...IVONNE:...
Las cadenas se agitaron cuando el demonio luchó contra los grilletes, su piel era gris con una textura áspera, sus dientes largos y amarillentos sobresalían de una boca sin labios en forma de hocico que se mantenía abierta ante nosotros para dejar salir una baba espesa, la espeluznante criatura abría sus dos orificios huecos para oler mientras pasaba sus ojos furiosos por todos en la cámara de la cueva. A la luz de las antorchas parecía una pesadilla después de un horrible cuento de miedo antes de ir a la cama, pero la diferencia estaba en que era real.
Ya no les temía, me había acostumbrado a verlos y a olfatear el azufre en ellos, pero a lo que me costaba acostumbrarme era a sus pupilas rojas brillantes.
Era lo único que tenían en común todos los demonios, eso y su horripilante forma de ser.
En los diez años de destrucción, había aprendido muchas cosas sobre esos seres. Había de muchos tipos, algunos tenían alas y cuerpos robustos, otros cuernos y escamas, los menos favorecidos como aquel encadenado escuálido poseían solo garras y dientes afiliados.
— ¿Habla? — La voz de Violet se oyó, a unos pasos adelante de mí, sus cabellos cortos rozaron sus mejillas afiladas cuando sacudió su cabeza.
— Todos los demonios hablan — Dijo Peter, junto a ella, con los brazos cruzados — Lenguas prohibidas y también nuestro idioma.
— Querrás decir todos los que he capturado — Aclaró Marvel, con un tono fanfarrón.
— Fuimos nosotros — Gruñó Violet, señalando a Peter y a ella.
— Yo lo até, se necesita de valentía para eso — Se defendió Marvel y me reí.
— Estuviste gritando como niña.
— No fue fácil, casi me arranca la piel con esas uñas — Hizo un gesto de terror, su cuerpo lleno de raíces crujió.
— ¿Qué piel? — Se burló Peter — Solo eres una enredadera andante.
— No todos tuvieron una maldición como la tuya — Marvel enseñó sus dientes, aún humanos.
— Esto no es un privilegio — La piel de Peter empezó a alumbrar — De noche soy como un maldito faro y eso no es una ventaja.
— Ninguna maldición es una ventaja — Violet lucía humana, pero solía quedarse paralizada en más de una ocasión.
— ¿Pueden volver a lo que interesa? — Resopló Dylan, un chico de cabellos rojos, tenía la maldición de prenderse en llamas, podría ser una excelente arma si las pudiera controlar — Ya no soporto ver ese rostro horrible.
El demonio rio, atrayendo nuestra atención, su risa era parecida a un sonido ronco de algún depredador.
— Yo no estaré bonito, pero ustedes humanos inútiles, no son nada atractivos — Su voz escondía otras voces que hacían coro, áspera.
— Ya que estás tan dispuesto a hablar, dinos, ¿Qué hacías merodeando cerca de la entrada? — Demandó Peter, con su espada colgando de la mano.
El demonio olfateó de nuevo.
— Aún puedo oler sus putrefactas esencias a pesar de sus maldiciones.
— Si, claro, porque tu hueles a rosas — Gruñó Marvel.
— Chico arbusto que listo — El demonio fue sarcástico, no dejaba de asquear sus intentos de lucir como humanos.
— ¿Lo matamos ya? — Me preguntó Violet, observando por encima de su hombro.
Salí de las sombras de la pared y caminé hasta posicionarme frente a él.
— Solo hay una razón para que un demonio explorara con profundidad un sitio tan recóndito como este — Deduje, evaluando sin miedo a ese ser asqueante — Escasez de humanos.
— Lista, la niña bonita — Rió de nuevo, raspando sus dientes unos con otros y golpeando sus garras en el suelo.
— ¿Ya no hay suficientes almas en las ciudades y pueblos?
— Sal y averígualo.
Alcé mi espada, hasta colocarla contra su cuello.
— Maldito seas, si estás aquí como un maldito perro chismoso te advierto que es muy tarde para avisar a tus amigos de nuestro escondite.
— No seré el único, vendrán muchos más a buscar alimento — Rió sin importarle la hoja contra su delgado cuello — ¿Por qué tanto miedo a morir? De todas formas humanos malditos, ustedes tienen los días contados.
