«Porque no importa dónde estés, yo te encontraré y cumpliré nuestra promesa…»
Una mañana más en la que despierto del mismo sueño. Por su timbre de voz debe ser un niño; extrañamente su rostro siempre aparece borroso. Esos sueños me han acompañado por años y, he llegado a pensar que, tal vez he perdido la cabeza. Al principio fue una molestia, pero con el pasar de los años, me he ido acostumbrando a ello.
Como todos los días, debo prepararme para ir al trabajo, no tengo tiempo de quedarme en la cama unos minutos más, si lo hago mi jefe va a despedirme. Luego de arreglarme y vestirme con mi uniforme preferido, entro a la cocina. No hay nada mejor que el delicioso olor a café todas las mañanas. Enciendo la radio y coloco la misma canción instrumental de siempre. «Bandari - Childhood Memory». De alguna manera, se ha vuelto mi favorita. Es relajante y, a su vez, algo melancólica; es como si las teclas de ese piano quisieran hablarte. Sin duda alguna, es algo fascinante. Viendo la hora, me doy prisa para ir caminando a la cafetería. Está soleado, pero, aun así, el clima se siente muy fresco. El trabajo está a tan solo quince minutos de mi apartamento. Fue lo más cerca que encontré para poder ir a pie, ya que hace dos meses me mudé a este edificio y aún no he comprado un auto. Solía vivir con mis padres y mi hermana mayor, pero luego de que ella decidiera irse de la casa con su pareja, todo ha ido cambiando. Desde entonces, no hemos sabido nada de ella. Hasta el sol de hoy, mis padres me culpan por esa decisión que ella tomó. Piensan que yo la encubría para que ella hiciera de la suyas, pero no fue así. Mi relación con mi hermana nunca fue la mejor, ya que somos muy diferentes. Ella es más liberal, inteligente, agraciada y querida por todos. En mi familia yo soy la oveja negra. No es algo que me afecte, pues aprendí a vivir con eso. No me considero la mujer más inteligente del mundo; de hecho, diría que estoy en el promedio normal. Suelo ser juzgada mayormente por mi apariencia, ya que no soy la chica perfecta, tampoco me esmero en serlo. Años atrás practicaba deportes con mis amistades del barrio y siempre que me veían en la calle o en el parque, me confundían con un hombre. Me gusta llevar el cabello amarrado, usar ropa ancha, tenis y muchas veces gorras; es lo más que me gusta y me siento cómoda siendo así. Tengo sobrepeso y no es debido a ninguna enfermedad, es porque me gusta comer; aunque esté consciente de que no es saludable, simplemente me importa un bledo. De algo nos vamos a morir algún día, ¿no? ¿Qué hay de malo en ser diferente?
Llego al trabajo, saludo a mis compañeras; luego llevo mis pertenencias al casillero para ir de vuelta con ellas.
—Las dos lucen muy cansadas en el día de hoy— comenta Kiara, dejando escapar un suspiro.
—¿Por qué me añades a esa lista? — finjo sorpresa.
—Cierto, Diane siempre luce cansada— añade Josefa, mientras nos contagia con su risa.
—Yo tengo razones, mi esposo no me deja dormir. Nunca convivan o se casen, porque al principio de la relación todo es color de rosa, pero tener que aguantar los ronquidos que suenan como una máquina de cortar el césped, no es para nada agradable— Josefa descansa su mano en la nuca.
—Ah, pero ¿quién te manda a calenturienta? Si hubieras seguido mi consejo antes de casarte, nada de eso estaría pasando. Ahora tienes prohibido quejarte— Kiara señala a Josefa.
—Yo que pensé que mis únicos dolores o desvelos serían por el exceso de sexo, pero es que ni eso— mientras Josefa suspira desanimada, niego con la cabeza.
—Bajen la voz, estamos en el trabajo. Si Richard nos escucha, nos va a querer matar— les advierto, segundos antes de oír la voz de Richard detrás de mí.
—Les voy a reducir el sueldo. Esto no es un antro, es una cafetería, muchachas.
—Anda, Richard, no sea tan cruel. Solo estábamos hablando entre amigas— dice Josefa en un tono amistoso.
