Seraphina abrió los ojos con un jadeo ahogado. El aire fresco y familiar de su antigua habitación llenó sus pulmones, contrastando brutalmente con la última bocanada de aire en su vida anterior, impregnada de traición y muerte. Se incorporó bruscamente, sus manos estaban temblorosas aferrándose a las sábanas de seda que reconoció al instante. Miró a su alrededor, desconcertada. Estaba en su habitación en la mansión de su familia, un lugar que no había visto en años. ¿Cómo era posible?
El espejo ovalado al pie de su cama reflejaba una imagen que había olvidado: su propio rostro joven y lleno de vida. Sus ojos, que se habían vuelto duros y fríos con el tiempo, ahora brillaban con una mezcla de incredulidad y terror. Se levantó lentamente, sus pies descalzos estaban sintiendo el frío del suelo de mármol mientras se acercaba al espejo. Trazó con un dedo su propio reflejo, apenas capaz de creer lo que veía.
El dolor de la traición de su hermana y el emperador la golpeó con fuerza. Recordó con vívida claridad el veneno que había quemado su garganta, la risa cruel de su hermana y la mirada fría del emperador mientras observaban su agonía. Seraphina había jurado vengarse en ese momento, fue su último pensamiento antes de que la oscuridad la envolviera. Y ahora, aquí estaba, de vuelta en el tiempo antes de que todo comenzara.
"Esto no es un sueño," susurró para sí misma, viendo sus ojos llenos de determinación. "Es una segunda oportunidad."
Se volvió rápidamente hacia su tocador, donde una pequeña caja de joyas descansaba. La abrió con manos temblorosas y sacó una cadena de oro con un colgante de rubí, un regalo de su madre. El tacto familiar del metal y la piedra preciosa la anclaron en la realidad. Esta vez, no permitiría que la traicionaran tan fácilmente.
Respiró hondo, tratando de calmar sus pensamientos agitados. Tenía que pensar estratégicamente. La primera vez, había sido una joven ingenua, confiada en la bondad de los demás. Pero ahora, tenía el conocimiento de lo que estaba por venir. No podía dejar que sus emociones nublaran su juicio. Tenía que ser más astuta, más cuidadosa.
Mientras se vestía, Seraphina trazó un plan en su mente. Primero, debía evitar el compromiso con el joven emperador. No podía permitir que se repitiera el mismo destino trágico. En segundo lugar, necesitaba descubrir quiénes eran sus verdaderos aliados y enemigos. Esta vez, no confiaría ciegamente en nadie. Y, finalmente, tenía que protegerse. La vulnerabilidad de su juventud pasada ya no sería una opción.
A medida que la mañana avanzaba, Seraphina decidió salir de su habitación y explorar la mansión con su nueva perspectiva. Cada pasillo, cada sala le traía recuerdos dolorosos, pero también le daba la oportunidad de prepararse mejor para lo que estaba por venir. Se encontró con sirvientes que la saludaban con respeto, pero su mirada fría y distante no invitaba a conversaciones innecesarias.
Al llegar a los jardines, se detuvo para respirar el aire fresco y contemplar las flores que tanto amaba en su juventud. Era un lugar de paz, un refugio de la tormenta que se avecinaba. Mientras caminaba entre los senderos floridos, sintió una presencia familiar. Se volvió y vio a su hermana, Isabella, acercándose con una sonrisa en el rostro.
"Seraphina, querida hermana, te ves radiante hoy," dijo Isabella, con voz dulce y engañosa.
Seraphina sintió una oleada de ira, pero la reprimió. Ahora no era el momento de enfrentamientos abiertos. Tenía que ser astuta, jugar el juego de la diplomacia. Respondió con una sonrisa controlada y una mirada calculadora.
"Gracias, Isabella," dijo con una voz que apenas temblaba. "Hoy es un día especial."
Isabella no pareció notar el cambio en su hermana y continuó hablando de trivialidades, ajena a la tormenta de emociones que Seraphina mantenía bajo control. Cada palabra de Isabella, cada gesto, era un recordatorio de la traición que había sufrido, pero Seraphina se obligó a mantenerse calmada. No podía permitirse mostrar sus cartas tan pronto.
Mientras regresaba a su habitación, Seraphina sintió que su resolución se fortalecía. Tenía que mantener la fachada de la joven inocente mientras maquinaba su venganza. Había renacido en las sombras, y usaría esa oscuridad a su favor. Nadie sospecharía de la joven Seraphina, hasta que fuera demasiado tarde.
"Esta vez," murmuró para sí misma mientras cerraba la puerta de su habitación, "la victoria será mía."
Determinada a no repetir los errores de su vida pasada, Seraphina pasó los días siguientes observando cuidadosamente a quienes la rodeaban. Había decidido mantener una apariencia serena y complaciente mientras reunía información y planificaba sus próximos movimientos. Sabía que cualquier paso en falso podría costarle caro. Con cada interacción, fortalecía su resolución de no involucrarse con el joven emperador, un vínculo que en su vida anterior había llevado a su trágico final.
