Me encuentro sentada en el páramo de mi bello hogar en el oeste del bosque Buery. Vivo con mi familia en el corazón del mismo, nos ocultamos de los humanos, luego les contaré por qué. Soy la única hija de mi padre, el rey elfo que rige el lugar, mi nombre es Elizabeth y tengo quinientos años. Aunque sé que al decir que he vivido medio siglo pueden pensar que soy mayor, de tesitura flácida cual persona de edad avanzada, pero no, nosotros los elfos envejecemos lento.
En realidad tengo la apariencia de una chica común de veinte años, no más, tal vez incluso menos. Siempre hemos vivido aislados de otras civilizaciones, como los hombres, como les mencioné anteriormente. Ya que una vez fuimos amigos, compartíamos el mismo espacio y trabajábamos en común, pero su codicia los llevó a explotarnos para obtener beneficios a costa de nuestro bien.
La cuestión es que con tan solo una gota de nuestra sangre, la cual es considerada mágica puede sanar la herida más mortal en ellos. Por eso nos dieron caza y nos extrajeron nuestra sangre, hasta la última gota, llevándose así nuestro último aliento. Luego la almacenaban en enormes bodegas para usarla después, en caso de alguna emergencia. Este acto vil casi acaba con nuestra raza, llevándonos casi a la extinción de nuestra especie.
Muchos pudieron escapar de ese cruel destino y tomaron como refugio el bosque. Allí hicieron un pequeño asentamiento que con el tiempo dio paso a nuestra comunidad. Por eso nos ocultamos acá, en el bosque Buery, ya que es muy difícil el acceso al mismo y no hay nadie a su alrededor. Alejados de la mirada curiosa de los humanos.
Además de nuestra sangre bendecida con el poder curativo, nosotros los elfos, tenemos otros dones. Conocemos los secretos de la naturaleza y lo utilizamos a nuestro favor. Somos buenos en el arco y flecha, lo cual nos da el sustento diario de carne para alimentarnos.Conocemos la agronomía a la perfección, o sea podemos subsistir sin ayuda de nadie acá.
También conocemos el arte de la magia y algunos llegan a dominar los cuatro elementos de la naturaleza, el agua, aire, tierra y fuego. Otros dominan el lenguaje de los animales, en fin varios dones. Yo soy buena para ocultarme, domino el camuflaje a la perfección.
Y fue este don mío el que me llevó a explorar un poco más allá del límite, quería conocer a los humanos a pesar de las advertencias de mi padre. Toda esta prohibición se basa en historias de nuestros antepasados. Yo aún no había nacido cuando todo eso ocurrió. Quería verlos con mis ojos, de seguro no eran tan malos como pensábamos.
Pedí permiso a mi padre para marchar en busca de una aventura que me permitiera verlos y aunque se negó, terminó cediendo luego ante mi insistencia. Solo aceptó con la condición de que mi fiel escudera fuese conmigo, era como una especie de protección.
Según dicen nuestra semejanza a los humanos era casi igual. Con los siglos nuestros rasgos fueron mutando a lo que son ellos, claro aún somos bellos de naturaleza casi perfecta. Pero al vernos no podrían notar que somos elfos, evolucionamos como mecanismo de defensa. Nuestras orejas no son puntiagudas como solían ser, tampoco somos tan altos como antes. Pasamos por un humano común.
Acepté la condición de mi padre, al final me aliviaba ir con ella, aunque quería explorar tenía un poco de temor hacerlo sola. Así que marchamos juntas hacia la aldea más cercana. Llegaríamos luego de doscientas noches caminando, según nuestros exploradores.
Ciudad esmeralda era la aldea más cercana. Regida por el rey Claudio, el cual tenía dos hijos, los príncipes Felipe y Marcelo. Todos esos datos los recogían nuestros exportadores, los cuales se mezclaban con los habitantes de los pueblos más cercanos para recibir noticias de sus planes. Hasta el momento nuestra existencia había quedado en un mito, una historia fantástica del pasado.