—La semana pasada pudiste cogerme de idiota al hablar en ese tono, pero esta vez no. ¡A trabajar!
—Nos han acabado la conversación y tan interesante que estaba—dice Kiara antes de irse al mostrador.
Estuvimos toda la mañana ocupadas, no nos atrevimos ni a dirigirnos la palabra durante el turno; a no ser que hubiéramos necesitado hacerlo por algo relacionado al trabajo. A la hora de descanso, nos reunimos en la cocina y ellas estaban secreteando entre ellas.
—Y ustedes de que tanto hablan, ¿eh? — pregunto, cuando Kiara me obliga a asomarme por la vitrina.
—¿Ves a ese hombre que está sentado en la mesa #7?
—Sí. ¿Qué pasa con él? — bajo la voz, busco solo concentrarme en ver lo que ellas me muestran.
Era un hombre joven, tez blanca, viene vistiendo una sudadera color negro, pero desde esta distancia es imposible ver bien la fracciones de su rostro.
—Todos los días está sentando en el mismo lugar y no deja de mirarnos— alega Kiara.
—¿Quién crees que sea la afortunada? — Josefa mira sin disimulo hacia la mesa.
—Está claro que yo no soy, pero con tu hermoso trasero, llamas la atención de todos los clientes — digo en un tono burlesco a Kiara, mientras Josefa ríe.
—¿Y si es un psicópata? —Josefa imita una voz siniestra.
—Estás viendo demasiadas películas, Josefa.
Mientras miramos a la mesa, el individuo mira hacia nosotras y yo desvío la mirada automáticamente. Luego de eso que dijo, hasta siento algo de miedo. El turno de la tarde fue agotador, los miércoles por lo general son así. A la hora de salida, me despido de mis compañeras y sigo mi camino hacia mi apartamento. No veo la hora de llegar, el camino parece eterno. Mi teléfono suena y veo que se trata de mi madre. Si tardo en responder volverá a armar el mismo lío de todos los días.
—Hola, mamá.
—¿Ya saliste del trabajo?
—Sí, estoy de camino a mi apartamento. ¿Por qué?
—Hoy viene tu tía de visita y necesito que vengas.
—Estoy agotada, mamá.
—Siempre tienes una excusa. No seas así con tu tía, ella quiere verte.
—Claro, para criticarme como siempre.
—No seas tan dura con ella. Hace tiempo no viene a vernos.
—Siempre buscas comprenderla, pero ¿quién me comprende a mí?
—Ya basta, Diane. ¿Desde cuándo te has vuelto tan rebelde?
—Ya está bien, voy a ir.
Detenida en el semáforo de peatones miro al cielo. Siempre termino cediendo a todo lo que pide, ella no pierde una. El viento sopla algo fuerte y un escalofrió invade todo mi cuerpo. Siento cómo la piel de mis brazos se eriza y, en ese preciso instante, escucho la voz de alguien gritar mi nombre a la distancia. Saco el teléfono de mi oreja para ver de quién se trata, pero siento cómo alguien detrás de mí me empuja hacia la carretera. Todo ocurre en una fracción de segundos, no puedo ver quién es, cuando las luces de un auto me ciegan por completo. Lo más extraño es que no siento dolor alguno. Mi visión está algo borrosa y puedo oír un chillido aturdidor en ambos oídos. Mirando el pavimento donde estoy, veo el cuerpo de un hombre tendido en el suelo, a pocos centímetros del mío. No alcanzo a ver su rostro, pero su vestimenta me resulta familiar. No puedo mantener los ojos abiertos más tiempo, mis párpados pesan y mi visión se está opacando cada segundo que transcurre, hasta que la oscuridad me arropa por completo.
—¡REGRESA CON NOSOTROS, HIJA! — la voz de mi madre suena muy angustiada y, aunque no puedo ver nada, percibo que algo está mal.
—TRES, DOS, UNO — la voz gruesa de un hombre puedo oír, pero no es la de mi padre.
De alguna manera, todo esto se siente muy familiar…
—¡DIANE, TIENES QUE DESPERTAR! — la voz de ese niño está de nuevo en mi cabeza. ¿Acaso estoy soñando?
