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Descubriendo El Amor

El Inicio Del Viaje

Mary es una joven chica de veintiún años y vivía en el pintoresco pueblo de Santa Lucía, un lugar conocido por sus colinas verdes y el murmullo constante del río que lo atravesaba. Santa Lucía era un pueblo pequeño, donde todos se conocían, y las historias y secretos se entrelazaban como las ramas de los viejos robles que bordeaban las calles.

Mary era la segunda de cuatro hijos. Sus hermanos eran Tomás, el mayor, de veintitrés años; Lucas, de doce; y la pequeña Ana, de nueve. Mientras sus hermanos siempre habían recibido el amor y la atención de su padre, ella sentía una barrera invisible que la alejaba de él. Desde pequeña había notado cómo su padre, don Jaime, siempre prefería a Tomás y a Lucas, mientras que a ella apenas le dirigía una mirada. Era un sentimiento que llevaba dentro, como un peso constante en su corazón.

Cada mañana, Mary se levantaba temprano para ayudar a su madre, doña Clara, en las tareas del hogar. Clara era una mujer trabajadora y cariñosa, que trataba de compensar la falta de afecto de su padre con su amor incondicional. Pero, a pesar del amor de su madre, Mary anhelaba el cariño de don Jaime, deseaba sentir que era tan querida como sus hermanos.

Una tarde, mientras se encontraba en el prado detrás de su casa, Mary se sentó bajo un gran árbol, su refugio favorito. Desde allí podía ver el horizonte, soñar con un futuro mejor y reflexionar sobre su vida. Fue en ese lugar donde decidió que buscaría la forma de ganarse el amor de su padre. Quería entender por qué él la rechazaba y, más que nada, deseaba sentir ese amor que siempre había anhelado.

Esa misma noche, mientras la familia se reunía para cenar, Mary observó a su padre con atención. Don Jaime era un hombre de pocas palabras, pero sus acciones siempre hablaban más fuerte que cualquier palabra. Cada gesto de afecto hacia Tomás y Lucas era una herida silenciosa para ella. Sin embargo, decidió que no se rendiría. A partir de ese momento, cada día sería una oportunidad para acercarse a él, para demostrarle que ella también merecía su amor.

La vida en Santa Lucía continuaba su curso habitual. Los días pasaban entre las rutinas del colegio y las tareas en casa. Mary aprovechaba cada oportunidad para intentar acercarse a su padre. A veces, le llevaba su taza de café por la mañana, o le ayudaba en el campo, esperando que él notara su esfuerzo. Aunque los cambios no llegaban de inmediato, Mary mantenía la esperanza de que algún día, don Jaime vería en ella algo que mereciera su amor.

Pero el amor verdadero, pensaba Mary, no era algo que se pudiera forzar. Sabía que tendría que descubrir por qué su padre la rechazaba y aprender a aceptar esa realidad mientras buscaba su propio camino. En ese proceso, no solo esperaba encontrar el amor de su padre, sino también entenderse a sí misma y descubrir la fuerza que llevaba dentro.

Así, entre sueños y esperanzas, Mary iniciaba su viaje en busca del amor verdadero, un amor que comenzaría por ella misma y, con suerte, se extendería a su padre y al resto de su familia. En cada paso, aprendería que el amor verdadero, a veces, se encuentra en los lugares más inesperados y en las personas más sorprendentes.

Reflexiones bajo el gran Árbol

Mary se sentó bajo el enorme árbol que estaba en el prado detrás de su casa. Las hojas verdes bailaban suavemente con la brisa mientras el sol se filtraba entre las ramas, creando un juego de luces y sombras en el suelo. Era su lugar especial, donde encontraba tranquilidad y espacio para reflexionar.

Durante horas, Mary pensó en qué podría hacer para sentirse mejor, para llenar el vacío que sentía en su corazón. Observó cómo las hormigas trabajaban diligentemente en su laboriosa tarea, sin esperar reconocimiento ni afecto a cambio. ¿Sería esa la clave, pensó Mary, aceptar que algunas cosas simplemente no pueden cambiarse? Sin embargo, algo en su interior se resistía a rendirse.

Recordó las palabras de su madre sobre el amor incondicional. Clara siempre había sido su roca, ofreciéndole consuelo y apoyo sin reservas. ¿Podría aprender a amarse a sí misma de la misma manera? La idea resonaba en su mente como una semilla plantada en tierra fértil. Quizás, pensó Mary, el primer paso para ganarse el amor de su padre era aprender a amarse y valorarse a sí misma.

