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La Flor Del Jardín

Capítulo 1: Entre Rosas y Espinas

Marina siempre había sentido una conexión especial con las plantas. Desde pequeña, acompañaba a su padre, el jardinero de la majestuosa mansión de los Alvarado, mientras cuidaba del vasto jardín que rodeaba la casa. Los Alvarado eran una familia acaudalada, propietarios de numerosas tierras y negocios en la región. Su mansión era conocida por su impresionante jardín, lleno de flores exóticas, árboles frutales y senderos serpenteantes.Marina había crecido rodeada de ese esplendor natural, aprendiendo de su padre los secretos de la jardinería. Pero más allá de su amor por las plantas, había algo que la hacía regresar cada día con una sonrisa: Martín Alvarado, el joven dueño de la mansión.Martín era un hombre de treinta años, apuesto y siempre ocupado con los negocios familiares. A pesar de su apariencia seria y su enfoque en el trabajo, tenía una sonrisa que podía iluminar el día más oscuro. Marina, a sus dieciséis años, se encontraba en la intersección entre la niñez y la adolescencia, y no podía evitar sentirse fascinada por Martín. Cada vez que lo veía pasar, su corazón latía un poco más rápido, y se encontraba soñando despierta con momentos que nunca sucederían.Un día, mientras Marina regaba las rosas, escuchó la voz de Martín a lo lejos. Estaba hablando por teléfono, probablemente discutiendo algún asunto de negocios. Su voz era firme y autoritaria, pero había algo en ella que le resultaba encantador. Marina suspiró y se inclinó para arreglar una de las rosas, soñando con que algún día Martín la notara."¿Sueñas con un príncipe, Marina?", preguntó una voz conocida detrás de ella. Era su padre, con una sonrisa divertida en los labios."Papá, no es eso...", respondió Marina, sintiendo el rubor subir a sus mejillas."Claro, claro", dijo su padre con una carcajada. "Sólo recuerda que los príncipes también tienen espinas, igual que las rosas".Marina sonrió, sabiendo que su padre tenía razón. Pero eso no impedía que soñara.Esa noche, después de una larga jornada en el jardín, Marina se retiró a su pequeño cuarto en la casa de los jardineros, adyacente a la mansión principal. Se sentó junto a la ventana, desde donde podía ver la mansión de los Alvarado bañada por la luz de la luna. Abrió su cuaderno de bocetos, donde solía dibujar las flores y paisajes que cuidaba durante el día. Sus manos parecían tener vida propia, y pronto, el rostro de Martín apareció en la página, rodeado de rosas.Suspirando, cerró el cuaderno y se acostó. Sabía que soñar con Martín era una fantasía, pero no podía evitarlo. En sus sueños, él la veía como algo más que la hija del jardinero. Pero al despertar, siempre volvía a la realidad.Al día siguiente, Marina se levantó temprano. La primavera estaba en su apogeo, y había mucho trabajo por hacer. Mientras cuidaba los tulipanes, escuchó risas provenientes de la terraza. Miró discretamente y vio a Martín con un grupo de amigos. Su corazón se aceleró mientras los observaba disfrutar de un desayuno al aire libre.

Capítulo 2: Las Travesuras Inesperadas

Era una mañana soleada, perfecta para trabajar en el jardín. Marina estaba cuidando sus amadas rosas cuando vio algo que le hizo detenerse: una manguera tirada a un lado, todavía goteando agua. Era extraño, porque siempre se aseguraba de guardarla correctamente. Al acercarse, notó una ardilla jugueteando cerca, probablemente responsable del desorden. Sonrió ante la escena, pero no se dio cuenta de que Martín, distraído y hablando por teléfono, se dirigía directamente hacia la manguera.

"¡Martín, cuidado!" gritó Marina, pero fue demasiado tarde. Martín tropezó con la manguera y cayó al suelo con un sonoro golpe.

