Emma Varela estaba sentada en la última fila del salón de clases, con la cabeza inclinada sobre sus apuntes. Sus ojos recorrían las palabras escritas, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. Desde el accidente, concentrarse en algo más que en sus estudios y en la natación era una batalla constante. El dolor de perder a Sofía, su mejor amiga, aún la perseguía, cinco años después.
El timbre anunció el final de la clase, sacándola de sus pensamientos. Los estudiantes se levantaron apresuradamente, conversando y riendo, pero Emma se tomó su tiempo. Reunió sus cosas y salió del aula con la mirada fija en el suelo, evitando cualquier interacción innecesaria.
En el pasillo, el bullicio de los estudiantes se volvió una cacofonía que Emma prefería ignorar. Se dirigió a su casillero, guardó sus libros y se preparó para la práctica de natación. La piscina era su santuario, el único lugar donde podía ahogar sus pensamientos y encontrar algo de paz.
Mientras caminaba hacia el gimnasio, escuchó a varios estudiantes hablar sobre un nuevo compañero de clase. La noticia de un recién llegado siempre era motivo de emoción, pero Emma no prestó mucha atención. Estaba demasiado concentrada en mantener su propio equilibrio para preocuparse por alguien más.
Al llegar al vestuario, se cambió rápidamente y se dirigió a la piscina. El agua fría era un alivio para sus músculos tensos. Se sumergió, permitiendo que el mundo exterior desapareciera. Cada brazada la alejaba de los recuerdos dolorosos, cada respiración la acercaba a la tranquilidad.
Después de la práctica, Emma se secó el cabello y se dirigió a casa. Vivía con su madre, una mujer fuerte que había sido su roca durante los momentos más oscuros. La casa estaba silenciosa, excepto por el leve zumbido de la televisión en la sala de estar.
—Hola, mamá —dijo Emma al entrar.
—Hola, cariño. ¿Cómo te fue hoy? —preguntó su madre, mirando por encima del borde de sus gafas.
—Bien, lo de siempre —respondió Emma, con una sonrisa cansada.
Subió a su habitación y se dejó caer en la cama. Cerró los ojos y respiró hondo, tratando de expulsar el peso del día. El accidente siempre estaba allí, como una sombra que nunca desaparecía del todo. Pero Emma había aprendido a vivir con ella, a seguir adelante a pesar del dolor.
Esa noche, antes de quedarse dormida, Emma pensó en el nuevo estudiante del que todos hablaban. Se preguntó cómo sería su historia, qué sombras cargaría. Pero pronto esos pensamientos se desvanecieron, reemplazados por la oscuridad del sueño, donde las sombras del ayer no podían alcanzarla.
Al día siguiente, Emma se levantó temprano para prepararse para la escuela. El sol brillaba, y el aire fresco de la mañana ofrecía un pequeño consuelo. Tras un rápido desayuno, se dirigió al instituto con la esperanza de pasar el día sin incidentes.
Al llegar al aula, notó que la clase estaba un poco más animada de lo habitual. Los murmullos sobre el nuevo compañero parecían haber aumentado. Emma se sentó en su lugar habitual en la última fila, sin hacer mucho caso a la agitación de sus compañeros.
—¿Has oído? —le preguntó Marta, una de sus pocas amigas, mientras se sentaba a su lado—. Dicen que el nuevo es realmente interesante.
Emma la miró con un leve interés. —No, no he escuchado mucho. Estaba más concentrada en la práctica de natación.
—Bueno, parece que tiene una historia interesante —continuó Marta—. Viene de otra ciudad y ha pasado por muchas cosas. De hecho, escuché que ha estado en varias escuelas por razones bastante inusuales.
Emma alzó una ceja. —¿De qué razones estamos hablando?
—No estoy muy segura —admitió Marta—. Pero parece que ha tenido problemas personales. Eso siempre hace que la gente esté más intrigada.
Antes de que Emma pudiera responder, el profesor entró en el aula, y la conversación se desvió hacia el inicio de la clase. La mayoría de los estudiantes estaban ansiosos por conocer al nuevo, y el bullicio continuó hasta que el timbre anunció el comienzo de la lección.
