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Entre Dos Mundos: El Encanto De La Mitad Y Mitad

Capítulo 1: El inició de la travesía...

En los días previos a la era actual, Freshber era una ciudad donde el velo entre los mundos era tan fino que casi no se distinguía. Los seres sobrenaturales convivían con los humanos, moviéndose entre ellos con discreción. Los vampiros y las brujas, conscientes del delicado equilibrio, se mantenían en las sombras, respetando las reglas tácitas para evitar llamar la atención. Sin embargo, esa aparente armonía se rompió cuando comenzaron a desaparecer humanos.

Al principio, las desapariciones pasaban desapercibidas para la mayoría. Se atribuían a la delincuencia, accidentes o personas que simplemente se alejaban de sus hogares. Pero aquellos que conocían la verdad entendían que algo siniestro estaba ocurriendo. Los vampiros, antes reservados y cuidadosos, se volvieron audaces. Comenzaron a cazar humanos con más frecuencia, eligiendo a sus víctimas al azar. Su necesidad de sangre se hizo más intensa, y sus ataques más descarados. Dejaban cadáveres desangrados en callejones oscuros o los escondían en el bosque cercano, creando un rastro de terror que solo unos pocos podían seguir.

Las brujas, que antes mantenían sus hechizos ocultos, también cambiaron. Empezaron a experimentar con magia oscura, invocando fuerzas antiguas para obtener más poder. Utilizaban a los humanos como peones en sus rituales, sacrificando a los más desafortunados para aumentar su propia magia. Los habitantes de Freshber comenzaron a ver signos perturbadores: marcas extrañas en las paredes, símbolos grabados en árboles, e incluso animales muertos dispuestos en patrones macabros. La atmósfera en la ciudad se volvió tensa y opresiva, como si una tormenta estuviera a punto de estallar.

Los humanos comenzaron a sentir el miedo que crecía como una sombra envolvente. Los rumores sobre criaturas que cazaban en la oscuridad y brujas que practicaban magia prohibida se esparcieron como el fuego. Las autoridades no podían dar explicaciones, y el pánico comenzó a propagarse. Lo que antes era una ciudad tranquila y pacífica se convirtió en un lugar donde nadie se sentía seguro. El equilibrio entre lo humano y lo sobrenatural se había roto, y Freshber estaba a punto de caer en el caos absoluto.

Los rumores de criaturas que no eran ni humanas ni animales se propagaron por la ciudad. Fue entonces cuando surgió un grupo de cazadores fanáticos, hombres y mujeres obsesionados con la purga de esas "abominaciones". Convencidos de que estaban haciendo la obra de la humanidad, se armaron con cruces, estacas y fuego, listos para acabar con cualquier ser sobrenatural que se cruzara en su camino.

Al principio, los cazadores actuaron en secreto, eliminando a sus objetivos con precisión y discreción. Pero pronto su actividad se hizo pública, formando una organización dedicada a la erradicación de cualquier ser sobrenatural, llamada "Los Cazadores de las Sombras", fue entonces cuando el miedo se extendió como un incendio descontrolado. Los ciudadanos, aterrados por las historias de desapariciones y criaturas sedientas de sangre, empezaron a señalar a cualquiera que pareciera sospechoso. Lo que una vez fue un vecindario tranquilo se convirtió en un campo de batalla. Las noches se llenaron de gritos y el resplandor del fuego, mientras los cazadores barrían las calles buscando a los seres sobrenaturales.

La masacre fue brutal y rápida. Los vampiros y las brujas intentaron luchar, pero los cazadores tenían el poder de la multitud y la furia de su lado. No importaba cuán poderosos fueran los vampiros o cuántos hechizos conocieran las brujas; la brutalidad y la violencia desenfrenada no tenían piedad.

La masacre fue brutal y rápida. Los cazadores de las sombras, alimentados por el odio y la obsesión, no conocían límites en su crueldad. Comenzaron la caza al anochecer, armados con estacas, antorchas y todo tipo de armas sagradas. A los vampiros los cazaban como a bestias salvajes, sin importar su antigüedad ni su poder. Los cazadores arrasaban con cualquier criatura que encontraran, aplicando tácticas despiadadas para arrinconar a sus presas.

Los vampiros intentaron luchar, pero se vieron superados por el número y la ferocidad de los cazadores. Los cazadores de las sombras no tenían misericordia. Los vampiros eran atados, exhibidos en plazas públicas y quemados vivos, mientras la multitud gritaba con entusiasmo. Las brujas, con todo su conocimiento arcano, también cayeron ante la furia de los cazadores. Los cazadores las ataban a cruces y les prendían fuego, asegurándose de que nadie olvidara el castigo por desafiar el orden humano.

Los cazadores no se detuvieron solo con los vampiros y las brujas. Entraron en casas, rompieron puertas y arrastraron a cualquiera que sospecharan que tenía vínculos con el mundo mágico. No les importaba si sus víctimas eran ancianos o niños; todos eran considerados amenazas y se les trataba como tales. No había juicio ni proceso justo, solo una caza frenética y sanguinaria. La ciudad se convirtió en un campo de batalla, con las calles iluminadas por el resplandor de las llamas y los gritos de dolor resonando por todas partes.

El resto de los seres mágicos permaneció oculto y alejado de todo esto por miedo a que también fueran cazados. Arrazaron con todos los vampiros y las pocas brujas y brujos que sobrevivieron tuvieron que esconderse en las partes más oscuras y recónditas de la ciudad, jurando no volver a mostrarse ante los humanos. Sabían que cualquier signo de su existencia podría desencadenar otra caza, y esta vez no quedarían sobrevivientes, tal y como hicieron con los vampiros. Los cazadores de las sombras dejaron claro que su misión era exterminar a todos los seres sobrenaturales, y nadie podía detener su ira desenfrenada. El miedo y la crueldad se convirtieron en el nuevo orden, y Freshber nunca volvería a ser la misma.