— Las almas que te llevaste serán liberadas cuando tu cabeza caiga — Sentencié llena de furia — No tenemos miedo a la muerte, sino a ser consumidos por ustedes, alimañas.
— Gracias a mi señor por eso, mi rey no dejará ningún humano miserable en el mundo, hogar de demonios al fin— Me dio lo que parecía ser una sonrisa.
— La destrucción genera más destrucción, no estarán tan felices cuando no haya ningún alma humana que consumir.
Lanzó sus garras en mi dirección y salté hacia atrás, cortando su brazo.
Soltó un chillido, la sangre negra manchó el suelo, el humo salió de su miembro cortado.
— ¿Sientes el dolor? — Sacudí mi espada — Es una espada rociada de agua pura — Observé mi arma — Perfecta para ti.
— Tienes la peor maldición de todas, la más dolorosa — Jadeó entre el dolor.
Sentí la furia dominarme y blandí contra su cuello, en un rápido y eficaz corte.
La cabeza cayó al suelo y el olor a carne quemada me dio náuseas.
Empezó a chamuscarse hasta cercarse, como un trozo de madera seca.
— Debemos ir a buscar suministros — Informó Peter — Será un recorrido largo, por los alrededores ya no queda nada.
— Limpien esto, iré a consultar a Perla y armaremos el equipo de búsqueda.
Guardé mi espada en su funda y salí de la cámara.
...****************...
Los pasillos subterráneos se mantenían en penumbra, causando sombras cuando pasé cerca de las antorchas puestas en el camino.
Había un total de diez sobrevivientes con maldiciones y cinco rescatados por mis compañeros, pero a duras penas lograba abastecer de alimentos y bebidas.
Los demonios habían llegado para destruir a la humanidad, pero también a empobrecer la tierra, provocando una escasez de alimentos y agua.
El mundo era un lugar gris, con tierras secas, pasto negro y árboles muertos.
Tenía tan diez años cuando el rey demonio invadió Adafa con sus tropas de seres oscuros, asesinó al Rey Philips y toda su familia, tomando el castillo y apoderándose del reino, se proclamó rey y mandó a sus demonios a saquear los pueblos y ciudades.
Mi familia pereció en manos de bandadas de demonios alados y yo fui la única sobreviviente.
Entré en la cámara de Perla.
Ella estaba sentada en el centro del lugar, esparciendo sus perlas blancas sobre la mesa.
— Sabía que vendrías — Sonrió, sus dientes reluciendo en contraste con su piel oscura y su mata de rizos voluminosos.
— Siempre dices eso — Observé los frascos con serpientes muertas y extrañas plantas conservadas en líquidos, madera, amuletos y otras baratijas con conjuros mágicos para la sanación y protección de los miembros del clan.
Perla era una bruja, dotadas con poderes de la Diosa Veldis, ama de la hechicería.
No lo dudaba, sus revelaciones y remedios eran eficientes.
Los dioses nos habían abandonado cuando llegaron los demonios, pero Perla fue la única afortunada en obtener algo de ellos. En el pasado era repudiada por su oficio, pero ahora era una pieza clave para el futuro de los sobrevivientes.
— Vine a...
— A saber si encontré algo útil — Me interrumpió, posando sus ojos oscuros en mí, vestía siempre con túnicas de color gris y collares de colmillos, incluso había unos de demonios, solo un adorno, ya que lo único que contra lo que no podía combatir con sus hechizos eran los demonios.
— Eso no lo predijiste.
— Lo sé porque es la quinta vez que vienes en ésta semana — Pasó sus largas manos por las perlas sobre el mantel — Recuerda que solo veo verdades, no predijo el futuro.
— ¿Algún antídoto? — Arqueé mis cejas.
— Nada aún.
Me desanimé.
— Ivonne, sabes que solo hay una forma de acabar las maldiciones.
— Lo sé — Resoplé, paseando por la cámara — Matar al Rey Demonio, pan comido.
— No es una tarea sencilla, pero si acabas con el Rey Demonio acabarás con el mal en la tierra y volverás a ser una chica normal.
— ¿Cómo hago eso? Soy una humana y aunque posea habilidades de combate, no es nada frente al ser más poderoso que existe — Me frustró, odiaba tanto no poder hacer nada, estar allí escondida sobreviviendo a cada hora por respirar un poco más.
