Érika siempre había sentido que algo no encajaba en su vida. La riqueza de su familia, los viajes constantes de su padre y las conversaciones en susurros a altas horas de la noche. Pero nada de eso la preparó para lo que estaba a punto de descubrir.
Era una tarde lluviosa cuando todo cambió. Regresaba de la universidad, empapada y cansada, cuando vio las luces de la policía iluminando la mansión. Su corazón se aceleró. Corrió hacia la entrada, solo para ser detenida por varios policías.
—Lo siento, señorita, no puede entrar —dijo con firmeza.
—¿Qué está pasando? Por qué no puedo entrar a mi casa? —preguntó, su voz temblaba al punto de casi tartamudear.
Antes de que el oficial pudiera responder, su hermano, Javier, salió de la casa. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con una intensidad que Érika nunca había visto.
—Érika, veni conmigo —dijo, tomándola del brazo.
Dentro de la mansión, el caos reinaba. Policías revisando cada rincón, y en el centro del salón, el cuerpo sin vida de su padre. Érika sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
—Papá... —susurró, su voz quebrándose.
.............
•San Carlos de Bariloche, Rio Negro, Argentina, año 1995•
—Mamá, dijiste que hoy me iba a acompañar Javier. Se supone que el iba a ir conmigo al cumpleaños de July — dijo Erika en voz de reclamo, decepcionada y desanimada al enterarse que su hermano mayor no iba a acompañarla al cumpleaños de su mejor amiga.
—Erika, ya sabes cómo son las cosas. Tu hermano no puede ir, va a acompañar a tu papá al cerro. Escuché que encontraron oro, y de esto vivimos hija —respondio Samanta, intentando hacerla entrar en razón.
—Pero mamá! El lo prometió, no puedo ir sola, es además muy peligroso el lugar —volvio a insistir Erika.
—No podes ir—Dijo tajante — es peligroso ese lugar, lo lamento Eri no vas a ir —
Erika solo se fue a su cuarto, muy molesta, pero incapaz de responder nada, por la impotencia, tanto de sentir que le mintieron, como de no poder hacer nada para ir a ver a su mejor amiga.
Por otra parte, Roberto, su padre, iría con su hijo mayor, Javier, hacia el cerro antes de las nevadas, en busca de un verdadero tesoro, o al menos, esa era la coartada.
—Javier, prepara la camioneta, y ustedes carguen todo en las de ustedes , pico, pala y lo demás, apúrense que parece que mañana va a nevar y nos va a cagar todo—le dijo Roberto a sus tres empleados de confianza, con pinta de matones, y a su hijo Javier.
—Che viejo. ¿Estás seguro de ir hoy? Y llevar a estos tipos... Se que son tus amigos, pero a mí no me generan confianza —Dijo Javier sin medir sus palabras.
—Mira pelotudo –Respondió exaltado, Roberto– Acá el jefe soy yo, ¿Entendés? Me importa un carajo si te parece o no, ¿Está claro? Si no te gusta, te quedas, hago una llamada, viene tu primo y listo, se acaba la joda. —
Agachando la mirada y sin murmurar, pero con ganas de sacar su frustración, Javier ya no respondió.
Pero Roberto continúo, como si tuviera aún más que decirle a su hijo, queriendo humillarlo y ponerlo en su lugar — Y otra cosa, frente a mi gente vos calladito, cerras el pico, no quiero escuchar tu opinión si yo no te la pedí ¿Estamos?, No vuelvas a cuestionar mis decisiones.—Termino fríamente.
Entonces partieron al cerro esa misma tarde .
Cuando por fin llegaron, Roberto, Javier y los otros 3 tipos, bajaron y empezaron a cargar las herramientas necesarias, llendo al punto de encuentro que tenían previsto.
Todos sabían que hacer, pero Javier estaba distraído, perdido en sus pensamientos.
—¡Javier, presta atención! — Le grito Roberto, visiblemente irritado—. Si no podés hacer esto bien, ¿Como carajos esperas encargarte del negocio algún día? ¿Sos pelotudo?—
Javier solo apretó los dientes conteniendo su irá, su rostro estaba enrojecido de rabia y vergüenza. Siempre era lo mismo. No importaba cuánto se esforzara, ni cuántas ganas le pusiera a su tarea, para Roberto, todo lo que hacía su hijo estaba mal, definitivamente, no quería que su hijo herede el negocio.
Nota: Capitulo de prueba, acepto toda crítica, y agradezco el apoyo y la ayuda que recibí para escribir. Gracias a todos!