Lo que una vez fue un lugar de convivencia precaria se transformó en un territorio hostil, donde el miedo y la desconfianza se convirtieron en moneda corriente. Con el pasar del tiempo los seres sobrenaturales aprendieron a ocultarse, a mimetizarse con los humanos, pero sabían que la paz era un espejismo frágil. En cualquier momento, la ciudad podría volver a llenarse de gritos y fuego, y la tragedia que había sacudido a Freshber podía repetirse.

Freshber se convirtió en un lugar de silencio durante muchos siglos. Poco a poco la ciudad recuperó su aparente normalidad, pero debajo de la superficie, las heridas seguían abiertas. Los seres sobrenaturales que permanecieron se mezclaron con los humanos, adoptando sus costumbres y ocultando su verdadera naturaleza. El pacto era simple: mientras no se revelara su existencia, la ciudad podría seguir adelante sin más derramamiento de sangre.

En la actualidad Freshber era una ciudad que a simple vista parecía común, pero para aquellos con una mente abierta al misterio, tenía secretos que se escondían en sus calles y edificios. Los seres sobrenaturales vivían entre los humanos, camuflados como uno más en el bullicio de la ciudad. Solo unos pocos humanos sospechaban de su existencia, porque saber la verdad podía desatar un caos que ninguno de los dos mundos deseaba. La convivencia entre humanos y seres sobrenaturales dependía de un delicado equilibrio, uno que, si se rompía, podría desencadenar una nueva era de oscuridad y violencia.

Aquí, en la preparatoria Mox-A, todo parecía empezar con normalidad. Un enorme campus de estilo colonial con edificios majestuosos y jardines impecables, pero su apariencia clásica ocultaba tecnología de vanguardia y secretos que solo unos pocos conocían. Liz Asiria, una estudiante aparentemente normal, caminaba entre la multitud, intentando no destacar demasiado. Sus largos cabellos reflejaban los tonos del océano, un secreto que debía mantener oculto. Porque Liz no era como las demás chicas; ella era una sirena-bruja, una combinación de dos mundos poderosos y peligrosos. Su presencia en la ciudad era un riesgo, pero también era el resultado de una unión especial entre magia y misticismo.

Liz Asiria es una joven cuya presencia es tan fascinante como inquietante. Su larga melena iridiscente, que refleja los tonos del océano profundo, la hace destacar entre la multitud, atrayendo miradas con un magnetismo natural. Sus ojos color miel, con destellos de magia oculta, tienen el poder de cautivar a cualquiera que los mire de cerca. Con un cuerpo delgado, piel blanca y baja estatura, Liz parece frágil a primera vista, pero la fuerza de su linaje le otorga una confianza que desmiente su apariencia.

Liz puede transformarse de humana a sirena con solo pensarlo sin necesidad de tocar el agua, sus piernas se convierten en una elegante cola de escamas oscuras que emanan un resplandor sutil, como si la luz de la luna se reflejara en su piel. Su canto es seductor, cargado de hechizos misteriosos que pueden atraer a los desprevenidos hacia el océano o la locura sin que se den cuenta de lo que les está ocurriendo.

Esta dualidad entre encanto y peligro proviene de su herencia híbrida. Su madre, Thalassa Nocturna, es una poderosa bruja y

Su padre Nereus Asiria, él hijo bastardo del rey del mar.

Liz vive entre dos mundos, el de los humanos y el de los seres místicos. Su naturaleza híbrida le permite moverse con fluidez en ambos, pero su vida está marcada por la necesidad de ocultar su verdadera identidad. Su canto puede ser tan dulce como peligroso, y su magia tan seductora como letal. Siempre debe tener cuidado con quién comparte sus secretos, pues el equilibrio entre estos dos mundos es frágil y un solo paso en falso puede desencadenar consecuencias devastadoras. Sin embargo, Liz está decidida a encontrar su lugar en ambos mundos, confiando en su encanto natural y su fuerza interior para navegar entre las corrientes del destino.

Liz trataba de ser una estudiante más. Mantenía buenas relaciones con sus compañeros, pero siempre había un velo de misterio a su alrededor. Su mejor amiga, Melissa Norden, era humana. Una chica alta y carismática, de piel trigueña con cabello negro como el azabache y ojos verdes como la oliva que destellaban con curiosidad. Aunque no era consciente de la naturaleza sobrenatural de Liz, Melissa siempre la había apoyado y comprendido, a su manera.

Aquella mañana, Liz caminaba hacia la entrada de la escuela, cuando Melissa la alcanzó. "¡Hola, Liz! ¿Cómo estás esta mañana?" preguntó, su rostro iluminado por una sonrisa radiante.

Liz sonrió, pero había una pizca de cansancio en sus ojos. "Un poco agotada, pero ya sabes, lista para lo que venga. ¿Y tú? ¿Lista para otro día?"

"Siempre lista", respondió Melissa con energía. "Aunque no sé qué tan lista esté para el examen de matemáticas. ¿Terminaste el proyecto para historia?"

"Sí, lo terminé anoche, pero no me preguntes cómo", dijo Liz con un suspiro. Mientras Melissa hablaba sobre el examen y sus planes para el fin de semana, Liz notó que su mente empezaba a divagar. Los comentarios alegres de su amiga se mezclaban con el murmullo del pasillo, y pronto las voces se convirtieron en un eco distante.

Se dirigieron al aula, y Liz se sentó en su asiento habitual, intentando prestar atención a la clase. Pero había algo en el aire que la hacía sentir inquieta. Tal vez era el comentario de Melissa sobre ir al cine el próximo viernes, o tal vez era algo más profundo. ¿Por qué sus padres la mantenían tan aislada? ¿Por qué tenía tantas restricciones cuando todos sus amigos parecían disfrutar de la vida con libertad?

"¿Te pasa algo?", preguntó Melissa, notando el ceño fruncido de Liz.

"Oh, nada, solo estoy pensando", respondió Liz, evitando dar demasiados detalles.