—¿Quién eres? — logro preguntar, mi voz está ronca y mi garganta seca.
—¿No me recuerdas? — percibo una profunda tristeza en su voz.
—No ¿Quién eres?
—Diane, tú no puedes olvidarme.
—¿Quién eres? —insisto.
El sonido de un aplauso hace eco en mi cabeza. Es como caer al vacío y sumergirme en una inmensa oscuridad; es como si hubiera sido obligada a permanecer en ese lugar, aun en contra de mi propia voluntad.
—Diane, regresa con nosotros, por favor.
De alguna manera, sentía que esa voz me guiaba. Pude ver una luz muy brillante, que se iba agrandando cada vez que me acercaba a ella. Al abrir lentamente mis ojos, un ardor evitó que pudiera mantenerlos abiertos. Un sonido que se iba agudizando, invadió mis oídos; parecía el mismo sonido de la máquina del suero. Sentía mucho dolor en mi cuerpo, mis párpados se sentían pesados y mi garganta algo seca. Llevo mi mano a la cara, tratando de tapar mis ojos para poder volver abrirlos, cuando escucho una voz cerca de mí.
—¡Por Dios! ¡Enfermera! — la voz de un desconocido escuché, y luché por abrir los ojos.
Al hacerlo lentamente, todo se veía muy borroso a mi alrededor y mi cabeza me comenzó a doler. Efectivamente estaba en un hospital. Pude ver esas largas y rosadas cortinas, más mi otra mano tenía el suero. Estaba cubierta con una sábana blanca. Tres personas entraron a la habitación y el médico encendió una linterna para acercarla a mis ojos. Giré mi rostro al sentir esa molesta luz.
—¿Cómo se siente? ¿Sabe dónde está? — me pregunta el médico, llevando su mano a mi frente.
Asiento con mi cabeza, y sonríe.
—Estará bien.
Salieron de la habitación y no sé cuánto tiempo transcurrió, cuando un hombre bastante atractivo entró al cuarto. Un perfume bastante varonil invadió mis fosas nasales. Se veía maduro, serio, alto, tez blanca y vestía un gabán.
—¿Se siente bien, señorita? — preguntó, en un tono preocupado.
—¿Quién eres? — pregunté, con mi voz algo ronca.
—Lo siento, no me he presentado. Mi nombre es Edgard, ¿y el suyo?
Me quedé pensando por unos instantes y me atreví a responder.
—Diane.
—Es una alivio saber que recuerda su nombre. Discúlpeme, iba distraído y no la vi.
—¿De qué habla?
—No se moleste conmigo, por favor. Yo haré lo que sea para arreglar esta situación. Yo fui el culpable de su accidente, Srta. Diane. Le ruego que me perdone. No sabe lo culpable que me siento.
—¿Usted fue quien me empujó? — pregunté dudosa.
—¿De qué habla, señorita? Yo venía en el auto que la impactó. Me despisté mirando otras cosas y no estaba mirando el camino.
—A cualquiera le puede suceder, supongo— bajé la cabeza.
—¿Así que me dice que alguien la empujó? ¿Vio a la persona?
—No.
Recordé el cuerpo del hombre que estaba tendido en el suelo conmigo y tenía que preguntarle.
—¿Qué sucedió con la otra persona?
—¿Qué otra persona?
—Había un hombre tendido en la calle al lado mío.
—No había nadie más ahí, señorita.
—Yo lo vi.
Se quedó en silencio y me miró confundido.
—Debe estar pensando que estoy loca, pero yo sé lo que vi.
—Jamás pensaría eso.
—¿Dónde está mi mamá? — miré alrededor del cuarto.
—¿Su mamá? ¿Quiere que la contacte?
—Por supuesto. Pensé que ella estaría aquí. Me pareció escuchar su voz.
—Desde el día del accidente, yo he permanecido aquí en el hospital, señorita. No ha recibido ninguna visita. No encontré su información, o algo que me ayudara a avisarle a algún familiar. Puedo llamar a su mamá si me facilita el número, y si no se acuerda, puede darme su nombre completo y puedo averiguar por usted.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Un mes. Tenía miedo de que no despertara nunca.
—¡¿Un mes?! ¿Cómo es eso posible?