— Hasta el ser más poderoso tiene debilidades.
— ¿Cuáles son? Ni siquiera tú puedes hallarlas.
— El Rey Demonio tiene un fuerte escudo que me impiden descifrar más sobre él — Frunció el ceño, moviendo las perlas con su dedo — Solo hay oscuridad y una fuerte energía negativa — Me acerqué, una de las perlas crujió, rompiéndose, las venas de la frente de Perla se dilataron — Veo algo — Soltó un suspiro y sacudió su cabeza — No soy tan poderosa, si sigo intentando romperá todas las perlas.
— Entiendo, no continúes.
— El Rey Demonio permanece la mayoría del tiempo en el castillo.
— Oh, vaya — Fue lo único que dije.
Eso estaba al otro lado del territorio, cerca de la costa.
— ¿Irás a enfrentarlo?
— Ya estoy cansada de esconderme.
Cansada de sufrir y de padecer.
Mi maldición estaba avanzando, mi cuerpo sufría episodios de dolor, como si me estuviera quemando por dentro.
En mi había un veneno letal que se entendía por cada fibra de mi ser.
Con solo una gota podía matar a cualquiera que tuviese contacto con mis labios o con mi cuerpo.
Incluso una cuchara o copa usada por mí era un peligro para los demás, por eso tenía mis utensilios de cocina apartados.
Aquella maldición me estaba asesinando lentamente, al igual que mis amigos.
Mi tiempo estaba contado, por eso, antes de que eso sucediera iba a acabar con el rey demonio o al menos eso intentaría.
...EZRA:...
Las tierras de Adafa no eran tan miserables como el Inframundo, las tierras grises y cenizosas no eran nada comparado con la oscuridad y el fuego, con los gritos de los castigados, acompañados de cadenas y látigos, que se escuchaban en la eternidad.
Aquel reino era un lugar pacífico en comparación, desolado y casi silencioso.
Mis ojos y oídos no captaron ninguna señal humana en la tierra inmóvil que se extendía por muchos kilómetros del altura. Solo cuerpos secos e inmóviles que adornaban el campo y las casas desiertas como una imagen muerta del Inframundo.
Sacudí mis alas, desplegando mi vuelo hacia el castillo, el viento y las nubes grises me acariciaron la piel, llenando mi interior de una emoción.
Hacía ocho años de mi liberación y aún no cesaba de sentirme dichoso de poder volar con una tanta libertad, no era de extrañar después de estar enjaulado y sometido a latigazos durante mil años.
Dí un giro, recogiendo mis alas para volver a extenderlas.
Ahora era el amo y señor.
Bajé en picada cuando llegué a la costa, las torres del castillos de piedra gris se alzaron ante mí, incontables demonios agitaban sus alas rondando y haciendo la guardia, se apartaron de mi vista, con temor y respeto cuando notaron mi presencia.
Volví a recoger mis alas y entré planeando hacia el salón del consejo, odiaba copiar esas estúpidas costumbres humanas, pero los líderes demoníacos no opinaban lo mismo, para ellos era necesario formalizar una reunión para tratar de convencerme de sus ideas para el futuro del reinado, como si esas cosas les interesara.
Sabía que aquel interés era hacia las almas que usaban para alimentarse.
Al contrario de esos idiotas yo tenía una misión que cumplir y con tal de salir del Inframundo acepté aquella locura de apoderarme del mundo.
Me detuve, suspendido en el aire, sin hacer el menor ruido con mis alas, los líderes ya estaban reunidos en torno a la mesa. Bloqueé sus sentidos para que no notaran que ya estaba adentro y aterricé en el borde afilado de unas de las grandes columnas de mármol.
— No se que planea Ezra — Dijo Orion, mi segundo al mando, sus alas eran de murciélago y su piel oscura brillaba con la luz de las velas del candelabro — Nuestras tropas están hambrientas, nosotros lo estamos y si esto sigue habrán muchos enfrentamientos entre hermanos, podría ser el fin de nuestra raza.
— Tiene razón, la escasez es demasiado fuerte, las almas no abundan — Apoyó Sirla, la fémina con cuernos largos, cabellos negros y piel pálida.
— Sin almas nuestras energías se consumen — Gruñó Ogran el mastodonte del grupo, un sujeto con enormes músculos y piel escamosa, con hocico largo y colmillos largos.