—Disculpame viejo. Estaba pensando, en la mejor manera de hacer todo, no quiero equivocarme —Respondió Javier , intentando mantener la calma.
—No te pago para pensar, te pago para que trabajes—replico Roberto con desdén —, Deja de perder el tiempo y hace tu trabajo.
Los tipos que estaban con ellos, solo observaron en silencio, intercambiado miradas incómodas. Todos sabían que no era prudente intervenir cuando Roberto estaba de mal humor.
Y lo estaba, la policía estába detrás de su pista, el comisario de la ciudad ya le había advertido, luego de algunas coimas*, que lo estaban buscando.
(* Coimas \= sobornos)
Y claro, por qué no se dedicaba exactamente a buscar oro, Roberto Rizzo era su nombre real, pero para las autoridades era conocido como, Vincenzo Mancini, el jefe mafioso más peligrosos y buscado del mundo en la época.
Traficante de joyas y piedras preciosas entre otras cosas.
Nunca pudieron encontrar nada contra el, siempre tenía una coartada para salirse con la suya, pero su suerte poco a poco se iba acabando.
Hijo de italianos, pero nacido en el sur Argentino, dónde tenía su mansión lujosa junto a un barrio privado.
Algunos descuidos, hicieron que fuerzas policiales internacionales intervinieran, al punto de que estaban pisandole los talones.
.............
Al llegar al sitio indicado, la tensión en el aire aumentaba aún más, todo el camino fue a pie, para subir el cerro. Roberto no dejaba de lanzar comentarios sarcásticos y de casi desprecio, insinuando todo el tiempo, que Javier no tenía la capacidad para manejar el trabajo.
Cada pequeño error de Javier, era amplificado y criticado por Roberto, que no perdía oportunidad para señalar los fallos de su hijo.
—¡Esto ya es ridículo!— Exclamó Javier después de que su padre lo criticara demasiado por su manejo de la pala — ¡Estoy haciendo lo mejor que puedo!.
—Tu mejor no es suficiente, hijo. Es hora de que te des cuenta de eso —Respondió Roberto con frialdad.
Mientras estaban cavando, Javier reflexionaba entre irá e impotencia, sobre el trato que recibía, ya estaba cansado, algo tenía que hacer, pero ¿Que podría hacer? —Pensaba una y otra vez.
—Si tan solo fueras la mitad de competente y útil que tu primo Eduardo... —murmuró Roberto, casi para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que Javier lo escuchara.
— Siempre comparándome con ese hijo de p*ta, hasta creo que el es su hijo real y yo el adoptado — Pensó Javier con amargura y enojó —, Soy por mucho más capaz que el, soy mejor en todo,, pero este tipo está ciego.
—Viejo, no me parece justo que me compares siempre con Eduardo. Yo siempre doy lo mejor de mi, siempre hago mi parte en este trabajo sin poner excusas, puedo equivocarme pero lo hago.— dijo Javier, tratando de mantener su voz firme.
Roberto se detuvo, pego un giró y tirando lo que tenía en las manos, se acercó a Javier; y le hablo mirándolo fijamente a los ojos.
—La diferencia, Javier, es que tú primo Eduardo, tiene lo que te falta a vos, cerebro, tiene cabeza. El sabe como hacer las cosas bien a la primera. Con vos siempre tengo que andar cuidando, siempre tengo que limpiarte el c*lo! ¿Que vas a hacer cuando no esté para limpiar tus cagadas? ¿Cuándo tengas a la policía soplándote la oreja?— Dijo Roberto muy molesto, expresándose casi con odio.
Javier solamente guardaba silencio, mientras en su interior, la rabia, y muchos pensamiento lo iban superando poco a poco.
Mientras tanto, en la mansión Rizzo, Erika, aunque más tranquila, no podía evitar sentirse decepcionada por no asistir al cumpleaños de su amiga July. Estaba en la sala, charlando con su madre sobre varios asuntos. Principalmente, sobre su preocupación por la relación entre su hermano Javier y su papá.
La luz de la tarde entraba por las grandes ventanas, iluminando el elegante pero acogedor salón principal de la mansión.
Erika estaba sentada en su sillón rojo, jugando con un mechón de su cabello mientras Samanta leía concentrada su revista favorita, durante varios minutos hubo silencio.
— Mamá, ¿Vos crees que algún día papá y Javier se van a llevar bien? —pregunto Erika, rompiendo el silencio abruptamente.
