El reloj de la torre marcaba las ocho de la mañana cuando sus caminos se cruzaron por primera vez. La esquina de una calle abarrotada de transeúntes fue testigo de aquel primer encuentro, cuando sus miradas se cruzaron creando una conexión inexplicable de la que aún no tenían conocimiento.
La joven esquivo la mirada de aquel desconocido quien la observaba alejarse con una mirada profunda, en su interior sabía que ella le cambiaría la vida. Él, continuo su camino con pasos firmes y elegantes, la confianza que irradiaba no dejaba que los demás vieran el gran dolor que ocultaba en su interior.
A lo lejos Aurora Nava miraba el auto en el que el desconocido se marchaba, con cierta intriga lo siguió observando hasta que esté desapareció en una esquina no muy lejana.
"¡Aurora!, no te quedes atrás niña tonta, ¿acaso piensas que yo llevaré las compras?". El grito de Lucrecia saco a la joven de su encima miento.
"Lo siento, ya me apuro". Respondió la joven tomando las bolsas que Lucrecia le estaba entregando.
"Siempre andas soñando despierta, es hora de que madurez y te des cuenta de que nunca dejaras de ser una pobre huérfana que solo vive por la caridad de la familia Ledezma". Regaño Lucrecia quien era la madrastra de Aurora.
Sin decir una palabra más, Aurora camino hacia el auto de Lucrecia con la mirada llena de tristeza y el peso del mundo sobre sus hombros. Mirando por la ventanilla del auto Aurora pensaba en su vida cuando era pequeña, recordaba lo hermosa que era su madre y lo feliz que se veía junto a Francisco su padre, los tres eran realmente felices. En un abrir y cerrar de ojos habían llegado a la mansión Ledezma, ver el jardín principal la trajo de vuelta a su oscura realidad y al hecho de ella nunca podría escapar de ese cautiverio.
"Baja las compras y llévalas a mi habitación". Ordeno Lucrecia con voz fría y llena de soberbia.
"Sí, señora". Aurora vio la gran cantidad de bolsas que su madrastra había comprado, suspirando profundamente entro a la casa.
La mansión Ledezma era impresionante, desde que entrabas a la propiedad un hermoso jardín con caminos empedrados, rodeados de rosas blancas y olores que te llenaban de paz, te daban la bienvenida. En medio del jardín se encontraba una fuente con esculturas blancas que daban un toque de sofisticación. Al entrar a la casa quedabas impactado con la impresionante arquitectura y decoración de la sala principal, estaba adornada con muebles de alta gama y pinturas de artistas reconocidos.
Las escaleras que llevaban al segundo piso cuyos barandales eran de un delicado vidrio le daban un aire de sofisticación y modernización única, el buen gusto reinaba por todos lados.
"Aurora cuando termines de subir mis cosas, preparas el almuerzo, seguramente Miranda llegará con hambre". Ordeno Lucrecia sin voltear a ver a su hijastra.
"Como ordene la señora". Respondió Aurora cansada de todo eso.
Aurora no pensaba pasar toda su vida siendo una criada en esa casa, ella pensaba que al cumplir su mayoría de edad podría escapar del yugo de sus verdugos y al fin poder estudiar y superarse.
"Otra vez soñando despierta, eres tan patética". — la voz burlona de Camila la hija la hija de Lucrecia se escuchó desde la puerta de la habitación de su mamá.
"Al menos tengo sueños, ¿tú qué tienes?". Respondió Aurora con sarcasmo.
"Al menos tengo sueño". Se volvió a burlar Camila remedando a Aurora.
"Tengo cosas que hacer, permiso". Aurora salió de la habitación de Lucrecia, tenía que preparar el almuerzo, Camila había llegado antes a la casa y no quería más problemas.
Cuando estaba en la cocina olvidaba los problemas, los malos tratos, para ella cocinar era su pasión, como buena soñadora siempre imaginaba que tenía su propia cocina y que era reconocida a nivel mundial, solo deseaba que su cumpleaños número dieciocho al fin llegará y pudiera alzar el vuelo como las aves del cielo. La vida no había sido justa, su madre murió cuando ella tenía cinco años, su padre se olvidó que tenía hija y solo se dedicó a los negocios, dos años después que murió su esposa se volvió a casar con Lucrecia quien tenía una hija un año mayor que ella, desde ese entonces la vida de la pobre niña cambio radicalmente.
"Te dije que el almuerzo tenía que estar listo para cuando llegara Camila". Los gritos de Lucrecia resonaron por cada rincón de la elegante cocina,dejando a la joven casi sorda.
Aurora, brinco, del susto llevando sus manos al pecho.
"No sabía que regresaría temprano a casa". Contesto Aurora mirando al suelo.