— Ezra tendrá que dar una solución — Comentó Parla, la más delgada, con alas y piel gris.
Malditos habladores.
— Ezra es...
Me lancé hacia abajo y aterricé sobre la mesa, rompiéndola por el impacto en dos.
Todos saltaron lejos, espantados y tensos.
Con un solo movimiento de mi mano en el aire los trozos volaron y chocaron contra la pared, volviéndose astillas.
Antes de girarme los cuatro ya estaban en el suelo, arrodillados rindiendo pleitesía al mismo hombre del que se quejaban anteriormente.
Yo no confiaba en ellos, solo los había usado para mis planes y les había dado libertad solo con la condición de que barrieran todo rastro de vida de la tierra, cosa que aceptaron con gusto ya que para ellos era como un festín interminable de almas.
Ahora no quedaba más y estaban desesperados.
Ya lo suponía, los demonios éramos codiciosos e insaciables.
Me crucé de brazos — Vaya, vaya, como cambian las conductas con mi presencia.
— Mi señor — Dijo Orion, con la mirada aún en el suelo — No sentimos su llegada ¿Cuándo volvió al palacio?
— Claro que no la sintieron, sino no habrían tenido la osadía de ser tan mal agradecidos con mi generosidad.
— Amo, no fue nuestra intención, solo estamos preocupados por nuestra gente — Sirla elevó su mirada, sus ojos carmesí se atrevieron a observarme, creía que con un apareamiento lograría doblegar mi autoridad.
— Ya no hay humanos — Dijo el glotón de Ogran, cualquier humano que se cruzara por su camino era absorbido, aún si los demás demonios lo hubiesen encontrado primero.
Se atrevía a lucir hambriento ante mi presencia.
— ¿Quién lo dice? — Elevé una ceja.
— Mis tropas aéreas no han logrado recolectar nada en las últimas semanas, los ocho años de oscuridad han borrado la abundancia — Sirla chocó las espuelas de sus alas.
— Hice un trato con ustedes — Empecé a pasear de un lado a otro, frente a ellos — Convencí a los Dioses de que los dejaran en libertad con la condición de que me sirvieran y obedecieran mis órdenes.
— Cumplimos, al pie de la letra, mi señor, contribuimos en despojar a la tierra de la plaga humana, pero ya no queda casi nada y eso es alarmante— Suplicó Orion, con un solo chasquido podría acabar con sus miserables existencias.
— Sobrevivieron sin almas en el Inframundo.
— El Inframundo no es como la tierra, aquí se gasta mucha energía, los demonios no pueden permanecer en el mundo sin consumir, corromper o poseer almas y usted lo sabe — Dijo Ogran, elevando su hocico.
La primera fase ya estaba casi lista y la segunda ya estaba calando entre los demonios.
Todo estaba saliendo como lo demandaron los Dioses y eso me convenía. La escasez y el hambre de los demonios era parte de ello.
— Les dí a cada uno un territorio, no haré más por ustedes.
— !Pero, señor, no me parece justo.. — Gruñó Ogran, alzándose con intenciones de atacar, le mostré mis colmillos y entré en su cuerpo, almas suplicantes hicieron eco en su oscuro y miserable ser.
Era el único demonio que podía poseer los cuerpos de otros demonios hasta hacerlos estallar si me apetecía.
Ogran tembló, sus escamas se erizaron y sus ojos suplicaron, abiertos de par en par por el inmenso dolor que estaba sintiendo.
Los demás enmudecieron, temblando y alejándose por su bien cuando dí pasos lentos y amenazantes hacia el demonio escamoso.
— Estás hasta reventar de almas y exiges más, esto te hará recordar quien es tu lider y cual es tu deber aquí, cumplí con mi parte, ustedes deben seguir pagando por mi consideración o derretiré sus malditos y vacíos cuerpos — Gruñí, amenazante, provocando un siseo de dolor de parte de Ogran, salí y cayó al suelo, jadeando por el dolor, lancé una mirada hacia los demás — ¿Entienden o es necesario que les de una sacudida a ustedes también?
— Sí, mi señor — Susurraron a unísono.
