del cuello sin esfuerzo, elevándome del suelo como si fuera apenas una muñeca rota.

—¡Devuélveme a mi amiga! —grité, con cada palabra cargada de rabia y miedo. Mi voz temblaba, pero no retrocedí. Aunque sabía que podía romperme con solo apretar.

El demonio sonríe con una calma cruel.

—¿Y si me niego? —su tono es como un cuchillo acariciando la piel antes de hundirse—. ¿Qué harás tú?

El silencio me consume. No tengo respuesta. No tengo fuerzas. Mi cuerpo es un mapa de heridas: costillas fracturadas, cortes profundos, sangre que se escapa a borbotones. Estoy mareada, al borde del colapso. Pero me niego a rendirme. No después de lo que ella hizo.

Amelia ofreció su cuerpo para salvarme. Entregó su alma al demonio a cambio de que me devolvieran la mía.

Y ahora no hay retorno.

—Perdón… —murmuré, con el último hilo de aire que quedaba en mis pulmones. No lo dije para la criatura que me aprisionaba. Fue para ella. Para mi amiga. Para lo que quedaba de Amelia, si es que algo seguía allí dentro.

Le fallé. No fui valiente. No enfrenté lo que se escondía bajo la superficie del pueblo… lo que Sofía Languiz esperaba de nosotras. Lo que todos querían que Amelia fuera.

Ahora lo entiendo.

Y si el precio de mi cobardía fue su alma… entonces ese demonio tiene una deuda que aún debe saldar.

...****...

—Despierta… Despierta… ¡Emily, despierta!

Con los ojos aún nublados por lágrimas, Emily emergió del pozo de su pesadilla. Su cuerpo temblaba bajo el peso cálido de Tara, que estaba sentada sobre su pecho como si intentara mantenerla en este mundo.

—Otra pesadilla —dijo Tara en voz baja, sus ojos felinos cargados de preocupación.

Emily pasó la mano por su rostro, secando los rastros húmedos del sueño y de la culpa que aún la envolvía.

—Estoy bien… fue solo un mal sueño —respondió, con un tono más resignado que firme. Acarició el suave pelaje de Tara, buscando consuelo en su ronroneo.

Se sentó con lentitud, elevando a Tara entre sus manos como si ese pequeño gesto pudiera disolver la tensión que le apretaba el pecho.

—Pensé que estarías rondando los callejones de Elfiria.

—Lo iba a hacer —ronroneó Tara, acomodándose en sus brazos—. Pero ocurrió algo… inesperado.

—¿Algo inesperado? —Emily repitió, arqueando las cejas, justo cuando una oscura presión se instaló en la habitación como una ola densa. Su cuerpo se tensó. Sintió al instante la energía demoníaca en dirección a Brisa.

—No puede ser… —susurró, mientras dejaba a Tara en la cama y se ponía de pie rápidamente.

—El miasma de Asmodeus ha envuelto toda la universidad —dijo Tara con tono sombrío—. Ha atrapado a estudiantes, profesores… incluso a la hija del bosque.

Emily se quedó congelada en medio del cuarto. Cerró los ojos, concentrándose en percibir las presencias dentro de Brisa. Pero no pudo sentir nada. Solo un manto asfixiante de oscuridad.

—¡Maldita sea! No logro sentir otra cosa que ese miasma repugnante…

—Los spirits que rodean Brisa se mantienen alerta, esperando tu señal —murmuró Tara, preocupada.

Emily se dejó caer al borde de la cama con un suspiro frustrado. Se sentía impotente. Apenas había pasado una semana desde que se mudó a Moonlight, y justo hoy, en su único día libre, algo como esto estallaba.

—Las demás brujas también están inquietas —añadió Tara, mirando hacia la puerta justo cuando sonaron dos golpes suaves.

—Señorita Emmy —dijo la voz nerviosa de Vanesa al otro lado—. Disculpe que la moleste, pero es urgente…

Emily se puso de pie, respirando hondo para mantener la calma.

—Ya voy —respondió, abriendo la puerta.

Como esperaba, Vanesa no estaba sola. Jesica y Leyna la acompañaban, con los rostros pálidos y los ojos dilatados por el horror.

—¡Esto es terrible! —exclamó Jesica, jadeando.

—La universidad Brisa está envuelta por un miasma demoníaco —añadió Leyna, visiblemente alterada.

Emily se masajeó los ojos aún adormilados. El agotamiento se mezclaba con una furia contenida.

