Capítulo 1 - Nací para ser la villana del cuento
Desde que era una niña pequeña, siempre supe que era diferente al resto. Mientras los demás niños del reino jugaban y reían, yo me mantenía apartada, observándolos con desconfianza. Podía sentir cómo me miraban con temor, como si mi sola presencia fuera a traer la desgracia sobre ellos.
Mi nombre es Lilith y, según las antiguas profecías, he sido marcada desde el nacimiento para ser la villana de este cuento. Un destino que, por mucho que intente negarlo, parece estar escrito en piedra.
Recuerdo con claridad el día en que cumplí seis años. Fue una celebración suntuosa, con toda la corte real reunida en el imponente salón del trono. Mi familia, los gobernantes de este vasto reino, me obsequió con los más finos vestidos y las joyas más deslumbrantes. Pero a pesar de toda esa ostentación, podía sentir sobre mí las miradas huidizas y los murmullos desconfiados de los nobles.
Incluso mi propia madre, la reina Amara, me observaba con un deje de tristeza en sus ojos. Sé que ella deseaba con todo su corazón que yo fuera diferente, que no cargara con esta terrible maldición que pesa sobre mí. Pero por más que lo intentara, no podía escapar de mi destino.
Durante el banquete, me escabullí sigilosamente de la multitud y me refugié en los jardines del palacio. Allí, bajo la sombra de los árboles, me senté en un banco de piedra y contemplé el cielo estrellado, perdiéndome en mis pensamientos.
—¿Por qué? —murmuré con amargura—. ¿Por qué tengo que ser yo la villana de esta historia?
Mis ojos se llenaron de lágrimas de frustración. No era justo que cargara con ese peso, que todo el mundo me viera como una amenaza antes siquiera de conocerme. Yo no había elegido este destino, pero aun así parecía estar condenada a él.
De pronto, un movimiento entre las sombras llamó mi atención. Al principio pensé que se trataría de algún animal, pero entonces una figura se fue acercando lentamente hacia mí. Era un anciano de larga barba blanca y mirada penetrante, vestido con una túnica gris.
—Princesa Lilith —dijo con voz grave—, te he estado esperando.
Me puse de pie de un salto, alarmada. ¿Cómo sabía aquel extraño mi nombre? Y lo más importante, ¿qué quería de mí?
—¿Quién eres tú? —pregunté con desconfianza.
—Me llamo Endymion y soy el hechicero real de este reino —respondió con calma—. He venido a hablarte de tu destino.
Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Acaso este hombre sabía la verdad sobre mí? ¿Podría ayudarme a escapar de ese terrible futuro que me aguardaba?
—¿Mi destino? —murmuré, sintiendo cómo el corazón me latía con fuerza.
—Así es, pequeña —asintió Endymion con gravedad—. Tú has sido elegida para ser la gran villana de este reino. Tus poderes mágicos y tu increíble belleza te convierten en la amenaza perfecta para la Corona.
Mis ojos se abrieron de par en par, incrédula ante sus palabras. ¿Cómo podía ser yo una amenaza? Yo no quería dañar a nadie, simplemente deseaba ser aceptada y querida como los demás.
—Pero yo no quiero ser una villana —susurré, sintiendo que las lágrimas volvían a brotar de mis ojos—. No es justo que me condenen a ese papel.
—Lo sé, pequeña Lilith —Endymion me miró con compasión—. Nadie elige su destino, pero a veces debemos aceptar la mano que nos ha sido repartida.
Bajé la mirada, dejando que las lágrimas corrieran libremente por mis mejillas. Me sentía tan perdida, tan sola en este mundo que parecía temerme antes siquiera de conocerme.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Cómo puedo evitar convertirme en la villana de esta historia?
El anciano hechicero se acercó a mí y posó una mano sobre mi hombro.
—Escúchame bien, Lilith —dijo con firmeza—. Tú tienes un gran poder dentro de ti, un poder que puede salvarte de ese destino. Pero deberás aprender a controlarlo, a no dejarte guiar por la ira y el odio.
Asentí lentamente, secándome las lágrimas con el dorso de la mano.
—¿Cómo puedo hacerlo? —pregunté, sintiendo una nueva determinación en mi interior.
—Te enseñaré —respondió Endymion con una sonrisa—. Seré tu mentor y te guiaré por el camino de la luz, para que puedas demostrar a este reino que no eres la villana que todos temen.
Sentí un atisbo de esperanza naciendo en mi corazón. Tal vez, después de todo, sí había una oportunidad de escapar de ese destino que me había sido impuesto.