— Nadie absorberá almas hasta nuevo aviso, recolectarán y los traerán vivos al castillo hasta mi presencia y yo seré quien decida quienes las van a consumir — Dije, de forma severa y se tensaron — Registren hasta debajo de las piedras, esos insectos son expertos en esconderse — Ordené y ninguno se atrevió a cuestionar — Ahora largo.
Salieron a toda velocidad del salón.
Ogran elevó su pesado cuerpo e hizo una ridícula reverencia.
A diferencia de esos inútiles, yo no dependía de almas para mantenerme, me alimentaba de la energía negativa, para mayor ventaja los demonios que me rodeaban la emanaban constantemente.
Salí del salón y caminé por los pasillos desolados.
Las baratijas y objetos humanos yacían rotos, esparcidos por el suelo y abandonados sin ningún valor.
La humanidad fue tan estúpida de codiciar objetos tanto como los demonios a las almas. Tanto por nada, al final la muerte los llamaba sin siquiera sus cuerpos para llevar.
Traspasé la pared frente a mí, entrando en el salón de los tronos, donde aún se oía los sollozos de un rey que suplicó ante mis pies cuando exterminé ejércitos enteros y acabé con sus defensas.
La corona rodó por el suelo cuando lo aventé a la orda de demonios hambrientos y sin escrúpulos que le saltaron encima en una marea de alas dientes y garras hasta dejar nada.
Yo era un ser sin alma y sin corazón, en mí no había sentimientos de compasión, misericordia y empatía.
Era un demonio y en mí pesó la inferencia cuando el caos envolvió aquellas tierras.
Subí las escaleras del estrado cuando sentí un estremecimiento en todo mi ser y apoyé una mano en el espaldar del trono polvoriento.
Una extraña furia ajena se apoderó de mi ser.
Duró solo segundos, pero me sentí desconcertado por lo extraña sensación.
Jamás sentí nada parecido.
Algo había enviado esa furia hasta mi cuerpo, ya no la sentía y no quedaba eco de ella.
No pertenecía a un demonio, los escudos de mi ser eran impenetrables y ninguno de ellos era lo suficientemente fuerte para poder entrar.
El viento entró por la ventana rota y las cortinas desgarradas se elevaron.
La Diosa de la Muerte apareció frente a mis ojos y dí por sentado que ella fue la causante de aquel episodio de intromisión.
Sus cabellos blancos llegaban al suelo, sus tunicas azul neón brillante caían hasta rozar el suelo y sus brillantes ojos azules se me evaluaron sin temor.
— ¿Cuál es el motivo de tan encantadora visita? — Pregunté, bastante burlón para sentarme sobre el trono, sin apoyar mi espalda, ya que mis alas se verían obstruidas, las sillas humanas eran bastantes incómodas para mi gusto.
— Se me puede olvidar todo tu progreso — Me amenazó con su voz helada — No olvides que nos sirves y que tu visita al Inframundo puede alargarse.
— Soy un demonio, no me inclino ante nadie, ni siquiera ante los Dioses, así que ser rebelde se me da por naturaleza — Apoyé los brazos de mis rodillas, retando a la diosa con la mirada.
— ¿Disfrutas del teatro de ser llamado rey? — Ondeó su mano por el salón.
— No fui yo el de la idea, los demonios menores ven en mí a un líder, con poder y autoridad, pero bastante compasivos para darles la libertad de ensuciar el mundo — Elevé una comisura.
— Ya pasaron ocho años y aún no completas tu misión, al parecer olvidaste lo que sucederá contigo si fallas.
— No impusieron un tiempo cuando me citaron a ese ridículo consejo en las nubes.
Siseó — Eres demasiado grosero para nuestra paciencia.
Me encogí de hombros — ¿A qué vino, majestad? — Me burlé.
— Aún hay almas vivas sobre la tierra y el tiempo está caducando.
— No impusieron un límite de tiempo cuando se cerró el acuerdo.
— Tienes hasta el invierno para terminar con esto.
— ¿Por qué mandarme a mí a hacer el trabajo sucio cuando ustedes tienen el poder de acabar con esto con un solo chasquido?
— No es tu deber cuestionar, le debes a la Diosa de la Creación.
Sacudí mi cabeza.
— Cuando caiga la primera nevada todo habrá terminado — La complací con mi obediencia.
— Terminarás en un lugar peor que en el Inframundo sino es así.
La Diosa de la Muerte desapareció con el viento.