Marina corrió hacia él, tratando de contener la risa. "¿Estás bien, Martín?"

Él se levantó, claramente avergonzado y con el traje arrugado. "Sí, sí, estoy bien. ¿Qué hace esta manguera aquí tirada?"

"Lo siento, Martín. No sé cómo terminó así. Estaba trabajando con ella hace un momento", dijo Marina, tratando de mantener la seriedad.

Martín suspiró, mirando su traje empapado. "Esto es genial. Justo lo que necesitaba antes de una reunión importante."

Marina no pudo evitarlo más y soltó una carcajada. "Lo siento, pero realmente es un poco gracioso."

Martín la miró con una mezcla de exasperación y diversión. "Sí, sí, muy gracioso. Ahora, ¿puedes ayudarme a limpiarme un poco antes de que tenga que irme?"

Marina asintió y corrió a buscar una toalla. Al regresar, le ofreció la toalla a Martín, pero en su prisa, tropezó con una roca y cayó sobre él, empapándolos a ambos aún más.

"¡Marina!" exclamó Martín, ahora completamente empapado.

"¡Ay, lo siento tanto!" dijo Marina, tratando de levantarse sin causar más estragos. "Esto es un desastre."

Martín no pudo evitar reírse. "Sí, definitivamente un desastre. Pero al menos es un desastre divertido."

Marina se unió a su risa. "Bueno, siempre puedes contarle a tus colegas sobre tu emocionante mañana en el jardín."

Más tarde ese día, después de que Martín se cambiara y fuera a su reunión, Marina no podía dejar de pensar en el incidente de la mañana. Mientras podaba los rosales, escuchó un sonido familiar: la risa de Martín. Se giró y lo vio hablando con Javier, quien también parecía estar disfrutando de la anécdota.

"¿Y entonces qué pasó?" preguntó Javier, tratando de contener su risa.

"Bueno, después de que me empapara completamente, Marina intentó ayudarme pero terminó cayendo sobre mí. Fue una escena de comedia total," dijo Martín, riendo.

Marina se sonrojó, pero decidió unirse a ellos. "Hola, ¿de qué están hablando?"

"De tu talento para convertir una mañana normal en una comedia," dijo Javier, sonriendo ampliamente.

Marina se encogió de hombros con una sonrisa. "Bueno, alguien tiene que hacerlo, ¿verdad?"

Martín asintió. "Sí, supongo que sí. Pero en serio, gracias por intentar ayudar. Fue... memorable."

Al día siguiente, Marina decidió vengarse de forma amistosa. Sabía que Martín solía tomar su café matutino en la terraza, así que preparó una pequeña broma. Colocó una pequeña trampa con una cuerda que, al jalarla, soltaría una lluvia de pétalos de rosa sobre él. Nada dañino, solo algo para reír.

Martín llegó puntualmente como siempre, se sentó en su silla favorita y tomó un sorbo de su café. Justo cuando Marina tiró de la cuerda, una ráfaga de viento cambió la dirección de los pétalos, cubriéndola a ella en lugar de a Martín.

"¡Oh no!" exclamó Marina, riendo mientras se sacudía los pétalos.

Martín miró la escena con una sonrisa triunfante. "¿Intentabas gastarme una broma, Marina?"

"Tal vez," admitió ella, riendo. "Pero parece que fallé estrepitosamente."

"Bueno, al menos lo intentaste," dijo Martín, sonriendo. "Pero ahora creo que te debo una."

Marina arqueó una ceja, intrigada. "¿Qué tienes en mente, don Martín?"

"Ya lo verás," respondió él con una sonrisa misteriosa.

Unos días después, mientras Marina estaba ocupada reorganizando las macetas en el invernadero, notó que Martín se acercaba con una expresión de diversión en su rostro.

"Marina, ¿puedes venir un momento?" dijo, tratando de ocultar una sonrisa.