—Sí, es posible. Sus heridas no fueron tan graves, según el médico que la atendió, pero estuvo en un estado de coma. Le hicieron varios estudios y todos salieron bien.
—Mis padres deben estar preocupados.
—¿Se acuerda del número de teléfono de sus padres? — sacó su teléfono y me lo acercó.
—Creo que sí.
—¿Lo marco por usted?
—No, yo puedo hacerlo.
Me entregó el teléfono y miré las teclas. Estaba tratando de recordar el número. Mi madre cambia de número muy a menudo. Al marcar el número, acerqué el teléfono a mi oreja. Se escuchaba un chillido y de pronto escuché la voz de mi madre.
—Mamá, soy yo.
—¡Eres una ingrata! Me has tenido preocupada todo este tiempo.
—No ha sido mi intención, mamá. Estoy en el hospital. Tuve un accidente ese día que estábamos hablando por teléfono y.…— no me dejó terminar de decirlo, pues me alzó la voz interrumpiéndome.
—¡Basta de juegos, Diane!
—No estoy jugando, mamá.
—Todo esto lo hiciste para no venir a ver a tu tía, ¿cierto? Ya veo que no eres tan diferente a tu hermana. ¡Ambas son igual de ingratas! — me colgó la llamada, y me quedé escuchando el sonido cuando la cortó.
¿Cómo es posible que no me deje explicarle?
—Debo ir a la casa de mi mamá — le dije a Edgard, entregándole su celular de vuelta.
—No puede ir a ninguna parte. El médico no le ha dado de alta y no lo hará hasta que le hagan unos estudios.
—Debo hablar con mi mamá.
—¿No acaba de hacerlo?
—No me cree una sola palabra.
—¿Quiere que hable con ella?
—No lo escuchará. Debo hacerlo yo misma.
—Está muy delicada. Le prometo que trataré de traerla.
—¿Podría hacer eso por mí?
—Claro. Solo dígame dónde vive e iré a buscarla.
Le di la dirección de mi madre y anotó todo en una libreta de apuntes.
—Le traeré algo de ropa. La va a necesitar para que pueda darse un buen baño y ponerse cómoda.
—No tiene que hacerlo.
—Yo quiero hacerlo. Es lo menos que puedo hacer, luego de haberle causado esto.
—Usted no causó nada. Fue esa persona que me empujó, y no sé con qué intención lo hizo; ni siquiera sé si lo hizo intencional o no.
—Buscaré la forma de averiguar sobre eso.
—¿Es algún tipo de ángel o algo parecido?
—No, pero tengo conexiones que pueden ayudarnos a esclarecer el asunto. No se preocupe por nada. Descanse, yo me encargo de lo demás. ¿Quiere agua?
—Sí, por favor.
Sirvió agua en un vaso de cristal y se acercó a la camilla. Traté de sentarme, pero me dolía todo el cuerpo para hacerlo.
—Permítame ayudarla — subió la cama y sonrió.
Me entregó el vaso de agua y lo acerqué a mi boca, pero al tragar, sentí alfileres en mi garganta. Esa sensación es horrible. Le entregué el vaso de vuelta y le agradecí.
—¿Quiere algo de comer? Sé que la comida de este lugar es asquerosa. ¿Cuál es su comida favorita?
—¿Me traerá lo que sea o me tratará como los médicos? — sonreí, y él rio.
—Puedo traerle un buffet si quiere.
—Eso suena bien.
—Se lo traeré cuando regrese, ¿le parece? Mientras tanto, iré a buscar a su mamá.
—Gracias, Sr. Edgard.
—Y no me llame señor, aunque parezca, no soy tan mayor— rio.
—Lo siento.
—Espero se sienta mejor. Vendré lo más rápido posible— sonrió antes de irse.
Me quedé acostada en la camilla y traté de descansar la vista. Quise tratar de dormir mientras ese hombre regresaba, pero no pude. La enfermera vino varias veces y el doctor también. Me llevaron en una silla de ruedas a hacer un estudio y luego me regresaron a la habitación. Me sentía muy pesada, más que de costumbre, y el mareo no me abandonaba; a pesar de estar acostada. No sé cuánto tiempo transcurrió, pero estoy segura que fue bastante. Pareció eterno, cuando llegó ese hombre junto a otro a la habitación. Tenían varias bolsas y las colocaron sobre la mesa de noche.