Cumpliría, de todas formas no había nada en el mundo para mí.
...IVONNE:...
Rocié mi espada de agua pura, me coloqué el corset de cuero, mi chaqueta gastada y una falda de cuero para mayor movilidad, até mi cinturón y me coloqué las botas trenzadas que llegaban hasta mis pantorrillas, metí varias dagas en las correas de mis muslos y el interior de mis botas, enfundé mi espada y trencé mi cabello castaño mientras me observaba en el gastado espejo de la cámara donde dormía.
Me observé detenidamente.
Si el mundo no estuviera en caos me preocupara bastante por mi apariencia, estaba muy delgada y pálida.
La mala alimentación, la falta de sol y el veneno en mi cuerpo habían causado estragos.
La vida bajo tierra era dura, pero no más que en la superficie. Ser mujer ya era un problema, los demonios eran seres despreciables que disfrutaban de jugar con su comida, yo tuve la desgracia der ver como se entretuvieron con mi madre antes de dejarla como una hoja seca.
Apreté los puños y sacudí mi cabeza para apartar los malos recuerdos.
Cohen, el mayor del clan se empeñó en enseñarnos el arte del combate y gracias a eso me había librado de morir en manos de demonios en muchas oportunidades.
Respiré hondo, terminando de atar mi trenza.
Comí un trozo de pan duro y bebí un trago de agua para humedecer mis labios.
El agua subterránea fue una salvación, cavamos un pozo bastante profundo y de allí se obtenía el preciado líquido.
No duraría por siempre, lo que me recordaba que debía apresurarme a asesinar al Rey Demonio, cada segundo contaba para el futuro de mi clan.
Salí al pasillo y me apresuré hacia la entrada, tomando fuerza con ese pensamiento, sacudiendo el temor que me causaba el exterior.
— ¿Vas al exterior? — Preguntó una voz chillona.
Me detuve y observé hacia el lado izquierdo.
Yumi se hallaba escondida tras una piedra en la pared. Una niña de diez años que habíamos encontrado en una de nuestras expediciones.
— Así es.
— Ten cuidado — Mostró el lado de su rostro convertido en piedra.
Una vez que aquella maldición se completaría, Yumi sería un montón de trozos de roca, había visto las maldiciones en etapas finales, cuando llegaban al corazón se acababa la vida.
No, Yumi estaría bien, porque yo mataría al Rey Demonio y todo terminaría.
— Lo tendré, volveré.
— ¿Conseguirás algo para mí? — Se apartó un poco más de su escondite.
— ¿Qué deseas?
— Quiero comida y un juguete para Doular.
Le dí una sonrisa cálida — Veré que puedo encontrar.
Me devolvió la sonrisa y volvió a ocultarse.
Seguí mi camino, subiendo las escaleras hacia la entrada, donde se hallaba Peter, alumbrando todo el espacio con su cuerpo, Violet estaba junto a Philips y Marvel.
Nosotros éramos los más hábiles del clan y los únicos lo suficientemente valientes para salir a la superficie.
La mirilla de la puerta de hierro se movió y la luz del exterior se disparó hacia mi rostro.
— Despejado — Dijo Cohen y formamos fila para salir, la puerta de hierro de abrió después de los cerrojos.
Tomé una larga respiración y salí de primera, adaptando mis ojos adoloridos a la fuerza.
Salí, con mis vellos erizados por el viento helado que serpenteaba al pie de la montaña de piedra donde estaba nuestro escondite.
Cohen llevaba su traje camuflajeado y su ojo de vidrio oculto tras su careta color gris.
Maklai estaba con él haciendo guardia, con una ropa idéntica y cerró la puerta, que quedó como una parte más de la montaña con cuidado, sin hacer el menor ruido después de que todos estuvieron fuera.
No hablamos, ellos volvieron a su posición, quedándose tan quietos que hasta a mí me costó distinguirlos.
Hice una seña y avancé por el bosque, pisando con precaución y lentitud, mis compañeros siguieron mis pasos por los árboles secos y el suelo lleno de tierra gris, raíces muertas y huesos de animales.
La tierra era un cementerio, donde hubo color, fauna y sonidos de vida no quedaba nada.
Eso alimentaba mis fuerzas para querer venganza y acabar con el Rey Demonio, lo que mis compañeros desconocían era que planeaba ir a la costa sin ellos. No quería perderlos, eran mi familia.