Samanta suspiró, dejando de leer su revista, y mirando a su hija con una mezcla de tristeza y ternura.
—Ay, mi amor... La relación entre tu papá y tu hermano siempre fue complicada. Tu papá es muy exigente y Javier... bueno, él solo quiere demostrar que puede estar a la altura —respondió Samanta, intentando encontrar las palabras adecuadas.
Erika frunció el ceño, mordiéndose el labio inferior.
—Pero mamá, ellos siempre están discutiendo. A veces pienso que papá no quiere a Javier. Lo trata muy mal, hace unos días pasé por su despacho, y estaban discutiendo de una manera que me puso mal.—dijo Erika, su voz casi quebrada por la preocupación.
Al notarlo, Samanta se levantó y fue directo frente a su hija, sentándose junto a ella y tomando sus manos.
—No digas es, nena. Tu papá quiere a Javier, pero tiene una forma muy dura de mostrarlo. Él quiere que Javier sea fuerte y capaz, que tenga un carácter fuerte, aunque creo que no quiere que entre al negocio, como si quisiera protegerlo de algo... pero que peligro puede haber para un buscador de oro?—dijo Samanta, acariciando suavemente las manos de su hija.
Erika la miró, sus ojos estaban llenos de preguntas sin respuesta.
—Quizás Javier quiere otra cosa. ¿Y si no quiere entrar al negocio?—preguntó Erika, en voz baja.
Samanta la miró fijamente, pensando en su respuesta.
—Javier siempre quiso la aprobación de tu papá. Talvez siente que la única manera de conseguirla es demostrar que puede con el negocio. Pero... Es verdad, no sé si realmente es lo que él quiere en su corazón. —admitió Samanta, con una voz cargada de preocupación.
Erika suspiró, sintiéndose un poco más comprendida.
—A veces desearía que todos pudiéramos sentarnos y hablar, sin gritos ni peleas. Solo hablar —contesto Erika, con su voz llena de anhelo.
Samanta sonrió tristemente y la abrazó.
—Yo también, hija. Yo también. Pero en nuestra familia, las cosas nunca fueron fáciles. Lo importante es que vos sigas siendo la persona buena y sensible que sos. Con el tiempo, las cosas pueden cambiar —dijo Samanta, besando la frente de su hija.
Ella solo se acurrucó en los brazos de su madre, sintiéndose un poco más segura.
—Gracias, mamá. Ojalá todo mejore algún día—susurró Erika.
—Así será, mi amor. Así será —respondió Samanta, tratando de infundir esperanza en su hija.
La tarde continuaba avanzando, y aunque las preocupaciones no se desvanecían, el vínculo entre madre e hija se fortalecía en esos momentos de sinceridad y apoyo mutuo.
............
La tarde se hacía aún más fría de lo normal a medida que el grupo de Roberto continuaba buscando el lugar exacto dónde estaba enterrado el "paquete". El sol empezaba a ocultarse detrás de las montañas, proyectando largas sombras sobre el terreno.
El aire solo estaba cargando de una ensordecedora tensión, y el sonido constante de las palas y picos golpeando el suelo rocoso.
De repente, el sonido de metal contra metal resonó en el aire. Carlos, uno de los amigos de Roberto, levantó la pala y miró a los demás, más animado y tranquilo.
-Che creo que encontré algo —dijo Carlos, con su voz ronca de tanto darle al pucho.
Roberto se acercó rápidamente, seguido por Javier y los otros dos tipos, Pedro y Luis. Empezaron a palanquear con las palas y picos, logrando desenterrar dos grandes maletines metálicos. Los sacaron con esfuerzo, eran muy pesados, más de lo que deberían.
Los maletines medían aproximadamente 1 metro de alto, muy similares a las maletas usadas para los viajes.
—Bueno, vamos a ver qué tenemos acá —dijo Roberto, respirando tranquilo y conforme. La tensión que había antes, había desaparecido por la euforia.
Con manos firmes, abrió uno de los maletines. Adentro había varios bolsos negros, pesados y bien cerrados. Roberto sonrió y se giró hacia Javier, que observaba expectante.
—Che viejo... ¿Qué hay adentro de los bolsos? —preguntó Javier, sintiéndose por primera vez parte de algo grande.
—¿Qué hay?... Guita!.. Mucha guita y joyas, cortesía de nuestros amigos rusos.—respondió Roberto, su expresión de satisfacción lo decía todo.
Sin embargo, cuando abrieron los bolsos, la expresión de Roberto cambió drásticamente...
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