Marina, desconfiada pero curiosa, lo siguió. Martín la llevó a un rincón del jardín donde había una fuente. "¿Qué está pasando aquí?" preguntó ella.

Martín se encogió de hombros inocentemente. "Solo quería mostrarte algo interesante."

Antes de que Marina pudiera responder, Martín pulsó un botón oculto y un chorro de agua salió disparado de la fuente, empapándola de pies a cabeza.

"¡Martín!" gritó Marina, sorprendida y riendo al mismo tiempo.

"Venganza," dijo él, riendo. "Justa y merecida."

Marina se sacudió el agua y sonrió. "Está bien, esto significa guerra."

La "guerra" de bromas continuó durante semanas, con Martín y Marina compitiendo para ver quién podía superar al otro. Desde pequeñas trampas con agua hasta esconder herramientas de jardinería, las risas eran constantes en la mansión.

Un día, Marina decidió poner en marcha una broma elaborada. Colocó un altavoz pequeño y oculto en el jardín, conectado a su teléfono. Cuando Martín pasara cerca, planeaba activar una grabación de un gato maullando, sabiendo que él tenía una ligera aversión a los felinos.

Marina se escondió detrás de unos arbustos, esperando el momento perfecto. Martín apareció, caminando con una expresión concentrada mientras revisaba unos papeles. Justo cuando pasó junto al altavoz, Marina activó la grabación.

"¡Miauuuu!" se escuchó claramente.

Martín se detuvo en seco, mirando alrededor confuso. "¿Qué demonios...?"

Marina apenas pudo contener su risa. Martín siguió buscando al supuesto gato, visiblemente incómodo.

"¿Dónde estás, gato?" murmuró, mirando detrás de las plantas.

Marina no pudo aguantar más y salió de su escondite, riendo a carcajadas. "¡Te engañé, Martín!"

Él se giró, con una expresión entre divertido y exasperado. "Muy graciosa, Marina. Pero no voy a olvidar esto."

El ambiente en la mansión de los Alvarado se había vuelto más alegre gracias a las bromas entre Marina y Martín. A pesar de las diferencias en sus vidas y responsabilidades, encontraron en esas travesuras un terreno común, algo que ambos disfrutaban y que los unía de manera inesperada.

Una mañana, Marina se encontraba podando unos arbustos cuando vio a Martín acercarse, con una sonrisa traviesa en el rostro.

"¿Qué estás tramando ahora?" preguntó ella, sospechando una nueva broma.

"Solo vine a decirte que has dejado tu sombrero en la fuente," dijo él inocentemente.

Marina frunció el ceño. "¿Mi sombrero? No recuerdo haberlo dejado ahí."

"Sí, está justo allí," insistió Martín, señalando hacia la fuente.

Desconfiada pero curiosa, Marina se acercó a la fuente. Justo cuando se inclinó para mirar, Martín pulsó otro botón oculto y un suave chorro de agua la alcanzó, empapándola nuevamente.

"¡Martín!" gritó ella, riendo y sacudiéndose el agua. "Eres imposible."

Martín se rió con ella. "No podía resistirme. Pero en serio, me alegra que estés aquí. Las cosas serían muy aburridas sin ti."

Marina sonrió, sintiendo una calidez en su pecho. "Gracias, Martín. También me alegra estar aquí."

A medida que el sol se ponía, el jardín se llenaba de colores dorados y sombras alargadas. Marina y Martín se sentaron en el banco de piedra, observando el atardecer.

"Sabes," dijo Martín, rompiendo el silencio, "estas últimas semanas han sido de las más divertidas que he tenido en mucho tiempo."

Marina asintió. "Lo sé. A veces, las pequeñas cosas, como las bromas y las risas, hacen que todo lo demás sea más llevadero."

Martín la miró con seriedad, aunque sus ojos brillaban con calidez. "Tienes razón, Marina. Gracias por recordármelo."