Peter.
Observé a ese chico de cabellos dorados y ropas de cuero, me sonrió al notar mi mirada en él.
Si mis labios tocaban los suyos él moriría en segundos.
Nos gustabamos y era tonto soñar con un futuro, pero sería lindo que pudiéramos querernos con libertad y sin temor de que tarde o temprano nuestras maldiciones nos consumirían.
Ya no soportaba esa forma de vivir.
Quería arriesgarme sola porque no soportaría perder a mi gente, si yo fallaba no me iba a perdonar arrastrarlos a ellos, pero si lo hacía sola ninguno correría peligro.
Bajamos por una colina, trazando el camino acostumbrado para ir a recoger las raíces que usábamos para comer y que Perla se encargaba de mejorar en sabor y calidad.
Me detuve cuando escuché un sonido extraño, observé a los cielos mientras todos se tornaban alerta.
El silencio volvió.
Llegamos a la planicie sin complicaciones, allí donde habían algunas casas abandonadas, con los techos rotos, paredes agrietadas y sin puertas.
Busqué en el suelo, en busca de las raíces.
Nos detuvimos e hice la seña para dividirnos.
Violet y Marvel sacaron los sacos, agachándose para escarbar en la tierra.
Busqué las palas que siempre usábamos, ocultas debajo de unas tablas de madera a unos pocos metros mientras Peter y Philips vigilaban con sus espadas y arcos preparados.
Volví con Violet y Marvel, les aventé las palas y las atajaron.
Empezamos sin hablar.
Encajé la pala en la tierra, empujando la suela de mi bota y abriendo la zanja.
Las raíces aparecieron, gruesas de color café.
Me agaché y las arrancamos, tomando todas las que pudimos, llenando los sacos con prisa.
— Peter, acompáñame — Susurré, levantándome del suelo.
Él se acercó, con su arco agachado.
— ¿Qué sucede?
— Buscaré algo para Yumi, en las casas.
— No podemos tardar demasiado, arriesgarnos a que llegue la noche, si hay demonios cerca nos olerán.
— Lo sé, no tardaremos — Pedí, observando sus ojos azules.
— Está bien Ivonne.
Me aparté — Philips, atento.
— Por supuesto — Él asintió con firmeza.
Caminé con Peter rápidamente, hacia una de las casas y nos adentramos con precaución al interior.
Las motas de polvo saltaron cuando pisé el suelo de madera.
Todo estaba roto, las mesas y sillas, las cazuelas y jarrones de arcilla.
Caminé hacia el pequeño pasillo y entré en la primera habitación.
Había una cuna volcada, cobijas y telas deterioradas por los ácaros.
Busqué en los cajones.
— ¿Qué buscas? Ivonne — Peter entró.
— Un juguete para Yumi.
Peter apartó los objetos con su pie.
— Espero que por culpa de un juguete no nos estemos arriesgando.
— Peter, ayúdame a buscar y no seas pesimista — Ordené, registrando.
Él se encogió de hombros y buscó en la cuna.
— ¿Qué tal esto? — Alzó un caballo de madera.
— Perfecto — Hizo ademán de entregármelo — Guárdalo.
— Yumi querrá que se lo entregues tú.
— Contigo estará más seguro.
Se desconcertó avanzando hacia mí.
— ¿Qué no me has dicho? — Intuyó.
— Nada importante — Sacudí mi cabeza.
— Te conozco, se cuando mientes y ocultas algo — Observó mi rostro — Pones esa expresión pensativa.
— Peter, mejor déjalo hasta ahí — Elevé mi mano.
— Ivonne — Demandó.
— No hagas esto difícil.
— Tú lo haces complicado — Tocó mi mejilla — Dime ¿Qué planeas hacer?
Confiaba en que él lo entendería.
— Quiero matar al Rey Demonio.
Detuvo su caricia — Todos queremos lo mismo.
— Quiero hacerlo sola — Posé mi mano en su pecho, su piel estaba brillando en la poca luz de la casa.
— ¿Sola? — Se desconcertó.
— Iré a la costa.
Se tensó — ¿Hablas de ir en éste momento?
— Así es.
— ¿Te volviste loca? — Se alteró — Ivonne no puedes ir sola y pensar que podrás matar al Rey Demonio.