Melissa no insistió, pero Liz sabía que su amiga era perceptiva. El profesor comenzó la lección, pero Liz se encontró mirando por la ventana. Había algo más allá de la escuela, algo que parecía llamarla. Se preguntaba si alguna vez tendría la oportunidad de explorar el mundo sin tantas restricciones. ¿Por qué sus padres siempre parecían tener miedo de algo? ¿Qué era lo que no querían que ella viera?

La clase continuó, pero Liz no podía sacarse esas preguntas de la cabeza. Sabía que no podía seguir ignorándolas para siempre. Sus padres siempre le decían que era peligroso salir, que debía tener cuidado. Pero ella quería más. Quería explorar la ciudad, descubrir lo que Freshber tenía para ofrecer. Estaba cansada de vivir en la sombra del miedo de sus padres. Había un mundo entero allá afuera, y ella quería ser parte de él, sin importar los secretos que tuviera que descubrir para lograrlo.

Cuando llegó la hora del almuerzo, Liz y Melissa se dirigieron al patio. Era un lugar hermoso, con árboles que proyectaban sombras refrescantes y flores de colores brillantes que iluminaban el entorno. Se sentaron bajo un árbol de jacaranda, lejos del bullicio de la escuela, un rincón donde podían hablar en privado.

Liz tomó aire y miró a Melissa con decisión. "He estado pensando en lo que me dijiste. Quiero salir y ver más de la ciudad. Estoy harta de estar siempre encerrada. Quiero ser libre, quiero vivir como todos los demás."

Melissa arqueó una ceja, pero sonrió con suavidad. "Liz, eso suena increíble. Me encantaría mostrarte mis lugares favoritos, pero... sabes que tus padres son estrictos. ¿Tienes algún plan para convencerlos?"

Liz suspiró y se encogió de hombros. "No lo sé, pero tengo que intentarlo. No puedo seguir viviendo como si estuviera en una jaula." Al ver la expresión preocupada de Melissa, añadió rápidamente, "No te preocupes, no estoy planeando nada loco. Solo quiero tener la oportunidad de ser como cualquier otra persona de nuestra edad."

Melissa soltó una pequeña risa, pero en sus ojos se asomaba la preocupación. "Ojalá fuera tan simple como eso. Pero sabes que tus padres tienen sus propias ideas sobre lo que es correcto para ti." Luego, frunció el ceño, pensativa, antes de añadir, "Aun así, estoy contigo en esto. No quiero que te sientas atrapada."

Liz sonrió y le dio un pequeño empujón amistoso a Melissa. "Gracias. Siempre puedo contar contigo, ¿verdad?"

"Siempre", respondió Melissa, envolviendo a Liz en un abrazo cálido. Luego se separó un poco para mirarla a los ojos y dijo, "Si necesitas que te cubra las espaldas, lo haré. Vamos a idear un plan. No te dejaré sola en esto."

La determinación de Liz se solidificó con el apoyo de Melissa. "Vamos a convencerlos", dijo, con un brillo nuevo en los ojos. "Y si no podemos, encontraremos la manera de salir de aquí y hacer algo divertido, ¿de acuerdo?"

"De acuerdo", respondió Melissa, dándole un ligero golpe en el hombro. "Cuenta conmigo."

El resto del día pasó con Liz sintiendo un conflicto interno. Sabía que sus padres la protegían por una razón, pero también quería ser normal, aunque fuera solo un poco. Al final de las clases, se despidió de Melissa con un entusiasmo fingido, pero en su corazón sabía que debía enfrentarse a sus padres y decirles cómo se sentía.

Freshber tenía muchos secretos, y Liz era parte de uno de los mayores. Sin embargo, ella estaba decidida a cambiar su destino, a encontrar un equilibrio entre sus dos mundos, incluso si eso significaba desobedecer las reglas y arriesgarse a lo desconocido. La ciudad ocultaba misterios y peligros, pero Liz estaba lista para enfrentarlos, porque el deseo de libertad era más fuerte que cualquier miedo.

Capítulo 2: Entre las sombras

Liz caminaba por las calles de Freshber con pasos lentos y una mirada curiosa. Era su rutina diaria, volver a casa después de las clases en la preparatoria Mox-A, pero para ella cada día era una nueva oportunidad para descubrir algo diferente, aunque sus padres le imponían restricciones estrictas sobre dónde podía ir y qué podía hacer. El crepúsculo se transformaba en noche mientras ella avanzaba por las calles, su paso reflejando la calma que sentía al observar el mundo a su alrededor.

Al girar una esquina, a dos cuadras de su casa, algo inusual captó su atención: una voz profunda y resonante proveniente de un callejón. Era una voz imposible de ignorar, sus palabras vibraban en el aire como un hechizo. Sin poder resistir la tentación, Liz se acercó despacio, intentando no hacer ruido. Mientras más se acercaba, la voz se volvía más clara. Estaba recitando un poema, pero solo logró oír una frase antes de que el silencio se apoderara del lugar: “La noche azul caía sobre el sol.”

La luz de la luna iluminaba el callejón con un brillo frío y plateado. En medio de esa penumbra, Liz distinguió la figura de un chico de presencia imponente. Su piel morena como la arena del desierto y sus ojos marrones reflejaban la luz lunar, y su cabello negro le daba un aire de misterio. Cuando habló, su voz era suave pero con un tono que exigía atención. “¿Te has perdido?” preguntó, sus palabras deslizándose entre las sombras como un susurro.

Liz, sorprendida por la pregunta y por el aura del chico, no supo qué decir. Era la primera vez que se encontraba con alguien en un lugar así a esa hora, y menos con alguien que parecía tan enigmático. El chico agitó su mano frente a ella, como intentando llamar su atención. “¿Estás bien?” preguntó de nuevo, con una expresión que mezclaba curiosidad e ironía.