Durante el receso, Emma se dirigió a la cafetería. Se estaba sirviendo café cuando escuchó una voz conocida detrás de ella.
—¿Qué tal, Emma? —dijo Javier, uno de los compañeros del equipo de natación.
—Hola, Javier. —Emma le sonrió con un gesto amistoso—. ¿Sabías algo más sobre el nuevo estudiante?
—Solo que parece estar en todas partes hoy —dijo Javier—. Estaba en el gimnasio antes de la primera clase, y todos estaban hablando de él.
Emma asintió con una sonrisa. —Ya veo. Parece que está causando sensación.
Javier levantó una ceja. —¿Y tú qué piensas? ¿Te afecta de alguna manera?
Emma se encogió de hombros. —No realmente. No estoy muy interesada en chismes. Tengo suficiente con mis propias cosas.
—Entiendo —dijo Javier—. Bueno, si te interesa, podríamos ir a hablar con él durante el almuerzo.
Emma dudó un momento, luego asintió. —Podría ser interesante conocerlo.
Cuando el timbre sonó, indicando el final del receso, Emma y Javier regresaron al aula. Emma sintió una mezcla de curiosidad y resignación mientras se preparaba para el resto del día. Las sombras del pasado seguían ahí, pero quizás, solo quizás, conocer al nuevo estudiante podría ofrecer un cambio inesperado en su rutina.
El primer día de clases después del verano siempre estaba lleno de expectación, pero este año había un zumbido particular en el aire. Los rumores sobre un nuevo estudiante, que según decían, era un misterio en sí mismo, habían recorrido la escuela como un reguero de pólvora.
Emma Varela, aún adormilada por las primeras horas de la mañana, se dirigió al aula con su habitual ritmo tranquilo. Se sentó en su lugar habitual, en la última fila, tratando de mantenerse al margen de las conversaciones animadas de sus compañeros. La puerta del aula se abrió de golpe y todos los murmullos se apagaron de inmediato. Emma levantó la vista justo a tiempo para ver a un joven de cabello oscuro y ojos intensos entrar en la sala.
El nuevo estudiante, Gabriel Muñoz, se presentó con una confianza que parecía inusual para alguien que acababa de llegar. Llevaba una chaqueta negra y una expresión que no revelaba mucho, pero sus ojos revelaban una profundidad que capturaba la atención. Se dirigió hacia el profesor, quien le entregó un horario y le indicó un asiento vacío cerca del centro del aula.
Emma observó a Gabriel mientras se sentaba, notando la forma en que se mantenía apartado, como si estuviera en otro mundo. A diferencia de la mayoría de los estudiantes que se mostraban entusiastas o nerviosos en su primer día, Gabriel parecía completamente imperturbable. La profesora lo presentó formalmente, pero su voz se perdió en el ruido de las preguntas y susurros que siguieron.
Durante la primera parte de la clase, Gabriel se mantuvo en silencio, tomando apuntes con una precisión meticulosa. Emma se encontró observándolo con curiosidad. No era su costumbre fijarse en los demás, pero algo en Gabriel capturó su interés. Había una sensación de misterio a su alrededor que le recordaba las sombras que ella misma intentaba evadir.
La campana del recreo sonó, y los estudiantes se agruparon en pequeños círculos de conversación. Emma decidió dirigirse al baño antes de ir a la cafetería, y mientras caminaba por el pasillo, notó a Gabriel apoyado contra la pared, solo. La tentación de acercarse a él era fuerte, pero decidió dejarlo en paz. Sin embargo, cuando pasaba junto a él, Gabriel levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de ella.
—Hola —dijo Emma, intentando sonar amigable.
Gabriel asintió con una ligera inclinación de cabeza.
—Hola —respondió, su voz era suave pero tenía un matiz de seriedad.