— Lo voy a intentar.
— Vas a intentar cominos — Me tomó de la muñeca — Sin nosotros no irás a ningún lado y menos tan lejos, morirás.
— Ya estoy muerta, Peter — Gruñí, con mis ojos ardiendo — Vivir así me está consumiendo — Me alejé, desatando el corset, solo para mostrarle, en medio de mi pecho hilos negros se extendían, enviando olas de ardor constantemente por mis venas, Peter se espantó al ver que el veneno estaba consumiendo mi cuerpo — Tengo el tiempo contado — Até de nuevo el corset — Si voy a emplear la poca vida que me queda para esconderme, mejor lo hago luchando.
— Todos tenemos el tiempo contado.
— No quiero que mueran en manos del enemigo por eso voy a hacerlo sola.
— No voy a permitirlo...
Lo abracé y se quedó callado — Por favor, Peter, los chicos necesitan a un líder.
Se alejó — Ivonne, no nos quedaremos de brazos cruzados.
— Te quiero, Peter.
Sus ojos brillaron — Odio tanto no poder besarte, ni tocarte.
— Por eso voy a matarlo, El Rey Demonio nos robó nuestra vida, nuestras familias, la tierra que conocíamos antes de la destrucción y no nos dejó nada.
— El Rey Demonio es poderoso...
Hubo un ruido de la otra habitación y nos alarmamos.
Elevé mi espada y salimos, caminando lentamente, pegados a la pared para ir a la otra habitación.
El ruido se repitió, rasguñando.
Observamos desde el umbral hacia lo que en el pasado fue la habitación matrimonial.
La cama estaba volcada y había trozos de cristal por el suelo.
Pisé, siguiendo el sonido junto a Peter hacia un armario cerrado.
De allí provenía el sonido.
Él preparó su flecha cuando me acerqué hacia la puerta entre abierta, usé mi espada, guiando con cuidado la punta para abrirla.
Contuve la respiración y el sudor se arrastró por mi sien.
No tuve tiempo de retroceder cuando el armario se abrió de golpe y unas garras se lanzaron hacia mí, traté de esquivar pero el espacio reducido y la enorme bestia alada que se abalanzó no me dieron la rapidez necesaria.
Una de sus garras se cerraron alrededor de mi muñeca.
La bestia salió disparada hacia el techo, haciendo un hueco.
Me cubrí con el brazo cuando una lluvia de madera rota y paja cayó sobre mí.
Salí de la cabaña, elevada por encima del suelo, forcejeando y gritando.
Una flecha pasó cerca de cuando Peter intentó darle al demonio, este giró ágilmente, chillando y alzándose cada vez más.
Peter saltó por la ventana, apuntando otra flecha, pero maldijo frustrado. Correría el riesgo de herirme si el demonio volvía a esquivar.
Los demás ya estaban corriendo, buscando la manera de ayudar.
El viento golpeaba mi cuerpo y el movimiento abrupto del alado me hacía moverme sin control.
Observé las garras que me sostenían y busqué desesperadamente una de mis dagas, en mi muslo.
El demonio de piel gris siguió volando hacia arriba.
Sostuve la daga y la encajé, soltando un gruñido de furia.
Chilló, las garras se aflojaron y caí a una velocidad rápida, girando en el aire, moneteando cuando el suelo se fue acercando más y más para recibirme con una muerte abrupta.
Un chillido me hizo girar mi cabeza, tratando de poder controlar mis movimientos.
El demonio estaba volviendo.
Arremetió, tomándome antes de caer, sosteniendo mi cuello con sus garras y acercando sus dientes a mi cabeza.
Usé mis piernas para apoyarme mis botas de su torso y pateé su cabeza, uno de sus colmillos se rompió y sus ojos rojos se tornaron tan furiosos que sentí pavor.
Voló con rapidez, usando su cuerpo como una flecha para alejarme de mis compañeros, mientras apretaba sus garras.
Busqué otra daga en mi cinturón, con los movimientos abruptos y la falta de aire me costó, pero al sentir la empuñadura la arrastré rápidamente su abdomen.
No me soltó a pesar de que la sangre negra se esparció con el viento.
Bajó en picada y me aventó antes de estamparse con un molino de viento.
Caí sobre un montón paja seca y todo mi mundo se oscureció.
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