Mi fiel escudera se llama Karla y a diferencia de mí es de rasgos más bien toscos. Tiene un cuerpo con su musculatura bien definida y pronunciada. Prefiere llevar su pelo corto, casi rapado, exceptuando una pequeña trenza en su costado, su vestimenta es de cuero, al igual que sus enormes botas. La verdad no es muy femenina.
Yo, en cambio, soy menuda, de piel pálida y suelo vestir de seda. Prefiero los vestidos sueltos que me dan un toque como de diosa griega. Mis ojos son grises, inigualables. Por eso visto de azul para resaltar su color. Mi pelo es ondulado y me llega hasta la cintura, de color negro como la noche más oscura. Mis zapatos son sencillos, hechos de cuero también como Karla pero muy delicados.
Aunque somos la noche y el día, Karla y yo siempre nos hemos llevado bien. Ella es cinco años mayor y ha estado a mi lado desde que tengo memoria. Siempre ayudándome en todo momento y es que mi padre le dio la esa tarea tarea desde muy pequeña de ser mi fiel escudera, le ha encomendado defenderme de cualquier peligro a mi alrededor, labor que ha hecho desde entonces.
La primera noche de nuestra partida la pasamos en una cueva que yo encontré. Ella se dispuso a buscar leña y algún conejo para comer. Regresó con ambas cosas luego de media hora. Siempre ha sido más independiente que yo, tan vez por no tener madre,ni padre, la vida le ha hecho ser más fuerte en si. Yo cociné, era mi rol, no por ser la hija de mi padre rey de los elfos del bosque Buery era minada, para nada.
Mi padre siempre me enseñó desde pequeña a ser una más del grupo. A tratar a todos por igual y ayudar en las tareas diarias de nuestra comunidad. Incluso me enseñó a defenderme y a supervivencia, en caso de que estuviese perdida algún día supiera lo básico para no morir o perderme, por eso me se cuidar muy bien sola, aunque tenga a Karla debía ser i dependiente también.
Al otro día en la mañana yo fui de caza, mi fiel escudera le tocó descansar, para luego encargarse de la cocina. Un gran siervo le traje ese día para nuestro sustento, incluso quedaría cena para el día siguiente, ella quedó gran sorprendida. Así el tiempo pasó sin darnos cuenta, en realidad no extrañaba para nada mi hogar, solo un poco a mi padre, pero amaba esta aventura y el motivo por el que comencé me hacía feliz.
Ya cuando estábamos en el día ciento setenta y ocho los vi, vi por primera vez a los humanos. Eran un grupo de cazadores que buscaban su alimento al igual que nosotras al parecer, por eso estaban tan adentrados en el bosque. En un inicio solo los observé, no sabía que hacer. Mi corazón estaba feliz de verlos aunque fuese en la distancia. Karla me miraba anonadada, tampoco sabía lo que debía hacer.
Fue así que en la incertidumbre, ella tropezó con una pequeña rama que se encontraba en el suelo y esta se partió haciendo un ruido enorme. Seguidamente, tenía una flecha en mi muslo derecho, ardía como mil demonios, luego otra sobre ella, en su hombro izquierdo. No nos dio tiempo a reaccionar.
Un chico de ojos miel fue hacia nosotras, quedando paralizado al vernos. Enseguida dio aviso a los demás. Todos se preguntaban que hacían dos chicas tan lejos del pueblo en el bosque solas. Nos socorrieron enseguida, pidiendo mil perdones por las flechas, creyeron que era un animal.
Por suerte las heridas no fueron profundas, solo sentimos un poco de dolor cuando nos retiraron las flechas. Al notar que no corríamos peligro para nuestras vidas, no bebimos nuestra sangre. Era mejor así, sino sería muy díficil de explicar cómo habíamos sanado tan repentinamente.