Liz parpadeó rápidamente y sacudió la cabeza para salir de su trance. "¡Oh! Sí, estoy bien. Solo estaba... pensando. Me distraje, eso es todo," dijo, aunque su tono era más nervioso de lo que habría querido.

El chico sonrió, pero su sonrisa era más una mueca de satisfacción que una muestra de simpatía. "¿Pensando en qué? Esto no es un lugar para quedarse pensando, especialmente si no sabes por dónde caminas, deberías tener más cuidado. Este lugar puede ser peligroso para alguien como tú."

Liz intentó reír, pero el sonido salió más forzado de lo que esperaba. "Oh, ya... claro. Yo solo... es que no te había visto antes. Me llamo Liz, por cierto." Extendió la mano, pero el chico la miró con desdén, como si fuera una especie de broma.

"No me interesan las presentaciones," respondió él, ignorando su gesto. "Si no quieres perderte, deberías mantenerte alejada de estos lugares. A menos que te guste jugar con fuego." Su tono era arrogante y sus ojos destilaban un desprecio que incomodaba a Liz.

Ella tragó saliva, algo intimidada por la actitud del chico, sin embargo había capturado su atención, como si una red invisible la atara a esa conversación con la curiosidad ganándole. "Bueno, tú estás aquí, ¿no? ¿No es peligroso para ti también?" preguntó, intentando mantener una conversación que pudiera desarmar un poco la hostilidad del chico.

El chico frunció el ceño, como si la pregunta le incomodara y soltó una carcajada corta y fría. "Peligroso para ti, no para mí. Tú eres la que parece un cervatillo perdido. Yo sé muy bien lo que hago y ese no es asunto tuyo," dijo, con una seriedad que cortaba el aire, encogiéndose de hombros.

Liz pudo sentir que la tensión entre ellos era palpable, como si las sombras mismas susurraran secretos que ella no estaba destinada a conocer, sintió que era el momento de marcharse. Giró sobre sus talones y comenzó a alejarse, pero antes de llegar al final del callejón, el chico gritó: “¡Espera! Me llamo Demian. Quizás nos volvamos a ver.” Liz se giró y, con una sonrisa tímida, le respondió: "Y yo soy Liz." Se alejó de allí sintiendo que el callejón se había vuelto más oscuro, como si la voz profunda de Demian aún resonara en el aire.

Mientras caminaba hacia su casa, Liz no pudo evitar pensar en el extraño encuentro. El eco de la voz del chico, y la arrogancia en sus palabras, la hacían preguntarse qué otros secretos podría estar escondiendo la ciudad de Freshber.

Una vez en casa, bajo la luz cálida de la farola, Liz no pudo evitar pensar en las estrictas reglas de sus padres y en lo que significaba tener un encuentro así. La casa, con su atmósfera acogedora y sus decoraciones elegantes, parecía tan segura y protegida en comparación con el callejón donde había conocido a Demian. Pero mientras recorría cada rincón, buscando a sus padres para contarles sobre su día, la idea de la libertad y la aventura comenzaba a crecer en su mente.

Los padres de Liz no estaban en casa, como solía ocurrir, y eso la dejaba con una sensación de soledad y añoranza. Quería hablarles sobre su deseo de explorar la ciudad y conocer sus secretos, pero sabía que eso no sería fácil. Estaba cansada de seguir las reglas sin sentido, de vivir bajo la sombra de las expectativas familiares. Decidió que ya era hora de tomar el control de su vida, incluso si eso significaba romper las reglas.

Mientras estaba en su habitación, Liz tomó su teléfono y escribió un mensaje a su mejor amiga, Mel: "Hola, Mel. Mañana es sábado, ¿por qué no vamos por un café y después al cine? Quiero salir y ver más de la ciudad." Dudó un momento antes de enviar el mensaje, preguntándose si estaba siendo demasiado entusiasta. Pero lo envió de todas formas. Una vez enviado, Liz sintió una mezcla de emoción y nerviosismo. Sabía que estaba dando un paso audaz, algo que normalmente no hacía, pero estaba decidida a descubrir qué otras sorpresas la esperaban en Freshber.

Mel respondió casi de inmediato, haciendo que Liz respirara aliviada. El mensaje de Mel decía: "¡Claro! Me encantaría. ¿Dónde y a qué hora nos vemos?" Liz sonrió y respondió con rapidez, proponiendo un café céntrico y una hora que no pareciera demasiado temprano. Sabía que estaba haciendo lo correcto, incluso si eso significaba desafiar a sus padres, que siempre la habían mantenido bajo estrictas reglas. Ella había vivido demasiado tiempo así y ahora quería seguir su propio camino.

Mientras se preparaba para el día siguiente, el eco de la voz de Demian aún resonaba en su mente, un recordatorio de que el mundo fuera de su casa estaba lleno de misterios esperando ser descubiertos. Había algo emocionante en esa idea, como si el universo le estuviera dando una señal de que era hora de explorar y vivir sus propias aventuras.

Capítulo 3: Solo una salida "normal"

Al día siguiente, Liz se despertó mucho más temprano de lo habitual. La emoción la desbordaba, así que, antes de que las calles empezaran a despertar, ya estaba de pie, lista para su encuentro con Mel. Sus padres se habían marchado a trabajar y no se darían cuenta si ella salía a cualquier otro lugar que no fuera el arrecife. El reloj se movía con una lentitud desesperante, haciendo que las horas parecieran más largas que nunca. Cuando finalmente dieron las nueve, Liz corrió a la puerta principal, esperando ansiosa a que Mel llegara. Apenas sonó el timbre, Liz abrió de inmediato, con una enorme sonrisa y un brillo especial en sus ojos.

¡Buenos días, Mel! —saludó Liz, dándole un abrazo cálido y un beso en la mejilla.

Buenos días, Liz. ¿Estás lista? —preguntó Mel con una sonrisa igual de radiante.

¡Sí, por supuesto! —respondió Liz, saliendo de la casa.