—Gracias, Endymion —murmuré, esbozando una tímida sonrisa.
El anciano hechicero asintió con solemnidad y, sin decir una palabra más, se desvaneció entre las sombras, dejándome sola con mis pensamientos.
Esa noche, mientras contemplaba las estrellas desde mi ventana, una nueva determinación se forjó en mi interior. No importaba lo que dijeran las profecías, yo lucharía con todas mis fuerzas para demostrar que no soy la villana que todos temen. Seré la heroína de mi propia historia.
Desde entonces, Endymion se convirtió en mi mentor y mi protector. Bajo su guía, aprendí a canalizar mis poderes mágicos y a controlar mi temperamento. Poco a poco, fui ganando la confianza de los habitantes del reino, demostrando que no soy la amenaza que todos creían.
Pero a pesar de mis esfuerzos, aún hay quienes me miran con desconfianza, temerosos de que en algún momento pueda sucumbir a la oscuridad que se supone que habita en mi interior. Y es en esos momentos, cuando siento que el peso de mi destino es demasiado pesado para cargar, que me refugio en los jardines del palacio, buscando la paz y la tranquilidad que tanto anhelo.
Hoy, a mis doce años, me enfrento a un nuevo desafío. Mi hermano Azrael, el hijo favorito de mis padres, ha sido elegido como el próximo heredero al trono. Y aunque sé que él es un joven noble y justo, no puedo evitar sentir un profundo temor por lo que pueda deparar el futuro.
Porque, en el fondo de mi corazón, sé que mi destino como la villana de esta historia aún no ha terminado. Y temo que, tarde o temprano, tendré que enfrentarme a mi propio hermano para salvar a este reino de la oscuridad que se avecina.
Capítulo 2 - Secretos en la sombra
Los días pasaron volando, y con cada uno de ellos sentía que mi destino se acercaba cada vez más. La coronación de mi hermano Azrael como el nuevo rey se aproximaba, y yo no podía evitar sentir un nudo en el estómago cada vez que lo pensaba.
A pesar de los esfuerzos de Endymion por guiarme hacia la luz, aún había momentos en los que me sentía abrumada por la oscuridad que parecía acecharme. Los murmullos desconfiados de la gente y las miradas temerosas que me lanzaban cuando creían que no les veía, me recordaban constantemente que, a los ojos de todos, yo seguía siendo la amenaza que debía ser eliminada.
Una noche, mientras me encontraba paseando sola por los jardines, escuché unas voces susurrantes que provenían de uno de los pabellones. Al acercarme con sigilo, pude distinguir a mi padre, el rey Damián, y a Endymion, mi mentor, inmersos en una acalorada discusión.
—¡No puedes estar hablando en serio, Endymion! —exclamó mi padre con evidente frustración—. ¿Cómo puedes sugerir algo así? ¡Es mi hija, por los dioses!
—Majestad, entiende que es por el bien del reino —replicó Endymion con calma—. La profecía es clara, y si Lilith llega a ascender al trono, todo estará perdido.
Sentí que el corazón se me oprimía en el pecho al escuchar aquellas palabras. ¿Acaso mi propio padre estaba considerando la posibilidad de deshacerse de mí? Un repentino miedo se apoderó de mí, y sin poder evitarlo, me apresuré a alejarme de allí, ocultándome entre las sombras.
Corrí sin detenerme hasta llegar a mi habitación, donde me dejé caer sobre la cama, incapaz de contener las lágrimas que brotaban de mis ojos. ¿Cómo podían hacerme esto? ¿Acaso no entendían que yo no había elegido este destino?
Pasé el resto de la noche llorando en silencio, intentando encontrar una solución a esta terrible situación. No podía permitir que mi propio padre conspirara en mi contra, no después de todo lo que Endymion había hecho por mí.
Al día siguiente, me armé de valor y busqué a mi mentor en los jardines, donde solíamos tener nuestras lecciones.
—Endymion —dije con voz temblorosa—, ¿es cierto lo que escuché anoche? ¿Acaso mi padre planea deshacerse de mí?
El anciano hechicero me miró con tristeza y suspiró profundamente.
—Pequeña Lilith, lamento que hayas tenido que enterarte de esta manera —dijo con pesar—. Sí, temo que el rey Damián está considerando la posibilidad de eliminarte como una amenaza para el reino.
Sentí que la ira se apoderaba de mí, mezclada con una profunda decepción. ¿Cómo podía mi propio padre pensar en algo así?