—¿Y mi mamá?
—Fui a la dirección que me dijo, pero no había nadie. Pregunté a los vecinos y me dijeron que hace tres semanas salieron de viaje.
—¿De viaje? Debe haber algún error. Mi madre no saldría de viaje, pues le tiene miedo a las alturas y mi padre también.
—No lo sé, señorita. Solo digo lo que me dijeron. En la casa también se notaba que no había nadie.
Algo está mal. Ella jamás se iría así de la nada. ¿Y para dónde? ¿Se habrá ido con mi tía? Le pedí el teléfono a Edgard y me lo prestó, por más que llamé a mi madre no respondió. ¿Cómo es posible que me dé la espalda en este momento? ¿No se supone que una madre este para sus hijos?
—No se sienta triste. Las cosas se van a solucionar, créame.
—Yo no tengo a nadie más.
—Yo estaré aquí. No estará sola. La ayudaré en todo lo que pueda. Se lo prometo.
—¿Por qué hace esto? No lo voy a demandar si se va, ¿lo sabe?
—No lo hago por eso.
—Entonces ¿por qué?
—Soy el culpable de lo que le sucedió, es lo menos que puedo hacer; aparte no podría dejarla sola en este estado. ¿Qué tipo de persona sería si hago algo así?
—Siento mucho causar estas molestias.
—No tiene que disculparse, el que debe hacerlo soy yo. Está aquí por mi culpa. Realmente me siento mejor sabiendo que despertó. Tenía miedo de que no lo hiciera. Es un alivio saber que está bien. No podía dormir con las pesadillas de ese día. Le pido que me permita hacerme cargo y ayudarla, por favor.
Bajó su cabeza y su expresión mostraba tristeza. No me gusta depender de los demás y menos de un desconocido, pero ahora ni siquiera puedo hacer nada sola. Mis padres no sé dónde están, me abandonaron por completo por un malentendido, y ahora mi salud está atravesando un mal momento. ¿Qué se supone que haga?
Al cabo de una semana hospitalizada, por fin hoy me dieron de alta del hospital. No he podido contactar a mis padres. No entiendo cómo no pueden creerme. Sé que siempre he dado excusas para evitar ir a visitarlos, pero esta vez no fue una excusa; además no creo que, por algo tan simple, vayan a darme la espalda de esta forma. Por otra parte, mi recuperación ha sido muy rápida y buena. El Sr. Edgard ha estado conmigo desde entonces. Ha sido muy amable y ha estado al pendiente de mi recuperación. Es la única persona que me ha acompañado. Nadie más ha venido a visitarme, a pesar de haberles dicho. No puedo negar que me he sentido abandonada por todos. ¿Dónde están esos amigos que decían que estarían en las buenas y malas conmigo?
—La llevaré a su casa, Srta. Diane— me dijo Edgard, en un tono amable.
—No tengo cómo pagarle todo lo que ha hecho por mí.
—No necesita pagarme nada. Lo hago con mucho gusto.
Me trajo a mi apartamento, pero la puerta estaba entreabierta. La abrí de un empujón y no había nada en mi apartamento. Estaba vacío y me volví como loca.
—Mis cosas. ¡¿Dónde están mis cosas?!
—¿Está segura que este es su apartamento? — preguntó Edgard.
—¿Realmente me está preguntando eso?
—Lo siento, es solo que me parece muy extraño. Hablemos con el dueño. Él puede explicarle lo que está sucediendo.
Fui a la oficina en busca del dueño.
—¿Qué sucedió aquí mientras yo no estaba, Sr. Bruno?
—Srta. Diane, ¿cuánto tiempo sin verla? Su mamá vino a recoger sus cosas e hizo el último pago que debía.
—¿Qué? ¿Mi mamá? ¿Cómo es eso posible? ¿Con qué propósito?
—Aquí tengo el documento con su firma. ¿Desea verlo?
—¡Claro que sí!