Pero de pronto, Liz se congeló. "¡No encuentro la llave!" pensó, con una pizca de pánico. Pero no iba a dejar que un detalle como ese arruinara su día. Miró de reojo para asegurarse de que nadie la estuviera observando, chasqueó los dedos, y la cerradura se activó como por arte de magia.

¡Vamos, Liz, nos estamos tardando! —la apuró Mel, impaciente.

Ya, ya, disculpa —dijo Liz, tratando de ocultar su pequeña travesura.

Para llegar a la cafetería, necesitaban tomar el autobús, así que se dirigieron a la parada más cercana. Mientras esperaban, Mel empezó a hablar de un delicioso postre de temporada que había probado hace unas semanas y que estaba disponible solo por ese mes.

¡Te va a encantar! —dijo Mel con entusiasmo—. Es increíble, no puedo esperar a que lo pruebes.

Suena delicioso —respondió Liz, intrigada—. Menos mal que aún estamos a tiempo.

Cuando el autobús llegó, casi todos los asientos estaban ocupados, excepto los del fondo. A medida que avanzaban hacia allí, el corazón de Liz comenzó a latir más rápido. Al mirar hacia la esquina derecha, vio a Demian, el chico misterioso que había conocido el día anterior. El nerviosismo se apoderó de ella; las manos le sudaban y el rostro se le sonrojaba como un tomate maduro. No podía creer que lo volviera a ver tan pronto y, para colmo, se veía aún más guapo a plena luz del día. Demian estaba absorto mirando por la ventana, sin notar a Liz, pero su presencia hacía que todo el autobús pareciera más pequeño. Cuando llegaron a los asientos, Mel se sentó del lado izquierdo, dejando libre el asiento junto a Demian. Liz se quedó ahí, paralizada, sin saber qué hacer. Mel tuvo que llamarla para que reaccionara y tomara asiento.

"Liz, ¿estás bien? ¿Por qué no te sientas?" — dijo Mel, levantando un poco la voz para asegurarse de que la escuchara.

En ese momento, Liz salió de su trance y se dejó caer en un asiento. Fue entonces cuando Demian, que estaba cerca, giró al escuchar la voz de Mel. Primero miró a Mel y luego a Liz, con una expresión seria, tratando de recordar por qué le sonaba familiar. De pronto, algo le vino a la memoria: el día anterior, en un callejón.

"Liz, ¿verdad? Del callejón de anoche, ¿te acuerdas? Nos volvemos a encontrar", dijo Demian, con una sonrisa seductora.

Liz se puso roja como un tomate y bajó la mirada. Apenas pudo devolverle una sonrisa tímida, sin decir palabra.

"¿Te sientes bien? ¿A dónde vas?" — preguntó Demian, intentando romper el hielo.

"Yo... estoy bien, ¿por qué lo preguntas?", respondió Liz, intentando sonar más tranquila.

"Es que te noté un poco roja y pensé que te sentías mal", explicó Demian. "Me alegra que estés bien. Por cierto, ¿dónde vas?" — insistió.

"Voy a la cafetería Rieth con mi amiga Melissa", respondió Liz, presentando a Mel.

"Mucho gusto, señorita Melissa", dijo Demian, con una sonrisa cortés.

"El gusto es mío", respondió Mel, con las mejillas un poco enrojecidas.

"He estado un par de veces en esa cafetería. Es un buen lugar para chicas como tú", comentó Demian, entre risas.

Liz no entendió el comentario y optó por ignorarlo. "¿Y tú? ¿A dónde vas?", preguntó a Demian.

"Solo estoy dando un paseo, y quizá deje que el destino me guíe. Ahora me dirijo al parque Thompson, en el centro de la ciudad", respondió Demian, mirándola fijamente a los ojos y esbozando una leve sonrisa.

Liz también sonrió. "¿Qué tal tu día?", preguntó, buscando mantener la conversación.

"Ha sido bastante normal hasta ahora, pero mucho mejor ahora que te volví a ver. ¿Te gustaría contarme un poco más sobre ti?", dijo Demian, con un tono amigable.

"¡Claro!", respondió Liz, y empezaron a charlar mientras el autobús seguía su camino.

Cuando Demian tuvo que bajarse, pidió permiso a Liz para pasar y aprovechó para despedirse. "Espero verte de nuevo, señorita Liz", dijo mientras bajaba del autobús y le hacía un gesto de despedida con la mano, acompañado de una sonrisa pícara.

Liz no respondió, solo lo observó mientras el autobús se alejaba por la calle.

Después de que Demian se fue, Mel no pudo contener su curiosidad. "¿Quién era ese tal Demian?", preguntó con los ojos llenos de preguntas.

"Es un chico que conocí ayer mientras caminaba a casa. No lo conozco mucho, pero parece buena gente", respondió Liz, todavía un poco aturdida por el encuentro.

"¿Entonces por qué parecían tan cercanos?" — preguntó Mel, un poco desconcertada.

"No es para tanto. Solo fui amable. No sé cómo podríamos parecer cercanos", explicó Liz, sintiéndose un poco incómoda.

"Bueno, te creo, pero debo decir que es bastante guapo. Nunca pensé que hablarías con alguien como él, parece todo un universitario. ¿Por qué no lo invitas a salir con nosotras la próxima vez? ¡Quiero conocerlo mejor!" — dijo Mel con entusiasmo.

"Me temo que eso no será posible. Como te dije, no lo conozco bien... y además, no tengo su número", respondió Liz con un suspiro, mientras su mente se llenaba de preguntas sobre quién era realmente Demian.

"Una lástima. Pero si lo vuelves a ver, asegúrate de pedirle su número", sugirió Mel, antes de levantarse para pedir la parada.

Las chicas bajaron y caminaron unos metros hasta llegar a la cafetería Rieth. Una vez dentro, decidieron sentarse en el segundo piso para tener más espacio. El ambiente era cálido, con tonos pastel y detalles rústicos que le daban un toque especial. Se sentía como el lugar perfecto para disfrutar de un buen café y un postre.