—Lo sé. Pero perder la cabeza no ayuda ahora —dijo con voz firme, mirando directamente a Suri, que se mantenía en silencio en medio del pasillo.

Suri intervino de inmediato:

—Habrá una reunión de emergencia en unos minutos. Prepárense y bajen al sótano. Nadie debe quedarse afuera.

—Ya escucharon —dijo Emily, cerrando la puerta sin darles tiempo a responder—. Esto apenas comienza…

...***...

Ya en la reunión, se informó sobre la extraña actividad que estaba ocurriendo en los alrededores del terreno de Brisa. Además, se hizo una lista de las brujas del aquelarre que asistieron a clases ese día.

—Solo cuatro fueron... a pesar de que la señorita Lily les pidió que no asistieran. —comentó Ariel, sentada frente a la mesa redonda, con gesto incrédulo.

—Johana tenía que entregar un informe importante. —añadió Leyna, con tono comprensivo.

—Y Paola tenía un parcial desde primera hora. —intervino Mariel, mientras entrelazaba los dedos con nerviosismo.

—Como sea... lo hecho, hecho está. —dijo Dila, soltando un suspiro cargado de molestia—. No podemos hacer nada por ahora. El miasma de un demonio es demasiado peligroso.

—Concuerdo contigo. —dijo Emily desde dos sillas más allá. Permanecía callada, esperando el informe de los espíritus que patrullaban los alrededores de la universidad—. Además, quizás no sea necesario que actuemos.

—¿Y eso a qué viene? —preguntó Ariel, frunciendo el ceño al notar la actitud despreocupada de Emily.

—Paola, Johana, Kristen y Fiona están fuera de Brisa, junto con otros estudiantes. —reveló Emily con serenidad.

—¿Cómo? ¿En serio? Qué alivio... —susurraron algunas brujas alrededor de la mesa, dejando escapar la tensión que las oprimía.

—Paulina, Aura y Saba me acompañarán a las afueras de Brisa. —informó Dila, poniéndose de pie con firmeza.

—Yo también voy. —exclamó Leyna, levantándose bruscamente.

—Paulina, Aura y Saba conocen hechizos de sanación. —intervino Emily antes de que Dila pudiera responder—. Su presencia será esencial. Pero... —miró a Leyna con calma— si tú también estás dispuesta a ayudar a los heridos, ¿quién soy yo para detenerte? ¿Verdad, señorita Dila?

—Nuestra prioridad son nuestras compañeras. Pero si puedo extender la ayuda más allá, no dudaré en hacerlo. —la mirada de Dila se clavó en Emily—. Esa es mi convicción. No puedo obligarlas a actuar contra sus principios.

—Si la líder del aquelarre me lo pide, no tengo razón para negarme. —dijo Emily sin mirarla—. Aunque... debo admitir que no soy buena en sanación.

—¿A pesar de tu sangre divina? —comentó Ariel en voz baja, haciendo que Emily frunciera el ceño por un instante.

—Así es. La sanación es una habilidad reservada a los miembros del Clan de la Luz. —encogió los hombros—. No es algo que se aprenda por cuenta propia.

—No obligaré a nadie a ir si no lo desea. —declaró Dila con firmeza—. Buscaremos a nuestras compañeras. Y si desean regresar, no se les detendrá.

Con esas palabras en mente, Leyna, Mariel y Vanesa también decidieron unirse al grupo. Mientras tanto, Suri y Ariel quedaron a cargo del aquelarre en su ausencia.

—Bueno... supongo que yo también debo moverme. —susurró Emily, mientras se alejaba hacia su habitación.

—Realmente, ¿por qué te has unido al aquelarre? —preguntó Ariel al verla entrar al ascensor.

—Creí que eso había quedado claro. —respondió Emily sin detenerse ni mirar atrás.

—Si realmente fuera así, estarías presente en cada reunión en la que la señorita Lily ha participado. Pero desapareces cada vez que ella llega. Dime... ¿por qué estás aquí en realidad?

Aquella pregunta hizo que Emily se detuviera justo frente al ascensor abierto. ¿Qué estaba intentando insinuar Ariel? No… más bien, ¿qué estaba tratando de confirmar? ¿Qué esperaba provocar con esa pregunta?

Eso la molestó. Pero no dejó que sus emociones afloraran. No era el momento. Ni el lugar.

Así que lo dejó pasar, sin darle más importancia. Sus motivos eran suyos. Privados. Incomprensibles para las demás. Y así, simplemente, respondió:

—Solo un poco de diversión.

Luego entró en el ascensor. Y las puertas se cerraron.

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