Mientras el cielo se oscurecía y las primeras estrellas aparecían, ambos se quedaron en silencio, disfrutando de la tranquila compañía mutua. Sabían que, aunque las bromas continuarían, también había algo más profundo que los unía. Algo que iba más allá de las risas y las travesuras, y que hacía que cada día en la mansión fuera un poco más especial.

Capítulo 3: La Novia de Martín

Una mañana, mientras Marina estaba regando las begonias cerca de la entrada principal, notó que un elegante coche negro se detenía frente a la mansión. De él bajó una mujer alta y esbelta, con el cabello perfectamente peinado y una expresión de determinación en su rostro. Vestía un traje impecable y llevaba tacones que resonaban en el suelo de piedra con cada paso que daba. Marina la reconoció de inmediato: era Isabel, la novia de Martín."Buenos días, señorita Isabel," saludó Marina, tratando de ser cordial.Isabel apenas le dedicó una mirada antes de dirigirse hacia la puerta. "Buenos días," respondió de manera automática, sin interés alguno en la conversación.Marina suspiró y volvió a concentrarse en su trabajo, aunque no pudo evitar sentir una punzada de incomodidad. Isabel siempre había sido cortante con ella, pero hoy parecía más fría de lo habitual.Mientras Marina continuaba con sus tareas, escuchó a Isabel hablando con Martín en el vestíbulo de la casa. No pudo evitar escuchar parte de su conversación mientras recogía unas herramientas cercanas."Martín, tenemos que hablar," dijo Isabel, su voz cargada de urgencia."Sobre qué, Isabel?" respondió Martín, sonando sorprendido."Sobre nosotros, sobre esta casa, sobre todo," dijo Isabel con una firmeza que no admitía discusión.Más tarde, mientras Marina estaba arreglando las flores en el jardín delantero, Isabel salió de la casa y se acercó a ella con una expresión que mezclaba irritación y curiosidad."Marina, ¿verdad?" preguntó Isabel, aunque sabía perfectamente su nombre."Sí, señorita Isabel," respondió Marina, tratando de sonar lo más profesional posible."He notado que pasas mucho tiempo aquí," dijo Isabel, mirando a Marina de arriba abajo. "¿Exactamente qué es lo que haces?""Me ocupo del jardín junto a mi padre," explicó Marina, sintiendo una tensión creciente. "Nos aseguramos de que todo esté en perfecto estado.""¿Es eso todo lo que haces?" preguntó Isabel, sus ojos brillando con una chispa de desdén.Marina asintió. "Sí, señorita. Además de ayudar en la casa cuando es necesario."Isabel se acercó un poco más, invadiendo el espacio personal de Marina. "He notado que tienes una forma particular de mirar a Martín. ¿Qué es exactamente lo que piensas de él?"Marina sintió un nudo en la garganta. "Es... es una buena persona. Muy amable y trabajador.""¿Eso es todo?" insistió Isabel, su tono cada vez más agudo."Sí, eso es todo," dijo Marina, tratando de mantener la calma.Isabel soltó una risa fría. "No me tomes por tonta, niña. He visto cómo lo miras. Debes recordar cuál es tu lugar."Marina sintió las lágrimas arder detrás de sus ojos, pero se negó a dejarlas salir. "Lo siento si le he dado una impresión equivocada, señorita Isabel. Solo trato de hacer mi trabajo."Isabel la miró fijamente durante un largo momento antes de girar sobre sus tacones y marcharse, sus palabras colgando en el aire como una nube oscura.Esa tarde, mientras Marina estaba en el invernadero, intentando distraerse con las plantas, Martín apareció en la puerta. Su expresión era seria, pero había una suavidad en sus ojos que hizo que Marina se sintiera un poco mejor."