Una mañana, mientras el sol apenas despuntaba en el horizonte, Seraphina se sentó en su escritorio y comenzó a escribir una lista de prioridades. Su primer objetivo era encontrar aliados. No podía enfrentarse a sus enemigos sola; necesitaba personas en las que pudiera confiar, o al menos, manipular a su favor.
Se acordó de una conversación que había oído en su vida pasada entre dos nobles que habían hablado en voz baja sobre sus descontentos con el emperador. Recordó sus nombres y decidió que esos nobles serían sus primeros contactos. Sabía que si podía ganarse su confianza, tendría una red de apoyo dentro de la corte.
Mientras trazaba sus planes, su doncella personal, Amelia, entró en la habitación con el desayuno. Amelia era una de las pocas personas en las que Seraphina confiaba ciegamente en su vida anterior. Había sido leal hasta el final, y Seraphina sabía que podía contar con ella en esta nueva vida.
"Buenos días, mi señora," dijo Amelia con una sonrisa cálida. "Hoy parece estar de muy buen humor."
Seraphina devolvió la sonrisa y asintió. "Sí, Amelia, hoy es un día importante. Tengo mucho que hacer."
Amelia arregló el desayuno en la mesa y miró a Seraphina con curiosidad. "¿Puedo ayudar en algo, mi señora?"
"Sí, de hecho...", respondió Seraphina, dándose cuenta de que necesitaba la ayuda de Amelia más que nunca. "Necesito que prestes atención a las conversaciones en la corte. Escucha todo lo que puedas y dime si oyes algo que creas que debo saber. Pero hazlo discretamente. Nadie debe sospechar."
Amelia asintió con determinación. "Puedes contar conmigo, mi señora."
Con Amelia como sus ojos y oídos, Seraphina se sintió un poco más segura. Sabía que su siguiente paso debía ser evitar cualquier compromiso con el joven emperador. Para ello, necesitaba distanciarse de cualquier evento social en el que él estuviera presente. Así que, cuando recibió una invitación para un baile en el palacio esa noche, supo que tenía que encontrar una excusa convincente para no asistir.
Fingió una leve enfermedad, asegurándose de que la noticia llegara a los oídos adecuados. El mensaje era claro: Seraphina no estaba disponible para el emperador. Pasó la noche en su habitación, revisando sus planes y preparándose para lo que vendría. Sabía que su ausencia llamaría la atención, pero era un riesgo que estaba dispuesta a correr.
A medida que avanzaban los días, Seraphina continuó evitando al emperador de manera sutil pero efectiva. En su lugar, se enfocó en conocer mejor a los nobles descontentos que había identificado. Usó su encanto y su inteligencia para ganarse su confianza, escuchando atentamente sus quejas y sugiriendo discretamente soluciones que podrían beneficiar a todos.
Una tarde, mientras paseaba por los jardines del palacio, se encontró con uno de esos nobles, Lord Harrington, un hombre mayor con una mente afilada y un profundo desdén por la corrupción en la corte. Seraphina aprovechó la oportunidad para hablar con él.
"Lord Harrington, he oído que tienes ideas muy interesantes sobre cómo mejorar el reino," dijo con una sonrisa sincera. "Me encantaría escuchar más sobre tus pensamientos."
El noble, sorprendido por el interés de Seraphina, comenzó a hablar sobre sus preocupaciones y sus propuestas para reformar el sistema de impuestos. Seraphina escuchó con atención, haciendo preguntas pertinentes y mostrando un genuino interés. Sabía que estaba ganando su confianza, paso a paso.
A medida que las semanas se convirtieron en meses, Seraphina vio cómo su red de apoyo crecía. Los nobles descontentos empezaron a verla como una aliada, alguien que compartía su deseo de un cambio positivo. Mientras tanto, el joven emperador parecía cada vez más frustrado por su aparente indiferencia.
Seraphina sabía que aún tenía mucho trabajo por delante. La venganza no sería fácil, pero con cada día que pasaba, sentía que estaba un paso más cerca de su objetivo. Estaba decidida a no dejarse arrastrar por las emociones y a mantener su enfoque en su plan. Esta vez, jugaría sus cartas con astucia y precisión. Y cuando llegara el momento adecuado, estaría lista para hacer que aquellos que la traicionaron pagaran por sus crímenes.
"Un nuevo comienzo," se dijo a sí misma, mirando por la ventana de su habitación hacia el horizonte. "Y esta vez, no fallaré."
El baile en el palacio era el evento más esperado de la temporada. Los nobles y cortesanos se preparaban con entusiasmo, ansiosos por mostrar sus mejores galas y disfrutar de una noche de música y danza. Seraphina, aunque reacia a asistir, sabía que no podía seguir evitando todos los eventos sociales sin levantar sospechas. Decidió que asistiría, pero mantendría una distancia prudente del joven emperador.