Fuimos cargadas hasta una carreta, en la cual habían vario ciervos muertos, al parecer habían tenido suerte en la cacería. A mí me tomó en brazos el chico de ojos color miel, tenía algo en sus mirada que me hacía sentir segura. Sentir el contacto piel con piel con un humano me hacia sentir una mezcla de mil emociones encontradas.
El chico de ojos color miel de presentó, llevaba por nombre Arón. Era un poco más alto que yo de estatura, de constitución fuerte, su cabello le llegaba hasta los hombros, muy guapo en realidad, no tenía nada que envidiar a un elfo. Me colocó con sumo cuidado en el borde de la carretera, dejando sitio para Karla. Karla, en cambio, tuvo que ser cargada por tres hombres, ya que su peso era un poco elevado.
Una vez juntas echaron a andar, volviendo a pedir perdón por lo ocurrido. El chico de ojos miel no me quitaba la vista de encima, juro que yo tampoco podía dejar de verlo. Era una cosa enigmática, se me iba la vista hacia él. El camino de regreso a su aldea demoró un día en total. Tuvimos que pasar la noche en el bosque con ellos.
Eran cinco, todos jóvenes. Por lo que nos contaron sobre ellos vivían un una pequeña comunidad a las afueras de la ciudad Esmeralda. Nosotros fingimos haber sido secuestradas, alegando que habíamos logrado escapar y nos perdimos en el inmenso bosque. Planteamos que habíamos sido traídas en un barco desde nuestro hogar.
Nos ofreciera alojamiento en su aldea enseguida, no hicieron más preguntas al respecto sobre nosotras. En realidad necesitaban mujeres para la ayuda en los quehaceres del hogar, ya que no abundaban mucho en su aldea. Arón se ofreció a darnos alojamiento también hasta que pudiéramos irnos por nuestra cuenta. Los demás hicieron lo mismo, nos ofreciste su ayuda, pero yo automática acepté la opción de Arón.
Me respondió con una sonrisa que me dio una calidez infinita en el alma. Cenamos ciervo, mientras los otros desangraban a los animales para que su carne no se corrompiera en el trayecto a casa. La temperatura era fresca, más bien gélida, así que durarían un poco más en descomponerse.
Ya muestras heridas casi no dolían. Karla estaba alerta, su pose la delataba, como un leopardo esperando a su presa.Yo en cambios me sentía tranquila. El amanecer llegó rápidamente y la marcha se retomó. Luego de varias horas al fin llegamos. Era una pequeña comunidad al lado de un hermoso lago. La vista era preciosa, con muchas flores silvestres a si alrededor. Había un promedio de unas diez casas, todas de madera.
Todos salieron a recibir a los chicos. Muchos se besaban, al parecer eran sus esposas. Al ver está acción me sentí un poco triste y observé a Arón en busca de divisar a su pareja, cosa que jamás ocurrió. A él lo recibió una anciana, incluso usaba bastón.
Repartieron la carne entre ellos y fueron a casa a descansar con sus esposas. Nosotras marchamos con Arón a su casa. Nos presentó ante la señora como unas amigas, ella no se opuso a nuestra presencia, ni a compartir su hogar con nosotras. Karla aún seguía tensa, yo de momento no sentía que corríamos peligro allí.
La vivienda de Arón era rústica, estaba en un estado un poco desgastado. Había un establo con algunas vacas al lado de la casa, también habían cerdos, gallinas y ovejas. La vida allí no era como en nuestro hogar. Se notaba que las personas pasaban un poco de trabajo para satisfacer sus necesidades, no como nosotros.
Al entrar en la vivienda nos ofrecieron un plato de sopa recién hecho, aún estaba caliente. La señora era la abuela de Arón, ya que sus padres habían fallecido en la última cruzada, saquearon el pueblo y perdieron la vida intentando salvarlo. Por suerte ellos dos lograron escapar, desde entonces estan juntos.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play