Liz miró alrededor con ojos brillantes, encantada con cada detalle. "¡Mira, Mel! ¡Qué adorable es este lugar! Me encantan esas luces colgantes y las mesas de madera. ¡Y esos cojines! Todo es tan... acogedor", dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Mel se rio, contagiada por el entusiasmo de su amiga. "Sí, es lindo. La decoración es bonita. Y mira el menú, tienen una selección enorme de postres. ¿Vas a probar algo?"

Liz asintió con entusiasmo. "¡Por supuesto! Creo que quiero un trozo de pastel, no, no, mejor el postre que me recomendaste, tartaleta de ricota y pera, también quiero uno de esos batidos con crema batida o mejor un rico chocolate blanco. Y me encanta que estemos en el segundo piso, podemos ver todo desde aquí. ¡Es como tener nuestra propia esquina secreta!"

Mel asintió, contenta de ver a Liz tan animada. "Me alegra que te guste." Miró el menú y decidió pedir un mostachón acompañado con un cold brew vietnamita. Después procedió a decirle a Liz con entusiasmo: "Vamos a disfrutar un rato de este café y luego vemos qué película podemos ver. Me gusta este plan."

Liz asintió con fuerza. "¡Sí! Vamos a pasarlo genial. Me encanta descubrir lugares así. Hay tanto para explorar en esta ciudad."

Cuando llegaron sus pedidos, Liz no pudo evitar exclamar con entusiasmo: "¡Esto se ve delicioso!", mientras Mel le sonreía.

El primer bocado de la tartaleta de ricota y pera fue una explosión de sabores para Liz, con una perfecta combinación entre lo dulce y lo cremoso. Por otro lado, Mel se arrepintió un poco de su elección, ya que le resultó demasiado dulce. Pero Liz disfrutó cada bocado, acompañando con su rico chocolate blanco.

Liz dejó escapar un suspiro de satisfacción mientras tomaba otro trozo de la tartaleta. "¡Esto está increíble! No sabía que algo tan sencillo pudiera ser tan delicioso. Mel, tienes que probarlo", dijo, ofreciéndole un trozo con el tenedor.

Mel tomó un pequeño bocado, algo escéptica. "Esta bien, esta bien... pero solo un poco. Porque yo ya lo probé la última vez que estuve aqui, ademas ya con el pastel que pedí tengo suficiente azúcar para una semana", bromeó.

Sin embargo, después de probarlo, Mel no pudo evitar sonreír. "Bueno, te dije que no está nada mal. Pero creo que sigues ganando en elección de postres", admitió, haciendo reír a Liz.

"¡Claro que sí!" dijo Liz con entusiasmo. "Es que lo vi en el menú y pensé, 'ricota y pera, eso tiene que ser bueno', es el que me recomendó Mel." Es como si el chef supiera exactamente lo que me gusta", dijo entre risas.

Mel sacudió la cabeza con una sonrisa. "Eres algo exagerada, ¿sabes? Pero me encanta verte tan emocionada por cosas simples como una tartaleta. Te hace feliz y eso es genial."

Liz asintió con fervor, sus ojos brillaban con entusiasmo. "¡Exactamente! Hay tantas cosas emocionantes para disfrutar en la vida, y me encanta descubrirlas. No es solo el sabor, es la experiencia, la compañía, el lugar... todo es parte del momento. Y ahora estoy aquí contigo, en este lugar tan acogedor, disfrutando del mejor postre de la ciudad. ¿Qué más puedo pedir?"

Mel se rio ante la energía de su amiga. "Esta bien, tú ganas. Disfrutemos del momento entonces. Y después vamos a ver qué otras cosas geniales podemos descubrir por ahí."

Después de pagar, salieron de la cafetería y se detuvieron un momento en la acera para decidir qué hacer después. Mel sugirió ir al cine de una vez y Liz estuvo de acuerdo. Mientras caminaban hacia el cine, Mel buscó en su celular las películas en cartelera y encontraron una que comenzaba en treinta minutos. Parecía interesante, con un gladiador en busca de venganza.

Ambas chicas se dirigieron al cine con una sonrisa, listas para disfrutar de una tarde de entretenimiento.

"Claro, vamos a esa. Suena interesante", dijo Liz con entusiasmo.

El cine estaba a solo unas cuadras, así que decidieron caminar mientras charlaban sobre lo emocionadas que estaban por ver la película. Liz, con una sonrisa radiante, hablaba sin parar sobre lo mucho que disfrutaba ir por primera vez al cine con Mel. "¡No puedo creer que por fin vamos a ver esta película! Todo el mundo dice que es genial", dijo, saltando ligeramente de emoción a medida que avanzaban por la calle.

Cuando llegaron al cine, el bullicio y las luces brillantes las recibieron con un aire de celebración. Se pusieron en la fila para comprar boletos, Liz no paraba de mirar a su alrededor, encantada con el ambiente. Había posters de películas por todas partes y el aroma de las palomitas recién hechas llenaba el aire. "¿Qué te parece si compramos el combo más grande de palomitas? ¡Así podemos compartir y comer durante toda la película!" sugirió Mel.

Después de conseguir sus boletos y recoger un enorme balde de palomitas y refrescos, se dirigieron a la sala de proyección. La emoción de Liz se hacía cada vez más evidente con cada paso que daban. "¡Vamos, vamos! ¡No quiero perderme ni un segundo del tráiler!" dijo, apresurando a Mel hacia la entrada.

Cuando finalmente encontraron sus asientos, Liz comenzó a organizar las palomitas y los refrescos, asegurándose de que todo estuviera listo para disfrutar la película. Fue entonces que Mel le señaló al chico alto y atlético con estilo elegante que estaba a solo dos lugares de distancia. Tenía una mirada tan intensa que era imposible ignorarlo. Sus ojos grises parecían brillar incluso en la penumbra del cine, y su sonrisa, con esos colmillos afilados, era tan carismática como inquietante.