¿Todo bien, Marina?" preguntó Martín, entrando al invernadero.Marina fingió estar ocupada con una maceta. "Sí, todo bien. Solo un poco de trabajo pendiente."Martín la observó por un momento antes de hablar. "He notado que Isabel estaba hablando contigo esta mañana. ¿Te dijo algo que te molestara?"Marina dudó, sin querer causar problemas. "No, nada importante. Solo preguntó sobre mi trabajo.""Marina," dijo Martín suavemente, "si Isabel te dijo algo inapropiado, quiero que me lo digas. No quiero que nadie en esta casa se sienta incómodo."Marina levantó la mirada, sorprendida por su tono de preocupación. "Está bien, Martín. Realmente fue solo una conversación. No hay de qué preocuparse."Martín asintió, aunque parecía no estar completamente convencido. "De acuerdo. Pero si alguna vez necesitas hablar, estoy aquí.""Gracias, Martín," dijo Marina con una sonrisa tímida.Los días pasaron y la tensión entre Marina e Isabel no disminuyó. Isabel parecía encontrar cualquier excusa para criticar el trabajo de Marina, siempre con comentarios sutilmente despectivos."Marina, estas flores no están bien dispuestas," decía Isabel, señalando una cama de flores perfectamente ordenada. "¿No puedes hacer nada bien?"Marina mantenía la calma, recordando las palabras de su padre: "Las palabras de la gente dicen más de ellos que de ti." Pero cada comentario mordaz la afectaba más de lo que quería admitir.Un día, mientras Marina estaba cuidando los rosales, Isabel se acercó de nuevo. Esta vez, sin embargo, su expresión era aún más severa."Marina, necesito hablar contigo," dijo Isabel.Marina se levantó lentamente, limpiándose las manos en el delantal. "¿Sí, señorita Isabel?""Quiero dejar algo claro," dijo Isabel, cruzando los brazos. "Martín y yo estamos comprometidos. Vamos a casarnos. No quiero que interfieras en nuestra relación con tus... ilusiones juveniles."Marina sintió como si la hubieran golpeado en el estómago. "Yo... no tengo ninguna intención de interferir, señorita. Solo quiero hacer mi trabajo.""Me alegra escuchar eso," dijo Isabel, aunque su tono no reflejaba alegría alguna. "Solo recuerda tu lugar. Martín es demasiado bueno para alguien como tú."Marina sintió las lágrimas amenazando con brotar, pero se mantuvo firme. "Lo recordaré, señorita Isabel."Isabel le lanzó una última mirada de advertencia antes de alejarse.Esa noche, después de que todos se hubieran retirado, Marina se sentó en el jardín, tratando de calmar sus pensamientos. El aroma de las flores la envolvía, pero esta vez no encontraba consuelo en ellas.Ramón, su padre, apareció silenciosamente y se sentó a su lado. "¿Todo bien, hija?"Marina suspiró, mirando al cielo estrellado. "Es Isabel, papá. Me trata mal porque cree que estoy interesada en Martín."Ramón la miró con preocupación. "¿Y lo estás?"Marina no respondió de inmediato. Finalmente, dijo en voz baja: "No puedo evitarlo, papá. Martín es... especial. Pero sé que no hay futuro para nosotros. Solo soy la hija del jardinero."Ramón puso una mano reconfortante en su hombro. "Nunca dejes que nadie te haga sentir menos. Eres fuerte y valiosa, Marina. Martín es afortunado de tenerte cerca, incluso si no lo sabe aún."Marina asintió, agradecida por las palabras de su padre. "Gracias, papá."Los días siguientes fueron difíciles para Marina. Isabel parecía estar más decidida que nunca a hacerle la vida imposible. Cada vez que Martín no estaba presente, Isabel encontraba alguna excusa para criticarla o hacer comentarios hirientes.Un día, mientras Marina estaba preparando un ramo de flores para el vestíbulo, Isabel entró y se cruzó de brazos, observándola con una expresión de desdén."