Esa noche, Seraphina se arregló con esmero, escogiendo un vestido azul celeste que realzaba sus ojos y complementaba su piel. Amelia la ayudó a peinarse, colocando delicadas flores en su cabello, y le ofreció palabras de ánimo mientras la joven se preparaba.
"Recuerda, mi señora, mantén la cabeza alta y la mente alerta. Estaré cerca por si me necesitas," dijo Amelia, dándole una última mirada de apoyo.
Seraphina asintió, agradecida por la lealtad de su doncella. Con el corazón firme, se dirigió al salón de baile, lista para enfrentar cualquier desafío que la noche pudiera presentar.
El salón estaba resplandeciente, iluminado por cientos de candelabros y decorado con flores frescas. La música llenaba el aire, y las risas y conversaciones animadas creaban una atmósfera de celebración. Seraphina entró con elegancia, su presencia atrajo miradas de admiración y curiosidad. A medida que avanzaba, mantenía un ojo atento a su alrededor, buscando cualquier signo del joven emperador.
Mientras recorría el salón, se encontró con Lord Harrington, quien la saludó con una inclinación de cabeza. "Lady Seraphina, qué grato verte esta noche. Espero que estés disfrutando del baile."
"Gracias, Lord Harrington. Es un placer estar aquí," respondió Seraphina con una sonrisa.
Continuaron conversando brevemente antes de que Seraphina se excusara para continuar su recorrido por el salón. Mientras se movía entre los invitados, se percató de la mirada fija de un hombre desde el otro lado del salón. Era el duque Alaric, el hermano mayor del joven emperador. Su mirada intensa y analítica la siguió mientras se acercaba lentamente hacia ella.
Seraphina sintió una mezcla de curiosidad y aprehensión. No había tenido mucho trato con el duque en su vida anterior, pero sabía que era un hombre poderoso e influyente. Cuando finalmente estuvieron frente a frente, Alaric hizo una ligera reverencia.
"Lady Seraphina," dijo con voz profunda y resonante. "Es un honor conocerte en persona."
Seraphina respondió con una inclinación de cabeza y una sonrisa educada. "El honor es mío, duque Alaric. Espero que estés disfrutando de la velada."
"Mucho más ahora que tengo el placer de tu compañía," respondió Alaric, sus ojos nunca se apartaron de los de ella. "He oído mucho sobre ti, pero debo decir que la realidad supera con creces las historias."
Seraphina sintió un leve rubor en sus mejillas, pero mantuvo su compostura. "Eres muy amable, duque Alaric. ¿Te gustaría acompañarme en un paseo por el salón?"
Alaric aceptó la invitación y le ofreció su brazo. Juntos caminaron por el salón, conversando sobre temas triviales pero agradables. Seraphina se sorprendió al descubrir que Alaric era un hombre de conversación amena y con una inteligencia aguda. Mientras hablaban, notó la atención que atraían como pareja, y cómo algunas miradas curiosas y susurros seguían sus movimientos.
A medida que la noche avanzaba, Alaric la invitó a bailar. Seraphina aceptó, y mientras se movían al ritmo de la música, sintió una conexión inesperada con el duque. Había algo en su mirada, en su manera de hablar y en su presencia que la intrigaba profundamente. A pesar de sus intentos de mantener la guardia alta, no pudo evitar sentirse atraída por él.
"Lady Seraphina...," dijo Alaric en un momento de la danza, "me intrigas. Eres diferente a lo que esperaba. Más fuerte, más decidida."
Seraphina sonrió, manteniendo la cautela en su voz. "Tal vez porque he aprendido de mis errores y no quiero repetirlos."
Alaric la miró con admiración. "Una cualidad admirable. Estoy seguro de que tienes muchas historias que contar."
"Y estoy segura de que tú también, duque," respondió Seraphina con una sonrisa. "Tal vez algún día podamos compartirlas."
El baile terminó, y Seraphina sintió una mezcla de alivio y expectación. Alaric la acompañó de regreso a su lugar y se despidió con una reverencia.
"Espero con ansias nuestra próxima conversación, Lady Seraphina," dijo con una sonrisa.
"Y yo también, duque Alaric," respondió ella, observando cómo se alejaba.
Esa noche, mientras regresaba a su habitación, Seraphina no podía dejar de pensar en el encuentro inesperado. Sabía que debía mantener su enfoque en su venganza y en sus planes, pero no podía negar la impresión que Alaric había dejado en ella. Mientras se preparaba para dormir, se prometió a sí misma ser cautelosa. No permitiría que sus emociones nublaran su juicio, pero también reconocía que el duque Alaric podría ser un aliado valioso en su lucha.
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