Liz siguió la mirada de Mel y no pudo evitar mirarlo. Se sintió extrañamente cautivada por la presencia del chico. Él sintió la mirada de Liz y la devolvió con una sonrisa pícara. Fue un momento tan breve como intenso, pero suficiente para hacer que Liz girara la cabeza rápidamente, ruborizada, como si la hubieran sorprendido en algo que no debía hacer.

Respirando profundamente para calmarse, Liz tomó un puñado de palomitas y se acomodó en su asiento, tratando de concentrarse en la pantalla grande. Pero su corazón seguía latiendo con fuerza y no podía dejar de preguntarse quién era ese chico y por qué le había parecido tan... magnético. A medida que las luces de la sala se atenuaban, Liz sabía que esta película sería memorable, aunque por razones que aún no podía entender del todo.

El tiempo voló y pronto la película terminó. Era mas o menos las dos de la tarde cuando salieron de la sala. Mel y Liz caminaron hacia la salida mientras conversaban sobre la película.

"Oye, Liz, ¿quién crees que era ese chico tan guapo que vimos en la sala?", preguntó Mel, un poco picarona.

"No lo sé, pero era muy atractivo. Parecía un universitario", respondió Liz, dejando escapar un suspiro.

Justo en ese momento, el chico pasó junto a Liz y sonrió al escuchar su comentario. Liz se sonrojó y miró hacia otro lado.

"¡Te sonrió!", dijo Mel, sorprendida por la reacción del chico.

"Creo que me oyó decir que era guapo", respondió Liz, sintiendo que sus mejillas se ponían rojas como un tomate.

"Me encantaría tener tu suerte con los chicos", dijo Mel con un tono de broma, pero con un toque de envidia.

"No sé a qué te refieres. No tengo tanta suerte", dijo Liz, un poco confundida.

"¿En serio? Primero el chico guapo del autobús y ahora este del cine. Eres como un imán para chicos guapos. ¡Comparte un poco, amiga!", dijo Mel con un tono irónico y una sonrisa divertida.

"Deja de decir tonterías, Mel. Apenas conozco a Demian, y ni siquiera sé el nombre de este chico", dijo Liz, un poco molesta por los comentarios de Mel.

"Está bien, no te enojes. Solo estaba bromeando. Es que, a veces, me da un poco de celos. A mí ni me miran", dijo Mel con un tono triste.

"Tranquila, Mel. No pasa nada. De todas formas, no me gusta llamar la atención", dijo Liz, bajando un poco la voz mientras recordaba que necesitaba pasar desapercibida por razones personales.

"Olvídalo, vamos al parque Thompson. Está un poco lejos, pero el paseo nos hará bien", dijo Mel con alegría.

"Sí, suena genial", respondió Liz.

El parque estaba a unos cuarenta minutos a pie, pero las chicas disfrutaron del paseo. Charlaron todo el camino y el tiempo pasó rápido. El parque era hermoso, lleno de árboles y caminos para dar un largo paseo. En el centro había una gran laguna, con una pista para corredores alrededor.

Liz no pudo contener su entusiasmo mientras caminaban. "¡Me encanta este parque! ¿Has visto cuántos árboles hay? Parece que estás en medio de un bosque mágico o algo así. Y la laguna... ¡es tan grande! Me encantaría hacer un picnic aquí algún día", dijo con una energía contagiosa.

Mel sonrió ante el entusiasmo de su amiga. "Sí, es bonito. Deberíamos venir más a menudo, ¿no? Es un buen lugar para desconectarse un rato y relajarse."

Liz asintió con vigor. "Totalmente. Además, el aire aquí es tan fresco. Me siento como si pudiera respirar de verdad. Y mira esos patos en la laguna, ¡son tan graciosos! ¿Sabías que se les puede alimentar con maíz? Podríamos traer un poco la próxima vez y ver si se acercan."

Mel rió ante la idea. "Me parece genial, Liz. Eres como una niña en un parque de diversiones cuando se trata de estos lugares. Pero tienes razón, es un sitio precioso. A veces nos olvidamos de disfrutar cosas simples como estas."

Liz miró a su alrededor, apreciando cada detalle. "Sí, creo que necesitamos más días como este. Solo caminando y hablando, sin preocuparnos por nada. Mira, allá hay una cancha con bastantes personas mirando el partido. ¡Deberíamos ir a ver! ¡Esto es tan emocionante!"

Mel no pudo evitar reírse de nuevo. "Yo te espero en uno de esos kioscos. No me gusta el fútbol", dijo Mel, un poco cansada.

"Está bien, te veo en un rato", dijo Liz, emocionada por ver el partido.

Liz se acercó a la cancha y observó a los jugadores. Todos eran chicos jóvenes, probablemente amigos jugando por diversión. Fue entonces cuando se dio cuenta de que uno de los jugadores era el chico del cine. Al darse cuenta, no pudo evitar observarlo con interés. Era rápido y ágil, y tenía una forma de moverse que llamaba la atención. Justo cuando ella estaba absorta en sus movimientos, un balón golpeó fuerte contra la malla, haciéndola saltar del susto.

El árbitro pitó y el juego terminó. El chico del cine caminó hacia donde estaba Liz para recoger el balón que había quedado al otro lado de la malla. Mientras lo tomaba, le sonrió y dijo:

"Hey, ¿te gustó el partido?"

Liz, todavía un poco nerviosa por el susto, sonrió y respondió: "Sí, estuvo emocionante. Juegas muy bien."

El chico agradeció el cumplido y luego le preguntó: "¿Vienes a menudo al parque?"

La conversación fluía con naturalidad mientras Liz y el chico seguían hablando. Ambos se dieron cuenta de que disfrutaban de la charla y Liz se sintió un poco más cómoda, aunque sus mejillas seguían un poco rojas por el nerviosismo y la emoción.