Emma sintió un cosquilleo en la piel ante el contacto visual. Había algo en Gabriel que despertaba su curiosidad, un aire de reservada intensidad que parecía ocultar más de lo que revelaba. No sabía por qué, pero sentía que su vida iba a cambiar de alguna manera con la llegada de este nuevo estudiante.
Al llegar a la cafetería, Emma se encontró en una mesa con sus amigos, pero su mente seguía volviendo a Gabriel. La sensación de que algo importante estaba a punto de suceder no la abandonó, y aunque trató de concentrarse en la conversación, sus pensamientos permanecieron en el misterioso nuevo estudiante.
Mientras la mañana avanzaba y las clases continuaban, Emma no podía evitar preguntarse sobre la historia detrás de Gabriel Muñoz. ¿Qué sombras del pasado lo habían seguido hasta aquí? ¿Y qué papel jugaría en su propia vida en los días venideros?
El almuerzo llegó y con él, un nuevo despliegue de energía juvenil en la cafetería. Los estudiantes se movían entre mesas, llenando el espacio con risas y charlas. Emma se dirigió a su mesa habitual, donde Marta y Javier ya la esperaban.
—¿Te has enterado de algo nuevo sobre el chico nuevo? —preguntó Marta con curiosidad, mientras Emma se sentaba.
—No mucho —admitió Emma—. Solo que parece bastante reservado. Aunque no he tenido la oportunidad de hablar con él todavía.
—Es una lástima —dijo Javier—. Pero parece que está por todas partes. Escuché que estuvo en la biblioteca después de la primera clase.
Emma lo miró con interés. —¿En serio? Eso es un poco inusual para alguien que acaba de llegar.
—Sí —asintió Javier—. Parece que ya está muy interesado en los libros de historia y literatura. No es lo típico para un primer día.
Emma se encogió de hombros. —Quizás le gusta estar solo para pensar. O tal vez está tratando de adaptarse rápidamente.
Mientras charlaban, Emma echó un vistazo hacia el rincón de la cafetería donde había visto a Gabriel antes. Lo encontró sentado solo en una mesa, comiendo una comida sencilla y observando el bullicio que lo rodeaba con una expresión distante. La curiosidad de Emma creció, y se sintió impulsada a acercarse.
—Voy a ir a buscar un café —dijo Emma, levantándose de la mesa—. Nos vemos en un rato.
Marta y Javier asintieron, y Emma se dirigió hacia la estación de bebidas. Mientras esperaba, sus ojos volvieron a Gabriel, que aún estaba solo. Sin pensarlo demasiado, se dirigió hacia él.
—Hola, Gabriel —dijo Emma, intentando sonar casual—. ¿Te importa si me siento aquí?
Gabriel levantó la vista, sus ojos encontrando los de Emma. Parecía sorprendido, pero su expresión se suavizó.
—Claro, siéntate —respondió Gabriel—. No estoy ocupando el lugar.
Emma se sentó frente a él, tratando de parecer natural. —No quería interrumpir, solo pensé que podría ser una buena oportunidad para conocernos un poco.
—Eso suena bien —dijo Gabriel—. ¿Cómo te ha ido el primer día?
—Bien, supongo —respondió Emma—. Un poco abrumador, pero eso es normal. ¿Y tú? ¿Cómo te estás adaptando?
Gabriel hizo una pausa antes de responder. —Es un poco diferente de lo que estoy acostumbrado. Pero hasta ahora, no está mal.
Emma asintió. —Entiendo. Cambiar de escuela puede ser difícil. Si necesitas alguna recomendación sobre clases o cosas por el estilo, me avisas.
Gabriel asintió con una sonrisa ligera. —Lo tendré en cuenta. Gracias.
Emma se dio cuenta de que el tono de Gabriel era amable pero aún reservado. No parecía dispuesto a revelar mucho, lo que solo aumentaba el misterio que lo rodeaba. Mientras continuaban conversando sobre temas triviales, Emma notó que Gabriel era atento y considerado, pero siempre guardando una cierta distancia emocional.
—Bueno, supongo que debo volver a mis amigos —dijo Emma al cabo de un rato—. Si necesitas algo, aquí estoy.