"Eres, una inútil, por eso tu padre no te quiere y prefiere estar de viaje todo el tiempo". Lucrecia disfrutaba con el sufrimiento de Aurora, la joven no entendía el por qué de ese odio tan grande que la esposa de su padre sentía hacia ella.
Con lágrimas en los ojos ella termino de preparar el almuerzo, puso la mesa y sirvió los platos, mientras Aurora se esmeraba por dejar todo impecable, Camila solo se limitaba a buscar información en su teléfono.
"Mamá la familia Santos anuncia el regreso de Sebastián Santos". Expreso, Camila con disgusto.
"Tranquila hija, ya veremos la forma de esquivar ese compromiso". Respondió Lucrecia con una sonrisa ladina, mirando fijamente a Aurora.
"Más te vale madre, según dicen Sebastián Santos es un hombre cruel y viejo". Comento Camila con asco.
Mientras Camila hablaba a Lucrecia se le había ocurrido un plan, la familia Santos había pedido un compromiso con una hija de la familia Ledezma y Aurora era una Ledezma, aunque siempre la presentaban como Nava, ella realmente llevaba el apellido de su padre, mataría dos pájaros de un solo tiro, por un lado, liberaría a su hija de ese ridículo compromiso y por el otro se deshace de Aurora para siempre amarrando a la mocosa a un matrimonio forzado y a una vida aún más infeliz de la que ella le hacía vivir día a día, sonriendo con malicia Lucrecia devoró el almuerzo que le había preparado Aurora.
En el centro de aquella bulliciosa ciudad, un imponente rascacielos se alzaba tan alto que parecía tocar las nubes. Con más de ochenta pisos, una arquitectura perfecta y cubierta de ventanales que reflejaban la luz del sol de manera elegante, adornaban la imponente infraestructura. En ese lugar se encontraba un misterioso hombre contemplando el paisaje urbano frente a él. Su rostro reflejaba seguridad, su mirada profunda transmitía poder y temor al mismo tiempo. Acomodó su corbata preparándose para enfrentarse a la junta directiva.
"Señor, estamos listos", informó la asistente de Sebastián Santos.
Volteando a ver a su asistente, Sebastián se deslizó con estilo y una mirada fría. "Vayamos a enfrentar a esas arpías", comentó Sebastián con una pizca de ironía.
El presidente de la empresa caminaba con paso firme y decidido por el largo pasillo del rascacielos. Cada uno de sus pasos resonaba en el suelo pulido, mostrando una seguridad innegable en cada movimiento. Su espalda erguida y su mirada fija hacia adelante denotaban determinación y confianza en sí mismo. Con cada paso, transmitía una presencia imponente y un aura de autoridad que no pasaba desapercibida para quienes se cruzaban en su camino.
"Buenas tardes", dijo Sebastián entrando a la sala de juntas. El lugar quedó sumido en un silencio absoluto, la presencia del presidente llenaba el ambiente de un aire frío.
"Buenos días, señor Santos", respondieron los presentes al unísono.
"Daremos inicio a nuestra reunión", informó la asistente de Sebastián.
"Mi asistente les está entregando unas carpetas, en estas se encuentran los reportes de este año, como sabrán habrá cambios".
Los presentes abrieron esas carpetas y el descontento se reflejaba en los rostros de algunos, mientras que en otros se veía gratitud y entusiasmo. Esas carpetas contenían la oportunidad de crecer y mejorar.
"Señor, gracias por esta oportunidad, le prometemos no defraudar a la empresa ni a usted", dijo uno de los empleados.
"Sé que así será, y para aquellos que no estén conformes con la nueva reestructuración, sepan que pueden irse cuando quieran; estamos dispuestos a comprar su parte de las acciones". Sebastián salió de la sala de juntas con pasos firmes y cabeza erguida.
"Jefe, esta noche tenemos cena con la familia Ledezma, ¿está dispuesto a ir?", preguntó la asistente, una mujer de unos cincuenta años que era muy capaz de seguirle el paso a su jefe, aunque una enfermedad cardíaca pronto le obligaría a dejar su trabajo atrás.
"No, esa gente solo busca quien les solucione la vida; no tengo tiempo para perder con ellos", contestó Sebastián resignado. Su familia había pactado con los Ledezma que él debía casarse con una hija de esa familia para fusionar ambas empresas y construir un imperio mayor. Sin embargo, las referencias sobre la hija no eran las mejores; estaba destinado a unir su vida a una mujer que despreciaba. Si no cumplía con lo acordado por sus padres, su apellido quedaría expuesto al escarnio público y probablemente perderían reputación.
"Ya cancelo la cena, ¿necesita algo más?", preguntó la mujer algo cansada.
"Por ahora no, descansa un poco; no te ves bien". Sebastián sonrió amablemente a la mujer frente a él; le estaba agradeciendo porque cuando nadie confiaba en él, ella lo apoyó.