¿De verdad crees que eso es aceptable?" preguntó Isabel, señalando el ramo. "Martín tiene gustos mucho más refinados. Esto es... vulgar."Marina apretó los dientes, tratando de mantener la compostura. "Lo siento, señorita Isabel. Intentaré hacerlo mejor.""No, no intentes," replicó Isabel. "Hazlo bien o no lo hagas en absoluto."Marina asintió y empezó de nuevo, aunque sus manos temblaban ligeramente. Isabel se quedó observándola durante un rato antes de marcharse con una sonrisa de satisfacción.Más tarde ese día, mientras Marina estaba regando las plantas en el invernadero, Martín apareció, luciendo preocupado."Marina, ¿podemos hablar?" preguntó, cerrando la puerta detrás de él."Claro, Martín," dijo ella, dejando la regadera a un lado."¿Qué está pasando con Isabel?" preguntó Martín directamente. "He notado que parece buscar cualquier excusa para criticarte. ¿Te ha dicho algo en particular?"Marina dudó, pero finalmente decidió ser honesta. "Sí, Martín. Isabel me ha estado diciendo cosas... desagradables. Cree que estoy interesada en ti y que podría interferir en su relación."Martín frunció el ceño. "¿Eso te ha dicho? Marina, lo siento mucho. Isabel no debería tratarte así. Hablaré con ella.""No quiero causarte problemas, Martín," dijo Marina rápidamente. "Solo quiero hacer mi trabajo.""No es justo que te trate así," insistió Martín. "Voy a solucionar esto."Esa noche, Martín confrontó a Isabel en el comedor. Marina, que estaba ayudando a su padre a limpiar, no pudo evitar escuchar."Isabel, tenemos que hablar sobre cómo has estado tratando a Marina," dijo Martín con firmeza."¿De qué estás hablando?" respondió Isabel, fingiendo inocencia."Sabes muy bien de qué hablo," replicó Martín, su tono se endurecía. "No tienes derecho a tratar a Marina de esa manera. Ella está aquí para trabajar, no para ser objeto de tus inseguridades."Isabel frunció el ceño, cruzando los brazos. "¿Inseguridades? No sé de qué estás hablando, Martín. Solo estoy asegurándome de que la gente aquí sepa cuál es su lugar."Martín suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración. "Marina no ha hecho nada malo. Ella solo está haciendo su trabajo. No tienes ningún derecho a tratarla mal."Isabel levantó la barbilla, su postura desafiante. "Quizás si pasara menos tiempo soñando despierta y más tiempo concentrándose en su trabajo, no habría problema."Martín miró a Isabel con decepción. "Esto no tiene nada que ver con su trabajo, Isabel. Tiene que ver con cómo la tratas. Te pido que la respetes."Isabel bufó, su actitud despectiva más evidente que nunca. "Está bien, Martín. Si eso es lo que quieres. Pero no me hagas responsable si se toma demasiadas libertades."A la mañana siguiente, Marina se encontraba de nuevo en el jardín, tratando de concentrarse en sus tareas. La confrontación de la noche anterior había llegado a sus oídos, y aunque le agradecía a Martín su intervención, no podía evitar sentirse incómoda por toda la situación.Mientras estaba podando un seto, Isabel se acercó con pasos decididos, una expresión de falsa amabilidad en su rostro."Buenos días, Marina," dijo Isabel, su voz cargada de dulzura fingida."Buenos días, señorita Isabel," respondió Marina, sin levantar la vista de su trabajo."Solo quería disculparme si he sido demasiado dura contigo," continuó Isabel, sus palabras tan afiladas como el cuchillo que Marina usaba para podar. "Sé que estás haciendo lo mejor que puedes."Marina asintió, sin confiar en las intenciones de Isabel. "Gracias, señorita Isabel. Aprecio su comprensión."Isabel inclinó la cabeza, su sonrisa sin alcanzar sus ojos. "Solo recuerda, Marina, que algunas personas deben aprender a no soñar más allá de su alcance."Marina sintió un nudo en el estómago pero se mantuvo tranquila. "Lo recordaré, señorita