—Gracias, Emma. —Gabriel le ofreció una sonrisa que, aunque breve, parecía genuina—. Aprecio la oferta.
Emma se levantó y volvió a su mesa, sintiendo que había dado un pequeño pero significativo paso hacia descubrir más sobre el nuevo estudiante. Mientras se reunía con Marta y Javier, sus pensamientos seguían en Gabriel. Sabía que su vida estaba a punto de entrelazarse con la de él, y aunque no sabía cómo, estaba decidida a averiguarlo.
Emma Varela no podía sacarse de la cabeza al nuevo estudiante, Gabriel Muñoz. Había algo en él que despertaba su curiosidad y, aunque no era del tipo que se fijara mucho en los demás, se encontró pensando en él más de lo habitual. Después de su breve encuentro en el pasillo, había sentido una conexión inexplicable, como si sus destinos estuvieran entrelazados de alguna manera.
Esa tarde, Emma decidió ir a la biblioteca para trabajar en un proyecto de historia. La tranquilidad del lugar siempre la ayudaba a concentrarse, y hoy no era la excepción. Se sentó en su rincón favorito, rodeada de libros viejos, y se sumergió en la lectura.
Estaba tan absorta en sus estudios que no notó cuando Gabriel entró en la biblioteca. Fue solo cuando él se sentó en la mesa junto a la suya que ella levantó la vista y lo vio. Gabriel estaba leyendo un libro grueso, su concentración tan intensa como la de ella. Emma sintió un impulso de hablarle, pero la timidez la detuvo. En lugar de eso, se volvió a concentrar en su propio libro, aunque la presencia de Gabriel a su lado era innegable.
Pasaron varios minutos en silencio, ambos inmersos en sus lecturas. Finalmente, fue Gabriel quien rompió el hielo.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó sin levantar la vista de su libro.
Emma se sorprendió por la pregunta y tartamudeó un poco antes de responder.
—Historia... sobre la Revolución Francesa.
Gabriel asintió lentamente.
—Interesante. Estoy leyendo sobre la Segunda Guerra Mundial.
La conversación podría haber terminado ahí, pero algo en la voz de Gabriel invitaba a Emma a continuar.
—¿Te gusta la historia? —preguntó ella, intentando sonar más segura.
Gabriel finalmente levantó la vista, y sus ojos se encontraron de nuevo con los de Emma.
—Sí, me gusta entender cómo el pasado influye en el presente. Es fascinante ver cómo las decisiones de una época pueden repercutir tanto tiempo después.
Emma asintió, sintiendo una conexión con sus palabras.
—A mí también me gusta. Es como si las historias de las personas que vivieron antes de nosotros pudieran enseñarnos algo sobre nuestra propia vida.
La conversación fluyó con naturalidad, y antes de que se dieran cuenta, habían pasado más de una hora hablando sobre historia, libros y sus intereses personales. Emma descubrió que Gabriel tenía una pasión por la lectura y una mente aguda que podía debatir sobre cualquier tema con profundidad y claridad.
Cuando finalmente salieron de la biblioteca, el sol estaba comenzando a ponerse, bañando el campus en una luz dorada. Emma se sentía más ligera, como si una carga se hubiera levantado de sus hombros. Gabriel había despertado algo en ella, una curiosidad y un interés que no había sentido en mucho tiempo.
—Gracias por la conversación —dijo Gabriel mientras caminaban hacia el estacionamiento—. Fue agradable hablar con alguien que realmente entiende.
Emma sonrió.
—Sí, a mí también me gustó. Tal vez podríamos hacerlo otra vez.
Gabriel asintió, y hubo un breve silencio antes de que él respondiera.
—Me encantaría.
Con una última sonrisa, se despidieron y tomaron caminos separados. Pero en su corazón, Emma sabía que ese encuentro inesperado era solo el comienzo. Gabriel había entrado en su vida como un enigma, y ella estaba decidida a desentrañar sus misterios, mientras enfrentaba las sombras de su propio pasado.
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