Quedándose solo en su oficina cerró los ojos y en su mente aparecieron aquellos ojos tristes que había visto horas antes; la mirada perdida de aquella joven lo atrajo inexplicablemente. No entendía por qué, pero algo dentro de él clamaba por volverla a ver.
Mientras tanto, en la mansión Ledezma, Lucrecia le contaba su nuevo plan a Camila, quien sonreía satisfecha al escucharla hablar.
"Eres increíble mamá; gracias a ti seré libre", expresó Camila feliz y emocionada.
"Nunca permitiré que mi única hija se case con ese viejo horrible", manifestó Lucrecia orgullosa de sí misma.
"Entonces, ¿ cuándo pondremos en marcha el plan?". Pregunto, Camila, ansiosa.
"Esta noche hablaré con tu padre, y le manifestaré mi decisión". Dijo Lucrecia con la mirada fija en el horizonte, como si estuviera maquinando cada palabra que le diría a Francisco para convencerlo de casar a Aurora en vez de a Camila con Sebastián Santos.
Por otro lado, Aurora soñaba con su mayoría de edad, en unos cuantos días tendría dieciocho y la capacidad de decidir por sí misma su futuro, lo primero que haría sería irse de aquella casa y empezar a vivir su vida. Con lo que no contaba la joven era que en un par de días su suerte estaría echada.
"Aurora!". Llamo, Lucrecia entrando a la cocina.
Aurora rodó los ojos en señal de fastidio al escuchar la voz de su horrible madrastra. "Dígame, señora". Respondió la joven.
"Como sabes en una semana se celebrará una fiesta en esta casa, así que tienes que organizar todo para que recibamos a los invitados". Explico la mujer con una mirada sombría.
"¿Así lo haré señora?, ¿necesita algo más?." Pregunto, Aurora, indiferente.
"Si, tu padre viene hoy, espero que no digas nada de lo que aquí pasa, ya sabes que las veces que lo has intentado él no te cree y siempre terminas castigada". Lucrecia era experta en manipulación, ella sabía cómo hacer quedar mal a Aurora, por eso Fernando nunca creía lo que su hija le decía, así que entre la soledad y el miedo por un castigo inhumano, Aurora prefería callar.
"No se preocupe señora, no diré nada, ya mismo me voy a cambiar para parecer una hija más para usted". Respondía Aurora bajando la mirada y llenando sus ojos de lágrimas.
Los castigos de Lucrecia empezaron cuando su hijastra tenía apenas ocho años, al principio Lucrecia la trataba bien, la hacía sentir como una hija, pero luego todo cambio de la noche a la mañana le aplicaba castigos crueles y la culpaba por todo lo que Camila hacía, la vida perfecta que conocía se volvió un verdadero infierno.
"Amor, al fin llegaste", Lucrecia recibió a Francisco con tanto entusiasmo y amor que el hombre nunca pensaría nada malo de su esposa.
"Veo que me extrañaste mucho", respondió aquel hombre besando a su esposa.
"Papi!", Camila bajo las escaleras corriendo exaltada de la emoción.
"Hija, mía, te extrañé tanto", contesto el hombre abrazando fuertemente a Camila.
Sin embargo la efusividad de Aurora no era igual, ella estaba apagada y su mirada ya no tenia brillo, se veía más flaca y Francisco noto el cambio.
La familia estaba sentada a la mesa, mientras Francisco contaba algunos chistes, Lucrecia y Camila reían sin parar, pero Aurora no prestaba atención a nada de lo que pasaba a su alrededor, ella tenía un mal presentimiento y era algo que no la dejaba tranquila.
"¿Qué tienes Aurora?, desde que llegué te veo distante", pregunto Francisco preocupado.
"No es nada papá, es solo que me siento cansada", respondió Aurora con una sonrisa.
"Ya veo, ¿qué te tiene tan cansada?, pregunto su papá intrigado.
"Ahora te lo explico, terminemos la cena por favor", pidió Lucrecia sonriendo hacia Aurora.
Lucrecia temía que la muchacha dijera algo de lo que estaba pasando en casa, así que desvío la conversación para que Aurora se quedará callada. Francisco se dejó llevar por lo que le decía su esposa y continuo como si nada, él creía ciegamente en su esposa. Ya en la privacidad de su habitación Lucrecia empezó a decirle varias cosas a él.
"Aurora está así porque se ha estado portando mal", comento la mujer mientras le quitaba el saco a su esposo.
"¿A qué te refieres?, Aurora siempre ha sido bien portada", respondió Francisco, extrañado.
"No había querido decirte, pero Aurora ha cambiado mucho, solo habla de cumplir su mayoría de edad para irse lejos", explico Lucrecia haciéndose la preocupada.
"No entiendo, ¿Aurora quiere irse de la casa?, pregunto Francisco con el ceño fruncido.