"¿No te asustaste?" — preguntó el chico guapo mientras recogía el balón.

"Un poco", respondió Liz con una leve sonrisa.

"Espera, ¿nos hemos visto antes? ¿Eres la chica del cine que dijo que soy guapo?" — dijo el chico con una media sonrisa, observando atentamente a Liz.

"Yo... eh... lo siento", respondió Liz, bajando la mirada mientras sus mejillas se sonrojaban.

"No te preocupes, solo bromeaba. Además, también creo que tú eres linda", dijo el chico con un toque de coquetería en su voz.

"Gra... gracias..." — tartamudeó Liz, cada vez más avergonzada.

"Por cierto, ¿cómo te llamas?" — preguntó el chico, buscando el contacto visual con Liz.

"Liz Asiria", respondió ella con voz tímida. "¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre?"

"Soy Kai Nectaria, un placer conocerte, Liz Asiria", dijo Kai con una sonrisa suave.

"Encantada, Kai", dijo Liz ya un poco más tranquila.

"¿Estás sola? ¿Quieres dar un paseo por el parque conmigo?" — preguntó Kai con un tono amigable.

"No, estoy con mi amiga Mel. No le gusta mucho el fútbol, así que me está esperando allá", dijo Liz, señalando hacia donde estaba Mel, en un kiosco.

"Vaya, qué pena. Me habría gustado charlar un poco más contigo. Pareces una persona interesante", dijo Kai, secándose el sudor de la frente.

"Tal vez en otro momento..." — dijo Liz, nerviosa pero esperanzada.

"¿Podría ser? ¿Te importaría darme tu número?" — preguntó Kai con una sonrisa esperanzada.

"Claro, ¿tienes dónde apuntarlo?" — preguntó Liz.

"Espera, ya vuelvo", dijo Kai, alejándose para buscar su teléfono entre sus cosas.

Kai dejó el balón a un lado, sacó su teléfono y volvió hacia Liz. "Ya está, ¿puedes escribir tu número aquí?" — dijo Kai, pasándole el teléfono a través de la malla de la cancha.

Liz tomó el teléfono y escribió su número. "Aquí tienes", dijo Liz devolviéndole el teléfono a Kai.

"Gracias, fue un gusto conocerte, después te escribo, nos vemos," dijo Kai mientras se alejaba, sonriendo pícaramente.

Liz observó a Kai mientras se alejaba y se preguntaba por qué un chico como él, con esa mirada intensa y esa sonrisa enigmática, había aparecido de repente en su vida. No tenía idea de la historia que Kai ocultaba tras esa fachada encantadora, ni de la antigua tragedia que lo convirtió en el último de su especie. Para Liz, era solo un encuentro casual que la hizo sentir especial, pero para Kai, cada interacción con los humanos era un recordatorio de lo frágil que podía ser su existencia.

Liz se giró hacia donde estaba Mel, con una sonrisa en el rostro y una chispa de curiosidad en sus ojos. No tenía idea de que este encuentro sería solo el comienzo de algo mucho más grande.

"¿Qué pasó?" — preguntó Mel, notando la felicidad en el rostro de Liz.

"Nada, solo conocí a un chico interesante", respondió Liz, intentando parecer casual pero sin poder ocultar su emoción.

Cuando Liz llegó donde estaba Mel, le contó con tanto entusiasmo lo que había sucedido que cualquiera que la escuchara podía sentir su emoción a metros de distancia.

"Ahora sí me crees, ¿verdad? Te dije que eras un imán para los chicos guapos," dijo Mel, dándole un codazo amigable a Liz.

"Puede ser, pero todavía no los conozco bien y quién sabe si los volveré a ver. Hoy solo fue un día especial," respondió Liz, suspirando al final.

"Lo que está claro es que no van a nuestra preparatoria. Nunca los he visto por ahí," añadió Mel.

"Tienes razón. No parecen ser de la preparatoria, así que probablemente vayan a la Universidad de Freshber, la única en esta ciudad," coincidió Liz.

"Bueno, pensemos en positivo. Nos falta solo un mes para graduarnos y entrar a la universidad. Tal vez los encontremos ahí, ¿no crees?" dijo Mel, agarrando las manos de Liz y dando pequeños saltos de emoción.

"Sí, es cierto, Mel. Y eso me tiene muy emocionada," dijo Liz, sonriendo.

"A mí también. Y algo me dice que habrá muchos chicos lindos en la universidad. Esta vez voy a encontrar a alguien para mí," dijo Mel con determinación y una mirada seria.

"¿Y ahora qué hacemos?" preguntó Liz.

"No sé. Podemos dar un paseo por el parque ya que estamos aquí, y luego buscar un lugar para comer. Tengo hambre," dijo Mel, tocándose el estómago, que rugió audiblemente.

Decidieron caminar por el parque, charlando y bromeando mientras recorrían los senderos. Liz estaba contenta, como si flotara en un mar de emociones. Había desobedecido las reglas de sus padres para tener un día de libertad, y aunque sabía que podría meterse en problemas, no se arrepentía. Después de lo que había vivido ese día, Liz decidió que no quería esconderse más.

Después de un rato caminando, Mel sugirió ir a un karaoke para comer algo y divertirse cantando, lo cual a Mel le encantaba.

"No sé si es buena idea," dijo Liz, un poco nerviosa.

"¿Por qué no? ¿No te gusta cantar?" preguntó Mel, algo sorprendida.

"No soy muy buena cantando," respondió Liz, tratando de evitar los verdaderos motivos de su preocupación. El miedo de que, por error, llegara a un tono solo audible por sirenas y tritones, poniendo en riesgo a todos los que estuvieran cerca, le generaba mucha ansiedad. Pero al mismo tiempo, no quería perderse la oportunidad de disfrutar el karaoke con su amiga.

Liz decidió intentarlo, sabiendo que tendría que ser cuidadosa, pero con el deseo de dejar atrás las limitaciones y disfrutar del día.

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