Decidió que exploraría esta idea más a fondo. No se trataba solo de ser más amable consigo misma, sino también de descubrir sus fortalezas y pasiones. ¿Qué le gustaba hacer más allá de tratar de complacer a los demás? ¿Cuáles eran sus sueños y ambiciones, aparte de ser aceptada por su padre?

Con cada pregunta surgían nuevas posibilidades. Mary se prometió a sí misma que exploraría sus intereses, que se permitiría ser quien realmente era, sin la sombra de la expectativa de su padre. Si lograba encontrar esa autenticidad dentro de sí misma, tal vez, pensó con esperanza, podría acercarse genuinamente a su padre y mostrarle la persona fuerte y amorosa que estaba descubriendo ser.

Así, bajo la sombra protectora del árbol de los susurros, Mary comenzó su viaje hacia el autoconocimiento y la autoaceptación, convencida de que esta sería la clave para llenar el vacío en su corazón y abrir nuevas puertas hacia el amor verdadero.

Bajo la Mirada Protectora de Tomás

Tomás observaba desde la ventana de su habitación mientras el sol comenzaba a ponerse sobre los tejados de Santa Lucía. Una sensación de inquietud crecía en su pecho al notar que Mary no estaba en ninguna parte de la casa. Aunque a veces parecía distante y absorta en sus pensamientos, Tomás siempre había sentido una conexión especial con su hermana menor.

Bajó corriendo las escaleras y preguntó a Ana y Lucas si habían visto a Mary. Los dos negaron con la cabeza, ocupados con sus propios juegos en el patio trasero. Clara, al escuchar la pregunta de Tomás, frunció el ceño preocupada. Mary solía desaparecer ocasionalmente para estar sola con sus pensamientos, pero esta vez parecía diferente.

Tomás decidió buscarla en sus lugares favoritos. Primero, revisó el prado detrás de la casa, donde encontró su árbol favorito y a menudo pensaba en silencio. No había rastro de Mary allí. Luego, se aventuró más allá del pueblo, hasta el borde del río, donde solían explorar juntos cuando eran niños. Nada.

Preocupado, decidió regresar al pueblo y preguntar a algunos amigos de Mary si la habían visto. Nadie había cruzado su camino. Justo cuando la preocupación de Tomás alcanzaba su punto máximo, divisó a lo lejos la figura de Mary bajo el gran árbol. Su corazón se llenó de alivio al verla, pero también de preocupación por lo que podría estar pasando por su mente.

Se acercó a paso lento, no queriendo asustarla. Mary levantó la vista al escuchar sus pasos y una leve sonrisa iluminó su rostro cuando vio a Tomás acercarse.

—¿Qué haces aquí sola, Mary? —preguntó Tomás, sentándose a su lado bajo la sombra fresca del árbol.

Mary suspiró y miró hacia el horizonte.

—Solo necesitaba un poco de tiempo para pensar —respondió ella, sintiéndose reconfortada por la presencia cercana de su hermano mayor.

Tomás asintió comprensivo. Conocía bien la necesidad de Mary de retirarse a veces para reflexionar sobre las cosas. Pero esta vez había algo diferente en su expresión, algo que le hacía temer por lo que estaba pasando por su mente.

—Estoy aquí si quieres hablar, Mary. Sabes que siempre puedes contar conmigo —dijo Tomás con voz suave, colocando una mano cálida sobre el hombro de su hermana.

Mary se sintió abrumada por el amor y la preocupación de Tomás. A pesar de la distancia emocional con su padre, siempre había encontrado consuelo y apoyo en el cariño incondicional de sus hermanos, especialmente en Tomás.

—Gracias, Tomás. No sé cómo explicarlo bien, pero... —vaciló Mary, buscando las palabras adecuadas para expresar sus pensamientos y emociones.

Tomás la escuchó en silencio, permitiéndole tomar su tiempo. Juntos, bajo la mirada protectora del árbol de los susurros, Mary encontró el coraje para abrir su corazón a su hermano mayor, compartiendo sus preocupaciones y sus sueños de encontrar amor y aceptación, tanto dentro de sí misma como de su padre.

Tomás escuchó atentamente cada palabra que salía de los labios de Mary mientras se sentaban bajo las ramas tranquilas del árbol.

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