—¿Pero por qué? —exclamé, sin poder contener mi frustración—. ¡Yo he hecho todo lo que me has enseñado, Endymion! He aprendido a controlar mis poderes, a ser amable y gentil con todos. ¿Acaso no es suficiente?
—Lo sé, lo sé —respondió Endymion, posando una mano sobre mi hombro—. Pero a los ojos del rey y de muchos en el reino, sigues siendo la villana de la profecía. Y temen que en algún momento puedas sucumbir a la oscuridad que supuestamente habita en ti.
Apreté los puños con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas volvían a brotar de mis ojos.
—Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? —murmuré con amargura—. ¿Debo huir de aquí y esconderme para siempre?
Endymion me miró con determinación y tomó mis manos entre las suyas.
—Escúchame, Lilith —dijo con firmeza—. Tú tienes un gran poder dentro de ti, uno que puede salvarte de este destino. Pero debes aprender a usarlo sabiamente, sin dejarte llevar por la ira o el miedo.
Asentí lentamente, sintiendo cómo la esperanza volvía a florecer en mi corazón.
—¿Qué debo hacer, Endymion? —pregunté, mirándolo con determinación.
—Debes ser más fuerte que nunca —respondió él—. Debes demostrarle a tu padre y a todo el reino que no eres la villana que todos temen. Conviértete en la heroína de tu propia historia.
Apreté con fuerza las manos de Endymion, sintiendo cómo una nueva resolución se apoderaba de mí.
—Lo haré —dije con convicción—. Voy a luchar por mi derecho a vivir, y a probar que soy digna de la confianza de este reino.
El anciano hechicero me obsequió una cálida sonrisa y asintió con aprobación.
—Así me gusta, pequeña Lilith —dijo con orgullo—. Y recuerda, pase lo que pase, siempre estaré a tu lado para guiarte y protegerte.
A partir de ese día, me sumergí de lleno en mi entrenamiento con Endymion, determinada a demostrar mi valía y a ganarme el respeto de mi padre y de todo el reino. Aprendí a canalizar mis poderes mágicos con mayor precisión, a anticipar los movimientos de mis oponentes y a mantener la calma incluso en las situaciones más adversas.
Mis días transcurrían en una constante lucha por ganarme el derecho a vivir, a demostrar que no soy la amenaza que todos temen. Y a medida que pasaba el tiempo, pude notar cómo algunos de los habitantes del reino comenzaban a mirarme con menos recelo, e incluso a acercarse a mí con curiosidad.
Sin embargo, mi padre y Azrael parecían mantener una postura inflexible. Cada vez que intentaba acercarme a ellos, me recibían con frialdad y distancia, como si temiesen que en cualquier momento pudiera traicionarlos.
Fue entonces cuando decidí que era momento de tomar cartas en el asunto. Si mi propio padre y mi hermano se negaban a darme una oportunidad, entonces tendría que buscar la forma de ganarme su confianza por mi cuenta.
Una noche, mientras caminaba por los pasillos del palacio, escuché voces provenientes del despacho de mi padre. Al acercarme con sigilo, pude distinguir a Azrael y al comandante de la guardia real, inmersos en una acalorada discusión.
—¿Estás seguro de que es necesario? —preguntó Azrael con evidente preocupación.
—Lamento decirlo, majestad, pero es la única manera de asegurar la estabilidad del reino —respondió el comandante con firmeza—. La princesa Lilith es demasiado peligrosa, y no podemos arriesgarnos a que acceda al trono.
Capítulo 3 - La traición del hermano
Sentí que la sangre se me helaba en las venas al escuchar aquellas palabras. ¿Acaso mi propio hermano estaba conspirando junto a mi padre para eliminarme?
Retrocedí lentamente, intentando contener el temblor de mi cuerpo. No podía creer que Azrael, a quien siempre había considerado mi protector, estuviera involucrado en un plan para deshacerse de mí.
Una vez más, me vi envuelta en la angustia y la desesperación. ¿Acaso no había nadie en este reino que creyera en mí? ¿Estaba condenada a vivir huyendo y escondiéndome por siempre?
Decidida a confrontar a mi hermano, me dirigí con paso firme hacia el despacho de mi padre, dispuesta a exigir respuestas. Sin embargo, antes de que pudiera llegar, fui interceptada por Endymion, quien me tomó del brazo con urgencia.
—Lilith, tienes que huir de aquí —dijo con voz agitada—. Tú padre y Azrael han ordenado tu ejecución.