Isabel."Isabel se alejó, satisfecha con su pequeño ataque, mientras Marina luchaba por no dejar que las lágrimas escaparan.Esa tarde, mientras Marina estaba en el invernadero, Martín apareció, su presencia siempre un bálsamo para los nervios alterados de Marina."Marina, ¿cómo estás?" preguntó, su voz suave."Estoy bien, Martín," dijo ella, aunque ambos sabían que no era del todo cierto.Martín la miró con preocupación. "Escuché lo que Isabel te dijo esta mañana. Lo siento mucho. No debería hablarte así."Marina se encogió de hombros, tratando de mostrar fuerza. "Estoy acostumbrada, Martín. Solo quiero hacer mi trabajo y evitar problemas.""Pero no deberías tener que soportar esto," insistió Martín. "Isabel necesita entender que no puede tratarte de esa manera."Marina asintió, aunque en su interior sabía que la situación no cambiaría fácilmente. "Gracias por defenderme, Martín. Significa mucho para mí."Los días continuaron, y aunque Isabel seguía siendo una presencia incómoda, Marina encontró consuelo en su trabajo y en las breves interacciones con Martín. Sin embargo, la tensión no desaparecía, y cada encuentro con Isabel era una batalla silenciosa.Un día, mientras Marina estaba en el jardín trasero, Martín apareció de nuevo, pero esta vez con una propuesta que sorprendió a Marina."Marina, he estado pensando," comenzó Martín, su tono serio. "Quiero que te encargues de un nuevo proyecto. Quiero crear un jardín especial aquí, algo diferente. ¿Te gustaría liderarlo?"Marina lo miró, sus ojos brillando de emoción. "¿De verdad? Sería un honor, Martín."Martín sonrió, complacido con su entusiasmo. "Sabía que dirías eso. Tienes un talento especial para esto, y creo que juntos podemos crear algo increíble."Mientras comenzaban a planificar el nuevo jardín, Marina no podía evitar sentirse más cerca de Martín, no solo por su interés compartido en las plantas, sino también por la forma en que él la valoraba y respetaba.Sin embargo, la felicidad de Marina no pasó desapercibida para Isabel, quien observaba desde las ventanas de la mansión. La creciente cercanía entre Martín y Marina solo alimentaba sus celos e inseguridades.Una tarde, mientras Marina y Martín estaban discutiendo sobre qué tipo de flores usar en el nuevo jardín, Isabel se acercó, su presencia tan helada como una ráfaga de viento invernal."Martín, ¿puedo hablar contigo un momento?" dijo Isabel, su tono indicando que no aceptaría un no por respuesta."Claro, Isabel," respondió Martín, aunque no pudo evitar fruncir el ceño. "Marina, ¿te importa esperarme un momento?""Por supuesto, Martín," dijo Marina, aunque una sensación de inquietud crecía en su pecho.Isabel llevó a Martín a un rincón del jardín, fuera del alcance del oído de Marina, pero no de su vista. La conversación parecía intensa, con Isabel gesticulando y Martín respondiendo con calma pero firmeza.Después de unos minutos, Martín regresó a donde estaba Marina, su expresión sombría. "Lo siento, Marina, pero parece que hay algo urgente que debo atender. ¿Podríamos continuar con esto mañana?""Claro, Martín," dijo Marina, tratando de ocultar su decepción.Mientras Martín se alejaba, Isabel se acercó a Marina, su mirada llena de veneno. "Espero que disfrutes de tu pequeño proyecto, Marina. Pero recuerda, nunca serás más que la hija del jardinero."Marina se quedó en silencio, observando cómo Isabel se alejaba con una sonrisa de triunfo en los labios. Pero en su interior, una determinación nueva se encendió. No dejaría que Isabel la menospreciara ni la hiciera sentir inferior. Demostraría su valor no solo a Martín, sino a ella misma.

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