Me mostró el documento, y efectivamente estaba firmado por ella. Esto no puede ser. ¿Y por qué hizo esto? Salí de la oficina cabizbaja y pensativa. ¿Qué está sucediendo? Si fue así, ¿por qué ella no responde mis llamadas? ¿Y por qué no me dijo nada?
—Yo puedo ayudarla. Puede quedarse en mi casa por los días que necesite.
—No, yo tengo un dinero ahorrado en mi cuenta. No seguiré siendo una molestia para usted.
—No es una molestia.
Le pedí a ver si me podía llevar al banco y para que me dieran una nueva tarjeta, porque todos mis documentos los perdí. Estuvimos varias horas esperando, ya que no tenía ni siquiera identificación.
—Aparece un retiro de hace 3 semanas. La cuenta solo tiene $100.80.
—¿Qué? Yo no hice ningún retiro. Hace tres semanas yo estaba en el hospital.
—En el sistema eso es lo que me aparece, señorita.
—Debe buscar bien quién hizo ese retiro, porque yo no lo hice.
—Lo único que puedo hacer es hablar con mi supervisor y que verifique quién hizo ese retiro de un cajero automático.
—Yo misma no tengo ni la tarjeta encima.
—Cálmese, señorita. Voy hablar con mi supervisora y le aviso.
La empleada se fue y me quedé con Edgard en la pequeña oficina. Tardó un buen rato en volver con nosotros. Luego nos mostró una imagen de las cámaras del cajero automático.
—¿Conoce a esta persona?
—Es mi mamá.
—¿Tiene forma de mostrar que usted no la envío para retirar ese dinero?
—¿Me está tratando de mentirosa?
—Señorita, solo digo lo que veo. Es su mamá, usted misma acaba de confirmarlo. Póngase en contacto con ella.
—No he podido ponerme en contacto con ella, si hubiera podido, ya hubiera aclarado todo este problema.
—El banco no se puede responsabilizar por ese retiro, si usted no tiene pruebas. Si hubiera sido un desconocido, se podría hacer algo, pero al usted alegar que es su mamá, no podemos proceder a nada. No sabemos si usted autorizó ese retiro. Debe comprenderlo.
—¡La única que no comprende es usted! — me levanté de mala gana y le di un golpe a la mesa.
—Vámonos de aquí, señorita. Encontraremos otra forma de arreglar esta situación — comentó Edgard.
Salí de la oficina y le pedí que me llevara a la casa de mi madre, pero como me había dicho, no había nadie. Le pregunté a los vecinos y me dijeron lo mismo que le dijeron a Edgard. Le llamé muchas veces y el teléfono estaba apagado. Incluso llamé a mi tía y tampoco respondió. Estaba desesperada, confundida, dolida, no sabía qué más hacer. ¿Por qué mi mamá hace esto? Ella tiene dinero de sobra, ¿por qué me quita el mío? Me dejó sin apartamento, luego de todo lo que me costó independizarme y comprar todo lo que tenía. Lágrimas de frustración bajaron por mis mejillas.
—Quédese en mi casa, al menos mientras se resuelven las cosas. No puedo dejarla sola en este lugar. Le prometo que se sentirá cómoda. Aparte, vivo solo. No creo que haya ningún problema, ¿o sí? No sé lo que esté pasando, pero se está haciendo tarde y debe descansar. Aún no está del todo bien.
Vi a los lejos a una persona, que de alguna manera se me hizo familiar. La sudadera que tenía, me parecía haberla visto en alguna parte. La persona estaba encapuchada y no pude saber quién era; solo sé que por impulso quise irme detrás de la persona, pero caminó ligero.
—¡Oye, tú! — le grité, caminando rápido tratando de alcanzarlo.
—¿Se encuentra bien, Srta. Diane? — Edgard me agarró el brazo y lo miré.
—Creo que conozco a esa persona— señalé hacia donde lo había visto por última vez, pero no había rastros por ninguna parte.
—Ha tenido suficiente por hoy. Permítame llevarla a otra parte para que pueda relajarse, ¿sí?
—Está bien. A fin de cuentas, no tengo a dónde ir.
Miré por última vez hacia donde había visto a la persona, pero no vi nada. Creo que estoy viendo cosas.
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