Sentí que el mundo se derrumbaba a mi alrededor. ¿Cómo podían hacerme esto? ¿Acaso no les había demostrado ya que no era la amenaza que todos temían?
—Pero Endymion, ¿por qué? —pregunté con desesperación—. ¿Qué he hecho para merecer esto?
—No has hecho nada, mi niña —respondió el anciano hechicero, abrazándome con fuerza—. Pero la profecía los tiene aterrorizados, y temen que, si llegas a ascender al trono, puedas traer la ruina a este reino.
Sentí que las lágrimas brotaban de mis ojos, empapando las ropas de Endymion.
—No es justo —sollocé con amargura—. ¿Por qué nadie quiere darme una oportunidad?
—Lo sé, lo sé —murmuró Endymion, acariciando mi cabeza con ternura—. Pero debes huir, Lilith. Tu vida está en peligro.
Asentí con resignación, sabiendo que no tenía otra opción. Si me quedaba, sería ejecutada, y eso era algo que no podía permitir.
—¿Adónde iré? —pregunté con miedo.
—Sígueme —dijo Endymion, tomándome de la mano—. Conozco un lugar seguro donde podrás esconderte, al menos por ahora.
Sin soltar mi mano, el anciano hechicero me guió a través de los oscuros pasillos del palacio, evadiendo a los guardias y manteniéndose en las sombras. Finalmente, llegamos a una puerta oculta que conducía a un pasadizo subterráneo.
—Este túnel te llevará lejos del palacio —explicó Endymion—. Síguelo hasta el final y encontrarás refugio en las ruinas del antiguo templo.
Lo miré con aprensión, sin saber si sería capaz de recorrer ese oscuro y solitario camino por mi cuenta.
—¿Y tú? ¿Qué pasará contigo? —pregunté, temiendo por la seguridad de mi mentor.
—No te preocupes por mí, pequeña Lilith —respondió Endymion, con una cálida sonrisa—. Mi deber es protegerte, y es eso lo que voy a hacer.
Sin darme tiempo a replicar, me empujó suavemente hacia el interior del túnel.
—Corre, Lilith. Corre y no mires atrás —dijo con urgencia—. Yo me encargaré de mantener a tu padre y a Azrael ocupados mientras escapas.
Apreté con fuerza la mano de Endymion, sintiendo que el miedo y la incertidumbre me consumían.
—Gracias, Endymion —susurré con voz temblorosa—. Gracias por todo lo que has hecho por mí.
El anciano hechicero me miró con orgullo y cariño.
—Siempre estaré contigo, Lilith —respondió—. Ahora, ¡vete! ¡Corre!
Sin decir una palabra más, me solté de su agarre y eché a correr por el oscuro y estrecho túnel, sintiendo cómo las lágrimas se deslizaban por mis mejillas. No podía creer que mi propia familia me hubiera traicionado de esa manera, condenándome a la soledad y al exilio.
Mientras avanzaba a través de las sombras, me aferraba con fuerza a la esperanza que Endymion me había infundido. Él creía en mí, y eso era todo lo que importaba. Tenía que sobrevivir, tenía que demostrar que no era la villana que todos temían.
Finalmente, después de lo que me parecieron horas, divisé la salida del túnel y salí a la luz del día. Ante mí, se alzaban las imponentes ruinas del antiguo templo, tal y como Endymion me había indicado.
Respirando entrecortadamente, me adentré en el templo, buscando un lugar seguro donde poder descansar y recomponerme. Mientras caminaba entre los escombros, sentí que una extraña energía me rodeaba, como si el propio lugar me brindara su protección.
Fue entonces cuando lo supe. Este sería mi nuevo hogar, al menos por el momento. Aquí, lejos del palacio y de las miradas acusadoras de mi familia, podría encontrar la fuerza y la determinación necesarias para luchar por mi futuro.
Ya no sería la villana de esta historia. Me convertiría en la heroína que este reino necesitaba, y haría todo lo que estuviera en mi mano para devolver la esperanza a aquellos que me temían.
Con una nueva resolución en mi corazón, me senté sobre un montón de piedras, dispuesta a descansar y a planear mi próximo movimiento. Fuera lo que fuera lo que me deparara el destino, estaba decidida a enfrentarlo con valor y a demostrar que merecía una oportunidad.
Endymion creía en mí, y eso era suficiente. No dejaría que nadie, ni siquiera mi propia familia, me arrebatara mi derecho a vivir.
Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, me sumergí en la soledad del antiguo templo, sintiendo que una nueva etapa de mi vida acababa de comenzar.
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