"Así es amor, Aurora anda con un vago que no hace nada por su vida y al parecer se quiere fugar con él", respondió Lucrecia con la mirada llena de tristeza.
"Esa niña me va a escuchar, no permitiré que mi hija ande con ningún vago", dijo Francisco muy molesto.
"Si la confrontas, seguramente negara todo, así no podemos actuar, pienso que casarla con una buena familia sería lo ideal", comento Lucrecia sutilmente.
"¿Casar a mi hija con alguien que no ama?, pregunto Francisco preocupado.
"Es mejor eso, a que se fugue con ese vago", Lucrecia siguió metiendo cizaña.
"Tienes razón, es hora de casar a Aurora", Lucrecia sonrió con satisfacción, pues su plan estaba dando resultados, ahora debía plantear que la casaran con Santos.
"¿Quién sería un buen prospecto y que además se quiera casar con nuestra hija?, manifestó Francisco su inquietud.
"Pienso que debería ser con la familia Santos, igual hay un pacto entre las dos familias", expreso, Lucrecia con indiferencia.
"¿Los Santos?, sabes lo que se dice de Sebastián Santos, él no es una buena persona, no quiero casar a mi hija con él", la negación de Francisco molestó mucho a su esposa, pues él estaba dispuesto a casar a Camila con ese hombre.
"Pienso que eso solo es cuento de la gente, además tu hija necesita mano dura, no puede ser cualquier blandengue con quién se case", explico Lucrecia insistiendo con el tema.
"Tengo que pensarlo, no quiero tomar una decisión apresurada", dijo Francisco caminando a buscar ropa de dormir.
En el pasillo fuera de la habitación se escucharon gritos, Francisco y Lucrecia corrieron a ver qué pasaba, encontrándose con Aurora y Camila discutiendo.
"No te preocupes, pronto me iré de esta casa", esas palabras fueron pronunciadas por Aurora quien las manifestó sin pensar en las consecuencias, después de todo ella era solo una joven maltratada.
"Eso ni lo pienses, tú no irás a ningún lado", manifestó Francisco molestó.
"Papá!", dijo Camila llorando. "Aurora se volvió loca, la descubrí hablando por teléfono y diciendo que se escaparía está noche", explico Camila llorando.
"¿Qué?, no eso no es cierto, yo nunca dije eso", respondía Aurora indignada.
"No lo niegues, yo mismo te escuché decirlo, Lucrecia prepara todo, Aurora se casará el fin de semana con Sebastián Santos", ordeno Francisco sin voltear a ver a su hija.
"No, no me puedes obligar a casarme con nadie, esas mujeres están mintiendo, siempre lo han hecho..."
"Ya basta, no quiero escuchar ni una palabra de ti, mi decisión está tomada, te casarás con la familia Santos y es mi última palabra", escuchar a su padre le rompió el corazón a Aurora, sus sueños de ser libre habían muerto en ese preciso momento, ella nunca sería libre.
Llorando sin consuelo, la joven se encontraba en su habitación, deseando morir para no tener que sufrir más a causa de su propio padre.
Mientras tanto, Francisco se encontraba hablando por teléfono con Augusto Santos.
"Es hora de honrar el pacto entre nuestras familias", dijo Francisco seriamente.
"Al fin lo pides, como te lo dije antes solo aceptaré esta unión con tu verdadera hija", respondió Augusto Santos, el padre de Sebastián Santos.
"Así será, tu hijo se casará con mi hija de sangre, Aurora Ledezma Nava", aseguro Francisco dando su palabra.
"Entonces nos vemos mañana, y organizaremos y dejaremos en claro nuestras cláusulas", la llamada fue colgada, Augusto sonrió al saber que al fin si hijo se casará con una buena mujer, a diferencia de Camila él sabía que Aurora era distinta, ella si era buena para su hija, además de tener un apellido ilustre por nacimiento y no por adopción.
Al día siguiente Aurora se despertó con el ánimo por el suelo, la orden de Francisco era que ella no podía salir de su habitación, tenía que la joven se escapara y se fugara con el supuesto vago.
"¿Por qué Aurora no es como tú?, pregunto Francisco mirando a Camila.
"Debes entenderla, ella perdió a su mamá y nosotras llegamos a invadir su espacio", respondió Camila siendo tan hipócrita como siempre.
"Eres tan buena, hija, al menos tu sí eres sensata y no nos das dolores de cabeza", aludió Francisco a Camila quien sonreía amablemente.
"Gracias papá, te quiero mucho", Lucrecia vio aquella escena y sonrió victoriosa, ella sabía que con Aurora fuera de juego su hija podría quedarse con la fortuna Ledezma.
Francia y Augusto se reunieron y dejaron las cosas claras, había que casar a los muchachos el fin de semana, justo el día en el que la joven cumpliría su mayoría de edad.
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